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<BODY bgColor=#ffffff background=""><FONT face=Arial size=2>
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<HR>
</DIV>
<DIV align=center><FONT size=4><STRONG><U><FONT size=5>boletín informativo - red
solidaria de revistas</FONT></U><BR><EM><FONT color=#800000
size=6>Correspondencia de Prensa<BR></FONT></EM>Año IV - 9 de febrero 2007 -
Redacción: </STRONG></FONT><A href="mailto:germain5@chasque.net"><FONT
size=4><STRONG>germain5@chasque.net</STRONG></FONT></A></DIV>
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<HR>
</DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>Debates</FONT></STRONG></DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3></FONT></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>Socialismo del siglo XXI, un discurso de
Estado...</FONT></STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG></STRONG></FONT> </DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG>Socialismo del siglo XXI y
movimientos sociales: historia de un desencuentro <BR><BR>Pablo
Dávalos<BR></STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG>Eutsi</STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><A
href="http://www.eutsi.org/"><STRONG>http://www.eutsi.org/</STRONG></A></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2><BR><BR><STRONG>"Empieza a
posicionarse en el debate político de América Latina la necesidad de reconstruir
el socialismo, que luego de la larga noche neoliberal se convirtió en una
presencia silente pero que, como los fantasmas que anunciaba Marx en el
Manifiesto Comunista, recorría las utopías, las resistencias y las prácticas
emancipatorias de los movimientos sociales". Así comienza el texto que el
profesor universitario y habitual colaborador de organizaciones indígenas Pablo
Dávalos, desde Ecuador, ha envíado a </STRONG><A
href="http://www.eutsi.org"><STRONG>www.eutsi.org</STRONG></A><STRONG>
</STRONG></FONT><FONT face=Arial size=2><STRONG>con un tema de indudable
actualidad, tal y como es la cuestión de la acción política de los movimientos
sociales en América Latina en una coyuntura en la que las nuevas
gobernabilidades apuntan cada vez más mayoritariamente un viraje al
centro-izquierda. Pablo afina su reflexión prestando especial atención al modelo
propuesto por la revolución bolivariana.</STRONG> </FONT></DIV><FONT face=Arial
size=2>
<DIV align=justify><BR> </DIV>
<DIV align=justify>A diferencia de su nacimiento europeo en el siglo XIX, este
debate sobre el socialismo del siglo XXI viene de la mano de los denominados
“gobiernos progresistas” de América Latina y que comprende una variopinta
convergencia de ubicaciones ideológicas entre varios gobiernos que son críticos
al neoliberalismo, y que de una manera u otra adscriben a la izquierda, y en
cuyos extremos se ubican el “socialismo” chileno, fuertemente liberal, y, al
otro, la “revolución bolivariana” de Hugo Chávez en Venezuela.<BR><BR>En el
medio aparecen los gobiernos de Evo Morales en Bolivia, Lula en Brasil, Tabaré
Vásquez en Uruguay, Rafel Correa en Ecuador, Néstor Kirchner en Argentina, y
Daniel Ortega en Nicaragua.<BR><BR>Pocas veces en la historia política de
América Latina ha existido una coincidencia ideológica de gobiernos que
adscriben, de una forma u otra, a las tesis de la izquierda política. Es sobre
este escenario que se ha propuesto la idea del socialismo del siglo
XXI.<BR><BR>Ahora bien, hay que indicar que América Latina ha sido la región más
castigada por las políticas de estabilización y reforma estructural del Fondo
Monetario Internacional, del Banco Mundial, y del BID. La región se convirtió en
una especie de laboratorio del modelo neoliberal que, además de su propuesta
económica, innovó en sus técnicas de intervención directa sobre las
organizaciones sociales.<BR><BR>El modelo neoliberal llegó a aberraciones tan
incongruentes y desmesuradas como fueron los casos emblemáticos de Cochabamba,
Bolivia, en donde se llegó al extremo de privatizar el agua de lluvia; en
México, donde se destruyó la producción local de maíz; en Brasil donde se llegó
a la catástrofe ecológica con el proyecto minero del Gran Carajas, financiada
por el Banco Mundial; en Argentina donde se privatizó absolutamente todo el
sector público; en Ecuador, donde se financió la destrucción de las
organizaciones de los pueblos indígenas, con el proyecto del Banco Mundial,
Prodepine. No sólo eso, sino que las políticas neoliberales consolidaron
procesos perversos de concentración del ingreso, exclusión social y
fragmentación comunitaria. A medida que la región avanzaba en el camino del
neoliberalismo, la institucionalidad existente se desvanecía, la corrupción se
consolidaba y las políticas clientelares, corporativas y patrimonialistas de los
partidos políticos extendían su dominio sobre las sociedades generando
comportamientos perversos.</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>Banco Mundial y Fondo Monetario
Internacional</STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><BR>El Banco Mundial por intermedio de una serie de proyectos
de intervención sobre las organizaciones sociales, consolidó las políticas
asistencialistas a través de programas de caridad pública que destruían los
lazos comunitarios, las lógicas de organización interna y las dinámicas de
resistencia y movilización social.<BR><BR>Ajuste macroeconómico fondomonetarista
y violencia social se convirtieron en fenómenos correlativos: todos los
gobiernos que adoptaban medidas de shock al tenor de las recomendaciones
establecidas en las Cartas de Intención signadas con el FMI, veían erosionar su
credibilidad y perder su legitimidad política de manera acelerada.<BR><BR>El
sistema político latinoamericano acusó los golpes de haberse convertido en el
instrumento de gestión política de las medidas de estabilización
fondomonetarista. De ahí, por ejemplo, que las convulsiones sociales luego de la
imposición de duros paquetes de ajuste propuesto por el FMI, hayan sido la norma
desde inicios de la década de los ochenta, con su secuela de represión,
confrontación social y pérdida de legitimidad de la democracia.<BR><BR>En todos
los países de la región, las políticas recesivas del Fondo Monetario
Internacional y del Banco Mundial provocaban pobreza, desindustrialización,
reprimarización, desempleo, problemas ambientales y conflictos sociales. Sin
embargo, la clase política de la región, asumió las políticas recesivas del FMI
y del Banco Mundial como un sino ineluctable y de las cuales no habían
posibilidades de escapatoria.<BR><BR>Se quiso incluso convertir a la estabilidad
preconizada por el FMI como un bien público que estaba por fuera de todo control
social. Es en ese sentido, de blindar las políticas de ajuste de todo control
social y político, que en la región se produjeron una serie de reformas
políticas para dotar de autonomía a los bancos centrales de la región, autonomía
de sus pueblos y dependencia absoluta de las directrices del FMI y del Banco
Mundial, se entiende.<BR><BR>Las elites y el sistema político de los países
latinoamericanos, casi sin excepción, adscribieron sin reservas el recetario de
la estabilidad fiscal y de precios y sacrificaron a sus economías y a sus
pueblos para salvar a la moneda y, obviamente, a sus propios
negocios.<BR><BR>Mientras la situación social se revelaba cada vez más
dramática, los indicadores de concentración del ingreso y el aparecimiento de
nuevas fortunas y nuevos grupos financieros iban creciendo en América Latina.
Era evidente que existía una separación entre el sistema político y las demandas
de las sociedades que habían sufrido las consecuencias del esquema de
estabilización del FMI. Era también evidente que el sistema político, en
realidad, respondía a requerimientos de grupos de poder más que a necesidades
sociales.<BR><BR>Empero de ello, en vez de políticas redistributivas la mayoría
de gobiernos adoptaron políticas de focalización de la pobreza y convirtieron a
la pobreza en un fenómeno de asistencialismo estatal desvinculándolo de su
relación con la imposición del modelo neoliberal. Estas políticas
asistencialistas permitían que los gobiernos de la región controlen y manipulen
fácilmente a los electores a través de un conjunto de redes clientelares que
podían convertirse en garantía de estabilidad política de los gobiernos de
turno, financiadas con créditos del Banco Mundial, el BID y la cooperación
internacional al desarrollo.</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>Gobernabilidad del Estado y movimientos
sociales</STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><BR>Para cerrar la brecha de las disidencias internas y
generar un consenso social sobre la necesidad histórica del modelo neoliberal, a
mediados de los noventa se impuso en la región el debate sobre la gobernabilidad
del Estado, y de la necesidad de la participación de la ciudadanía en los
procesos de privatización, desregulación y descentralización del Estado,
fortaleciendo el régimen presidencialista y criminalizando la protesta social.
Parecía que el modelo neoliberal se perpetuaba y que las opciones de
transformación social se perdían. Fue la época de Fukuyama y el fin de la
historia. Fue la época del Consenso de Washington.<BR><BR>Sin embargo, empezaron
a sentirse señales de ruptura en la hegemonía y el consenso de este modelo
neoliberal en la región. Los años noventa presentan la emergencia de poderosos
movimientos sociales, entre ellos los movimientos indígenas de Ecuador, Bolivia
y México, con planteamientos diferentes a aquellos que copaban la agenda
política incluida aquella de la izquierda y con gran capacidad de movilización y
convocatoria.<BR><BR>Los movimientos sociales permiten una revitalización de las
resistencias al modelo neoliberal. Habría que recordar que el modelo neoliberal
puso un énfasis especial en la destrucción de la capacidad política de
movilización social de la clase obrera. Destruir a la clase obrera fue condición
sine qua non para el ajuste y la reforma estructural del FMI. Las políticas
neoliberales arrasaron con las organizaciones obreras y las obligaron a una
estrategia puramente defensiva.<BR><BR>Los movimientos sociales, por su misma
constitución flexible y dinámica, pudieron enfrentar al modelo neoliberal de
manera más eficaz que la clase obrera. No solo eso, sino que los movimientos
sociales eran portadores de propuestas críticas y emancipatorias alternativas a
aquellas de la clase obrera, enriqueciendo el horizonte de posibilidades
emancipatorias.<BR><BR>Gracias a los movimientos sociales se pudieron poner
temas en la agenda política que antes estaban invisibilizados pero que
convocaban y movilizaban, por ejemplo, las diferencias étnicas como
constituyentes de referencialidad política, o las preocupaciones de género, o
las de la ecología política, o el movimiento de los sin tierra,
etc.<BR><BR>Entonces, tenemos una década de los noventa con un agotamiento de
las políticas de ajuste, estabilización y reforma estructural, con la necesidad
imperiosa de reconstituir la hegemonía por parte de las elites que buscan en la
gobernabilidad la posibilidad de recrear el modelo neoliberal, y también una
movilización fuerte y diversa, con agendas políticas, asimismo, diversas y
plurales.<BR><BR>En México, en 1994 insurge el Ejército Zapatista de Liberación
Nacional; en Brasil el Movimiento de los Sin Tierra logra movilizaciones
impresionantes; en Ecuador, la Confederación de Nacionalidades Indígenas, CONAIE
se convierte en el referente político fundamental del país; en Bolivia aparecen
las asociaciones de campesinos del Chaparre, la federación de juntas de vecinos
de El Alto, FEJUVE, la CONAMAQ, en Argentina está la presencia del movimiento de
los piqueteros, etc.<BR><BR>Son estos movimientos sociales los que cambian la
estrategia de la oposición al neoliberalismo y los que logran frenar la
continuación de la agenda neoliberal en la región. Ahora bien, sobre estas
movilizaciones y sobre este entramado organizativo se va rearticulando el
sistema político de la región y va cambiando el color de la geografía política
hacia un arcoiris de representación más diversa, plural y crítica con respecto
al neoliberalismo y que converje hacia posiciones de izquierda.<BR><BR>Las
movilizaciones sociales generan una conciencia crítica y comprometida que educa
políticamente a sus sociedades y que permite una recomposición politica tanto
del sistema de partidos, cuanto de la clase política y de los discursos
políticos. En América Latina se habla con fuerza de plurinacionalidad, de
interculturalidad, de reforma agraria, de derechos de tercera generación, de
distribución del ingreso, de oposición a los tratados de libre comercio,
etc.<BR><BR>Las proclamas del EZLN, y los encuentros “intergalácticos” sirven
para que reemerja una intelectualidad crítica, para que el discurso de la
izquierda se reposicione y gane legitimidad, y para que puedan expandirse los
fuertes cuestionamientos a la deriva neoliberal de la globalización capitalista
hechos por la izquierda latinoamericana.<BR><BR>El neoliberalismo no puede en
contra de esa prolifica, vasta y difusa resistencia que presentan los
movimientos sociales en todo el continente. Intenta absorberlos y metabolizarlos
a la dinámica del sistema político a través de su institucionalización, o de su
onegización, pero las prácticas políticas, los discursos, la matriz
organizativa, se le escapa como agua entre los dedos a los funcionarios del
Banco Mundial, del BID y de las ONG’s neoliberales.</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>El 'factor Chávez'</STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><BR>América latina siempre fue la patria de lo real
maravilloso, y la resistencia social al neoliberalismo se extiende hacia formas
organizativas nuevas, creativas, irreverentes. Esas resistencias se expresan de
manera tímida en un primer momento en el sistema político a través de la
presencia de líderes de izquierda vinculados a los movimientos sociales y que
captan el control de varios poderes locales en la región, quizá el ejemplo más
emblemático sea aquel del Partido de los Trabajadores de Brasil y su manejo del
poder local en Porto Alegre.<BR><BR>La izquierda vinculada a los movimientos
sociales demuestra que puede realizar una gestión diferente del Estado y que
tiene un proyecto alternativo al neoliberalismo. La transición de la
movilización social hacia el sistema político era cuestión de tiempo, y,
efectivamente, los movimientos sociales del continente cruzan el Rubicón del
sistema político y empiezan a dar batalla en un terreno reservado exclusivamente
a las elites tradicionales: el congreso y el ejecutivo. Los movimientos
sociales, y los partidos políticos que los apoyan, logran importantes avances en
los parlamentos o congresos con fuertes representaciones parlamentarias. Se
inscribe en el horizonte de posibilidades de la izquierda latinoamericana la
posibilidad del acceso a los gobiernos por la vía electoral, y la redefinición
de las relaciones de poder.<BR><BR>Pero aquello que marcará de manera importante
esa transición será Venezuela, la denominada “revolución bolivariana”, y su
Presidente Hugo Chávez. En efecto, Chávez logra algo que para la izquierda
siempre había sido un escollo difícil de vencer cuando ganaba una elección: la
estabilidad en el gobierno. El momento en el que Chávez logra resistir con éxito
la contrarrevolución se marca un punto de quiebre en el sistema político
venezolano y también en la geografía política de la región. Es a partir de ese
punto de quiebre que Chávez puede derrotar, puede decirse de manera definitiva a
la derecha y sus aliados.<BR><BR>Al tiempo que lo logra, Chávez se constituye en
el centro de las disputas geopolíticas enfrentándose de manera directa a la
administración norteamericana, desplazando de esa posición, por vez primera en
cuatro décadas, a Cuba.<BR><BR>Es a partir de ese momento, cuando es
absolutamente visible que la revolución “bolviariana” es irreversible, que el
discurso del socialismo se convierte en el centro del debate político en la
región. No hay que olvidar que en una región en la que el discurso dominante
estuvo atravesado por más de dos décadas por las coordenadas del pensamiento
neoliberal, hablar de socialismo era ya una proeza en sí misma.<BR><BR>Chávez
puede hablar del socialismo del siglo XXI y del partido único, porque le
representa la apertura de un espacio político para lograr la derrota definitiva
a la derecha política de su país. Al llevarla hacia ese territorio, la derecha
se siente desarmada porque no puede renovar un discurso que siempre adscribió a
las tesis liberales y se identificó de manera total con el proyecto
neoliberal.<BR><BR>No solo eso, sino que Chávez logra insertar a la región en
una disputa geopolítica mundial cuando se relaciona con países árabes y europeos
que son fuertemente críticos a la administración norteamericana. Estas jugadas
políticas hacen que el centro de gravedad de la disputa política se traslade a
Caracas.<BR><BR>Esto significa un reposicionamiento de los gobiernos de la
región, sobre todo de Brasil que había intentado convertir a Lula en el
referente de la izquierda al menos de América del Sur y con ello posicionar a
Brasil como una potencia con representación subregional. Pero Lula está atado a
la agenda de Itamaraty y a los designios de la burguesía paulista. Cada giro
político de Chávez deja más descolocado a Lula y aparece más a la derecha que su
par venezolano.<BR><BR>Ahora bien, mientras el discurso del socialismo del siglo
XXI viene de la mano de los gobiernos progresistas de la región, en especial de
Hugo Chávez, los movimientos sociales experimentan un proceso de reflujo
organizativo, al tiempo que sus dinámicas no empatan totalmente con las
prácticas de los gobiernos progresistas; pueden darse al efecto tres ejemplos
significativos: la distancia que ha puesto el MST con el gobierno de Lula en
Brasil; la distancia que puso el EZLN con la candidatura de López Obrador en
México; y la distancia que ha puesto la CONAIE con el gobierno de Rafael Correa
en Ecuador.<BR><BR>En efecto, no son los movimientos sociales los que están
hablando del socialismo del siglo XXI, son los gobiernos autodenominados de
izquierda los que lo hacen; de hecho, ese debate no está en el centro de la
agenda política de los movimientos sociales que siempre se pensaron a sí mismos
como parte de la tradición libertaria, crítica y emancipatoria del socialismo;
es más bien la necesidad de legitimación y de geopolítica del gobierno
venezolano el que reposiciona en la región este debate.</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>Socialismo del siglo XXI, un discurso de
Estado</STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><BR>El socialismo del siglo XXI es, en realidad, un discurso
de Estado y está hecho a la medida de legitimación de un estrategia
gubernamental del partido único como partido de Estado.<BR><BR>No nace ni se
inscribe en la dinámica de los movimientos sociales. No incorpora esa riqueza de
movilizaciones, debates, y discusiones suscitadas al interior de las
organizaciones sociales. No se imbrica con las agendas plurales y diferentes que
son parte de estos movimientos sociales. No se genera desde el respeto a la
democracia interna de las organizaciones sociales. Su posicionamiento está más
en función de una ideología gubernamental que en una práctica histórica
emancipatoria y crítica.<BR><BR>Ahora bien, se trata de un debate pertinente,
necesario e imprescindible, qué duda cabe, pero el escenario de confrontaciones
y de lucha de clases se ha ido desplazando poco a poco de las calles y las
organizaciones sociales, hacia las instituciones del Estado; y está controlado
por liderazgos construidos y legitimados desde las movilizaciones sociales y que
son parte de los denominados gobiernos progresistas o de izquierda, en otras
palabras, el escenario de confrontación del socialismo del siglo XXI está en lo
institucional, no está en lo social y organizativo.<BR><BR>Por paradójico que
pueda parecer, el debate sobre el socialismo del siglo XXI no expresa la riqueza
y fuerza organizativa de los movimientos sociales sino más bien lo contrario.
Expresa uno de los momentos más críticos de los movimientos sociales, aquel de
su posible institucionalización, vale decir, su derrota y eliminación como
sujetos políticos y su conversión en bases de apoyo, movilización y sustento a
gobiernos progresistas y de izquierda. Como Cronos que devoraba a sus hijos, la
izquierda institucional que ahora controla los gobiernos de la región quiere
devorar a los movimientos sociales, que son la fuente de su
legitimidad.<BR><BR>Al constituirse en un discurso que se inscribe a contrapunto
de las dinámicas de los movimientos sociales, obliga a estos movimientos a
subsumirse a estas posiciones y a invisibilizar sus agendas y sus dinámicas en
beneficio de las estrategias gubernamentales. De esta manera, obliga a los
movimientos sociales a actuar de manera defensiva ante gobiernos que
aparentemente son parte de su propia dinámica. Y están a la defensiva porque
estos gobiernos, para legitimarse e incluso para derrotar a la derecha, no
resisten la tentación de cooptar e institucionalizar en beneficio propio la
dinámica de la organización social. Pasó con el movimiento piquetero en
Argentina, cuya cooptación por parte del gobierno lo liquidó como sujeto de
resistencia social, está pasando en Venezuela en donde las fronteras que separan
el movimiento social del gobierno son indistinguibles.<BR><BR>El problema del
discurso del socialismo del siglo XXI es que debe resolver la antinomia de
legitimarse desde las dinámicas sociales y las luchas y movilizaciones
populares, y al mismo tiempo legitimar a los gobiernos que adscriben a este
discurso. No son dinámicas compatibles porque el marco institucional en el que
se inscriben ambas es aquel del Estado moderno, es decir, el liberalismo. El
socialismo del siglo XXI tiene que resolver las antinomias de la modernidad y
del estado para poder convertirse en una alternativa real. El problema es más
vasto, complejo y difícil de su simple enunciación. Pero la misma historia de
resistencias, luchas y movilizaciones de nuestros pueblos, como decía Allende,
podrán abrir esas alamedas para construir el socialismo del siglo XXI.
<HR>
<STRONG><EM><FONT color=#000080 size=3>La información difundida por
Correspondencia de Prensa es de fuentes propias y de otros medios, redes
alternativas, movimientos sociales y organizaciones de izquierda. Suscripciones,
Ernesto Herrera: </FONT></EM></STRONG><A
href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><EM><FONT color=#000080
size=3>germain5@chasque.net</FONT></EM></STRONG></A>
<HR>
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