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<HR>
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<DIV align=center><STRONG><EM><FONT color=#800000 size=5>Boletín informativo -
Red solidaria de la izquierda radical</FONT></EM></STRONG></DIV>
<DIV align=center><STRONG><EM><FONT size=4><IMG alt="" hspace=0
src="C:\Documents and Settings\EH\Mis documentos\germain 1.JPG" align=baseline
border=0><BR>Año III - 24 de setiembre 2006 - Redacción: </FONT></EM></STRONG><A
href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><EM><FONT
size=4>germain5@chasque.net</FONT></EM></STRONG></A></DIV>
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<HR>
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<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>Rusia</FONT></STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG></STRONG></FONT> </DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG>Pobreza en la Rusia de Putin
</STRONG></FONT></DIV><FONT face=Arial size=2>
<DIV align=justify><BR><STRONG><FONT size=3>Un análisis de la explosiva
situación en un país marcado por la transición del comunismo al
capitalismo</FONT></STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG>El autor es profesor de ciencia política en la UNAM.
Ha escrito varios libros sobre Europa oriental. Acaba de publicar 'Sobre
política, mercado y convivencia', una extensa conversación con José Luis
Sampedro. Es comentarista de la SER y de EL PAÍS.<BR></DIV></STRONG>
<DIV align=justify><STRONG></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG>Carlos Taibo </STRONG></DIV>
<DIV align=justify><STRONG>El País, Madrid, 24-9-06</STRONG><BR><BR><BR>La
bonanza económica que ha beneficiado a Rusia en los inicios del siglo XXI no
parece haber tenido repercusiones claras en materia de resolución de los
ingentes problemas sociales heredados por el país. Aunque en mayo de 2003, Putin
señaló que entre sus objetivos se hallaba reducir a la mitad, en 2007, los
niveles de pobreza, lo cierto es que ninguna fuente solvente da crédito a la
posibilidad de que semejante meta sea objeto de satisfacción.</DIV>
<DIV align=justify><BR>En 2003, la renta per cápita de Rusia ascendía a 2.610
dólares, lo que situaba al país en el puesto número 97 del planeta, visiblemente
por debajo de la media mundial, que en 2002 lo era de 5.120 dólares. Es verdad,
con todo, que la renta per cápita reajustada a los precios internos se elevaba
en 2002 a 8.080 dólares y colocaba a Rusia en posición similar a la que exhibían
Botsuana o Uruguay, en el buen entendido, eso sí, de que el país mostraba
niveles muy notables de desigualdad en la distribución de la riqueza. El
descenso operado en la renta con respecto a lo que era común en la URSS de
antaño tenía, por lo demás, explicaciones varias, y entre ellas, la desaparición
de las subvenciones estatales a servicios básicos, la hiperinflación registrada
en el decenio de 1990, la recesión económica, el incremento en las tasas de
desempleo, la crisis de los servicios públicos, el atraso en el pago de los
salarios y la pérdida de valor del rublo.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Mucho se ha discutido, y se discute, sobre el porcentaje
de población que, en la era de Putin, vive por debajo del umbral de la pobreza.
Reconozcamos al respecto, antes que nada, que las estimaciones correspondientes
plantean graves problemas. Mencionemos entre ellos el peso ingente, difícil de
cuantificar, de la economía subterránea -y, con ella, el ocultamiento de muchas
fuentes de ingresos-, el relieve del consumo de alimentos generados por pequeñas
parcelas privadas -éstas aportan un 16% de los alimentos consumidos en el medio
rural-, la importancia del intercambio de bienes y de servicios entre
familiares, y la preservación, en fin, de determinadas reglas del juego que
permiten dispensar, de nuevo, bienes y servicios a precios reducidos,
circunstancia de la que se beneficiaría, en un grado u otro, del orden del 40%
de la población. De resultas de factores como éstos, el Goskomstat, el organismo
estatal que se encarga de las estadísticas, concluye, probablemente con
interesada exageración, que quedan fuera de contabilización entre un 30% y un
40% de los ingresos.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Los hechos como fueren, y según una estimación muy
socorrida, el número de personas que viven por debajo del umbral de la pobreza
habría descendido de 40 a 30 millones en los años de dirección putiniana, en
tanto que el PIB por habitante, que a finales de 1998 era un 17,5% del
norteamericano y un 26% del de la UE, sería cuatro años después un 21% y un 32%
de los dos mencionados. Otro estudio sugiere que entre 1999 y 2002, el
porcentaje de población emplazado por debajo del umbral de la pobreza habría
descendido desde un 42% a un 20%, de tal suerte que a finales de 2003 serían 23
millones las personas que vivirían con una renta mensual inferior a 2.143
rublos, esto es, 70 dólares. Aunque se ha hablado también de un retroceso de un
33% en el número de pobres entre 1999 y 2004, hay quien sigue sosteniendo que la
cifra de 40 millones inicialmente invocada es todavía hoy la correcta, cuando no
se queda corta. Una estimación de The Economist identifica en tal sentido 60
millones de indigentes, para agregar que un 25% de la población vive por debajo
del "mínimo de subsistencia". Otros cálculos sugieren que los pobres podrían
suponer del orden del 40% de la población rusa a principios del siglo XXI.</DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify>El lector permitirá que le sigamos abrumando con
estadísticas. Según los datos oficiales, en 2003 la pobreza afectaba a una
tercera parte de los hogares: un 29% de los radicados en el medio urbano por un
42% de los situados en el medio rural. Los problemas de pobreza parecían ser
particularmente importantes, aun así, en las pequeñas ciudades, un 57% de cuyos
habitantes serían indigentes. Se entendía que un hogar era pobre cuando el
ingreso medio per cápita resultaba ser menor que el mínimo de subsistencia,
concepto que Mespoulet ha tenido a bien recordar que es suficientemente elástico
para permitir evaluaciones muy dispares. Los grupos humanos más afectados por la
pobreza eran, en cualquier caso, los jubilados, las familias que cuentan con uno
o varios parados, las que muestran más de dos hijos y, en suma, las
monoparentales, y en particular, las configuradas por mujeres que viven solas
con uno o varios vástagos.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Por varios conceptos, cabe afirmar que entre las víctimas
primeras de la pobreza se hallaban muchos niños, y ello pese a que la presencia
de éstos en el conjunto de la población había menguado. Piénsese, sin ir más
lejos, que el número de niños con edades comprendidas entre los cero y los seis
años se redujo en nada menos que un 45% entre 1989 y 2000, al pasar de
16.800.000 a 9.200.000. Según el Goskomstat, en 2000, un 48% de los niños -y
adolescentes- con edades entre 0 y 16 años era pobre, frente al 38% de presencia
de la pobreza entre los adultos. Un 4% de estos niños vivía con uno de sus
padres, que en el 94% de estos casos resultaba ser, como cabía esperar, la
madre. En este escenario tampoco podía sorprender que en el propio año 2000 se
contabilizasen 2.800.000 niños sin hogar. Pero entre los perdedores se hallaban
también los ancianos -víctimas del deterioro del poder adquisitivo de las
pensiones, de la evaporación de sus ahorros a principios del decenio de 1990 y
de la visible degradación experimentada por el sistema sanitario- y las mujeres,
que percibían, por cierto, salarios sensiblemente inferiores -un 37% como media
en 2001- a los recibidos por los varones. Era difícil, por lo demás, que las
mujeres ganasen peso en el terreno laboral; no en vano, en la etapa soviética ya
estaban presentes de forma consistente en la población activa. Aunque es verdad
que en la federación rusa independiente ha emergido con alguna fortaleza la
figura de las mujeres que dirigen empresas, no parece, sin embargo, que haya
cambiado un dato que se hacía valer en tiempos de la URSS: la progresiva
marginación de las mujeres a medida que se subía en el escalafón económico y
social. (...)</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>Los trabajadores</STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><BR>Las relaciones laborales, tal y como quedaron perfiladas
en los años de presidencia de Yeltsin, han permanecido genéricamente inalteradas
a partir de 2000. Ello es así por mucho que algo haya de verdad en la afirmación
de que la bonanza económica por la que el país atraviesa ha mitigado algunos de
sus rasgos más negativos en un escenario en el que, por añadidura, han emergido
numerosas empresas privadas que se rigen en virtud de las fórmulas conocidas en
las economías capitalistas occidentales.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Los años de dirección yeltsiniana se caracterizaron ante
todo por una aceptación de las reglas del mercado impregnada de contradicciones.
No se olvide que, según una estimación, la aplicación estricta de esas reglas
habría condenado al cierre a un 70% de las empresas de tamaño importante y a un
porcentaje similar de los koljozi y sovjozi (granjas estatales; en estas
últimas, los campesinos recibían un salario). Para evitar los términos de la
crisis consiguiente se estableció una suerte de periodo de transición en el
transcurso del cual las empresas abocadas a desaparecer siguieron recibiendo, en
un grado u otro, subsidios estatales, si bien se vieron obligadas a examinar
posibles cambios en su estructura organizativa y en la naturaleza de los bienes
y servicios generados, al tiempo que pasaron a experimentar progresivas
restricciones presupuestarias. Una de las secuelas importantes de ese periodo de
transición la aportó el hecho de que las empresas no pudieron prescindir
libremente de sus trabajadores; de resultas, éstos y los directores
correspondientes procedieron a establecer diferentes acuerdos que generaron
dependencias mutuas. En este terreno proliferaron, en un marco de extensión de
la economía informal, los pagos no monetarios -en bienes generados por las
empresas o intercambiados por éstas-, como lo ilustra el hecho de que en 1997,
un 24% de los salarios devengados en la industria de producción de maquinaria
asumió formas no monetarias. También menudearon la sustracción de bienes por
parte de los asalariados y el empleo a efectos privados de buena parte del
tiempo que aquéllos debían destinar a su trabajo principal. Según una
estimación, entre un 12% y un 15% del tiempo de trabajo oficial se destinaba a
otros menesteres, en tanto que un 8% de los recursos de las empresas se
canalizaba a través de procedimientos privados. (...)</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>El legado soviético</STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><BR>A la hora de explicar por qué, pese al visible deterioro
de la situación económica y social que ha padecido la mayoría de la ciudadanía,
no se han registrado masivos y contundentes movimientos populares de
resistencia, hay que invocar datos de orden vario. Entre ellos despuntan el
dramático legado de la era soviética en materia de ausencia de tradiciones
organizativas, la pervivencia fantasmagórica de algunos de los elementos del
Estado providencia de antaño y el papel apagafuegos a menudo asumido por el
Partido Comunista de la Federación Rusa. Pero sobresale también el ascendiente
del paternalismo empresarial: este último encaja a la perfección con una actitud
de respeto reverencial hacia los directores de las empresas, o hacia sus
propietarios, que en buena medida es, de nuevo, una herencia de la etapa
soviética y que se materializa, por ejemplo, en la sorprendente y extendida
percepción de que las huelgas sólo benefician a quienes las organizan. Es
difícil, por añadidura, identificar señales de resistencia como las que, en la
URSS, se revelaban sibilinamente a través de una bajísima productividad laboral,
y ello por mucho que en esa clave puedan interpretarse, con alguna generosidad,
algunos fenómenos como el abstencionismo electoral, la propia pervivencia de
fórmulas de bajo rendimiento en el trabajo o la búsqueda de otros horizontes a
través de la emigración.</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>Servicios sociales </STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>No parece desmesurado afirmar que los gobernantes rusos
del momento estiman que los servicios sociales dispensados por los poderes
públicos configuran un pesado fardo del que conviene liberarse cuanto antes. Y
eso que cierta retórica oficial habla inopinadamente del designio de aprestar un
capitalismo de rostro humano, opción ilustrada por la admiración que Putin
mostraría hacia la figura de Ludwig Erhard. Por mucho que sea verdad que desde
1991 el Estado ha mantenido alguna suerte de infraestructura mínima y ha
garantizado que los precios de determinados servicios básicos -gas,
electricidad, calefacción, agua- no se vean sujetos en plenitud a la lógica del
mercado, la realidad es que la pervivencia de muchos de esos servicios obedece
antes a lógicas corporativas desplegadas en el interior de grandes empresas que
a la acción consciente y tramada de los poderes públicos. La degradación se
aprecia en ámbitos vitales como el de la calefacción: habida cuenta de la falta
de inversiones, durante mucho tiempo, en las instalaciones, los cortes de
suministro han empezado a hacerse comunes, y ello pese a los esfuerzos
encaminados a garantizar la atención a escuelas, hospitales y viviendas, y pese
a la creación de una nueva empresa, RKS, que debía asumir responsabilidades en
estos menesteres. La empresa en cuestión ha sido muy criticada por acarrear un
procedimiento de privatización -con toda evidencia rechazada por la mayoría de
la población- de activos estatales.</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>La sanidad</STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><BR>Tiene su sentido que prestemos oídos a lo que ha ocurrido
en los últimos años en materia de sanidad. En 2000, y según la Organización
Mundial de la Salud, Rusia ocupaba el puesto 130 del planeta -sobre un total de
191 Estados- en lo que a la calidad y prestaciones de su sistema sanitario se
refiere, con lo que se emplazaba en un nivel similar a los de Perú y Honduras.
El gasto correspondiente era del orden de un 3% del producto nacional bruto, un
nivel porcentual más bajo que el que se registraba en países como El Salvador o
Líbano. Si la sanidad se llevaba, por lo demás, un 14,5% del total del gasto
público, el sector privado corría a cargo de un 27% del gasto sanitario.</DIV>
<DIV align=justify><BR>El sistema sanitario público experimentó una visible
descapitalización en el decenio de 1990. Aunque la Constitución en vigor obliga
al Estado a promover una sanidad gratuita, lo cierto es que los presupuestos al
respecto se han reducido en un tercio en comparación con la etapa soviética, con
un resultado principal: buena parte de la asistencia básica -diagnósticos,
atención rutinaria, anestesia, fármacos, comidas- se asienta en el pago de sumas
bajo cuerda, cuando no en el despliegue de una medicina estrictamente privada. A
ello coadyuvó la devaluación del rublo registrada en 1998, que se tradujo al
poco en dificultades insalvables para importar fármacos (hasta entonces, los
fármacos importados eran del orden de un 40%-50% del total empleado). Piénsese
que, ya en la era de Putin, el fondo federal de seguros médicos obligatorios tan
sólo parece cubrir la mitad de los gastos de los asegurados. Esto aparte, los
desempleados disfrutan de posibilidades muy reducidas de beneficiarse de la
atención sanitaria general. En un orden de cosas próximo, los bajos salarios que
se registran en los hospitales públicos han provocado un inquietante éxodo de
profesionales que han buscado trabajo en un sector privado que, desarrollado
ante todo en las grandes ciudades, se halla comúnmente bien dotado pero está al
alcance de una escueta minoría de la población. Mientras en muchos hospitales
públicos las listas de espera para operaciones son muy notables, no hay agua
corriente ni sistemas de aguas residuales y los procedimientos de esterilización
aplicados se hallan muy lejos de los desplegados en países más ricos, los
servicios dispensados por la sanidad privada que hizo su irrupción en el decenio
de 1990 se caracterizan, en cambio, por una altísima calidad.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Las dificultades de la sanidad pública se hacen evidentes
cuando se tiene conocimiento de algunos de los problemas que el país arrastra.
Rusia muestra, por lo pronto, una de las tasas más altas del planeta en lo que a
suicidios, ingestión de alcohol y consumo de tabaco se refiere. Cada año se
quitan la vida entre 50.000 y 70.000 rusos, una cifra un 50% más alta que la
registrada en el decenio de 1990. La presencia de suicidios es seis veces más
alta en el caso de los varones que en el de las mujeres.</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>La educación</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>Een los noventa se hizo evidente que las autoridades
otorgaban escasa prioridad en sus proyectos a la enseñanza pública. Las
políticas descentralizadoras que cobraron cuerpo en los años de la perestroika y
al amparo de la independencia de la Federación Rusa se tradujeron en una
transferencia de atribuciones, en el terreno educativo, en provecho de
repúblicas, regiones y ciudades, con la secuela de diferencias muy notables en
las prestaciones ofrecidas en unos u otros lugares. En este escenario, y de
cualquier modo, las sumas asignadas al sistema educativo público recularon de
forma espectacular.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Mientras los presupuestos estatales de investigación
científica nunca cayeron por debajo de un 2% del PIB en la etapa soviética -en
buena medida se trataba, bien es cierto, de investigación militar-, entre 1992 y
2001 descendieron desde un 1% de ese guarismo hasta un 0,3%. De resultas, unos
400.000 científicos y técnicos se vieron obligados a emigrar, con la
consiguiente sangría para el país, y en el sistema educativo faltan hoy muchos
profesionales que han buscado otros horizontes.<BR></DIV>
<DIV align=justify>A la ausencia de profesores se sumaban salarios muy bajos
-pese a los esfuerzos realizados- y equipamientos muy eficientes.
<HR>
<STRONG><EM><FONT color=#000080 size=3>La información contenida en el boletín es
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Suscripciones, Ernesto Herrera: </FONT></EM></STRONG><A
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<HR>
</FONT></DIV></BODY></HTML>