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<DIV align=center><STRONG><EM><FONT color=#800000 size=4>Boletín informativo -
Red solidaria de la izquierda radical</FONT></EM></STRONG></DIV>
<DIV align=center><STRONG><EM><FONT size=4><IMG alt="" hspace=0
src="C:\Documents and Settings\EH\Mis documentos\germain 1.JPG" align=baseline
border=0><BR>Año IV - 9 de octubre 2006 - Redacción: </FONT></EM></STRONG><A
href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><EM><FONT
size=4>germain5@chasque.net</FONT></EM></STRONG></A></DIV>
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<DIV align=justify><FONT size=3><STRONG>Estados Unidos</STRONG></FONT></DIV>
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<DIV align=justify><FONT size=3><STRONG>Bob Woodward, el periodista que destapó
el escándalo de Watergate, conmociona a Estados Unidos y al mundo al revelar la
dimensión de las mentiras de Bush sobre la guerra de Irak</STRONG></FONT></DIV>
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<DIV align=justify></FONT><FONT face=Arial size=2><STRONG><FONT size=3>El
Gobierno Mitómano</FONT></STRONG> </FONT></DIV>
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<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2><STRONG>Revista Semana, Bogotá,
6-10-06</STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2><A
href="http://portal2.semana.com/"><STRONG>http://portal2.semana.com/</STRONG></A></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2> </DIV>
<DIV align=justify><BR>La Casa Blanca, ese enorme edificio en la avenida
Pennsylvania rodeado de jardines, es el centro del poder presidencial de Estados
Unidos. El lugar es motivo de un peregrinaje casi religioso de miles de
norteamericanos que saben que en su interior se producen decisiones que pueden
alterar el curso de la historia. Allí trabajan, o al menos esa ha sido
tradicionalmente la percepción popular, decenas de sabios que dedican horas
interminables a descubrir la mejor manera de proteger los ideales
norteamericanos, su bienestar perenne y, sobre todo, su sacrosanta libertad.
<BR><BR>Esa percepción se ha ajustado a la realidad en muchas ocasiones a lo
largo de la historia. Pero hoy vive su momento más oscuro. Un libro del famoso
periodista Bob Woodward, el reportero por excelencia del poder en Estados
Unidos, ha venido a dar la estocada a la imagen de estadista del presidente
George W. Bush. El autor de Todos los hombres del Presidente, que hizo renunciar
a Richard Nixon en 1973 cuando destapó el escándalo de Watergate, volvió a las
andadas con State of denial (Estado de negación), en el cual expone las
incongruencias, los desacuerdos, las disputas internas, la enorme ligereza y,
sobre todo, las mentiras descaradas con que el gobierno actual ha manejado su
agresiva política guerrerista en el Oriente Medio. El libro vino a sumarse a
otras circunstancias, como el escándalo sexual de congresista Mark Foley,
copartidario republicano de Bush, (ver recuadro) para conformar la peor semana
para el Presidente en su segundo período, a menos de 40 días de las cruciales
elecciones congresionales de mitaca. Unas elecciones en las que el Presidente
podría perder la mayoría al menos en una de las cámaras y, de paso, buena parte
de su capacidad de maniobra en el gobierno <BR><BR>Como han comentado varios
medios, el libro de Woodward sorprende más por los detalles que por el fondo del
asunto, que ya venía gravitando sobre la conciencia colectiva de los
norteamericanos. Como dijo a SEMANA Sydney Blumenthal, ex consejero del
presidente Bill Clinton y autor de Cómo gobierna Bush, crónicas de un régimen
radical, "el libro de Woodward ayuda al público a ser consciente de la
incompetencia de su administración. Sus revelaciones confidenciales no son
extraordinarias, pero la atención que despierta el autor y el momento hacen daño
a lo republicanos. Ellos estaban tratando de restarle importancia a Irak y
hablar del terrorismo, y en ese sentido, el libro es
devastador". <BR><BR>Es que el gobierno de George W. Bush atraviesa una
crisis de credibilidad tal, que ya no son pocos los observadores que se atreven
a decir, sin pudor alguno, que es el peor Presidente de los 43 que ha tenido la
Unión Norteamericana. Desde el final de su primer período ya se habían alzado
voces para cuestionar no sólo las capacidades intelectuales del hombre más
poderoso del planeta, sino una preocupante liviandad a la hora de asumir sus
responsabilidades. Esa visión se hacía más dramática vista a la luz del momento
histórico por el que atraviesa el país. El 11 de septiembre de 2001, el peor
ataque de la historia de Estados Unidos, por cuenta de la organización
terrorista Al Qaeda, generó una respuesta que aún es la columna vertebral de su
política exterior: la guerra contra el terrorismo. <BR><BR>Pero esta campaña,
que en su primera instancia, el ataque a Al Qaeda, su jefe Osama Ben Laden y a
sus anfitriones talibanes en Afganistán, parecía plenamente justificada, se
empantanó cuando el gobierno se empeñó en un segundo capítulo. La invasión a
Irak no sólo aisló a Estados Unidos de la mayor parte de sus aliados originales,
sino creó una situación caótica que, hoy por hoy, es el caldo de cultivo del
terrorismo en el nivel mundial. Más de 3.500 muertos al mes, un país
completamente destruido y una creciente ira en el mundo musulmán son un
resultado que habla por sí solo, mientras el gobierno se empeña en sostener, a
plena conciencia de que miente, que tiene la situación bajo control.
<BR><BR><STRONG>Un libro explosivo</STRONG> <BR><BR>Woodward, una especie de
ídolo del periodismo norteamericano, había perdido parte de su aura con sus dos
libros anteriores, La guerra de Bush y Plan de ataque, porque en ellos parecía
haber sucumbido a las mieles de la cercanía del poder. Pero, según parece, esa
aparente renuncia a la crítica le multiplicó aun más su acceso a las fuentes más
altas de la Presidencia. El propio Bush, que había prohibido a sus funcionarios
hablar con la prensa, les dio vía libre para hablar con un periodista que creía
suyo. Como resultado, éste pudo reivindicarse con creces con State of Denial.
<BR><BR>El libro está lleno de escenas que muestran con sorprendente
minuciosidad la ligereza con que se tomaron decisiones cruciales, pinta a Bush
como un personaje que rechaza las malas noticias y acepta sólo las buenas y que
actúa con increíble superficialidad en medio de un optimismo que supera los
límites de lo irresponsable. Cuenta cómo David Kay, el máximo funcionario de
control de armas de Estados Unidos, quedó impresionado porque Bush no le hizo
ninguna pregunta cuando le informó sobre la inexistencia de las armas de
destrucción masiva en Irak, el principal pretexto para invadir a ese país. Y
describe al secretario de Defensa Donald Rumsfeld como un funcionario que
desprecia al aparato estatal y los consejos de los expertos, en función de sus
propias ideas. Tanto, que el propio Bush tuvo que indicarle, medio en broma, que
le devolviera las llamadas a la entonces consejera nacional de seguridad,
Condoleezza Rice, quien se quejaba de que no le pasaba al teléfono porque sabía
de su posición crítica. <BR><BR>Y al resto de los funcionarios, como la propia
Rice, los describe como consejeros que suprimen las malas noticias para no
molestar al jefe y se tragan sus opiniones negativas para no quedar por fuera
del equipo, marionetas incapaces de contradecir aun los mayores absurdos de la
política imperante. Woodward cita a George Bush padre cuando dijo que Rice no
estaba a la altura de su cargo, y a Kay cuando sostuvo que era "probablemente la
peor consejera de seguridad desde que el cargo fue creado". Rice sale
damnificada sobre todo cuando el libro cuenta cómo el 10 de julio de 2001, es
decir, dos meses antes del 11 de septiembre, George Tenet, entonces jefe de la
CIA, y Cofer Black, el subjefe antiterrorismo, se reunieron con la consejera y
le informaron que los indicios sobre un ataque terrorista de enormes
proporciones eran demasiados como para ser ignorados. Rice hoy niega la
acusación, pero más allá del debate, está comprobado que, efectivamente, la
reunión tuvo lugar. <BR><BR><STRONG>"¿Quieres Irán?"</STRONG> <BR><BR>Woodward
narra, por ejemplo, una reunión que tuvo lugar el 28 de febrero de 2003, un mes
antes de la invasión a Irak, en la Sala de Situación de la Casa Blanca. Era la
primera vez que el general retirado Jay Garner, nombrado para dirigir las
operaciones posteriores a la invasión, se reunía con el Presidente y su
gabinete, incluidos Rumsfeld y Rice. El funcionario presentó un documento de 11
puntos en el que demostraba que cuatro de las tareas asignadas a su dependencia
estaban más allá de las posibilidades de las fuerzas de invasión: desmantelar
las armas de destrucción masiva (que aún esperaban encontrar), derrotar a los
terroristas, reformar las fuerzas militares iraquíes y redireccionar las otras
dependencias de seguridad de ese país. Narra Woodward que cuando el general
terminó, nadie pronunció una palabra, aunque sus informaciones indicaban que las
mismísimas tareas que justificaban la invasión estaban por fuera de su alcance.
Sólo habló Bush, para preguntarle: "¿Un momento, de dónde es usted? ¿Por qué
habla así?". Garner le contestó que de Florida. "¡Estás adentro!", le contestó
el Presidente, con un dejo de aprobación, mientras los asistentes asentían en
silencio. Al salir, Bush le dijo: "Buena esa, Jay, si tienes algún problema con
el gobernador de Florida (su hermano Jeb), llámame". <BR><BR>En esa reunión
Garner había hecho énfasis en que se requerirían al menos 200.000 soldados del
Ejército iraquí para controlar la situación. Viajó a Irak poco después de la
toma de Bagdad, pero se encontró con que Rumsfeld había nombrado a Paul Bremer
como administrador de Irak, lo que lo dejaba a él efectivamente sin puesto.
Encontró que Bremer había hecho todo lo contrario de sus recomendaciones: sacó
del gobierno de Irak a todo el que tuviera vínculos con el partido Baath, el de
Saddam Hussein, con lo que dejó por fuera a 50.000 funcionarios necesarios.
Desbandó el Ejército, con lo que sacó al desempleo a miles de furiosos iraquíes
acostumbrados a las armas. Llamó a un grupo de ciudadanos prominentes para que
actuaran como asesores de la administración, pero se fueron cuando les dijo que
sólo él tendría el poder. Cuando Garner le reclamó a Bremer por lo que era el
desconocimiento de meses de planeación, éste le contestó que los planes habían
cambiado.<BR><BR>Garner regresó a Estados Unidos desconsolado. Cuando por fin se
reunió con Rumsfeld, éste le dijo que no había nada que hacer. "Porque ya
estamos donde estamos", le dijo. Pero lo peor se presentó cuando por fin Garner
pudo ver por segunda vez al Presidente. El general retirado no fue capaz de
hablarle de frente y sólo le mencionó algunos detalles positivos. Bush le palmeó
la espalda y le dijo "¿Hey, Jay, quieres hacer Irán?" Le contestó que preferiría
Cuba. "Listo, le contestó el Presidente. Tienes Cuba". <BR><BR><STRONG>"Bananas,
manzanas y naranjas"</STRONG> <BR><BR>Woodward se enfoca también en Rumsfeld, un
hombre de 75 años a quien, según algunos, Bush nombró como una forma de
desmarcarse de su padre, quien lo detesta. Afirma que Rice; el jefe de gabinete,
Andrew Card Jr., y hasta la primera dama, Laura Bush, intentaron convencer al
mandatario de cambiar a Rumsfeld para el segundo período. Pero a pesar de las
alternativas que Card le presentó, todas con una fundamentación política
impecable, Bush no dio su brazo a torcer y Rumsfeld sigue hoy en su
puesto.<BR><BR>Las anécdotas sobre Rumsfeld también son impresionantes. Cuenta
que en mayo de este año, la división de inteligencia del Estado Mayor conjunto
circuló un memorando secreto que mostraba que las fuerzas terroristas en Irak
estaban avanzando. La insurgencia estaba ganando. Los ataques eran ahora de 700
a 800 por semana. Los muertos civiles y las bajas militares habían crecido
exponencialmente. En julio, los ataques habían crecido a más de 1.000 por
semana, una cifra dramática si se tiene en cuenta que habían pasado dos años de
entrenamiento básico de 263.000 nuevos soldados y policías iraquíes, a un costo
de 10.000 millones de dólares. <BR><BR>Woodward narra que le preguntó a Rumsfeld
si era cierto que los ataques estaban aumentando. "Tal vez lo es", contestó.
También es probable que ahora tengamos mejores datos. Una ráfaga al aire puede
ser un ataque, y lo mismo uno que mate 50 personas. Así que tenemos una canasta
con cosas diferentes: una banana, una manzana y una naranja". El autor dice que
quedó sin palabras: "Aun con el uso más irresponsable del lenguaje, no podía
entender cómo el secretario de Defensa podía comparar los ataques insurgentes
con una canasta de frutas. La información que Rumsfeld recibía hablaba de
categorías muy distintas, como bombas improvisadas, morteros, combates y
emboscadas". <BR><BR><STRONG>Generales en problemas</STRONG> <BR><BR>En julio
pasado, Woodward entrevistó de nuevo al secretario de Defensa y le preguntó
sobre el número de soldados desplegados en Irak, uno de los temas clave, pues
Rumsfeld siempre argumentó a favor de una fuerza pequeña que haría un trabajo
rápido. Su respuesta resultó emblemática: "Es enteramente posible que hubiera
muchas tropas en un momento, y muy pocas en otro. En retrospectiva, no he visto
ni oído nada de otros opinadores que me sugiera que tengan algún motivo para
creer que ellos tenían razón y nosotros no. Ni puedo probar que nosotros
estábamos en lo cierto y ellos no. Lo único que puedo decir es que ellos tienen
mucha más seguridad que lo que mi conocimiento de los hechos me permite tener".
<BR><BR>El libro también describe la forma como los generales se sienten
atropellados por la autoridad omnímoda de Rumsfeld, y narra la conversación que
sostuvo en 2005 uno de ellos, el comandante de la Otan, Jim Jones, con su amigo
Pete Pace, a punto de convertirse en jefe de Estado mayor. Jones le dijo a su
amigo que "enfrentarás un desastre y formarás parte de la debacle de Irak", y le
pidió que no se convirtiera en "el loro en el hombro del secretario". "Las
decisiones militares están siendo influidas por el nivel político", le insistió.
Y sostuvo que el Estado mayor conjunto "ha sido emasculado sistemáticamente por
Rumsfeld". Pero según Woodward, cuando Pace llegó a su nuevo puesto, negó
tajantemente haber sostenido alguna vez esa conversación. Jones, en cambio, la
confirmó en su totalidad.<BR><BR>También cuenta cómo en marzo de este año, el
general John Abizaid, comandante para el Oriente Medio, testificó ante el Comité
de Servicios Armados del Senado, y describió una situación optimista en Irak.
Pero cuando se sentó a solas con el congresista John Murtha, dijo que quería
hablar francamente y le pintó una situación completamente diferente. "Estamos
lejos", le dijo. <BR><BR><STRONG>Los efectos</STRONG> <BR><BR>El libro de
Woodward fue lanzado en el peor momento para Bush. Hace dos semanas, un
documento habitual titulado National Intelligence Estimate (Previsiones de
inteligencia nacional), preparado por los organismos del ramo, fue filtrado a la
prensa, con la información de que la situación de Irak es mala en 2006 y lo será
aun más en 2007. Y la semana pasada, el escándalo sexual del congresista
republicano Mark Foley vino a sumarse a la debacle del gobierno, pues puso en
mala situación electoral a su partido. Lo malo no sólo es que los problemas se
hayan presentado al mismo tiempo, sino que todos están basados en hechos reales
y los desmentidos han sido escasos y débiles.<BR><BR>Todo ello tiene la
capacidad de producir efectos tanto nacionales como mundiales. En el nivel
nacional, podría llevar a que las elecciones del 7 de noviembre se conviertan en
una catástrofe para los republicanos, lo que convertiría a Bush, en el mejor de
los casos, en un "lame duck", un Presidente irrelevante. Porque en el peor,
podría incluso llevar a consecuencias aun mayores. Como dijo a SEMANA Francis A
Boyle, experto de la Universidad de Illinois, "Bush está preocupado porque si
los demócratas obtienen el control del Congreso, tratarán de adelantar el
proceso de 'impeachment' (destitución). Los demócratas lo niegan a estas
alturas, para que no sea un tema electoral, pero sería una prioridad en su
agenda".<BR><BR>Y aun si esta situación extrema no se llegara a presentar, los
actores internacionales han adquirido la percepción de que tienen enfrente a un
Presidente norteamericano que no las tiene todas consigo. Es el caso de la
crisis entre Georgia, un cercano aliado de Estados Unidos en el Cáucaso, que
enfrenta una dura crisis con Rusia, cuyo presidente, Vladimir Putin, se ha
sentido en libertad de ejercer una presión que sería impensable si el gobierno
norteamericano no atravesara esta crisis. No sería descabellado pensar que la
creciente asertividad de Irán, y hasta la amenaza de Corea del Norte de hacer
una prueba nuclear, se basaran en la debilidad que sus líderes perciben en la
Casa Blanca de Bush.<BR><BR>Lo malo es que la realidad gobierna a la percepción.
Hoy se puede dar la mayor paradoja de todas: sólo un golpe de dimensiones
históricas, como la captura o la muerte de Osama Ben Laden, el líder de Al
Qaeda, podría salvar a su mayor enemigo del mayor desastre político de su
carrera. </DIV>
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<HR>
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