México/ Mi casa y mi cuerpo son una fábrica. La maquila a domicilio. [Daniela Rea]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mar Jul 11 00:14:07 UYT 2023


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Correspondencia de Prensa

11 de julio  2023

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México



Mi casa y mi cuerpo son una fábrica



Las grandes fábricas textiles transformaron la vida de las mujeres. Ahora,
para muchas de ellas la única opción para conciliar su rol de madres se ha
vuelto coser a destajo desde casa. Esta es la historia de Rocío.



Daniela Rea *

Pie de Página, 9-7-2023

https://piedepagina.mx/



La maquila a domicilio es una forma específica de división del trabajo que
se caracteriza por desplazar algunos procesos productivos de la fábrica
hacia otros espacios como la comunidad y el hogar. En la maquila textil lo
que se paga no es el producto, la prenda por ejemplo, sino el hacer a través
de medios de producción: cortar, unir, poner cierres, hacer ojales a través
de una máquina de coser y la mano de obra. La maquila a domicilio se ha
considerado una especie de outsourcing que escapa a regulaciones laborales,
pues fragmenta los procesos productivos, las plantillas de trabajadores y la
organización laboral.



Maquilar, en la experiencia de las mujeres que maquilan ropa en casa, es
poner su cuerpo, su máquina y todos los elementos del hogar para hacer una
prenda de vestir, a cambio de un pago precario.



Existen varios grupos en facebook para ofrecer o contratar maquila en casa.
En uno de ellos, que tiene 15 mil integrantes, las mujeres en su mayoría,
ofrecen su trabajo, preguntan por maquilas, venden máquinas en desuso, se
comparten tips, contactos de técnicos para reparaciones, hablan de su
especialización y detallan el tipo de máquina con la que cuentan.



Escribo un mensaje en el grupo, con la intención de contactar a algunas que
me hablen de su experiencia.



Hola buenas tardes, les saludo con autorización del coordinador de este
grupo. Estoy haciendo un reportaje sobre mujeres y maquila en casa y me
gustaría entrevistar a mujeres de este grupo. La idea es saber cuáles son
las ventajas y desventajas de este oficio para ustedes, las oportunidades y
lo que les gustaría que mejorara. Muchas gracias de antemano, espero que se
animen para que podamos entrar en contacto y contarles con más detalle.



En poco tiempo decenas de mujeres responden, al final el mensaje suma 116
respuestas y comentarios. Hay mucho en común en sus respuestas: la maquila
en casa es muy mal pagada y sin prestaciones, pero podemos cuidar a nuestros
hijos. La respuesta hace evidente quienes son sus autoras: mujeres. El
espacio más precarizado de la industria textil está protagonizado por
mujeres jefas de familia en su gran mayoría.



Si hay una imagen de la maquila en casa, es una mujer con 2 o más hijos
rondando a su alrededor, mientras ella, de día a la noche, pisa el pedal
para terminar una prenda.



Llevar la fábrica a la casa



Del otro lado del teléfono se escucha la máquina de coser, el  constante
subir y bajar de la aguja acelerando el ritmo de la vida cotidiana. Rocío,
de 43 años y madre soltera,  toma la llamada en medio del trabajo, está
terminando una entrega y tiene el tiempo encima. Además del poco tiempo,
responde con recelo porque no es sencillo confiar en alguien que te contacta
por Facebook y te hace preguntas sobre tu oficio, tu casa, tu forma de vida.
Quedamos de vernos otro día con calma. Cuando volvemos a hablar Rocío dice
que está embarazada, que en unas semanas nacerá su tercer hijo.



Con dos hijos que aún dependen de ella y un hijo recién nacido, Rocío tiene
pocas posibilidades de encontrar un trabajo que concilie con los cuidados.
Maquilar en casa es la opción que le ha permitido hacerlo.  Como Rocío la
gran mayoría de las mujeres que maquilan en casa son mujeres y de ellas la
mayoría son madres solteras. Llegaron a este trabajo porque es casi el único
que les posibilita cuidar a sus hijos, hijas, cuidar la casa, mientras
trabajan.



La maquila a domicilio representa el desplazamiento de la fábrica a la casa
y el deslinde de las responsabilidades de un jefe con sus empleados. No hay
derechos laborales y no hay compromiso de sostener el empleo. Doli Ortiz
Lazcano, antropóloga que ha investigado la maquila textil, plantea que si
bien las personas, las mujeres tienen derecho a trabajos justos y dignos, en
la práctica esos trabajos no existen para mujeres que están excluidas del
mercado de trabajo o son muy precarizadas en él: mujeres, mujeres con hijos,
mujeres con poca escolaridad. “Mujeres que probablemente de otra forma no
podrían acceder al mercado de trabajo. Si comparamos este empleo con lo que
tendrían si migraran a una ciudad a buscar trabajo, serían trabajos más
precarizados aún. El empleo a domicilio es en muchos casos la única forma de
posibilitar el empleo femenino”.



Beatriz Torres Góngora es una académica que ha acompañado el trabajo de la
industria textil y sus distintas ramificaciones. Tiene la experiencia de
mirar el desarrollo de esa industria desde los tradicionales talleres
familiares más ligados a la producción artesanal, a la industrialización y
al regreso a la maquila en casa, pero para terceros.   “El trabajo a
domicilio tiene impactos distintos en la vida de las mujeres, depende del
tiempo de vida en el que se encuentren. Por ejemplo, si tienen hijos
pequeños o medianos que dependan de ellas, si tienen mucho trabajo
doméstico, la maquila en casa es una opción, aunque muchas veces trabajen de
noche y no haya una separación de tiempo en cuanto el trabajo doméstico y
remunerado”.



“Mi nombre es Mireya Nieto, yo trabajo desde casa ya que tengo una hija
enferma y eso me permite poder llevarla a sus consultas, pero en este
trabajo corremos el riesgo de que no paguen, aparte la paga es muy barata,
pero cuando se tiene la necesidad no queda de otra”, escribió en el muro de
Facebook.



“La ventaja de tener un propio taller es estar más al pendiente de nuestra
familia, en mi caso tengo una hija con una enfermedad discapacitante y
depende de mí totalmente. Es una ventaja que no la tengo si salgo a trabajar
fueras”, escribió Betty Martínez Cabezas.



“Así ayudé para sacar a mis hijos adelante y como dicen se trabaja hasta
horas de la noche para reponer tiempo y también se desvela uno para entregar
el trabajo…lo sigo haciendo ahora con mi nieta estoy al pendiente de ella y
sigo trabajando”, dijo Yolanda Cordero Maldonado.



“Tenemos la ventaja de cuidar casa e hijos pero nos descuidamos nosotras y
el tiempo nos cobra el no atenderemos a nosotras mismas y más siendo madres
solteras pero como todo tiene su lado bueno y su lado malo y al no haber
mucho trabajo tenemos que aceptar trabajos con muy bajos precios pero así es
esto y no podemos darnos el lujo de despreciar el trabajo aún con bajo
precio”, escribió Salvadora Ortiz.



Para las mujeres que lo ejercen, el trabajo a domicilio no es una opción, es
la única posibilidad y el supuesto de conciliar los cuidados con el empleo
se vuelve un mito en la vida cotidiana, pues las tareas a realizar no
disminuyen, sino que recaen y suman presión sobre ellas y sus cuerpos.



Para Marisa Valadez, antropóloga, no es fácil definir si quedarse en casa a
trabajar es un retroceso o una conquista. Estamos próximas a tener
conversaciones largas sobre esto porque una vez que salimos de casa como
género, hubo avances y retrocesos y creo que el trabajar desde casa no es
que haya mucho tiempo para las mujeres para sí mismas, pues ahí están más
sujeta a  vigilancias morales, sociales, y no se descuida la maternidad, lo
cual es un pecado social. Entonces el cuerpo de las mujeres  queda sometido
a jornadas y a conservar la legitimidad de hacer bien el trabajo, cumplir
con que estas haciendo las dos partes”.



Si bien trabajar en casa les permite cuidar a sus hijos, ese cuidado viene
con cierto descuido. Rocío lo explica así: “Es tanto el trabajo, que a veces
ni tiempo da de cuidarlos, caliéntate tú la sopa porque yo no puedo, hazte
tú la comida, sírvele a tu hermano… a veces cuidarlos es ver que están ahí y
que están bien”.



Rocío vive en Ciudad López Mateos y comenzó en la maquila a los 18 años de
edad. Comenzó, como muchas, con una vecina -o un familiar- que la animó a
trabajar en un pequeño taller familiar que maquilaba a su vez a una empresa.
“Con ella me iba bien, pero desafortunadamente no alcanzaba y tuve que
empezar a agarrar trabajitos de maquila aquí y allá para completar”.
Entonces Rocío seguía viviendo con el papá de sus dos primeros hijos, pero
que no aportaba a los gastos de la familia. Con los años Rocío se separó y
sostiene a su familia de la maquila.



Cuando se maquila en casa de alguna forma se lleva la “fábrica” al hogar y
la fábrica devora las dinámicas cotidianas de una familia: el espacio
doméstico se ajusta a las necesidades de la maquila y la sala o la cochera o
el comedor dejan de serlo para convertirse en un pequeño taller; y los días
de descanso dejan de serlo para convertirse en jornadas laborales; y los
hijos o hijas se suman a la red laboral, ya sea empacando o deshilachando,
en vísperas de la entrega. “Hay hogares cuya vida cotidiana se define por la
lógica de la producción empresarial dependiente; por el otro, las
estructuras sociales hogareñas son puestas al servicio de la producción,
aprovechando sus infraestructuras locales y relaciones sociales específicas.
El hogar y el trabajo asalariado aquí se posibilitan y se penetran
mutuamente”, escribió Lisa Carstensen en su estudio “La maquila clandestina:
el trabajo a domicilio informal en la industria textil y del vestido en
Puebla, México”. Lisa es doctora en filosofía y miembro del Instituto de
Investigaciones sobre Migración y Estudios Interculturales de la Universidad
de Osnabrück.



Verónica Migs maquiló en casa hasta hace 4 años. Los límites entre la casa y
la fábrica se diluían constantemente:  “Como tengo aquí el taller en casa me
cuesta mucho trabajo separar las cosas: paso de lavar uniformes, hacerles de
comer, no me dedico de lleno a una cosa porque la casa es muy absorbente”,
dice matizando la reivindicación de la maquila a domicilio como forma de
conciliar el trabajo y los cuidados. “Cuando tenía fechas de entrega ponía
el plato de comida en la mesa de la máquina y comía mientras cosía; adaptaba
una camita a las niñas junto a la máquina y mientras un pie pisaba la
máquina, el otro mecía la mecedora de la bebé. Cuando las niñas se
enfermaban no podía dedicarme ni 100 por ciento a ellas, ni 100 por ciento a
la máquina, es muy frustrante no poder cumplir ni con una ni con otra cosa”.



Rocío lo vive así: “Un día de mi vida pues es trabajar: cuando hay trabajo,
trabajar; y cuando no, es dedicarle el tiempo a la casa para que cuando haya
trabajo la casa no necesite tanto de mí. Cuando hay maquila es sentarte a
trabajar el mayor tiempo y a la casa apenas lo más indispensable. Cuando hay
maquila es levantarme temprano, a las 5 am, preparar a mis hijos,
encaminarlos a la parada, meterme a bañar y sentarme a trabajar, ir por lo
que se necesite de la comida, hacerla, yo por lo regular preparo lo que va a
ocupar para hacer de comer y dos horas antes me paro de la máquina para
prepararle la comida y mientras está la comida sentarme a seguir avanzando
en el trabajo, llega mi hijo, comemos y sentarse otra vez a trabajar hasta
la hora de la cena y seguir trabajando”.



Los espacios informales -y precarios-, dice  Lisa Carstensen, son espacios
en donde, además del trabajo para mujeres con hijos o excluidas de otros
espacios laborales, cabe el trabajo infantil porque no hay control legal y
hay la necesidad de sumar al ingreso familiar para completar los gastos de
la vida diaria. La maquila a domicilio se sustenta en la infraestructura de
los hogares, que no sólo son los espacios y servicios que hay en él, sino
también todas las personas que ahí habitan y que “ayudan” sin recibir un
pago, considerando su trabajo como una contribución al ingreso familiar.



“Tengo a cargo a 2 niños uno va a pasar a la preparatoria y el otro a
secundaria de este trabajo me mantengo y cubro parte de los gastos para mis
hijos ya que con una pensión muy raquítica no puedo cubrir dichos gastos,
trabajo día y noche de domingo a lunes y no tengo día de descanso trabajo
sola y mis hijos me ayudan con el trabajo, a deshilachar, a empacar, a
recoger. No tengo otro ingreso económico y esto me da la oportunidad de
estar al pendiente de ellos”, respondió en Facebook Maryan Palacios.



Rocío acaba de parir a su hijo; de un lado de su cama está la cuna, del otro
la máquina de coser. “Antes de dormir la máquina es lo último que veo; al
despertar es lo primero que veo. Mi vida es estar sentada todo el día frente
a ella”.



En esa explotación cotidiana, Rocío trata de cuidarse la vista, la cintura,
el cuello, la sangre, sus riñones. Hace estiramientos, toma agua
constantemente para evitar más daños a su cuerpo. “Mi cuerpo es lo que me
sirve para trabajar y tengo que cuidarlo, tengo que durar mucho porque
todavía me falta crecer a mis hijos chiquitos”.



Písale, písale, al pedal



Sonia Juárez tiene 52 años y 30 de ellos se ha dedicado a la maquila en
casa. Sonia tenía 22 años y un bebé en brazos cuando comenzó en este oficio.
“Entré aquí por necesidad, porque no estudié. Soy madre soltera de seis
hijos y cuando tuve al primero no me quedó opción”. Comenzó en un taller de
40 trabajadores que maquilaba playeras de la marca amarras, su trabajo era
deshebrar y cortar los hilos. Tenía un sueldo fijo y prestaciones. Con el
tiempo aprendió a manejar las máquinas industriales. Cuando tuvo a su
segunda hija no pudo continuar en el taller, compró una máquina casera y
comenzó a maquilar en casa.



Actualmente maquila ropa de bebé que se venderá en tiendas departamentales
de la Ciudad de México; en época de frío cose mamelucos de polar con gorro;
en otras temporadas cose mamelucos de algodón o cangureras para cargar
bebés. Ella recibe la tela ya recortada en moldes y los une. Su trabajo
aporta velocidad a la producción de la industria, se maquila en casa para
reducir tiempos y costos, a través de la distribución de tareas simples y
fragmentadas.  Invierno -noviembre a enero- es la mejor temporada laboral
para Sonia, trabaja toda la semana y tiene un ingreso promedio de 1,500
pesos; en época de calor trabaja tres días a la semana y tiene un ingreso
promedio de 800 pesos.



A diferencia del contrato formal por parte de una empresa que estipula de
antemano el tiempo y remuneración por el trabajo, el cual se paga aun cuando
el volumen del trabajo no lo requiere; en el caso de la subcontratación de
la maquila en casa sólo se usa la mano de obra cuando es necesaria, y cuando
es necesaria porque hay demasiado trabajo hay que trabajar horas extras.
“Esto significa para un empleador o una empleadora que en tiempos de bajo
volumen de producción no tiene responsabilidad por los empleados y las
empleadas, mientras que para éstos significa no poder pedir cuentas a nadie
cuando se suspendan los ingresos”, escribió Lisa Carstensen en su estudio.
Sonia sabe que si no reacciona a los ritmos y tiempos del contratante puede
perder un próximo encargo de él, por lo que está dispuesta a estirar los
límites de su vida cotidiana para responder a las necesidades de la maquila,
aun con la precarización de su propia vida. “Los contratantes no le pierden
porque nosotras trabajamos para entregar el trabajo a tiempo, no importa si
está enfermo un hijo o nosotras o si no tenemos luz,  si no, no nos vuelven
a contratar”.



“Hola yo maquilo en casa y es buen trabajo ganas algo para apoyar en casa y
comprarnos nuestros gustos además de que en mi caso tengo hijos y puedo
manejar mi tiempo a mi gusto: los cuido, los llevo a la escuela como con
ellos y cualquier problema que tengan estoy ahí siendo que en muchos
trabajos no lo podría hacer y así trabajo el demás tiempo que tengo. Lo
único malo es que muchos trabajos solo son de temporada en mi caso. O si
consigo otro tipo donde trabajo todo el año pero la verdad está muy mal
pagado. Quieren mucha calidad, poco tiempo de entrega y mal pagado “,
respondió en el muro de Facebook Any Hernández.



“Sí hay muchas ventajas por qué puedes trabajar en casa y estar al pendiente
de tus hijos, la desventaja es que dan poco trabajo para casa y a veces no
hay”, escribió Sandra Lorenzo.



Sonia vive en la casa del Infonavit que pagó con su ex pareja. Viven también
dos de sus hijas, madres solteras de dos niños pequeños a quienes Sonia
ayuda a cuidar. La máquina está en su recámara porque el ruido y el polvo
altera y daña la salud de sus nietos.



Su sueño es trabajar por su cuenta haciendo ropa de bebé. Está trabajando
para ello, ya tiene una máquina over y una recta; está ahorrando para
comprarse la collaret. “Con esas tres máquinas ya tendría mi tallercito”.



A ese sueño había llegado Carmen Segura, quien después de trabajar muchos
años maquilando para terceros, logró armar un pequeño taller en la sala de
su casa. Pero fue desalojada y tuvo que buscar otro lugar donde vivir. En el
nuevo domicilio comienza de nuevo. Volvió a buscar maquila, a coser para
otros, a ganar 8 pesos por una falda simple o 15 pesos por una falda de
uniforme con pastelón y bolsitas que tarda 30 minutos en coser. “Me muero
por ese precio, pero necesito ese dinero”, dice con algo de resignación.
Poco a poco sus vecinos saben que la mujer de la casa con el número 1365
cose, le llevan composturas que le pagan mejor que la maquila, cobra 40
pesos por poner un cierre que se tarda 20 minutos. Poco a poco, como lo hizo
en otro tiempo, espera que comiencen a comprarle también sus diseños de
vestidos de noche. “Un vestido de noche lo hago de calidad, con buenas
costuras que moldean su cuerpo, no se les rompe el vestido a la hora del
baile”, dos semanas de trabajo por 1,800, 2,000 pesos.



Carmen  iba en la preparatoria cuando unas amigas le enseñaron a coser en su
taller. Con el tiempo Carmen se casó, tuvo hijos y se separó. Haber
aprendido a usar la máquina años antes le permitió sostenerse y ser
independiente económicamente para tomar la decisión de separarse. Pidió
trabajo en un taller, en otro y en otro; agarró experiencia. “La mejor
escuela es el hambre porque te hace pulirte para ser la mejor”, dice
orgullosa. Era la década de los 90 y el pago por el trabajo aún si no era
justo, sí suficiente para vivir.  “Una maquila en casa tardaba 2, 3 semanas,
122 juegos de pants y me pagaban de 4,000, 4,500 pesos. Para mí era bueno.
Pero luego entró el producto chino y la situación cambió”. Era el inicio del
siglo XXI, la desaceleración de la economía estadounidense y la eliminación
de derechos de importación a países como China y Japón posibilitaron el
éxodo de la inversión de México a países como China.



“La situación cambió”, dice Carmen. “Luego todo cambió”, dice Inés Cortés,
de 58 años, quien también maquila todos los días en casa.  Inés nació en una
familia de 10 hijos y estudió hasta quinto de primaria. Su papá hacía
carbón, leña y madera cuando aún era joven y vivían en una comunidad rural;
cuando creció se fue a vivir a Tehuacán y se hizo albañil; su mamá siempre
trabajó en la casa.



Cuando llegó la maquila china, Carmen decidió dejar los talleres de terceros
y trabajar para sí misma, en casa, con su hijo de 8 años y su hija que
apenas caminaba. Comenzó haciendo uniformes escolares y con el tiempo diseñó
sus primeros vestidos de noche, de graduación, de bodas.  Inés, por su
parte, trabajaba en la fábrica con dos hermanas, para mantener a sus 5
hijos. “Antes hace muchos años la fábrica era bien, nos trataban bien, yo
era manual y sacaba mi tarea y salía temprano; luego todo cambió, el pago
bajó cuando llegaron los chinos, ya nos pedían el doble de tarea y ya no se
pudo, nos empezaban a hacer feo, porque no hacía lo que el gerente quería
que hiciéramos, que era trabajar más y me salí de la maquiladora y me
dediqué al deshebrado en casa”.



Ella deshebra los pantalones de mezclilla que están terminados. “Le quitamos
los hilos que les sobran, que les cuelgan. Es un trabajo cansado, uno
termina ya en la noche cansado, con el estar levantando los bultos pesados.
No me he animado a negociar el precio porque temo perder mi trabajo.
Desconozco lo que cuesta un pantalón de esos”. Un pantalón de esos cuesta
entre 300 y 400 pesos.



A diferencia de las otras mujeres entrevistadas para este reportaje, que
producen ropas de marcas locales, Inés maquila pantalones Mossimo que se
venden en tiendas departamentales como Liverpool. También a diferencia de
las otras mujeres, Inés es parte intermedia de una cadena en donde ella es
subcontratada para hacer el trabajo y a su vez ella subcontrata a otros para
realizar su tarea.



“El pantalón me lo trae la maquiladora MC, me trae unos 1,000, 1,500
pantalones cada día. Yo deshebro unos y los otros los reparto, unas personas
vienen por ellos, otros los mando a su casa. Se los mando a las 7 de la
mañana y a las 8 de la noche me los traen. Yo los empaqueto todos y luego
viene por ellos la gente de la maquila MC. Por cada pantalón deshebrado me
pagan 80 centavos y tardo como unos 5 minutos; por este trabajo de recibir y
repartir la empresa no me paga”. Lo que hace Inés es pagarles 70 centavos
por cada pantalón y ella quedarse con esos 10 centavos de ganancia.



Los salarios de quienes trabajan en la industria textil son precarios, pero
son aún más precarios para las mujeres. Según la ENOE, mientras en el primer
trimestre de 2021, el 31% de los hombres que trabajan en esto recibía hasta
un salario mínimo, el 52% de las mujeres recibía eso. Del mismo modo,
mientras el 0.93% de los hombres recibía más de cinco salarios mínimos, sólo
el 0.012% de las mujeres recibía lo mismo. Al salario del trabajo de maquila
en casa lo define el destajo: se paga conforme se trabaja; se acuerda con el
contratante, quien a veces es el fabricante directo, otras veces un
intermediario (conocido también como coyote). En la dinámica, la persona que
maquila produce una primera muestra para calcular tiempo, dificultad y
calidad de la mano de obra. En caso de que haya un error, ese error lo paga
quien maquila. Por lo que al sueldo habría que restarle esta merma, la
compostura y mantenimiento de la máquina,  la luz y los hilos.



Carmen trabaja desde las 7 de la mañana a las 10 de la noche; en días de
entrega hasta la 1 de la madrugada “o a veces ni duermo”. En ese lapso hay
que hacer la comida, atender la casa; o, como Rocío, checar que los
muchachos hagan su tarea. “Hay veces que por el trabajo no da tiempo ni de
hacer el quehacer de la casa”.  Rocío calcula que por un trabajo que le
lleva 4 días recibe 600 pesos. La maquila en casa no sólo se trata de la
subcontratación de mano de obra, sino que también implica la externalización
de riesgos y costos hacia las obreras y obreros. Son ellas quienes deben
costear, disponer y mantener de un espacio  y herramientas de trabajo.



“Yo tenía mucha disciplina, horarios, comida, el único día que yo descansaba
era el 10 de mayo, ese día brincaba y les decía a mis hijos no hago
quehacer, no hago comida, no coso, no atiendo nada. Era el único dia que me
festejaba… ese día me iba al festival de mi hija, de mi hijo y para ellos
trabaja, para eso trabajaba”. Para que sus hijos no tuvieran los zapatos
rotos, ni el uniforme despintando. Trabajaba de lunes a domingo, mes tras
mes, hasta que su pequeño taller personal se convirtió en un taller donde
trabajaban otras tres mujeres, y su hija que apenas caminaba creció y se
hizo adolescente y ella, Carmen, pasó de los 30 a los 40 años. Carmen cosía
día y noche en la sala de su casa. Sus hijos le bromeaban ¿dónde estás?
Porque no la veían entre los montones de tela y de hilos y de retazos.



Carlos Marx escribió que el trabajo es tan enajenante, que el único momento
en que los trabajadores vuelven a ser personas es cuando salen de la fábrica
y vuelven a casa a realizar las actividades humanas, comer, reproducirse y
realizar sus necesidades biológicas. Volver a casa es el único momento en
que el trabajador es humano. ¿Qué pasa con esta posibilidad cuando la
fábrica ha invadido por completo la casa? ¿Cuándo casa y fábrica son la
misma cosa? ¿Qué estrategias inventan las mujeres maquiladoras para no
perderse entre montones de tela, de hilos, de entregas pendientes?



“El domingo la única diferencia era que tenía mi botella de tequila a un
lado del pedal, eran las 8 de la noche y no sé cómo cosía pero cosía bien,
era lo único que hacía diferente mi diario a los días de descanso, tener la
botella era una forma de hacer mi día más relajado”, dice Carmen.



“Yo trabajo todos los días y para sentir que no es trabajo pongo mi música,
me gusta la música de antes como la clásica, las cumbias y cuando puedo me
voy a la cocina a comer para sentir que no estoy en el trabajo, como
despacito y bien sabroso, porque cuando estoy en la entrega no me da ni
tiempo de ir, como en la mesa de trabajo del taller, unos frijolitos,
sopita, arroz, tortillas”. Una mujer cuerpo, una mujer máquina, una mujer
maquila. Una vida maquila en donde el gesto de beber tequila o escuchar
música mientras se sigue cosiendo, se sigue pisando el pedal, es lo que hace
la diferencia, al menos emocionalmente.



Con el cambio de casa, Carmen volvió a ser una desconocida y tuvo que dejar
los diseños propios de vestidos de noche y volver a la maquila. Varias
mujeres entrevistadas habían logrado dar el salto para convertirse en
microempresarias costureras, pero en un escenario endeble que las hacía
volver a la maquila ante las emergencias, como el cambio de casa, la
separación del marido, el nacimiento de otro hijo o la pandemia.



“Yo  maquilo porque la verdad no me quedó de otra durante la pandemia. Yo
elaboraba vestuarios para bailables en las escuelas pero por cuestiones de
pandemia mi esposo se quedó sin trabajo y  no me quedó de otra más que
buscar maquila ya somos personas de 50 años pero nos ha ido más o menos”,
respondió María del Carmen García en el muro del Facebook.



La maquila a domicilio tiene implícita la flexibilidad del horario laboral,
que es considerada una ventaja porque al estar la fábrica en el espacio de
vida cotidiana se puede trabajar en días y horas poco comunes como los
domingos o las 3 de la madrugada. Lisa Carstensen plantea que la maquila en
casa exige mecanismos de autodisciplina y es la misma trabajadora quien se
impone los ritmos y horarios extendidos del trabajo.



Carmen tiene una hermana que también aprendió a coser cuando eran
estudiantes de preparatoria. Su hermana  Josefa trabaja en una fábrica
textil, tiene seguro, tiene pensión. Carmen no tiene pensión ni seguro. Cada
una está conforme con el espacio de trabajo que tiene. “Yo no tengo pensión,
por eso me cuido, mis ojitos, mi presión, mi circulación porque estoy mucho
tiempo sentada, tomo mucha agua para estar sana. Yo me moriré haciendo lo
que me gusta y la herencia de mis hijos será vender todo el taller. Ahora
que no tengo que cuidarlos, me cuido yo todo el tiempo, el mejor regalo que
les podemos dar es una mamá sana, un trabajo sano”. Como Carmen, el 67% de
las mujeres que trabajan en la industria textil no tiene prestaciones
laborales, frente al 39 % de los hombres que no cuentan con ese derecho
laboral, según datos del INEGI. Doli Ortiz Lazcano considera que las mujeres
en las fábricas también se exponen a condiciones laborales muy difíciles,
“si ellas fueran a la fábrica, ¿cómo podrían sustentar la vida?”.



Ahora que no tiene hijos que dependan de ella, Carmen trabaja para darse un
poco de gusto, salir a caminar, ir a mirar telas, escoger material.  Aún
recuerda con gusto el día que hace 20 años compró su primer metro de madera.
“Soy mi jefa, soy mi dueña, me frustro tomar maquila otra vez pero puedo
empezar de nuevo: yo nomás písale al pedal y métele duro, písale písale
písale…”.



De la maquila al taller propio



En la entrada de la casa de Verónica hay un pequeño taller de costura con
dos maniquíes que portan un vestido de fiesta para una niña de 3 años y un
vestido de noche, con encaje en el pecho y una larga abertura en las
piernas. Verónica le ajusta con alfileres la tela para hacer los últimos
ajustes. Quiere exhibirlos en su página de facebook como una muestra de su
trabajo.



Verónica comenzó en la maquila cuando tenía 15 años con unos vecinos que le
invitaron a trabajar en su taller familiar porque había tenido clases de
costura en la secundaria. Es común que las mujeres menores de edad trabajen
en la maquila en casa porque no están reguladas legalmente, y ellas acceden
porque necesitan el dinero y no es fácil que les den trabajo en otro lado.



Eran seis mujeres y dos hombres, duró poco tiempo, se fue desanimada por el
maltrato de sus empleadores. Años después se juntó y tuvo dos hijas, pero se
separó por violencia psicológica por parte del padre de ellas. Buscó trabajo
en algunos lugares, hizo cuentas: el costo de la guardería absorbía una gran
parte de su salario, descartó esa opción y consideró lo que había aprendido
años atrás en su adolescencia. Comenzó con la maquila en casa como casi
todas: con sus hijas a un lado y una máquina rectaen casa. Al poco tiempo le
regalaron una over y una recta, ambas industriales y viejitas.



Maquilar es un trabajo muy precario, paga poco y exige jornadas extenuantes.
Vero quiso ir más allá y  dos meses antes de la pandemia intentó sus propios
diseños, algunos vestidos sencillos para niñas, disfraces. Además de las
clases de costura en la secundaria, había trabajado como asistente de una
modista de quien aprendió el oficio.  Con el tiempo ha perfeccionado su
estilo y ahora ofrece vestidos de noche para bodas, graduaciones.



“La transición de la maquila a mi boutique fue muy larga, porque sólo cosía
lo que medio le sabía, un día  entré a trabajar con una modista y aprendí
ahí a hacer los terminados, me metí a estudiar, aprendí a sacar moldes y asi
empecé a trabjar en hechuras”. Otras mujeres comparten ese sueño:



“Mi sueño es estudiar diseño de modas. Trabajo duro para eso, el no poder
descansar no lo tomo como que no puedo descansar, lo tomo como un reto para
lograr mi sueño; no quiero maquilar toda mi vida porque no eres nadie,
porque es muy cansado, se daña la cintura, la espalda”, escribió Maryan
Palacios en Facebook.



“Hola yo te voy a hablar desde dos puntos de vista, hace años empecé
maquilando en casa, efectivamente ayuda el hecho de no desatender los hijos,
comida, lavar, las labores propias del hogar. Pero me di cuenta que
descuidaba mi trabajo y reducía mis horas laborables solo a la tarde-noche.
Obviamente cansada del día, no rendía lo suficiente para avanzar en mi
maquila y me atrasaba en la entrega casi siempre, de igual manera me
parecían precios bajos. Al paso del tiempo y con experiencia decidí probar
con la fabricación de uniforme escolar. Es iniciar, invertir en hacer
muestrario para ofertar tu producto diseñando nuevos modelos, patrones,
telas etc. Y bueno tocar puertas y enfrentarte a una competencia encarnizada
con otros compañeros, proveedores que bajan los precios para dar pelea.
Siempre he tratado de dar precios justos, pero, en verdad se invierte mucho
desde recurso económico, tiempo horas hombre en dar vueltas para repartir y
recoger maquila, revisado, empacado entregas al cliente. Entendí desde ese
entonces el porqué de los precios bajos en algunas maquilas, y también
entendí el porqué cuando das trabajo en casa nos atrasan las entregas, y/o
tenemos que recoger sin terminar o incluso sin tocar nuestra maquila.



El trabajo de Verónica, como el de otras mujeres que ofrecen su trabajo en
los grupos de Facebook, se escapa de la definición de maquila y se convierte
en una micro-empresa que compite con la ropa importada o producida a grande
escala a nivel nacional, para quienes otras mujeres maquilan. No entran
tampoco en el concepto de trabajo a domicilio porque no producen en relación
a una maquila, sino a su propio taller.



¿Qué hizo posible que Verónica pudiera transitar de maquilar a tener su
propia boutique? Ella lo atribuye al gusto por la costura, a sus
conocimientos básicos durante la secundaria y a la necesidad y deseo de
darle una mejor vida a sus hijos. “Mucho de lo que me aventé a hacer fue por
la necesidad, más que nada”.





Silvia Federicci ha planteado cómo el cuerpo de las mujeres está
invisibilizado en los trabajos de producción y reproducción. La maquila en
casa opera además con el aislamiento de las mujeres y la imposibilidad de
conocerse, organizarse. En este trabajo la solidaridad entre costureras es
indispensable. Sonia recuerda una vez que trabajó en un taller y no les
pagaron, en respuesta se organizaron, alguna compañera compró máquinas y se
fueron a trabajar con ella.  “Entre mujeres nos decimos te entiendo, te
comprendo, te ayudo, te apoyo, entre las costureras”.



La feminista inglesa Helen Hester analizó cómo la llegada de los
electrodomésticos cambió la vida de las mujeres, particular atención puso en
la lavadora: antes de ella, las mujeres lavaban en espacios públicos donde
conversaban, compartían, se organizaban. La lavadora las devolvió al hogar,
las aisló porque en el juntarte con otras personas, en la presencia, nace la
posibilidad de organización. Vero sabe de esto, a diferencia de la fábrica,
la maquila en casa incomunica. “Mi vecina hace maquila, nos ayudamos entre
ambas, nos pasamos la máquina, entre nosotras hay apoyo. En lo personal no
tengo muchos contactos de mujeres más que mis mismas clientas, pero mujeres
que trabajen la máquina no conozco muchas, es difícil organizarnos cuando
estamos aisladas en casa”.



Inés Cortés, quien comenzó en una fábrica y la dejó para deshebrar
pantalones en casa, una de las cosas que más extraña de la fábrica es no
tener compañeras ni amigas con quienes platicar.  “De la maquila en casa el
que yo manejo mis tiempos, mis horarios, siento que tengo más libertad que
en la fábrica; lo que no me gusta es que pagan poco y que no tenemos seguro
y que no tengo amigas porque en la fábrica sí había otras compañeras con
quienes platicar, con quienes ayudarnos, pasabamos de ser compañeras a ser
amigas, eso sí lo extraño porque acá está una encerrada en casa, nomás
hablando con la máquina”.



Vero quiere convertir su taller en un espacio que reciba a mujeres que
sufren violencia, como la sufrió ella con su ex pareja.



“Mi sueño es poner mi boutique donde trabajen otras mujeres como yo. Me
gustaría ayudar a chavas que estén en situación de violencia, que tengan a
sus niños, tener como un lugar para enseñarles, poner una maquila donde
ellas puedan estar trabajando y que ahí puedan estar sus hijos, verlos,
echarles ojo y complementar con una apoyo psicológico …. algo así. Yo tuve
violencia psicológica, gracias a dios sabía coser para poder estar con mis
hijas, hay chicas que no lo tienen y están atadas de manos para estar con
sus hijos”.



Vero persevera con su sueño. Va lento, porque no alcanza a producir el stock
suficiente para poner a la venta las prendas, le falta darse a conocer para
que mujeres que sufran violencia se acerquen a solicitar el trabajo. Pero
avanza constante. Está construyendo un cuartito para ofrecer a las mujeres
que necesiten el espacio y el trabajo. Está ilusionada, lo hace por otras,
por sus hijas y por ella misma.



* Daniela Rea, reportera. Autora del libro “Nadie les pidió perdón”; y
coautora del libro La Tropa. Por qué mata un soldado”. Dirigió el documental
“No sucumbió la eternidad”. Escribe sobre el impacto social de la violencia
y los cuidados. Quería ser marinera.

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