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<DIV align=center><STRONG><EM><FONT color=#800000 size=4>Boletín informativo -
Red solidaria de la izquierda radical</FONT></EM></STRONG></DIV>
<DIV align=center><STRONG><EM><FONT size=4><IMG alt="" hspace=0
src="C:\Documents and Settings\EH\Mis documentos\germain 1.JPG" align=baseline
border=0><BR><FONT color=#000080>Año III - 13 de junio 2006 - Redacción:
</FONT></FONT></EM></STRONG><A
href="mailto:germain@chasque.net"><STRONG><EM><FONT color=#000080
size=4>germain@chasque.net</FONT></EM></STRONG></A></DIV>
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<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>Chile</FONT></STRONG></FONT></DIV>
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<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG>Revuelta escolar
</STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial></FONT><BR><FONT face=Arial
size=2><STRONG><FONT size=3>Cómo es la generación
pingüina</FONT></STRONG> </FONT></DIV><FONT face=Arial size=2>
<DIV align=justify><STRONG><U><FONT
color=#000080></FONT></U></STRONG><BR><STRONG>¿Y estos eran los jovencitos que
no estaban ni ahí? La sorpresa provocada por la irrupción del movimiento de
estudiantes secundarios a la arena pública hace la pregunta urgente: ¿nos
equivocamos todos o es esta una generación radicalmente distinta a sus
antecesores inmediatos? <BR><BR>Francisco Aravena F. y Ximena Pérez
V.</STRONG></DIV>
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<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2><STRONG>Poder
Popular</STRONG></FONT></DIV>
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color=#000080><STRONG>poder_popular-owner@</STRONG></FONT><A
href="mailto:yahoogroups.compoder_popular-owner@yahoogroups.com"><FONT
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<DIV align=justify><BR><STRONG> </STRONG></DIV>
<DIV align=justify></FONT>Desafiaron aquel cliché que hablaba de jóvenes
desinteresados de la cosa pública, enajenados chiquillos persiguiendo el
carrete, pesadilla de profesores mal pagados, ejército de víctimas pasivas de
una educación deficiente. La Generación Pingüino salió a la calle, se tomó sus
liceos y terminó por secuestrar la agenda política del país. Se ganó ­esta
apuesta es segura­ la portada de los nuevos libros sociológicos que hablen
del nuevo-nuevo Chile o algo así, y se convirtió en postal segura para los
resúmenes de prensa de este año. Estos escolares pasaron a la historia (para qué
resistirse al cliché, si es cierto). Si Chile tuvo hace un par de años su
momento Tunick para ilustrar el mentado cambio cultural de la sociedad, ahora
tuvo su momento pingüino (una foto en que la homogeneidad de la masa en
movimiento no está dada por el desnudo sino por el uniforme
escolar).<BR><BR>¿Qué pasó con los que no estaban ni ahí? ¿Quiénes son estos
escolares organizados, poderosos, articulados, que partieron pidiendo un carné
gratis y terminaron exigiendo escribir las leyes que reformen la educación
pública chilena?<BR><BR>Quienes hoy están entre tercero y cuarto medio son hijos
de la democracia, desde luego. Nacidos entre 1989 y 1990, no supieron de
dictadura y, como se ha visto, no heredaron el temor a las movilizaciones
sociales. Han crecido más conscientes de sus derechos: a contestar, a discutir,
a tener su propia opinión, a protestar. También han crecido escuchando y viendo
­merced de un mundo globalizado- todo lo que se supone pueden tener y
contrastándolo (explosiva mezcla) con una realidad que muchas veces ha estado
lejana al discurso: tienen derecho a vivir en un mundo libre de contaminación,
pero viven en uno contaminado. Y tienen derecho a una educación de calidad, pero
no la tienen. Están tratando de decir que no son una generación dedicada
exclusivamente al consumo, explica Guillermo Pérez, profesor de Ciencias
Sociales del Instituto Nacional.<BR><BR>De hecho, los expertos coinciden en
apuntar a que como generación son más homogéneos en su forma de vestir. Antes,
ésta era mucho más reveladora de su condición socioeconómica; ahora es más
reveladora de su condición etárea.<BR><BR>Se trata también una generación que
usa la tecnología como una herramienta natural de relación con el mundo. El
mundo adulto tiende a pensar que la tecnología es para ellos un juguete, casi un
fin en sí mismo; para ellos parece ser simplemente una manera de relacionarse
con el colectivo. Eso ha quedado de manifiesto en la organización de este
movimiento estudiantil, donde los celulares ­por llamadas o mensajes de
texto- aparecen casi como extensión natural de la mano y los blogs y páginas web
han sido mega-diarios murales. En palabras del profesor Pérez, esta generación
dio un salto, tiene más acceso a la información, se mueve a un nivel que hace un
par de años no existía. Se comunica más y eso favoreció la
organización.<BR><BR>La generación de estudiantes secundarios de hoy aparece
conectada al interés colectivo, preocupada de la política pública. Pero ahí no
hay nada nuevo: eso es algo natural a todos los jóvenes. Así lo sostiene el
especialista Jorge Manzi, director del Centro de Medición de la Escuela de
Psicología de la Universidad Católica. Una de las cosas centrales en la tarea de
conformación de la identidad de un adolescente no es solamente resolver
cuestiones sobre su propio destino personal, sino también asumir un punto de
vista respecto del entorno, del medio donde viven, explica. Manzi, recién
designado miembro del Consejo Asesor Presidencial de Educación ­creado como
respuesta del gobierno a las demandas estudiantiles- cree que no hay rasgos tan
marcados que definan particularmente a esta generación, sino un contexto que
generó una mezcla más bien impredecible y que explica la irrupción de este
movimiento. Creo que nadie puede sostener hoy que sabía que esto iba a
ocurrir.<BR><BR>Estamos sentados sobre una bomba de tiempo, escribió el analista
Roberto Méndez el 18 de febrero de este año en una columna de revista El Sábado.
El columnista sostenía entonces que los estudiantes serían el primer incendio de
Bachelet. Méndez no estaba mirando una bola de cristal, sino una encuesta
realizada por la empresa que preside, Adimark GFK, para la red Universia que
revelaba el descontento de los universitarios con la educación en Chile: No se
trata de que los jóvenes estén molestos; más que eso, están
enfurecidos.<BR><BR>Pocos meses más tarde y pocos años más abajo, los escolares
hicieron reventar el conflicto. Este malestar de los jóvenes se fue extendiendo
hacia un malestar más generalizado con respecto a la calidad de la educación y
al tipo de oportunidades que la sociedad y el modelo chileno les está dando una
vez que se reciben, comenta Méndez.<BR><BR>La educación, sostiene, venía
avisando que sería fuente de conflictos. Está en una situación muy explosiva,
porque cumple tres requisitos desastrosos: es de mala calidad, es cara y no
ofrece oportunidades de integración al mercado laboral, resume Méndez.<BR><BR>El
triple pack de problemas en la educación cayó en manos de unos jóvenes que hacía
tiempo había dejado atrás el molde caricaturesco de la generación no estoy ni
ahí y que se combinó con otros factores que los hizo pasar de la frustración a
la movilización. Diego Ogass, estudiante del Liceo Lastarria, lo explica así:
Vivimos una desilusión de que no se llegaba a nada concreto. ¿Qué decidimos?...
Tomar una decisión más drástica. En el Liceo de Aplicación, Roberto Hernández,
de cuarto medio, habla de generación: Esta generación se cansó de tanta reunión
y decidió salir a la calle y manifestarse.<BR><BR>Generación sí, espontánea no,
aclara Méndez. No puede pensarse que de repente los jóvenes cambiaron
radicalmente de ser unas personas ausentes, más bien dedicados al carrete, a ser
unos líderes sociales con un discurso articulado. Eso no pasa de la noche a la
mañana, sostiene.<BR><BR>Por ponerlo en simple: nos equivocamos. Los medios, las
elites, los partidos. Ha quedado demostrado el absoluto desconocimiento de las
elites sobre lo que está pasando. Y el apresuramiento en los diagnósticos
simplistas, un poco de caricatura, que a veces también hacen los medios de
comunicación, asegura el analista. Por ejemplo, tratar de amplificar la idea de
una juventud desinteresada de todo, carretera, hedonista e ignorando las
manifestaciones que hay entre los jóvenes de preocupaciones
sociales.<BR><BR>Jorge Manzi dice que nunca se compró demasiado esto de no estar
ni ahí. Plantea que en esa generalización se asumió que existía una apatía de
parte de ellos en las materias de interés social. Y que se proyectó en ellos una
característica común a todo Chile, desde los escolares a los mayores. Nuestra
sociedad ha vivido una propensión al individualismo, a la búsqueda de proyectos
privados. Son los adultos quienes están más desafectados de la política que los
jóvenes.<BR><BR>Esa generación del no estoy ni ahí creo que nunca existió, dice
categórico el estudiante Camilo Retamal, del Liceo de Aplicación. Eso era sólo
un juego manejado por los medios de comunicación que siempre se han encargado de
mostrarnos como lumpen, como delincuentes.<BR><BR>El sacerdote Felipe Berríos es
testigo de la lógica que ha movido a las distintas generaciones de jóvenes. Como
capellán de los colegios de la red de la Fundación Belén Educa y de colegios
particulares como el Villa María, las Monjas Inglesas y La Maisonnette, ha visto
fenómenos transversales que, sostiene, sí caracterizan a los estudiantes de hoy.
Del joven que pensaba 'no estoy ni ahí' pasamos al joven que pensaba 'es lo que
hay'. Y ahora pasamos a un joven protagonista, resume. Una evolución que, en
opinión del sacerdote, tiene que ver con nacer en democracia, en un país que
crece.<BR><BR>Factores que no son exclusivos de este año ni del pasado. Ni de
esta generación. Como constata Jorge Manzi, los estudiantes secundarios habían
estado trabajando todo el año pasado en la elaboración de un documento que
entregaron en noviembre con su visión sobre los temas que les preocupaban. Eso
revela que ha habido, desde su lado, una reflexión sistemática, desde hace
tiempo, con participación de mucha gente a través de comisiones, indica
Manzi.<BR><BR>En ese sentido, este es difícilmente un fenómeno nuevo. Lo que es
nuevo es que a ese sector algo lo hizo saltar a la palestra, precisa el
especialista. Y se pregunta, ¿qué los hizo saltar?.<BR><BR>Es cosa de mirar para
el lado. De ver no sólo al grupo de jóvenes en uniforme, y ver qué escuchan
cuando no tienen los audífonos puestos. La discusión pública hace unas semanas
estaba centrada en temas como qué hacer con los excedentes del cobre. Ahorrar,
gastar, hasta de prestar dinero a otros países se llegó a hablar. Súbitamente
somos ricos, o tenemos mucho más de lo que creíamos que íbamos a tener.
Entonces, las discusiones basadas en el supuesto de escasez pierden valor,
apunta Jorge Manzi. Al mismo tiempo, algunos establecimientos públicos
sobrevivían con una infraestructura lamentable, con un nivel de educación
discutible, con altas cargas de trabajo para los estudiantes y con una gran
incertidumbre respecto de las supuestas recompensas al sacrificio. A ello se
suma esto de que los estudiantes secundarios habían trabajado el año pasado
articulando sus planteamientos y esperando respuesta.<BR><BR>Estaba la
expectativa de tener cosas mucho mejores, resume Manzi. Y esto es interesante,
porque cuando se ha hecho análisis retrospectivos de fenómenos de explosión
social, muchas veces esto ha estado presente. O sea: elevación de las
expectativas en la sociedad y al mismo tiempo un cierto sentimiento de
deprivación relativa, explica. Es la sensación de que hay otros que se están
beneficiando más aceleradamente y, por lo tanto, injustamente. Y en el caso de
los jóvenes estaba ese sentimiento de insatisfacción con un país que le va bien
pero no satisface sus necesidades.<BR><BR>Más que una generación particularmente
movilizada o movilizable per se, Manzi ve una confluencia de circunstancias, que
pasan por la identificación de problemas y la sensación de que podría estar
haciéndose algo al respecto.<BR><BR>El padre Felipe Berríos ve que, en esa
movilización por resolver problemas colectivos, en estos jóvenes opera algo
común a la sociedad: la competitividad como motor fundamental. Si uno se fija en
el origen del problema (pase escolar, PSU) no es pedir una mejor educación por
el derecho a la igualdad para todos, sino porque yo tengo el derecho a competir
en las mismas condiciones que el otro, apunta Berríos . De ahí se van agregando
y hay un malestar que se recoge. Pero ¿la mejor calidad de educación es para
qué? ¿Para una mejor convivencia, más justa? ¿o más armas para una mayor
competencia?.<BR><BR>Esto no lo hacemos porque queremos más pase escolar o para
que nos costeen la PSU, dice Rubén Fernández, alumno del Liceo de Aplicación,
sino por cambiar el sistema en que algunos nos vemos perjudicados y otros
favorecidos. Y esas personas que se ven favorecidas también han sido capaces de
darse cuenta que eso no está bien, y que existen compañeros que no están en la
misma condición.<BR><BR>Por muy comunista que sea en los símbolos y en los
métodos, en ese sentido el motor de lucha del movimiento estudiantil es siempre
pragmático, funcionando dentro de la lógica del mercado.<BR><BR>Es tiempo de
derribar otro mito: los jóvenes también están operando dentro de la lógica de
los partidos políticos. Ya se ha visto que los principales dirigentes de este
movimiento pertenecen o se identifican con partidos particulares,
independientemente de la perplejidad con que los partidos en general
reaccionaron ante los pingüinos movilizados.<BR><BR>Se magnificó la idea de que
como los jóvenes no participaban en política ­algo que sí ocurrió, que los
jóvenes no se inscribían para votar- eso significaba que no estuvieran
interesados en los temas públicos, precisa Roberto Méndez. El enojo, el divorcio
parece ser más con los dirigentes políticos que con la política. Hay una visión
negativa de los políticos... siempre hablan de políticos corruptos, acota el
profesor Guillermo Pérez, del Instituto Nacional.<BR><BR>Y no es algo exclusivo
de esta generación. Jorge Manzi participó de un estudio sobre identidad y
actitudes políticas de los jóvenes universitarios presentado el año pasado.
Cerca de un 80 por ciento de los jóvenes encuestados (la muestra fue de 1.460
alumnos) se consideraba cercano a un partido o coalición política. Un 60 por
ciento de los consultados se identificaban con un partido político. Sólo un 21
por ciento declara no tener ninguna postura política. Tengo la impresión de que
hay algo del mundo adulto que se transfiere interpretativamente hacia el mundo
juvenil, dice Manzi. O sea, los adultos son más despolitizados que los
jóvenes.<BR><BR>Hay que ser muy cuidadoso en eso, porque hoy día es
políticamente correcto decir que uno rechaza la política. Cuando uno pone un
poco de presión, se encuentra con que la gran mayoría de la gente tiende a
declarar una posición política. Y los jóvenes también, agrega Manzi.<BR><BR>¿Y
la baja inscripción electoral? Me ha tocado conversar con muchos jóvenes, y uno
descubre que hay una parcial falta de comprensión de que ese acto (votar) tiene
una importancia mayor, explica Manzi. Y segundo, hay una cuestión bastante
práctica: que la formalidad para inscribirse no es fácil. Ahí tenemos una
barrera que como país tenemos que ver cómo solucionar.<BR><BR>A la luz de esta
movilización, se podría apostar a que la motivación por votar superará esa
barrera práctica. La mayoría de mi curso quiere inscribirse, cuenta Juan Meza,
de segundo medio del Liceo Lastarria.<BR><BR>En el Liceo 7 de Niñas de
Providencia, la mayoría de las alumnas consultadas asegura que se inscribirá.
Aunque no tengo partido, votar es la única forma de manifestarse políticamente
en este país, señala Valentina Sánchez, de cuarto medio.<BR><BR>Esta generación
es propietaria, no arrendataria. Y exige sus derechos. Como lo explica Felipe
Berríos, los jóvenes ya no están de visita. Cuando uno iba de visita con los
papás a una casa, le decían: no toque nada, que se puede romper, ejemplifica. O
sea, no trate de cambiar las cosas, porque nosotros tratamos y mira lo que pasó:
división de la sociedad, golpe de Estado, violencia, dictadura, explica. Una
suerte de trauma con la movilización del que los escolares de hoy claramente no
se han hecho cargo.<BR><BR>Los movió el cansancio, el trámite, la burocracia. Y
ahora tienen formación para argumentar, dice Sergio Vargas, profesor del
Lastarria. El 'alumno mueble' del pasado, quedó a un lado; ahora el alumno
participa, debate, da a conocer sus puntos de vista. Antes el alumno se quedaba
callado, aguantaba.<BR><BR>La política no es sólo estar con una hoz y un
martillo, o con una flecha para arriba, sostiene Nicolás Arriagada, de cuarto
medio del Liceo de Aplicación. La política es participación, darse cuenta,
pensar, proponer.<BR><BR>El movimiento estudiantil actual ha sido no sólo
partícipe, sino además protagonista. Un poco mucho, quizás. Porque, con mucha
razón en sus demandas y todo, al fin y al cabo siguen siendo menores en edad
escolar, no especialistas en educación. Roberto Méndez observa que la elite
política en ese sentido ha quedado en deuda, viendo todo desde la vereda, como
espectadora más que como actor protagónico, como se supone deben ser los
partidos políticos. Jorge Manzi es más categórico. Es muy probable que lo que
haya pasado estos días uno pueda interpretarlo como un vacío de poder que dejan
los adultos en esta sociedad, y que los jóvenes aprovecharon, comenta.<BR><BR>Al
contrario de lo que se sostenía ­que los jóvenes no estaban ni ahí y el
resto estaba en lo suyo- los jóvenes asumieron la responsabilidad y los adultos
no reaccionamos, apunta el especialista. Se produjo una curiosa situación. Un
momento inédito. Súbitamente los jóvenes entraron, irrumpieron y como que el
resto dijo: adelante muchachos, ustedes nos vienen a salvar, describe Manzi. Ese
mensaje es raro, es complicado. Es irresponsable desde el punto de vista de los
adultos. Hay que acoger a los jóvenes, por supuesto. Pero nadie puede abandonar
su propia responsabilidad. </DIV></DIV>
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<HR>
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