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<BODY bgColor=#ffffff background=""><FONT face=Arial size=2>
<DIV align=justify>
<HR>
</DIV>
<DIV align=center><STRONG><EM><FONT color=#800000 size=4>Boletín informativo -
Red solidaria de la izquierda radical</FONT></EM></STRONG></DIV>
<DIV align=center><STRONG><EM><FONT size=4><IMG alt="" hspace=0
src="C:\Documents and Settings\EH\Mis documentos\germain 1.JPG" align=baseline
border=0><BR><FONT color=#000080>Año III - 8 de marzo 2006 - Redacción:
</FONT></FONT></EM></STRONG><A
href="mailto:germain@chasque.net"><STRONG><EM><FONT color=#000080
size=4>germain@chasque.net</FONT></EM></STRONG></A></DIV>
<DIV align=center>
<HR>
</DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify><FONT size=3><STRONG>Día Internacional de la
Mujer</STRONG></FONT></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG></STRONG></FONT> </DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG>Guatemala</STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG></STRONG></FONT> </DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG>Feminicidio: facetas visibles y
oscurecidas </STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG></STRONG></FONT> </DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG>Diana García *</STRONG></FONT>
</DIV><FONT face=Arial size=2>
<DIV align=justify><BR><STRONG>Aunque hay un debate en marcha y un conjunto de
definiciones todavía en construcción, “feminicidio” es el vocablo de uso más
común en la sociedad guatemalteca para dar nombre a los asesinatos de mujeres.
Hace ya cinco años que cada mañana vemos rostros, nombres, historias. Llega la
noche, y no terminamos de llenar el silencio. Y seguimos sin conocer los rostros
y los nombres de los responsables. Más de mil mujeres han sido violentadas y
asesinadas en los últimos cinco años en Guatemala. Y en respuesta, los medios de
comunicación y las autoridades nos ofrecen versiones para el consumo, insumos
inútiles para explicar el sinsentido de lo que ocurre.</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG>Revista Pueblos</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><A
href="http://www.revistapueblos.org/"><STRONG>http://www.revistapueblos.org/</STRONG></A></DIV>
<DIV align=justify><BR> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG>Hipótesis, argumentos, razones...</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>De acuerdo con la revista Gobernanza, la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) ha situado a Guatemala a la cabeza de
los países con un mayor número de homicidios de mujeres en América Latina.
Teniendo ya ese récord, ¿hemos avanzado en nuestra comprensión de lo que está
sucediendo? ¿Y en qué medida las estadísticas, los modos de operar que se
describen y las hipótesis que se manejan están dando cuenta de lo que acontece?
“El fenómeno” -en singular- se describe muchas veces como una “epidemia” que
caracteriza a “estas sociedades en descomposición” o socioculturalmente
machistas, que han dejado de tolerar que las mujeres “salgan a la calle”. Se nos
dice que estas muertes “no son más” que la máxima expresión del uso, costumbre y
normalización de la práctica cotidiana de la violencia contra las mujeres. Que
el empobrecimiento agudizado en las últimas dos décadas por la aplicación de
políticas neoliberales se desahoga en violencia por la frustración acumulada en
los sujetos más vulnerables. Que la apropiación del cuerpo de las mujeres forma
parte de las lógicas de territorialización de las pandillas o del crimen
organizado. O que la postguerra, junto a las prácticas represivas que la
acompañan, marcaría las herencias que por mucho tiempo aún acarrearemos. ¿Cuál
de todos estos argumentos es realmente así?</DIV>
<DIV align=justify><BR>Sabemos -como muchos análisis lo reflejan- que el
contexto que ha posibilitado el incremento de estos crímenes se ha fundamentado
en la irresponsabilidad del Estado y del sistema de justicia, al no
investigarlos ni sancionarlos. El Instituto de Estudios Comparados en Ciencias
Penales de Guatemala (ICCPG) nos recuerda que la acción selectiva y
criminalizante del poder punitivo del Estado no puede ni debiera considerarse
como la institución encargada del combate y erradicación de la violencia.</DIV>
<DIV align=justify><BR>A la par, la corrupción, la impunidad y las redes
delictivas incrustadas en las fuerzas de seguridad del Estado han sido también
ampliamente señaladas por diversos sectores. Y las instancias sociales más
cercanas al quehacer del sistema de justicia han denunciado y propuesto un
sinnúmero de alternativas ante la crisis del sistema de justicia penal, asociada
tanto a la crisis de la Policía Nacional como al colapso del sistema
carcelario.</DIV>
<DIV align=justify><BR>El movimiento de mujeres también ha evidenciado en
innumerables ocasiones la serie de trabas y vacíos que la legislación actual
interpone aún para la persecución penal de los hechos de violencia contra las
mujeres, legitimando así las prerrogativas del poder masculino en la sociedad
guatemalteca. Se ha demostrado cómo las que podrían simplemente considerarse
como “malas prácticas del sistema de justicia” son más bien formas de
victimización secundaria y de “disciplinamiento” de lo femenino.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Los principales aportes de las mujeres organizadas,
además de demandar la visibilización de la problemática y respuestas coherentes
del Estado, son los esfuerzos que desde hace más de tres décadas realizan para
desvelar los contenidos ideológicos con los que el patriarcado institucionaliza,
legitima, justifica y naturaliza los actos de violencia contra las
mujeres.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Habiendo contribuido que la sociedad tome conciencia de
que los sistemas de registro e información oficial no llegan a reflejar las
dimensiones ni la magnitud de estos crímenes, la mayoría de los medios de
comunicación continúan haciendo un uso poco responsable de la información. La
saturación de determinados mensajes, y el manejo que muchas veces dan a los
datos, no sólo han elevado la percepción de inseguridad y vulnerabilidad entre
las mujeres, sino que han alimentado el grado de generalización, confusión y
simplificación sobre una realidad social muy compleja.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Nuestras carencias se nutren también de esfuerzos
investigativos y analíticos de carácter multidisciplinario y multisectorial que
nos permiten identificar con más claridad tanto a los diferentes actores, como
los distintos niveles de responsabilidad con los que cada uno de ellos y
nosotros participamos.</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>Una clave: la niñez y la
adolescencia</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>Enfrentamos la necesidad de desenmascarar las facetas
históricas, políticas, sociales y culturales -también las económicas- que a
nivel local, regional y global puedan estar operando. Llegar a conocer los
rostros y los nombres de los responsables demanda nuestra capacidad de construir
perspectivas que no se excluyan entre sí. Pero atrevernos a interpretar este
sufrimiento social que ahora compartimos -no sólo para sobrevivirlo sino para
erradicarlo- no pasará sólo por la realización de esfuerzos concentrados y
coordinadamente sistemáticos a todo nivel. Un desafío así requerirá que las
mujeres estemos dispuestas a sumergirnos en las etapas en las que se han
entrañado nuestros miedos y se nos han encarnado los silencios.</DIV>
<DIV align=justify><BR>La niñez, la adolescencia y la juventud de las mujeres
tienen mucho que ver con los roles de género con que nos construimos, que
después nos negamos a seguir aceptando por habernos sido tan arbitrariamente
asignados desde pequeñas.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Pero, ¿qué tiene que ver la niñez y la adolescencia con
el feminicidio? Desde el año 2000 las cifras de muertes violentas de mujeres no
han dejado de crecer en Guatemala. El pico máximo se puso de manifiesto en 2004
con la muerte de 527 mujeres. El Instituto Nacional de Estadística (INE) da
cuenta que en 2000-2004 el total de mujeres asesinadas fue de 1.501. Al incluir
los primeros cinco meses del 2005, el Grupo Guatemalteco de Mujeres (GGM)
reporta que las víctimas suman ya los 1.882 casos.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Establecer los móviles que estuvieron detrás es
complicado, ya que al menos el 40% de los casos han sido archivados y no
llegaron a ser objeto de investigación. Y así, los indicadores siguen siendo
descriptivos. De acuerdo con el INE, en 2002 el 27.6% de las víctimas
registradas fueron niñas y adolescentes menores de 18 años y el 42.6% tenía
menos de 29 años de edad. Un año más tarde, el 23.2% de las muertes
correspondieron a mujeres menores de 18 años y el 33.7% a mujeres de menos de
30. De acuerdo a la Procuraduría de Derechos Humanos, en 2003 el 56.9% de las
muertas con violencia fueron niñas, adolescentes y jóvenes menores de 30
años.</DIV>
<DIV align=justify><BR>De acuerdo con el informe de 2004 Situación de la niñez
en Guatemala, de la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado (ODHAG), las
fuentes hemerográficas registraron 108 muertes violentas de mujeres menores en
2002 y llegaron a 256 en 2004. La Policía Nacional Civil (PNC) reportó un total
de 1.400 asesinatos de menores en sólo tres años a nivel nacional. El Organismo
Judicial dio cuenta de 862 homicidios de menores en dos años sólo en el
departamento de Guatemala.</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>Cada vez más expectativas y cada vez menos
oportunidades</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>Está claro que los registros de las distintas fuentes se
intersectan y que la realidad que estamos experimentando es tan dura como
compleja. ¿Quizá, de formas menos visibles, también la niñez y la juventud
estarán siendo abatidas por la irresponsabilidad del Estado y una alta
“tolerancia” social ante niveles tan indiscriminados de violencia? ¿Podrían
estas muertes violentas de menores entrar en lo que podemos definir como
feminicidio? ¿Existen relaciones de poder entre los géneros o intra-género que
las podrían estar “justificando”? ¿Contamos con las evidencias suficientes para
descartar esa posibilidad?</DIV>
<DIV align=justify><BR>El patriarcado, como una forma de ejercer el poder y de
someter simbólica, física y materialmente a las mujeres para garantizar su
reproducción, no podría restringir su dominio sólo a esa “otra” biológicamente
diferente y generacionalmente semejante. Para poder seguir existiendo el poder
patriarcal busca incansablemente controlar y gobernar las energías, los tiempos,
los espacios, los significados y las maneras permitidas del ser de las mujeres.
También el de las niñas y el de las adolescentes y también el de los hombres de
las nuevas generaciones.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Aún no contamos con suficientes investigaciones sobre el
feminicidio en Guatemala, pero los distintos informes hasta ahora trabajados
coinciden en que la mayoría de víctimas son mujeres jóvenes, que provienen de
las clases populares, cada vez más empobrecidas. De los barrios, colonias y
asentamientos de una ciudad, en la que mientras las expectativas y los espacios
imaginarios tienden cada vez más, a expandirse, los espacios de vida y de
seguridad se han restringido hasta llegar en muchos casos a desaparecer, como
señala la historiadora Deborah Levenson.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Diferentes trabajos muestran que sin que la problemática
haya dejado de afectar a las áreas rurales, su expresión más aguda se pone de
manifiesto en las zonas urbanas, mal denominadas “rojas”; y que la versión más
fácil de asumir, simple y hasta funcional a múltiples intereses, es la que pasa
por atribuirle una mayor carga de responsabilidad a una juventud sistémicamente
“restringida”, que nace fuertemente condicionada y a la que se le ha ido
“criminalizando” cada vez más -como acción, no únicamente como reacción ni
representación- a través de maras y pandillas.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Quizá la juventud tenga tanto que ver con nosotras, como
nos atrevamos a pensar, corriendo el riesgo que posibilite el encuentro de lo
común y lo diferente de nuestras identidades. Tanto como queramos unificar
criterios y evitar la fragmentación de nuestros esfuerzos. Tanto como nos
decidamos a tomar distancia de la estigmatización, criminalización y represión
con que se está marcando a las nuevas generaciones.</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>¿Un problema sólo de las mujeres?</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>¿Es el feminicidio un asunto sólo de las mujeres? Es
increíble, pero a veces así lo pareciera. Lo parece cuando las instituciones
consideran la violencia sexual ejercida contra las mujeres como un exceso
normalizado del delito de homicidio. Cuando su cuerpo es cosificado por el
sistema de justicia al permanecer la alternativa de la indemnización económica a
las sobrevivientes de delitos sexuales como una medida sustitutiva de la
persecución penal. Cuando esta indemnización se equipara con la reparación
propia de otros delitos “menores”. Cuando los delitos de violencia sexual no son
considerados por el Código Penal como de interés público y continúan siendo
entendidos como propios de la esfera privada o no llegan a ser social ni
jurídicamente definidos como una fuente de amenaza de la convivencia ni de la
seguridad ciudadana.</DIV>
<DIV align=justify><BR>El feminicidio pareciera ser un problema de las mujeres
cuando el Poder Legislativo continúa impunemente sin dar respuesta a las
demandas de las organizaciones feministas por tipificar el delito de la
violencia intrafamiliar y el acoso sexual, o cuando las postergadas reformas al
Código Penal -que incluyen la desaparición de figuras jurídicas como el rapto
propio o impropio- continúan legitimando desde el Estado la violación de los
derechos humanos de las mujeres. Esta posición sistemática del Estado para
mantener la “permisividad” en el carácter de la justicia asociada a la violencia
física y sexual encuentran suficiente apoyo en la racionalidad económica y
política vinculada al auge de la mercantilización de los cuerpos de las mujeres,
niñas, niños y adolescentes, y en el cada vez más acelerado incremento de las
ganancias de la industria pornográfica y el turismo sexual Norte-Sur.</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>Los liderazgos masculinos del movimiento social
no las acompañan</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>Pareciera también el feminicidio un problema que sólo
incumbe a las mujeres cuando siguen siendo las expresiones de mujeres
organizadas, como la Red de la No-Violencia contra las Mujeres, la Unión
Nacional de Mujeres Guatemaltecas, Tierra Viva o el Sector de Mujeres, entre
muchas otras, las que después de tantos años continúan realizando esfuerzos para
construir convergencias con el movimiento de la niñez y la juventud y no
terminan de verse ni sentirse acompañadas por otras expresiones del movimiento
social en su conjunto.</DIV>
<DIV align=justify><BR>La falta de apropiación de las demandas de las mujeres
por el movimiento sindical, campesino, indígena o de derechos humanos no sólo
refleja cómo los liderazgos masculinos que caracterizan a estos grupos aún no
han avanzado en su nivel de conciencia mucho más allá de lo que la gestión
desarrollista de recursos vinculada a la denominada “perspectiva de género”
exige, sino que han pasado por alto que la transformación de la sociedad
guatemalteca no será posible sin dar pasos contundentes para resquebrajar los
múltiples y polifacéticos nodos que fundamentan las jerarquías del orden
patriarcal.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Cuando el feminicidio es entendido como un problema de
las mujeres se alimentan los argumentos que son utilizados para minimizar y
deslegitimar sus luchas.</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>El mismo crimen, diversas
realidades</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>¿De cuál feminicidio hablamos? Con unos veinte años desde
que el término generocidio fuera acuñado por Anne Warren, en Guatemala es
reciente una socialización más amplia de la discusión relacionada con la
pertinencia o no del término femicidio o feminicidio.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Resulta necesario recuperar el significado del
“generocidio” y considerar la importancia que ha tenido evitar la neutralidad de
género. ¿Exterminio de personas a partir de su sexo? ¿Muerte por razones de
género? ¿Asesinato por odio a las mujeres hecho por hombres? ¿Homicidio de
mujeres como una forma extrema de la violencia contra las mujeres?</DIV>
<DIV align=justify><BR>Ha sido preciso explicitar la diversidad de realidades en
las que estos crímenes pueden darse para incluir categorías como las del
“feminicidio íntimo” y “no íntimo” desarrolladas a partir del tipo de relación
entre la víctima y el victimario; las de “feminicidio accidental” o “por
conexión” -asociada a la defensa de alguien más-, haciendo alusión a la
pluralidad de circunstancias bajo las que las muertes pueden darse. O las de un
feminicidio en el que la violencia sexual puede o no estar presente, como un
indicador asociado al tipo de relaciones de poder que intervienen. Todas estas
caracterizaciones han sido avances fundamentales, abriendo el camino para una
serie de consideraciones aún por desarrollar.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Sin lugar a dudas la diferenciación entre genocidio y la
realización de actos genocidas establecida dentro del marco jurídico
internacional puede aportamos elementos importantes. La concepción de un
feminicidio que no se restrinja a la eliminación física de las mujeres; el
reconocimiento de la existencia de una diversidad de preferencias sexuales que
tensan el poder del patriarcado y no se limitan a la dicotomía biológica de los
sexos en su papel de víctima ni de victimario; el significado de las formas
explícitas de la misoginia, en tanto que manifestaciones inconscientes de una
subjetividad colectiva que inferioriza a las mujeres pueden ser igualmente
contundentes. Y como Martín-Baró señala, es necesario considerar también el
carácter terminal, pero también instrumental que el ejercicio de la violencia
puede llegar a tener de acuerdo a las circunstancia del contexto que lo hace
posible.<BR></DIV>
<DIV align=justify><STRONG>Cifras europeas, latinoamericanas,
centroamericanas</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>En el año 2003, el Centro Reina Sofía para el Estudio de
la Violencia publicó datos del año 2000 sobre la incidencia del “femicidio” en
Europa. El informe mostró cómo países como Alemania, Rumania, el Reino Unido,
Polonia, España e Italia encabezan la lista con el mayor número de homicidios
contra mujeres, con cantidades que van de las 437 a las 186 víctimas anuales. La
prevalencia de asesinatos por cada millón de mujeres reposiciona en la lista a
países como Estonia, Rumania, Suiza, Finlandia e Islandia, que oscilan entre las
47 y las 14 muertes violentas. Así, el feminicidio o femicidio no es ajeno al
mundo y ha sido constatado en diversas sociedades.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Desde una perspectiva latinoamericana analizada por la
CIDH, la revista Gobernanza da cuenta que, tras Guatemala, con una tasa de 69.98
crímenes por cada 100 mil habitantes, continuaba Colombia con 65, Venezuela con
33, Brasil con 25 y México con 12.5.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Junto a las altas tasas de prevalencia, es importante
notar que no se cuenta con suficiente información para plantear un aumento en el
número de muertes violentas sin descartar el papel que juegan las variaciones
debidas a la calidad de los registros, que en períodos tan cortos de tiempo
tampoco son un factor suficiente para justificar las brechas que, por ejemplo en
España, se están observando. A nivel centroamericano, mientras en el año 2000 se
reportaron en Honduras 21 casos, en el 2002 el número había aumentado a 70. En
Guatemala, las cifras han crecido de acuerdo al INE en un 112% entre 2000 y
2004.</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>¿Coinciden nuestras realidades?</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>Teniendo en común una serie de desafíos a enfrentar,
pareciera también necesario preguntarnos: ¿En qué medida nuestras realidades son
coincidentes? ¿Hasta qué punto la razón patriarcal que se comparte encuentra los
mismos canales para expresar su dominio y manifestarse? ¿Cuáles son esas facetas
visibles y visibilizadas, también ocultas y oscurecidas, del feminicidio en
Guatemala?</DIV>
<DIV align=justify><BR>Retomando de nuevo el caso de España, las fuentes suelen
reportar como femicidios los asesinatos ocurridos en “el ámbito de pareja
(actual o anterior)”. Allá, la casi totalidad de las víctimas estaban
comprendidas entre los 21 y los 40 años de edad.</DIV>
<DIV align=justify><BR>De acuerdo con un estudio realizado por Ana Carcedo y
Monserrat Sagot, abarcando la década de los 90 en Costa Rica, murieron un
promedio de 31 mujeres por año y el 61% de los casos se dio en el seno de las
relaciones de pareja. En El Salvador, de las 134 mujeres asesinadas en 2000-2001
según CEMUJER -citado por Isis Internacional- el 98.3% murieron en el marco de
las relaciones de pareja. Un estudio realizado por PROFAMILIA en la República
Dominicana muestra la misma tendencia: la mayor proporción de víctimas murió en
el marco de las relaciones de poder establecidas con sus parejas o ex-parejas, y
resultó asesinada, sobre todo, con arma blanca y sin señales de tortura. Los
agresores tenían en su mayoría antecedentes judiciales previos, estaban en buena
medida desempleados y cometieron suicidio luego de matar a sus víctimas.</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>Guatemala: ineficacia, impunidad y muchas
preguntas pendientes</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>En el caso de Guatemala, la falta de responsabilidad
estatal para asumir la investigación y la persecución penal de los responsables
no nos permite llegar todavía a conclusiones. De acuerdo con Claudia Paz, del
ICCPG, de los 527 casos registrados por la PNC en el 2004, únicamente dos fueron
llevados a debate por el Ministerio Público, lo que pone en evidencia el alto
grado de inefectividad del sistema de justicia y la impunidad prevaleciente.
Existen también serios problemas para definir una tipología coherente, capaz de
dar verdadera cuenta a nivel institucional de los móviles de los homicidios. La
alta incompatibilidad entre las instituciones que existen, construidas por
diferentes instancias del Estado, sólo suma dificultades para llegar a
comprender mejor esta problemática.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Un ejemplo claro se encuentra en la referencia del
informe Homicidios de mujeres 2003-2004 del Servicio de Investigación Criminal
de la PNC para la ciudad capital. En él se indica que, de acuerdo al análisis de
los casos de los que tuvo conocimiento, “un 21% corresponde a homicidios cuyo
origen proviene de los problemas entre maras y otro 21% a problemas personales,
un 17% corresponde a homicidios por problemas pasionales, 10% cuyo móvil es el
robo, un 9% se deriva de problemas del narcotráfico, un 5% por violación, un 4%
se debe a balas perdidas, el restante 13% comprende a suicidios, robo de
vehículos, violencia intrafamiliar y móvil ignorado”. En una investigación
especial sobre la muerte violenta de mujeres realizada en 2003, la Procuraduría
de Derechos Humanos clasificó los casos como: muertes por delincuencia, por
mara, con características extrajudiciales o de “limpieza social”, con
características sicópatas, con características maníacas -en las que hubo abuso
y/o violación sexual- y muerte por negligencia o accidente.</DIV>
<DIV align=justify><BR>En otros países de la región, ¿cómo se llegó a establecer
la caracterización y los móviles del feminicidio? Resulta innegable que en
Guatemala precisar los términos y las categorías, y sobre todo los marcos de
interpretación necesarios para comprender requerirá de un esfuerzo decidido para
asumir desde nuestras particularidades históricas, económicas y sociopolíticas
la compleja manera en que estos delitos contra la vida están ocurriendo.</DIV>
<DIV align=justify><BR>¿Opera igual el patriarcado en el caso de las muertes
violentas de mujeres en el contexto de relaciones de pareja, que en el de la
territorialidad asumida por las pandillas? ¿Se expresará de la misma manera en
el control del espacio que el narcotráfico y el crimen organizado necesitan
mantener para garantizar sus ganancias, que en la mal llamada “limpieza social”?
¿Trabaja bajo las mismas lógicas cuando se crean las condiciones para
desmovilizar y paralizar cualquier posibilidad de protesta social, que cuando se
refleja de manera sistémica en las reacciones socioculturales de la vida
cotidiana? ¿Se alimenta de los mismos esquemas y mecanismos cuando expresa la
frustración de una fuerza laboral masculina progresivamente marginalizada, que
cuando revela el aprendizaje social del ejercicio de la violencia por parte de
las nuevas generaciones? ¿Cómo y quiénes operan con una lógica patriarcal cuando
la violencia política busca invisibilizarse o cuando se ponen al descubierto las
prácticas de sujetos entrenados durante años para el exterminio?</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>¿Las maras o el crimen organizado?</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>“Antes en los barrios se escuchaba de la muerte de
mujeres por sus maridos o por la violencia delincuencial, pero no de la manera
en que se habla ahora”. Desde el sentir, pensar y acompañar a jóvenes y
adolescentes de los barrios y colonias, y como protagonista de múltiples
intentos de cambio desde hace muchos años, José hace así una de las lecturas más
frecuentes de un problema que “desde que recuerda estuvo ahí”. Sólo un momento
después nos hace ver que “de eso no hablaban los periódicos”.</DIV>
<DIV align=justify><BR>¿Qué ha cambiado? ¿Por qué hoy son más estas muertes?
¿Por qué ellas? ¿Por qué con tanta saña? Éstas, entre otras, son algunas de las
preguntas que nos deja sin responder uno de los informes más valiosos realizados
hasta la fecha con relación al feminicidio en Guatemala. En el trabajo,
realizado por Myra Muralles y Violeta Lacayo en el 2005 para la bancada
parlamentaria de la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG), se
analiza una diversidad de actores, intereses, lógicas y posiciones desde los que
se puede estar dando la muerte violenta de mujeres.</DIV>
<DIV align=justify><BR>El informe da cuenta de cómo mientras la Policía Nacional
enfatiza la responsabilidad de las maras y pandillas juveniles, tal y como se
puede constatar en la prensa escrita, el Procurador Sergio Morales considera más
bien la hipótesis de que los asesinatos respondan a “una cuidadosa
planificación” propia más de las estructuras y modos de accionar del
narcotráfico y el crimen organizado que de las maras juveniles. Esto coincidiría
con los análisis realizados para otros contextos con relación a la violencia, en
los que se destaca el papel que juegan el crimen organizado, el narcotráfico y
el tráfico de armas en el control de cada vez más parcelas del territorio urbano
y en el aumento de las acciones violentas.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Desde la PDH se enfatiza la importancia de llegar a
desarticular los cuerpos ilegales y aparatos clandestinos de seguridad que se
han incrustado también en el Estado. Es aquí donde comienza a marcarse una de
las fronteras entre las responsabilidades materiales e intelectuales de los
delitos, ya que mientras puede reconocerse -a partir de la descripción de los
hechos- que las maras participan en la ejecución de una serie de asesinatos, no
siempre responden éstos a sus lógicas internas, llegando a funcionar muchas
veces de manera articulada, pero también instrumental con relación a otros
actores e intereses.</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>La seguridad nacional y la privatización de la
seguridad</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>De acuerdo a la Red de la No-Violencia contra las
Mujeres, la violencia de las pandillas está asociada a la pertenencia de algún
miembro de la familia a sus estructuras a través de diferentes lógicas: de la
venganza, del ajuste de cuentas o del establecimiento de nuevos grados de poder
entre los distintos grupos. También puede deberse esta violencia a las
relaciones de pareja o de ex-pareja que las y los jóvenes establecen. Otras
fuentes han reportado la muerte de mujeres por haber sido testigas de
determinados delitos y aún no haber aprendido a callar para poder
sobrevivir.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Pero cada uno de estos mecanismos no son exclusivos de
las maras. Ni siquiera la famosa “territorialización” de los espacios. Y también
hay que considerar en el análisis del aumento acelerado de la violencia el
hecho, no poco trascendente, que desde mediados de los años 90 las maras
“locales” fueran progresivamente desplazadas por las “maras transnacionales”,
como lo ha registrado Gabriela Escobar.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Mientras que la presencia de maras data de varias décadas
atrás, el Ministerio de Gobernación ha llegado a calificarlas recientemente como
un problema de “seguridad nacional”. Esto, junto a su expansión regional, al
énfasis que el gobierno norteamericano ha puesto sobre su “control”, y a la
realización de una serie de eventos -como la reciente Conferencia de las Fuerzas
Armadas Centroamericanas en la que los desastres, el mantenimiento de la paz y
el terrorismo sientan las supuestas bases para la conformación de una fuerza
militar para el istmo- van justificando socialmente las medidas de
militarización de la región.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Pero las tesis sobre la desestabilización del “Estado de
derecho”, la creación de un clima de inseguridad y hasta de terror en la
ciudadanía, pasa también por múltiples intereses. Uno de ellos -la privatización
de la seguridad- ha sido visibilizado por la misión de la ONU en Guatemala
(MINUGUA) y por la URNG. Las empresas de seguridad privada, con mayor cantidad
de equipo y armamento, un número más elevado de agentes y una mayor capacidad
para controlar la información en diversas zonas del país que la PNC, generan una
gran cantidad de ganancias a sus propietarios, los que en buena medida son
ex-militares, ex-policías o empresarios de origen israelí. Aunque en buena parte
de los casos operan de manera ilegal, estas empresas llegaron a triplicarse en
número entre 1996 y el año 2001.</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>El miedo, la inseguridad y el
amarillismo</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>De esta industria del miedo, la inseguridad y el
amarillismo han participado también los medios de comunicación. Sin duda, las
cifras del feminicidio han aumentado en el país y también el grado de la
violencia ejercida. Distintos informes registran que en un 20-25% de los casos
hubo señales de tortura, mutilación, estrangulamiento u otras formas de
violencia extrema. El informe de la URNG señala que en un 28% de los casos se
dio la violencia sexual.</DIV>
<DIV align=justify><BR>En medio de la diversidad de intereses y de actores, la
prensa nacional e internacional suele muchas veces recurrir a las versiones más
descriptivas, generalizándolas de manera cotidiana. Esta generación del miedo y
del temor a través de distintas fuentes, va condicionando una conducta de
inhibición y de desmovilización de las acciones comunitarias, va restringiendo
cada vez más los espacios de encuentro de lo colectivo. En sintonía con esto,
Muralles y Lacayo destacan la posibilidad de que ante el empobrecimiento y falta
de perspectivas socioeconómicas para las clases populares, sin que los
organismos de seguridad se desgasten, “el sistema fomenta y permite mecanismos
de autoeliminación de la población a la cual considera desechable y potencial
gestora de reacciones o movimientos sociales de protesta”.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Desde una lectura de los costos y de la magnitud de la
violencia, uno de los centros de investigación guatemaltecos de corte neoliberal
bajo el auspicio del Banco Mundial constataba en 2002 que la pobreza era una
condición insuficiente para explicar la generación de la violencia. Y apuntaba a
esta pista: “Más que observarse que individuos pobres ataquen a otros que
cuentan con un mayor nivel socioeconómico, lo que puede observarse son jóvenes
de escasos recursos matándose entre sí”.</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>¿Dónde están los que mataron?</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>Otra aproximación nos la da nuestra realidad nacional.
Para una sociedad como laguatemalteca, la postguerra no es solamente un discurso
ni los actores que a distintos niveles perpetraron las acciones genocidas más
sangrientas en contra de la población han desaparecido. Se han transformado, han
adquirido nuevos intereses y ocupado otras posiciones. Y la falta de justicia
penal que desde el Estado se deja impunemente de aplicar va configurando en el
imaginario social la idea de que “lo que fue es posible”, delineando
pausadamente nuevas rutas para su reproducción. ¿Dónde están, qué hacen y en qué
trabajan tantos hombres entrenados para ejercer la violencia extrema? Una
reciente tesis sobre enfrentamientos y violencia juveniles en la ciudad de
Guatemala ha comenzado ya a dar cuenta de dónde han estado y de cómo han
aprendido sus hijos...</DIV>
<DIV align=justify><BR>La PDH también ha denunciado ante el Ministerio Público
la participación de 23 agentes de la PNC como sospechosos de participar en los
crímenes contra mujeres. La intensa violencia sexual ejercida en las Comisarías
de la PNC contra las mujeres detenidas, y las prácticas de tortura realizadas
por el Servicio de Investigación Criminal denunciadas recientemente en un
estudio sin publicar del ICCPG, muestran cómo las fuerzas de seguridad del
Estado no han logrado aún reconvertirse y son también responsables que necesitan
ser investigados y enjuiciados.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Entre tanto, la violencia delincuencial ni la violencia
conyugal han sido ni son “noticia”. De ahí, que a pesar de que tanto la PNC como
la PDH les atribuyen un peso significativo, sus lógicas son menos visibilizadas,
se normalizan, y ocupan menores esfuerzos de análisis, cuando muchas veces
requieren de procesos más prolongados y elaborados para llegar a comprender las
múltiples dimensiones de su significado, más allá de la expresión visceral de un
odio misógino. En las intervenciones comunitarias, la constatación de este tipo
de crímenes y su denuncia representan un riesgo elevado.</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>¿Está la “hombría” en crisis?</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>Desde este tipo de lecturas, Manuela Camus sugiere
revisar las contradicciones generadas por los cambios en la configuración de la
familia y en la representación simbólica de sus miembros frente a las presiones
que el modelo de sociedad existente y el discurso que se propone producen sobre
los sujetos. Plantea revisar los recursos con los que mujeres y hombres cuentan
para enfrentar las transformaciones del modelo de mujer, madre, esposa y
servidora y hombre trabajador y servido en los contextos de precariedad
económica y violencia social que actualmente prevalecen.</DIV>
<DIV align=justify><BR>También plantea explorar la manera en que la frustración
masculina y “la hombría” podrían estarse viviendo ante la generación de ingresos
autónomos por parte de las mujeres, a la vez que se refuerza su
sobreexplotación.</DIV>
<DIV align=justify><BR>¿Cómo la violencia podría estar garantizando el control
de la mano de obra gratuita en los espacios domésticos y productivos? ¿Cómo la
violencia garantizaría los beneficios producidos por el trabajo asalariado o
informal de las mujeres? Son también preguntas que necesitamos respondernos. En
2004 ya Clara Jusidman señalaba cómo la expulsión de las mujeres pobres hacia un
mercado laboral que les ofrece mayores grados de libertad, pero agudiza su
tensión y sufrimiento, se ve acompañada de la falta de co-responsabilidad en las
tareas del hogar por parte de los hombres. Esto tiene consecuencias
intergeneracionales que deben ser analizadas para mejor comprender el auge de la
violencia.</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>Si no hacemos algo...</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>El incalculable valor de sus ausencias, duelos y vidas no
realizadas merecen todos nuestros esfuerzos de análisis y de acción. Identificar
a los responsables es sin duda uno de los más certeros esfuerzos. Y hoy cuando
estamos aprendiendo tanto de sus muertes. ¿qué sabemos de sus vidas?</DIV>
<DIV align=justify><BR>Esta pregunta me acompañó durante un trabajo de
investigación de dos meses, acercándome a cómo las jóvenes y los jóvenes de
áreas urbanas marginalizadas, víctimas potenciales y cotidianas, experimentan y
viven la cristalización de tantas formas de violencia. Sentí un unísono que
terminará ensordeciéndonos si no hacemos algo.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Los resultados de cerca de diez entrevistas y nueve
grupos focales sobre la vida cotidiana de jóvenes y adolescentes, sus voces y
deseos de expresar, pero también de callar, son parte de un segundo momento de
esta reflexión. Continuaremos. <BR><BR>* Diana García es antropóloga y psicóloga
social, activista del Movimiento de Mujeres del Campo. Este artículo ha sido
tomado de la revista Envío (Nicaragua).
<HR>
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