<!DOCTYPE HTML PUBLIC "-//W3C//DTD HTML 4.0 Transitional//EN">
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<BODY bgColor=#ffffff background=""><FONT face=Arial size=2>
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<HR>
</DIV>
<DIV align=center><STRONG><FONT size=4><U><FONT size=5>boletín informativo - red
solidaria</FONT></U><BR><FONT color=#800000 size=6><EM>Correspondencia de
Prensa</EM></FONT><BR>Año V - 25 de octubre 2007<BR>Redacción y suscripciones:
</FONT></STRONG><A href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><FONT
size=4>germain5@chasque.net</FONT></STRONG></A></DIV>
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<HR>
</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG><FONT size=3>1917 - Revolución Rusa -
2007</FONT></STRONG></DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3></FONT></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><FONT size=3><STRONG>Lenin o Kornilov<BR> <BR>O por qué
la democracia-liberal no fue una alternativa histórica en la Revolución Rusa de
1917<BR> <BR>Valério Arcary *</STRONG></FONT><STRONG>
<BR> <BR>Traducción de Ernesto Herrera – Correspondencia de
Prensa</STRONG><BR><BR><BR>En octubre se cumplen noventa años de la revolución
rusa. La efeméride ofrece la ocasión para el resurgimiento de la interpretación
liberal sobre su significado: sus heraldos nos recordarán, en un ejercicio
manipulado de historia contra-factual, que el siglo XX habría sido el palco de
una lucha titánica de la democracia contra los totalitarismos comunista y
fascista. Olvidarán, convenientemente, que sin la revolución de octubre y por
tanto, la existencia de la URSS, sería muy dudoso el resultado de la lucha
contra el nazismo en la Segunda Guerra Mundial. Argumentarán, solemnes, que las
revoluciones serían procesos de transformación, históricamente superados:
habrían sido, finalmente, terremotos convulsivos característicos de naciones con
bajos niveles de educación. Descuidarán, en tanto, que la historia es un proceso
abierto e ininterrumpido, que nos volvió a sorprender con revoluciones
políticas, como nos recuerda la historia de los últimos años en América Latina.
<BR> <BR><STRONG>El siglo del encuentro de la revolución con la
historia</STRONG><BR><BR>La revolución política y social fue el fenómeno
decisivo de la historia contemporánea, desplazando el lugar que, en el pasado,
era ocupado por la guerra. La desigualdad social fue y continúa siendo el mayor
problema de la civilización. Las revoluciones acontecen y continuarán
aconteciendo porque hay injusticia y tiranía en el mundo. La disparidad de las
condiciones materiales y culturales de existencia humana precipitarán,
recurrentemente, crisis sociales que se convierten en crisis políticas. Cuando
las crisis políticas no encuentran una solución en el límite de las relaciones
sociales dominantes, se abre una situación revolucionaria. La revolución rusa de
octubre no fue una excepción. Al contrario, la revolución bolchevique estableció
uno de los paradigmas más longevos del siglo XX e inspiró a varias de las
generaciones socialistas que vinieron después.<BR> <BR>Cambios eran - y
continúan - siendo necesarios. Ninguna sociedad permanece inmune a la presión
por cambios. Pero, las fuerzas de la inercia histórica son proporcionales a la
fuerza reaccionaria de cada época. Un atraso significativo y, muchas veces,
terrible e inevitable entre el momento de la manifestación de una crisis social,
y el tiempo que la sociedad precisa para que sea capaz de enfrentar los cambios
que son indispensables. Las revoluciones no acontecen cuando son necesarias,
sino cuando la presión por la transformación se demostró impostergable. La
historia confirmó que las transformaciones pueden ocurrir por la vía de
reformas, o sea, luchas que resultan en negociaciones y acuerdos transitorios
que mantienen, en la esencia, el orden económico, social y política, o por la
vía de revoluciones. <BR><BR><STRONG>Derrotas históricas, consecuencias
trágicas</STRONG><BR><BR>La vieja máxima que asegura que las revoluciones
tardías son las más radicales, no dejó de confirmarse. Al final de la Primera
Guerra Mundial entran en la ruina, en Europa Central y Oriental, tres imperios -
el ruso, el austro-húngaro y el prusiano - que venían atravesando, sin grandes
convulsiones, el siglo XIX, desde la Santa Alianza anti-republicana y el Tratado
de Viena de 1815. Las formas monárquicas más o menos arcaicas de cada uno de
ellos - expresión de una transición burguesa negociada bajo las cenizas de la
derrota de las revoluciones democráticas de 1848 - fueron destruidas por el
desenlace de la guerra, pero también, por la mayor ola revolucionaria que la
historia había conocido: de Petrogrado a Budapest, de Viena a Berlín, millones
de hombres y mujeres, trabajadores y soldados, atraían para su lado a sectores
de las camadas medias, artistas, intelectuales y profesores, se lanzaron a la
obra de destruir los viejos regimenes de opresión que los tenían aplastados en
la turbulencia del genocidio que acabó consumiendo a cerca de diez millones de
vidas. <BR> <BR>Donde las revoluciones democráticas de 1848 fueron
derrotadas por las viejas monarquías - fortalecidas en la época de la
restauración de 1815 - como en Alemania prusiana y en el Imperio de los
Habsburgos, la tarea de poner fin a la guerra se unió a la proclamación de
la República, pero las fuerzas sociales que impusieron, por los métodos de la
revolución, a la derrota del gobierno - el proletariado y los campesinos
arruinados que constituían la mayoría del ejército - no se conformaron solamente
con la libertades democráticas, se lanzaron en el vértigo de la conquista del
poder con sus esperanzas socialistas. <BR> <BR>Las revoluciones atrasadas
de Europa Central y Oriental se transformaron en revoluciones proletarias
pioneras al final de la Primera Guerra Mundial, pero con la excepción de Rusia,
fueron desbaratadas. Las derrotas históricas, con todo, tienen consecuencias
trágicas y duraderas. El costo histórico, para los alemanes, de la derrota de
sus jacobinos en 1848 fue el militarismo nacionalista del II Reich, el
imperialismo del Kaiser, y la Primera Guerra Mundial. El precio que la nación
alemana pagó por la derrota de su proletariado - el triunfo del nazismo, la
Segunda Guerra y los seis millones de vidas de la juventud alemana - fue todavía
mayor. <BR> <BR><STRONG>Dictadura del proletariado o dictadura
fascista<BR></STRONG> <BR>Donde las formas tiránicas del Estado se
revelaron más rígidas, como en Rusia, la revolución democrática se radicalizó,
muy rápidamente, en revolución socialista, confirmando que las revoluciones no
pueden ser comprendidas solamente por la tareas que se proponen resolver, y
menos todavía por sus resultados, pero, sobre todo, por los sujetos sociales, o
clases, que tuvieran la audacia de hacerlas, y por los sujetos políticos, o
partidos, que fueron capaces de dirigirlas. El sustitucionismo histórico - de
una clase por otra - y la centralidad de la política - con la reducción de los
márgenes de improvisar liderazgos - se demuestran como llaves de explicación de
los procesos revolucionarios contemporáneos. <BR> <BR>No fue la burguesía
rusa que se lanzó a la insurrección para derribar el Estado semi-feudal de los
Romanov en febrero de 1917, pero fue ella quien impidió al gobierno provisorio
del Príncipe Lyov de hacer la paz por separado con Alemania: los capitalistas
rusos se demostraron frágiles para, por un lado, romper con sus socios europeos,
y por otro, para garantizar su dominación a través de métodos electorales en la
República que nacía por las manos de la insurrección proletaria y popular. No
fue la burguesía quien mandó a sus hijos a las trincheras de la guerra para ser
masacrados, sino que ella fue apoyaba a Kerensky, cuando este insistía en lanzar
a los campesinos en ofensivas suicidas sobre el ejército alemán.<BR> <BR>La
presión de Londres y París exigía el mantenimiento del frente oriental, pero la
presión de un proletariado poderoso y combativo - proporcionalmente a una
burguesía con poco “instinto de poder” por su sumisión a la monarquía - exigía
el fin de la guerra; las fuerzas más fuertes de la izquierda socialista -
mencheviques y esseristas - se recusaban a asumir el poder solos, porque no
querían romper con la burguesía, mientras que los bolcheviques - minoritarios
hasta septiembre - se recusaban a colaborar con el gobierno de colaboración de
clases y romper con las reivindicaciones populares. Cuando Kerensky perdió el
apoyo de las clases populares, la burguesía rusa apeló al general Kornilov para
resolver con las armas, lo que no podía ser resuelto con argumentos. La hora de
la Asamblea Constituyente había pasado. La burguesía rusa perdió la paciencia
con Kerensky y rompió con la democracia, dos meses antes que el proletariado
perdiera la paciencia con sus líderes, y recurriera a una segunda insurrección
para terminar con la guerra. <BR><BR>El fracaso del putch selló el destino de la
burguesía rusa. El proletariado y los soldados encontraron en los bolcheviques,
en las horas terribles de agosto, al partido dispuesto a defender con la vida
las libertades conquistadas en febrero. Sin el apoyo de la burguesía y sin apoyo
de las masas, suspendido en el aire, el gobierno de Kerensky - y sus aliados
reformistas - buscó socorro en el pre-parlamento, pero la legitimidad de la
democracia directa de los soviets superaba a la representación indirecta de
cualquier asamblea: el tiempo de las negociaciones con la Entente se había
agotado, la oportunidad histórica para la república burguesa se había perdido.
Ya era tarde. <BR> <BR>El engranaje de la revolución permanente empujaba a
los sujetos sociales interesados en el fin inmediato de la guerra - la mayoría
del ejército y de los trabajadores - hacia una segunda revolución y operaba a
favor de los bolcheviques que, en el espacio de pocos meses, vieron como se
agigantaba su influencia. El proletariado y los campesinos precisaron los meses
que separaban febrero de octubre, para perder las ilusiones en el gobierno
provisorio - donde los partidos en que depositaban sus esperanzas, mencheviques
y esseristas, eran incapaces de garantizar la paz, la tierra y el pan – y
entregar su confianza a los soviets donde el liderazgo de Lenin y Trotsky se
afirmaba.<BR><BR>Martov, líder de los mencheviques internacionalistas y Kautsky,
líder de la socialdemocracia alemana, insistirán en los años siguientes, que la
insurrección de octubre había sido una aventura voluntarista. Sería más
razonable, en tanto, concluir que una duda bolchevique en octubre, o su derrota
en la guerra civil entre 1918-1920, habría llevado al poder - apoyado por las
democracias de Washington y Londres - a un fascismo ruso, y nadie quisiera
imaginar lo que podría haber sido un “Hitler” en el Kremlin.
<BR> <BR><STRONG>Revolución europea y contra-revolución
fascista</STRONG><BR><BR>Once años después del fin de la Primera Guerra Mundial,
cuando se precipitó la crisis catastrófica de 1929, ya era claro que la
alternativa colocada delante de aquellas naciones era, tan solamente, entre un
gobierno de los soviets o una dictadura fascista, pero la revolución socialista,
paradójicamente, acabó triunfando apenas en el más atrasado de los viejos
imperios europeos. La ola revolucionaria que sacudió al continente al final de
la guerra - iniciada en 1917 con la caída del Zar, y derrotada en Alemania en
1923 - fue los suficientemente fuerte para bloquear la violencia sin cuartel -
una guerra “total” contra la dictadura del proletariado como el joven Winston
Churchill llegó a defender - y preservar la joven República de los trabajadores
por algunos años, pero insuficiente para impedir su aislamiento
internacional.<BR> <BR>En la secuencia de la crisis de 1929, una segunda
ola revolucionaria golpeó la dominación capitalista hasta sus cimientos,
teniendo como epicentro, por primera vez, una onda que unió a Europa del
Mediterráneo con la lucha en Europa Central y más de una vez, el destino de la
revolución mundial fue depositado sobre los hombros de la clase obrera alemana.
La fuerza y coraje de los trabajadores germánicos fueron en vano: sus
organizaciones dirigentes se demostraron incapaces de la más elemental unidad
delante del peligro nazista, y su derrota abrió el camino para que Franco
triunfase en las trincheras de la Guerra Civil española.<BR> <BR>En la
historia, lo que no avanza, tiente a retroceder. La primera onda de la
revolución mundial obtuvo la mayor victoria del movimiento obrero - la
existencia de la URSS - pero, al diferir para el futuro la hora de los combates
decisivos en Berlín, permitiendo así la reconstrucción del capitalismo alemán
bajo las ordenes de Hitler, favoreció las condiciones que terminaron resultando
en la Segunda Guerra Mundial y, finalmente, en la invasión de los ejércitos
nazistas hasta las puertas de Petrogrado. Se colocó en riesgo mortal, en 1941,
todo lo que se había conquistado en 1917. La derrota de la revolución alemana en
1923, estuvo en la raíz del aislamiento internacional que favoreció el proceso
de burocratización de la URSS, y la victoria de la fracción de Stalin dentro de
la III Internacional. La derrota de la revolución alemana en 1923, invirtió la
relación de fuerzas entre revolución y contra-revolución en toda Europa y
amenazó la propia existencia de la URSS. En 1942, el mapa de Europa era dominado
por el Imperio nazista. Pero, sin la revolución de Octubre, sería impensable la
movilización que permitió la derrota del ejército alemán en Stalingrado, el
inicio del colapso del nazi-fascismo, una victoria sobre la barbarie sin la cual
la segunda mitad del siglo XX sería impensable.<BR><BR><STRONG>Regimenes
democrático-liberales y pacto social</STRONG> <BR><BR>Al final de la Segunda
Guerra Mundial, los proletariados francés e italiano llevaron la batalla final
contra el nazi-fascismo al lado de los pueblos de los Balcanes, pero, al
contrario de Yugoslavia y Albania, donde el capitalismo fue derrocado, en París
y Roma se establecieron regimenes democrático-liberales, en tanto en Madrid y
Lisboa las dictaduras de Franco y Salazar fueron apoyadas por Estados Unidos, y
se perpetuaron hasta los años `70. La consolidación de los regimenes
democrático-liberales en Europa Occidental, en los treinta años siguientes, sólo
fue posible bajo las cenizas de la Segunda Guerra Mundial, y en función de la
ola revolucionaria que derrotó al nazi-fascismo. <BR> <BR>Las burguesías
norteamericana y europea tomaron lecciones del período histórico anterior: los
métodos de la reacción - o concertación - podían ser menos costosos que los
métodos de la contra-revolución. No fue el vigor económico del capitalismo que
permitió la negociación del pacto social de pos-guerra, sino, fundamentalmente,
al revés. En rigor, el crecimiento económico bajo el capitalismo no fue nunca
causa suficiente de distribución del ingreso o, menos todavía, factor suficiente
para la extensión universal de los derechos sociales. Así como las revoluciones
ocurrirán donde los cambios por reformas fueron postergados, la conquista de
reformas fue posible después que las clases dominantes comprendieron que era
mejor negociar concesiones, de que tener que enfrentar revoluciones. La
explicación para la relativa prosperidad de las sociedades de los Estados
centrales, en los treinta años entre 1945 y la primera crisis mundial en
1973/74, reposó más en factores político-sociales, o sea, la lucha de clases, de
que económicos o tecnológicos. <BR> <BR>La disminución de las desigualdades
sólo ocurre, históricamente, por medio de las negociaciones cuando la
combinación, hasta hoy muy excepcional, de alarma delante de la posibilidad de
una revolución social y desarrollo económico, lleva al capital a hacer
concesiones al trabajo. El capital nunca cede reformas al movimiento de los
trabajadores, ano ser cuando se siente amenazado. Así como la integración de los
partidos comunistas a los regimenes democráticos burgueses fue un factor
de contención de la protesta social, evitando la precipitación de situaciones
revolucionarias, la existencia de la URSS y las circunstancias de la Guerra Fría
fueron un factor que presionó en el sentido de reformas en Europa. Las
conquistas del pacto social de pos-guerra en el Occidente europeo - pleno
empleo, y universalización de la salud, educación, etc. - sería inexplicable, en
tanto, sin la revolución de octubre. <BR> <BR>Inversamente, donde el
peligro de revoluciones ha sido superado – por ejemplo, los fascismos ibéricos –
las reformas no vinieron. Cuando, finalmente las dictaduras cayeron, primero en
Lisboa en 1974, bajo el impacto de la guerra anti-colonial en Africa y, después
en Madrid, en función de la nueva situación europea abierta por el Mayo francés
de 1968, el costo histórico que sus pueblos sufrieron por causa de las
dictaduras seniles, se revela devastador: en Portugal, millares de vidas
sacrificadas en vano, en la tentativa históricamente condenada, de preservar un
Imperio obsoleto; en España, el oscurantismo cultural de una generación y de una
tal decadencia económica y atraso en relación a los países europeos, que llevó a
la emigración en masa de la juventud. <BR><BR><STRONG>La revolución dejó su obra
incompleta delante del futuro</STRONG><BR> <BR>La revolución portuguesa
confirmó, una vez más, el padrón histórico: sin la presión de la disposición
revolucionaria de la lucha de los trabajadores y sus aliados, no se conquistan
ni siquiera reformas. Pero, las revoluciones abortadas dejan por el camino, sin
solucionar, problemas que la generación siguiente tendrá que enfrentar en
condiciones todavía más adversas.<BR><BR>Así como al final de la Segunda Guerra
Mundial, cuando la onda revolucionaria europea anti-nazi llevó al
desmoronamiento del régimen de Vichy, no fue lo suficiente para liberar a las
colonias, como Argelia y Vietnam y, por eso, la juventud francesa fue a morir en
vano, por millares. La onda revolucionaria conjunta de la revolución
anti-colonial en Africa - la resistencia de los Movimientos de Liberación
Nacional en Angola, Guinea-Cabo Verde y Mozambique - y de la revolución
democrática en la metrópoli, fue suficiente para derrumbar el régimen fascista,
e hizo temblar con tal intensidad la dominación burguesa en Portugal, que
despertó al proletariado del Estado español, pero sucumbió ante los regimenes
democráticos-liberales improvisados después de la derrota del 25 de noviembre en
Lisboa, y del Pacto de la Moncloa en Madrid, con el socorro de Londres, París,
Berlín, intermediado por Estados Unidos.<BR><BR>Este curso de la historia -
revoluciones abortadas y estabilización de los regimenes democrático-liberales
que garantizan la perpetuación del capitalismo se repitió esta vez en América
Latina, en el inicio de los años `80, cuando el impacto del agotamiento de las
dictaduras militares - surgidas, en los años `60, como respuesta de la
contrarrevolución a la victoria de la revolución cubana - producido por el
choque económico por la deuda externa, la derrota de la dictadura argentina en
la Malvinas, y la resistencia del proletariado brasilero, argentino y uruguayo.
Otra vez, volvió a presentarse el desafío de las revoluciones democráticas y
antiimperialistas: aceptar los límites políticos y sociales que las burguesías
dependientes exigían para la concertación de regímenes democrático-coloniales -
la conservación del lugar semi-colonial de estas naciones en el mercado mundial
- o ir más allá, desafiando el orden capitalista en el Cono Sur.<BR><BR>Las
movilizaciones que derrotaron a Galtieri en Buenos Aires en 1982, a la dictadura
uruguaya en 1983-1984, y a Figueiredo en Brasil en 1984, fueron de masas y
enormes, lo bastante para conquistar las libertades democráticas para que los
trabajadores se pudieran reorganizar y resistir a los planes de
sobre-explotación de Alfonsín, Sanguinetti y Sarney, pero no fueron suficientes
para derrotar los planes de estabilización de los regímenes
democrático-liberales. En conclusión: la dinámica de la decadencia
económico-social del continente no fue revertida y la recolonización avanzó.
<BR><BR><STRONG>La alternativa de octubre: capitalismo o
socialismo</STRONG><BR> <BR>El balance que la historia dejó parece
irrefutable: si hasta Alemania, la más desarrollada y educada de las naciones
europeas no escapó de la dictadura nazista, sería superficial y hasta, tal vez,
ingenuo, imaginar a la atrasada Rusia semi-asiática consolidando un régimen
democrático-liberal al final de la Primera Guerra Mundial. Son variadas las
razones que explican esa imposibilidad en Rusia, al contrario de lo que
aconteció, posteriormente, en Europa del Mediterráneo en 1945, en Portugal y
España entre 1975 y 1978, o en América Latina entre 1982 y 1985.<BR> <BR>En
las condiciones después de la caída del Zar, en febrero, la burguesía no estaba
dispuesta a romper sus relaciones con Londres y París e iniciar un proceso de
paz por separado con Berlín, pero, sin la paz, la burguesía no podía imaginar la
convocatoria de las elecciones para la Asamblea Constituyente. Al llegar más de
medio siglo atrasada al proceso de industrialización, y al haberse insertado en
el sistema internacional como potencia semi-periférica - imperialista en
relación a sus colonias en el Cáucaso y en Asia, pero sub-metrópoli en relación
a Francia e Inglaterra - la burguesía rusa se había asociado a los capitales
extranjeros para financiar la implantación de su parque industrial. <BR><BR>La
consolidación de una democracia-liberal, presuponía la convocatoria de
elecciones en una situación en que la legitimidad de la voluntad popular había
encontrado su representación en los soviets, donde el principal partido burgués,
el Kadete, no tenía expresión. La fuerza del proletariado en movimiento imponía
una fuerte presencia de los partidos socialistas moderados, mencheviques y
esseristas, en los variados gobiernos provisorios, pero, así como Miliukov no
estaba dispuesto a romper con la Entente, estos partidos no estaban dispuestos a
romper con la burguesía, llevando primero al Príncipe Lyov, y después a
Kerensky, al impasse crítico. Al exigir de las masas que hicieron la revolución
contra el Zar para liberarse de la guerra, que prolongasen la guerra para
conseguir la Constituyente (y la promesa secular de tierra, liberación nacional
para los ucranianos, bálticos, caucasianos y asiáticos), sucesivas crisis
políticas se fueron precipitando vertiginosamente hasta la crisis
revolucionaria, después de la derrota del golpe de Kornilov. <BR><BR>Sin
embargo, retrospectivamente, queda la cuestión de saber por qué la primera mitad
del siglo XX fue tan diferente a la segunda mitad: por qué las burguesías
europeas se lanzaron a la aventura de resolver su disputas manu militari en
1914, en lugar de articular una división compartida y, en gran medida,
complementaria del mercado mundial como Estados Unidos lo consiguió después de
1945. O por qué la burguesía alemana no dudó en recurrir a Hitler ante el
peligro de la revolución alemana, mientras que las burguesías francesa e
italiana lograron, después de 1945, consolidar sus repúblicas
democrático-presidencial y parlamentaria, a pesar de tener que enfrentar a dos
proletariados tan o más poderosos que el proletariado ruso de Petrogrado o
Moscú. <BR> <BR>La respuesta a estas preguntas nos remite,
indefectiblemente, a la revolución de Octubre, porque el mundo, tal cual lo
conocieron las últimas cuatro generaciones, sería inexplicable sin la victoria
bolchevique de 1917. El primero y más importante factor a ser considerado, es
que la revolución rusa demostró que el movimiento obrero moderno era una clase
suficientemente fuerte - objetiva y subjetivamente - para arrastrar tras de sí
la voluntad de la mayoría de la nación y triunfar en la lucha por el poder.
Antes de Octubre, la única revolución proletaria había sido la efímera
experiencia de la Comuna de París de 1871. Después de la revolución rusa,
la política mundial ya no podría ser considerada, solamente, como una disputa de
posiciones de fuerza entre Estados imperialistas en el sistema
internacional.<BR> <BR>La existencia de la URSS, en tanto el régimen de la
dictadura revolucionaria internacionalista mantuvo el compromiso de incentivar
la revolución mundial, pasó a ser una amenaza a la preservación del capitalismo.
La lucha de clases pasó a un grado más elevado de intensidad, y el movimiento
socialista internacional adquirió el estatuto de un protagonista de primera
línea, capaz de desestabilizar la dominación burguesa en las metrópolis
imperiales y de apoyar política y materialmente, la resistencia de los pueblos
oprimidos en naciones coloniales y semi-coloniales. <BR> <BR>La victoria de
Octubre fue, con todo, también, efímera. Tal como habían previsto Lenin y
Trotsky, se reveló imposible un proceso de transición al socialismo sin una
victoria de la revolución alemana. Las condiciones de aislamiento y atraso ruso,
explican el avance de la reacción interna que acabó dando un salto en cualidad y
degenerando en un proceso de contra-revolución burocrática. <BR><BR> Sería
imposible explicar el triunfo de la revolución de Octubre 1917, sin considerar
las secuelas de la Primera Guerra Mundial y la fragilidad del sistema de Estados
en Europa: al final, Alemania ansiaba una paz por separado y la consiguió. Por
la misma razón, sería muy difícil explicar la decisión de Mao y de la dirección
del PC de China, de llevar la guerra contra Chiang Kai Chef en 1949, hasta el
final, sin considerar el cuadro de las relaciones de fuerzas en el sistema
internacional de Estados después de la entrada del Ejército Rojo en Berlín.
Sería, también, imposible comprender la decisión de Fidel Castro, hasta entonces
un líder nacionalista, de no aceptar los ultimatuns norteamericanos en 1961, sin
considerar que la perspectiva de alineamiento con la URSS ofrecía un bloque de
alianzas en el sistema internacional de Estados. En una palabra, Octubre fue la
revolución que cambió el mundo. <BR><BR> <BR>* Militante del Partido
Socialista de los Trabajadores Unificado (PSTU) de Brasil. Historiador y miembro
del consejo editorial de la revista marxista Outubro. Autor de “O encontro da
revoluçao com a Historia. Socialismo como projeto na tradiçao marxista”. (El
encuentro de la revolución con la Historia. Socialismo como proyecto en la
tradición marxista). Editorial Sundermann y Xama editores, Sao Paulo, 2006.
Artículo publicado en el sitio web del PSTU: <A
href="http://www.pstu.org.br/">http://www.pstu.org.br/</A></DIV>
<DIV align=justify><BR> <BR><STRONG><U>Referencias
bibliográficas</U></STRONG><BR><BR>BENSAÏD, Daniel. La discordance des temps:
essais sur les crises, les classes, l’historie. Paris: Les Éditions de la
Passion, 1995.<BR>CHURCHILL, Sir Winston, Memorias, Barcelona: Orbis,
1985.<BR>COLLETTI, Lucio. El marxismo y el derrumbe del capitalismo. México:
Siglo XXI, 1985. <BR>DRAPER, Hal. Karl Marx’s theory of revolution. v. 2. Nova
York: Monthly Review Press, 1978. <BR>FURET, François. O passado de uma ilusão.
São Paulo: Siciliano, 1995.<BR>HOBSBAWM, Eric. Era dos extremos: o breve século
XX, 1914-1991. São Paulo: Companhia das Letras, 1996.<BR>TROTSKY, Leon. Historia
de la revolución rusa. Bogotá: Pluma, 1982.</DIV>
<DIV align=justify>
<HR>
</DIV>
<DIV align=center><STRONG><FONT color=#000080 size=4><EM>Correspondencia de
Prensa - boletín informativo - red solidaria<BR>Ernesto Herrera (editor):
</EM></FONT></STRONG><A href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><FONT
color=#000080 size=4><EM>germain5@chasque.net</EM></FONT></STRONG></A></DIV>
<DIV align=justify>
<HR>
</DIV></FONT></BODY></HTML>