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<HR>
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<DIV align=center><STRONG><FONT size=4><FONT size=5><U>boletín informativo - red
solidaria de revistas</U></FONT><BR><FONT color=#800000
size=6><EM>Correspondencia de Prensa</EM></FONT><BR>Año IV - 5 de febrero 2007 -
Redacción: </FONT></STRONG><A href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><FONT
size=4>germain5@chasque.net</FONT></STRONG></A></DIV>
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<HR>
</DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>Cambio
climático</FONT></STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG></STRONG></FONT> </DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG>En el nuevo reino de la
"megasequía"</STRONG></FONT></DIV>
<DIV><FONT face=Arial></FONT> </DIV>
<DIV><FONT face=Arial><STRONG>Los hielos derretidos del Ártico no son la única
manifestación de un cambio climático espectacular e inequívoco. Los inviernos
secos de los últimos años han alterado todas las llanuras comprendidas entre
México y Canadá. Así, por fin, Bush, convencido como está de que la tierra es
plana, se muestra ahora dispuesto a admitir la situación de
emergencia.</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><STRONG><BR></STRONG></DIV></FONT>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG>Mike Davis *</STRONG></FONT></DIV>
<DIV><FONT face=Arial><STRONG></STRONG></FONT> </DIV>
<DIV><FONT face=Arial><STRONG>Sin Permiso</STRONG></FONT></DIV>
<DIV><FONT face=Arial><A
href="http://www.sinpermiso.info"><STRONG>www.sinpermiso.info</STRONG></A></FONT></DIV>
<DIV><FONT face=Arial size=2><STRONG><FONT size=3>Traducción de Casiopea
Altisench</FONT></STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR><BR>El oso polar sobre un bancal cada vez más angosto es
el icono del clima mutante. Entretanto, los animales (y los pobres) mexicanos se
desplazan hacia el norte.<BR><BR>El oso polar sobre una bancada de hielo cada
vez más angosta se ha convertido en el icono apremiante del calentamiento global
y del cambio climático galopante. Por fin, el inquilino de la Casa Blanca,
convencido como está de que la tierra es plana, admite que los majestuosos osos
podrían estar destinados a la extinción, visto que el hielo marino se encoge y
el Océano Ártico se transforma en agua azul por vez primera en millones de años.
El “gran experimento geofísico” de la humanidad, según llamó hace mucho tiempo
el oceanógrafo Roger Revelle a la curva de las emisiones de dióxido de carbono
en trepidante aumento, ha hecho descarrilar a la Naturaleza de sus fundamentos
olocénicos en las tierras del círculo polar.<BR><BR>Pero el Ártico no es el
único teatro de un cambio climático espectacular e inequívoco, ni son los osos
polares los únicos heraldos de una nueva época de caos. Piénsese, por ejemplo,
en algunos de los parientes lejanos del ursus maritimus: los osos negros que
moran tan feliz como siniestramente en las legendarias Chisos Mountains del
parque nacional Big Bend, en Texas. Podrían ser ellos los mensajeros de una
transformación ambiental en las tierras de las fronteras radicales casi tan
grande como la que está sucediendo en Alaska o Groenlandia.<BR><BR>En un día
extraordinariamente caluroso de enero de 2002, en la calle Emory Peak, con la
mente aún atravesada por las imágenes apocalípticas del septiembre precedente,
trabé conocimiento ocasional con un joven oso juguetón e inofensivo en un
campamento. Las apariciones de los osos son siempre un poco mágicas, y pensé que
el encuentro era la expresión de una condición salvaje todavía holgadamente
intacta. En realidad, como aprendí alarmado al día siguiente, el joven oso era,
por así decirlo, un mojado [en castellano en el original], la progenie de los
migrantes recientes e indocumentados procedentes del otro lado del Río
Grande.<BR><BR>Los osos negros eran corrientes en las Chisos cuando éstas eran
el refugio semilegendario de los predadores apaches mescaleros y comanches en
los siglos XVII y XVIII, pero los rancheros les dieron implacable caza hasta
provocar su extinción a comienzos del siglo XX. Luego, casi milagrosamente, a
comienzos de los 80 del siglo pasado, los osos reaparecieron tras los madroños
en los pinos de Emory Peak. Estupefactos, los biólogos conjeturaron que los osos
habían migrado desde Sierra del Carmen hasta Coahuila, nadando por el Río Grande
y atravesando 40 millas de desierto infernal hasta llegar a las Chisos, una
tierra prometida de ciervos dóciles y refugios abandonados.<BR><BR>Como los
jaguares que en los últimos años se han reasentado en las montañas de Arizona o
–puestos a ello— el Chupacabra sediento de sangre del folclore norteño avistado
en los suburbios de Los Ángeles, los osos negros participan de una épica
migración de la fauna, además de las personas, hacia el otro lado. Aun cuando
nadie sabe exactamente por qué los osos, los grandes felinos y los legendarios
vampiros se están desplazando hacia el norte, una hipótesis plausible es que es
que están adaptando su radio de acción y su población a un nuevo reino de la
sequía en el norte de México y en el suroeste de los EEUU.<BR><BR>El caso humano
es claro: ranchitos abandonados y ciudades fantasma por toda Coahuila, Chihuahua
y Sonora [tres estados de México], dan testimonio de aquella sucesión inexorable
de años de sequía –iniciada en los años ochenta, pero convertida en catástrofe a
fines de los noventa— que ha empujado a centenares de miles de pobres de los
campos a los laboratorios clandestinos de Ciudad Juárez y a los barrios de Los
Ángeles. En unos cuantos años, la “sequía excepcional” ha afectado a todas las
llanuras entre Canadá y México; otros años, rojas conflagraciones en los mapas
metereológicos han penetrado como una cuña por toda la costa del Golfo
hasta Luisiana, o han atravesado las Montañas Rocosas hasta las regiones
interiores del noroeste. Pero los epicentros semipermanentes siguen siendo
Texas, Arizona y sus estado hermanos en México. En 2003, por ejemplo, el Lago
Powel redujo su nivel cerca de 80 pies [unos 2,43 metros] en tres años, y las
cuencas hídricas fundamentales a lo largo del Río Grande estaban poco menos que
exhaustas. Entre tanto, en el suroeste, el invierno 2005-2006 ha sido no de los
más secos de que se tiene memoria, y Phoenix estuvo 143 días sin una sola gota
de agua de lluvia. Las raras interrupciones de la sequía no han bastado para
recargar adecuadamente las faldas acuíferas o para rellenar los embalses, y en
2006 tanto Arizona como Texas han tenido que lamentar las peores pérdidas por
sequía, en cosechas y animales, jamás registradas en la historia (cerca de 7 mil
millones de dólares).<BR><BR><STRONG>Tempestad de fuego sobre Los
Ángeles</STRONG><BR><BR>La sequía permanente, como el hielo que se derrite,
reorganiza rápidamente los ecosistemas y transforma paisajes enteros. Sin la
suficiente humedad para generar savia protectora, millones de acres de pinos
como el piñonero y el ponderosa han sido devastados por una invasión de
escarabajos de la corteza; esos bosques y chaparrales sin vida, a su vez, han
alimentado las tempestades de fuego que incendiaron las conurbaciones de Los
Ángeles, San Diego, Las Vegas y Denver, además de destruir una parte de Los
Álamos. En Texas han sido también devorados pro el fuego terrenos herbosos –casi
2 millones de acres sólo en 2006—, y en cuanto el estrato superior desaparece,
las praderas trocan en desiertos. <BR><BR>Algunos climatólogos no han dudado en
definir el proceso en curso como “megasequía”, definiéndola, encima, como “la
peor de los últimos 500 años”. Otros son más cautos: aún no están seguros de que
la actual aridez del Oeste haya superado los famosos umbrales cruzados en el
siglo XX: en los años 30 con el dustbowl en las llanuras del sur, y en los años
50 con una sequía devastadora en el suroeste. Pero tal vez el debate sea
irrelevante: la investigación más reciente y competente está descubriendo que el
“rojo vespertino en el Oeste” (por citar el inquietante subtítulo del Meridiano
de sangre de Cormac McCarthy) no es simplemente una sequía episódica, sino la
nueva “normalidad climática” de la región. En un alarmante testimonio prestado
el pasado diciembre ante el Nacional Research Council, Richard Seager, un
experto geofísico del Lamont Doherty Observatory de la Universidad de Columbia,
avisó de que los supercomputadores de los principales estudiosos de los modelos
climáticos del planeta están todos arrojando el mismo resultado: “Según los
modelos, en los próximos años o decenios, en el suroeste el nuevo clima será un
clima parecido a la sequía de los años 50.”<BR><BR>Esa extraordinaria previsión
es un subproducto del monumental esfuerzo de cálculo realizado por 19 modelos
climáticos separados (incluidas las naves almirante de Boulder, Princeton,
Exeter y Hamburgo) para el IV Informe de evaluación del panel intergubernamental
sobre el cambio climático (Fourth Assessment Report of the Intergovernmental
Panel on Climate Change, IPCC). Ni que decir tiene que el IPCC es la corte
suprema de la ciencia climática. Fue instituido por las Naciones Unidas y por la
Organización metereológica mundial en 1989 para evaluar la investigación sobre
el calentamiento global y sus efectos. Probablemente el presidente Bush –aun si
ahora acepta, bien que a regañadientes, las alarmas lanzadas por el IPCC,
conforme a las cuales el Ártico se está derritiendo rápidamente— no se ha tomado
todavía en cuenta la posibilidad de que su rancho en Crawford pueda convertirse
un día en una duna de arena.<BR><BR>Los climatólogos que estudian los anillos de
los árboles y otros archivos naturales saben desde hace tiempo que el Acuerdo de
Río Colorado de 1922, que asignó el agua a los oasis del suroeste en rápida
urbanización, se basa en una historia de 21 largos años (1899-1921) de
inundaciones. Lejos de ser una media, se trata en realidad de la mayor anomalía
pluviométrica en 450 años. Más recientemente, los climatólogos han comprendido
el riesgo de que persistentes Las Niñas (episodios fríos en el Atlántico
septentrional) interactúen con fases cálidas en el Atlántico septentrional
subtropical generando sequía en las llanuras del suroeste que podrían durar
décadas.<BR><BR>Pero, como ha puesto de relieve Seager en Washington, las
simulaciones del IPCC apuntan a algo muy distinto de los episodios áridos
catalogados en el Lamont’s North American Drought Atlas (un compendio
permanentemente actualizado de las observaciones de los anillos de los árboles
desde el siglo II hasta nuestros días). Inesperadamente, lo que cambia es la
base misma del clima, no sólo las perturbaciones del mismo. <BR><BR>Además, esta
brusca transición hacia un clima nuevo y más extremo, “distinta de cualquier
otra en el último milenio, y probablemente en todo el Oloceno”, no brota de
fluctuaciones en las temperaturas oceánicas, sino de la “transformación de los
modelos de la circulación atmosférica y del transporte del vapor de agua que
surgen como consecuencia del calentamiento atmosférico”. En pocas palabras, las
tierras áridas serán más áridas, y las tierras húmedas, más húmedas. Los
fenómenos relacionados con Las Niñas, añadió Seager, seguirán influyendo en las
precipitaciones en las tierras de frontera, pero, partiendo de fundamentos más
áridos, podrían producir las peores pesadillas de Occidente: sequías de
proporciones parecidas a las catástrofes medievales que contribuyeron al famoso
desplome de las complejas sociedades anasazi [“gente vieja”, en lengua navaja,
T.] del Cañón del Chaco y de la Mesa Verde durante el siglo XII. (Para empeorar
las noticias de los supercomputadores, la mayor aridez se prevé en una buena
parte del Mediterráneo y del Oriente Próximo, en donde una sequía épica es
sinónimo históricamente bien conocido de guerra, migración de las poblaciones y
etnocidio.)<BR><BR><STRONG>No hay pánico en los campos de
golf</STRONG></FONT></DIV><FONT face=Arial size=2>
<DIV align=justify><BR>No es sin embargo probable que la sola alarma científica,
por mucho que provenga de 19 modelos climáticos unánimes, provoque gran
agitación en los suburbios de Phoenix dotados de campos de golf, en donde los
estilos de vida lujosos se tragan cada día 400 galones de agua por habitante
[cerca de 1.500 litros, T.]. Ni impedirá a los bulldozers moldear la monstruosa
periferia residencial de Las Vegas (se proyectan 160.000 nuevas casas) a lo
largo de la ruta US 3, hasta Kingman, Arizona. Ni impedirá a Texas doblar su
población de aquí a 2040, no obstante el posible agotamiento de la falda
acuífera de Oglalla.<BR><BR>Aunque se vienen lanzando últimamente muchas
consignas sobre el “crecimiento inteligente” y sobre un uso inteligente del
agua, los inversores inmobiliarios del desierto siguen proyectando las
conurbaciones residenciales con la misma impronta “obtusa” e ineficiente desde
el punto de vista ambiental que ha venido mortificando al sur de California
desde hace generaciones. Encima, el as en la manga de la libre empresa del
sureste es que la mayoría del agua conservada en los sistemas del Río Colorado y
del Río Grande aún está destinada al riego agrícola.<BR><BR>A medio plazo, al
menos, la urbanización salvaje del desierto logrará autosostenerse matando el
algodón y las plantas medicinales, mientras que los grandes cultivadores
seguirán haciendo dinero vendiendo a las periferias residenciales un agua
subvencionada con fondos federales.. Un prototipo de esas reestructuración
resulta ya visible en California en el Imperial Valley, en donde San Diego está
agresivamente adquiriendo derechos acuíferos. La consecuencia es que, si un
observador atento sobrevolara la zona, notaría un aumento de las zonas muertas
en el mosaico esmeraldino de hierbas medicinales y melones del valle.<BR><BR>Más
futurísticamente, está también la opción “saudita”. Steve Erie, un profesor de
la Universidad de California en San Diego que ha escrito mucho sobre políticas
del agua en el sur de California, me ha dicho que los inversores inmobiliarios
del desierto en el sureste y en Baja California confían en poder tener a la
creciente población bien abastecida de agua gracias a la desalinización del agua
marina. “El nuevo mantra de las agencias gestoras del agua es, huelga decirlo,
incentivar la conservación y la regeneración, pero los rapaces inversores están
dirigiendo ávidamente la vista al Pacífico y la alquimia de la desalinizacón,
olvidados de las perniciosas consecuencias ambientales.<BR><BR>Sea ello como
fuere, subraya Erie, los mercados y los políticos seguirán votando por el tipo
de urbanización agresiva y de alto impacto que actualmente cubre de calzadas y
canteros partetráfico miles de kilómetros cuadrados de los frágiles desiertos de
Mojave, de Sonora y de Chihuaha. Ni que decir tiene que los estados y la ciudad
pugnan más agresivamente que nunca por el reparto de las aguas, “pero, de
consuno, las ‘máquinas del crecimiento’ tienen el poder de sustraer el agua a
los demás usuarios” [alusión a la teoría de las ‘máquinas del crecimiento’ en el
desarrollo urbano, T.].<BR><BR>A medida que el agua se irá encareciendo, el peso
de la adaptación al nuevo régimen climático e hidrológico recaerá en grupos
subalternos como los jornaleros agrícolas (puestos de trabajo amenazados por los
trasvases de agua), los pobres urbanizados (que podrían asistir fácilmente a un
aumento vertiginoso, de 100 a 200 dólares mensuales, de las tarifas del agua),
los campesinos que operan en los terrenos áridos (incluidos muchos
norteamericanos nativos), y especialmente, las poblaciones rurales del norte de
México.<BR><BR>El fin de la época del agua a bajo precio en el sureste –dato que
podría coincidir con el fin de la energía a bajo costo— elevará el nivel, ya
alto en la región, de las desigualdades de clase y raciales, y empujará a más
migrantes a desafiar a la muerte en peligrosas travesías de los desiertos
fronterizos. No se necesita, por lo demás, mucha imaginación para adivinar la
consigna futura de los minutemen: “¡Viene a robarnos el agua!”.<BR><BR>La
política conservadora en Arizona y en Texas se envenenará y se teñirá
étnicamente todavía más, si cabe. Por doquier anda ya el sureste atravesado por
un violento nacionalismo que se sirve de chivos expiatorios y de lo que sólo
podría definirse como protofascismo: en la sequía venidera, podrían ser las
únicas semillas capaces de germinar.<BR><BR>Como ilustra Jared Diamond en su
reciente superventas Colapse, los antiguos anasazi no sucumbieron sólo a causa
de la sequía, sino más bien por haberse</DIV>
<DIV align=justify>desentendido de la aridez de un territorio superexplotado,
habitado por personas poco prontas a hacer sacrificios en su “estilo de vida
lujoso”. Al final, prefirieron devorarse entre sí.<BR><BR><BR>* Mike Davis es
miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO. Acaba de traducirse al castellano
su también reciente libro sobre la amenaza de la gripe aviar (El monstruo llama
a nuestra puerta, trad. María Julia Bertomeu, Ediciones El Viejo Topo,
Barcelona, 2006).
<HR>
<STRONG><EM><FONT color=#000080 size=3>La información difundida por
Correspondencia de Prensa es de fuentes propias y de otros medios, redes
alternativas, movimientos sociales y organizaciones de izquierda. Suscripciones,
Ernesto Herrera: </FONT></EM></STRONG><A
href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><EM><FONT color=#000080
size=3>germain5@chasque.net</FONT></EM></STRONG></A>
<HR>
<BR><BR><BR><BR></FONT></DIV></BODY></HTML>