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<BODY bgColor=#ffffff background=""><FONT face=Arial size=2>
<DIV align=justify>
<HR>
</DIV>
<DIV align=center><FONT size=4><STRONG><U><FONT size=5>boletín informativo - red
solidaria de revistas</FONT></U><BR><FONT color=#800000
size=6><EM>Correspondencia de Prensa</EM></FONT><BR>Año IV - 17 de diciembre
2006 - Redacción: </STRONG></FONT><A href="mailto:germain5@chasque.net"><FONT
size=4><STRONG>germain5@chasque.net</STRONG></FONT></A></DIV>
<DIV align=justify>
<HR>
</DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>América
Latina</FONT></STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG></STRONG></FONT> </DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG>Crisis de las democracias y
movimientos sociales en América Latina: notas para una discusión <BR><BR>Atilio
Boron *</STRONG></FONT></DIV>
<DIV><FONT face=Arial><STRONG></STRONG></FONT> </DIV>
<DIV><FONT face=Arial size=2><STRONG><FONT size=3>Rebelión y La
Haine</FONT></STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR><BR>La gesta de los movimientos sociales dejó profundas
(si bien dolorosas) enseñanzas para las clases populares, y les hizo barruntar
las potencialidades transformadoras que encierra su protagonismo. En las
experiencias de recambios electorales, en cambio, les quedó tan sólo el sabor
amargo de la impotencia, de un nuevo engaño y una nueva frustración </DIV>
<DIV align=justify><BR>Las democracias latinoamericanas se enfrentan a un
escenario cada vez más amenazante. Su enemigo no es el que con insistencia
señalan desde Washington y repiten los intelectuales y los medios adscriptos a
su predominio: el “populismo” o el “socialismo”. El enemigo es el propio
capitalismo, que ha debilitado el impulso democrático tanto en el Norte
desarrollado como en la periferia tercermundista. Los mercados secuestraron a la
democracia y, ante la consumación del despojo, la ciudadanía se replegó sobre sí
misma. Su desinterés y apatía son síntomas que denuncian a regímenes
democráticos incapaces de honrar sus promesas y de satisfacer las esperanzas que
los pueblos habían depositado en ellos1. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Pero esta desilusionada defección de la falsa polis
democrática, dejando el campo libre para la acción de las fuerzas del mercado,
no alcanza: la imposición del proyecto del capitalismo neoliberal, que avanza
hacia la mercantilización de la totalidad de la vida social, de hombres y
mujeres tanto como de la propia naturaleza, exige también criminalizar la
pobreza y la protesta social, militarizar los conflictos sociales y hacer de la
guerra una pesadilla infinita que se declara en contra de quienes no se plieguen
incondicionalmente al diseño imperial. Estas breves notas intentan
esbozar algunos de los problemas derivados de esta grave situación y el
papel que los movimientos sociales podrían desempeñar en la refundación de un
orden democrático.</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>Capitalismo contra democracia</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>Ante el triste espectáculo que ofrecen los capitalismos
democráticos, y no sólo en nuestra región, no han faltado las voces que se
alzaron para señalar, una vez más, la irresoluble contradicción que opone
capitalismo y democracia2. El mesurado politólogo británico Colin Crouch es aún
más pesimista: su tesis es que la era de la democracia ha concluido,
definitivamente. Debemos, en consecuencia, pensar en sombríos capitalismos
post-democráticos (Crouch, 2004). Otras voces, como las de Boaventura de Sousa
Santos, Hilary Wainwright, Fernández Liria y Alegre Zahonero, conscientes de lo
anterior, se atrevieron a más y expusieron la necesidad de fundar un nuevo
modelo democrático (Wainwright, 2005). Una de las invitaciones más persuasivas
en esta dirección, dado su extenso y profundo desarrollo, se encuentra en la
obra de Boaventura de Sousa Santos (2002a; 2002b; 2006).</DIV>
<DIV align=justify><BR>No podemos en estas breves notas hacer justicia y
examinar con el cuidado que se merecen estas diversas contribuciones, todas
ellas fruto de una minuciosa indagación en torno a distintos modelos de
construcción democrática rutinariamente ignorados o despreciados por el saber
convencional de las ciencias sociales. Quisiéramos, sin embargo, detenernos en
un punto común a todos los autores citados: la reinvención de la democracia, o
la “democratización de la democracia”, como enfáticamente se propone en obra de
Boaventura de Sousa Santos. Esta convocatoria comparte el diagnóstico radical
sobre la frustración del proyecto democrático en el capitalismo. En sus propias
palabras:</DIV>
<DIV align=justify><BR>La tensión entre capitalismo y democracia desapareció,
porque la democracia empezó a ser un régimen que en vez de producir
redistribución social la destruye […] Una democracia sin redistribución social
no tiene ningún problema con el capitalismo; al contrario, es el otro lado del
capitalismo, es la forma más legítima de un Estado débil (Santos, 2006:
75).</DIV>
<DIV align=justify><BR>Esta cita plantea de modo convincente la razón
fundamental por la cual el capitalismo –que combatió a la democracia desde sus
propios orígenes, en el Renacimiento italiano– terminó por aceptarla. La
democracia pagó un precio muy elevado por su respetabilidad: tuvo que abandonar
sus banderas igualitarias y liberadoras y transformarse en una forma inocua de
organización del poder político que, lejos de intentar transformar la
distribución existente del poder y la riqueza en función de un proyecto
emancipatorio, no sólo la reproducía sino que la fortalecía dotándola de una
nueva legitimidad. Con toda razón le conviene a esta clase de inocuos regímenes
el nombre de “democracias de baja intensidad” o, como lo planteáramos en un
escrito reciente, “plutocracias” u “oligarquías”, debido a que son gobiernos que
pese a surgir del sufragio universal tienen como sus principales y casi
exclusivos beneficiarios a las minorías adineradas (Boron, 2005).</DIV>
<DIV align=justify><BR>Ahora bien, la superación de un modelo democrático tan
defectuoso plantea desafíos prácticos nada sencillos de resolver, especialmente
si se recuerda que, tal como lo planteara más de una vez Aníbal Quijano, la
democracia en el capitalismo es el pacto por el cual las clases subalternas
renuncian a la revolución a cambio de negociar las condiciones de su propia
explotación.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Apoyándose en un enorme esfuerzo de investigación
comparada sobre el funcionamiento de experiencias “contrahegemónicas” de gestión
democrática a nivel local y regional –que abarca desde la India hasta la
República de Sudáfrica, pasando por Colombia, Mozambique, Portugal, y Brasil–
Santos concluye en la necesidad de promover la democracia participativa a partir
del fortalecimiento de tres ejes: a) la “demodiversidad”, es decir el
reconocimiento y potenciación de las múltiples formas que puede históricamente
asumir el ideal democrático, negado por las corrientes del mainstream de las
ciencias sociales para las cuales el único modelo válido es el de la democracia
liberal al estilo norteamericano; b) la articulación contrahegemónica entre lo
local y lo global, indispensable para enfrentar los peligros del aislacionismo
localista o los riesgos de un internacionalismo abstracto y sin consecuencias
prácticas; y c) la ampliación del llamado “experimentalismo democrático” y de la
participación de los más diversos grupos definidos en términos étnicos,
culturales, de género y de cualquier otro tipo (Santos, 2002b: 77-78)3.</DIV>
<DIV align=justify><BR>El problema que subsiste a esta sugerente propuesta es
que el crucial tema de los límites que el capitalismo impone a cualquier proceso
democrático –y no sólo a aquel pautado según el modelo de la democracia liberal
anglosajona– queda eclipsado por la consideración de un conjunto de experiencias
innovadoras y fecundas pero que, aun así, no logran trascender las rígidas
fronteras que el capitalismo impone a toda forma de soberanía popular4. En otras
palabras, ¿hasta qué punto es realista concebir la existencia –y postular la
necesidad– de una democracia de “alta intensidad”, protagónica o radicalmente
participativa, sin establecer las condiciones requeridas para su efectiva
materialización en el espacio –hasta el día de hoy estratégico e irreemplazable,
dado que no existen ni un estado mundial ni una ciudadanía universal– del estado
nacional? Porque, como lo confirma la experiencia brasileña, la tan celebrada
democracia participativa de Porto Alegre fue discretamente archivada por uno de
sus más ardientes propagandistas del pasado, el Presidente Lula, que no hizo
intento alguno de llevarla a la práctica en el ámbito nacional5. Y eso que, en
la experiencia gaúcha, el carácter participativo de esa democracia se ejercía
exclusivamente en el terreno presupuestario y, además, en una pequeña fracción
de este que en ningún caso superaba el 15% del total del presupuesto
(Wainwright, 2005: 101)6. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Lo anterior, conviene aclararlo, no quita que la
innovación puesta en marcha en Porto Alegre sea una contribución importante en
la búsqueda de una radical democratización del estado y la política cuya idea,
sin embargo, trascendía claramente la discusión democrática de una fracción
minoritaria del presupuesto. Una democratización radical no puede quedarse en
eso sino que debe avanzar, tal como claramente lo planteara Gramsci, tras las
huellas de Marx, hacia el “autogobierno de los productores”. No obstante, para
la burguesía la aceptación de un modelo participativo con facultades para
disponer democráticamente de una fracción del presupuesto demostró ser apenas
tolerable (y eso con grandes resistencias, como lo prueba la experiencia de
Porto Alegre) en el plano local.</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>¿Quiénes son los (o las) protagonistas? Los
sujetos de la democracia en el capitalismo</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>La matriz ideológica de los capitalismos democráticos es
el liberalismo, una tradición intelectual cuya preocupación jamás fue la de
proponer un orden democrático sino que –como lo demostraran sobradamente
Macpherson y Therborn, entre otros, hace ya varios años– la de resguardar la
independencia y autonomía del individuo –y, por extensión, de cualquier actor
privado– frente al estado, y de mantener a este dentro de los límites del
llamado “estado mínimo”. Fiel a estos supuestos, la asimilación de la demanda
democrática por el liberalismo dio lugar a un híbrido altamente inestable, la
“democracia liberal”, a la vez que consagraba como el sujeto único del nuevo
orden la figura imaginaria del ciudadano.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Es por ello que, dentro de los marcos de la tradición
liberal, el papel de los movimientos sociales o de cualquier tipo de sujeto
colectivo no puede siquiera ser imaginado a la hora de reinventar la democracia.
Esta no es otra cosa que un contrato firmado por individuos iguales y libres o,
al menos, como quería Rawls, que si eran desiguales su desigualdad permaneciera
oculta tras “el velo de la ignorancia”. En consecuencia, la sola idea de un
demos participativo, o de múltiples sujetos colectivos reconstruyendo
incesantemente el orden democrático, es una pesadilla que las clases dominantes
combaten sin ninguna clase de concesiones. Por eso les asiste la razón a
Fernández Liria y Alegre Zahonero cuando en un ensayo reciente aseguran que para
el capitalismo la democracia “no ha sido, en realidad, más que la superfluidad y
la impotencia de la instancia política” (Fernández Liria y Alegre Zahonero,
2006: 40).</DIV>
<DIV align=justify><BR>Bajo esta perspectiva, la problemática de los sujetos de
la democracia, entendida esta como la sola extensión del derecho al sufragio a
los pobres –pero con las suficientes salvaguardas legales e institucionales como
para evitar, en palabras de John Stuart Mill, “una legislación clasista” que
altere el orden social existente– se limitaba exclusivamente al despliegue de
los recaudos suficientes para asegurar la participación (casi siempre manipulada
por las oligarquías locales) del electorado en los comicios.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Nada más lejano, pues, del formidable desafío que iría a
proponer Marx desde sus escritos juveniles, a saber: ¿cómo constituir un sujeto
colectivo capaz de liberar a la sociedad de todas sus cadenas, superando la
atomización y fragmentación propias del individualismo de la sociedad burguesa?
Planteado en términos hegelianos, ¿cómo hacer que ese vasto conglomerado popular
deje de ser una clase “en sí” y se convierta en una clase “para sí”? La
respuesta, que no la puede ofrecer la teoría sino la práctica emancipatoria de
los pueblos, nos remite a algunas problemáticas clásicas del marxismo: la
formación de la conciencia, el problema de la organización y las formas de lucha
de las clases subalternas. Además, ¿cómo hacer para que estas cristalicen una
correlación de fuerzas que les permita instaurar una democracia genuina, que nos
acerque al ideal del “autogobierno de los productores”? En otras palabras: no se
puede pensar en “otra democracia” sin también pensar en “otros sujetos”,
distintos al individuo abstracto del liberalismo cuya productividad política se
agotó hace rato. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Pregunta tanto más complicada cuando se recuerda que la
centralidad excluyente que Marx le había asignado al proletariado industrial
exige, luego de siglo y medio de incesantes transformaciones del capitalismo, un
radical replanteamiento de la cuestión. Ahora los eventuales “sepultureros” del
capitalismo, prosiguiendo con una imagen clásica, dispuestos a poner en cuestión
los fundamentos del viejo régimen son muchos. Parafraseando los versos de
Antonio Machado podríamos concluir diciendo algo así como “militantes no hay
sujeto, se hace el sujeto al andar”. Un andar en donde se entretejen todas las
luchas sociales desatadas por las múltiples formas de opresión capitalista:
explotación, patriarcado, discriminación, sexismo, racismo y ecocidio, todo lo
cual provoca el florecimiento de múltiples sujetos dispuestos a resistir y
vencer. El viejo proletariado industrial ya no detenta el papel estelar del
pasado. Es cierto, pero ahora no está solo. Ninguno de estos sujetos puede
reclamar a priori un papel hegemónico o de vanguardia en la imprescindible gran
coalición contra el capital. Esto se decidirá en la coyuntura, en función de la
capacidad efectiva de dirección (organización, conciencia, estrategia y táctica)
que cada quien demuestre en la lucha. Hic Rhodas, hic salta!</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>Democracia y revolución</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>Para abreviar: ¿es posible democratizar la democracia
dentro del capitalismo? Para ello: ¿no será necesaria una revolución? O, si se
prefiere, para evitar el estremecimiento producido por la reaparición de un
término fulminado como démodé por el saber convencional, ¿no habrá llegado la
hora de hablar de un cambio sistémico, del imprescindible advenimiento de una
sociedad post-capitalista como condición necesaria para reinventar una
democracia post-liberal7? Para espíritus tal vez demasiado propensos a
escandalizarse con este argumento conviene recordar que, tal como lo
estableciera definitivamente la obra de Barrington Moore Jr. hace ya un buen
tiempo, ningún capitalismo democrático fue instaurado sin que previamente se
produjera lo que ese brillante teórico denominó “una ruptura violenta con el
pasado”, es decir, una revolución (Moore, 1966). </DIV>
<DIV align=justify><BR>Esa fue la historia en Gran Bretaña, en Francia y en
Estados Unidos. Y donde esa ruptura no se produjo, como en Alemania o Italia, el
resultado fue el fascismo. La ausencia de antagonismos sociales no significa que
se esté marchando por el buen camino, o que estemos en presencia de democracias
consolidadas. Probablemente signifique exactamente lo contrario. En todo caso, y
más allá de la lógica aprensión que provoquen esos conflictos, tales
turbulencias no hacen otra cosa que denunciar los dolores del parto de un nuevo
régimen político.</DIV>
<DIV align=justify><BR>La renuencia a enfrentar el problema, teórico y práctico
a la vez, de la revolución nos conduce a un callejón sin salida puesto que se
estaría suponiendo que las clases dominantes del capitalismo estarían dispuestas
a admitir pacíficamente la entronización de un modelo democrático post-liberal
–que promueva la soberanía popular, el protagonismo de la ciudadanía, y la
participación más que la delegación/representación– incompatible con la
preservación de sus privilegios. Las enseñanzas de la historia, en cambio,
confirman irrebatiblemente que esto no es así.</DIV>
<DIV align=justify><BR>En un texto escrito en medio del optimismo de las
interminables “transiciones democráticas” (¡inconclusas a más de veinte años de
iniciadas!) a mediados de los ochenta, decíamos que en nuestros países el precio
que se paga por la osadía de pretender reformar, aun módicamente, la realidad
social es el terror preventivo de la reacción o el terror reactivo de la
contrarrevolución (Boron, 2003: 202). Esta apreciación, tachada de pesimista o
ingenuamente radical por los “intelectuales bienpensantes” de la época, fue
luego infelizmente confirmada por los hechos. El prolijo examen del asunto
efectuado por Fernández Liria y Alegre Zahonero demuestra conclusivamente que
las tentativas de instaurar una democracia que se aproximase a ese ideal
costaron un millón de muertos en la España republicana y cuarenta años de
dictadura fascista; 200 mil más en Guatemala y 50 mil desaparecidos, según
informa la Comisión de Esclarecimiento Histórico de ese país; 30 mil
desaparecidos en Argentina; 3.200 desaparecidos en Chile y miles de torturados y
exiliados. </DIV>
<DIV align=justify><BR>El listado sería interminable si se le agregan los
muertos y desaparecidos durante la Guerra Civil en El Salvador, Nicaragua, Haití
y el interminable baño de sangre en Colombia, con más de 20 mil muertos por año
desde mediados de los años sesenta, cinco mil dirigentes de la legal Unión
Patriótica asesinados en menos de diez años y tres millones y medio de
campesinos desplazados por la guerra. Este lúgubre cuadro es lo que muy
apropiadamente Santiago Alba Rico denomina “pedagogía del voto”. Si la
democracia significa que la sociedad está dispuesta a ensayar lo que en la
década del sesenta y del setenta se denominaba una “vía no-capitalista”, la
respuesta disciplinadora es un baño de sangre (Fernández Liria y Alegre
Zahonero, 2006: 50-59; Alba Rico, 2006: 13-17). Esta enumeración basta para
iluminar los obstáculos que se yerguen ante cualquier tentativa de fundar un
régimen democrático digno de ese nombre. </DIV>
<DIV align=justify><BR>“Reinventar la democracia” podrá ser considerado un
proyecto muy razonable, sensato y gradual por las clases subalternas, sus
intelectuales y sus organizaciones sociales y políticas. Pero para la derecha,
sobre todo “nuestra” derecha en América Latina, un proyecto de ese tipo es
inequívocamente subversivo y debe ser segado de raíz. Si se tiene en cuenta,
además, la íntima articulación entre ella y las clases dominantes del imperio,
con representantes políticos como los “halcones” de Washington, es fácil
concluir que cualquier iniciativa de profundización democrática desencadenará un
abanico de respuestas represivas de todo tipo8.<BR>El papel de los movimientos
sociales<BR>Las decepcionantes limitaciones de las democracias latinoamericanas
y la crisis que atraviesa a los partidos (y también a los sistemas de partidos)
explican en buena medida el creciente papel desempeñado por los movimientos
sociales en los procesos democráticos en la región. La deslegitimación de la
política y los partidos abrió un espacio para que “la calle” –esa metáfora tan
amenazante para las democracias liberales– adquiera un renovado y acrecentado
protagonismo en la mayoría de los países. Esta presencia de las masas en la
calle, que había sido reconocida por Maquiavelo como una vigorosa muestra de
salud republicana, refleja la incapacidad de los fundamentos legales e
institucionales de las “democracias” latinoamericanas para resolver las crisis
sociopolíticas dentro de los procedimientos establecidos constitucionalmente.
</DIV>
<DIV align=justify><BR>A raíz de esto, la realidad de la vida política se mueve
en una ambigua esfera de lo ilegal, mientras que la legalidad establecida por
las instituciones se derrite al calor de la crisis política permanente y el
protagonismo de las masas. Revueltas populares derrocaron gobiernos
reaccionarios en Ecuador en 1997, 2000 y 2005; en Bolivia en 2003 y 2005,
abriendo paso a la formidable victoria electoral de Evo Morales a finales de
este último año; forzaron la salida de Alberto Fujimori en Perú en el año 2000 y
de Fernando de la Rúa en Argentina al año siguiente. Apenas ayer, los jóvenes
estudiantes de los liceos chilenos pusieron en jaque al gobierno de la
Concertación exigiendo la derogación de la reaccionaria legislación educativa
del régimen de Pinochet.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Más allá de la fragilidad del entramado institucional, lo
que estas rebeliones populares comprueban es que este largo período de un cuarto
de siglo, o más, de gobiernos neoliberales –con todo su equipaje de tensiones,
rupturas, exclusiones y niveles crecientes de explotación y degradación social–
creó las condiciones objetivas para la movilización política de grandes sectores
de las sociedades latinoamericanas. Cabe preguntarse: ¿son las revueltas
plebeyas arriba mencionadas meros episodios aislados, gritos de rabia y furia
popular, o reflejan una dialéctica histórica tendencialmente orientada hacia la
reinvención de la democracia? Una mirada sobria a la historia del período
abierto a comienzos de los años ochenta revela que no hay nada accidental en la
creciente movilización de las clases populares ni en el final tumultuoso de
tantos gobiernos democráticos en la región. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Es por eso que por lo menos dieciséis presidentes –casi
todos ellos obedientes clientes de Washington– tuvieron que apartarse del poder
antes de la expiración de sus mandatos legales, depuestos por arrolladoras
rebeliones populares. Por otra parte, los plebiscitos convocados para legalizar
la privatización de empresas estatales o servicios públicos invariablemente
defraudaron las expectativas neoliberales, como en el caso de Uruguay (obras
sanitarias y terminales portuarias) y el abastecimiento de agua y electricidad
en Bolivia y Perú. También hubo grandes movilizaciones populares en diversos
países para oponerse al ALCA o a la firma de TLCs; para pedir la nacionalización
del petróleo y el gas en Bolivia; oponerse a políticas de privatización –del
petróleo en Ecuador, la compañía telefónica en Costa Rica y los sistemas de
salud en varios países; poner fin al saqueo de los bancos, principalmente
extranjeros, como en Argentina; y terminar con los programas de erradicación de
coca en Bolivia y Perú. Puede sonar demasiado hegeliano, pero todos estos
acontecimientos muestran una inconfundible direccionalidad.</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>Organización, conciencia,
estrategia</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>Hay varias lecciones que se pueden desprender de este
renovado protagonismo de las insurgencias populares en América Latina. En primer
lugar, la necesidad que tienen los partidos políticos, sobre todo los que
pretenden encarnar un proyecto emancipador, de concebir e implementar una
estrategia que trascienda los estrechos límites de la mecánica electoral. No se
puede pretender transformar radicalmente un orden social estructuralmente
injusto y predatorio con las solas armas disponibles en la escena electoral. La
burguesía jamás obra de modo tan ingenuo y unilateral, y nunca despliega una
estrategia única y, para colmo, en un solo escenario de lucha. Por el contrario,
su presencia en el terreno electoral se combina con otras iniciativas: huelgas
de inversiones, fuga de capitales, lock outs, presiones sobre los dirigentes
estatales, articulación con aliados internacionales que refuerzan su gravitación
local, control de los medios de comunicación y, más generalmente, de los
“aparatos ideológicos” mediante los cuales pueden lanzar efectivas “campañas de
terror” para intimidar o atemorizar votantes, alianzas con las fuerzas armadas,
cooptación de dirigentes populares, corrupción de funcionarios públicos y
legisladores, lobbies de diverso tipo, movilización de masas, todo lo cual
configura una estrategia integral de conquista y conservación del poder que ni
remotamente se circunscribe, como ocurre con los partidos populares, a la
estrategia electoral. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Es cierto que para desplegar una estrategia tan
omnicomprensiva como esta se requiere de cuantiosos y diversificados recursos
que ninguna fuerza popular tiene a su disposición. Pero también es cierto que si
los partidos de izquierda quieren cambiar el mundo, y no sólo dar testimonio de
su injusticia y perversión, tendrán que demostrar que son capaces de concebir y
aplicar estrategias más integrales que combinen, junto a la electoral, otras
formas de lucha.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Este es precisamente el terreno en el cual los
movimientos sociales han demostrado una creatividad superior a la de las
organizaciones políticas. Los acontecimientos de los últimos años en la región
enseñan que estos han adquirido una inédita capacidad para desalojar del poder a
gobiernos antipopulares, pasando por encima de los mecanismos establecidos
constitucionalmente, que no por casualidad se caracterizan por su fuerte
prejuicio elitista. Para la cultura política dominante en las así llamadas
democracias latinoamericanas la política es un asunto de elites y de
instituciones, no de pueblos movilizados, y la ciudadanía debe moderar sus
ansias de participación: ir a votar, pero no masivamente, y evitar inmiscuirse
en las transacciones y componendas realizadas por políticos y gobernantes.</DIV>
<DIV align=justify><BR>De todos modos, hay una segunda lección que también es
preciso tener en cuenta y que nos enseña que esta activación saludable de las
masas fracasó a la hora de construir una alternativa política que no sólo
pusiera fin a gobiernos reaccionarios sino que condujera también a la
inauguración de una etapa post-neoliberal. La insurgencia de las clases
subalternas adoleció de un talón de Aquiles fatal, resultante de la convergencia
de tres fenómenos fuertemente interrelacionados: a) la fragilidad organizativa;
b) la inmadurez de la conciencia política; y c) el predominio absoluto del
espontaneísmo como modo normal de intervención política.</DIV>
<DIV align=justify><BR>En efecto, la indiferencia suicida frente a los problemas
de la organización popular, la conciencia y la estrategia y táctica de lucha
plantea numerosos interrogantes. Para los clásicos del marxismo –especialmente
Lenin y Rosa Luxemburg, más allá de sus diferencias– la cuestión de la
organización era una cuestión política. El primero escribió más de una vez que
la organización “es la única arma de que dispone el proletariado”. Cabe
preguntarse, entonces: ¿cuáles son las formas organizativas que requiere la
lucha popular en el contexto del capitalismo contemporáneo y en la coyuntura
particular de cada uno de nuestros países? ¿Cómo se articulan esas formas entre
sí, para potenciar la eficacia de los proyectos emancipadores? ¿Cuál es el papel
que les cabe a los partidos, los sindicatos, la gran diversidad de movimientos
sociales, asambleas populares, piquetes, caracoles zapatistas u otras formas
precolombinas de organización como las que aún existen en el mundo andino? ¿Cómo
asegurar que las reivindicaciones canalizadas por estas diversas estructuras
organizativas se sinteticen en un proyecto global que les otorgue coherencia y
eficacia?</DIV>
<DIV align=justify><BR>En relación al tema de la conciencia radical y
emancipatoria, por no decir revolucionaria, ¿cómo lograr que los movimientos
desarrollen ese tipo de conciencia que les permita superar los límites de la
inmediatez espontaneísta? No está de más repetir nuevamente que en ausencia de
una teoría emancipatoria (o, si se prefiere, revolucionaria) difícilmente habrá
prácticas de masas que sean emancipatorias o revolucionarias. Si, como suele
decirse, el modelo kautskiano de la conciencia radical introducida “desde
afuera” por intelectuales revolucionarios ha fracasado, ¿podría afirmarse que la
estrategia gramsciana de construcción de contrahegemonía desde las trincheras
mismas de la sociedad civil ha triunfado? ¿O tal vez deberíamos cifrar nuestras
esperanzas en las perspectivas concientizadoras que abre la pedagogía del
oprimido de Paulo Freire? Se trata, como puede verse, más que de certidumbres de
preocupaciones abiertas y grandes interrogantes cuyo tratamiento es
imprescindible a la hora de encarar un proyecto de refundación
democrática.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Por último, en relación a la cuestión de la estrategia y
táctica, digamos que pese a la reconfiguración de los sujetos sociales –producto
de las transformaciones en las relaciones capitalistas de producción que
fragmentaron y desorganizaron el campo popular a la vez que homogeneizaron y
organizaron a las clases dominantes– la adopción de una estrategia y una táctica
adecuadas sigue siendo un asunto de primordial importancia. Esta problemática,
sin embargo, no goza del favor de la época. Sencillamente no tiene lugar en la
obra de Hardt y Negri, porque en ella los movimientos sociales son las
expresiones infinitas de la multitud y esta, por su carácter descentrado,
desterritorializado, molecular y nomádico, es radicalmente incompatible con un
planteamiento de estrategia y táctica, que consideran una forma de actuación
política correspondiente a una época, la del imperialismo, según ellos
históricamente superada (Hardt y Negri, 2000). Tampoco lo tiene en la obra de
John Holloway, que nos invita a dejar de lado toda pretensión de conquistar el
poder, y de lo cual se desprende la superfluidad de cualquier discusión sobre
estrategia y táctica encaminada a ese fin (Holloway, 2002). </DIV>
<DIV align=justify><BR>Hemos criticado en otros lugares estas versiones
contemporáneas del romanticismo político –que desembocan en la impotencia y, a
la larga, en la resignación– de modo que no insistiremos en ello aquí. Digamos
simplemente que, contrariamente a teorizaciones de moda, el problema de la
estrategia y táctica de las clases subalternas está indisolublemente unido a las
perspectivas de su propia emancipación. Esta no ocurrirá por una casualidad, o
como una concesión graciosa de las clases dominantes.</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>¿Alternativas?</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>No hay alternativas fuera del protagonismo que puedan
asumir, bajo ciertas circunstancias, los sujetos que constituyen el campo
popular. Tal como lo recordara recientemente Daniel Bensaid, la salida no la
puede proporcionar el ejemplo de San Francisco (como sugieren Hardt y Negri), o
el Grito (como lo plantea Holloway), o el acontecimiento incondicionado
(Badiou)9. </DIV>
<DIV align=justify><BR>La política aborrece de la metafísica: sin la activación
de los movimientos, sin su conquista del espacio público desde las calles –¡y a
pesar de las instituciones “democráticas”!– no habrá tránsito al
post-neoliberalismo. Pero no hay lugar para la autocomplacencia. Esto sólo no
basta: las masas en las calles pudieron derrocar gobiernos neoliberales, sólo
para ser reemplazados por otros muy parecidos. En muchos casos la imponente
movilización popular se esfumó en el aire poco después de consumado el desalojo
del gobierno pero sin haber sido capaz de sintetizar su diversidad en un nuevo
sujeto político imbuido de los atributos necesarios para consolidar la
correlación de fuerzas existente y evitar la recaída a situaciones anteriores.
El caso ecuatoriano es un ejemplo clarísimo de ello, pero está lejos de ser el
único. </DIV>
<DIV align=justify><BR>No obstante, si los movimientos sociales fracasaron en la
construcción de una alternativa, nada distinto ocurrió con los gobiernos
surgidos por la vía electoral. Lula en Brasil, Kirchner en Argentina y Vázquez
en Uruguay muestran claramente la impotencia de las clases subalternas para
imponer una agenda post-neoliberal en gobiernos elegidos por grandes mayorías
populares y precisamente para ese fin. Si durante las situaciones de turbulencia
política aquellas derrocaron a gobiernos neoliberales para luego desmovilizarse
y replegarse, en los casos de recambio constitucional la lógica política fue
sorprendentemente similar: las masas votaron y después regresaron a sus casas.
</DIV>
<DIV align=justify><BR>Pero hay una importante diferencia: la gesta de los
movimientos dejó profundas (si bien dolorosas) enseñanzas para las clases
populares, y les hizo barruntar las potencialidades transformadoras que encierra
su protagonismo. En las experiencias de recambios electorales, en cambio, les
quedó tan sólo el sabor amargo de la impotencia, de un nuevo engaño y una nueva
frustración.</DIV>
<DIV align=justify><BR>La capacidad sin precedentes de las masas populares para
derrocar gobiernos antipopulares las reintrodujo en la escena política como un
nuevo factor. Antes de su insurgencia, los únicos sujetos de las “transiciones
democráticas” eran los partidos. Ya no más. La importancia de su papel ha
quedado claramente demostrada en los casos más interesantes y prometedores de la
política sudamericana: Venezuela y Bolivia. En Venezuela, haciendo posible con
su fulminante y espontánea movilización la derrota del golpe de estado fascista
y la radicalización de la Revolución Bolivariana. </DIV>
<DIV align=justify><BR>En Bolivia, al demostrar la excepcional productividad que
pueden tener una pluralidad de sujetos movimientistas cuando, sin dejar de
serlo, son al mismo tiempo capaces de darse una estrategia
político-institucional que combine creativamente la calle con las urnas. Los
tres únicos gobiernos de izquierda que hay en América Latina: Cuba, Venezuela y
Bolivia (por orden de aparición) se enfrentan a formidables desafíos10. El
hostigamiento abierto o encubierto de EE.UU., los intentos golpistas, la
criminalización internacional, el sabotaje económico, la manipulación mediática
y las “campañas del terror” se combinan con las “condicionalidades” de las
instituciones financieras internacionales para ahogar en su cuna cualquier
proceso emancipatorio. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Es preciso no hacerse ninguna ilusión en el sentido de
que los beneficiarios internos y externos de un statu quo tan injusto como el
actual permanecerán de brazos cruzados ante los vientos de cambio que hoy barren
la escena latinoamericana. El avance de un genuino proceso de democratización,
una “reinvención democrática” que reemplace al simulacro que prevalece en la
región, es muy posible que desate la ferocidad represiva que tan bien conocemos
en Latinoamérica. Pero la supervivencia de la Revolución Cubana, la
consolidación de la Revolución Bolivariana y los nuevos procesos en marcha en
Bolivia y Ecuador autorizan a pensar que la historia no es un eterno retorno y
que hay momentos, como el actual, que nos permiten abrigar un cauteloso
optimismo.</DIV>
<DIV align=justify><BR>* Profesor titular de Teoría Política y Social, Facultad
de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires. Este artículo fue publicado
en la Revista del Observatorio Social de América Latina (Buenos Aires: CLACSO),
Año VII, Mayo/Agosto 2006.<BR><BR><BR><STRONG><U>Bibliografía</U></STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>Alba Rico, Santiago 2006 “Prólogo” en Fernández Liria,
Carlos y Alegre Zahonero, Luis Comprender Venezuela, pensar la democracia. El
colapso moral de los intelectuales occidentales (Hondarribia:
Hiru).<BR>Avritzer, Leonardo 2002 “Modelos de deliberação democratica: uma
analise do orçamento participativo no Brasil” en Santos, Boaventura de Sousa
(comp.) Democratizar a democracia. Os caminhos da democracia participativa (Río
de Janeiro: Civilização Brasileira).<BR>Boron, Atilio A. 2000 Tras el búho de
Minerva. Mercado contra democracia en el capitalismo de fin de siglo (Buenos
Aires: Fondo de Cultura Económica).<BR>Boron, Atilio A. 2003 Estado, capitalismo
y democracia en América Latina [Nueva edición corregida y aumentada] (Buenos
Aires: CLACSO).<BR>Boron, Atilio A. 2005 “The Truth about Capitalist Democracy”
en Panitch, Leo y Leys, Colin (eds.) Socialist Register 2006. Telling the Truth
(Londres: The Merlin Press).<BR>Cocco, Giuseppe y Negri, Antonio 2006 GlobAL.
Biopoder y luchas en una América Latina globalizada (Buenos Aires: Siglo
XXI).<BR>Crouch, Colin 2004 Post-democracy (Cambridge: Polity
Press).<BR>Fernández Liria, Carlos y Alegre Zahonero, Luis 2006 Comprender
Venezuela, pensar la democracia. El colapso moral de los intelectuales
occidentales (Hondarribia: Hiru).<BR>Hardt, Michael y Negri, Antonio 2000 Empire
(Cambridge: Harvard University Press).<BR>Holloway, John 2002 Cómo cambiar el
mundo sin tomar el poder (Buenos Aires: Herramienta).<BR>Macpherson, C. B. 1973
“Post-Liberal Democracy” en Democratic theory: essays in retrieval (Oxford:
Clarendon Press).<BR>Meiksins Wood, Ellen 1995 Democracy against capitalism.
Renewing historical materialism (Cambridge: Cambridge University
Press).<BR>Moore, Barrington Jr. 1966 Social Origins of Dictatorship and
Democracy (Boston: Beacon Press).<BR>Santos, Boaventura de Sousa 2002a
“Orçamento participativo em Porto Alegre: para uma democracia redistributiva” en
Santos, Boaventura de Sousa (comp.) Democratizar a democracia. Os caminhos da
democracia participativa (Río de Janeiro: Civilização Brasileira).<BR>Santos,
Boaventura de Sousa (comp.) 2002b Democratizar a democracia. Os caminhos da
democracia participativa (Río de Janeiro: Civilização Brasileira).<BR>Santos,
Boaventura de Sousa 2006 Renovar la teoría crítica y reinventar la emancipación
social. (Encuentros en Buenos Aires) (Buenos Aires: CLACSO/Instituto Gino
Germani).<BR>Therborn, Goran 1980 “Dominación del capital y aparición de la
democracia” en Cuadernos Políticos (México) Nº 23, enero-marzo.<BR>Wainwrigth,
Hilary 2005 Cómo ocupar el Estado. Experiencias de democracia participativa
(Barcelona: Icaria).<BR><BR><STRONG><U>Notas</U></STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>1 Ver, por ejemplo, los resultados del estudio de
Latinobarómetro, año 2005. Mediciones realizadas en veinte países
latinoamericanos demuestran que entre 1995 y 2005 el apoyo a la democracia,
concebida como un ideal político, descendió del 58 al 53%, siendo Uruguay y
Venezuela los dos países en donde este indicador registra los más elevados
guarismos (77 y 76%, respectivamente). La satisfacción con los gobiernos
democráticos arrojó resultados aún más ominosos: una baja del 38 al 31% en ese
mismo decenio. Una vez más, Uruguay y Venezuela son los países en donde el
porcentaje de satisfechos es más elevado: 63 y 56%. El informe citado menciona
que sólo un 27% de la muestra se declaraba satisfecho con la economía de mercado
en 2005, mientras que apenas un 31% se pronunciaba a favor de las
privatizaciones. Que se sepa, ningún gobierno de la región ha mostrado el menor
interés en someter a un referéndum popular a la economía de mercado o a las
privatizaciones.<BR>2 Hemos examinado extensamente este fenómeno en Boron (2000;
2005). Ver asimismo Meiksins Wood (1995).<BR>3 Debe destacarse que, en el caso
de Wainwright, aparte del examen de la experiencia de Porto Alegre, en su libro
se consideran también una serie de casos de democracia radical y “basista” que
tuvieron lugar en tres ciudades de un país del capitalismo avanzado: Manchester,
Luton y Newcastle, en el Reino Unido, con lo cual se complementan muy bien los
estudios de Boaventura de Sousa Santos, que tuvieron lugar principal, si bien no
exclusivamente, en el Tercer Mundo.<BR>4 Es por eso que, tal como lo
argumentáramos en Boron (2000), lo correcto es hablar de “capitalismo
democrático” en lugar del uso más extendido que consagra la fórmula “democracia
capitalista o burguesa”. En la primera formulación queda claro que lo sustantivo
es el capitalismo y que la democracia es una consideración adjetiva que no
modifica sino superficialmente la estructura capitalista subyacente. En la
segunda formulación, que no por casualidad es la que goza de mayor predicamento
en las ciencias sociales, el mensaje implícito es que lo sustantivo es la
democracia, siendo el capitalismo apenas una nota accidental que le otorga una
tonalidad distintiva pero nada más. De ese modo se postula, subliminalmente, que
lo que cuenta es la sustancia democrática del orden social y no su fenomenología
capitalista que, por eso mismo, no puede interferir de ninguna manera con el
funcionamiento de la estructura democrática de la sociedad. Así, el capitalismo
se mimetiza con la democracia y ¡quién podría estar en contra de esta! Se
produce entonces una nada inocente inversión hegeliana, en donde el sujeto (el
capitalismo) se convierte en predicado (la democracia) y esta en sujeto.<BR>5 Un
minucioso estudio del presupuesto participativo se encuentra en Santos (2002a).
Un análisis más general se encuentra en Avritzer (2002).<BR>6 Wainwright estima
que los márgenes reales de discusión presupuestaria que quedaban librados a
manos de los ciudadanos fluctuaban entre el 10 y el 15% del total (Wainwright,
2005: 91-121).<BR>7 Ver Macpherson (1973), donde este autor se interroga si la
tradición liberal dispone de una teoría de la democracia post-liberal, capaz de
dar cuenta de las nuevas realidades del capitalismo monopolista. Su respuesta es
claramente negativa. Es más, sugiere que lo que hoy pretende pasar por una
teoría post-liberal es una regresión a las teorizaciones más recesivas del
liberalismo. “Estaría más cerca de la verdad denominar a tal teoría liberal
pre-democrática” (Macpherson, 1973: 179). En realidad, una doctrina post-liberal
de la democracia sólo puede ser la expresión teórica que brote de la práctica
emancipatoria de las clases subalternas. No se trata de ingeniosidad discursiva
ni de pergeñar un elegante juego de lenguaje.<BR>8 Las tentativas
“desestabilizadoras” en Venezuela, amén del paro patronal, la huelga petrolera,
etcétera. Lo mismo está ocurriendo hoy día con Evo Morales en Bolivia.<BR>9 En
una conferencia pronunciada en la Secretaría Ejecutiva de CLACSO el 12 de abril
de 2006.<BR>10 Se desprende de esta enumeración que no consideramos como
gobiernos de izquierda a los corrientemente así denominados en América Latina,
como el de la Concertación en Chile, Lula en Brasil, Vázquez en Uruguay, o
Kirchner en Argentina. Gobiernos indiferentes ante los planteamientos más
elementales de la justicia distributiva, que observan con pasividad la
destrucción del sistema de salud pública o la educación pública no pueden ser
considerados de izquierda bajo ningún posible criterio taxonómico. La confusión
reinante en esta materia queda en evidencia, hasta extremos patéticos, en la más
reciente obra de Antonio Negri, esta vez en colaboración con Giuseppe Cocco, en
la que luego de asimilar en una misma “categoría de análisis” a Chávez, Lula y
Kirchner dicen que: “En Brasil, la Argentina y Venezuela, un vasto terreno de
experimentación y de innovación democrática debe profundizarse a partir de las
relaciones abiertas y horizontales entre los gobiernos y los movimientos” (Cocco
y Negri, 2006: 28). ¿Experimentación e innovación democrática en la Argentina o
el Brasil de hoy?
<HR>
<STRONG><EM><FONT color=#000080 size=3>La información difundida por
Correspondencia de Prensa es de fuentes propias y de otros medios, redes
alternativas, movimientos sociales y organizaciones de izquierda. Suscripciones,
Ernesto Herrera: </FONT></EM></STRONG><A
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size=3>germain5@chasque.net</FONT></EM></STRONG></A>
<HR>
<BR></FONT></DIV></BODY></HTML>