<!DOCTYPE HTML PUBLIC "-//W3C//DTD HTML 4.0 Transitional//EN">
<HTML><HEAD>
<META http-equiv=Content-Type content="text/html; charset=iso-8859-1">
<META content="MSHTML 6.00.2900.2523" name=GENERATOR>
<STYLE></STYLE>
</HEAD>
<BODY bgColor=#ffffff background=""><FONT face=Arial size=2>
<DIV align=justify>
<HR>
</DIV>
<DIV align=center><STRONG><FONT size=4><FONT color=#800000><EM><U><FONT
size=5>correspondencia de prensa - boletín solidario
<BR></FONT></U></EM><FONT color=#ff0000 size=6>Agenda Radical</FONT><BR>Edición
internacional del Colectivo Militante<BR><U>13 de marzo 2008</U><BR>Redacción y
suscripciones:</FONT> </FONT></STRONG><A
href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><FONT
size=4>germain5@chasque.net</FONT></STRONG></A><BR></DIV>
<DIV align=justify>
<HR>
</DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>Mayo '68</FONT></STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG></STRONG></FONT> </DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG>1968: Una revolución en la que se
manifestó un nuevo feminismo </STRONG></FONT></DIV>
<DIV><FONT face=Arial><STRONG></STRONG></FONT> </DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG>El movimiento de mayo del 68,
desatado en Francia y cuyo influjo abarca toda la cultural occidental y hasta se
proyecta en los países del Este bajo la órbita soviética, revuelca conceptos,
prácticas, cultos y modos de ser en general, marcando, en el caso de la mujer,
un sentido contestatario de su autopercepción y su lugar en la
sociedad.</STRONG></DIV><STRONG>
<DIV align=justify><BR></STRONG></FONT><FONT face=Arial size=2><STRONG><FONT
size=3>Francesca Gargallo</FONT> </STRONG></FONT></DIV>
<DIV><FONT face=Arial size=2><STRONG></STRONG></FONT> </DIV>
<DIV><FONT face=Arial size=2><STRONG>Le Monde Diplomatique, edición
colombiana</STRONG></FONT></DIV>
<DIV><FONT face=Arial size=2><A
href="http://www.eldiplo.info/"><STRONG>http://www.eldiplo.info/</STRONG></A></FONT></DIV>
<DIV><FONT face=Arial size=2> </DIV>
<DIV align=justify></FONT> </DIV><FONT face=Arial size=2>
<DIV align=justify>No hay una derivación directa. No es cierto que las revueltas
mundiales de 1968 inventaron la liberación femenina ni que las feministas fueron
sus mayores beneficiadas. Sin embargo, entre el movimiento de liberación de las
mujeres y el cuestionamiento de la vida cotidiana, de la idea de izquierda, de
las sexualidades, de la relación del individuo con los partidos, entre la
reivindicación de la calle y la denuncia de la familia nuclear y del Estado
patriarcal, entre el asalto a la fantasía y la afirmación de que este cuerpo es
mío, que estallaron en 1968, existe un nexo insoslayable.<BR><BR>Toda la década
de 1960 estuvo marcada por una transformación de los paradigmas de comprensión
del mundo y una fuerte crisis de los principios de autoridad. Los jóvenes
asumieron un papel protagónico en los movimientos pacifistas contra la guerra
nuclear que se habían venido impulsando desde la década del 50 en Japón, Gran
Bretaña y Alemania, así como en las luchas por la descolonización de África y
Asia, y las críticas al burocratismo soviético que sofocaba las reivindicaciones
socialistas bajo las imposiciones de Estados policíaco-represivos.<BR><BR>Hay
momentos históricos en que confluyen tantas transformaciones que los cambios de
largo plazo que provocan no pueden ser vistos a posteriori sino como
equivalentes a los de una revolución de larga duración, con raíces en tiempos
previos de las transformaciones mismas, y ramas de éstas extendidas hasta hoy.
La píldora anticonceptiva, el rock, el beatnik, la liberación sexual, la vida
política expresada en las comunas urbanas y agrarias, la reivindicación de los
derechos de las homosexuales y los homosexuales, la lucha armada en Cuba; la
independencia de Argelia y la resistencia en Vietnam contra la herencia
colonialista francesa, luego recogida por Estados Unidos; el movimiento hippy o
el desencanto con la izquierda de filiación soviética y con el pensamiento
socialdemócrata cuajaron en 1968 en Francia, Checoslovaquia, México y otros
países.<BR><BR>Decir hoy, como lo hace una izquierda pazguata y el
neoconservadurismo liberal-católico, que 1968 fracasó porque no logró la
sustitución radical del viejo orden, ya que era insustituible en un clima de
democracia, implica una veneración por parte de los grupos de poder del sistema
político de partido, de la organización de las acciones sociales, del
amordazamiento de las protestas. Protestas que, como descubrieron las mujeres
que en esos años empezaron a reunirse en pequeños grupos de autoconciencia, se
daban en todos los ámbitos de la política, eso es: en la cama, la casa y la
calle. No es casual la ofensiva de la iglesia católica contra formas de vida que
no corresponden a las de la familia nuclear: derecho de las mujeres sobre su
cuerpo y su vida, reconocimiento de la cultura de las lesbianas y los gays, y
derecho de las niñas y niños de no sufrir mutilaciones genitales al nacer si
manifiestan cierta intersexualidad. Tampoco lo es la insistencia en un orden
económico que ha superado la crítica al consumismo llevada a cabo por las
comunas juveniles de 1968, y se manifiesta en una producción desenfrenada con
mano de obra barata de los países que otrora se liberaban y que hoy son
sometidos por los salarios de hambre del orden global, y en un despilfarro de
recursos no renovables que nos precipita hacia una muy rápida debacle
ecológica.<BR><BR>En 2008 las mujeres debemos trabajar; en 1968 parecía que
queríamos hacerlo. Casi casi somos responsables de que el sistema nos explote,
se nos asesine en las zonas de maquila y seamos víctimas de agresiones sexuales.
Quienes quieren sepultar el enorme proceso de apertura hacia horizontes
político-vitales, sofocados por siglos de ordenamientos estatales, la tendencia
contrarrevolucionaria que desvaloriza el accionar de un movimiento que
cuestionaba los planteamientos lineales de la ideología del progreso, y que por
ello mismo se abría a una algarabía de propuestas de liberación, hoy se
manifiestan como “recuperadores” o “rescatadores” de los valores dominantes de
un sistema que hacía fuerza sobre la separación de los mundos público e
íntimo-privado, la identificación de su civilización con la civilización, y con
la universalidad de su ideología religiosa y económica, así como en una nueva
sumisión a la idea de vida como deber, castigo y responsabilidad impositiva.
Esta tendencia contrarrevolucionaria está presente en los regímenes
neoliberales, en los socialdemócratas y en la mayoría de los organismos
supranacionales. Daniel Ortega vuelve al poder en 2007 pactando con la burguesía
empresaria de su país y sobre todo con el fundamentalismo católico que le exigió
en prenda la vida de las mujeres, la prohibición del aborto terapéutico, la
impunidad de los golpeadores y violadores, la patria potestad en la familia
católica.<BR> <BR><STRONG>La mujer, ante sí misma</STRONG><BR> <BR>En
1968, las jóvenes universitarias, las obreras de las fábricas europeas, las
campesinas que empezaban a organizarse, reclamaban un trato de persona no
limitada por la existencia de un ‘otro’ que las calificaba como aptas para los
roles principales de madres y esposas, o los roles marginales de prostituta y
trabajadora. Querían ser libres de la mirada calificadora del hombre y por ello
mismo debían verse a sí mismas. El feminismo, con una larga historia que se
remontaba a las reivindicaciones de igualdad de los anabaptistas en las
revoluciones religiosas del siglo XVI, de los comuneros en los Andes, de los
jacobinos franceses, de las anarquistas y de las sufragistas, cuajó en una
reivindicación difusa de libertad de movimiento, expresión y, en general,
liberación de las costumbres y la relación entre los sexos. Hombres y mujeres
denunciaban la relación entre propiedad privada y matrimonio, y las feministas
analizaron y combatieron todas las formas de apropiación del trabajo, la
sexualidad, la capacidad reproductiva, la libertad de pensamiento de las
mujeres. Recuperaron su historia y su presente, y se reivindicaron brujas,
solas, lesbianas, libres, en colectivo, hermanas, hijas y madres. La diferencia
sexual dejó de ser la marca de la desigualdad y se elaboró como la única
posibilidad de concebir el mundo desde una perspectiva no patriarcal, esto es,
no normativa ni determinista en favor del colectivo masculino con
poder.<BR><BR>La liberación sexual se vivenció entonces desde un cuerpo que se
desexuaba en el trabajo y el estudio, y se resexuaba en la reflexión desde sí
mismo. Un cuerpo que pensaba la realidad toda sin recurrir a un sujeto
abstracto, para identificarse con el sujeto mujer del que era portador y
reclamaba sus derechos al placer, a la independencia, al descanso en las
agotadoras jornadas del trabajo doméstico, al juego.<BR><BR>Paralelamente, la
incorporación masiva de la mujer al mundo del trabajo impulsaba –desde el ámbito
de la igualdad salarial y el derecho al propio destino económico– los roles
asignados de madre de familia y esposa. La autonomía de las mujeres fue por
tanto hija de la combinación de la reflexión libre y sexuada con la acción
laboral. La liberación se convirtió en un proceso sin fin, una reflexión-acción
continua de cuestionamiento de los sistemas educativo, de salud, productivo,
legal y familiar (y que sigue en acto hoy día, aunque enfrente todo tipo de
acciones contrarrevolucionarias por parte del Estado y las iglesias instituidas,
y las y los intelectuales que les son afines en las academias y los medios
masivos de comunicación).<BR><BR>El control de la maternidad, ligado a la
comercialización de la píldora anticonceptiva, fue determinante en este sentido.
Acompañó las campañas en favor del divorcio, del derecho al aborto, de la
igualdad de salarios y la no discriminación por razones de sexo.</DIV>
<DIV align=justify><BR>En mayo de 1968, cuando en la televisión en blanco y
negro de mi casa en Roma aparecieron unos muchachos flacos y franceses lanzando
bombas molotov contra la policía y reivindicando el derecho a lo imposible, yo
tenía 11 años y medio, cursaba primero de secundaria y vivía con una familia
ilustrada y conservadora de la posguerra: padre de familia liberal y madre de
familia fascista. Nadie intentó explicarme de qué se trataba. Roma era una
ciudad conservadora de burócratas pero con una importante presencia del Partido
Comunista Italiano, el más grande de la Europa Occidental y segundo sólo
superado por el de la URSS. Ni los conservadores ni los comunistas estaban muy
contentos con las formas juveniles de lo que ellos consideraban sólo críticas al
gaulismo francés. Unos y otros decían que los estudiantes franceses no
respetaban a sus mayores, al partido, a la Iglesia, a las buenas
costumbres…<BR><BR>Cuando en octubre del mismo año las universidades italianas
estallaron y los estudiantes marcharon contra la presencia de estadounidenses en
Vietnam, contra los ‘barones’ universitarios, contra las altas colegiaturas de
ciertas carreras (medicina era especialmente costosa, recuerdo), yo estaba en
segundo de secundaria y con mis compañeras bajamos hasta la Universidad de Roma
(en ese entonces había una sola) para ver lo inconcebible: los estudiantes se
habían tomado los edificios, dialogaban en las escaleras, hacían carteles, se
besaban hombres con hombres, mujeres y hombres, mujeres con mujeres, y todos
juntos se reunían durante horas en las aulas magnas, y por las escaleras de
filosofía habían pintado a un profesor desnudo con el pene en erección. Un
particular instinto de supervivencia nos llevó, a mis compañeras y a mí, a
callar nuestras incursiones universitarias con nuestras familias y con nuestros
profesores, menos con el de arte, que era un pintor bastante viejo que nos habló
de las bondades del anarquismo, el movimiento hippie en Estados Unidos y las
revueltas estudiantiles de Berkeley en 1963, y finalmente de que, cuando un
sistema llega a la podredumbre, surgen los sectores sociales que se encargan de
desarticularlo.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Pronto la televisión nos mostraría otras escenas: las de
una ciudad checa, Praga, cuyos jóvenes enfrentaban el Estado con la misma fuerza
que en París y Roma, sólo que aquel era un Estado del socialismo de la órbita
soviética. Entonces, inexplicablemente, nuestros padres y madres empezaron a
decir que los estudiantes tenían derecho a la libertad. Y nosotras les decíamos
que sí pero no precisamente por lo que ellos querían sino porque habíamos
escuchado en la universidad que los jóvenes en Praga pedían un socialismo como
un día de primavera, un socialismo alegre y de voluntad popular, algo que
asociábamos con sus pelos largos sobre los hombros, a su andar por una ciudad
bella y gris, y, pronto, con la represión. Luego vino otra represión,
documentada por una periodista italiana a la que la policía disparó, Oriana
Fallaci, habilísima entrevistadora cuya conversión al racismo antislámico
entonces era imprevisible. Habían matado estudiantes en una plaza de una ciudad
de nombre mágico, México, que para mí en ese entonces estaba del otro lado del
mundo, de un mundo que los estudiantes unificaban.<BR><BR>¿Por qué cuento todo
esto? Porque yo no participé del movimiento estudiantil de 1968 por el simple
motivo de que era demasiado joven, pero me formé en su espíritu. Es decir,
pertenezco a ese grupo de personas que fueron educadas políticamente por un
conjunto de rebeldías al sistema que lograron darle nombre a la crisis de los
partidos tradicionales, decretaron el fin de la credibilidad de los mayores y,
sobre todo, llevaron al descreimiento generalizado en una naturaleza femenina
subordinada a los hombres. Rossana Rossanda, encargada de cultura del Partido
Comunista Italiano a principios de la década del 60, expulsada en 1968 y
fundadora de Il Manifesto, todavía hoy sostiene que en las revueltas
estudiantiles las mujeres entendieron que tenían una voz propia no sólo para
reivindicar los derechos a la ciudadanía, tal como lo había hecho el sufragismo
liberal y socialista del siglo anterior, sino asimismo para pensarse a sí
mismas, entre sí, libres de la mirada y la aceptación de sus compañeros, y que
era hora de cambiar los tiempos de la política.<BR> <BR><STRONG>Sexo y
cultura</STRONG><BR> <BR>Así, frente a una izquierda que demandaba la
acción conjunta de estudiantes, obreros y campesinos para la transformación de
la realidad total, y que enarbolaba la libertad sexual como el elemento
distintivo de su cultura, las mujeres se reunieron entre sí para dialogar en
pequeños grupos de autoconciencia. Identificaron colectivamente su frustración y
descubrieron su capacidad de reclamar ya no la igualdad con el hombre sino
precisamente su diferencia con él, su derecho a no tenerlo como modelo.
Reivindicando sus capacidades diferentes y las mismas oportunidades, las mujeres
desenterraron su particularidad, su subjetividad individual y colectiva, y se
negaron a ser el polo opuesto de los hombres. En julio de 1970, Rivolta
Femminile sostenía: “Identificar a la mujer con el varón significa anular la
última posibilidad de liberación. Para la mujer liberarse no quiere decir
aceptar idéntica vida a la del varón, que es invivible, sino expresar su sentido
de la existencia” (1).<BR><BR>El feminismo era, entre todos los movimientos que
confluyeron en 1968, el que contaba con la historia de resistencia más antigua,
a la vez que el más incómodo para el sistema. De hecho, era el estallido de las
ganas de vivir de la mayoría de la humanidad. No se amoldaba a las formas
tradicionales de hacer política. No tenía representantes. Ni siquiera enfocaba
en el ámbito público su principal interés, ya que ubicaba la principal trampa
del patriarcado contra la vida de las mujeres en el privilegio legal-político de
los espacios públicos de la política y la producción. De manera esquemática, su
resurgimiento en ese entonces puede resumirse así: un grupo de mujeres se
encontró entre sí, se reconoció en el derecho de estar juntas, se arrogó la
facultad de analizar y transformar el lenguaje que hablaban, reclamó la
autoridad de las mujeres y definió la falocracia (o androcracia o patriarcado)
como el sistema de dominación de los hombres y del simbolismo del falo sobre las
mujeres.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Falocrático o patriarcal era el orden global que abarcaba
desde la experiencia religiosa hasta las reglas económicas, desde la dimensión
binaria del yin y el yan hasta la cliterectomía; desde la explotación de clases
hasta el racismo, el colonialismo y las hambrunas. Su poder se sustentaba en que
había logrado imponer su autoridad como la única legítima: el hombre era el
dueño de todos los instrumentos de poder y para todos encontraba justificación.
El hombre era el paradigma de la humanidad y encarnaba el sujeto del humanismo.
Pero era un paradigma que desexuaba a la humanidad, que le impedía reconocer la
existencia de sexos distintos en su historia y de una diferente percepción
sexuada del mundo real y simbólico.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Al sentirse descubierto, el sistema falocrático
contraatacó con todos los mecanismos institucionales e ideológicos a su alcance
para desacreditar el índice femenino que lo señalaba. En América Latina proclamó
al “hombre nuevo” (2). Las mujeres serían –nuevamente– sus apéndices, aunque tal
vez más igualitariamente tratadas. Así, el hombre nuevo y el hombre
pospatriarcal europeo (su émulo) empezaron a descalificar la rabia de las
mujeres hacia los hombres, pretendiendo que el patriarcado brutal que
denunciaban estaba en decadencia, e intentaron insuflar el gusanillo de una
nueva identidad en las mujeres.</DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG><U></U></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG><U>Notas</U></STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>1) “Manifiesto”, en Carla Lonzi, Escupamos sobre
Hegel y otros escritos sobre liberación femenina, La Pléyade, Buenos Aires,
1975, p. 15.<BR>2) Para resaltar que las feministas nunca creyeron en
el hombre nuevo, son reveladoras las sátiras que hicieron de él. En una pinta de
las calles de La Paz (Bolivia) podía leerse: “El hombre nuevo no sabe cocer un
huevo”, del colectivo autónomo Mujeres Creando.</DIV>
<DIV align=justify>
<HR>
</DIV>
<DIV align=center><STRONG><FONT color=#800000 size=3><FONT
size=4>Correspondencia de Prensa - Agenda Radical - Boletín
Solidario</FONT><BR>Ernesto Herrera (editor): </FONT></STRONG><A
href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><FONT
size=3>germain5@chasque.net</FONT></STRONG></A><BR><STRONG><FONT size=3><FONT
color=#800000>Edición internacional del Colectivo Militante - Por la Unidad de
los Revolucionarios<BR>Gaboto 1305 - Teléfono (5982) 4003298 - Montevideo -
Uruguay</FONT><BR></FONT></STRONG><A
href="mailto:Agendaradical@egrupos.net"><STRONG><FONT
size=3>Agendaradical@egrupos.net</FONT></STRONG></A></DIV>
<DIV align=justify>
<HR>
</DIV></FONT></BODY></HTML>