Feminismos/ "La legalización del aborto es lo más importante que pasó en Argentina en los últimos años". [Alicia Dujovne Ortiz] - Entrevista:

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Jue Sep 28 00:23:47 UYT 2023


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Correspondencia de Prensa

28 de septiembre 2023

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Feminismos



Alicia Dujovne Ortiz: “La legalización del aborto es lo más importante que
pasó en Argentina en los últimos años”



Con la periodista y escritora argentina, que advierte que “las referencias
de Milei a la ‘superioridad estética’ de la derecha y su lucha anunciada
contra el ‘marxismo cultural’” constituyen “un llamado de alerta para todos
y todas”.



Luciana Peker

La Diaria, 26-9-2023

https://ladiaria.com.uy/



“Yo me alegro de haber vivido. Me alegro y agradezco, no sé a quién, pero a
alguien le agradezco, haber vivido los años 60 en Argentina, que eran años
de libertad y de descubrimiento de nuestros cuerpos”, dice, agradece,
escribe con la voz Alicia Dujovne Ortiz. Tiene 84 años y viajó sola por
sobre el Atlántico, con una autonomía que sigue enseñando cómo pararse en la
vida, para presentar Andanzas, su último libro, una trilogía autobiográfica
editada en 2023 por Equidistancias, en la Feria del Libro de Buenos Aires.



Alicia fue traducida a 20 idiomas. Su biografía de Eva Perón, publicada en
1995, se convirtió en un best seller internacional. Además, escribió Milagro
en 2017; Quién mató a Diego Duarte en 2011 y El camarada Carlos en 2008. En
1992 se animó con el título Maradona soy yo y, en 1980, con la historia de
María Elena Walsh. Si la revolución feminista nos permite entender que la
historia enmarcó el relato masculino, aun el de izquierda, y dejó en foto
carné la narrativa femenina, el presente nos debería dejar las crónicas
periodísticas de Alicia Dujovne Ortiz (recopiladas por Marea en 2021 en
Cronista de dos mundos) de lectura indispensable o, mucho mejor dicho, de
disfrute a la vista como forma de reaprender el oficio de leer, escribir y
transformar el mundo.



Alicia habla entre la multitud que va a verla o a caminar entre libros, como
si todavía eso dijera algo no artificial. Cuenta su historia en la librería
más grande de Sudamérica y describe las horas que le dedica, por día, a
informarse y a conocer los detalles de la guerra a Ucrania en una pizzería
en la que no se consigue mesa con un amigo poeta al que conoció cuando le
tocó timbre para venderle algo y ella lo despide pidiéndole que no deje de
escribir. Alicia sabe de Argentina todo lo que le permite la virtualidad que
acerca, pero que simula una cercanía tan fingida como la pretensión de
“entrar en el mundo” de los que sólo quieren bajar la cabeza frente al arco
del triunfo. Pero escucha a un país más alejado del mundo que ahora sí
siente silenciado de las discusiones sobre el futuro: guerra, gas,
calentamiento global, migración. Alicia tiene nombre propio, además de dos
apellidos, en un país de las maravillas que se convierten en miseria por
falta de amor a lo público.



Ella dice que la frase “qué país”, que los argentinos repiten para quejarse
de la patria que siempre les parece ajena, es un modismo que muestra que el
lugar al que se llega nunca parece del todo propio y que la queja muestra
una idiosincrasia afirmada en un territorio que atribuyen a otros y al que
le ven más defectos de los que tiene, hasta que los defectos se convierten
en realidad. “Qué país” también es una forma de seguir mirándose al ombligo
en una nación excesivamente ombliguista. Sin embargo, esa distancia con el
país propio muestra algo de las vueltas por las que la riqueza se maltrecha
en desgracia o la historia en tragedia.



Ella habla en diferentes lenguas con su propio tono. Tiene una lengua
especiada, una forma de hablar que no desata su nudo, aunque su vida esté
anclada en el sur y su cuerpo viva sus días en París, el lugar del exilio,
en el que huyó para vivir y en el que vivió sin huir de sus ideas, de sus
propios remolinos y de un mundo al que nunca le sacó el cuerpo. En los
últimos años vivió pintando, tomando vino o whisky y viendo los debates del
aborto legal en Argentina, acompañada de su nieta Ariana Sáenz Espinoza, en
un castillo rural, en el que se consagró princesa de su destino.



Pero su hija, docente de un jardín de infantes, le dijo que volviera a la
ciudad, para cuidarla y cuidarse. La historia deja siempre buenos remates.
Vive ahora en un edificio histórico de la comunidad judía levantado por el
Barón de Hirsch que ayudó a sus abuelos en Ucrania y los ayudó a llegar a la
Argentina para salvarse de los pogroms. Cada vez que sale o entra, el cartel
de la puerta se lo recuerda. Lo que salva no deja de doler y lo que vive no
deja de ser un duelo permanente.



Sus libros son como esa chapa que nos recuerda, también, que las mujeres no
podían escribir en Argentina y que fueron invitadas a decir lo que les
dictaban las dictaduras, a desaparecer o a irse. Alicia sobrevivió para
contarlo. Pero ahora, que la dictadura es negada o reivindicada en Argentina
y las políticas y periodistas son amenazadas, su lectura se vuelve –dejemos
la tentación de citarla obligatoria– pero sí indispensable. Porque lo que se
niega sólo recrudece cuando resurge.



-¿Cómo fue que la dictadura militar te obligó a exiliarte?



Llegué al diario [La Opinión] y me encuentro con los tanques del Ejército.
Me voy a mi casa, me meto en la bañadera porque se me hinchan los ojos. Y
digo “esto se terminó”, porque parecía que el país se terminaba, y durante
mucho tiempo fue así.



-¿Por qué te exiliaste en París?



Me pareció que me podía ir con mi hija de 13 años. Pero tenía tantas
posibilidades de ir a París como a Pehuajó, porque no tenía un mango.



-¿La dictadura intentó cooptar periodistas?



Sí. Nos citan a algunos periodistas de La Opinión de un diario que se iba a
crear, llamado Convicción, detrás del cual estaba [Emilio] Massera
[integrante de la Junta Militar de la última dictadura argentina]. Lo
llamábamos Il Corriere de la Massera. El responsable [Hugo Ezequiel Lezama]
me llama y me somete a un interrogatorio violento y humillante, que nunca en
mi vida han vuelto a tratarme así, para tomarme de reportera estrella. ¿Qué
sería si me metía en la ESMA [Escuela de Mecánica de la Armada, un centro de
tortura en la Ciudad de Buenos Aires]? Realmente me re maltrató. Me dijo
“¿usted es judía? Bueno, no importa, no tengo problemas”. Y siguió: “¿Tiene
una hija? Espero que sea de su marido”. No era. Todas las preguntas las
hacía mirando los papeles donde estaba mi ficha del Servicio de
Inteligencia. Me dice: “bueno, pero usted me escribió, en 1939, un libro
comunista llamado La mujer en la novela rusa”. El libro lo había escrito mi
mamá, Alicia Ortiz. Yo le digo: “señor, yo fui un bebé brillante, pero en
1939 no podía analizar los personajes femeninos de la novela rusa. Servicio
de estupidez, no de inteligencia, discúlpeme”. Y me contestó: “Bueno, está
bien, le voy a arreglar su ficha. Pero si usted se va a Yugoslavia a visitar
a su amante yugoslavo, porque usted tiene un amante de la embajada, ¿no? Sí.
Bueno, no vuelve. Papito sabe”.



-¿Y era cierto lo del amante?



Claro, sí, era cierto. El Servicio de Inteligencia, salvo el pequeño error
con la fecha del libro, sabía. La nomenclatura de amantes está en “Las
perlas rojas” [una de las biografías incluidas en Andanzas] y hubo muchos,
muchísimos.



-¿Cómo fue la amenaza para que trabajaras en la plataforma periodística de
la dictadura o te fueras de Argentina?



Hugo Ezequiel Lezama me dijo: “En Convicción usted tiene su cargo en un
organigrama donde es reportera estrella. Entra a trabajar en el diario o se
va del país”. Le contesté: “Bueno, señor, voy a tomar mi decisión”. Y me
remarcó: “Usted, de todo lo que le estoy diciendo, en el diario, en La
Opinión, muzzarella”. Llegué al diario y le conté esto hasta al portero. No
me perdonó porque él la quería hacer de cana bueno, trataba de seducir a los
periodistas de La Opinión.



-Hoy sabemos que no es posible la libertad durante la dictadura, ¿pero había
periodistas que decían que trabajaban en libertad?



Había periodistas serios que trabajaron en Convicción diciendo que gozaban
allí de una total libertad y algunas notas se hacían en los sótanos de la
ESMA con periodistas presos. Mira qué lindo.



Ahora vuelve el negacionismo y la reivindicación de la dictadura militar
después del auge del feminismo en 2015-2020. ¿Cómo fue el período anterior a
la dictadura militar en Argentina?

Yo le agradezco al altísimo, que no sé dónde vive, por ahí arriba, haber
conocido Buenos Aires en los años 60 porque fueron los años de la libertad
sexual más deliciosa que se puede conocer. Los años 50 eran años pacatos, de
muñequitas vestidas de celeste y rosa. Yo también me vestía así, con pollera
plato, con zapatitos ballerina, sombreritos en forma de cosa holandesa
hechos de florcitas; en vez de cartera llevábamos una canastita con
florcitas pegadas.



-¿Cómo fue el auge de la libertad sexual?



Yo estaba en la Facultad de Filosofía y Letras y cuando se destapa la olla
de una libertad sexual extraordinaria, amistosa y alegre hacíamos el amor
entre amigos. En París no me creen cuando digo que nos anticipamos al Mayo
del 68 parisino.



-¿Qué cambió en los 70?



La guerrilla, que estaba germinando, se convierte en una realidad y los
montos [montoneros] dicen “no somos putos ni faloperos”. Se estaba armando
una cosa que tiene que ver con la moral revolucionaria.



Ahora firmaste un documento con el título “En nuestro nombre, no” en donde
judíos y judías de Argentina afirman: “Milei no nos representa”. ¿Qué pensás
del avance de Javier Milei (que dice estudiar la torá y promete un vínculo
cercano con Israel) y Victoria Villarruel frente a las próximas elecciones?



Milei tuvo declaraciones de contenido discriminatorio, misógino, contrario a
la diversidad sexual, a la pluralidad política, y a la convivencia
democrática en general. Las referencias de Milei a la “superioridad
estética” de la derecha y su lucha anunciada contra el “marxismo cultural”
(un concepto de indudables orígenes antisemitas) deben funcionar como un
llamado de alerta para todos y todas, judíos/as o no.



-Una de las declaraciones de Milei cuando fue el candidato más votado en las
primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO) fue que derogaría o
plebiscitaria el aborto legal en Argentina. Vos sos pionera en contar que te
hiciste un aborto por el que casi perdés la vida antes de que fuera legal,
en Francia, en diciembre de 1974. ¿Cómo fue tu experiencia?



En el 63 yo estaba estudiando en París y todavía no se había votado la Ley
Simone Veil [autora de la ley, entonces ministra de Salud y sobreviviente de
Auschwitz], que legaliza el aborto. Me hice un aborto clandestino que fue
una carnicería.



-¿Cómo fue la lucha en Francia por la legalización del aborto?



En el 71 un grupo de actrices –como Catherine Deneuve– y de intelectuales
publicó un manifiesto que se llamaba “Las 343” donde decían “yo también
aborté”. Abortar significaba arriesgar la vida y yo arriesgué la mía. Una
partera búlgara me metió una sonda de kilómetros adentro sin esterilizar. Yo
no sabía ni de qué se trataba, creía que me estaba revisando. Y me advirtió,
cuando finalmente me la sacó: “Si le sube la fiebre a más de 39 es que se
está muriendo. Ahí puede llamar a un médico. Trate de que sea un médico
judío, porque son más comprensivos”. En ese momento mi mamá llegó de visita
a París y se encontró con este panorama. Le conté y me pudo llevar a una
clínica decente donde me salvaron la vida porque me estaba muriendo.



-¿Cómo te impacta la lucha por la legalización del aborto, que se consagra
en 2020 en Argentina?



Yo podría haber muerto por una septicemia. Así que toda la lucha de las
pibas de Argentina me llega muy de cerca, porque esa carnicería la conocí en
útero propio.



-¿Cómo viviste la marea verde?



Me parece lo más importante que ha pasado en Argentina en los últimos años,
y en todas partes se dan cuenta. Hubo diputadas y senadoras, pero, sobre
todo, un millón de chicas, muy jóvenes, que estaban en la plaza. Así que
cuando se aprobó brindamos con mi nieta.

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