Brasil/ De aquí a dos semanas. [Valerio Arcary]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Sep 17 14:48:01 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

17 de septiembre 2022

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Brasil



Dentro de dos semanas



Vencer el miedo será uno de los grandes retos para asegurar la derrota de
los fascistas.



Valerio Arcary *

A terra é redonda, 17-9-2022

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Traducción de Correspondencia de Prensa



El momento es de urgencia, pero exige resiliencia, determinación y
paciencia. El pasado 7 de septiembre fue "secuestrado" por el bolsonarismo
para realizar grandes demostraciones de fuerza social. Seamos lúcidos, ellos
lo hicieron. La sociedad está fracturada, y se ha consolidado una mayoría
social contra Jair Bolsonaro, apoyada sobre todo por los más pobres, las
mujeres y los nordestinos, pero los fascistas mantienen el apoyo de la masa
de la burguesía, en las clases medias, gran influencia en el sur y el norte,
y hegemonía en el centro-oeste.



Todavía estamos en una situación de transición, saliendo de una situación
reaccionaria, cuando consideramos la relación social de fuerzas entre las
clases, aunque la relación política de fuerzas, que oscila cada vez más
rápidamente, sugiere que la extrema derecha está en creciente inferioridad.



Muchos se preguntan por el 7 de septiembre: ¿pero por qué, después de todo?
¿Cuál era el plan? Jair Bolsonaro no ha establecido el diálogo más allá de
la zona de influencia que ya ha decidido apoyarlo. Puede parecer irracional,
pero no lo es.



Jair Bolsonaro es consciente de que tiene pocas posibilidades de ganar las
elecciones. Pero las derrotas electorales no son lo mismo que las derrotas
políticas. Las derrotas electorales son transitorias, pero las políticas,
cuando se produce una inversión en la relación de fuerzas, pueden ser
irreversibles. Podemos aprender de la historia de la propia izquierda
brasileña.



En 1989, Lula sufrió una derrota electoral contra Collor, pero obtuvo una
victoria política. El PT fue una herramienta útil para elevar la resistencia
obrera y popular a otro nivel en la oposición al gobierno de José Sarney, y
alcanzó la posición de ser su portavoz. Esta posición estaba en disputa con
el brizolismo (alude a la corriente liderada por Leonel Brizola, caudillo
histórico del PDT: ndt). Tanto es así que, dos años más tarde, millones de
trabajadores salieron a la calle, después de que la chispa del movimiento
estudiantil encendiera la lucha de clases, para imponer el impeachment en
1992.



En 2014, Dilma Rousseff ganó las elecciones, pero sufrió una derrota
política. La relación social de fuerzas se invirtió y, dos años después, las
clases medias salieron a la calle por millones para asegurar la base social
del golpe institucional de 2016. Quien ganó el puesto de portavoz de este
giro reaccionario fue Jair Bolsonaro.



Jair Bolsonaro tiene planes a corto, medio y largo plazo. El primer objetivo
del 7 de septiembre era generar un impulso de arrastre para que el 2 de
octubre pueda llegar a una segunda vuelta. La segundo era mantener su
corriente política neofascista en movimiento para poder construir una
campaña para denunciar las elecciones como un fraude. La tercera fue
garantizar la legitimidad para bloquear un proceso judicial de investigación
de delitos de responsabilidad que podría condenarlo a prisión.



Derrotar a Jair Bolsonaro en las elecciones será una gran victoria táctica.
Pero el bolsonarismo, el neofascismo a la brasileña, desgraciadamente se
mantendrá. El reto estratégico de la izquierda debe ser más ambicioso. Será
necesario invertir la relación social de fuerzas que deja a la extrema
derecha desmoralizada y acorralada. Esto requerirá, en primer lugar, una
relación política de fuerzas que garantice las condiciones para que Jair
Bolsonaro sea preso.



El mayor obstáculo, hasta ahora, ha sido la dificultad de que la izquierda
gane, indiscutiblemente, la supremacía en las calles. Los mítines
electorales de Lula han sido, afortunadamente, grandes, de algunas decenas
de miles de personas. Incluso muy grande en algunas ciudades, especialmente
en el noreste. Pero sin la presencia de Lula, la capacidad de la izquierda
para poner en movimiento a las masas ha sido escasa. ¿Por qué?



Se trata de una cuestión de compleja dialéctica. En condiciones normales,
las personas están consumidas, agotadas y cansadas por su propia lucha por
la supervivencia, una rutina agotadora y muy dura. Los trabajadores y los
jóvenes, las mujeres y los desempleados, los negros y los LGBTI, en fin, las
masas populares sólo ganan confianza para luchar por derrotar a un enemigo
tan peligroso como Jair Bolsonaro: (a) primero, si perciben que la confusión
en la clase dominante es grande, que los enemigos están divididos,
semiparalizados, inseguros; (b) segundo, si perciben una creciente inquietud
y división en las capas medias, y el desplazamiento hacia la oposición entre
la intelectualidad y los artistas, etc.; (c) tercero, si perciben que las
organizaciones y las direcciones que las representan están de alguna manera
unidas; (e) por último, pero no menos importante, si perciben que sus
demandas concretas de lucha por la supervivencia son puestas en primer plano
y respetadas.



En resumen, las amplias masas sólo salen a luchar cuando creen que es
posible ganar, pero eso no es suficiente. Es necesario que los liderazgos en
los que depositan su confianza sean incansables en dejar claro que su
movilización es indispensable. Que no se puede ganar sin un compromiso
activo en la lucha saliendo a la calle.



Por lo tanto, la llamada a la lucha es una parte esencial de la propia
lucha. Seamos sinceros, esta llamada no ha existido hasta ahora. Lula
encanta, pero no enciende la llama, inflama, incendia. No debería
sorprendernos que las movilizaciones del 10 de septiembre fueran actos de
vanguardia militante. Pero, paradójicamente, el favoritismo de Lula también
ha sido un obstáculo. Al permanecer estable durante al menos un año, ha
alimentado la ilusión de que sólo será necesaria una previsible confirmación
el día de las elecciones.



Mientras tanto, la coyuntura se ha vuelto más tensa. Dos días después del 7
de septiembre, Benedito Santos fue asesinado en Mato Grosso, tras un
desacuerdo con un bolsonarista. Tras ello, el miedo creció como era de
esperar.



Faltan dos semanas para las elecciones, pero muy pocos en la izquierda se
atreven a llevar una pegatina de apoyo a Lula, fuera de los mítines o de los
entornos protegidos. No hay plásticos en los coches. ¿Por qué? Porque el
peligro es real e inmediato. Los miedos políticos son incomprensibles,
cuando no los relacionamos con los odios sociales.



Los discursos de Jair Bolsonaro del 7 de septiembre fueron un llamado a la
lucha. Destilan odios e inspiran miedo. Por desgracia, las presiones de la
inercia cultural e ideológica que aprisionan a las amplias masas
trabajadoras son poderosas. Resulta que no hay fuerza social más poderosa en
la historia que la movilización popular, cuando gana confianza en sí misma,
y se organiza.



El miedo a que el cambio no llegue nunca -que, entre los trabajadores, se
desanima por el temor a las represalias- debe enfrentarse a miedos aún
mayores: la desesperación de las clases propietarias y de su clientela
social, de perderlo todo. En el fragor de la lucha de clases, la
incredulidad de los trabajadores en sus propias fuerzas, la inseguridad de
sus sueños igualitarios, fueron superados por la esperanza de la libertad,
un sentimiento moral y un anhelo político más elevado que la mezquindad
reaccionaria y la avaricia burguesa.



Superar el miedo será uno de los grandes retos para asegurar la derrota de
los fascistas. En las elecciones y después.



* Militante de Resistencia, corriente del PSOL, columnista de Esquerda
Online: https://esquerdaonline.com.br/

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