Argentina/ Elecciones en medio de la crisis. [Pablo Stefanoni]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Jue Mayo 25 00:15:10 UYT 2023


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Correspondencia de Prensa

25 de mayo 2023

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Argentina



Elecciones en medio de la crisis



¿Quién llora por Argentina?



Argentina inició su año electoral en medio de una fuerte crisis económica y
social. Con las encuestas a favor de la oposición de centroderecha, el
peronismo busca encontrar un rumbo tras el deslucido gobierno de Alberto
Fernández, marcado por las desavenencias con su vicepresidenta Cristina
Fernández de Kirchner. Del lado de la oposición de centroderecha, las
primarias determinarán si será un «halcón» o una «paloma» quien intente
reconquistar la Casa Rosada. Del lado del peronismo, parece haber demasiadas
opciones y ninguna a la vez, mientras un tercer candidato de extrema derecha
busca aprovechar en su beneficio el clima de desasosiego dominante.



Pablo Stefanoni *

Revista Nueva Sociedad, mayo-junio 2023

https://nuso.org/



«No voy a ser candidata a nada, mi nombre no va a estar en ninguna boleta»,
anunció la ex-presidenta y actual vicepresidenta Cristina Fernández de
Kirchner el 6 de diciembre de 2022, tras ser condenada por la justicia en
primera instancia; por una «mafia judicial», según sus términos. «Quiero
ratificar la decisión de que no seré candidato en la próxima elección. Hay
una gran cantidad de dirigentes nuevos. Confío en que no nos van a dejar
pisotear por el populismo», anunció el ex-presidente Mauricio Macri el 26 de
marzo pasado. De esta forma, Argentina entró en la cuenta regresiva para las
elecciones presidenciales y legislativas del 22 de octubre próximo sin los
dos principales líderes de la última década en las papeletas electorales.
Antes de esa fecha, el 13 de agosto, se realizarán las primarias abiertas,
simultáneas y obligatorias (paso), y en diversas fechas varias provincias
eligieron y elegirán a sus gobernadores en comicios desdoblados de los
nacionales (según la conveniencia de los jefes provinciales). Pero hay un
dato más: el propio presidente, Alberto Fernández, anunció también,
presionado por su baja popularidad –y por el kirchnerismo–, que no competirá
por la reelección, y convocó a que la candidatura peronista se elija de
manera competitiva, en las primarias, en un mensaje implícito a la
vicepresidenta.



Mientras la oposición de centroderecha agrupada en la alianza Juntos por el
Cambio (JxC) avanza hacia las primarias con las encuestas a su favor y no
pocas tensiones internas, el peronismo se encuentra desconcertado, con un
gobierno carcomido por los desencuentros entre el presidente Fernández y la
vicepresidenta Fernández de Kirchner. Y en un contexto económico y social
crítico, la pregunta que hoy buscan responder encuestadores, políticos y
periodistas es cuál es el techo electoral del libertario de extrema derecha
Javier Milei, cuyo eje de campaña es el rechazo a la «casta política».



Los comicios parecen expresar el fin del ciclo que comenzó en 2003 con el
triunfo de Néstor Kirchner y que nadie sabe cómo terminará. En caso de
victoria opositora, ¿serán los «halcones» (Patricia Bullrich) o las
«palomas» (Horacio Rodríguez Larreta) quienes gobiernen? ¿El peronismo se
encamina a una derrota histórica o logrará revertir los pronósticos más
pesimistas de aquí hasta octubre? ¿Cuántos argentinos están dispuestos a
lanzarse al vacío de la mano de un candidato «anarcocapitalista» como Javier
Milei para protestar contra los políticos?



Peronismo sin brújula



Cristina Fernández de Kirchner pronunció, con la habilidad discursiva que la
caracteriza, su «renunciamiento» tras ser condenada en primera instancia por
«administración fraudulenta en perjuicio de la administración pública». Dijo
que prefiere ir a la cárcel (lo que no ocurrirá al menos en estos próximos
años) antes que ser «mascota del poder», de gente como los ceo del grupo
mediático Clarín, su enemigo número uno. Consideró que su condena es parte
del lawfare y que se trata incluso de un «fusilamiento judicial» destinado a
proscribirla. En palabras y gestos remitió así al peronismo histórico: al
renunciamiento de Eva Perón en 1951, ya enferma, a ser candidata a
vicepresidenta; a los fusilamientos tras el golpe de Estado de 1955; a la
proscripción de Perón y los suyos entre 1955 y 1973. Con ello, buscó
encolumnar al peronismo detrás de su defensa político-judicial. La condena
refiere a un juicio por la asignación de la obra pública en la provincia
patagónica de Santa Cruz, en la que se habría beneficiado al empresario
Lázaro Báez, muy cercano al matrimonio Kirchner, y para algunos directamente
su testaferro. Pero en la visión de la vicepresidenta, los jueces buscan
sacar del juego a políticos populares, como ocurriera con Luiz Inácio Lula
da Silva en Brasil. El kirchnerismo traza incluso un hilo rojo entre los
mediatizados alegatos del fiscal del caso y la condena a seis años de
prisión, y el atentado contra Cristina Fernández del 1o de septiembre de
2022, cometido por un grupo de jóvenes vendedores de algodones de azúcar
radicalizados contra el gobierno (1).



Tras el anuncio de que no se postulará «a nada», la vicepresidenta dejó
correr, no obstante, un «operativo clamor» (otra expresión muy peronista) de
los dirigentes intermedios para que revea su decisión. Sin embargo, siguió
enviando mensajes que enfrían o simplemente descalifican esa posibilidad.
Pero esta vez Cristina Fernández no solo no se presentaría «a nada», sino
que tampoco, a diferencia de 2019, estaría en condiciones de elegir al
candidato. En aquel momento, había publicado un video en redes sociales en
el que anunciaba que «le había pedido» a Alberto Fernández que fuera su
candidato a presidente, y ella se había reservado el lugar de vice. Hoy está
lejos de poder resolver las cosas de este modo, y el peronismo se encuentra
en un escenario de desconcierto. Con un horizonte sombrío en el plano
nacional, el movimiento fundado por Juan D. Perón en la década de 1940 se
atrinchera en la estratégica provincia de Buenos Aires, gobernada por Axel
Kicillof, para tratar de no perder esa jurisdicción como en 2015, cuando el
macrismo se la arrebató de la mano de María Eugenia Vidal. En un hecho
inédito, el peronismo no tiene un candidato competitivo a pocas semanas de
la inscripción de las candidaturas.



Lo «normal» sería que el actual mandatario, Alberto Fernández, se postulara
para otros cuatro años. Pero Fernández no es un presidente «normal»: fue
elegido por su vicepresidenta y la relación con ella, a poco de asumir,
entró en una pendiente descendente que terminó en la ruptura del diálogo
durante largos periodos. El presidente nunca se decidió entre someterse o
distanciarse de la vicepresidenta y navegó un camino sinuoso en el que
fueron devaluándose su figura y su palabra, sin que lograra trazar un rumbo.
Las tensiones quedaron en evidencia en varias oportunidades, la más
importante de ellas, en relación con el acuerdo con el Fondo Monetario
Internacional (FMI) para renegociar la megadeuda tomada por Mauricio Macri,
que el kirchnerismo rechazó por considerar que el país volvía a perder su
soberanía frente al organismo. Cristina le envió duras cartas públicas a
Alberto, se refirió a «funcionarios que no funcionan», le pidió que «usara
la lapicera» contra los poderosos y hasta dejó de atenderle el teléfono.
Incluso en una oportunidad le hizo llegar un presente «envenenado» para su
cumpleaños: tras la firma del acuerdo con el FMI, le regaló el libro Diario
de una temporada en el quinto piso, en el que el académico Juan Carlos Torre
cuenta cómo el gobierno de Raúl Alfonsín (1983-1989), del que entonces era
funcionario, voló por los aires tras firmar un acuerdo con el Fondo. Y por
si no quedaba claro el mensaje, Cristina dijo que el libro tenía «mucha
actualidad».



En las filas albertistas, creen que el fracaso del gobierno se debió en gran
medida al permanente desgaste al que lo sometieron la vicepresidenta y el
kirchnerismo en general. El ministro de Seguridad, Aníbal Fernández, no pudo
expresarlo con más claridad. En una entrevista para la radio Futurock,
afirmó que Alberto Fernández debió lidiar con tres calamidades: «la
pandemia, la guerra… y La Cámpora». La Cámpora es nada más y nada menos que
la agrupación política que conduce Máximo Kirchner, hijo de Cristina
Fernández y Néstor Kirchner. Cuando el periodista le hizo notar lo que
estaba diciendo, el ministro ironizó: «Se me escapó, me salió sin querer»
(2).



La situación es curiosa: pese a tener a la vicepresidenta y a varios
ministros claves en el gabinete, incluido el de Interior, Eduardo «Wado» de
Pedro, y el manejo de alrededor de 60% del presupuesto nacional según
algunos cálculos, el kirchnerismo se ubica en gran medida en la oposición
(3). Según dicen, Cristina considera que la gestión de Fernández es un
partido que nunca se jugó. Y la esquizofrenia que esto genera conspira
contra las posibilidades del peronismo en octubre. Alberto llegó a decir
públicamente, en una ocasión en la que se había roto el diálogo con De
Pedro, que gobierna con los ministros que puede (4).



Con una inflación que ya supera el 100% anual y una pobreza que llegó a 39%,
sumadas a la escasez de reservas y la volatilidad del dólar blue (la
cotización no oficial), para cualquier partido sería difícil ganar una
elección, pero lo es más cuando no existe conducción ni narrativa
unificadas. El ultrapragmático superministro de Economía Sergio Massa quiere
postularse, pero necesita mostrar resultados; el cristinista De Pedro ya se
anotó, pero no termina de despegar en las encuestas; Daniel Scioli, actual
embajador en Brasil, vicepresidente durante el gobierno de Néstor Kirchner y
ex-candidato presidencial en 2015 –cuando perdió por escaso margen–, quiere
una segunda oportunidad, y hasta se especula con que podría ser el candidato
de Alberto Fernández (aunque es posible que hoy nadie quiera presentarse de
ese modo). Por ahora, Scioli tampoco genera demasiado entusiasmo, si bien ha
empezado a «caminar el país» y, en medio de la falta de candidatos, podría
tener su revancha.



¿Y qué hará en este contexto Cristina Fernández de Kirchner? La
vicepresidenta aún tiene un acuerdo político con Massa, pese a que el ahora
ministro terminara siendo un férreo opositor a su gobierno y no esconda sus
fluidos vínculos con el establishment y la embajada estadounidense. Massa
intentó, mientras pudo, ser un puente entre Cristina y Alberto. Pero después
de poner como presidente a Alberto Fernández por su perfil moderado, y luego
cuestionarlo por «tibio», la vicepresidenta ¿apostaría por alguien ubicado
aún más «a la derecha»? ¿Qué efecto podría tener algo así sobre la ya
desanimada base kirchnerista, que echa en falta instrucciones y horizontes
más precisos de parte de su referente político-ideológica?



Son pocos, en verdad casi nadie, quienes conocen o anticipan las jugadas
políticas de Cristina, rodeadas siempre de misterio, secretismo y efectos
sorpresa, y a menudo difíciles de entender en todas sus dimensiones. Es tal
la incertidumbre que reina en el peronismo, que hasta llegó a tomar cuerpo,
en un momento, la versión de que ella tendría un candidato sorpresa, un
«tapado». El presidente de la petrolera Yacimientos Petrolíferos Fiscales
(YPF), Pablo González, tuvo que salir a decir que él no era el candidato
sorpresa luego de que su nombre fuera mencionado en varios medios. Cristina
podría apoyar a Massa, si es que este finalmente se presenta, y colocar a
los suyos en posiciones estratégicas en las listas de candidatos, pero
ningún kirchnerista acudiría con entusiasmo a votar a quien consideran poco
menos que un «vendepatria». O incluso, en este clima lleno de
especulaciones, algunos no descartan que la vicepresidenta pueda terminar
apostando por Kicillof como candidato presidencial: según los encuestadores,
es quien más retiene el voto de Cristina Fernández si ella no se presenta.
¿Y podría ella misma ceder ante el clamor, revisar su posición de no
presentarse a «nada» y postularse a «algo»? Esto quedó solo en wishful
thinking: Cristina terminó de cerrar la posibilidad en una carta el 16 de
mayo.



«No se hagan los rulos» (no se anticipen/ilusionen), «yo ya di lo que tenía
que dar», dijo en una «clase magistral» la vicepresidenta en el Teatro
Argentino de La Plata el pasado 27 de abril, frente a los enardecidos
cánticos en favor de «Cristina presidenta» (5). Si bien una candidatura
presidencial de la vice sería un terremoto político-electoral y ganaría sin
dificultades las primarias peronistas, se arriesgaría a una probable derrota
en las generales. Más segura sería una candidatura al Senado, cargo que ya
ocupó en el pasado, para traccionar votos hacia el peronismo desde la
provincia de Buenos Aires, pero eso tampoco parece entusiasmarla y sigue
atada al discurso de la «proscripción».



Con una Presidencia que aún debe transitar complicados meses electorales,
Alberto Fernández no logró capitalizar, en el plano personal, su ansiada
reunión con Joe Biden en la Casa Blanca, más allá de conseguir el apoyo del
mandatario para renegociar el acuerdo con el FMI. Si el 3 de febrero de
2022, antes de la invasión de Ucrania, Fernández le había ofrecido a Putin
en Moscú que Argentina fuera la «puerta de entrada» de Rusia en América
Latina –y agradecido el envío de la vacuna Sputnik contra el covid-19–, esta
vez el mandatario argentino mostró una sensibilidad compartida con el
presidente estadounidense, por ejemplo respecto al valor de la democracia y
los derechos humanos y la condena a la invasión. La reunión estuvo marcada,
además, por el enfrentamiento China-Estados Unidos, en un contexto de
creciente presencia del país asiático en América Latina (6)



¿Será el momento, entonces, de la tercera renovación peronista después de la
recuperación democrática en 1983? La primera, así denominada, fue la que
lideró Antonio Cafiero en los años 80, tras la traumática derrota de 1983 a
manos de Alfonsín, y colocó al peronismo en la senda de la democracia
liberal con un perfil democristiano. Aunque Cafiero perdió sorpresivamente
la única primaria peronista hasta la fecha a manos de Carlos Menem en 1988,
la renovación tuvo efectos perdurables. La segunda, que no se llamó de ese
modo, fue la liderada por Néstor Kirchner –y continuada por Cristina
Fernández– e hizo girar el peronismo hacia la centroizquierda, tras su
momento «neoliberal» con Menem en los años 90. Pero a diferencia del pasado,
la facción kirchnerista se volvió una corriente permanente en el peronismo
(lo que no ocurrió con las tendencias lideradas por Cafiero, Menem o Eduardo
Duhalde) y con ciertas particularidades que la alejan del peronismo
histórico. El cristinismo se superpuso en gran medida al peronismo, y la
persistencia del papel central de la ex-presidenta, con una popularidad muy
elevada pero al mismo tiempo generadora de un fuerte rechazo, ha impedido la
emergencia de un nuevo liderazgo que adapte el movimiento a los nuevos
tiempos (lo que el peronismo suele hacer bien) y encolumne detrás de sí a
esa «des-organización organizada» (7). Una derrota «catastrófica» del
peronismo, como la de 1983, podría acelerar ese proceso, pero el escenario
es aún incierto.



En este marco, cada quien resiste como puede. Algunos gobernadores,
desacoplando las elecciones en sus provincias de las nacionales; los
alcaldes del Conurbano bonaerense, atando su suerte a la popularidad de
Cristina y a la reelección del gobernador Kicillof (un dirigente con
estética de clase media porteña, ajeno a la «cultura» peronista y que
desconfía de esos alcaldes); otros simplemente esperan… Pero lo cierto es
que la marca Frente de Todos (FDT), que expresó la reunificación del
peronismo al incluir a sectores como el de Massa, se encuentra devaluada, y
que el movimiento caracterizado por su eficacia cuando se trata de luchar
por el poder no muestra reflejos para revertir su debilidad electoral. ¿Los
recuperará una vez que elija un candidato, previsiblemente tras una
competencia en las primarias? No hay que subestimar al peronismo, dice la
razón. Es probable que al ser elegido un candidato, este pueda concentrar el
voto progresista y «antimacrista», pero falta, sin duda, un entusiasmo
suplementario, y resultados de gestión, para sostener la campaña hasta
agosto/octubre.



Palomas, halcones y ultrahalcones



Entretanto, la oposición de centroderecha transita sus propias tensiones,
sobre todo Propuesta Republicana (pro), el partido fundado por Mauricio
Macri en 2005. El pro forma parte de Juntos por el Cambio (JxC), una exitosa
alianza electoral construida con la centenaria Unión Cívica Radical (UCR) y
otras fuerzas más pequeñas, como la Coalición Cívica de Elisa Carrió, y en
varios distritos suma en su armado electoral al Partido Socialista.



Si en 2015 Macri (empresario, ex-presidente del club Boca Juniors y ex-jefe
de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires) llegó a la Presidencia con un
discurso postideológico, asesorado por el gurú ecuatoriano Jaime Durán Barba
(8), hoy el ex-presidente ha girado explícitamente a la derecha y ha dejado
plasmadas sus visiones acerca de su pasaje por el gobierno y sobre la
actualidad en dos libros: Primer tiempo (2021) y Para qué (2022). El balance
es que el «gradualismo» no funcionó y que, de volver al poder, la
centroderecha debe dejar atrás el populismo y hacer reformas estructurales
que no se animó a hacer, básicamente por temer un estallido social si las
hacía.



Las primarias de JxC se dirimirán entre dos candidatos provenientes del pro:
el jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta,
de perfil más centrista, y la ex-ministra de Seguridad, Patricia Bullrich,
de línea dura. Mientras que Rodríguez Larreta busca presentarse como
«antigrieta» (antipolarización), Bullrich ha centrado su discurso en la
«mano dura» contra la inseguridad y la protesta social, y en propuestas
económicas liberales e incluso ultraliberales. En el plano societal, sus
posiciones son más progresistas: apoyó la legalización del aborto y el
matrimonio igualitario. Mientras que Patricia genera entusiasmo social,
Rodríguez Larreta se aprovecha del abultado presupuesto de la Ciudad de
Buenos Aires para alimentar sus esperanzas de llegar a la Casa Rosada.
«Horacio Rodríguez Larreta es un gran gestor, pero Patricia Bullrich tiene
liderazgo político», resumió el dirigente del pro Federico Pinedo, que apoya
a la ex-ministra (9). Si nos guiáramos por el efecto que uno y otro genera
–selfies en la calle, aplausos en un avión–, la tendencia favorece a la
ex-ministra, que además tiene más cercanía con Macri. Pero Larreta tiene más
estructura y habilidad para las pequeñas maniobras políticas y es conocido
por sus habilidades de cooptación.



Bullrich, por su parte, conecta con un clima latinoamericano y global.
Participó de marchas anticuarentena y mantiene vínculos con think thanks de
derecha dura, como los ligados al gobernador de Florida, Ron DeSantis (10).
A diferencia de Jair Bolsonaro, que era un diputado bastante marginal, «La
Piba», como se la conoce, tiene una larga carrera política: proveniente del
peronismo revolucionario de la década de 1970, fue girando hacia el centro y
luego hacia la derecha y ocupó cargos como el Ministerio de Trabajo en la
época de Fernando de la Rúa y el de Seguridad con Macri, y actualmente es
presidenta del PRO (11). En cada cargo dejó alguna marca, positiva o
negativa, según la perspectiva con que se la mire. Y esa larga trayectoria
le da muñeca política para negociar con diferentes sectores, incluida una
parte de la UCR. Dicen que en las encuestas telefónicas, donde solo los
politizados no cortan la llamada y responden las preguntas, gana Bullrich;
mientras que en las encuestas presenciales, menos «sesgadas», quien encabeza
las primarias de JxC es Rodríguez Larreta.



La puja es presentada como un enfrentamiento entre palomas y halcones. En
ese marco, Macri está más cerca de la ex-ministra, sobre todo después de que
Rodríguez Larreta lo desafiara tratando de dinamitar el plan del
ex-presidente para colocar a su primo Jorge Macri como sucesor del propio
Larreta en la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Estos
enfrentamientos internos son percibidos por parte de la ciudadanía como mera
política politiquera, en medio de un hartazgo social que está capitalizando
el libertario de extrema derecha Javier Milei.



Milei es una rara avis de la política argentina. Este economista y diputado
de 52 años comenzó a hacerse conocido después de 2016 en talk shows
televisivos como el «economista de peinado raro» que atacaba a John Maynard
Keynes –trataba el libro clásico La teoría general de la ocupación, el
interés y el dinero del economista británico como la «basura general», y a
su autor, como un teórico al servicio de la «casta política»–. Con
posiciones libertarias de extrema derecha, herederas del estadounidense
Murray Rothbard, Milei se destacó por su estilo virulento, su estética
rockera y sus posiciones anarcocapitalistas, que le atrajeron el apoyo de
numerosos jóvenes (12). Reivindica a Donald Trump y a Bolsonaro, participa
de actos del partido español Vox, puede decir que entre el Estado y la mafia
prefiere a la mafia, propone cerrar –«dinamitar»– el Banco Central y
dolarizar el país, proclama que evadir impuestos es un derecho humano y
puede defender la libre portación de armas o la legalización de mercados de
órganos. Pero ha hecho del rechazo a la «casta política» el eje de su
retórica.



En medio de la frustración social por la crisis económica, el creciente
rechazo a los políticos y cierta nostalgia por la estabilidad macroeconómica
de los años 90, cuando la economía estaba semidolarizada, Milei ocupa hoy el
tercer lugar en las encuestas, con más de 20% de la intención de voto y un
apoyo socialmente transversal y con mayor peso entre varones de clases
medias bajas. Su crecimiento, incluso en provincias donde su fuerza no tiene
militantes, ha desconcertado primero a JxC y ahora al peronismo. Si Milei
desprecia a Rodríguez Larreta, a quien no duda en insultar llamándolo
«socialista» (incluso «zurdo de mierda» (13), tiene puentes con Patricia
Bullrich y con el propio Macri. Los halcones del pro buscan a su vez líneas
de contacto con el libertario. «Espero contar en mi gobierno con sus
diputados», dijo Bullrich en un reciente discurso frente a los productores
rurales, en un evento del que también participó Milei.



Si este comenzó como líder de una tribu urbana de jóvenes imberbes atraídos
por su discurso «paleolibertario» (14), hoy una parte del mundo empresarial
mira con una mezcla de expectativa, curiosidad y también muchas dudas
(debido a su débil armado político y sus ideas extravagantes) a este
economista que antes de saltar a la política trabajó para el Grupo
Eurnekian, gestionado por uno de los grandes empresarios argentinos. Muchos
se preguntan si lo están «inflando» en las encuestas, si hay interesados en
hacerlo crecer (¿el peronismo?), y si al final se «pinchará»… Otros se
preguntan si puede pasar a la segunda vuelta y qué pasaría en ese caso. Hay
otras preguntas también: ¿será este «libertarismo» un fenómeno pasajero o se
arraigará en el paisaje político local? ¿Hasta dónde está penetrando en el
voto de los «jóvenes Rappi o Glovo», en barrios populares o entre
trabajadores precarizados agobiados por la inflación? Las políticas sociales
masivas –diversos tipos de subsidios– han logrado en los últimos años evitar
un estallido, pero son cuestionadas por quienes no las cobran, a menudo
sectores solo algo menos pobres que quienes las reciben, y los discursos
contra los «planeros» (beneficiarios de planes sociales) se han venido
extendiendo en este tiempo.



En la provincia de Buenos Aires, donde no hay segunda vuelta, el peronismo
se entusiasmó con que los votos del libertario le resten a JxC y ayuden a la
reelección de Kicillof como gobernador, pero las encuestas muestran, cada
vez más, la complejidad del voto al «economista de peinado raro» (que dice
que abre la ventanilla del auto y lo peina «la mano invisible del mercado»).
Milei termina sus discursos con el latiguillo «Viva la libertad, carajo». La
«libertad», como una suerte de «significante vacío», es clave en su retórica
y tiene declinaciones diversas, desde el «derecho humano» a evadir impuestos
–que interpela a las clases medias– hasta la reivindicación de la economía
informal, lo que le da votos también en espacios sociales otrora reactivos a
votar por liberales demasiado acartonados y elitistas. El politólogo Pablo
Touzón resumió así la lógica subyacente de una parte de ese voto: «Si el
Estado no me va a ayudar, entonces que no me rompa las pelotas». El canal
popular/populista Crónica tv puso a un movilero para encuestar en la
estación de trenes de Constitución, en la ciudad de Buenos Aires, por la que
cada día pasan millones de trabajadores –la mayoría ultraprecarizados–.
Milei aparecía en boca de los encuestados una y otra vez. «Si querés
provocar decís ‘Milei’. Laburás mal, viajás mal y (…) tenés una buena
palabra para decir que se vayan todos y seguir de largo. Una que sepamos
todos. Aunque incluso no lo votes», resumió la escena el periodista Martín
Rodríguez (15). La izquierda trotskista, agrupada en el Frente de Izquierda
y de Trabajadores-Unidad (FIT-U) ha captado esta nueva realidad, sobre todo
la influencia «libertaria» entre los jóvenes, y ha salido a confrontarlos
abiertamente.



Milei tenía el desafío de hacer pie en las provincias, donde la política es
a menudo más «territorial» que ideológica, y allí no dudó en aliarse con
personajes de las derechas locales que han tenido la política como fuente de
sustento (es decir, serían «casta»); por ejemplo, en la provincia de
Tucumán, Ricardo Bussi, hijo de Antonio Domingo Bussi, condenado por
crímenes de lesa humanidad durante la dictadura, o en La Rioja, Martín
Menem, sobrino del ex-presidente. En esta campaña, Bussi hijo, acorde a los
tiempos, se lanzó con una publicidad en la que defiende la libre portación
de armas como forma de lucha contra el delito16, una propuesta que también
difunde Milei. Pero la estrategia en las provincias no funcionó y Milei
renunció a las batallas locales.



Agenda «de derecha»



La agenda electoral está marcada, como en otros países de la región, por dos
grandes temas: inflación e inseguridad. Ambos –y aún más cuando se presentan
juntos– tienden a beneficiar a la (centro)derecha. En el caso argentino, el
superministro Massa, un hombre muy vinculado al mundo empresarial y famoso
por su ultrapragmatismo ideológico, está tratando de manejar la situación,
pero no lo ha logrado hasta el momento. Massa quiere ser el próximo
presidente. Aunque él lo niega, todos saben que está trabajando para ello.



«Imprevisible, cambiante y con un itinerario difícil de seguir»: así lo
presenta una reciente biografía del periodista Diego Genoud titulada El
arribista del poder (17). Massa comenzó su carrera política en la Unión del
Centro Democrático (ucedé), una fuerza liberal-conservadora, saltó luego al
menemismo de la mano de ese partido y terminó siendo un funcionario clave
del primer kirchnerismo. Más tarde, rompió con Cristina, aseguró que
barrería a los «ñoquis (18) de La Cámpora» y llegó a decir, en una
entrevista en 2015, que Cristina debería estar presa si no existiesen los
fueros que impiden detener a un parlamentario. Durante años, tanto desde su
cargo de alcalde del municipio de Tigre como desde sus anteriores
candidaturas, defendió la «mano dura» contra el delito y hasta tuvo a
Rudolph Giuliani como asesor fugaz. Luego pactó con Macri y terminó, en
2019, volviendo al peronismo mediante un acuerdo con… Cristina Fernández y
Máximo Kirchner. Primero, ese pacto lo llevó a presidir la Cámara de
Diputados y luego, tras la salida del ministro Martín Guzmán, presionado por
el kirchnerismo, a aterrizar en el Ministerio de Economía con el aval de la
vicepresidenta. Toda una parábola política y vital. Hoy busca ser el
candidato presidencial del peronismo unido, pero su destino está atado al
número de la inflación, que se resiste a bajar, y además Massa desconfía de
Alberto y de su entorno.



Massa se proponía, en diciembre pasado, el voluntarista objetivo de una
inflación de 3% mensual en abril de este año, pero hoy es más del doble de
ese porcentaje, y variables como el dólar se encuentran a merced de la
especulación, sin que el gobierno tenga espalda financiera para hacerles
frente (depende en gran medida del fmi). Adicionalmente, la sequía que
golpea el país –una de las peores de su historia– ha impactado fuertemente
en la economía: se calcula un costo de 18.000 millones de dólares en
concepto de ingresos por exportaciones, en un país con una aguda crisis de
reservas. Massa desactivó la «bomba» de la deuda en pesos –que la oposición
venía aventando con fuerza– y busca incentivar las liquidaciones de las
agroexportadoras con un «dólar soja» más alto, pero el panorama es
complicado: la brecha entre el dólar oficial y el blue supera el 100% y,
según proyecciones del fmi, la economía solo crecerá 0,2% en 2023. La
directora gerenta del Fondo, Kristalina Georgieva, puso el acento en el
impacto negativo de la sequía en la economía argentina. Destacó «el
compromiso del gobierno de continuar afinando las políticas a la luz de las
condiciones en las que se encuentran» para cumplir con las metas
establecidas en el programa negociado con ese organismo. Puso énfasis en la
necesidad de mantener la reducción del déficit fiscal y controlar el gasto
público (la meta es un déficit de 1,9% del pib para fines de 2023). Con el
visto bueno del fmi sobre la cuarta revisión del programa a fines de marzo,
se concretó un desembolso de 5.400 millones de dólares que abarcaba el
último trimestre de 2022, lo que sirvió para sostener las reservas. Esta
política de austeridad en tiempos electorales indigna al kirchnerismo, que
cree que es una política suicida. La propia Cristina Fernández criticó esas
metas y al organismo internacional en varias ocasiones.



Al mismo tiempo, como en otros países de América Latina, la penetración del
narco y el crimen organizado se ha metido de lleno en la agenda electoral.
Los disparos de amenaza contra un supermercado propiedad de la familia de la
esposa de Lionel Messi pusieron en la agenda nacional un problema que viene
de lejos: la expansión de la violencia narco en la ciudad de Rosario, la
tercera más poblada de Argentina. Pero el problema de la inseguridad
trasciende este territorio. El reciente asesinato de un chofer de ómnibus en
la provincia de Buenos Aires y la agresión posterior al ministro de
Seguridad provincial, Sergio Berni, en una protesta de colectiveros
(conductores de ómnibus), en medio de una puja entre el gobierno nacional y
el provincial, ambos peronistas, terminaron generándole una crisis política
al gobernador Kicillof. Y muchos no dejan de preguntarse por qué mantiene en
el cargo a un ministro que propicia la mano dura –algo que va en contra del
discurso kirchnerista sobre la seguridad–, que no obtiene resultados y que
incluso ha llegado a insultar al presidente Fernández. Este es un escenario
soñado para Bullrich, que hizo de la seguridad su caballito de batalla. La
ex-ministra combina discurso de mano dura y ajuste económico y siente que
las estrellas se alinearon en su favor. Si gana las primarias, «La Piba»
debería tratar de debilitar sus «negativos», dado que el entusiasmo hacia su
figura convive con el rechazo que genera por su radicalidad.



Algunos analistas de opinión pública consideran que en las elecciones
generales se tenderá a la moderación. Incluso alguien utilizó para sostener
este argumento el caso del popular programa televisivo Gran Hermano, en el
que los participantes conflictivos fueron uno a uno echados de la casa por
el voto popular de los televidentes y ganó un «conciliador». En ese caso, si
la oposición termina postulando a Bullrich y el peronismo a un centrista
como Scioli o Massa, ¿el oficialismo aumentaría sus chances? ¿O, por el
contrario, el escenario local y global es diferente del de 2015 o 2019 y hay
más gente dispuesta a patear el tablero? Si la oposición postula al
«moderado» Rodríguez Larreta, ¿hasta qué punto JxC podría sufrir una sangría
de votantes en favor de Milei? Por detrás de la crisis, los
sorprendentemente elevados niveles de consumo ¿podrían salvar al peronismo?



Todo ello forma parte de las discusiones de estos días en el círculo rojo de
la política criolla.



Si bien tienen particularidades propias, las elecciones argentinas no dejan
de reflejar elementos de un clima más amplio en América Latina. La debilidad
de las coaliciones de gobierno, inmersas en tensiones internas, es uno de
ellos. Pero también la volatilidad del voto y la tendencia de los
electorados a castigar a los oficialismos (al menos en el nivel nacional).
Si en 2015 los argentinos votaron a Macri para dejar atrás el kirchnerismo y
construir un «país normal», cuatro años más tarde votaron al peronismo para
castigar a Macri, cuyas promesas de «dejar atrás el populismo», bajar la
inflación y reducir la pobreza chocaron con la dura realidad nacional. Hoy,
la coalición de centroderecha fundada por Macri podría volver a la Casa
Rosada como voto castigo frente a un peronismo que parece a la deriva y un
presidente sin autoridad (ambas cosas, una novedad en la historia peronista,
marcada por decisiones audaces y líderes fuertes). Pero analizar la realidad
argentina es como apuntarle a un blanco móvil en medio de una situación que
no deja de fluir. Y que seguramente nos depara algunas sorpresas más.



* Jefe de redacción de Nueva Sociedad. Coautor, con Martín Baña, de Todo lo
que necesitás saber sobre la Revolución rusa (Paidós, 2017) y autor de ¿La
rebeldía se volvió de derecha? (Siglo Veintiuno, 2021).





Notas



1.Federico Rivas Molina: «De vender algodones de azúcar a preparar un
magnicidio: así son Los Copitos, la banda que atentó contra Kirchner» en El
País, 23/9/2022.

2.«Aníbal dijo que La Cámpora es una de las ‘calamidades’ que le tocó vivir
a Alberto» en La Política Online, 15/3/2023.

3.Máximo Kirchner suele decir que el Frente de Todos «no vino para esto», en
relación con los resultados económicos y sociales.

4.Puede verse el video de la entrevista en
twitter.com/urbanaplayfm/status/1622559420738678785?lang=es

5.Discurso completo disponible en youtube com/watch?v=oB9dnuetmy0

6.La jefa del Comando Sur de EEUU, Laura Richardson, ha vuelto a visitar
Buenos Aires con la mira puesta en China y en los recursos naturales. Al
mismo tiempo, en abril de 2022, una delegación encabezada por la
subsecretaria adjunta de Seguridad Internacional del Departamento de Estado,
Ann Ganzer, visitó el país y expuso diversos cuestionamientos a la
tecnología nuclear ofrecida por China para Atucha III, por falta de calidad,
incumplimientos de normas internacionales y problemas de diseño y de
seguridad. Estos cuestionamientos fueron considerados improcedentes por
Nucleoeléctrica Argentina, la empresa estatal responsable de la operación de
las tres centrales nucleares existentes en el país (Embalse y Atucha I y
II). «La jefa del Comando Sur de Estados Unidos vuelve a la Argentina, con
la mira en los recursos naturales y el vínculo con China» en Página/12,
11/4/2023.

7.Steven Levitsky: «Una ‘Des-Organización Organizada’: organización informal
y persistencia de estructuras partidarias locales en el peronismo argentino»
en Revista de Ciencias Sociales No 12, 2001.

8.Gabriel Vommaro, Sergio Morresi y Alejandro Bellotti: Mundo PRO. Anatomía
de un partido fabricado para ganar, Planeta, Buenos Aires, 2015.

9.«Federico Pinedo: ‘Horacio Rodríguez Larreta es un gran gestor, pero
Patricia Bullrich tiene liderazgo político’» en Perfil, 11/4/2023.

10.Mauricio Caminos: «Bullrich y una mini-gira por Miami: ‘régimen
kirchnerista’, una promesa contra la inflación y Nicaragua» en elDiarioAR,
13/3/2023.

11.Martín Vicente: «La 'piba' de la derecha argentina» en Nueva Sociedad
edición digital, 3/2021.

12.P. Stefanoni: «Peinado por el mercado» en Anfibia, 19/3/2021.

13.«El insulto de Javier Milei a Rodríguez Larreta: ‘Zurdo de mierda, te
puedo aplastar’» en Infobae, 28/8/2021.

14.P. Stefanoni: ¿La rebeldía se volvió de derecha? Cómo el antiprogresismo
y la anticorrección política están construyendo un nuevo sentido común (y
por qué la izquierda está perdiendo la iniciativa), Siglo XXI Editores,
Buenos Aires, 2021.

15.M. Rodríguez: «Un tranvía llamado deseo» en elDiarioar, 2/4/2023.

16.El video puede verse en twitter
com/ricardobussi/status/1635286470989840387

17.D. Genoud: El arribista del poder. La historia no publicitaria de Massa,
Siglo XXI Ediciones, Buenos Aires, 2023.

18.Empleados públicos que no van a trabajar.

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