<!DOCTYPE HTML PUBLIC "-//W3C//DTD HTML 4.0 Transitional//EN">
<HTML><HEAD>
<META http-equiv=Content-Type content="text/html; charset=iso-8859-1">
<META content="MSHTML 6.00.2600.0" name=GENERATOR>
<STYLE></STYLE>
</HEAD>
<BODY bgColor=#ffffff background=""><FONT face=Arial size=2>
<DIV align=justify>
<HR>
</DIV>
<DIV align=center><EM><STRONG><FONT color=#800000 size=4>Boletín informativo -
Red solidaria de la izquierda radical</FONT></STRONG></EM></DIV>
<DIV align=center><EM><STRONG><FONT size=4><IMG alt="" hspace=0
src="C:\Documents and Settings\EH\Mis documentos\germain 1.JPG" align=baseline
border=0><BR><FONT color=#000080>Año III - Nº 9377 - Febrero - 2006 - Redacción:
</FONT></FONT></STRONG></EM><A
href="mailto:germain@chasque.net"><EM><STRONG><FONT color=#000080
size=4>germain@chasque.net</FONT></STRONG></EM></A></DIV>
<DIV align=center>
<HR>
</DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>Mujer y Violencia</FONT></STRONG></DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3></FONT></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>Entrevista a Diana Maffia, experta en
género</FONT></STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG></STRONG></FONT> </DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG>A propósito del asesinato y suicidio
en un Mc Donalds</STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG></STRONG></FONT> </DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG>“El relato del crimen pasional monta
una escena pornográfica”</STRONG></FONT></DIV><FONT face=Arial size=2>
<DIV align=justify><BR><STRONG>La filósofa e investigadora Diana Maffía analiza
lo que encubre la figura del “crimen pasional” en términos de relaciones de
género y cómo el voyeurismo generalizado sobre estos hechos cristaliza una
advertencia para otras víctimas de violencia.<BR> <BR>Marta
Dillo</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><STRONG>Página/12, Buenos Aires, 20-2-06</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG>–Aun cuando describe hechos crueles, la palabra
“pasional” también está asociada íntimamente al amor.<BR></STRONG><BR>–La
palabra pasión tiene que ver con pasividad y eso significa que son cosas que nos
poseen, no que poseemos. Por lo tanto, el crimen pasional es algo que ocurre en
un estado emocional que es violento, pero del que no se es responsable. Por eso
cuando se habla de crimen pasional es como anteponer una excusa para la persona,
que en ese estado pasional, no sería responsable de sus actos, como una locura
pasajera, una locura de amor. Ahora, esa locura de amor va siempre en un mismo
sentido y eso es lo que tendría que hacernos sospechar, porque la locura no es
previsible, va para cualquier lado, pero las locuras de amor van siempre en
sentido de la posesión absoluta, que en general o en la inmensa mayoría de los
casos, va de un varón hacia una mujer. Y es así porque hay toda una cultura de
vincular el amor con la posesión. Dejar ir lo que se ama, o dejar libre lo que
se ama es algo extremadamente sofisticado, ya sea de una madre para con su hijo,
un maestro con su discípulo o un miembro de la pareja por el otro. Dejar libre
lo que se ama parece casi contradictorio, en realidad, la tentación es poseerlo,
poseer completamente.<BR><BR><STRONG>–Esta es una idea sumamente
naturalizada.</STRONG><BR><BR>–Claro, porque cuando se trata de imponer una
idea, sobre todo una idea de dominio, se lo puede hacer por medio de la
persuasión, podés convencer a la otra persona que es mejor para ella ser
dominada, poseída. El modo de la protección aparece como la tutela, la
distinción entre protección y tutela nos cuesta mucho, uno debe proteger aquello
que es vulnerable, pero no apropiarse de su autonomía. Y a veces, los modos de
la protección tienen como precio la pérdida de autonomía, la pérdida de
libertad, ya sea el gobierno protegiendo a los pobres, los adultos a los niños o
adolescentes o los varones protegiendo a las mujeres. Lo que se hace es
apropiarse de su libertad y de su autonomía y bajo la forma de la protección
ejercer un dominio o una tutela.<BR><BR><STRONG>–Usted describe un trasfondo
social para hechos que suelen ser calificados como individuales y que, en muchos
casos, cuando llegan a los juzgados cuentan con atenuantes como la emoción
violenta.</STRONG><BR><BR>–¿Qué cosa es la emoción violenta? Es algo
absolutamente manipulado por la Justicia. Basta ver lo que pasó con Romina
Tejerina, que no logró que se le aplicara esa figura, ni siquiera que se
considerara el estado puerperal como un momento de alteración psíquica. Porque
hay una manipulación y una arbitrariedad respecto de lo que una jueza o un juez
puede decidir en cada caso. En Santiago del Estero hubo un hecho que, en su
momento, fue bastante criticado porque un hombre mató a su mujer y el juez
consideró la emoción violenta fundada en que la mujer hacía tres meses que no
quería hacerle la comida ni plancharle la ropa, y esto se había convertido en
una enorme violencia sobre él. Mientras sucedía el juicio a Romina Tejerina hubo
otros fallos que describí en su momento en los que los varones reciben mucha
menor pena por matar a sus esposas que el que recibió ella por matar a su bebé.
Porque en ellos se considera emoción violenta que lo hayan abandonado o tener
que hacer tareas domésticas.<BR><BR><STRONG>–Se ponen en juego los estereotipos
de género como si desafiarlos fuera otro modo de la
violencia.<BR></STRONG><BR>–Claro, se tiene en cuenta fundamentalmente qué es lo
que se está violentando en cada caso. En el caso de matar o herir se está
violentando la integridad física del otro, ¿pero qué es lo que violenta tanto a
un hombre que lo hace responder con esa reacción física? Lo que violenta es la
pérdida de un rol, de un papel. Este tipo de violencia, que es una violencia
simbólica si uno quiere, porque la expectativa de ese varón es poseer
completamente a su mujer, que ella le obedezca, que cumpla ciertos roles en la
casa... porque es lo que la sociedad le prometió, lo que su mamá le prometió
cuando lo educaba y le dijo que se casara con esa buena chica. Pero hay cambios
y las mujeres ya no admiten pasivamente cumplir los mandatos y esto es una
violencia con respecto a las expectativas. Y a esa violencia se responde con
disciplinamiento. Se puede con persuasión, hablándonos de las maravillas de la
maternidad, de la inmensa espiritualidad que hay en ello y que tenemos la más
magnífica tarea de la humanidad. Lo que no entendemos cómo nadie nos disputa tan
maravillosa tarea y nadie quiere tener la trascendencia del alimento al mediodía
y a la noche todos los días. Se valora, pero a la vez no se disputa, entonces
sospechamos.<BR><BR><STRONG>–¿Podría decirse que estos hechos, de alguna manera,
hacen eclosión por el abismo que se abre entre los cambios sociales y la
subjetividad de las personas?</STRONG><BR><BR>–Creo que no se puede evaluar la
cantidad alarmante de crímenes violentos que existen sin pensar en las múltiples
violencias que se reciben con respecto a las expectativas que son diversas e
impersonales. La violencia de la desocupación, del hambre, de imposibilidad de
movilidad social. Sobre todo de la pérdida de un rol social que también le
prometieron al hombre que iba a cumplir, que era el de proveedor, y del que se
ve expulsado no por voluntad propia, porque esté viviendo cambios interiores y
quiere ensayar la paridad con su pareja sino por factores externos. Es expulsado
de proveer el sustento, que es basal de su icono de masculinidad. Cuando fueron
los cacerolazos de 2001 y 2002, yo le pregunté a una persona que atendía un
servicio de asistencia sobre violencia doméstica si había existido algún tipo de
cambio en las llamadas. Y me dijo que había sido un comentario los pocos pedidos
de ayuda que habían recibido, es decir que en el momento de expresar, de poner
en acto la impotencia colectivamente había mermado la violencia doméstica. Esto
merece ser pensado que, a veces, la respuesta violenta contra un sujeto débil
proviene de la relación con el sujeto y a veces no, proviene de una relación de
frustración en la que sobre todo el varón se siente humillado y recupera su
relación de poder en el lugar donde puede recuperarla, es decir con los sujetos
más vulnerables de la familia.<BR><BR><STRONG>–Cuando se conoció el crimen de
Congreso también aparecieron, al menos, siete hechos más de características
similares que los medios suelen relatar como si satisfacieran un deseo
voyeurista.</STRONG><BR><BR>–Seguro, a mí me fascinan los hechos policiales,
creo que es algo generalizado. Pero en España, por ejemplo, se abrió el año
pasado un debate sobre este tipo de relatos pormenorizados sobre hechos
violentos que eran tan dramáticos que las personas que sufrían violencia de
menor tenor que esos que hablaban de un hachazo en la nuca, aunque fuera una
piña en el ojo, no llegaban a evaluar correctamente su situación. Como si
dijeran “si a ésa le hicieron saltar la masa encefálica, bueno, lo mío es
cariñito”; por otra parte, la que se queja por la violencia tiene la amenaza de
lo que le puede pasar si sigue insubordinándose. Entonces, también el manejo de
los medios debería ser muy prudente. Pero lo cierto es que no hay mucho debate
social al respecto. Efectivamente hay delectación en ciertas palabras que tratan
de construir una escena entomológica o pornográfica directamente, por esa
fragmentación que tiene la pornografía que convierte los genitales en pistones y
bujes. Estos relatos tienen esa fragmentación de la pornografía, se pone bajo
una lupa sumamente ampliada, desconectado del entorno, el final de una historia
que se relata como de amor. Y esto sirve como advertencia, como modelo de lo que
puede llegar a ocurrir.<BR><BR><STRONG>–¿Qué es exactamente lo que encubre este
tipo de relatos?</STRONG><BR><BR>–Hablar de crimen pasional es hablar de algo
extremadamente individual, y pensarlo como una locura de amor es pensarlo como
algo desviado, que no corresponde a la norma y precisamente se pierde lo social
y lo normativo que hay detrás de esta apropiación y puesta violenta de las
mujeres en el lugar donde tradicionalmente se espera que estén: en el lugar de
la obediencia y de ser poseídas.<BR><BR><STRONG>–Pero, a pesar de que casi todos
los medios caen en la trampa de este relato, los más populares hasta parecen
condimentarlos.<BR></STRONG><BR>–Los medios populares sólo se reprimen menos.
Pero creo, además, que funciona como una especie de consuelo a las situaciones
personales. En un segmento popular donde se comparten tanto las condiciones que
dan lugar a esos dramas, si se expresaran estas condiciones no sé si sería
soportable.<BR><BR><STRONG>–De todos modos la retórica del amor romántico, con
la figura de la posesión y la promesa de amar hasta la muerte es
transversal.<BR></STRONG><BR>–El uso de metáforas, del lenguaje en general, nos
da esquemas conceptuales y uno de los ejemplos es el del amor como guerra. Se
dice “la conquisté, la subyugué”, se habla de vencer la resistencia... Hay algo
en el modo que concebimos la relación amorosa cuando hablamos de ella, en esta
retórica en la que se sostienen los medios para describir estas cosas que tiene
que ver con posesión, lucha, conquista, por lo tanto con vencedores y vencidos,
con el asalto a una plaza, que influye en el modo en que lo
vivimos.<BR><BR><STRONG>–Y en los boleros que cantamos.<BR></STRONG><BR>–O los
tangos, “primero hay que saber sufrir...” El amor romántico es un amor
sufriente, un amor despreocupado qué clase de amor es.<BR><BR><STRONG>–¿Por qué
cree que el discurso feminista, que ha penetrado en cierto ánimo de corrección
política en lo público, no ha podido penetrar en estas
cuestiones?<BR></STRONG><BR>–La verdad es que preocupadas por el acceso a los
lugares públicos, preocupadas por deshacernos de los mandatos patriarcales, hay
ciertas cosas de las que no nos hemos ocupado las feministas, sobre todo las que
tienen que ver más con la subjetividad. A la que mejor oí hablar de esto es a
Eva Giberti cuando habla del goce que hay en el ejercicio del poder y de
violencia, no es sólo hacer víctima sino que hay goce en esto. Se explora el
lugar de la víctima y no el goce del victimario. Es que es escabroso ver los
resortes humanos que llevan a sostener ese tipo de vínculos.<BR><BR><STRONG>–Y a
la vez, esta retórica del crimen pasional deja a la pasión como una valoración
negativa.</STRONG><BR><BR>–Hay algo muy antiguo en la concepción de la
naturaleza humana que considera a las pasiones separadas de la racionalidad, que
obstruyen la racionalidad. Por eso, entre otras cosas, las mujeres hemos estado
alejadas de lugares donde se supone que debería haber equilibrio porque se
consideraba que teníamos tanta emotividad, tantas pasiones que la subjetividad
era inmanejable. Un científico para ser objetivo tiene que dejar de lado su
subjetividad, igual que los jueces por ejemplo, que no tienen que tener empatía,
esta concepción de la emocionalidad es algo que ha ido cambiando, se ve ahora
que la percepción del mundo necesita de las emociones para poder ubicarnos. O
sea una persona que no tiene emociones cuando debe tenerlas no actúa
racionalmente, si no tiene miedo cuando hay peligro, si no se conmueve, no está
actuando adecuadamente con las circunstancias, por lo tanto hay algo que falla
en su racionalidad. Nuestra manera de transcurrir en el mundo más equilibrada
requiere de razones y pasiones.<BR><BR><STRONG>–¿Usted cree que este tipo de
hechos podrían ser prevenidos en función de ese
equilibrio?</STRONG><BR><BR>–Para eso debería haber una investigación mucho más
amplia de la que hay con respecto a los múltiples modos de la violencia, porque
percibimos la violencia cuando es física. Pero no percibimos todos los síntomas
previos y los anuncios con respecto al riesgo de una situación de violencia de
esta índole. Si pudiéramos leer esos síntomas como sabemos leer los que nos
conducen a una enfermedad que puede ser grave, pero tomada a tiempo se
neutraliza, hay algo que anuncia la violencia de muchas maneras. No es que
alguien amoroso un día se da vuelta y te pega un tiro. Hay síntomas, anuncios de
esta manera posesiva; este “la maté porque era mía”, la mera posibilidad de que
deje de ser tu posesión, hace que la alternativa sea la destrucción, o tuya o de
nadie.<BR><BR><STRONG>–¿Por qué cree que este modo de relación se hace
especialmente visible en el caso de integrantes de las fuerzas armadas o las de
seguridad?</STRONG><BR><BR>–Tienen las herramientas, si fueran albañiles y
tuvieran un martillo sería lo mismo. Es cierto también que cualquiera que diga
pistola sabe que hay una relación entre las armas y la extensión de la
masculinidad, hay que ser muy necio para no verlo. Las armas son muchas veces,
la prolongación del cuerpo y la voluntad, como el auto, o como las
herramientas.<BR><BR><STRONG>–Y también cierta protección de la
cofradía.</STRONG><BR><BR>–Eso es importantísimo. Jorge Corsi tiene un libro que
se llama Violencias sociales, una compilación con Graciela Peyrou, en él habla
de las condiciones que posibilitan la violencia. Y una de ellas es el
ocultamiento corporativo, la impunidad. Ocurre un hecho de violencia en la
escuela y queda en la escuela, ocurre en la familia y nadie habla de eso, dentro
de las fuerzas de seguridad todos lo tapan. Ese modo corporativo de proteger y
por lo tanto generar impunidad, es una de las condiciones que hace que siga
existiendo violencia, porque impide verla, tomar precauciones y sancionarla.
Cuando no es sancionada, la violencia emite un mensaje para la víctima que es no
podés hacer nada, y un mensaje para el victimario que es podés seguir
haciéndolo. En términos de género, este mensaje en la sociedad existe: el
mensaje que debilita a la víctima, esto que se llama el síndrome de la
indefensión aprendida, la víctima aprende que no tiene manera de defenderse.
<HR>
<STRONG><FONT color=#000080>La información contenida en el boletín es de fuentes
propias, sitios web, medios periodísticos, redes alternativas, movimientos
sociales y organizaciones políticas de izquierda. Los artículos firmados no
comprometen la posición editorial de Correspondencia de Prensa. Suscripciones,
Ernesto Herrera: </FONT></STRONG><A
href="mailto:germain@chasque.net"><STRONG><FONT
color=#000080>germain@chasque.net</FONT></STRONG></A>
<HR>
</FONT></DIV></BODY></HTML>