Análisis/ "La situación mundial es la de una nueva guerra fría"- [Gilbert Achcar - Entrevista]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Mar 3 14:32:28 UYT 2023


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Correspondencia de Prensa

3 de marzo 2023

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Análisis



Entrevista a Gilbert Achcar



La situación mundial es la de una nueva guerra fría”



Thierry Labica

l¨Anticapitaliste, febrero 2023

https://lanticapitaliste.org/

Traducción de Faustino Eguberri – Viento Sur

https://vientosur.info/



Entrevista realizada con motivo de la publicación de su nuevo libro “The New
Cold War: The United States, Russia, and China from Kosovo to Ukraine” (“La
Nueva Guerra Fría: Estados Unidos, Rusia y China, de Kosovo a Ucrania”),
publicada el 14 de febrero por Westbourne Press en Grande-Bretagne, y que se
publicará el 4 de abril en Haymarket en los EEUU.



-Una primera pregunta se refiere a cómo  periodizas la situación
internacional para lo que das una segunda vida a la expresión “guerra fría”.
Se supone que esta terminó alrededor de 1990. Entonces, ¿dónde hay que
colocar y cómo caracterizar este resurgimiento, en tu opinión?



El libro que publico este año retoma en parte, bajo el mismo título, el que
publiqué en 1999. El subtítulo cambia, por supuesto, pero el título
principal (“La Nueva Guerra Fría”) sigue siendo el mismo. El libro de 1999
tenía como subtítulo “El mundo después de Kosovo” y el que sale ahora tiene
como subtítulo “Estados Unidos, Rusia y China, de Kosovo a Ucrania”. La
respuesta a esta pregunta se sitúa en el intervalo entre estos dos libros,
de alguna manera; hubo una transición a una nueva “guerra fría” en la década
de 1990. La antigua terminó con el fin de la Unión Soviética. Había
determinado un cierto tipo de relaciones internacionales y había conocido,
en sus últimas décadas, una alianza China-Estados Unidos contra la URSS,
desde el giro operado por Washington sobre la cuestión china bajo
Nixon-Kissinger. El colapso de la URSS cambió muchas cosas con el
surgimiento de una Rusia post-soviética muy debilitada y la posibilidad de
una nueva relación entre Pekín y Moscú.



La década de 1990 fue un periodo de transición. Como cualquier gran punto de
inflexión histórico, conoció varias posibilidades que, sin embargo,
dependían de una decisión central, la del país que se vivía como si
estuviera atravesando un “momento unipolar” según la expresión de la época.
Muy buena fórmula por lo demás, porque señaló tanto la supremacía de Estados
Unidos como un momento histórico transitorio (¡y no el “fin de la
historia”!). Durante la década de 1990, fue la administración Clinton la que
se vio confrontada a este mundo de la posguerra fría y las decisiones que
tuvo que tomar no eran sencillas, con verdaderos debates y verdaderos
desacuerdos dentro del establishment estadounidense sobre la actitud hacia
Rusia y, en particular, sobre lo que se debía hacer con la OTAN, el
principal punto de discordia en este contexto.



Esta administración acabó tomando las decisiones no sólo del mantenimiento
de la OTAN, a pesar de la disolución de la Unión Soviética y del Pacto de
Varsovia, sino también de una mutación de la Alianza en un sentido
intervencionista (en los Balcanes, Afganistán, etc.), así como, sobre todo,
de la ampliación de la OTAN al Este, invadiendo lo que era la esfera de
dominación soviética, incluso repúblicas de la ex-URSS: los Estados
bálticos, en primer lugar, con la perspectiva de Ucrania y Georgia. Estas
decisiones envenenaron considerablemente las relaciones con Rusia, donde
determinaron la tensión nacionalista que, combinada con la situación
económica del tipo Alemania de Weimar que conoció Rusia en la década de
1990, produjo a Vladimir Putin. Después de ser cooptado por Yeltsin en 1999,
Putin se convirtió en presidente en 2000. Representa el resultado de esta
fase de transición durante la cual los Estados Unidos se enfrentaron con
Rusia y, paralelamente, con China. Porque fue la misma administración
Clinton la que se embarcó en una pelea con China, dando lugar a la tensión
más fuerte con Pekín desde la década de 1950. Así es como estos dos países,
Rusia y China, serán empujados naturalmente a colaborar, en particular con
la venta masiva de armamento, incluido armamento sofisticado, de Rusia a
China.



Así pues, se dieron los ingredientes que, con la guerra de Kosovo, liderada
por la OTAN, eludiendo a la ONU, en contra de la opinión de Pekín y Moscú,
han convertido la situación mundial en una nueva guerra fría.



-Muchos hablan, en efecto, de una “guerra fría” más específicamente entre
Estados Unidos y China en los últimos años. Pensamos en el reciente episodio
de tensiones en torno a Taiwán, en la guerra comercial, un poco antes,
durante el mandato de Trump y, antes de eso, en la política de Obama con su
lema “pivote hacia Asia” y la visualización de un endurecimiento hacia las
nuevas ambiciones chinas en toda la región de Asia del Sur y más allá. Más
allá del punto de inflexión del que hablas, en la década de 1990 parece que
hubo más inflexiones en la actitud de Estados Unidos hacia China, lo que se
tradujo en una “guerra fría” propiamente americana-china. ¿Crees que es así?
Y si es así, ¿cómo sitúas esta evolución en particular?



El caso de Taiwán volvió a un primer plano en la década de 1990. Cuando,
bajo Nixon, Estados Unidos reconoció la China popular, confirmó su adhesión
al principio de la “China única” (One China policy), también defendido por
el gobierno de  Kuomintang en Taiwán. Así es como el reconocimiento de Pekín
por parte de Washington se acompañó de la salida de Taiwán de las Naciones
Unidas, con el asentimiento estadounidense. Por lo tanto, Estados Unidos
mantuvo relaciones con Taiwán sin complicaciones importantes, mientras el
Kuomintang  estaba al mando de la isla. Las cosas cambiaron con la llegada
al poder de los independentistas taiwaneses, que coincide con el momento en
que China emprendió su despegue económico en la década de 1990. Ya no era la
China débil de la década de 1970 o incluso 1980. Estados Unidos comenzará a
ver a China cada vez más como un principal rival potencial después de la
desaparición de la Unión Soviética y el agotamiento de Rusia. Ven, o más
bien quieren ver, en el ascenso económico de China el aumento de un peligro
porque se trata de justificar el mantenimiento de las relaciones de tutela
que tienen con sus aliados europeos y japoneses y otros aliados asiáticos,
incluida Corea del Sur. Washington presenta a Rusia y China, en la década de
1990, como riesgos para el sistema occidental, empujando a estos dos países
a colaborar entre sí. Así es como se crean las condiciones para una nueva
“guerra fría”.



El momento clave aquí, un poco como en 1949 en el caso de la primera “guerra
fría”, es la guerra de Kosovo, que marca un cambio brusco. Hasta entonces,
todavía estábamos en el discurso del “nuevo orden mundial” de Bush padre, un
“nuevo orden mundial” que se basaría en las reglas del derecho
internacional, según su promesa. Pero ahora Estados Unidos se lanza (con la
OTAN esta vez, lo que empeora las cosas) a la guerra de Kosovo ignorando al
Consejo de Seguridad, lo que tiene el efecto de irritar y preocupar
considerablemente tanto a los rusos como a los chinos.



Por lo tanto, este brusco cambio inaugura una situación de “guerra fría” en
el sentido de que, por parte de Estados Unidos,  se constata muy claramente
el mantenimiento de un nivel muy alto de gasto militar (conforme a la
principal característica de la “guerra fría”, que era el alto nivel de gasto
militar de Estados Unidos, contrastando enormemente con lo que había sido la
norma para el período anterior a la segunda guerra mundial). Ante esto,
Rusia decide hacer valer su tecnología militar, el único sector industrial
legado por la Unión Soviética que aún se mantiene en condiciones de
eficacia. China, por otro lado, se embarcará en un programa de armamento
gradualmente expansivo. Ella sabe que primero necesita construirse
económicamente. Por lo tanto, adoptará durante muchos años una actitud
bastante conciliadora, firme pero no agresiva, en nombre de lo que se ha
llamado en Pekín el “desarrollo pacífico”. China necesitaba recurrir a las
inversiones estadounidenses y occidentales, mientras construía su fuerza
militar sin ostentación. En cuanto a Rusia, gracias a la subida de los
precios del petróleo, podrá invertir masivamente en su sector militar, que
también constituye su principal industria de exportación de productos
manufacturados sofisticados.



Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, ante la ofensiva vengativa
llevada a cabo por Estados Unidos y respaldada por una opinión pública
radicalizada, los dos países, China y Rusia, se retiran frente a Washington.
Dejan pasar la tormenta. Pero las cosas cambian pronto con la ocupación de
Irak en 2003, el segundo momento clave del deterioro de las relaciones
internacionales. Es la segunda empresa militar dirigida por Estados Unidos
violando la legalidad internacional y eludiendo el Consejo de Seguridad, ya
que se hace en contra de la voluntad de Moscú y Pekín, pero también, en este
caso, de París y Berlín.



Rusia se traga a regañadientes la píldora amarga de la adhesión de los
Estados bálticos a la OTAN en 2004, pero designa a Georgia y Ucrania como
una línea roja. A partir del momento en que la administración Bush hijo
muestra su determinación de integrar Georgia y Ucrania las cosas se
envenenarán por completo. Las incursiones militares rusas en Georgia en
2008, luego en Ucrania en 2014, están en línea con lo que nos lleva a la
situación actual.



-Estas explicaciones son una buena oportunidad para que nos des tu opinión
sobre una cuestión recurrente hoy: ahora hay un debate bastante palpitante
sobre la caracterización de China que, según algunos, también se habría
convertido en una potencia imperialista de pleno derecho. ¿Qué opinas?



Me parece bastante claro que la caracterización del sistema chino como
capitalismo burocrático tiene sentido. Por otro lado, soy más cauteloso con
la caracterización de China como “imperialista”. Creo que esta es una
cuestión mucho más compleja que supondría un análisis fino de la naturaleza
de las inversiones de China en el extranjero y su finalidad. Porque está
lejos de estar claro que China obtenga grandes beneficios de lo que está
haciendo a este nivel, en particular con el programa de “nuevas rutas de la
seda”. Este programa en concreto le ha costado a China mucho más de lo que
le ha dado. Por lo tanto, soy más reservado sobre la caracterización de
China como “imperialista”, que también supondría que se trataran sus
relaciones económicas con África, por ejemplo, como lo haríamos con las
relaciones económicas de Francia o Estados Unidos. No estoy seguro de que
esto sea correcto y que si un gobierno revolucionario viera la luz en
África, debería adoptar la misma actitud hacia todas estas potencias.



Así que en esto, por el momento, soy reservado. Hay una cierta diferencia
entre caracterizar a un país como capitalista y caracterizarlo como
imperialista, que supondría, según la definición clásica, que el Estado
chino está dominado por el gran capital y se embarca en la batalla mundial
por la apropiación del mundo. Sin embargo, me parece que el capitalismo
burocrático chino no corresponde a tal descripción. Hay una situación
específica con una burocracia de tipo estalinista en el origen, que domina
el estado y la economía. El principal resorte del poder se encuentra en este
singular ensamblaje burocrático. Además, China es un estado que emerge del
sur global y que, desde el punto de vista del PIB per cápita, se queda muy
por detrás de los países occidentales. Por estas diversas razones, ponerlo
en la categoría de países imperialistas me parece mucho más cuestionable.



En el caso de Rusia, por otro lado, no dudo con el calificativo de
imperialista. El régimen de Putin ha evolucionado en un camino que incluso
se puede llamar neofascista, en el sentido de que encontramos ciertos rasgos
ideológicos y políticos del fascismo, combinados con una apariencia de
democracia y sanción periódica por el sufragio universal, lo que es
característico del neofascismo hoy en día. El estado ruso está dominado por
grandes grupos monopolísticos como Gazprom, en los que el límite entre
privado y público es muy poroso, y cuya relación con el resto del mundo es
claramente imperialista, una relación de explotación y dominación. Esta
porosidad público-privado es característica del capitalismo ruso actual;
incluso se la ve funcionando a nivel militar con el ejército paraestatal
llamado Grupo Wagner.



-Después de un año de invasión rusa y carnicería en Ucrania, ¿cómo ves
evolucionar (o no) la comprensión del conflicto en varios sectores de la
izquierda, teniendo en cuenta los profundos desacuerdos y las importantes
diferencias de apreciación que surgieron en los primeros tiempos de la
guerra?



En cuanto al debate en la izquierda, ha sido parte de una serie de debates
desde el cambio de siglo, desde un primer caso, la invasión de Irak, donde
las cosas eran relativamente más simples. Luego hay una serie de guerras
como la intervención en Libia, o las intervenciones en Siria, en las que los
“buenos” y los “malos” ya no eran necesariamente tan obvios como antes. La
invasión de Irak todavía se trataba de los “villanos” de la “guerra fría”
(Estados Unidos y Gran Bretaña, en particular), pero ya teníamos un poder
tiránico y criminal, el de Saddam Hussein. Los casos se complicaron después.
Esto perturbó a quienes solían reaccionar como por reflejo condicionado en
el sentido anti-occidental y especialmente anti-americano. De ahí una cierta
confusión en la izquierda radical. Pero sigue siendo muy difícil para
alguien de izquierda defender la invasión rusa de Ucrania. Ciertamente hay
personas que lo hacen o incluso apoyan a Putin, mientras dicen ser de
izquierda, pero estas son caricaturas siniestras que ya ni siquiera tienen
la excusa de defender una tiranía anticapitalista ya que la Rusia de Putin,
a diferencia de la de Stalin, está dominada por un capitalismo más salvaje y
regresivo que la de los países occidentales. La cuestión que, sobre todo, ha
constituido debate es la de determinar si había que oponerse al armamento de
Ucrania.  Sobre esta cuestión, está la absoluta incoherencia de quienes
dicen que la invasión de Ucrania es reprobable y la condenan exigiendo la
retirada de las tropas rusas, ¡al tiempo que se declaran en contra del
armamento de Ucrania! Si pensamos que Ucrania ha sido agredida por un vecino
que, además, es un estado imperialista mucho más fuerte que ella, esto
significa que está en la situación del oprimido que tiene derecho a
defenderse y al que debemos nuestro apoyo. Si este oprimido tiene derecho a
la autodefensa, esto implica que tiene derecho a armarse y a armarse donde
pueda encontrar armas. Es una cuestión de coherencia elemental.



Sin embargo, no debemos caer en el discurso que presenta la guerra en curso
como la de las “democracias” contra los países “autoritarios”. Acabo de
caracterizar al régimen de Putin como neofascista, pero esto no es razón
para apoyar, contra Rusia, a las potencias imperialistas rivales que son
Estados Unidos y la OTAN que utilizan la situación creada por Putin para sus
propios intereses que no tienen absolutamente nada que ver con la “defensa
de la democracia”. Es una gran hipocresía. Es fácil reconocer los gobiernos
antidemocráticos con los que Washington, Londres, París o Berlín se llevan
muy bien.



Finalmente, por lo tanto, hay una coyuntura de nueva “guerra fría”,
inversiones y estrategias militares que justifican el uso de esta expresión.
Pero, ¿qué pasa con los discursos y justificaciones ideológicas, en el
sentido bastante banalmente instrumental y propagandístico de la cosa?
Pensamos desde el principio en los usos de la “lucha contra el terrorismo”
(sin, por supuesto, cuestionar que el terrorismo puede existir), en la
cuestión de la islamofobia, pero también en un cierto discurso sobre China
con recientemente una ecuación por lo menos débil entre Rusia-Ucrania y
China continental-Taiwán, como si todos estos “orientales” estuvieran
condenados a actuar de la misma forma, cuando las diferencias de historias,
de situaciones y de planteamientos son considerables. Incluso si se
produjera un conflicto en China y Taiwán, no podría ser una simple
repetición del escenario de la invasión rusa de Ucrania…



Esta es otra razón para tener reservas sobre la caracterización de China
como imperialista que induce una serie de paralelos de este tipo que pueden
ser confusos. El contexto histórico y legal de las relaciones de China con
Taiwán es muy diferente al de las relaciones de Rusia con Ucrania. Esto no
significa que China tenga derecho a invadir la isla, por supuesto, sino que
esta cuestión debería ser tratada con mucha más precaución y tacto por
Estados Unidos, cuya actitud es cada vez más provocativa, más de pirómanos
que de bomberos. Desafortunadamente, el rebaño de borregos socios de
Washington en la OTAN y otras alianzas militares se está dejando llevar por
este enfrentamiento. Europa, en particular, muestra seguidismo y falta de
soberanía real frente a Estados Unidos de manera agravada desde la invasión
rusa de Ucrania. Para Washington, en el fondo, como se podría decir de
Saddam Hussein y Osama Bin Laden, si Vladimir Putin no existiera, habrían
tenido que inventarlo. Es uno de los enemigos útiles de Washington, de los
que le sirven para su estrategia de dominación mundial.



-Estamos pues en un momento en que muchas democracias liberales derivan
hacia lo que se llama “liberalismo autoritario”, o hacia la extrema derecha
o la derecha extrema, y evolucionan en un clima recientemente marcado por
brotes propagandistas sobre el “wokismo”, el feminismo, el antirracismo,
etc., que en realidad apuntan de forma extremadamente agresiva a lo que
representa una buena parte de la izquierda actual. Entonces me pregunto
sobre qué identificarías como discursos y estrategias retóricas de la “Nueva
Guerra Fría”. “Antiterrorismo”, “peligro chino”, pánico islamófobo, es algo
que sabemos. Pero, ¿harías entrar la lucha contra el “wokismo”, que es
auténticamente epidémica ahora, en el marco del discurso de la nueva “guerra
fría”, al igual que, por ejemplo, los discursos de demonización del
comunismo o del socialismo durante la primera “guerra fría”? ¿O es otra
cosa?



Más bien creo que esta cuestión del “wokismo” es un malestar dentro del
propio capitalismo, en el seno mismo de la dominación burguesa. No necesitas
pertenecer a la izquierda radical para defender a las personas transgénero,
para ser feminista o antirracista. Entre Hillary Clinton y Donald Trump, por
ejemplo, hay una gran distancia ideológica. Más bien, asistimos al
desarrollo de un discurso que forma parte del auge de la extrema derecha que
vemos a nivel mundial, un auge que se ha amplificado y acelerado desde la
Gran Recesión de 2007-2009.



El origen de esto se remonta al giro neoliberal, que provocó una
desestabilización de las relaciones sociales a escala mundial que se
tradujo, al principio, en un aumento de los fundamentalismos en todas las
religiones, y ciertamente no solo en el Islam, un ascenso de los repliegues
identitarios, del racismo, la xenofobia y la extrema derecha. Todo esto
acompañó a la mutación neoliberal. Y luego hubo un fuerte detonante con la
crisis de 2008 que precipitó las cosas y empujó estos deslizamientos muy a
la derecha en todo el mundo. En este contexto de desintegración de las
ideologías progresistas, de tensiones identitarias provocadas por la
desestabilización social neoliberal, se ha creado un terreno que ha
permitido a las fuerzas de extrema derecha subir y son sobre todo ellas las
que propagan este tipo de discursos xenófobos, racistas, misóginos,
anti-LGBTQ, etc. Como de costumbre, o como algo que se ha convertido en una
costumbre, la derecha llamada “centrista” retoma en parte este discurso
reaccionario, creyendo así frenar su declive frente a la radicalización
social. Por eso creo que se trata de una crisis ideológica dentro de la
propia dominación capitalista.



No es principalmente un arma contra la izquierda del tipo del discurso de la
Guerra Fría de antaño. Esto se debe en primer lugar a que la izquierda,
lamentablemente, es demasiado débil a nivel mundial como para ser el
principal peligro al que se enfrenta el capitalismo. Cuando se produjo el
auge del fascismo en la década de 1930, fue en el contexto de la existencia
de la Unión Soviética y de un movimiento comunista mucho más fuerte que la
izquierda radical de hoy. Asimismo, la existencia de una URSS que hacía de
contrapeso a los Estados Unidos y en sintonía con un poderoso movimiento
comunista, así como con un auge de los movimientos anticoloniales de
izquierda en las décadas siguientes a la Segunda Guerra Mundial creaba una
situación muy diferente a la que existe hoy. El auge actual de la extrema
derecha no viene por tanto a cerrar el camino al comunismo (o a algo que
podría parecerse a él) como en la década de 1930 y el capital no está
buscando un discurso antiizquierda que pueda reemplazar al de la “guerra
fría”. Es más bien, en primer lugar, una disputa dentro del propio
capitalismo en un contexto de crisis. Obviamente, estamos preocupados como
personas de izquierda, porque son enemigos mortales para nosotros. Pero nos
encontramos en otra configuración histórica. Dicho esto, podemos observar
que la llamada derecha “centrista” adopta partes enteras del discurso de la
extrema derecha, tanto más en la medida que la izquierda es más fuerte en su
país, como es el caso en Francia en particular.

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