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<HR>
</DIV>
<DIV align=center><STRONG><FONT size=4><U><FONT size=5>boletín informativo - red
solidaria</FONT></U><BR><FONT color=#800000 size=6><EM>Correspondencia de
Prensa</EM></FONT><BR>Año IV - 30 mayo 2007<BR>Redacción y suscripciones:
</FONT></STRONG><A href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><FONT
size=4>germain5@chasque.net</FONT></STRONG></A></DIV>
<DIV align=justify>
<HR>
</DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>Estados
Unidos</FONT></STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG></STRONG></FONT> </DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG>Suburbios: la pobreza
oculta<BR></STRONG></DIV></FONT>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG></STRONG></FONT> </DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG>Eyal
Press *</STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2><STRONG></STRONG></FONT> </DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2><STRONG>The
Nation</STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2><STRONG>Sin
Permiso</STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2><A
href="http://www.sinpermiso.info/"><STRONG>http://www.sinpermiso.info/</STRONG></A></DIV>
<DIV align=justify><BR> <BR>Los suburbios americanos evocan imágenes de
casas de ensueño, césped como de peluche y barbacoas vecinales, no trabajos
precarios y casas hipotecadas. Ahora, por primera vez, más americanos pobres
viven en los suburbios que en todas nuestras ciudades juntas. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Rockingham County, Carolina del Norte, nunca ha sido
conocido por su opulencia, pero hasta hace poco, la mayoría de sus residentes no
habría dudado en describirlo como de cómoda clase media. Durante varias décadas
el condado, un bloque de tierra rectangular en el norte de la parte central del
Estado, debió su prosperidad a las fábricas textiles y tabacaleras, industrias
que no fueron siempre amigables a los sindicatos pero que, sin embargo,
facilitaron a la fuerza laboral local trabajos que pagaban lo suficiente como
para mantener a la familia y comprar una linda casa en algún lugar. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Entre aquellos que lo hicieron estaba Johnny Price, un
afro-americano de 44 años que vive en un rancho de postigos verdes en una calle
llamada Sparrow, en una frondosa subdivisión residencial en las afueras del
centro de Eden. Dos altísimos robles dominan el patio frontal de la casa de
Price. En el camino de entrada también está estacionada su ranchera azul marino.
Para los niveles de algunos de los suburbios recién construidos, el montaje es
modesto, pero para Price, el menor de diez hermanos cuyo padre murió cuando
tenía seis años y cuya madre trabajó como sirvienta doméstica, significa un
testimonio de las recompensas del trabajo duro y la perseverancia, valores que
él ha tratado de inculcar a sus dos hijos adolescentes, que viven con él desde
que se divorció de su mujer. Últimamente esto ha exigido mucho más esfuerzo. En
2006 Price perdió el trabajo que tuvo durante diecinueve años debido a unos
despidos masivos en Unified, un fabricante textil. Ahora él está luchando para
arreglárselas con los 1.168 dólares mensuales del seguro de desempleo y, como
muchas personas en Rockingham County -que ha sido devastado por el cierre de
fábricas en los últimos años- preguntándose cuánto tiempo más podrá continuar
pagando su hipoteca. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Las historias de la movilidad social descendente en los
suburbios americanos no han precisamente colmado los titulares de la prensa
durante la última década. Los barrios cerrados de casas soñadas, mansiones
cercadas por lagos artificiales y parques de oficinas en forma de cubos de
cristal: éstas son típicas imágenes evocadas por las lujosas y enormes
subdivisiones construidas durante el boom tecnológico de los 90. Los empleos de
bajo salario, casas bajo ejecución hipotecaria, familias incapaces de afrontar
la comida y la atención médica no lo son. Pero aventúrate más allá de los
límites metropolitanos de cualquier gran ciudad actual, y encontrarás estos
atributos, tal vez en forma menos concentrada - y por lo tanto, menos visible-
que en nuestras ciudades de flacos bolsillos, pero con un frecuencia que
igualmente aumenta. En los tres condados que circundan Greensboro, Carolina del
Norte, la ciudad que está a media hora de donde vive Johnny Price, la tasa de
pobreza se ha disparado en los últimos años. Ahora se encuentra en 14,4%, sólo
un poco debajo del nivel de Nueva Orleáns. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Greensboro, por su parte, no está solo. En diciembre
pasado la Brooking Institution publicó un informe mostrando que desde Las Vegas
hasta Boise y hasta Houston, la pobreza suburbana ha ido creciendo durante los
últimos siete años, en algunos lugares de manera gradual, en otros tanto como el
33%. “Los constantes desafíos sociales y fiscales para las ciudades que
provienen de la gran pobreza son crecientemente padecidos también por sus
suburbios”, concluye el informe. Este es un problema que podría explicarse por
el confinamiento a los contornos desiguales de los llamados suburbios del
“anillo interior” que directamente bordean las ciudades, sitios donde la reserva
de vivienda es antigua y desde los cuales muchos residentes más ricos se han ido
hace ya tiempo. Pero este no es el caso. “En general… los primeros suburbios no
sufrían lo peor de la creciente pobreza suburbana de principios de 2000”, señala
el informe, el cual encuentra que la crisis económica se ha extendido tanto a
“terceros suburbios como a los ‘barrios cerrados de gente acaudalada’”.
</DIV>
<DIV align=justify><BR>El resultado es un hito histórico que ha permanecido
misteriosamente ignorado: por primera vez, más americanos pobres viven en los
suburbios que en todas nuestras ciudades juntas. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Una razón de que este cambio no haya entrado en la
conciencia pública es que desde que los suburbios existen, los americanos han
tendido a imaginarlos como santuarios prístinos adonde la gente se escapa para
evitar rozarse con los pobres. El ejemplo histórico más común –muy lamentado por
una generación de progresistas que vinieron a asociar la migración con los
suburbios, con violencia racial y decadencia urbana- es el éxodo masivo de la
clase media blanca de las principales ciudades de la nación, el cual se aceleró
con el despertar de los disturbios y el malestar social de la década del 60. En
años más recientes, se asumió a menudo, las fuerzas que impulsan el crecimiento
de los suburbios sólo han empeorado las cosas –el panorama social más segregado,
el gran crecimiento urbano, la brecha cada vez más grande entre la gente que
raramente pone un pie en las ciudades y aquella que ocasionalmente las abandona.
</DIV>
<DIV align=justify><BR>El hecho de que muchos barrios urbanos hayan sido
ocupados por gente de alto poder adquisitivo -desde Brooklyn, pasando por San
Francisco, hasta Washington- ha forzado a salir a muchos residentes de clase
obrera. Es una inversión de la clásica historia migratoria: muchos de estos
residentes desplazados han huido hacia los suburbios, atraídos en parte por el
creciente flujo de trabajos, fundamentalmente de baja remuneración –limpieza
doméstica, jardinería, restauración, pequeños centros comerciales y edificios de
oficinas-. Alan Berube, co-autor del estudio de la Brookings Institution, dice
que la “descentralización y el empleo de baja remuneración” son uno de los
principales factores que han elevado las tazas de pobreza suburbana. </DIV>
<DIV align=justify><BR>En algunos condados, gran parte de estos puestos
laborales son ocupados por inmigrantes, quienes cada vez en mayor medida van
derecho a los suburbios, más que a las ciudades, en busca de empleo. En su libro
On Paradise Drive (2004) David Brooks muestra un alegre retrato del estupendo
mosaico que ha generado el ingreso de extranjeros en lo que antes era
predominantemente un lugar de americanos blancos. “Ahora verás pequeñas niñas
taiwanesas en cursos de patinaje artístico, niños ucranianos aprendiendo a
lanzar la bola de baseball”, escribe. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Lo que verás también son personas como los peones que se
reúnen cada mañana en los aparcamientos de Home Depots [cadena
norteamericana de grandes centros comerciales, N. del T.] en Nassau County, Long
Island, donde la renta familiar media es de 87.558 dólares y la tasa global de
pobreza es bastante más baja, pero donde la demanda de vales de comida se ha
incrementado en un 40% desde 2003. A pesar de que el salario en trabajos como la
construcción -que tienen estos peones- es de 10 dólares la hora, muchos no ven
un céntimo por ello: un estudio del año pasado realizado por investigadores de
la Universidad de California demostró que se les retiene aproximadamente la
mitad del salario. Un trabajador mexicano con el que conversé en un glacial día
de febrero me dijo que había ganado 400 dólares por un trabajo de fontanería que
había hecho hacía unos días. Como la mayoría de los otros hombres que estaban
junto a él, vestía una sudadera con capucha, más que un abrigo, y arrimaba los
dedos a su boca para calentar sus manos desnudas. Una adecuada ropa de invierno,
evidentemente, es un lujo inalcanzable. Debido a que el trabajo es estacional y
esporádico, estos peones ganan más de 15.000 dólares al año. Más de la mitad de
aquellos con accidentes laborales no reciben la ayuda médica que necesitan.
</DIV>
<DIV align=justify><BR>Otros inmigrantes en Long Island ejercen oficios cuyos
salarios y horarios traen a la mente ciertas características de las maquilas
urbanas, salvo que la explotación, como en otros tipos en los suburbios, está
más escondida y dispersa. “Hicimos una encuesta sobre trabajadores domésticos
aquí, y encontramos que la gente está trabajando setenta horas semanales y
cobrando, por término medio, unos 4,03 dólares la hora”, dijo Nadia
Marin-Molina, directora de una organización para los derechos de los inmigrantes
llamada Workplace Project, en Nassau County. No mucho antes, tres trabajadores
se acercaron a su oficina desde un restaurante cercano para denunciar que habían
obtenido 20 dólares por un turno de doce horas de trabajo, bien por debajo del
salario mínimo aun después de distribuir las propinas. En un almacén del centro
de Garden City, un rico enclave de enormes casas y tiendas de lujo, justo debajo
la calle donde está la modesta sede de Workplace Project, muchos otros fueron
despedidos simplemente por exigir que se les registraran sus pagas. El pasado
año, Workplace Project ayudó a inmigrantes en Nassau County a recuperar 143.849
dólares de salarios en negro, algunos de contratistas que les habían pagado con
cheques sin fondo, otros de empresas como Popeyes y D’Àngelo Pizzería que no les
pagaron siquiera las horas extra. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Que aterrizar en trabajos de servicio difícilmente
garantiza tener ingresos adecuados no es una novedad para los ex trabajadores
industriales en Carolina del Norte. Johnny Price está actualmente matriculado en
cursos en el Rockingham Community College, -fundado bajo la Trade Adjustment
Act-, con la esperanza de convertirse en contador. Me dijo que no hay
posibilidades de continuar sus estudios con los 700 dólares que paga por la
hipoteca y el apoyo que brinda a sus hijos trabajando como dependiente en un
lugar como Wal-Mart, el principal empleador del lugar, con dos nuevas
sucursales. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Price solía ganar 15 dólares por hora, con beneficios
sanitarios y días de vacaciones. Lo que él espera evitar es el destino de gente
como Jodi Wilmouth, a quien conocí en el Rockingham County Red Cross, que abrió
una despensa de alimentos varios años atrás en un edificio bajo de ladrillos en
Eden. Wilmouth. Gana 6,25 dólares la hora como cajera en una tienda llamada
Belk, lo cual, dijo, no son suficientes para cubrir sus gastos básicos. Mientras
ella estaba allí, el presidente Bush estaba visitando la planta de
Caterpillar en Peoria, Illinois. Luego dijo que en la economía de hoy “los
trabajadores están ganando más dinero”. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Ada Wells, quien trabaja en la despensa de alimentos y
antes en una fábrica textil, ofreció un punto de vista diferente. “Lo que
tenemos ahora son trabajadores pobres [working poor]. “Cuando dejé mi fábrica en
1999, los trabajadores peor pagados ganaban 9 dólares la hora, con seguro y días
de vacaciones. Ahora tenemos gente que no puede siquiera pagar sus facturas de
luz con los salarios que ganan”. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Existen ciertas ventajas comparativas para ser pobre en
un lugar diferente a las ciudades, como Cleveland o Detroit. Lo que sea que
pueda temer, Price no tiene que preocuparse porque sus hijos crezcan en una
calle repleta de envases de crack y graffitis de bandas –donde vive hay césped
perfectamente cortado y caminos de entrada con aros de baloncesto-. La toxicidad
peculiar de la pobreza urbana, creen muchos académicos, descansa en su intensa
concentración, el desorden de problemas que estimulan el crimen, aumentando las
tasas de marginación, y un ambiente de desesperanza que envuelve cada
aspecto de la vida del barrio. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Pero los suburbios también tienen sus desventajas, entre
ellas el hecho de que ir a cualquier lugar generalmente requiere de un coche. No
hay sistemas de transporte público en la mayoría de las áreas suburbanas
periféricas, por lo que la gente que trabaja en la proveeduría de alimentos en
la Cruz Roja de Rockingham County a menudo comparte coche para llegar hasta
allí, abarrotándose unos sobre otros desde cuatro a cinco familias en un solo
vehículo para abaratar combustible. Entonces, también, la novedad de la pobreza
suburbana significa que en muchos pueblos hay escasez de agencias de servicios
sociales que ofrezcan ayuda. Alrededor de 7.000 personas fueron a la proveeduría
el año pasado, siete veces la cifra de 2000. “Es abrumador”, dijo Janna Novell,
la directora de la proveeduría. El día antes que yo la visitara, la despensa se
quedó sin comida, un problema que es bastante frecuente en muchos locales
suburbanos. “Hay una brecha espacial en aumento entre los proveedores y la gente
necesitada”, dice Alan Berube. “Los hospitales públicos, los programas de
asistencia nutricional, por ejemplo, siguen siendo servicios principalmente
urbanos. Tú ves operaciones a pequeña escala en los suburbios que están
desbordadas. No pueden lidiar con la demanda”. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Un desafío aun más problemático es encontrar un
lugar asequible para vivir, desde que la mayoría de las viviendas de bajo coste,
o subsidiadas, fueron construidas en las ciudades. ¿Adonde van los indigentes en
los suburbios? En Carolina del Norte, entre las pocas opciones, hay lugares como
el trailer gris pizarra que Barbara Hall, de 62 años, llama ‘hogar’. Ella solía
vivir en una casa de cuatro habitaciones con su esposo e hijos. Esto fue antes
de que se divorciara y perdiera su trabajo. “Es humillante”, dice Hall, con su
largo cabello gris, ojos azules y un problema de espalda crónico que le exige
tomar medicamentos que normalmente no puede comprar. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Hay, por supuesto, gente más afortunada en los suburbios,
cuyas casas han doblado y triplicado su tamaño en los últimos años –trabajadores
de la industria tecnológica en la pujante área que rodea el triángulo de
investigación de Carolina del Norte, por ejemplo-. Pero desde 1998 las
ejecuciones hipotecarias han llegado casi a triplicarse. <BR>La tendencia se
extiende más allá del sur –hubo 1,2 millones de ejecuciones hipotecarias en el
país durante 2006, lo que representa un incremento del 42% en relación al año
anterior.- y está entre las indicaciones que el numero de personas bajo coacción
económica en muchos suburbios excede el porcentaje oficial de pobres. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Comparada con Barbara Hall, que está desempleada y
sobreviviendo con cheques de invalidez, Rosa Melara, quien vive en Montgomery
County, Maryland, un área suburbana adyacente a Washington, lo pasa mejor.
Melara trabaja en un salón de belleza y ganó 28.000 dólares el año pasado.
También vive en un condado con más viviendas baratas que la mayoría de los
suburbios, gracias a políticas de zonas inclusivas que durante décadas han
requerido que se construyan viviendas asequibles en desarrollos a gran escala.
Melera todavía alquila un garage convertido, sin calefacción, porque la mayoría
de los pisos y casas en Montgomery County siguen bastante lejos de su alcance.
Alrededor de la mitad de los feligreses en la iglesia que ella atiende en el
suburbio de Bethesda enfrentan problemas similares, me dijo. Conocí a Melara en
otra iglesia, en el vecino Howard County, también en el corredor
Washington-Baltimore y durante muchos años considerado uno de los condados más
ricos de los Estados Unidos. El año pasado un equipo de trabajo sobre la
vivienda asequible designado por James Robey, el concejal del condado, advirtió
que “una innegable brecha” existe entre la necesidad de una vivienda de bajo
coste y su disponibilidad en esa área, y no sólo para los pobres. El 70% de los
trabajos en el condado, incluyendo los puestos educativos de nivel básico en su
celebrado sistema escolar público, policías que patrullan las calles y bomberos
que atienden las emergencias, pagan menos de 50.000 dólares anuales. Mientras
tanto, el precio promedio de una casa unifamiliar es casi diez veces superior,
$485.500, y los alquileres han trepado aún más. El resultado es que una parte
cada vez más grande de la población -servidores públicos, parejas jóvenes
que quieren formar una familia, jubilados, graduados universitarios recientes-
no pueden encontrar sitios asequibles para vivir, de acuerdo con el equipo de
trabajo: “Ellos son padres e hijos de los residentes del Condado”, dice su
informe, “los maestros y policías del Condado, los camareros y camareras que
sirven comidas, los trabajadores del centro comercial, los trabajadores
hospitalarios: gente que contribuye a la calidad de vida en Howard County de
manera incalculable”.</DIV>
<DIV align=justify><BR>El dilema es bastante peor, por supuesto, para los
verdaderos indigentes, al menos porque muchos habitantes de los suburbios que
podrían querer contratarlos como canguros o ser servidos por ellos en
restaurantes no necesariamente los quieren como vecinos. En junio de 2005, las
autoridades del pueblo de Brookhaven, en Suffolk County (Long Island), lanzaron
una serie de incursiones para clausurar casas abarrotadas de gente en las que
los inmigrantes que carecían de otras opciones estaban alquilando habitaciones.
El concejal del condado, Steve Levy, demócrata, declaró que los desalojos eran
necesarios para “preservar los suburbios tal como los conocemos”. En Berkshire
Drive 196, una casa de listones azules que fue asaltada, los inmigrantes
protestaron levantando tiendas en el patio trasero y durmiendo fuera. Otros que
habían sido desalojados terminaron durmiendo en los bosques sobre sábanas de
plástico con sus pertenencias guardadas bajo arbustos. En un informe especial
sobre vivienda en Long Island, Newsday comparó las habitaciones atestadas, a
menudo mugrientas, donde viven muchos inmigrantes –una docena de huéspedes
hacinados en un sótano inundado de aguas residuales, adultos durmiendo en los
armarios de casas que se encuentran sobre calles arboladas en agradables
vecindarios- con viviendas del fin de siglo. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Otros condados han introducido leyes anti-medicidad para
alejar a los peones como los que conocí fuera de Home Depot en el vecino Nassau
County, otro signo de que ser pobre en los suburbios viene con la carga añadida
de sentir que no perteneces. Varios de los trabajadores que conocí me dijeron
que han sido llamados “parásitos”. A algunos peones les han arrojado piedras. El
hombre mexicano con el que hablé se movió hacia un coche rojo circulaba por
allí, conducido, dijo, por un guardia de seguridad de Staples quien patrulla el
área para asegurarse que él y sus compañeros trabajadores permanezcan en los
límites del aparcamiento, así los clientes no podrán ser molestados. En
septiembre de 2000, dos inmigrantes fueron levantados por personas que ellos
creyeron eran contratistas, llevados a una bodega abandonada y seguidamente
asesinados. (Ellos sobrevivieron lanzándose a la autopista de Long Island)
</DIV>
<DIV align=justify><BR>Incidentes como estos pueden ser vistos como producto del
racismo o de algo más: un sentido de incertidumbre sobre el futuro que se
extiende más allá de la categoría de pobres. “Creo que aquí la gente de clase
media se siente apretada, y si los líderes no ofrecen soluciones, buscarán
alguien a quién culpar”, dice Marin Molina de Workplace Project. Como en Howard
County, no es difícil encontrar datos de esta inseguridad. En 2004 más del 40%
de los propietarios de viviendas de Long Island gastaron más de 1/3 de sus
ingresos (la definición convencional de “presión de costos”) en vivienda, afirmó
un informe publicado el año pasado por el fondo de Adelphi Universidad. En los
últimos años el típico primer trabajo en la región se pagaba 44.000$, bastante
menos que los 60.780$ que el Instituto de Política Económica estimó que
necesitaría una familia de cuatro miembros para cubrir sus gastos básicos.
</DIV>
<DIV align=justify><BR>Desenredar el ovillo que relaciona suburbios con
prosperidad y algo más, comienza a quedar inacabado: la historia que los
republicanos han contado sobre cómo vive ahí la gente, particularmente aquellos
en las comunidades en crecimiento aún más periféricas, son sus componentes
naturales. “Los demócratas no son bienvenidos en los barrios cerrados de ricos”,
dijo el columnista conservador Brooks unos años atrás, señalando las zonas
comerciales alrededor de Orlando, territorio de Jeb Bush, y de Mesa, Arizona,
una zona próspera al este de Phoenix. En estas comunidades que se van haciendo
cada vez más grandes, sitios donde los aparcamientos de las megaiglesias se
llenan cada domingo de lujosas camionetas, los liberales no tienen ni idea de lo
que le importa a la gente, dice Brooks tácitamente. En la elección de 2004,
pareció que él estaba en lo cierto: los republicanos barrieron en esos lugares,
consiguiendo 97 de los 100 condados en rápido crecimiento del país. En los
círculos demócratas sobrevino el pánico. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Al final el pánico fue prematuro. En las elecciones de
mediados del año pasado la ventaja del Partido Republicano en los lujosos
barrios cerrados se estrechó considerablemente. Los Demócratas ganaron el 60% de
los votos en los suburbios interiores, 55% en el siguiente cordón, y la mayoría
de voto suburbano total. No controlarían ni la Casa Blanca ni el Senado si no
fuese por estos incrementos. </DIV>
<DIV align=justify><BR>En parte, el cambio refleja la amplia desilusión con la
guerra en Irak. Pero también puede significar que los republicanos no tienen
ideas cuando necesitan descifrar las preocupaciones de los habitantes de los
suburbios. La presumida ventaja del Partido Republicano sobre estos votantes
descansaba en el supuesto de que los nuevos centros de crecimiento suburbano se
estaban llenando de prósperos profesionales de clase media que, sobre todo, se
preocupan por los bajos impuestos y por que los dejen criar solos a sus hijos.
Muchos suburbios ahora parecen estar llenándose de un tipo social diferente:
padres estresados, preocupados por su asistencia sanitaria, la instrucción
universitaria y pagando sus hipotecas. El científico político Jacob Hacker se ha
referido a esta gente como los “populistas de oficina”, padres que “no están
necesariamente comprando los discursos antisistema contra el libre comercio y la
inmigración…[pero] son escépticos sobre las promesas corporativas y preocupados
por su seguridad. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Apuntar a las preocupaciones de tales personas no es
necesariamente, por supuesto, sinónimo de simpatizar con los reclamos de los
pobres suburbanos. (Como los asaltos contra inmigrantes en Nassau County
muestran, el populismo suburbano puede cortar dos caminos). Ni la afiliación
partidaria de los suburbanitas de bajos ingresos es necesariamente tan fácil de
predecir. En Carolina del Norte conocí mucha gente que estaba furiosa con el
salario mínimo escandalosamente bajo o con el Tratado de Libre Comercio de
América del Norte (TLCAN) [NAFTA, North American Free Trade Agreement], pero
luego me dijeron que eran Republicanos. Otros se quejaban del costo exorbitante
de la asistencia sanitaria –y sobre cómo el gobierno se la está otorgando de
manera gratuita a los mexicanos indocumentados-. Pero había otros que asentían
con la cabeza cuando se les preguntó sobre la afirmación de John Edwards de que
hoy existen dos Américas. “Tenemos dos Américas”, dijo Ada Wells de Rockingham
County, “y ellas no se entienden la una a la otra”. Muchos suburbanitas con los
que he hablado parecen interesados en temas –vivienda asequible, salarios
mínimos más altos, seguridad sanitaria universal- que los Demócratas
progresistas han señalado que deben estar en el centro de la agenda del partido,
y que tanto los “populistas de oficina” de Hacker como la gente que limpia esas
oficinas para vivir tienen interés en ello. Obviamente, los ricos ingenieros
informáticos que llegan a los suburbios podrían seguir más preocupados por los
bajos impuestos. Pero más de la mitad de la gente de los suburbios en
crecimiento no tiene una licenciatura. La población afro-americana en tales
sitios aumentó un 50% en la década de los 90. “Si miras a los suburbios
emergentes, verás que rápidamente se están diversificando”, dice el encuestador
Demócrata Ruy Teixeira“. Y están llenos de gente que no gana mucho dinero”.
</DIV>
<DIV align=justify><BR>Más allá de alterar los patrones de voto, la dispersión
de la pobreza hacia los suburbios tiene el potencial de refutar una idea más
extendida: que los intereses de los suburbanitas y los habitantes de las
ciudades son diametralmente opuestos. Esta ha sido la principal –a menudo
tácita- premisa que guió el desarrollo regional durante décadas, una que jugó un
importante papel en la extensión y segregación residencial. Pero si las ciudades
y los suburbios enfrentan cada vez en mayor medida los mismos problemas, ¿no
tendría sentido para ellos actuar juntos? </DIV>
<DIV align=justify><BR>David Rusk, ex alcalde de Albuquerque y antiguo militante
por un desarrollo regional más equitativo, es de esta opinión. “Para enfrentarse
a los problemas de pobreza y crisis económica que afectan a muchas ciudades y
suburbios, hay conseguir estados que establezcan directivas fuertes orientadas a
equilibrar el desarrollo inmobiliario y alguna forma de coparticipación regional
de impuestos”, dice. Para ilustrar por qué, Rusk cita el caso de la parte sur de
New Jersey, en particular el área que circunda Camden. “Esta es una zona de
aproximadamente 1,75 millones de personas, y los diez municipios con más rápido
crecimiento, en términos de empleo, representan todo el tercer cordón de
suburbios”, dice. “Ellos vieron la creación de alrededor de 42.000 puestos de
trabajo en la década del 90, pero la construcción de sólo 1.200 viviendas de
bajo costo. Mientras tanto, las 10 áreas que fueron las mayores perdedoras de
empleos presenciaron la desaparición de 25.000 puestos de trabajo, pero se
construyeron 16.000 viviendas con precio controlado. Es un espejo opuesto de lo
que se necesita: donde la oferta de trabajo está creciendo, no hay vivienda
asequible para la clase trabajadora. Donde ésta desaparece, la oferta de
vivienda aumenta”. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Rusk ha acuñado un lema que un importante numero de
grupos de apoyo y líderes regionales están comenzando a adoptar: “si eres lo
suficientemente bueno para trabajar aquí, eres lo suficientemente bueno para
vivir aquí”. Es con este principio en mente que los reformadores de New Jersey
están reunidos detrás de la idea de revocar una desagradable práctica conocida
como Acuerdo de Contribución Regional [Regional Contribution Agreement], un
inocuo y rimbombante término para los negocios maquiavélicos que permite un
municipio -típicamente un opulento suburbio de gran crecimiento- para sortear su
obligación de construir viviendas de bajo precio dentro de sus límites pagando a
otra municipalidad (normalmente una pobre ciudad muy necesitada de dinero) para
construir unidades residenciales en su lugar. El no muy sutil propósito es
permitir a los suburbios prevenir que se mude un tipo de gente
“equivocado”. El nuevo gobernador de New Jersey, Jon Corzine ha dicho que piensa
que el Acuerdo es perjudicial pero él ya ha aprobado la legislación introducida
en el Senado estatal que la aboliría. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Aun si Corzine mejorara, tal vez seria ingenuo imaginar
que tales prácticas cesarán del todo: los suburbios fueron creados, después de
todo, precisamente para erigir barreras espaciales entre ricos y pobres. Esto es
seguramente una parte de la razón por la que los nuevos siguen surgiendo en
áreas aún más remotas, lejos del crimen y la miseria (léase, negros y mulatos
pobres). Pero es también un hecho que menos gente rica está encontrando, lenta
pero seguramente, su camino en los suburbios. Jonathan Lange, un organizador con
la Fundación de Áreas Industriales [Industrial Areas Foundation], trabaja en dos
de las áreas más ricas del país: los condados de Maryland’s Howard y Montgomery.
La pobreza en ambos sitios es “discreta, difícil de ponerle las manos encima y
extremadamente difícil de organizar”, dice. Sin embargo, está ahí. No mucho
tiempo atrás, un pastor que Lange conoce descubrió que hay decenas de chicos sin
hogar en Oakland Mills, la escuela secundaria de Howard County. Algunos de ellos
duermen en coches, otros en moteles baratos, le dijo el pastor, una experiencia
inimaginable para muchos de sus compañeros de clase, tal vez, pero
crecientemente emblemático de la población suburbana del día de hoy.<BR><BR>*
Eyal Press es un colaborador de The Nation
<HR>
<STRONG><EM><FONT color=#000080 size=3>Correspondencia de Prensa, difundido por
la red solidaria de información. Los artículos firmados no comprometen la
opinión editorial del boletín. Redacción (Ernesto Herrera). Suscripciones:
</FONT></EM></STRONG><A href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><EM><FONT
color=#000080 size=3>germain5@chasque.net</FONT></EM></STRONG></A>
<HR>
<BR><BR></FONT></DIV></BODY></HTML>