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<BODY bgColor=#ffffff background=""><FONT face=Arial size=2>
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<HR>
</DIV>
<DIV align=center><STRONG><FONT size=4><U><FONT size=5>boletín informativo - red
solidaria</FONT></U><BR><FONT color=#800000 size=6><EM>Correspondencia de
Prensa</EM></FONT><BR>Año IV - 6 de agosto 2007<BR>Redacción y suscripciones:
</FONT></STRONG><A href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><FONT
size=4>germain5@chasque.net</FONT></STRONG></A></DIV>
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<HR>
</DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify><FONT size=3><STRONG>Historia</STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify><FONT size=3><STRONG>Hubo una vez, una revolución en
Alemania</STRONG></FONT></FONT></DIV><FONT face=Arial size=2>
<DIV align=justify><BR><FONT size=3><STRONG><FONT size=2>Dos libros
relativamente recientes nos hablan de esta revolución clave en la historia del
siglo XX. El primero es <EM>La revolución alemana de 1918-1919</EM>, de
Sebastián Haffner (Inédita Editores), el segundo es <EM>Rosa Luxemburgo y Leo
Jogiches</EM>, de Maria Seidemann (Munich Ed), de lectura recomendada para
comprender todos los desastres provocados por su
frustración.</FONT></STRONG> </FONT></DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG><FONT size=3>Pepe
Gutiérrez-Álvarez</FONT></STRONG></DIV>
<DIV align=justify><STRONG></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG>Kaos en la Red</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><A
href="http://www.kaosenlared.net/"><STRONG>http://www.kaosenlared.net/</STRONG></A></DIV>
<DIV align=justify><STRONG>Corriente(al)terna</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><A
href="http://www.espacioalternativo.org/"><STRONG>http://www.espacioalternativo.org/</STRONG></A></DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify>El estallido de la Primera Guerra Mundial fue una tragedia
para los trabajadores. En Alemania, en agosto de 1914, el desencadenamiento del
nacionalismo y del chovinismo no excluye a la socialdemocracia. El
“socialchovinismo” rechazado por los internacionalistas tenía en realidad raíces
bastante profundas en este partido. Su líder y principal fundador, August Bebel,
autor de un magnífico libro sobre <STRONG>La Mujer</STRONG>, había mostrado el
peso de la influencia “patriotera” cuando, ya en 1912 se había declarado
dispuesto a tomar el fusil “para defender nuestro pueblo contra el despotismo:
ruso...”. No se trata de un fenómeno aislado. Mientras que en
las publicaciones del partido y en particular desde la Neue Zeit, el célebre
órgano teórico dirigido por Karl Kautsky, se preconiza constantemente el
internacionalismo, eso sí un poco abstracto, pero eso era muy habitual en todo
el movimiento obrero. La “idea de la nación” se abre también camino en el
interior del movimiento. Algunos intelectuales, agrupados en torno a la revista
Sozialistische Monatshefte, obran activamente en este sentido. Sus principales
representantes, Cohen-Reuss y Joseph Bloch, admiten con cierta reserva incluso
la política colonial del Gobierno y critican únicamente algunos de sus
“excesos”, pero en sus denuncias apuntaban más contra los
británicos. <BR></DIV>
<DIV align=justify>Los trabajadores se encontraban particularmente influida por
la actitud general del partido y de las organizaciones sindicales. El
radicalismo totalmente formal que sigue siendo la línea oficial del movimiento y
que impide que los grandes problemas de la época -la guerra, el imperialismo, el
papel internacional de Alemania- puedan ser cuestionados seriamente (salvo por
algunos muy raros intelectuales) permitirá que este vasto movimiento se
encuentre absolutamente desarmado ante el gran cataclismo que va a trastornar a
la sociedad. Los numerosos cuadros permanentes, sobre los cuales descansaba el
movimiento y que son muy fieles a la organización, se hacen una idea bastante
simple del mundo que les rodea: no piensan, en realidad, que la
socialdemocracia, ante la hostilidad cotidinianamente reafirmada del feudalismo
y de la burguesía, pueda llegar jamás a tomar las responsabilidades de
gobernar.</DIV>
<DIV align=justify><BR>De hecho, casi toda la literatura socialista de la época
testimonia un profundo fatalismo. Los dirigentes del partido permanecen
adheridos al radicalismo verbal, pero también muestran una gran
comprensión frente al “reformismo” cotidiano. Ellos serán los principales
artesanos del repliegue del movimiento sobre sí mismo. De un cierto
aislacionismo: destinado a preservar las organizaciones socialistas y
sindicales. Están preocupados por evitar un choque demasiado brutal con el orden
dominante, de algo incontrolado que les exponga a una verificación de la visión
vaga e idealista de la alternativa que creen representar. Ésta y no otra es su
preocupación esencial. Al mismo tiempo, se conserva cuidadosamente el
vocabulario radical, revolucionario. Esto explica la impresión, para los
observadores de la época, de que este gran movimiento, mantenido firmemente al
margen por las autoridades y denunciado como incurablemente “subversivo”, se
planteaba como tarea inmediata el derrocamiento de las estructuras sociales y de
la sociedad.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Cierto es que, mucho antes del comienzo de la Primera
Guerra Mundial, el ala marxista revolucionaria de la socialdemocracia había
criticado ya violentamente la política del verbalismo, había negado que “el
período tranquilo” pudiese prolongarse eternamente. Dicha corriente
revolucionaria que se inspira, a veces, en las enseñanzas de la revolución rusa
de 1905 y en los enormes movimientos huelguísticos de la época, y se expresa en
dos libros clásicos de Rosa Luxemburgo, <STRONG>Reforma o revolución, y
Huelga de masas, partidos y sindicatos</STRONG>. La dificultad radica en que, al
querer definir de manera más precisa su proyecto revolucionario, a una
dificultad considerable: la de que la sociedad alemana, con todo y ser
retrógrada en sus estructuras políticas, en su comportamiento respecto a las
fuerzas obreras crecientes, está fuertemente marcada por el extraordinario
crecimiento de las fuerzas productivas, por el fantástico desarrollo de la
industria, que proporciona innegables posibilidades de promoción a la clase
trabajadora.</DIV>
<DIV align=justify><BR>La pregunta es, ¿cómo, en estas condiciones, elaborar un
proyecto socialista que se adapte a estas estructuras, y cómo no sucumbir a la
tentación de un revolucionarismo puramente verbal? A esta dificultad objetiva se
encuentra constantemente enfrentada el ala izquierda del partido, obligada, a lo
largo de su tentativa, a admitir su impotencia, ya que el movimiento es
“reformista” en sus profundidades, dispuesto a disolver la contrasociedad que él
forma ya unirse al mundo exterior, es decir, a la sociedad tal como es, a
condición de que se pueda arreglarla e introducir el bienestar y la democracia
política. El fracaso del ala izquierda del movimiento se explica por esta
contradicción entre la voluntad revolucionaria de una minoría débilmente anclada
en la socialdemocracia y la realidad reformista.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Aunque derrotado en los debates teóricos, el curso de los
acontecimientos demostrará que, al contrario que la izquierda, el “revisionismo”
está situado en “el sentido de la historia”. Su creciente implantación se
explica, en lo esencial, la evolución ulterior del movimiento socialista en
Alemania: la adhesión a la guerra, expresión a la vez del deseo de formar cuerpo
con la nación y de la esperanza -o ilusión de aprovecharse de ello en el plano
político y social, despeja el camino para el reformismo, e inaugura al mismo
tiempo la política de la “paz cívica”; es más, el revisionismo práctico ha
acabado desbordando al propio Eduard Bernstein, profundamente pacifista,
debería desaprobar por razones morales la orientación de los dirigentes del
partido como expresión moderada de ciertos socialistas, poco numerosos al
principio, que adoptaron la misma de oposición pasiva. Ni hubo, como lo
creyeron, en especial Lenin que tenía el referente alemán como intachable hasta
1914, una ruptura radical con la tradición. Hubo una ruptura en la
situación, y una continuidad en los métodos. La guerra no hizo sino revelar más
claramente la verdadera orientación del movimiento socialista.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Todavía, a principios de la Primera Guerra Mundial, los
socialdemócratas alemanes estaban desorientados. Ciertamente, durante los años
que precedieron al cataclismo, habían levantado su voz para estigmatizar el
“lenguaje fuerte” de Guillermo II y para denunciar a los ilusos que pensaban que
se iba una “guerra fresca y alegre”. Al igual que los representantes de otros
partidos de la Internacional Socialista, los socialistas germanos habían
prestado toda clase de juramentos por la paz. En todos sus papeles y discursos
afirmaban que se opondrían a la guerra con todas sus fuerzas. Incluso llegarían
hasta desencadenar una huelga general para impedir la “matanza general”. En
Basilea, en 1912, con ocasión de una conferencia internacional de los partidos
socialistas, habían unido sus voces a las de sus camaradas extranjeros en este
sentido, y nadie lo dudó. Pero la historia no fue así. A la hora de la verdad de
agosto de 1914, cuando los acontecimientos se precipitaron de forma trágica y
sorprendente, se puso en evidencia que no existía identidad entre el concepto
teórico y la realidad profunda del movimiento. Su mayoría mostró su tendencia
irresistible hacia la integración.<BR></DIV>
<DIV align=justify>El viejo internacionalismo verbal que predicaba el
entendimiento entre los pueblos, la paz entre los países, el que denunció las
tendencias militaristas y los preparativos de una guerra de anexión, busca su
acomodo entre el torrente monárquico-patriotero. Salvo la minoría
internacionalista, la sociedad de los trabajadores socialistas no se había
preparado por contrarrestar la oleada bárbara que se desencadenó sobre el país.
No supo como oponerse a esta corriente nacional que acabó sumergiendo a todas
las clases, a darla la primacía a los “héroes”, y causar el éxtasis de la
intelligentzia, como sería el caso distinguido del sociólogo Max Weber que habló
“de esta maravillosa guerra”, y del mismísimo Thomas Mann que proclamó que ya no
admitiría más que los “valores alemanes”. Luego, no todos se arrepintieron como
el autor de <STRONG>Los Bundebroock</STRONG>.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Los socialdemócratas y los sindicalistas establecidos,
así como la mayoría de las asociaciones obreras, con algunas excepciones,
se sintieron identificados con el discurso de su portavoz que declaró en los
primeros días en los que se lamenta que las negociaciones no hayan resultado,
para situar la responsabilidad en el enemigo, y acabar hablando de un pueblo que
dará su sangre en la lucha por la libertad. Es más, cuando tienen lugar la
proclamación en favor de la Unión Sagrada, les llega un sentimiento que antes
no tuvo ocasión de manifestarse tan claramente: “Por fin el régimen se
decide a reconocer a nuestro movimiento como a un interlocutor válido», exclama
un diputado socialista. <BR></DIV>
<DIV align=justify>El canciller Bethmann-Hollweg se declaró feliz por la
“evolución de la socialdemocracia”, y no dejó de traslucir su satisfacción.
Explicó que contrariamente a lo que se ha dicho, la socialdemocracia no había
establecido ningún “pacto”, secreto o no, con el Gobierno. No ofreció su apoyo
al esfuerzo de guerra para obtener a cambio la promesa de la creación de “una
Alemania más social y más democrática”. Pura y simplemente, la mayoría del
movimiento obrero alemán, anteriormente rechazado por la jerarquizada sociedad
bismarckiana, considerado como un cuerpo extraño por un régimen dominado
socialmente por los industriales, por los Junker y las antiguas castas
aristocráticas, se aferró ávidamente a la “oportunidad” que les daba la
Historia, de escapar a la marginación política y de formar parte de la
patria. </DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify>Este fue el espíritu con que Ebert, Scheidedemann y Legien,
jefes del partido socialista y de los sindicatos, actuaron en 1914, y lo
seguirían haciendo después. Habían cruzado el Rubicón en un camino opuesto al
del socialismo y la libertad, y se sintieron respaldados por la gran mayoría de
la clase obrera y de sus adheridos. De todos los diputados del Reichstag,
solamente los jóvenes Karl Liebknecht y Otto Rühle, votaron en contra de los
créditos de guerra. La calle estaba literalmente ocupada por la corriente
nacional-imperialista. Los internacionalistas fueron apartados como “lunático”,
como un “cuerpo extraño”. Esta minoría persistió, sin conservar otros apoyos que
los del ala radical del movimiento, enraizada esencialmente en Berlín, en
Bremen, en varias ciudades de Sajonia, y sobre todo en Leipzig. Se había
impuesto la “comunidad nacional”, cuyo elogio hicieron todos los representantes
del Gobierno imperial, los portavoces de todos los partidos, incluyendo ahora el
socialdemócrata. Semejante unanimidad llevó al emperador Guillermo II a
proclamar: “No conozco a los partidos, conozco sólo alemanes". </DIV>
<DIV align=justify><BR>Obviamente, para Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg, esta
actitud de los dirigentes socialistas no podía dejar de aparecer como la
expresión de una traición respecto a los ideales del socialismo, respecto a la
doctrina enseñada a lo largo de todos los años que habían precedido a la
guerra. Pero la gran masa de la clase obrera hizo indiscutiblemente causa
común con sus dirigentes, otra cosa es que esto no les justifica de ninguna
manera. Para los trabajadores menos conscientes, rechazar el orden existente es
una cosa, pero tener que hacer además con los líderes que hasta el momento
habían estado con ellos, resulta doblemente arduo. Está claro que el concepto
de “traidores” resulta insuficiente, no contribuye a la explicación del
porqué ya que el “socialchovinismo” se situaba en todos los niveles, incluyendo
a los socialistas de los demás países. En realidad, la actitud patriótica de la
población obrera, reflejo de su deseo profundo de ser «admitida" en el seno de
la nación y de ser librada de su aislamiento moral, tan difícil de soportar,
fue, al comienzo de la “Gran Guerra”, la expresión más profunda de la mentalidad
dominante en un movimiento más atraído por los cambios parciales que por una
nueva sociedad. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Pero ahora venía otra pregunta, si se trataba de mejores
parciales, ¿en qué la guerra y la Unión Sagrada iban a permitir dichas mejoras,
las reformas sociales y políticas que hasta la derecha repetía?. Salvo los más
lúcidos, todo indica que para la mayoría de los líderes socialistas y burócratas
sindicales, dichas reformas tendrían que llegar. La guerra, que ellos no habían
querido, pero que había aceptado hasta el extremo de convertirse muchos de ellos
en voluntarios entusiastas, tenía que ser para mejorar la situación social,
aunque no se planteaban el precio. Seguían pensando que todo llegaría
gradualmente, ni imaginaban todo lo que estaba por
llegar. <BR> <BR>La guerra y sus
desastres trajeron la revolución. Esta tuvo lugar la semana del 4 al 10 de
noviembre de 1918. El estallido revolucionario alemán, protagonizado por miles
de trabajadores y soldados, supuso de entrada el derrocamiento coyuntural de la
antigua autoridad y su sustitución. Alemania pasó de una dictadura militar a una
república de consejos de trabajadores y soldados, como elementos -todavía
embrionarios, sin un proyecto común como habían sido los soviets en Rusia- de un
nuevo orden. Esa revolución, según Haffner, no fue en primera instancia ni
socialista, ni comunista, aunque ambos partidos estaban en todas partes. Fue
inicialmente republicana y pacifista y, sobre todo, antimilitarista, los
soldados rusos y alemanes confraternizaron en muchos frentes. Alemania estaba
perdiendo la guerra y las ilusiones del verano de 1914 habían dejado paso a un
profundo pesimismo. Los nuevos órganos de gobierno y dirección no eran ni
espartakistas ni bolcheviques, no lo podían ser, el partido de la revolución
estaba muy por debajo de las circunstancias. El papel central lo jugaron los que
inicialmente e4staban en mejores condiciones para hacerlo: los socialdemócratas.
Los mismos que habían apoyado el esfuerzo de guerra.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Medio año después, la revolución, cuyo objeto principal
había sido terminar con la guerra y derrocar al poder militar ya la monarquía
(lo que significaba, de paso, el arrumbamiento de las clases dirigentes), se
había quedado a mitad de camino, sus líderes más reconocidos, Rosa Luxemburgo,
Karl Liebknecht y Leo Jogiches, habían sido asesinados por tropas comandadas por
el “socialista” gustav Noske. No lo hicieron en nombre del pasado, hablaban de
una revolución, otra revolución, la intermedia, la que traería la paz y la
concordia. Lo que sí trajo fue una "ola de derechas" llevaría a ese país primero
a la República de Weimar, y un poco más adelante al III Reich.<BR></DIV>
<DIV align=justify>El historiador alemán Sebastián Haffner -cuya obra Historia
de un alemán fue un éxito impresionante de ventas en su país- explica en su
historia de la revolución que ésta, más que vencida, la revolución fue
traicionada, no fue otra cosa lo que clamaron espartakistas y anarquistas en su
momento. A la pregunta de ¿por quién?, La respuesta es elemental: por los
dirigentes del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), a cuyo frente estaba
Friedrich Ebert y el sanguinario Noske que, según el autor, hubiera estado mejor
alistado en las filas del nacionalsocialismo que en las de la socialdemocracia.
Los mismos que se habían apuntado a la “integración” cuando las calles estaban
llenas de patriotas, lo volvieron a hacer cuando las calles estaban llenas de
trabajadores en armas. Pero su lenguaje era ahora diferente, ahora la
“integración” pasaba por la promesa de una “república socialmente avanzada”, un
recurso que el estalinismo emplearía años más tarde para contrarrestar la
revolución española.</DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify>La historia es conocida por los que nos hemos formado en las
lecturas de la historia social, pero seguro que ya no lo es tanto. El
“socialista” Ebert dijo que odiaba a la revolución "como al pecado",
refiriéndose a la revolución socialista, la misma que teóricamente defendían los
programas y los estatutos de su partido, y de la que se hablaba en los mítines
en los “barrios rojos”. Pero esa revolución era todavía precipitada,
significaba romper con las normas sociales liberales, y con la intención de
encauzarla hacia la nada, los dirigentes de la socialdemocracia prometieron
hasta el último minuto fue para ellos un asunto que había que dejar “para mañana
o pasado mañana”. De momento había que consolidar la democracia, por lo que la
revolución nunca estaba en el orden del día. Cuando los obreros preguntaban,
respondían que la revolución "llegaría" en algún momento; no era algo que se
improvisaba. Había una primera etapa de consolidación democrática, la revolución
llegaría en la etapa siguiente. </DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify>Cuando llegó no la reconocieron. Esta no es. Ante la
incomodidad de la dirección del SPD, Ebert tomo partido de forma visible por el
bando de la restauración del orden, aunque este orden significara el asesinato
de Rosa, Karl y Leo, unos “excesos inevitables” según los actuales historiadores
instalados, nos lo explicaba el amigo Rainer Torsstorff en las jornadas de la
fundación Andreu Nin sobre los hechos de mayo, tan familiares. Ebert y sus
amigos querían salvar exactamente lo que la revolución pretendía destruir: el
antiguo Estado y la antigua sociedad, y se pudieron al frente de la vía
“intermedia” con el apoyo de los Junkers y de la vieja sociedad que había
perdido la iniciativa, y que no tardaría en recuperarla. En dicha recuperación
no se detuvieron hasta que auspiciaron el ascenso del nazismo. En ese tramo
trágico la socialdemocracia jugó la carta “constructiva” y “legal” hasta el
final, hasta el extremo de votar a favor de los plenos poderes que Hinderburg
decidió otorgar a Hitler. Este encabezaba un partido minoritario, nada
comparable a lo que podía haber sido una coalición socialista-comunista, pero
estos últimos -siguiendo los criterios de Stalin- habían optado con hacer antes
la guerra a la socialdemocracia. Lo demás ya se sabe, o se debería
saber. </DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify>Con su libro, Haffner ha tratado de combatir tres leyendas
sobre un acontecimiento histórico que se ha tergiversado. En primer lugar hubo
una auténtica revolución la hubo y, como hemos descrito, la sofocaron Ebert y la
dirección socialdemócrata. La segunda leyenda señala que lo ocurrido en
1918 no fue la revolución proclamada en los cincuenta años anteriores por la
socialdemocracia, sino una revolución bolchevique, una leyenda fraguada por la
historiografía socialdemócrata y retomada oportunistamente por el comunismo
oficial para atribuirse una gloria que no les correspondía; mediaba un abismo
entre los comunistas de principios de los años veinte con el que llevará a cabo
la política del socialfascismo. Los primeros tenían el habito de los debates y
la confrontación de las tendencias, los otros se habían alineado con el
“marismo-leninismo” codificado por los “profesores rojos” al servicio de
Stalin. </DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify>Las mejores páginas del libro de Haffner son las destinadas a
analizar el papel secundario de mitos como Karl Liebknecht, Rosa Luxemburgo y
Leo Jogiches, sobre los que el libro de Maria Seideman ofrece un retrato
fehaciente y emocionante. En ellas describen la ignominia de su asesinato,
y sus dificultades para encabezar el proceso revolucionario. El partido de las
tres L (Luxemburgo, Liebknecht, Lenin), contaba con los mayores símbolos de una
revolución que les había cogido sin tiempo para estar a la altura de las
circunstancias. Este atraso es un factor inexcusable para situarse en los
debates sobre el “leninismo” y el “luxemburguismo”, debate que normalmente se
desplaza hacia las normas organizativas, así lo hace por ejemplo el Daniel
Guerin luxemburguista.</DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify>La tercera leyenda según Haffner fue que la revolución tuvo
la culpa de que Alemania perdiese la guerra y que apuñaló por la espalda al
victorioso Ejército que luchaba en el frente; nada más incierto. La guerra ya
estaba perdida cuando estalló la primera revuelta en Kiel, esta leyenda sin
embargo fue uno de los grandes argumentos del nazismo La gran paradoja fue que
los socialpatriotas, que todavía gozaban del apoyo de la mayoría de la clase
obrera organizada, tuvieron que administrar con lealtad “a las instituciones” la
derrota de un ejército en el que los soldados ya no creían en sus oficiales.
Cuando en 1920 se firma el Tratado de Versalles y la "ola de derechas" se ha
instalado en la sociedad alemana, los socialdemócratas acabarían siendo acusados
de traición por la burguesía contrarrevolucionaria a la que habían salvado de la
revolución. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Recuerdo que hace años, Salvador Giner declaraba que sí
había una corriente política “inocente” de los grandes crímenes del siglo XX,
esa era la socialdemocracia. Obviamente, se olvidaba de la “Gran Guerra” y del
socialimperialismo, de cuando empezó todo. Fueron los principales
responsables del aislamiento de la revolución rusa, o sea del primer factor
generador del estalinismo, y encauzaron hacia la derrota unos procesos
revolucionarios -el de los consejos obreros en Alemania, Hungría e Italia-, que
no acabaron en sistemas democráticos consolidados sino que, por el contrario,
abrieron el camino al nazi-fascismo. Y en prueba de lo dicho, están estos dos
libros a los que el lector puede añadir una amplia bibliografía,
desgraciadamente no siempre asequible, pero a la que me referido en algunos
artículos aparecidos en Kaos, por ejemplo, en las semblanzas biográficas de
Clara Zetkin y Rosa Luxemburgo, y en otro sobre las posiciones de Trotsky ante
el ascenso del nazismo.
<HR>
<STRONG><EM><FONT color=#000080 size=3>Correspondencia de Prensa, difundido por
la red solidaria de información. Los artículos firmados no comprometen la
opinión editorial del boletín. Redacción (Ernesto Herrera). Suscripciones:
</FONT></EM></STRONG><A href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><EM><FONT
color=#000080 size=3>germain5@chasque.net</FONT></EM></STRONG></A>
<HR>
</FONT></DIV></BODY></HTML>