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<BODY bgColor=#ffffff background=""><FONT face=Arial size=2>
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<DIV align=center><STRONG><EM><FONT color=#800000 size=4>Boletín informativo -
Red solidaria de la izquierda radical</FONT></EM></STRONG></DIV>
<DIV align=center><STRONG><EM><FONT size=4><IMG alt="" hspace=0
src="C:\Documents and Settings\EH\Mis documentos\germain 1.JPG" align=baseline
border=0><BR><FONT color=#000080>Año III - 25 de junio 2006 - Redacción:
</FONT></FONT></EM></STRONG><A
href="mailto:germain@chasque.net"><STRONG><EM><FONT color=#000080
size=4>germain@chasque.net</FONT></EM></STRONG></A></DIV>
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<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>Capitalismo</FONT></STRONG></FONT></DIV>
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<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG>Venta de
órganos</STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><BR><FONT face=Arial size=2><STRONG><FONT size=3>El mercado
negro de riñones, de Bolivia a la
Argentina</FONT></STRONG><BR><BR><STRONG>Aunque es ilegal, cirujanos bolivianos
venden y trasplantan órganos a sus pacientes, entre los cuales hay muchos
argentinos. Las operaciones cuestan entre 30.000 y 40.000 dólares, y se hacen
fraguando documentación oficial. El debate ético. Y el rol de los médicos
argentinos. <BR><BR><BR>Claudio Savoia</STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2><STRONG>Suplemento
Zona</STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2><STRONG>Clarín, Buenos Aires,
25-6-06</STRONG><BR><BR><BR>Aprieta el calor en esta oficina. O serán los
nervios. El doctor Herman Peinado Diniz está de guardia en la terapia intensiva
del Hospital Japonés de Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia. Pero esta charla
requiere de un sigilo que él sólo cree garantizar en su despacho. Peinado es
nefrólogo, hace trasplantes de riñón y entre sus pacientes hay muchos
argentinos.<BR><BR><STRONG>—¿Y el donante, doctor?</STRONG><BR><BR>—El donante
se consigue acá. Hay gente que se dedica a hacer este trabajo. Esta persona lo
busca, y nosotros vemos que esté sano y estudiamos la compatibilidad con el
paciente que necesita el trasplante. <BR><BR><STRONG>—¿Hay alguien que busca y
selecciona personas para que donen uno de sus riñones?</STRONG><BR><BR>—Claro. A
diferencia de la argentina, la ley boliviana no exige que para ser donante haya
que ser familiar del paciente. Sólo dice que tiene que haber una donación por
altruismo, en forma espontánea y sin esperar ninguna retribución económica ni de
ningún tipo. Esto tiene que estar en un documento. Porque nuestra ley es bien
clara: tiene cárcel el que compra, el que vende y el que hace
comprar.<BR><BR><STRONG>—Claro, pero yo al órgano tengo que
pagarlo...</STRONG><BR><BR>—Sí, por supuesto.<BR><BR><STRONG>—¿Y yo al que
consigue el órgano lo voy a conocer?</STRONG><BR><BR>—No, no.<BR><BR><STRONG>—Yo
arreglo todo con usted.</STRONG><BR><BR>—Usted arregla conmigo. <BR><BR>El
diálogo ocurrió el jueves 8 de junio y fue parte de una entrevista que duró 49
minutos, durante la cual Clarín logró comprobar el contenido de testimonios,
papeles y cartas personales recogidos durante un mes entre cinco fuentes
independientes entre sí. Para hacerlo, el periodista se identificó ante Peinado
como el primo de un supuesto enfermo renal argentino interesado en hacerse un
trasplante. Y dijo estar dispuesto a pagar los miles de dólares que cuesta la
operación.<BR><BR>Mientras era grabado, el médico contó en detalle los pasos de
una maniobra ilegal que se alimenta con la angustia de los enfermos renales
crónicos, que ven en el trasplante de riñón un camino para liberarse de los
rigores del tratamiento con diálisis; la corrupción de algunos funcionarios
bolivianos, que validan operaciones que son fruto de un comercio ilegal en todo
el mundo; la ambición y el poco apego a la ética de médicos que cobran miles de
dólares por trasplantar órganos que saben comprados. Y, por supuesto, la
necesidad de cientos de miserables dispuestos a vender uno de sus riñones,
quizá, para poder comer mañana.<BR><BR>Sentado en su escritorio, el guardapolvo
impecable, Peinado explica los detalles de su trabajo: después de que el
paciente receptor le envía sus distintos análisis médicos y la persona que lo
provee de donantes elige a varios de ellos según su grupo sanguíneo, el médico
realiza pruebas inmunológicas, infecciosas y de compatibilidad histológica para
verificar que ese riñón pueda funcionar en el cuerpo del
receptor.<BR><BR>—<STRONG>¿Y a quién le pago, doctor? —quiso saber
Clarín.</STRONG><BR><BR>—Usted puede arreglar conmigo. El trasplante es un
paquete. Y ahí va incluido el órgano.<BR><BR>El mecanismo del "paquete" permite
a los médicos que hacen estas operaciones ofrecer su trabajo disimulando un
detalle: que el órgano que pasará por sus manos es fruto de una venta. En
cambio, Peinado enumera los servicios que están "incluidos": salas regulares y
de terapia intensiva para donante y receptor, dos quirófanos en uso simultáneo,
medicina nuclear, banco de sangre, medicamentos. "Y por supuesto, también el
órgano. La operación dura unas cuatro horas y media, y usted está afuera en
siete días", tranquiliza Peinado. Y enseguida precisa que "la operación se hace
en la clínica Foianini", la más lujosa de la ciudad y una de las mejores de
Bolivia. <BR><BR>La charla ya lleva casi 20 minutos, y llegó el momento de
hablar de negocios: "¿Cuánto cuesta ese paquete?", se autopregunta Peinado.
"30.000 dólares si es con un grupo de sangre común y corriente. Si el receptor
tiene un grupo difícil (A o B negativo) aumenta 5.000 dólares. La operación es
legal", se apura en aclarar. "No es legítima, pero es legal: hay un compromiso
notarial, donde el receptor acepta el órgano y deslinda de cualquier problema al
equipo médico y el donante dice que está de acuerdo en entregar un órgano sin
esperar recompensas. Ese compromiso lo firmo yo como jefe del equipo. Después va
al Sedes (Servicio Departamental de Salud, equivalente al Ministerio de Salud
provincial en Argentina) y también lo firman. La gente que hace esto (conseguir
a los donantes) también lo arregla (en el Sedes)".<BR><BR>Peinado dice haber
hecho 77 trasplantes, 13 de los cuales fueron a pacientes argentinos. "El
primero lo hice ya hace seis años", recuerda. Sólo quedan algunos detalles por
arreglar. ¿La forma de pago, doctor? "Por adelantado y en efectivo." ¿Y al
donante cuándo le pagan? "En el momento en que está entrando a la operación.
Cuando se interna, ahí le pagan". ¿Y cuánto recibe? "No tengo idea, porque yo no
veo nada. Nadie va a decir el doctor Peinado sabe algo".<BR><BR>Desde Buenos
Aires, Clarín volvió a comunicarse anteayer con el médico, esta vez sí bajo la
forma de una consulta periodística, para que pudiera hacer su descargo. Este fue
el diálogo:<BR><BR><STRONG>—¿Usted hace trasplantes de
riñón?</STRONG><BR><BR>—Los hice hace rato, ya no.<BR><BR><STRONG>—Tenía
entendido que usted había trasplantado a varios argentinos y que ellos compraban
los riñones allá a través suyo.</STRONG><BR><BR>—No, yo no he hecho esas cosas.
Yo trasplanté a un solo argentino hace siete años, con un riñón de
cadáver.<BR><BR><STRONG>—¿No hubo pagos al donante?</STRONG> <BR><BR>—De ninguna
manera.<BR><BR><STRONG>—¿Y con donante vivo no operó nunca?</STRONG><BR><BR>—No.
Sé que hay otros centros que lo hacen, pero yo no.<BR><BR>En Argentina, más de
22.000 personas están sometidas a tratamientos con diálisis a causa de
insuficiencias renales crónicas terminales provocadas por distintas
enfermedades. Entre ellas, 4.557 están en lista de espera para trasplantarse un
riñón: con un total de 5.130 pacientes en lista de espera de un órgano, nueve de
cada diez necesitan un trasplante renal. La red local de procuración y
asignación de órganos cuenta con coordinadores de trasplante en todos los
hospitales y un sistema de consulta por Internet que permite verificar online
dónde aparece un órgano y con qué criterio se lo asigna.<BR><BR>En los primeros
cinco meses de este año se donaron 359 riñones, de los cuales pudieron
trasplantarse 263: un promedio de casi dos operaciones por día. Las noticias son
buenas; mientras que entre 1995 y 2002 el promedio anual de trasplantes renales
fue de 492, en 2003 se hicieron 619, en 2004 fueron 761 y el año pasado, 823.
Claro, todavía están lejos de ser suficientes.<BR><BR>Héctor recibe a Clarín
sentado en uno de los sillones de su amplia casa de Vicente López, mientras
aspira su habano como si en cada pitada se le fuera la vida. "El verdadero
problema es que haya gente tan pobre que tenga que salir a vender sus riñones,
pero negar esta realidad es una hipocresía. Si el pobre tipo no vende su riñón
saldrá a robar, a matar. O se enfermará y se morirá igual, aunque tenga los dos
riñones. Es natural y hasta lógico que busque una salida. Yo haría lo mismo",
asegura Héctor, que modula su voz gruesa para contar cómo le trasplantaron en
Bolivia el riñón que lleva debajo de una cicatriz bordada unos centímetros por
encima de su ingle derecha.<BR><BR>"Siempre me alimenté mal, con ansiedad,
consumía grandes cantidades de dulces. Los análisis me daban flojos, pero un día
la diabetes me dejó sin opción: a los 58 años mis riñones sólo trabajaban al 10
por ciento de su capacidad". Con la garantía de que su verdadero nombre no será
publicado, Héctor evita los rodeos y las frases de compromiso. Cuenta que por su
enfermedad casi no orinaba, había perdido coordinación motriz y se quedaba
dormido todo el tiempo; recuerda su ingreso al sistema de diálisis como "un
impacto emocional enorme para el cual nadie te prepara", y admite que desde el
primer día buscó la forma de escapar de él. Su oportunidad llegó a los ocho
meses, cuando se enteró de que uno de sus compañeros de diálisis se había
trasplantado en Santa Cruz de la Sierra.<BR><BR>"En los círculos de diálisis se
desalientan las charlas sobre el trasplante. Dicen que es para no crearle falsas
expectativas a los que no pueden operarse por el estado de su cuerpo, pero
también lo hacen porque así se les termina su negocio. Y aunque todos saben que
en otros países se venden riñones, nadie lo comenta. Es parte de la hipocresía
que rodea a este tema", se altera. "Tanto oscurantismo alimenta el fantasma del
robo de órganos, algo que no existe en ningún lado. Y el Estado no está para
controlar la moral", dice Héctor. "Yo me trasplanté en junio de 2004. Al día
siguiente de la cirugía orinaba perfecto, y ahora vivo como antes. A mi obra
social logré cobrarle un tercio de los 70.000 dólares que pagué por el
trasplante. ¿Cuánta plata recibió la persona que donó el riñón? No tengo idea",
reconoce. Y aprieta los labios contra el habano tibio.<BR><BR>El doctor Raúl
Bocángel Oliva cierra su laptop y ofrece una sonrisa de póster a su visitante,
el periodista de Clarín, que otra vez consulta por un supuesto primo dispuesto a
hacerse un trasplante. Con un notable acento porteño ganado durante seis años de
estudios en Buenos Aires, Bocángel es el zar de los trasplantes de riñón en
Santa Cruz. Dirige el equipo de la exclusiva clínica Niño Jesús II, y maneja su
lengua con la misma precisión con que su mano dirige el bisturí. "Nosotros
hacemos grupos de pacientes. En mayo trasplantamos a diez en cinco días."
<BR><BR>Morocho, de altura más bien baja y contextura atlética, Bocángel guarda
un lejano parecido con el juez federal argentino Norberto Oyarbide. Se toma un
puñado de minutos para explicar el sistema del "paquete", aunque aquí hay una
variante: su equipo médico actualiza una base de datos con análisis de
potenciales donantes, "entonces cuando usted nos entrega el HLA (análisis de
histocompatibilidad) del receptor se va comparando. Cuando hay un grado de
compatibilidad que supera al mínimo, le decimos al paciente que venga acá para
ver el resto de los estudios, por si falta algo. Y listo. Esa es la parte
técnica del trasplante. La parte económica: el trasplante tiene un costo de
40.000 dólares, con derecho a una semana de internación." ¿El órgano está
incluido? "Ahí tiene todo". <BR><BR>A diferencia de Peinado, Bocángel no incluye
en su oferta los estudios previos ni los controles de laboratorio posteriores a
la cirugía. Pero trae una buena noticia: "Por lo general, los servicios médicos
(obras sociales o prepagas) le devuelven a los pacientes la cantidad que ellos
pagarían por el trasplante en Argentina." Un monto que, con remedios y otros
costos incluidos, los médicos locales estiman en unos diez mil dólares.
Bocángel, que cobra cuatro veces más, hace una última aclaración con respecto al
depósito bancario: "ahora, con el tema del nuevo presidente y todas las cosas
que están sucediendo, es muy probable que la nueva camada de trasplantes ya no
paguen en una cuenta de acá. Será en Nueva York, no en Bolivia".<BR><BR>Ansioso
por finalizar la charla, un par de preguntas terminarán por ligar al escurridizo
doctor con la parte más oscura de su trabajo, que ni la sonrisa de cine puede
ocultar. ¿Entonces al donante le pagan ustedes? ¿Hay un doctor o alguien que los
busca, arregla con ellos, les paga? "Sí, sí. El laboratorio maneja todo. Es un
lugar al que va permanentemente la gente. A la gente hay que pararla, no hay que
arrearla para el tema", dice, casi fuera de control. "Pero al donante le pagan",
insistió Clarín. "Obvio, obvio. Igual, aquí las cosas no son como en Argentina.
La donación aquí se paga, también con donantes cadavéricos. Se paga el órgano a
la familia, se paga al hospital, a la clínica, se paga todo. Aquí hay mucha
gente con enfermedad renal, pero muy pocos pacientes. Y de esos pocos pacientes
de diálisis son más pocos todavía los que están esperando un trasplante. ¿Por
qué? Porque no hay ninguna cobertura, ni del Estado ni de los servicios
médicos".<BR><BR>Bocángel acaba de entregar una perla que permite comprender
mejor los complejos engranajes del festival de trasplantes renales en Bolivia:
mientras que los pacientes argentinos tienen su tratamiento cubierto por los
servicios públicos o privados de salud, y si consiguen un donante las obras
sociales o prepagas también asumen el costo de la operación, los enfermos
bolivianos deben pagar por todo. Esto reduce sensiblemente la cantidad de
clientes en los quirófanos de trasplante, teniendo en cuenta que la proporción
de bolivianos con insuficiencia renal crónica y alto poder adquisitivo es
pequeña. Con la "capacidad instalada", una ley que permite la donación de
personas "no relacionadas" con el receptor y la martingala burocrática que
permite burlar la prohibición del comercio —los artículos 17 y 19 de la ley
1.716 advierten sobre la responsabilidad civil, penal y administrativa de
quienes lo hacen y contemplan la clausura de las clínicas—, los pacientes
argentinos son una gran atracción para el mercado.<BR><BR>Bocángel se guarda
otra sorpresa: el receptor del órgano no conocerá al donante. "Vos no querés que
el día de mañana alguien llame a tu puerta y te diga ''yo fui el que le salvé la
vida, ahora estoy sin trabajo'', o algo así. Esta es la filosofía. Todos los
trasplantes van con una autorización del ministerio de Salud de Bolivia. Si bien
sale rápido, en 24 o 48 horas, si no llega la autorización yo no hago el
trasplante. Eso lo maneja el abogado."<BR><BR>El doctor está apurado, alguien
golpea la puerta de su consultorio en la planta baja de la clínica. Pide tiempo
para averiguar cuánto bajaría el precio del "paquete" si el receptor consigue un
donante por las suyas, a lo que horas después responderá por teléfono: 34.000
dólares, 6.000 menos que el presupuesto original. ¿Operó a muchos argentinos?,
pregunta Clarín antes de despedirse. "Sí, claro. En este grupo que trasplantamos
en mayo, de 13 pacientes 9 eran argentinos". ¿Nunca tuvo ningún problema,
doctor? "No. El donante pasa por una selección psicológica hecha tanto por el
médico como por el abogado. Para que tenga las ideas muy claras: vos entregás
esto, te están dando esto. Y el médico explicando que uno vive normalmente con
un riñón, que se puede enfermar igual con uno o con dos. Para que nadie el día
de mañana reclame"<BR><BR>Días después, del otro lado de la línea, Raúl
Bocángel pierde su garbo ante la consulta de Clarín: ¿Usted no sabe nada de
operaciones en las que se pague por el riñón? "No. De vez en cuando uno ve en la
prensa que alguien está ofreciendo algún riñón..." ¿Pero usted es ajeno a eso?
"Sí, claro. Es un tema que desde hace años aparece, y así como aparece se
va".<BR><BR>Fernando pudo haber sido cliente de Bocángel, pero una luz de alarma
lo detuvo cuando ya estaba casi decidido. Tiene 52 años, y hace siete que está
en diálisis a causa de una poliquistosis renal que, dice, le agrió el carácter.
"Lo intenté todo. No tengo parientes que puedan donarme el órgano, entonces
busqué y busqué, mandé miles de mails, seguí cada rumor. Así, en enero de 2003
viajé a Santa Cruz a verlo a Bocángel, que me contó cómo era todo. A la semana
me escribió diciendo que ya tenía un donante para mí."<BR><BR>Fernando —otro
nombre de fantasía— atropella las palabras como si en la siguiente estuviera la
clave de todo. No aceptó el café, no quiere perder el tiempo. Sus ojos pardos
hormiguean al ritmo de la voz, pestañean en los tramos más duros, se desorbitan
de bronca. Está angustiado. "Empezamos a intercambiar mails. Yo le pedía los
datos de mi supuesto donante, pero él me contestaba con evasivas. También le
pedí rebaja —me había dado un presupuesto de 45.000 dólares por el paquete—, y
en julio de 2003 me bajó a 25.000 si yo conseguía el donante, más otros 1.800
para gastos de sus estudios."<BR><BR>Pero las dudas de Fernando sólo crecían.
"Me dijeron cómo era el sistema: te hacen una diálisis, arman una historia
clínica y con eso —coima mediante— tramitan el permiso en el ministerio de
Salud, con un papel trucho que explica mi necesidad de un trasplante urgente y
la dispoición de un amigo a donarme su riñón. Una fantasía. Pero a mí no me
daban esa historia clínica, ni los datos del donante, nada. Yo lo pensé mucho,
pero uno en caliente hace cualquier cosa..."<BR><BR>El lunes pasado, Clarín se
comunicó con el titular del Servicio Departamental de Salud de Santa Cruz de la
Sierra, Fernando Gil, en su teléfono celular. Con voz vacilante, el funcionario
pidió que le enviaran las preguntas por correo electrónico. Estas eran algunas:
¿Cuántos trasplantes se hacen por mes? ¿Cuánto tarda el trámite para
registrarlos? ¿Cuántos argentinos fueron trasplantados en Santa Cruz? ¿Qué
medidas se toman para desalentar la falsedad de las declaraciones juradas? ¿Hubo
investigaciones al respecto? ¿Hubo sanciones ante casos de venta? Después de
cinco llamados fallidos, el miércoles Gil confirmó la recepción del cuestionario
y prometió las respuestas para el jueves. Jamás llegaron. Y desde entonces en su
teléfono contesta la misma voz de aeropuerto: "este número es incorrecto.
Verifique e intente nuevamente".
<HR>
<STRONG><EM><FONT color=#000080>La información contenida en el boletín es de
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