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<DIV align=center><STRONG><FONT size=4><FONT size=5><U>boletín informativo - red
solidaria de revistas</U></FONT><BR><FONT color=#800000
size=6><EM>Correspondencia de Prensa</EM></FONT><BR>Año IV - 21 de febrero 2007
- Redacción: </FONT></STRONG><A href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><FONT
size=4>germain5@chasque.net</FONT></STRONG></A></DIV>
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<HR>
</DIV>
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<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>Argentina</FONT></STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG></STRONG></FONT> </DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG>Salir de las
cenizas</STRONG></FONT></DIV><FONT face=Arial size=2>
<DIV align=justify><BR><STRONG><FONT size=3>Hace una semana y un día, un
incendio destruyó lo que las crónicas insisten en llamar “Villa Cartón” aunque
sus habitantes le digan “Bajo autopista 7”. Horas antes del fuego, en el
asentamiento se celebraba: en tres meses tendrían casas dignas. El cambio
llegaba de la mano de la organización comunitaria que, por necesidades comunes,
aprendieron a construir cinco vecinas convertidas en referentes del barrio. Las
delegadas, ahora, luchan por que las familias no se dispersen, las esperanzas no
se pierdan y la vivienda propia no quede en la nada.<BR><BR>María
Mansilla</FONT></STRONG><BR><BR><STRONG>Suplemento Las 12<BR>Página/12, Buenos
Aires, 16-2-07</STRONG><BR><BR></DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify>¿Qué hacer cuando se vive en una casa con paredes de chapa?
¿Y cuando esas paredes de chapa terminan apoyadas unas sobre otras, inservibles,
como si fueran envoltorios de alfajor ondulados con las manos? ¿Y qué cuando
para escapar de ese desastre (que se anunció, que se intentó evitar pero sin
éxito) no hay ayuda? A ellas les pasó, y a medida que pasan las horas van
descubriendo respuestas a esas preguntas. Desde ese día, hace poco más de una
semana, siguen llorando, y mientras lloran se asisten mutuamente, la mano de una
en el hombro de la otra. No como consuelo sino como sostén: justo el tema que
las envalentonaba, el de la vivienda, ahora las derrumba.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Ester Martínez, Irma Pacheco, Agustina Díaz, Rosana
Pacheco y Miriam Aquino son cinco vecinas del (ex) asentamiento Bajo Autopista 7
(AU7). Una tiene 26, otra 50 y pico. Todas son madres, una ya es abuela. Se
volvieron amigas cuando faltó agua: así comenzó el vínculo tan motivado que las
volvió referentes, “delegadas” del barrio, como se presentan ahora. Porque desde
entonces hicieron y cambiaron cosas, sin hacer “política” al viejo estilo. Ante
los ojos de 500 familias, eran la promesa viviente de que su realidad sí podía
cambiar. Algo iría a mejorar cuando se mudaran a una vivienda “digna”, como les
llaman a las casas que el Gobierno de la Ciudad, a través de la Ley 1987,
prometió construir para ellas —y todas las personas en crisis habitacional de
Villa Soldati— como parte de un programa de viviendas sociales. Cruz y Varela
sería la nueva dirección de los habitantes de “Bajo Autopista 7”, y no “Villa
Cartón”, una denominación que desconocen y eligen no utilizar, porque “ese
nombre nos lo puso la policía”.</DIV>
<DIV align=justify><BR>La noticia del incendio del asentamiento se propagó por
todas partes. La tele y los diarios mostraron, por un lado, a las personas que
lo habitaban asistidas —en medio de un despliegue cinematográfico— por el
Gobierno de la Ciudad. También mostraron a los vecinos de las víctimas: los
habitantes de un (bastante hacinado) monoblock de Soldati, enojados porque sus
pares “villeros y cartoneros” estacionaban los carros en su vereda. También
mostraron a las futuras vecinas, indignadas por la amenaza que los “extranjeros”
representan si se mudan a la tierra prometida.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Entonces, las delegadas fueron quienes salieron a dar la
cara. Tuvieron que responder que no son delincuentes. Explicaron que evitan
refugiarse en centros de evacuados para no dispersarse ni correr el riesgo de
que se disperse, también, la promesa de la Ley 1987. (Y vaya si 1987 es un
número difícil de olvidar: ese año fue declamado por Naciones Unidas como “Año
internacional para el cobijo de los sin techo”.) Por eso, quienes no aceptaron
subsidios para regresar a sus provincias de origen, mientras esperan, viven en
los campamentos levantados frente a las cenizas del asentamiento.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Las12 llegó a Lacarra al 3500 una de estas mañanas. A la
izquierda, la autopista Cámpora está vacía, el tráfico se suspendió hasta
verificar si la vía corre peligro de derrumbe. Debajo, las chapas todas
dobladas. Entre juguetes, pavas, cacerolas, macetas, garrafas y algún carro de
supermercado atrapados entre escombros, hace equilibrio una gallina negra.
Muchos policías, en fila, cuidan que ninguna persona entre hasta aquí, dicen que
es para preservar el trabajo de los peritos y por peligro de demolición. Al otro
lado de la calle hay un camión del Ejército, combis del BAP (Programa Buenos
Aires Presente) y dos ambulancias del SAME, que entran y salen llevando y
trayendo personas que no dan más.</DIV>
<DIV align=justify><BR>De una de esas carpas sale al encuentro Miriam Aquino,
una de las delegadas. Caminar junto a ella es una demostración del lugar que
ocupa entre sus vecinos: la ven pasar y corren a preguntarle qué más sabe, le
cuentan cómo pasaron la noche, qué pensaron. Le preguntan qué hacer. Miriam pasa
su parte con voz ronca, anuncia las coordenadas de la próxima asamblea. Lo mismo
hicieron una semana atrás, cuando reunieron a los vecinos para contarles la
novedad: que ya estaban la plata y el OK para comenzar a levantar las viviendas
sociales a las que serían trasladados en unos tres meses. Hoy evalúan mudar el
campamento al Parque Roca, donde se están levantando viviendas transitorias, y
desde allí controlar con sus propios ojos cómo crecen sus “dignas”, de Cruz y
Varela. Para convertirse en propietarios, ellos pagarán una cuota mensual.
También se harán cargo de impuestos y servicios.</DIV>
<DIV align=justify><BR>“Nadie nos paga por hacer este trabajo —aclara Miriam—.
Nosotras hacemos este sacrificio para que nuestros hijos no vivan acá para toda
la vida. Los miramos y decimos: ‘Queremos un futuro para ellos. Una vida
distinta, una vida digna’. No queremos más estar en medio de villas. Nosotros
somos personas diferentes, podemos estar entre gente de clase media. Porque acá
hay gente educada y trabajadora, hay un médico, una enfermera, un ex
periodista... No hay chorros ni delincuentes. Entonces, que no nos juzguen si no
nos conocen.”</DIV>
<DIV align=justify><BR>Los peritajes técnicos concluyeron que el incendio no fue
un accidente. ¿Tuvo un móvil político, entonces? ¿Fue un ajuste de cuentas entre
los habitantes de los monoblocks y los del asentamiento? “Un señor dijo que
nosotros nos prendimos fuego. Y yo le quiero contestar: No nos prendimos fuego.
Si sabíamos que en 90 días nos tendrían que entregar la vivienda digna, digna.
El día anterior al incendio nos habían reunido para darnos la noticia. Eso ya
estaba confirmado. ¿Qué necesidad teníamos nosotros de hacer esto? Todos, en el
asentamiento, lo sabían. Porque cada vez que hay una novedad vamos casa por
casa, les avisamos que se viene una asamblea”, cuenta Miriam.</DIV>
<DIV align=justify><BR>“No es el primer incendio: cinco incendios tuvimos en
menos de un año y medio —aclara Ester Martínez, su compañera, que se olvida de
citar las amenazas—. ¡Las veces que fuimos a denunciar! Y no nos dieron pelota.
La gente pobre a ellos les resbala. Más allá de que la gente no entienda, porque
ahora está pasando un momento muy difícil, vamos a seguir insistiendo, vamos a
salir adelante. De este hecho no nos vamos a olvidar jamás. Porque lo que no
perdimos todavía es la dignidad. Tenemos derecho a tener una vivienda, todo lo
que teníamos acá abajo lo habíamos conseguido a base de sacrificios. Nosotros no
somos ladrones, somos gente de condición humilde. No somos tarados, tenemos
estudios, y los que no tenemos estudio trabajamos. Trabajamos en los trenes, en
las calles. Tratamos de que no nos traten como una mierda.”</DIV>
<DIV align=justify><BR>Las cinco delegadas tienen algo en común: jamás
imaginaron vivir en un asentamiento, son madres, nunca tuvieron militancia
política. No se conforman con tratar de mudarse solas. Se quieren llevar, a una
vida menos peor, a todos los vecinos.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Miriam Aquino tiene 30 años y 4 hijos. Su esposo hace un
año que trabaja en Parque Roca, en mantenimiento de las canchas donde se juega
la Copa Davis. Es de Misiones y vino con sus padres cuando tenía 13 años.
“Teníamos una casita en Glew, era una casa tomada porque no podíamos alquilar.
Mi marido trabajó como remisero, hasta que se rompió el auto, dormimos en la
calle, y después llegamos hasta acá, por un primo de mi marido. Después el primo
le prestó un carro y salimos a cartonear.”</DIV>
<DIV align=justify><BR>Ester Martínez, de 42 años, es madre de 4 hijos. “Mi hija
tenía 3 meses cuando me separé. Entonces, por no tener un buen pasar, vine
rodando. Soy vendedora ambulante: vendo ropa, alguna vez salí a vender pan y
empanadas con una canasta. He limpiado hospitales, he trabajado en comedores.
Cuando iban creciendo los gastos, los chicos empezaron a ir a la escuela, mi ex
no me ayudaba para nada, para nada... Van a hacer 8 años que estoy viviendo acá
abajo. Y seguí vendiendo ropa. Ahora se me quemó toda la mercadería y las camas
de mis hijos, que había comprado con mucho esfuerzo.”</DIV>
<DIV align=justify><BR>Irma Pacheco tiene 28 años. Vive con su marido y sus seis
hijos en la AU7 desde hace 7 años. “Lo material se recupera. Mi marido trabaja
en la metalúrgica, hace techo y cosas de hierro. Yo soy vendedora ambulante,
trabajo en el subte línea E. Vendemos de todo: lapiceras, portadocumentos, lo
que se pueda. Siempre trabajamos y salimos adelante.”</DIV>
<DIV align=justify><BR>Rosana Pacheco tiene 26 años, vive con su hija de 9 años
y con una sobrina. Está separada y la cuota de alimentos que le pasa su ex la
ayuda a mantener a las nenas. “Siempre alquilamos. Viví en Moreno, después en
Constitución. Pero, ahí, a los encargados les molestaban los chicos, cosas que
dicen para correrte. Después me separé y fui a la Villa 21, me invitó una prima.
Pero como ella tiene muchos chicos, no había lugar. Entonces mi hermana, que
estaba viviendo acá, me dijo que tenía una piecita al lado, que entre ahí. No me
quedaba otra, iba a terminar en la calle. Cuando iba a buscar trabajo, me
preguntaban la dirección. Cuando decía: ‘Debajo de la autopista’, chau
empleo.”</DIV>
<DIV align=justify><BR>Agustina Díaz, a sus 52 años, es jefa de hogar y tiene 9
hijos. Es la mamá de Irma y de Roxana. Vino de Chaco cuando su papá —que ahora
tiene 83 años y está a su cargo— no pudo seguir trabajando como hachero de un
aserradero. “Trabajé bien muchos años, en Villa Urquiza, en la casa de una
señora. Después mis hijos empezaron a andar en la calle y yo no los podía tener
porque tenía que trabajar. Entonces me dediqué a cuidarlos. Ahora están grandes.
Yo, adonde iba, iba con mis hijos. Vendíamos en las líneas E, C, A del subte,
por muchos años, así los mantuve y nunca les faltó nada. Siempre vivimos en
casitas alquiladas hasta que en el 2001 nos fuimos quedando sin trabajo. No nos
alcanzaba para el alquiler y vinimos a parar acá.”</DIV>
<DIV align=justify><BR>Miriam llegó al asentamiento hace menos de 4 años. En ese
tiempo, una de sus hijas enfermó de cáncer. Después de operarla, los médicos le
indicaron que, para sobrevivir, su hija necesitaba mejores condiciones
ambientales. Si no podía brindarle un mejor hogar, la iban a sacar de su lado.
Tan desesperada estaba Miriam que Ester, una vecina, le preguntó por qué
lloraba. No eran amigas, pero al conocer la historia Ester le dijo: “Nadie se va
a llevar a tu hija. Si vienen a buscarla vos gritá, que todos vamos a estar acá
para defenderte”. Poco tiempo antes, había sido lo del corte de agua. Y se
siguieron juntando, esta vez para pelear por el derecho a la vivienda y, así,
por el derecho a la salud de la hija de Miriam. Buscaban la fórmula para salir
de ahí. “Empezamos a recorrer las casas de los vecinos, a decirles que
necesitábamos juntarnos —reconstruye Ester—. El único referente que había era el
coordinador de un comedor, pero él no hacía nada. El asentamiento está lleno de
punteros, y nosotros estábamos cansados de que sólo vinieran a hacer política, a
jugar con el hambre de la gente.”</DIV>
<DIV align=justify><BR>Qué hicieron en este tiempo: lograron la reconexión del
servicio de agua, en primer lugar. Después, se acercaron a la Legislatura
porteña y lograron que el barrio empezara a recibir a los enviados del ICV
(Instituto de la Vivienda). Consiguieron que, todas las semanas, dos médicos de
la posta sanitaria más cercana “bajasen” al asentamiento para hacer controles a
grandes y a chicos. Fueron casa por casa a hablar de dispositivos intrauterinos,
de preservativos, de control de la natalidad; hoy aseguran que la mayoría de las
mujeres de la AU7 ya se pusieron el DIU. Hicieron tareas de desinfección y
desratización. Y la sangre se les volvió verde de tanto tomar tereré.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Cuando empezaron los incendios, hace más de un año,
consiguieron matafuegos y los repartieron en puntos estratégicos del
asentamiento; pero el jueves pasado los equipos no fueron suficientes para
apagar “ese infierno”, como llama Ester Martínez al encierro de las llamas.
Escucharon, dicen, sólo una historia de violencia hacia una mujer, que sucedió
justamente después de un incendio: el victimario fue su marido, habían perdido
todo. Participaron en los censos que hizo el área de Promoción Social del
Gobierno de la Ciudad, les pusieron número a las casas y nombres a los pasillos.
Mediaban con la policía, cada vez que necesitaban apoyo mutuo.</DIV>
<DIV align=justify><BR>“Acá no se acercaba ni una ambulancia, y si venía,
durante el día, venía custodiada porque según ellos acá les afanaban —dice
Rosana—. Cuando los funcionarios pisaban esto, venían a chamuyar porque nunca
hicieron nada, entraban por los pasillos que miden medio metro y nunca les pasó
nada, y no venían con seguridad. Yo no sé a qué le tenían miedo los médicos.
Cuando nos ponemos como delegadas, la gente confía en nosotras, porque vamos a
las cosas limpias, porque somos los que estamos sufriendo también. Porque
nuestros hijos siguen acá, y si llegamos a ese plan de vivienda es porque a
pesar de la desconfianza que ellos mismos les tienen al gobierno y a la gente
que estaba enfrente en este barrio, confiaron en nosotras.”</DIV>
<DIV align=justify><BR>“Al principio, nos parecía que la gente no reaccionaba
—recuerda Ester—. Entonces, ¿cómo hacías para contenerlos? Pero los teníamos que
contener, teníamos que diferenciar las cosas, hacerles ver. Si no veían,
teníamos que tratar de luchar por ellos, ponernos delante de ellos para que
nadie los joda, para que tomen fuerza. Porque eso es lo que queremos: que la
gente entienda que tenemos todos los mismos derechos, que reaccionen y salgan a
pelearla. Cuando vos sos discriminado y no te das cuenta, vivís la vida feliz.
Pero cuando tomaste conciencia de que es así... No somos delincuentes, somos
gente que no tuvo una oportunidad. En estas carpas estamos demostrando que somos
gente de bien, que no hicimos nada malo y que por eso la vamos a seguir
peleando. Nosotras somos su esperanza.”
<HR>
<STRONG><EM><FONT color=#000080 size=3>La información difundida por
Correspondencia de Prensa es de fuentes propias y de otros medios, redes
alternativas, movimientos sociales y organizaciones de izquierda. Suscripciones,
Ernesto Herrera: </FONT></EM></STRONG><A
href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><EM><FONT color=#000080
size=3>germain5@chasque.net</FONT></EM></STRONG></A>
<HR>
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