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<DIV align=center><STRONG><EM><FONT color=#800000 size=5>Boletín informativo -
Red solidaria de la izquierda radical</FONT></EM></STRONG></DIV>
<DIV align=center><STRONG><EM><FONT size=4><IMG alt="" hspace=0
src="C:\Documents and Settings\EH\Mis documentos\germain 1.JPG" align=baseline
border=0><BR>Año III - 23 de agosto 2006 - Redacción: </FONT></EM></STRONG><A
href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><EM><FONT
size=4>germain5@chasque.net</FONT></EM></STRONG></A></DIV>
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<HR>
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<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>Memoria</FONT></STRONG></FONT></DIV>
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<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG>Hace 34
años...</STRONG></FONT></DIV>
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<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG>La masacre de prisioneros políticos
en Trelew</STRONG></FONT></DIV>
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<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG>Susana Viau</STRONG></FONT></DIV>
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<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2></FONT> </DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2><STRONG>Página/12, Buenos Aires,
22-8-07</STRONG><BR><BR></FONT><FONT face=Arial size=2></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2>La idea de la fuga estuvo siempre
viva en los seis pabellones que los presos políticos ocupaban en el penal de
Rawson. Luego de descartar que un avión contratado fuera obligado a aterrizar en
las adyacencias de la cárcel, como les sugerían sus compañeros desde el
exterior, Mario Roberto Santucho, Enrique Gorriarán y Marcos Osatinsky,
integrantes del comité encargado de la planificación y ejecución de la huida, se
inclinaron por un diseño que parecía más sencillo: tras el copamiento de la
cárcel, en camiones y camionetas, 110 guerrilleros se trasladarían hasta el
aeropuerto. Allí abordarían aviones de línea para cruzar la cordillera. Si lo
conseguían, podrían afirmar que habían protagonizado la fuga más grande de la
historia argentina. Contaban con que el gobierno del socialista chileno Salvador
Allende, por principios o por condicionamientos, no podría devolverlos a la
dictadura. Fueron meses de trabajo intenso, sigiloso. Fabricaron uniformes,
gorras, bordaron las insignias del servicio penitenciario, levantaron planos,
acumularon información minuciosa de la rutina de los guardias, estudiaron
horarios de aviones, frecuencias de vuelos. Habían logrado ingresar unas pocas
armas cortas que servirían para reducir a los primeros efectivos; el resto del
armamento lo proveerían los propios carceleros. Los militares iban a sospechar
siempre que las pistolas habían sido introducidas en el penal durante las
visitas por el abogado radical Mario Abel Amaya. Se tomaron un tiempo, pero no
lo olvidaron: Amaya fue detenido y asesinado a golpes en la cárcel cuatro años
después, en octubre de 1976.</FONT></DIV><FONT face=Arial size=2>
<DIV align=justify><BR>A las 18.30 del 15 de agosto de 1972, con unos minutos de
retraso, Santucho se quitó el sweater que llevaba puesto y lo agitó. Era la
señal de comienzo de la operación gestada por el acuerdo del Partido
Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias (FAR). Montoneros, desde el exterior, se había negado a avalar
la acción, al menos como organización. Consideraba que no serviría sino para
poner piedras en el camino de las elecciones generales que se avecinaban. Sin
embargo, sus militantes detenidos en Rawson no quisieron quedar al margen del
intento. Su representante en el Comité de Fuga era Fernando Vaca Narvaja e
integraba el contingente destinado a salir en el primero de los vehículos junto
a Santucho, Gorriarán, Domingo Mena (todos dirigentes del PRT), Marcos Osatinsky
y Roberto Quieto (jefes de las FAR). Tiempo después, “el gringo” Mena le
contaría a su compañero del Buró Político Luis Mattini que él llevaba también un
uniforme “pero yo parecía un comisario de pueblo. Vaca Narvaja lo llevaba como
un oficial”. Vaca Narvaja tenía, sin duda, el “physique du rôle” y su prestancia
ayudó a disuadir al guardia que, extrañado, dudó al verlos llegar. Un rato
después, cuando con Santucho corrieron por la pista del aeropuerto para detener
el avión que carreteaba, fue la naturalidad con que llevaba el uniforme de mayor
del ejército la que terminó de convencer a los pilotos de que debían detener la
máquina. El uso del uniforme constituía una afrenta adicional para el honor
militar. Al punto de que al arribar a Chile, se le solicitó al jefe montonero
que, para desembarcar, se desvistiera.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Durante la fuga, los guerrilleros abrieron fuego una sola
vez. Marcos Osatinsky disparó contra el guardiacárcel Juan Gregorio Valenzuela,
el único que atinó a resistirse. Según estaba estipulado, una vez tomados los
pasillos, los pabellones, la dirección y los puestos de guardia, buscaron los
camiones. Pero los transportes no estaban allí. Sólo se había hecho presente un
coche en el que estaba como chofer el militante de las FAR Carlos Goldemberg. A
él ascendieron los seis máximos dirigentes. Convencidos de que la fuga masiva
había fracasado, los restantes detenidos llamaron taxis y remises. Así, otros 19
prisioneros alcanzaron el aeropuerto. Era demasiado tarde. El BAC 111 de Austral
ya había levantado vuelo. Entre el pasaje estaban Víctor “el gallego” Fernández
Palmeiro y Alejandro Ferreyra, ambos del PRT, y Ana Wiesen, de las FAR, quienes
tenían como misión ingresar en la cabina y controlar a los pilotos. Los
guerrilleros que habían quedado en tierra pactaron su entrega: pidieron la
presencia de un juez y de un médico que constatara su estado físico. Actuaban
como voceros Rubén Pedro “el Indio” Bonet y Mariano Pujadas. Exigieron ser
devueltos a Rawson y no a dependencias militares. El capitán de corbeta Luis
Emilio Sosa les dio su palabra de que así se haría. Sin embargo, el ómnibus que
los trasladaba tuvo una larga parada a mitad de camino y al reanudar la marcha
el destino había cambiado: se dirigían a la base naval Almirante Zar.
Transcurrió una semana. Los sucesos del sur tenían en vilo al gobierno del
general Alejandro Agustín “el cano” Lanusse, quien por esas cosas del destino
(en realidad, por su ferviente antiperonismo) había pasado un largo período
prisionero en Rawson, donde, solía recordar, había trabajado en la construcción
del campo de fútbol. La foto con uniforme de preso estaba, para el que quisiera
mirarla, debajo del vidrio de su escritorio.</DIV>
<DIV align=justify><BR>El 21 de agosto fue un día de reuniones militares en la
Casa Rosada. Desde las 11 de la mañana se dio cita ahí la Junta de Comandantes:
Lanusse, el brigadier Carlos Alberto Rey y el almirante Guido Natal Coda. El
secretario de la junta, brigadier Ezequiel Martínez, el secretario de la
presidencia Rafael Panullo y el ministro del Interior, el radical Arturo Mor
Roig, iban y venían. Estuvieron hasta altas horas. Se cuenta que un corresponsal
de la prensa inglesa comentó a sus colegas de Balcarce 50: “Esta noche los matan
a todos”. No era una corazonada. Ciertos datos se habían filtrado. La gente
común sentía que, con las horas, el ambiente se enrarecía. Algo terrible iba a
ocurrir. A las 3.30 del 22, el capitán Sosa, seguido por el capitán Herrera y
los tenientes Roberto Bravo y Del Real, sacó a los rehenes de sus celdas y
comenzó a disparar. Murieron Mario Delfino, Rubén Bonet, Ana María Villarreal de
Santucho, Eduardo Capello, Carlos Alberto del Rey, Clarisa Lea Place, José
Ricardo Mena, Miguel Angel Polti, Humberto Suárez, Humberto Toschi y José
Alejandro Ulla, todos del PRT; Carlos Astudillo, Alfredo Kohon, María Angélica
Sabelli, de las FAR y Mariano Pujadas y Adriana Lesgart de Yofre de Montoneros.
Sobrevivieron, malamente heridos, María Antonia Berger y Ricardo René Haidar, de
Montoneros, y Alberto Miguel Camps, de las FAR.</DIV>
<DIV align=justify><BR>El capitán Sosa fue premiado con un curso en los Estados
Unidos y, al igual que el teniente Bravo, con un puestito en la embajada
argentina en Washington. Se dice que más tarde, Sosa pasó por un país
latinoamericano y hay quien creyó verlo por Buenos Aires durante la Guerra del
Atlántico Sur. Lo único firme es que Sosa pasó a retiro el 1º de abril de 1981.
Dos años antes, el 1º de abril de 1979, lo había hecho el teniente Bravo.
Afirman que su paradero es el secreto mejor guardado por la marina, que tiene
muchos. Podrían haber muerto. Quizás. O tal vez no, han tenido suerte y gozan de
una vejez silenciosa y tranquila y algún placer que, de tanto en tanto, les
permiten los haberes que deben seguir cobrando por los servicios a la patria.
<HR>
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