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<BODY bgColor=#ffffff background=""><FONT face=Arial size=2>
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<DIV align=center><STRONG><EM><FONT color=#800000 size=4>Boletín informativo -
Red solidaria de la izquierda radical</FONT></EM></STRONG></DIV>
<DIV align=center><STRONG><EM><FONT size=4><IMG alt="" hspace=0
src="C:\Documents and Settings\EH\Mis documentos\germain 1.JPG" align=baseline
border=0><BR><FONT color=#000080>Año III - 15 de abril 2006 - Redacción:
</FONT></FONT></EM></STRONG><A
href="mailto:germain@chasque.net"><STRONG><EM><FONT color=#000080
size=4>germain@chasque.net</FONT></EM></STRONG></A></DIV>
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<HR>
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<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>Irlanda</FONT></STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG></STRONG></FONT> </DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG>Aniversario del alzamiento irlandés
de Pascua y del nacimiento del IRA</STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2></FONT> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT face=Arial>¿Traidores, mártires o
valientes?</FONT></STRONG></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2></FONT> </DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG>Noventa años de la
rebelión</STRONG></FONT></DIV><FONT face=Arial size=2>
<DIV align=justify><BR><STRONG></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG>En la Pascua de 1916, las organizaciones republicanas
irlandesas se unieron con el nombre de IRA, Ejército Republicano Irlandés, y se
alzaron en armas en Dublín. Comenzaba una semana de combates urbanos que terminó
en fusilamientos y en un terremoto político. Pareció una patriada perdida, pero
era el comienzo de la guerra de independencia contra un
imperio.<BR> <BR>Sergio Kiernan</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><STRONG>Página/12, Buenos Aires, 15-4-06</STRONG></DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify><BR>Hace noventa años, en el domingo de Pascua de 1916, las
principales organizaciones “sediciosas y subversivas” de Irlanda se unieron bajo
un nuevo nombre. Eran la Hermandad Republicana, los Voluntarios, el Ejército
Ciudadano de los sindicatos socialistas, la Liga Gaélica, gente suelta de fusil
y de traje, y hasta las señoras de Cumann na mBan, la Unión de Mujeres. Seguían
órdenes del Consejo Militar revolucionario, preparando armas y bombas caseras
para el alzamiento del lunes. Algunos creían sinceramente que el país se
levantaría y podrían terminar con setecientos años de dominio inglés, ahora que
Londres estaba hasta el cuello en la Primera Guerra Mundial. Otros, más
realistas o pesimistas, sabían que la rebelión estaba perdida pero pensaban dar
testimonio, con sus vidas, de la vitalidad de la causa. Iban a proclamar la
República de Irlanda y las organizaciones se unían bajo el nuevo nombre de
Ejército Republicano Irlandés. Nacía, así, el IRA.</DIV>
<DIV align=justify><BR>La situación política de la más antigua colonia inglesa
era simplemente ridícula. Irlanda se rebelaba una vez cada medio siglo con
puntualidad ferroviaria: 1798, 1803, 1848, para hablar apenas de las que
tuvieron entidad. Cada refriega terminaba en martirio, con líderes irlandeses
ejecutados de mala manera y cuyos nombres pasaban al panteón simbólico,
desesperado, del nacionalismo irredento. Los británicos, que manejaban su
imperio con una muy precisa mezcla de palo y zanahoria que sólo les falló con
Estados Unidos, parecían sordos y mudos cuando se hablaba de Irlanda. En Canadá,
Australia y Nueva Zelandia se vivía en libertad y con paridad de derechos con
cualquier británico. Los irlandeses eran tratados como tributarios, con una
tosudez extrema que no dejaba más que tres caminos a las mayorías: morirse,
emigrar o rebelarse. En el terrible siglo XIX, la pequeña isla había perdido más
de la mitad de su población, que se fue a EE.UU., al imperio o a Argentina, o se
había muerto de hambre.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Sin embargo, el activismo político había logrado mucho,
entre otras cosas que ya hubiera pasado el reloj de la siguiente rebelión, que
tocaba hacia 1900. Mal que mal, líderes como O‘Connell y Parnell habían creado
partidos políticos modernos y resignado a Londres a conceder el status de
dominio, como el de Canadá, con lo que Irlanda volvería a tener su propio
Parlamento, sus habitantes serían ciudadanos y el país volvería a tener aunque
sea una autonomía. El problema era que los protestantes del Norte hicieron las
cuentas y entendieron que una Irlanda autónoma los dejaba en minoría, porque
todavía los católicos eran más. Y entonces juraron rebelarse ellos contra la
Corona. En 1914 estalló la Primera Guerra Mundial y Londres congeló la
situación. La autonomía quedaba para la posguerra.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Como los protestantes del Norte comenzaron a armarse
descaradamente y crearon organizaciones paramilitares, “leales” y de uniforme,
los nacionalistas del Sur hicieron lo mismo, reclutando muchos más protestantes
de los que se piensa hoy en día. A Londres no le preocupaban en particular los
protestantes, ni tampoco los nacionalistas parlamentarios que trabajaban con el
gobierno de Asquith para lograr la autonomía. Lo que sí le sacaban el sueño eran
los Voluntarios y la Hermandad, republicanos que no querían ni oír hablar de
seguir “conectados” a Gran Bretaña, y el Ejército Ciudadano, las formaciones
armadas sindicales que habían jurado que nunca más los iban a reprimir
impunemente, como en la gran huelga de 1913. Estos grupos pasaron a ser
oficialmente considerados “subversivos”, primera vez que la curiosa palabrita,
que tanta carrera haría en Argentina, era usada en documentos públicos. Los
agentes secretos y los informantes del Castillo de Dublín, la sede tradicional
del poder británico en Irlanda, se concentraban en estos grupos.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Lo que resulta ridículo era que todos estos grupos
organizaban desfiles de bandera, tambor y uniforme, hacían guardias de honor en
sedes partidarias, alquilaban chacras para hacer tiro al blanco y prácticas de
combate, y compraban armas de guerra abiertamente. La trampa era, claro, que si
el gobierno desarmaba a un bando tenía que desarmar también al otro o resignarse
a quedar pegado. En concreto: si se desarmaba y encarcelaba a los republicanos,
Londres pasaba a ser mentor de los paramilitares protestantes, por lo que la
isla se haría ingobernable. Irlanda tenía el récord mundial de orgas.</DIV>
<DIV align=justify><BR>La rebelión de 1916 estaba programada para 1914, pero la
guerra la pospuso, aparentemente para las calendas griegas. Los republicanos
eran un bando muy dividido, con diferencias entre el campo y la ciudad,
socialistas y católicos, integrados e irreductibles. Había gente que pensaba que
el trabajo cultural –restaurar el agónico idioma irlandés, por ejemplo– y la
paciencia política, eran el camino a la autonomía. Había otros que pensaban que
la libertad, como el poder, mana de la boca del fusil. Y otros que no eran tan
calentones por la independencia porque afirmaban que no había mucha diferencia
en que el explotador fuera extranjero o compatriota. Los británicos, con las
pequeñas y no tan pequeñas humillaciones diarias de la vida colonial, y con la
constante amenaza de aplastar toda oposición, dieron argumentos para una unidad
de fines que no fue completa pero alcanzó.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Los alemanes fueron otro factor. Ya habían vendido
algunas armas a los republicanos, por aquello de que el enemigo de tu enemigo es
tu amigo, y así es que los rebeldes andaban desfilando con mausers. También
terminaron mandando un barco cargado de fusiles, el Aud, disfrazado de carguero
noruego, que fue acorralado por la Marina Real y terminó hundido por su capitán
en una bahía de Cork. Y hasta aceptaron una de las ideas más absurdas de la
historia política mundial, la de que sir Roger Casement, noble, diplomático
inglés y una celebridad mundial, entrara a Alemania de contrabando para reclutar
una brigada republicana entre los prisioneros de guerra irlandeses. Casement era
famoso por ser quien denunció los crímenes belgas en el Congo, que inspiraron El
Corazón de las Tinieblas, de Joseph Conrad, y fueron el primer caso
internacional de derechos humanos. Pero pocas veces se vio un reclutador peor:
apenas un irlandés se prendió a la aventura y desertó en cuanto pisó suelo
propio.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Hace exactamente noventa años, Casement volvía a Irlanda
en un submarino, el Aud era hundido y los republicanos tenían un triunfo y una
derrota. El triunfo fue convencerlo a James Connolly, el líder sindical
socialista, que se prendiera a la rebelión. La derrota fue que las brigadas
republicanas del interior anunciaron que no se alzarían. Pese a las esperanzas
de algunos, sólo la capital daría pelea.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Todo estaba listo. Hasta tenían gobierno propio, ya que
el lunes de la Semana Santa el Consejo Militar se había reunido y se había
proclamado como gobierno de la República de Irlanda, con el escritor y maestro
Padraigh Pearse como presidente. El flamante gabinete había firmado la Proclama
de Independencia –y con eso había firmado su sentencia de muerte por traición– y
había mandado a imprimir 2500 copias tamaño poster en el taller gráfico de
Connolly. El domingo de Pascua de 1916, los republicanos comenzaron a
concentrarse en sus cuarteles, de uniforme y con armas, cargando canastos de
bombas caseras, repartiendo carteles, asignando posiciones, llenando bolsillos
con balas y preparando el cuerpo médico, compuesto de unos pocos profesionales y
varias mujeres con mayor o menor entrenamiento. Eran una banda variopinta que
incluía nobles como Joe Plunkett, hijo del conde Plunkett, uno de los títulos
más añejos del país, o la condesa Markiewicz, paqueta de primer agua, feminista
y librepensadora que traicionaba clase y país para luchar por Irlanda. Estaba el
matemático Eamon de Valera, nacido en Nueva York de padre español pero irlandés
hasta los huesos, que tendría una vida larga y agitada y sería presidente de la
Irlanda independiente. Había personajes como Michael O’Reilly, que había tomado
el título de Jefe de Clan y se presentaba como “El O’Rahilly”. Había pibes como
Sean Macloughlain, que en cosa de días terminaría de comandante de la división
Dublín, con 15 años apenas cumplidos. Y había revolucionarios de tiempo completo
y con muchosaños de cárcel y castigos en el lomo, como el ínfimo Thomas Clarke,
pequeño como un gnomo, y Charles Burgess, que se rebautizó en irlandés como
Cathal Brugha, recibiría 25 heridas en el alzamiento y viviría para
contarlo.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Lo que no había, ni por asomo, era un militar
profesional, lo que se nota en el plan aprobado por el presidente Pearse. En la
mañana del lunes, los rebeldes comenzaron a tomar posiciones en lugares y
edificios simbólicos de Dublín, lugares como el parque de Stephen‘s Green,
varias fábricas con torres altas, los alrededores del Castillo, el Colegio de
Cirugía y el Correo Central, ubicado en pleno centro y designado cuartel
general. Para el mediodía los objetivos estaban tomados, pero las brigadas que
tenían que volar trenes y puentes para demorar la llegada de refuerzos ingleses
nunca aparecieron y apenas unos puñados de republicanos tomaron posiciones en
los accesos de la ciudad. Nadie había pensado que un ejército inmóvil es un
ejército a la defensiva, que espera que una fuerza superior lo aplaste.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Lo primero que hicieron los rebeldes fue proclamar la
República. Pearse salió del Correo Central, caminó hasta el centro de la avenida
O’Connell y leyó la bella proclama que él había escrito, la que afirma que su
mandato viene “De Dios y las generaciones muertas”, ante rebeldes entusiasmados
y dublineses comunes que, con la típica ironía irrespetuosa de esa ciudad tan
porteña, se reían abiertamente. Al mismo tiempo, en el techo del enorme Correo
–un verdadero palacio– se izaba la tricolor republicana y la bandera tradicional
del país, verde con un arpa dorada al centro. Por suerte el techo estaba alto y
no daba para ver que la bandera era un cubrecama verde de la condesa Markiewicz,
bordado a mano y con una esquina masticada por su perrito.</DIV>
<DIV align=justify><BR>La comedia pronto se transformó en tragedia. Los ingleses
mostraron qué rápido podían enviar refuerzos del interior y de Gran Bretaña, y
también que no tenían problema en bombardear la ciudad con artillería y con
buques de guerra anclados en el río Liffey, que cruza Dublín. En el primer día
de la rebelión hubo un alegre saqueo de las tiendas del centro, con el pobrerío
angustioso de la ciudad dándose el gusto de robar de todo, incluyendo ese
artefacto tan extraño llamado piyamas. Pero con el pasar de los días comenzó a
faltar comida, los incendios fueron destruyendo barriadas enteras y bombas,
cañonazos y balas mataron a cientos de civiles. La población entera de Dublín
maldecía a los rebeldes, que parecían dispuestos a ver arder la bella
ciudad.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Las posiciones rebeldes fueron cayendo una a una y el
Correo era una pira donde los combatientes medio ahogados por el humo seguían
tirando, bajando piso por piso a medida que se incendiaban. Finalmente, el
sábado, Pearse ordenó la rendición. Fue un momento tremendamente emotivo: había
quien lloraba porque prefería morir con las armas en la mano, había quien lo
hacía porque sabía que se venían fusilamientos y añares de cárcel. Pero Pearse y
el gobierno en pleno ya no querían más bajas civiles. El domingo siguiente,
después de exactamente siete días de pelea –la rebelión más larga en la historia
del país– se rendía la última trinchera.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Cuando los ingleses marcharon a los republicanos
capturados rumbo a sus prisiones, tuvieron la satisfacción de ver al pueblo
llano insultar y hasta apedrear a los insurrectos. Todo parecía en orden, los
fenianos eran unos locos en un país básicamente leal. Fue entonces que
cometieron un error enorme, histórico, que prácticamente garantizó que perdieran
Irlanda. De la mano feroz del general Sir John Maxwell, el muy fumador y
chinchudo comandante militar de Irlanda, comenzaron los fusilamientos de los
líderes. Los siete miembros del gobierno provisional –“esa banda ridícula de
subversivos”– y todos los comandantes de brigada (menos De Valera, que era
norteamericano y se salvó para no enconar a EE.UU. en medio de una guerra)
fueron fusilados. Para peor, Maxwell pensó que sería mejor ejecutarlos en
tandas, para que los irlandeses tuvieran tiempo de aprender la lección. Lo que
el general no entendía era que así se fabrican mártires y que los irlandeses
tienen una larga y desesperada tradición de mártires sagrados. En los pubs y las
calles se empezó a hablar de otro modo: tal vez esos locos no eran tan locos, o
tal vez eran locos pero locos nuestros, y los ingleses no tenían por qué
fusilarlos. En cosa de días, el torpe Maxwell había dado vuelta completamente la
opinión pública. El colmo fue que James Connolly, herido en un pie, fue el
último fusilado y murió atado a una silla porque no se podía ni parar. El país
entero se enteró de la frase del padre Flanagan, que confesó a los ejecutados y
contó que “todos murieron como príncipes”.</DIV>
<DIV align=justify><BR>El resto de los rebeldes fue a parar a prisión con largas
condenas, pero para 1918 ya estaban todos afuera gracias a la amnistía general.
En 1919, con el nombre mítico de Sinn Fein –traducible como Nosotros solos–
arrasaban en las elecciones para el Parlamento inglés, al que la Irlanda
colonial tenía derecho a votar. La condesa Markiewicz, que no había sido
fusilada porque se razonó que, si se podía fusilar mujeres había que concederles
el voto, fue la primera mujer elegida en la historia del Parlamento inglés. Pero
esos diputados irlandeses jamás pisaron Londres: se reunieron en Dublín, se
proclamaron el Parlamento de la República de Irlanda, eligieron presidente a De
Valera y declararon abierta la guerra de independencia. Esta vez estaban a cargo
dos muchachos que se habían mordido los codos de frustración en el Correo
Central, verdes ante la inmovilidad militar de la rebelión. Eran Michael Collins
y su íntimo amigo Harry Bolland, que inventaron sin libreto la guerrilla urbana
y en dos años de alta movilidad forzaron a los ingleses a negociar y
conceder.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Este fin de semana, por primera vez en más de treinta
años, se realiza una gran ceremonia pública con desfiles militares para
conmemorar la Rebelión. No se hacía desde que comenzó el conflicto en Irlanda
del Norte, donde una entidad llamada IRA Provisional reivindicaba el mandato de
1916, diciendo que la tarea no estaba terminada si Irlanda estaba dividida en
dos. En 1922, los irlandeses se habían matado mutuamente por esa misma cuestión
en una breve y feroz guerra civil entre los que aceptaban perder el Ulster a
cambio de una nación independiente y los que no. El símbolo terrible fue que en
esa batalla amarga murieron Collins y Bolland, peleando en bandos opuestos. El
aniversario de 1916 era políticamente inmanejable, a la vez fecha patria y
nacimiento de una guerra sin terminar. Para el IRA, el emblema era un Fénix y la
divisa “De las cenizas de la historia surgieron los Provisionales”. Para
sucesivos gobiernos en Dublín era una papa caliente, en la que no se podía
honrar tanto a unos mártires que eran del país, pero más de los nuevos rebeldes
del Norte.</DIV>
<DIV align=justify><BR>El proceso de paz cambió la situación y el actual
gobierno, descendiente del que terminó fundando Eamon De Valera, está
redefiniendo la fecha como una de hacer la paz y, tal vez, hacer las
paces.</DIV>
<DIV align=justify>
<HR>
</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG><FONT size=3>¿Traidores, mártires o
valientes?</FONT><BR><BR></STRONG></DIV>
<DIV align=justify><STRONG>Robert Fisk</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><STRONG>The Independent de Gran Bretaña</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><STRONG>Especial para Página/12</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR> </DIV>
<DIV align=justify>Hace más de quince años fui a la ciudad belga de Ypres con
una amiga irlandesa. Ella es de una familia seguidora del partido Fine Gael y
tiene un sano escepticismo sobre la gloria romántica que cuelga del cuello de
Padraig Pearse por la militarmente inútil pero políticamente explosiva rebelión
de Pascua de 1916 en Dublín. Mi amiga tiene el mismo escepticismo sobre las
intenciones inglesas hacia Irlanda, norte o sur. Su madre una vez me contó su
recuerdo infantil sobre un allanamiento de militares ingleses en su casa de
Carlow. “Yo era una nena y uno de los soldados me acarició la cabeza. Yo le
dije: ‘A mí no me toque’.”<BR><BR>Una noche en Ypres, ante la inmensa Puerta de
Menin, en la que están grabados los nombres de 54.896 soldados británicos de la
Primera Guerra Mundial cuyos cuerpos jamás fueron encontrados, mi amiga se
enfrentó con un verdadero desafío político. Entre esos miles, vio cientos de
nombres irlandeses que murieron vistiendo el uniforme inglés mientras sus
compatriotas combatían en Dublín contra el mismo uniforme inglés. Leyendo un
nombre en particular, dijo: “¿Por qué, en nombre de Dios, este chico de Tralee
murió en las trincheras de Flandes?”. Fue entonces que un anciano se nos acercó
y nos invitó a firmar el libro de visitas.<BR><BR>Mi amiga miró el libro y vio,
con disgusto, la insignia militar británica. Ahí estaba, brillando dorada, la
corona británica. Mi amiga pensó en ese chico de Tralee muerto en Bélgica. Pensó
en su pequeño país católico y sus siglos de opresión, y se dio cuenta de que ese
chico de Tralee había ido a pelear –o creía haber ido a pelear– por la pequeña y
católica Bélgica. Entonces, mi amiga decidió escribir algo en el libro, pero en
irlandés. “Do thiortha beaga”, “por los países pequeños”.<BR><BR>Todo esto pasó
años antes de que una República Irlandesa próspera y confiada tuviera que pensar
cómo tratar el sacrificio que sus soldados hicieron, antes de la independencia,
bajo bandera británica. Los 35.000 irlandeses que murieron en la guerra de
1914-1918 abruman a los pocos cientos de muertos en la rebelión de Pascua. Mi
propio padre terminó luchando junto a los irlandeses en el Somme en 1918 aunque,
y esto es algo que me callaba muy bien cuando era el corresponsal de The Times
en Belfast en los años duros de la década del 70, había llegado a Irlanda como
parte de las tropas que ocuparon el país después de la rebelión. Sólo lo confesé
cuando me invitaron a hablar en Derry, Irlanda del Norte, en la conmemoración
del Domingo Sangriento –fui el primer inglés en ser invitado a hablar en memoria
de los católicos baleados en 1972 por los Paracaidistas–. Si Padraig Pearse no
hubiera izado la tricolor en el Correo Central de Dublín en abril de 1916, le
dije a mi audiencia, mi padre hubiera muerto en la primera batalla del Somme
tres meses después, y yo no existiría. ¿Le debo mi existencia al Sinn
Fein?<BR><BR>Todavía no sé cómo hay que ver a los hombres de 1916. Los mejores
libros sobre el alzamiento prueban que “los rebeldes”, como siempre los llamaba
mi padre, eran muy valientes y no les importaba sus vidas ni las de sus hombres.
Nunca sabrían la manera tortuosa en que su “sacrificio de sangre” –que no era ni
remotamente el primero en la historia irlandesa– sería reivindicado luego por
otros grupos armados que encontraban un mandato en la sangre derramada por los
escuadrones de fusilamiento ingleses de 1916.<BR><BR>Si no hubieran sido
fusilados cruelmente por su desafío armado al poder británico, ¿hubieran sido
honrados tanto en la Irlanda pobre, oscura y estancada de los años veinte y
treinta? ¿O mucho después en el interminable conflicto del Norte? ¿Hay que ser
un mártir para ser honrado?<BR><BR>Hace cinco años pensaba mucho en esto
mientras buscaba en los Archivos Nacionales británicos en Kew los detalles de la
ejecución de un joven soldado australiano. A mi padre le habían ordenado
fusilarlo hacia el fin de la Primera Guerra, pero Bill Fisk se negó y otro
oficial se hizo cargode esa tarea sucia. Entre los documentos de ejecuciones
militares correspondientes a 1916, encontré los nombres de Pearse, Connolly y
McBride. El castigo extremo que recibieron junto a sus colegas rebeldes de
Dublín transformó el rechazo de los irlandeses a la rebelión en simpatía y
admiración. Pero para los ingleses había sido simplemente otra aplicación
rutinaria de la ley marcial, un grupo de traidores a la Corona fusilado del
mismo modo que los desertores, asesinos y cobardes que eran baleados al amanecer
en la retaguardia de las trincheras de Francia.<BR><BR>El ministro irlandés de
Defensa dice ahora que las ceremonias militares de este fin de semana son un
símbolo del fin del conflicto en el Ulster. Puede ser. Pero, ¿quién va a
homenajear a ese pibe de Tralee?
<HR>
<STRONG><EM>La información contenida en el boletín es de fuentes propias, sitios
web, medios periodísticos, redes alternativas, movimientos sociales y
organizaciones políticas de izquierda. Los artículos firmados no comprometen la
posición editorial de Correspondencia de Prensa. Suscripciones, Ernesto Herrera:
</EM></STRONG><A
href="mailto:germain@chasque.net"><STRONG><EM>germain@chasque.net</EM></STRONG></A>
<HR>
<BR><BR></FONT></DIV></BODY></HTML>