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<HR>
</DIV>
<DIV align=center><STRONG><FONT size=4><FONT size=5><U>boletín informativo - red
solidaria</U></FONT><BR><FONT color=#800000 size=6><EM>Correspondencia de
Prensa</EM></FONT><BR>Año V - 5 de diciembre 2007<BR>Redacción y suscripciones:
</FONT></STRONG><A href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><FONT
size=4>germain5@chasque.net</FONT></STRONG></A></DIV>
<DIV align=justify>
<HR>
</DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>Bolivia</FONT></STRONG></DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3></FONT></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>El espíritu de la revuelta
*</FONT></STRONG></DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3></FONT></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>Adolfo Gilly</FONT></STRONG></DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>Primera Parte</FONT></STRONG></DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG>La Jornada, México, 3-12-2007</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><A
href="http://www.jornada.unam.mx/"><STRONG>http://www.jornada.unam.mx/</STRONG></A><BR><BR><BR>A
la mitad de octubre de 2003 en Bolivia llevaba ya muchos días la insurrección
popular de El Alto, población indígena, trabajadora, campesina, migrante,
comerciante, unas 800 mil personas en total. Los alteños insurrectos controlaban
la entrada principal a la ciudad de La Paz, 400 metros más abajo, e impedían el
vital abastecimiento en combustible a la capital de la República. El gobierno,
cercado, decidió romper el bloqueo con un convoy militar que se abrió paso
camino arriba, abriendo fuego y matando gente por decenas. Así despejó la ruta
para que bajaran los camiones tanque.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Los alteños recogieron a sus muertos, los velaron en los
hogares y las iglesias, y dijeron “ya basta”. A fuerza de brazos de hombres y de
mujeres, de jóvenes y de viejos, sacaron de sus rieles en la estación
ferroviaria varios vagones de carga y los empujaron hasta hacerlos caer, muchos
metros más abajo, atravesados en la carretera que trepa desde La Paz a El Alto,
esa misma por donde habían subido los camiones con soldados para abrir camino al
combustible: “¡Basta, por aquí no pasa más nadie!”</DIV>
<DIV align=justify><BR>Al día siguiente empezaron a bajar, por decenas y tal vez
por cientos de miles, a ocupar la ciudad de La Paz, mientras desde los valles
del extremo opuesto de la capital subían otras interminables columnas de indios
con el mismo propósito: tomar la capital y derribar al gobierno criollo y
masacrador de Gonzalo Sánchez de Lozada. Para ese entonces, la población de
clase media de La Paz apoyaba a los insurrectos de El Alto y exigía el cese del
fuego. El ejército ya no osó seguir matando. El gobierno cayó y el presidente
González de Lozada huyó a Estados Unidos.</DIV>
<DIV align=justify><BR>La historia de esta fracción de tiempo que estalla fuera
del tiempo cotidiano como una especie de viraje del destino, de ese tiempo
instantáneo que se llama revolución, la historia de su pasado, de sus ancestros,
de sus protagonistas y de sus motivos y razones, es lo que relata este libro de
Forrest Hylton y Sinclair Thomson, ellos que estuvieron allí mientras todo eso
sucedía y que habían pasado años de sus vidas estudiando las revoluciones y
revueltas indígenas bolivianas.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Una revolución clásica, apenas al inicio del siglo XXI,
ha tenido lugar en Bolivia, en un ciclo de rebelión popular iniciado con la
“guerra del agua” en el año 2000. Ese ciclo culminó en las insurrecciones indias
de 2003 y 2005, las cuales por dos veces tomaron la ciudad capital e impusieron
una elección presidencial extraordinaria en diciembre de 2005. En ésta, por
mayoría absoluta de votos y por primera vez en la historia boliviana, un
dirigente indio fue llevado a la Presidencia de la República.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Este libro tiene la certeza y la osadía de afirmar que lo
sucedido es una revolución, y lo demuestra haciendo historia, análisis y
crónica. Una revolución, eso que ya no existía, una revolución violenta y
liberadora como todas las revoluciones que en la historia han sido, hela aquí
otra vez trayendo una vez más desde el agravio y desde el pasado el espíritu de
la revuelta.</DIV>
<DIV align=justify><BR>* * *<BR></DIV>
<DIV align=justify>Tras la crónica del ciclo ascendente de movilizaciones
populares desde el año 2000 en adelante que condujeron a este desenlace, Hylton
y Thomson van a buscar sus raíces, presagios y precursores en los tiempos largos
de la historia.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Bolivia es un país indio, donde dos tercios de la
población se reconocen y se declaran aymara, quechua, guaraní o de alguna otra
población indígena, gobernado desde la Conquista española en el siglo XVI por
una minoría blanca y mestiza. Desde entonces, la relación entre gobernantes y
gobernados y entre dominantes y subalternos tiene un rasgo específico, indeleble
como el color de la piel: al igual que en el resto del universo colonial que en
aquel siglo nació, se conformó como una opresión y una subalternidad
racial.</DIV>
<DIV align=justify><BR>La primera gran insurrección indígena contra esa
dominación, que antecedió a la guerra de Independencia, fue encabezada en 1781
por Tupaj Katari. Los ejércitos indios pusieron un prolongado cerco a la ciudad
de La Paz, que sólo pudo ser roto por la llegada de tropas enviadas desde la
capital del Virreinato, la lejana ciudad de Buenos Aires.</DIV>
<DIV align=justify><BR>La derrota no borró la memoria: ni en los indígenas, que
supieron desde entonces que una vez habían puesto sitio a la Ciudad de los
Señores; ni en la minoría blanca y mestiza, en la cual por generaciones
sucesivas, y hasta hoy, se trasmitió el temor –negado, pero siempre vivo bajo el
umbral de la conciencia– de un nuevo cerco a su ciudad por las ilimitadas
poblaciones de piel oscura.</DIV>
<DIV align=justify><BR>En abril de 1952 estalló una insurrección popular y
minera en defensa de una elección presidencial escamoteada por la oligarquía
dominante. Conocida desde entonces como “la revolución de abril”, tomó la ciudad
de La Paz, dispersó al ejército, derribó al presidente y estableció un gobierno
mestizo que nacionalizó las minas –entonces la principal industria boliviana–,
dictó una reforma agraria y tuvo que convivir por años con el poder paralelo de
los sindicatos mineros, fabriles y campesinos, sus milicias armadas y sus radios
comunitarias. Mineros, fabriles y campesinos, por supuesto, eran indios y en los
idiomas indígenas solían discutir en sus asambleas y conversar en sus casas y en
sus fiestas.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Tras largas vicisitudes y tenaces resistencias, desde los
años 80 del siglo XX el nuevo poder del mundo neoliberal reorganizó Bolivia,
cerró las minas, desmanteló los sindicatos, dispersó a los trabajadores y a sus
poblaciones. La revolución de abril quedó como una referencia en la historia. El
orden había sido restablecido. Los indios estaban otra vez en su lugar.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Pero como en toda dominación de raíz racial, la ideología
nacional y su simbología compartida entre dominadores y subalternos era apenas
una delgada capa formal, la hegemonía era una cubierta frágil y quebradiza. Por
debajo vivía la siempre persistente y vasta comunidad humana de los indígenas,
esos mundos de la vida bolivianos que el cineasta Jorge Sanjinés llamó “La
nación clandestina”. Desde Tupaj Katari, y aún desde antes, esos mundos nunca
dejaron de aparecer, aquí y allá, y de resquebrajar la superficie de la
dominación con revueltas locales y violentas, rápidamente sofocadas y castigadas
pero no olvidadas.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Esa nación negada por la República liberal era casi
invisible también para la izquierda republicana, que la confundía con las
ubicaciones indias en la economía y en la sociedad: campesinos, obreros
fabriles, mineros, pequeños comerciantes, artesanos. No alcanzaba así a ver su
antiguo lugar en el mundo colonial que bajo la República persistía: indios,
pueblo del color de la tierra, aymaras, quechuas, guaraníes, urus, esos que en
las orillas del lago Titicaca afirman ser los más antiguos entre los
humanos.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Cada vez que el país que hoy se llama Bolivia se pone en
movimiento vuelve a aparecer esa nación clandestina o, más bien, se hace
violentamente visible y audible, como lo quería Edward P. Thompson, en los
lugares protagónicos de la escena, antes ocupados por el bullicio de los
políticos, los burócratas, los militares, los inversionistas y sus
letrados.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Así se hizo presente en octubre de 2003, cuando bajaron
sobre La Paz y la tomaron enarbolando sus banderas y sus símbolos y poniendo por
delante sus cuerpos y sus muertos, según refieren de esos días Thomson y
Hylton:</DIV>
<DIV align=justify><BR>Iniciado en Warisata en septiembre y prolongado hacia El
Alto en octubre, el duelo por los mártires fue el tiempo para expresar el dolor
y la furia, para fortalecer los ánimos mediante el ritual y la reflexión, y para
dedicar la continuación de la lucha a aquellos que habían perdido sus vidas. Los
mártires dieron también un nuevo ejemplo de patriotismo indígena en Bolivia,
pues los aymaras eran quienes defendían la nación contra el control
extranjero.<BR>Revolutionary Horizons nos habla de las continuidades y las
rupturas en el tiempo, de la crueldad y la fragilidad de la dominación colonial
interna, del despojo secular y de la explotación impía, de la herencia
inmaterial de memorias y experiencias, de cómo el espíritu de las revueltas ha
seguido trasmitiéndose por generaciones a través de las protestas, la
clandestinidad de masas, la vida cotidiana en la discriminación y la
diferencia.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Así nos lo dicen los autores:</DIV>
<DIV align=justify><BR>En este libro, nos referimos a los “horizontes”
revolucionarios no sólo como las perspectivas de hombres y mujeres del pasado
que divisaron las posibilidades de trasformación social en el porvenir. Pues la
expresión tiene también otro significado. En un sitio arqueológico, los
sucesivos estratos del terreno y los restos de asentamientos humanos que a
través de una excavación cuidadosa van apareciendo, se llaman “horizontes”.
Presentamos entonces este trabajo como una excavación de la revolución andina,
cuyos sucesivos estratos de sedimentación histórica conforman el subsuelo, la
tierra, el paisaje y las perspectivas para la actual lucha política en
Bolivia.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Entonces la revolución de octubre de 2003 y su secuela,
la revuelta india de junio de 2005 sobre La Paz, se presentan como la
condensación de toda la experiencia pasada, de la ira, de las humillaciones, de
los deseos. Un estallido que resuena, una iluminación que un instante
resplandece, una fractura en los tiempos cotidianos en la cual se arremolinan y
confunden el tiempo lineal, el tiempo circular y el tiempo mesiánico. Esa
fractura temporal pasa y no dura. Pero sus resonancias y disonancias nunca
terminan de apagarse, como viene a saberse según trascurren los años y las
vidas, nos dicen al final de su libro Thomson y Hylton.</DIV>
<DIV align=justify><BR>* Prólogo a Forrest Hylton y Sinclair Thomson,
Revolutionary Horizons–Popular Struggle in Bolivia, Verso, Londres, 2007</DIV>
<DIV align=justify>
<HR>
</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG><FONT size=3>Segunda y última
parte</FONT></STRONG></DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3></FONT></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify>
<DIV align=justify><STRONG>La Jornada, México, 4-12-2007</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><A
href="http://www.jornada.unam.mx/"><STRONG>http://www.jornada.unam.mx/</STRONG></A></DIV></DIV>
<DIV align=justify><BR> </DIV>
<DIV align=justify>Una revolución victoriosa, como la del octubre boliviano,
implica un cambio de fondo en las instituciones y en el mando político. Es
cuanto advino en las elecciones presidenciales de diciembre de 2005 y en la toma
de posesión del presidente indio Evo Morales en enero de 2006. Pero mando
político emergente y revolución que lo suscita, si bien conexos, son dos
fenómenos en sustancia diferentes.</DIV>
<DIV align=justify><BR>El nuevo poder es un resultado de la revolución, pero no
es su encarnación. En las reflexiones finales de su libro Revolutionary Horizons
– Popular Struggle in Bolivia, Forrest Hylton y Sinclair Thomson abordan esta
cuestión crucial.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Los pueblos no van a una revolución en pos de una imagen
de sociedad futura, anotaba León Trotsky, sino porque la sociedad presente se
les ha vuelto insoportable. Su revuelta se nutre de la imagen de los antepasados
esclavizados, no del ideal de los descendientes liberados, escribía Walter
Benjamin.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Una revolución significa que nada volverá a ser como
antes en los espíritus de los vivos y en sus mutuas relaciones; pero es también
un homenaje a los muertos, un rescate de la memoria y de los penares de los
antepasados humillados, una renovación del propio universo simbólico. Por eso
ella repercute tanto en el territorio como en los tiempos venideros. Pero su
duración es corta. Y si bien, cuando logra vencer, engendra un nuevo mando
político, la insurrección no se encarna ni se prolonga en él y la fractura
temporal se cierra: “mais il est bien court le temps de cerises”. Se trata
entonces de otro tiempo sucesivo, aun cuando el nuevo mando pueda continuar
afirmando: “La revolución soy yo”.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Discutir y sopesar la composición y los cambios
ulteriores en los mandos políticos surgidos de una revolución tiene importancia.
Pero subsumir allí su análisis y su significado es extraviar el camino y
adentrarse en un teatro de sombras. Suelen hacerlo quienes, ellos mismos, sin
sospecharlo van siendo también sombras de la vida verdadera que prosigue en otra
parte, lejos de ellos.</DIV>
<DIV align=justify><BR>La historia de las revoluciones suele ser tratada como la
de su consolidación en tanto nuevo orden. En otros términos, la revolución
habría sido un preludio necesario para ese orden. No es de este modo como este
libro considera a esta tercera revolución boliviana que inauguró en el altiplano
el siglo XXI.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Thomson y Hylton conceden toda su importancia al hecho de
que la existencia del Movimiento Al Socialismo (MAS), encabezado por Evo
Morales, pudiera dar un canal y un instrumento político a la insurrección
popular cuyos protagonistas fueron los movimientos populares y sociales. Pero
anotan:</DIV>
<DIV align=justify><BR>“Morales y el MAS, antes que dirigirlas, más bien fueron
a la cola de la insurrección de 2003 y 2005. Y en el terreno electoral, Morales
y el MAS han funcionado como el único vehículo efectivo para la articulación
nacional de los heterogéneos movimientos.”</DIV>
<DIV align=justify><BR>Sin embargo esto no autoriza a esa dirección, continúan
diciendo, para sostener que en lo sucesivo los sectores indígenas no necesitan
tener una representación especial como tales (por ejemplo, en la Asamblea
Constituyente), con el argumento de que “ya han logrado representación –a través
del MAS”. En lugar de continuar en resistencia, prosigue el argumento oficial,
esos sectores “necesitan ubicarse en este nuevo tiempo, el de ocupar estructuras
de poder”.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Ambos historiadores se inscriben contra tal argumento:
“Cualquiera fuese su intención, tales declaraciones desautorizaban,
marginalizaban y silenciaba las demandas indígenas. Era un nuevo ejemplo de la
condescendencia que ha infestado históricamente las relaciones entre los indios
y la izquierda y que ha impulsado a los activistas indios hacia posiciones más
radicalmente autónomas”. No basta con un presidente indígena para hacer, de la
nación clandestina, la República.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Por supuesto, preciso es comprender los límites
inelásticos con que topan quienes ejercen el gobierno, sea en la resistencia
feroz de las clases desplazadas del poder y de sus representantes políticos y
económicos, nacionales y extranjeros; sea en la jaula de acero en que aprisiona
sus posibilidades de acción el nuevo orden neoliberal global, más la presencia
inmanente de su poderoso sustento material, la fuerza militar de Estados Unidos,
el Pentágono; sea en los límites materiales de la escasez, el encierro nacional
y la pobreza.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Dicho en las palabras de los autores de este libro: “Hay
consecuencias del presente cuya fuerza será difícil contener o revertir en el
futuro inmediato. Pero, aún así, si bien la historia ha mostrado que los
momentos revolucionarios dejan una marca indeleble en el futuro, ha mostrado
también que el colonialismo interno y las jerarquías de clase son estructuras
duraderas”.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Pero, por eso mismo, los movimientos del pueblo que
dieron origen a ese poder no pueden confundirse con él. Necesitan preservar, no
su indiferencia o su neutralidad hacia el nuevo poder que su rebelión engendró y
al cual defienden contra enemigos comunes, sino su autonomía y su independencia
con respecto a él.</DIV>
<DIV align=justify><BR>* * *<BR>La historia de las revoluciones queremos
tratarla como la de esos momentos únicos en que los olvidados, los oprimidos,
los humillados de siempre, los que construyen el mundo con sus manos, sus
cuerpos y sus mentes, irrumpen y suspenden el tiempo del desprecio para
inaugurar un tiempo nuevo, un momento, largo o no pero imborrable, de revelación
de su propio ser, su inteligencia, su herencia que es la de todos los
humanos.</DIV>
<DIV align=justify><BR>“El sujeto del conocimiento histórico es la clase
oprimida misma, cuando combate. En Marx aparece como la última clase
esclavizada, como la clase vengadora, que lleva a su fin la obra de liberación
en nombre de tantas generaciones de vencidos”, escribió Walter Benjamin en sus
tesis sobre la historia. Es allí donde pervive y arde en secreto, en tiempos y
territorios diferentes, el espíritu de la revuelta.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Aquellos momentos en que ese espíritu sale a luz y se
torna vendaval, esas fracturas en el tiempo cuya duración debe multiplicarse por
su intensidad, pueden luego quedar en suspenso y convertirse en memoria y en
pasado; pero se convierten también en experiencia vivida y, en consecuencia, en
reverberaciones interminables hacia todos los futuros posibles de quienes, como
pueblo, los vivieron.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Tales son los temas de este libro excepcional, obra de
dos historiadores que han seguido y vivido la vida boliviana.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Horizontes revolucionarios es una crónica, una historia y
una arqueología de la insurgencia indígena en el altiplano de los Andes; y es,
al mismo tiempo, un maduro fruto intelectual de la experiencia, el estudio y la
reflexión.</DIV>
<DIV align=justify>
<HR>
</DIV>
<DIV align=center><STRONG><EM><FONT color=#000080 size=4>Correspondencia de
Prensa - boletín informativo - red solidaria<BR>Ernesto Herrera (editor):
</FONT></EM></STRONG><A href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><EM><FONT
color=#000080 size=4>germain5@chasque.net</FONT></EM></STRONG></A></DIV>
<DIV align=justify>
<HR>
</DIV></FONT></BODY></HTML>