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<BODY bgColor=#ffffff background=""><FONT face=Arial size=2>
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<DIV align=center><STRONG><EM><FONT color=#800000 size=4>Boletín informativo -
Red solidaria de la izquierda radical</FONT></EM></STRONG></DIV>
<DIV align=center><STRONG><EM><FONT size=4><IMG alt="" hspace=0
src="C:\Documents and Settings\EH\Mis documentos\germain 1.JPG" align=baseline
border=0><BR><FONT color=#000080>Año III - 8 de marzo 2006 - Redacción:
</FONT></FONT></EM></STRONG><A
href="mailto:germain@chasque.net"><STRONG><EM><FONT color=#000080
size=4>germain@chasque.net</FONT></EM></STRONG></A></DIV>
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<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>Día Internacional de la
Mujer</FONT></STRONG></FONT></DIV>
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<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG>Los feminismos a través de la
historia</STRONG></FONT></DIV><FONT face=Arial size=2>
<DIV align=justify><BR><STRONG>Feminismo Moderno, capítulo de la obra de la
ensayista Ana de Miguel: un panorama de los orígenes del movimiento en el siglo
XVIII hasta la irrupción de los sociaismos y anarquismo de los siglos XIX y
principios del XX. La dura, a menudo enclaustrada lucha de las mujeres por
lograr la igualdad por su diferencia en un mundo en el que decididamente el otro
sexo no estaba dispuesto a aceptarla.<BR></STRONG><BR><STRONG>Ana de Miguel
</STRONG><BR><BR><STRONG>Las raíces ilustradas y la Revolución
Francesa</STRONG><BR><BR>Diferentes autoras, como Geneviève Fraisse y Celia
Amorós, han coincidido en señalar la obra del filósofo cartesiano Poulain de la
Barre y los movimientos de mujeres y feministas que tuvieron lugar durante la
Revolución Francesa como dos momentos clave –teórico uno, práctico el otro– en
la articulación del feminismo moderno. <BR><BR>Así, en el texto de Poulain de la
Barre titulado Sobre la igualdad de los sexos publicado en 1673 –en pleno auge
del movimiento de preciosas– sería la primera obra feminista que se centra
explícitamente en fundamentar la demanda de igualdad sexual. <BR><BR>Fraisse ha
señalado que con esta obra estaríamos asistiendo a un verdadero cambio en el
estatuto epistemológico de la controversia o guerra entre los sexos: "la
comparación entre el hombre y la mujer abandona el centro del debate, y se hace
posible una reflexión sobre la igualdad" 8. <BR><BR>Por su parte, Amorós
encuadra la obra de Poulain en el contexto más amplio de la Ilustración. Aun
reconociendo el carácter pionero y específico de la obra, ésta forma parte de un
continuo feminista que se caracteriza por radicalizar o universalizar la lógica
de la razón, racionalista primero e ilustrada después. Asimismo, mantiene que el
feminismo como cuerpo coherente de vindicaciones y como proyecto político capaz
de constituir un sujeto revolucionario colectivo, sólo puede articularse
teóricamente a partir de premisas ilustradas: premisas que afirman que todos los
hombres nacen libres e iguales y, por tanto, con los mismos derechos.
<BR><BR>Aun cuando las mujeres queden inicialmente fuera del proyecto
igualatorio –tal y como sucedió en la susodicha Francia revolucionaria y en
todas las democracias del siglo XIX y buena parte del XX–, la demanda de
universalidad que caracteriza a la razón ilustrada puede ser utilizada para
irracionalizar sus usos interesados e ilegítimos, en este caso patriarcales.
<BR><BR>En este sentido, afirma que el feminismo supone la efectiva
radicalización de proyecto igualitario ilustrado. La razón ilustrada, razón
fundamentalmente crítica, posee la capacidad de volver sobre sí misma y detectar
sus propias contradicciones9. Y así la utilizaron las mujeres de la Revolución
Francesa cuando observaron con estupor cómo el nuevo Estado revolucionario no
encontraba contradicción alguna en pregonar a los cuatro vientos la igualdad
universal y dejar sin derechos civiles y políticos a todas las
mujeres.<BR><BR>En la Revolución Francesa veremos aparecer no sólo el fuerte
protagonismo de las mujeres en los sucesos revolucionarios, sino la aparición de
las más contundentes demandas de igualdad sexual. La convocatoria de los Estados
Generales por parte de Luis XVI se constituyó en el prólogo de la revolución.
Los tres estados –nobleza, clero y pueblo– se reunieron a redactar sus quejas
para presentarlas al rey. <BR><BR>Las mujeres quedaron excluidas, y comenzaron a
redactar sus propios "cahiers de doléance". Con ellos, las mujeres, que se
autodenominaron "el tercer estado del tercer Estado", mostraron su clara
conciencia de colectivo oprimido y del carácter "interestamental" de su
opresión10.<BR><BR>Tres meses después de la toma de la Bastilla, las mujeres
parisinas protagonizaron la crucial marcha hacia Versalles, y trasladaron al rey
a París, donde le sería más difícil evadir los grandes problemas del pueblo.
Como comenta Paule-Marie Duhet, en su obra Las mujeres y la Revolución, una vez
que las mujeres habían sentado el precedente de iniciar un movimiento popular
armado, no iban a cejar en su afán de no ser retiradas de la vida
política11.<BR><BR>Pronto se formaron clubes de mujeres, en los que plasmaron
efectivamente su voluntad de participación. Uno de los más importantes y
radicales fue el dirigido por Claire Lecombe y Pauline Léon: la Société
Républicaine Révolutionnaire. Impulsadas por su auténtico protagonismo y el
reconocimiento público del mismo, otras mujeres como Théroigne de Méricourt no
dudaron en defender y ejercer el derecho a formar parte del ejército.<BR><BR>Sin
embargo, pronto se comprobó que una cosa era que la República agradeciese y
condecorase a las mujeres por los servicios prestados y otra que estuviera
dispuesta a reconocerles otra función de que la de madres y esposas (de los
ciudadanos). En consecuencia, fue desestimada la petición de Condorçet de que la
nueva República educase igualmente a las mujeres y los varones, y la misma
suerte corrió uno de los mejores alegatos feministas de la época, su escrito de
1790 Sobre la admisión de las mujeres al derecho de
ciudadanía.<BR><BR>Seguramente uno de los momentos más lúcidos en la paulatina
toma de conciencia feminista de las mujeres está en la Declaración de los
derechos de la mujer y la ciudadana, en 1791. Su autora fue Olympe de Gouges,
una mujer del pueblo y de tendencias políticas moderadas, que dedicó la
declaración a la reina María Antonieta, con quien finalmente compartiría un
mismo destino bajo la guillotina. Este es su veredicto sobre el hombre:
<BR><BR>"Extraño, ciego, hinchado de ciencias y degenerado, en este siglo de
luces y de sagacidad, en la ignorancia más crasa, quiere mandar como un déspota
sobre un sexo que recibió todas las facultades intelectuales y pretende gozar de
la revolución y reclamar sus derechos a la igualdad, para decirlo de una vez por
todas"sup>12. <BR><BR>En 1792, la inglesa Mary Wollstonecraft redactará en
pocas semanas la célebre Vindicación de los derechos de la mujer. Las mujeres
habían comenzado exponiendo sus reivindicaciones en los cuadernos de quejas y
terminan afirmando orgullosamente sus derechos. La transformación respecto a los
siglos anteriores, como acertadamente ha sintetizado Fraisse, significa el paso
del gesto individual al movimiento colectivo: la querella es llevada a la plaza
pública y toma la forma de un debate democrático: se convierte por vez primera
de forma explícita en una cuestión política13.<BR><BR>Sin embargo, la Revolución
Francesa supuso una amarga y seguramente inesperada, derrota para el feminismo.
Los clubes de mujeres fueron cerrados por los jacobinos en 1793, y en 1794 se
prohibió explícitamente la presencia de mujeres en cualquier tipo de actividad
política. Las que se habían significado en su participación política, fuese cual
fuese su adscripción ideológica, compartieron el mismo final: la guillotina o el
exilio. <BR><BR>Las más lúgubres predicciones se habían cumplido ampliamente:
las mujeres no podían subir a la tribuna, pero sí al cadalso. ¿Cuál era su
falta? La prensa revolucionaria de la época lo explica muy claramente: habían
transgredido las leyes de la naturaleza abjurando su destino de madres y
esposas, queriendo ser "hombres de Estado". El nuevo código civil napoleónico,
cuya extraordinaria influencia ha llegado prácticamente a nuestros días, se
encargaría de plasmar legalmente dicha "ley natural".<BR><BR><STRONG>Feminismo
decimonónico</STRONG><BR><BR>En el siglo XIX, el siglo de los grandes
movimientos sociales emancipatorios, el feminismo aparece, por primera vez, como
un movimiento social de carácter internacional, con una identidad autónoma
teórica y organizativa. Además, ocupará un lugar importante en el seno de los
otros grandes movimientos sociales, los diferentes socialismos y el
anarquismo.<BR><BR>Estos movimientos heredaron en buena medida las demandas
igualitarias de la Ilustración, pero surgieron para dar respuesta a los
acuciantes problemas que estaban generando la revolución industrial y el
capitalismo. El desarrollo de las democracias censitarias y el decisivo hecho de
la industrialización suscitaron enormes expectativas respecto al progreso de la
humanidad, y de llegó a pensar que el fin de la escasez material estaba cercano.
Sin embargo, estas esperanzas chocaron frontalmente con la realidad. <BR><BR>Por
un lado, a las mujeres se les negaban los derechos civiles y políticos más
básicos, segando de sus vidas cualquier atisbo de autonomía personal. Por otro,
el proletariado –y lógicamente las mujeres proletarias– quedaba totalmente al
margen de la riqueza producida por la industria, y su situación de degradación y
miseria se convirtió en uno de los hechos más sangrantes del nuevo orden social.
Estas contradicciones fueron el caldo de cultivo de las teorías emancipadoras y
los movimientos sociales del XIX.<BR><BR>El movimiento sufragista. Como se
señala habitualmente, el capitalismo alteró las relaciones entre los sexos. El
nuevo sistema económico incorporó masivamente a las mujeres proletarias al
trabajo industrial –mano de obra más barata y sumisa que los varones–, pero, en
la burguesía, la clase social ascendente, se dio el fenómeno contrario. Las
mujeres quedaron enclaustradas en un hogar que era, cada vez más, símbolo del
status y éxito laboral del varón. <BR><BR>Las mujeres, mayormente las de
burguesía media, experimentaban con creciente indignación su situación de
propiedad legal de sus maridos y su marginación de la educación y las
profesiones liberales, marginación que, en muchas ocasiones, las conducía
inevitablemente, si no contraían matrimonio, a la pobreza.<BR><BR>En este
contexto, las mujeres comenzaron a organizarse en torno a la reivindicación del
derecho al sufragio, lo que explica su denominación como sufragistas. Esto no
debe entenderse nunca en el sentido de que ésa fuese su única reivindicación.
Muy al contrario, las sufragistas luchaban por la igualdad en todos los terrenos
apelando a la auténtica universalización de los valores democráticos y
liberales. Sin embargo, y desde un punto de vista estratégico, consideraban que,
una vez conseguido el voto y el acceso al parlamento, podrían comenzar a cambiar
el resto de las leyes e instituciones. Además, el voto era un medio de unir a
mujeres de opiniones políticas muy diferentes. <BR><BR>Su movimiento era de
carácter interclasista, pues consideraban que todas las mujeres sufrían en
cuanto mujeres, e independientemente de su clase social, discriminaciones
semejantes. En Estados Unidos, el movimiento sufragista estuvo inicialmente muy
relacionado con el movimiento abolicionista. Gran número de mujeres unieron sus
fuerzas para combatir en la lucha contra la esclavitud y, como señala Sheyla
Rowbotham, no sólo aprendieron a organizarse, sino a observar las similitudes de
su situación con la de esclavitud14. <BR><BR>En 1848, en el Estado de Nueva
York, se aprobó la Declaración de Seneca Falls, uno de los textos fundacionales
del sufragismo15. Los argumentos que se utilizan para vindicar la igualdad de
los sexos son de corte ilustrado: apelan a la ley natural como fuente de
derechos para toda la especie humana, y a la razón y al buen sentido de la
humanidad como armas contra el prejuicio y la costumbre. <BR><BR>También cabe
señalar de nuevo la importancia del trasfondo individualista de la religión
protestante; como ha señalado Richard Evans: <BR><BR>"La creencia protestante en
el derecho de todos los hombres y mujeres a trabajar individualmente por su
propia salvación proporcionaría una seguridad indispensable, y a menudo
realmente una auténtica inspiración, a muchas, si no a casi todas las luchadoras
de las campañas feministas del siglo XIX"sup>16. Elizabeth Cady Stanton, la
autora de La Biblia de las mujeres, y Susan B. Anthony, fueron dos de las más
significativas sufragistas estadounidenses.<BR><BR>En Europa, el movimiento
sufragista inglés fue el más potente y radical. Desde 1866, en que el diputado
John Stuart Mill, autor de La sujeción de la mujer, presentó la primera petición
a favor del voto femenino en el Parlamento, no dejaron de sucederse iniciativas
políticas. Sin embargo, los esfuerzos dirigidos a convencer y persuadir a los
políticos de la legitimidad de los derechos políticos de las mujeres provocaban
burlas e indiferencia. <BR><BR>En consecuencia, el movimiento sufragista dirigió
su estrategia a acciones más radicales. Aunque, como bien ha matizado Rowbotham:
"las tácticas militantes de la Unión habían nacido de la desesperación, después
de años de paciente constitucionalismo"17. Las sufragistas fueron encarceladas,
protagonizaron huelgas de hambre y alguna encontró la muerte defendiendo su
máxima: "votos para las mujeres". <BR><BR>Tendría que pasar la Primera Guerra
Mundial y llegar el año 1928 para que las mujeres inglesas pudiesen votar en
igualdad de condiciones.<BR><BR>El feminismo socialista. El socialismo como
corriente de pensamiento siempre ha tenido en cuenta la situación de las mujeres
a la hora de analizar lo sociedad y proyectar el futuro. Esto no significa que
el socialismo sea necesariamente feminista, sino que en el siglo XIX comenzaba a
resultar difícil abanderar proyectos igualitarios radicales sin tener en cuenta
a la mitad de la humanidad.<BR><BR>Los socialistas utópicos fueron los primeros
en abordar el tema de la mujer. El nervio de su pensamiento, como el de todo
socialismo, arranca de la miserable situación económica y social en que vivía la
clase trabajadora. En general, proponen la vuelta a pequeñas comunidades en que
pueda existir cierta autogestión –los falansterios de Fourier– y se desarrolle
la cooperación humana en un régimen de igualdad que afecte también a los sexos.
<BR><BR>Sin embargo, y a pesar de reconocer la necesidad de independencia
económica de las mujeres, a veces no fueron lo suficientemente críticos con la
división sexual del trabajo. Aun así, su rechazo a la sujeción de las mujeres
tuvo gran impacto social, y la tesis de Fourier de que la situación de las
mujeres era el indicador clave del nivel de progreso y civilización de una
sociedad fue literalmente asumida por el socialismo posterior18.<BR><BR>Flora
Tristán en su obra Unión obrera (1843) dedica un capítulo a exponer la situación
de las mujeres. Tristán mantiene que "todas las desgracias del mundo provienen
del olvido y el desprecio que hasta hoy se ha hecho de los derechos naturales e
imprescriptibles del ser mujer"19. En sus proyectos de reforma, la educación de
las mujeres resulta crucial para el progreso de las clases trabajadoras, aunque,
eso sí, debido a la influencia que como madres, hijas, esposas, etc..., tienen
sobre los varones. <BR><BR>Para Tristán, las mujeres "lo son todo en la vida del
obrero", lo que no deja de suponer una acrítica asunción de la división sexual
del trabajo. Desde otro punto de vista, entre los seguidores de Saint-Simon y
Owen cundió la idea de que el poder espiritual de los varones se había agotado y
la salvación de la sociedad sólo podía proceder de lo "femenino". En algunos
grupos, incluso, se inició la búsqueda de un nuevo mesías femenino20.<BR><BR>Tal
vez la aportación más específica del socialismo utópico resida en la gran
importancia que concedían a la transformación de la institución familiar.
Condenaban la doble moral y consideraban el celibato y el matrimonio indisoluble
como instituciones represoras y causa de injusticia e infelicidad. <BR><BR>De
hecho, como señalara en su día John Stuart Mill, a ellos cabe el honor de haber
abordado sin prejuicios temas con los que no se atrevían otros reformadores
sociales de la época.<BR><BR><STRONG>Socialismo marxista <BR></STRONG><BR>A
mediados del siglo XIX comenzó a imponerse en el movimiento obrero el socialismo
de inspiración marxista o "científico". El marxismo articuló la llamada
"cuestión femenina" en su teoría general de la historia y ofreció una nueva
explicación del origen de la opresión de las mujeres y una nueva estrategia para
su emancipación. <BR><BR>Tal y como desarrolló Friedrich Engels en El origen de
la familia, la propiedad privada y el Estado, obra publicada en 1884, el origen
de la sujeción de las mujeres no estaría en causas biológicas –la capacidad
reproductora o la constitución física– sino sociales. En concreto, en la
aparición de la propiedad privada y la exclusión de las mujeres de la esfera de
la producción social. En consecuencia, de este análisis se sigue que la
emancipación de las mujeres irá ligada a su retorno a la producción y a la
independencia económica.<BR><BR>Este análisis, por el que se apoyaba la
incorporación de las mujeres a la producción, no dejó de tener numerosos
detractores en el propio ámbito socialista. Se utilizaban diferentes argumentos
para oponerse al trabajo asalariado de las mujeres: la necesidad de proteger a
las obreras de la sobreexplotación de que eran objeto, el elevado índice de
abortos y mortalidad infantil, el aumento del desempleo masculino, el descenso
de los salarios... Pero como señaló Auguste Bebel en su célebre obra La mujer y
el socialismo, también se debía a que, a pesar de la teoría, no todos los
socialistas apoyaban la igualdad de los sexos:<BR><BR>No se crea que todos los
socialistas sean emancipadores de la mujer; los hay para quienes la mujer
emancipada es tan antipática como el socialismo para los
capitalistas21.<BR><BR>Por otro lado, el socialismo insistía en las diferencias
que separaban a las mujeres de las distintas clases sociales. Así, aunque las
socialistas apoyaban tácticamente las demandas sufragistas, también las
consideraban enemigas de clase y las acusaban de olvidar la situación de las
proletarias, lo que provocaba la desunión de los movimientos. Además, la
relativamente poderosa infraestructura con que contaban las feministas burguesas
y la fuerza de su mensaje calaba en las obreras llevándolas a su lado.
Lógicamente, una de las tareas de las socialistas fue la de romper esa alianza.
<BR><BR>Alejandra Kollontai, bolchevique y feminista, relata en sus Memorias
algunas de sus estrategias desde la clandestinidad. En diciembre de 1908 tuvo
lugar en San Petersburgo, y convocado por las feministas "burguesas", el Primer
Congreso Femenino de todas las Rusias. Kollontai no pudo asistir, porque pesaba
una orden de detención sobre ella, pero pudo preparar la intervención de un
grupo de obreras. Estas tomaron la palabra para señalar la especificidad de la
problemática de las mujeres trabajadoras, y cuando se propuso la creación de un
centro femenino interclasista, abandonaron ostentosamente el
congreso22.<BR><BR>Sin embargo, y a pesar de sus lógicos enfrentamientos con las
sufragistas, existen numerosos testimonios del dilema que les presentaba a las
mujeres socialistas.<BR><BR>Aunque suscribían la tesis de que la emancipación de
las mujeres era imposible en el capitalismo –explotación laboral, desempleo
crónico, doble jornada, etc.– eran conscientes de que para sus camaradas y para
la dirección del partido la "cuestión femenina" no era precisamente prioritaria.
Más bien se la consideraba una mera cuestión de superestructura, que se
solucionaría automáticamente con la socialización de los medios de producción,
y, en el peor de los casos, "una desviación peligrosa hacia el feminismo".
<BR><BR>Esto no impidió que las mujeres socialistas se organizaran dentro de sus
propios partidos; se reunían para discutir sus problemas específicos y crearon,
a pesar de que la ley les prohibía afiliarse a partidos, organizaciones
femeninas. Los cimientos de un movimiento socialista femenino realmente fueron
puestos por la alemana Clara Zetkin (1854-1933), quien dirigió la revista
femenina Die Gliechhteit (Igualdad) y llegó a organizar una Conferencia
Internacional de Mujeres en 1907.<BR><BR>El socialismo marxista también prestó
atención a la crítica de la familia y la doble moral, y relacionó la explotación
económica y sexual de la mujer. En este sentido, es imprescindible remitirse a
la obra que Kollontai escribe ya a principios del siglo XX. Kollontai puso en un
primer plano teórico la igualdad sexual y mostró su interrelación con el triunfo
de la revolución socialista. Pero también fue ella misma, ministra durante sólo
seis meses el primer gobierno de Lenin, quien dio la voz de alarma sobre el
rumbo preocupante que iba tomando la revolución feminista en la Unión Soviética.
<BR><BR>La igualdad de los sexos se había establecido por decreto, pero no se
tomaban medidas específicas, tal y como ella postulaba, contra lo que hoy
llamaríamos la ideología patriarcal.<BR><BR><STRONG>Movimiento
anarquista</STRONG><BR><BR>El anarquismo no articuló con tanta precisión teórica
como el socialismo la problemática de la igualdad entre los sexos, e incluso
cabe destacar que un anarquista de la talla de Pierre J. Proudhom (1809-1865)
mantuvo tranquilamente posturas antiigualitarias extremas. Estas son sus
palabras:<BR><BR>Por mi parte, puedo decir que, cuanto más pienso en ello, menos
me explico el destino de la mujer fuera de la familia y el hogar. Cortesana o
ama de llaves (ama de llaves, digo, y no criada); yo no veo término
medio23.<BR><BR>Sin embargo el anarquismo como movimiento social contó con
numerosas mujeres que contribuyeron a la lucha por la igualdad. Una de las ideas
más recurrentes entre las anarquistas –en consonancia con su individualismo– era
la de que las mujeres se liberarían gracias a su "propia fuerza" y esfuerzo
individual. <BR><BR>Así lo expresó, ya entrado el siglo XX, Emma Goldman
(1869-1940), para quien poco vale el acceso al trabajo asalariado si las mujeres
no son capaces de vencer todo el peso de la ideología tradicional en su
interior. Así, el énfasis puesto en vivir de acuerdo con las propias
convicciones propició auténticas revoluciones en la vida cotidiana de mujeres
que, orgullosas, se autodesignaban "mujeres libres". <BR><BR>Consideraban que la
libertad era el principio rector de todo y que las relaciones entre los sexos
han de ser absolutamente libres. Su rebelión contra la jerarquización, la
autoridad y el Estado, las llevaba, por un lado y frente a las sufragistas, a
minimizar la importancia del voto y las reformas institucionales; por otro,
veían como un peligro enorme lo que a su juicio proponían los comunistas: la
regulación por parte del Estado de la procreación, la educación y el cuidado de
los niños.<BR><BR><STRONG><U>Notas</U></STRONG><BR><BR>8) G. Fraisse, Musa de la
razón, Cátedra, Madrid 1991, p. 194.<BR>9) De Celia Amorós sobre Poulain de la
Barre: El feminismo como exis emancipatoria y Cartesianismo y feminismo. Olvidos
de la razón, razones de los olvidos, en Actas del Seminario..., pp. 85-104. Sus
tesis sobre la relación entre feminismo e Ilustraciónestán sintetizadas en El
feminismo: senda no transitada de la Ilustración, Isegoría, n. 1 1990.<BR>10).
Algunos de estos cuadernos están traducidos en la antología La Ilustración
olvidada, realizada por A. H. Puleo, Anthropos, Barcelona 1993. También de esta
misma autora, Una cristalización político-social de los ideales ilustrados: los
Cahiers de doléance de 1789", en C. Amorós (coord.), Actas del Seminario..., pp.
147-153.<BR>11) P. M. Duhet, Las mujeres y la Revolución (1789-1794), Península,
Barcelona 1974, p. 44.<BR>12) O. De Gouges, Los derechos de la mujer, en A. H.
Puleo (ed.), La Ilustración olvidada, p. 155.<BR>13) G. Fraisse, o. c., p.
191.<BR>14). S. Robotham, La mujer ignorada por la historia, p. 68.<BR>15) El
texto de la Declaración está recogido en la Antología del feminismo de Amalia
Martín-Gamero, Alianza Editorial, Madrid 1975.<BR>16 R. J. Evans, Las
feministas, Siglo XXI, Madrid 1980, p. 15.<BR>17) S. Robotham, o. c., p.
115.<BR>18) C. Fourier, Teoría de los cuatro movimientos, Barral, Barcelona
1974, p. 167.<BR>19) F. Tristán, Unión obrera, Fontamara, Barcelona 1977, p.
125.<BR>20) Cf. N. Campillo. Las sansimonianas: un grupo feminista
paradigmático, en C. Amorós (coord.), Actas del Seminario..., pp. 313
324.<BR>21) A. Bebel, La mujer y el socialismo, Júcar, Madrid 1980, p.
117.<BR>22) Cf. A. Kollontai, Memorias, Debate, Madrid 1979.<BR>23) P. J.
Proudhon, Sistema de las contradicciones económicas o filosofía de la miseria,
vol. 2, Júcar, Madrid 1974, p. 175.
<HR>
<STRONG><EM><FONT color=#000080>La información contenida en el boletín es de
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Suscripciones, Ernesto Herrera: </FONT></EM></STRONG><A
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<HR>
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