Economía/ La primera deflación globalizada ha comenzado. No está claro hasta qué punto será dolorosa. [Adam Toozen]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mar Oct 11 23:16:25 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

11 de octubre 2022

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Economía



La primera deflación globalizada ha comenzado. No está claro hasta qué punto
será dolorosa



Adam Toozen *

A l´encontre, 6-10-202

http://alencontre.org/

Viento Sur, 10-10-2022

https://vientosur.info/

Traducción de Viento Sur



En todo el mundo, la rápida recuperación económica después del parón de la
Covid-19 desencadenó la mayor ola inflacionista que hayamos conocido desde
comienzos de la década de 1980. Ante esta situación, en el verano de 2021
los bancos centrales reaccionaron con un incremento gradual de los tipos de
interés. Brasil abrió la vía. A comienzos de 2022 se sumó la Reserva Federal
(Fed), generando un efecto de arrastre. Cuando la Fed actúa y el dólar se
refuerza, otros países aumentan sus tipos de interés o se enfrentan a una
fuerte devaluación, lo que impulsaría todavía más la inflación.



Las grandes líneas de este mecanismo/guion son conocidas, pero su amplitud
es un fenómeno nuevo. Nos hallamos actualmente en medio de la
homogeneización más completa de las políticas monetarias que jamás ha visto
el mundo. Si bien los aumentos de los tipos de interés no son tan brutales
como lo que impuso, después de 1979, Paul Volcker en su calidad de
presidente de la Fed [de 1979 a 1987], son muchos más los bancos centrales
que intervienen [entre ellos el Banco Central Europeo-BCE].



Hay momentos en que la historia gira en redondo. Este es uno de esos
momentos. En las economías avanzadas, la era de la globalización desde la
década de 1990 se ha caracterizado por la deflación y la expansión monetaria
de los bancos centrales. Hoy, este equilibrio está invirtiéndose, y lo hace
a escala mundial.



Para incrementar todavía más la presión deflacionista, asistimos asimismo a
la liquidación de los programas de relanzamiento del periodo Covid a favor
de medidas como la Ley de reducción de la inflación (Inflation Reduction
Act) [adoptada por el gobierno de Biden el 16 de agosto de 2022],
encaminadas a reducir los déficit y la demanda de la economía. En EE UU, en
el tercer trimestre, el llamado freno presupuestario ralentizará la economía
en más del 3,4 % del PIB, según un análisis de la Brookings Institution (del
30 de septiembre de 2022).



Las consecuencias de este ciclo deflacionista globalizado son difíciles de
predecir. Nunca antes se había actuado de esta manera de forma tan extensa.
¿Se conseguirá rebajar la inflación? Es muy probable, pero también corremos
el riesgo de una recesión mundial que, en el peor de los casos, podría
hundir los mercados inmobiliarios, conducir a la quiebra a empresas y
Estados y condenar en todo el mundo a cientos de millones de personas al
paro y la desesperación.



Ante este panorama catastrófico, los responsables políticos han de
plantearse tres cuestiones. ¿Son los tipos de interés un instrumento
demasiado drástico para afrontar nuestros desequilibrios económicos
actuales? ¿Pueden determinar los banqueros centrales el tipo adecuado, de
manera que frene la inflación sin estrangular la economía? ¿Puede una
economía mundial tachonada de deudas sobrevivir a un alza importante de los
tipos de interés como la que impulsa la Reserva Federal?



En gran parte del mundo, la inflación ha venido alimentada por los cuellos
de botella de la cadena de suministro asociados a la Covid-19 [caída de la
oferta] y por el alza de los precios de la energía. El aumento de los tipos
de interés no traerá más gas ni chips electrónicos al mercado, más bien al
contrario. La reducción de las inversiones limitará las capacidades futuras
y por tanto la oferta futura. En Europa, por este motivo, los modestos
aumentos de los tipos de interés del Banco Central Europeo vienen
acompañados de topes a los precios de la electricidad y del gas impuestos en
algunos países de la Unión Europea.



La homogeneización monetaria y presupuestaria permite evitar que la
inflación se instale y se generalice. Esta es la preocupación principal de
la Fed en estos momentos, pero contener la inflación tiene un precio. El
medio principal por el que será efectiva la política de la Fed es la
desaceleración de la economía y el aumento de la atonía del mercado de
trabajo, lo cual es un eufemismo para decir más paro. ¿No va demasiado lejos
la presión mundial?



De por sí es difícil elegir el tipo de interés idóneo para una sola
economía. ¿Cómo determinar el tipo idóneo si tus vecinos también aumentan
los suyos? Cuando un banco central aumenta sus tipos de interés, una de las
maneras de frenar la inflación consiste en revaluar la moneda. Unos tipos de
interés más elevados atraen las inversiones extranjeras, lo que presiona al
alza el tipo de cambio. Una moneda más fuerte hace que las importaciones
sean menos caras y reduce la inflación. Se trata de una política clásica de
sálvese quien pueda.



La fortaleza del dólar en 2022 hace que las importaciones de EE UU sean
menos caras, pero al mismo tiempo aumenta los precios de todos los demás
países que pagan el petróleo, por ejemplo, en dólares. Para responder a esta
inflación importada, los demás bancos centrales no tienen más remedio que
aumentar todavía más sus tipos de interés, alimentando así un círculo
vicioso. El resultado final de esta puja es imprevisible con respecto al
tipo de cambio. Lo que sí se sabe con certeza es que llevará los tipos de
interés a niveles superiores a los que cualquiera habría elegido si pudiera
decidir aisladamente.



Y no es únicamente el efecto contagio el que debemos temer en esta primera
deflación globalizada. El precio de los bienes intercambiados no solo
depende de los tipos de cambio, sino también del equilibrio entre oferta y
demanda en los mercados mundiales y en los mercados nacionales. En el
transcurso de la recuperación económica que siguió a la crisis de la
Covid-19, la inflación en EE UU no solo vino alimentada por una demanda
excesiva en el país, sino también por los cuellos de botella de la cadena de
suministro dependiente de China.



Hoy en día se produce justo lo contrario. Cuando numerosos bancos centrales
aumentan sus tipos, no se contentan con desinflar su propia economía, sino
que también alteran el equilibrio entre oferta y demanda para todos los
demás países. Si no se tienen en cuenta estos efectos de arrastre cabe temer
que se provoque una deflación más importante de la necesaria. No podemos
sino especular sobre la amplitud de este efecto contagio mundial. Tenemos
cálculos bastante precisos de la propagación inflacionista, pero con
respecto a la deflación mundial nos hallamos en un territorio mucho menos
conocido.



Hay una cosa más que desconocemos. Incluso si logramos ponernos de acuerdo
sobre los tipos de interés idóneos para desinflar la economía mundial con un
coste mínimo, ¿podrá soportar una economía mundial acostumbrada a unos tipos
de interés ultrabajos la presión de unos tipos de interés positivos? Durante
una década o más, ha sido razonable aumentar el efecto palanca [que implica:
endeudamiento, compra de activos a largo plazo y de productos derivados].



Con el alza de tipos, por mucho que casi siempre no dejen de ser negativos
en términos reales [dada la inflación], determinados deudores tendrán
problemas. Hay que compadecer en particular a las empresas y los países del
mundo entero que han tomado préstamos en dólares, por un importe de más de
22 billones de dólares hasta 2019. Ahora se verán obligados a devolver el
dinero con un tipo de cambio más elevado. Ante la dificultad para atender
los pagos a sus acreedores, muy probablemente comenzarán a recortar otros
gastos, agravando de este modo la recesión, antes de tratar de reestructurar
sus deudas. Entonces la recesión se transformará en crisis y en quiebra pura
y dura de las empresas y los prestatarios soberanos [los Estados].



Los puristas del mercado insistirán en que esto viene demasiado tarde. Es
hora, según ellos, de eliminar a los zombis, es decir, a los prestatarios
que solo sobreviven porque el coste de los préstamos es tan bajo. Sin
embargo, los discursos sobre la eliminación de los zombis [las diversas
quiebras y cierres] son preferibles sobre el papel que no sobre el terreno.



La quiebra rara vez es un proceso indoloro: lo que de por sí es bastante
grave para las empresas que operan principalmente dentro de las fronteras
nacionales adquiere una complejidad pasmosa en el caso de gigantes como la
promotora inmobiliaria china Evergrande, cuyos componentes afectados están
dispersados por todo el mundo. Cuando un gobierno nacional, como el de Sri
Lanka o el de Argentina, se halla escaso de dinero, esto sacude a los
Estados y las sociedades hasta sus cimientos.



No es fácil prever quién exactamente quebrará, pero sabemos que el alza de
tipos aumentará la presión sobre quienes ya se encuentran en dificultad. Y
sabemos que la arquitectura internacional para la reestructuración de la
deuda es terriblemente inadecuada. Por otro lado, todo intento de evitar la
quiebra también es una mala noticia. Pocas cosas hay peores para una empresa
o una economía nacional que una montaña de créditos irrecuperables y deudas
impagables, ya que encierra el riesgo de provocar años de estancamiento.



Combatir la inflación es la consabida misión de los bancos centrales. Los
tipos de interés son el instrumento evidente. Pero es hora de ser
conscientes de la importancia histórica del momento actual. Por primera vez
en la era de la globalización de la posguerra fría nos enfrentamos a una
inflación importante y generalizada.



¿Por qué la combatimos país por país?



Si queremos limitar al máximo el dolor de la deflación, necesitamos
urgentemente una cooperación internacional para tener plenamente en cuenta
todos los efectos de propagación y de arrastre y preparar redes de
seguridad. En 2015-2016, cuando la recesión amenazaba a China, todavía cabía
esperar una cooperación entre la Fed y el Banco Popular de China (BPC). Hoy
sería como pedir peras al olmo, ahora que las relaciones entre EE UU y sus
aliados, por un lado, y China y Rusia, por otro, están más que deterioradas.



No obstante, la coordinación en materia de modificación de los tipos de
interés por parte de entidades globalizadas como el G-7 [Alemania, Canadá,
EE UU, Japón, Francia, Italia, Reino Unido], el Quad indo-pacífico [EE UU,
Australia, India, Japón] y tal vez el Diálogo de Shangri-la en Asia [cuya
reunión se celebra en Singapur, en el hotel que le da nombre y que agrupa a
unos 50 países de Asia-Pacífico] enviaría un mensaje poderoso. No intentarlo
acarrea el riesgo de incrementar la incertidumbre y el dolor para cientos de
millones de personas en el mundo.



Si la generación de jóvenes cuya educación se vio entorpecida por los
confinamientos asociados a la Covid-19 termina su formación para encontrar
mercados de trabajo bloqueados por una recesión mundial, ello constituirá un
fracaso inexcusable de la política.



* Adam Tooze es historiador y economista británico, profesor de historia en
la Universidad de Columbia.

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