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<HR>
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<DIV align=center><STRONG><FONT size=4><FONT color=#800000><EM><U><FONT
size=5>correspondencia de prensa - boletín solidario</FONT></U></EM>
<BR><FONT color=#ff0000 size=6>Agenda Radical</FONT><BR>Edición internacional
del Colectivo Militante<BR><U>24 de marzo 2008</U><BR>Redacción y
suscripciones:</FONT> </FONT></STRONG><A
href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><FONT
size=4>germain5@chasque.net</FONT></STRONG></A><BR></DIV>
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<HR>
</DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>República Democrática del
Congo</FONT></STRONG></DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3></FONT></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>Las mujeres han llevado la peor parte en
la guerra del Congo, que se ha cobrado cuatro millones de vidas. El 70% de las
violadas que Médicos Sin Fronteras atiende en todo el mundo son víctimas del
conflicto en el país africano. Ésta es su historia y la de quienes luchan para
que vuelvan a sentirse vivas</FONT></STRONG></DIV></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG></STRONG></FONT> </DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG>Reportaje: botín de guerra
</STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT face=Arial></FONT></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2><STRONG><FONT size=3>Violadas en la
selva, repudiadas en casa<BR></FONT></STRONG></DIV>
<DIV align=justify><STRONG></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG>Pere Rusiñol</DIV></STRONG>
<DIV align=justify><STRONG>El País, Madrid, 23-3-04<BR></STRONG><A
href="http://www.elpais.com/articulo/reportajes/"><STRONG>http://www.elpais.com/articulo/reportajes/</STRONG></A></DIV>
<DIV align=justify><BR> </DIV>
<DIV align=justify>Cuando cae la noche en Rutshuru, al este de la República
Democrática del Congo (RDC), casi todos buscan refugio en casa. Los niños corren
para que ninguna banda les secuestre y les convierta en soldados a la fuerza.
Los hombres dejan de zangolotear por las calles polvorientas y tristes para no
verse atrapados en el tiroteo cotidiano. Cuando anochece, Rutshuru es realmente
peligroso. Y sin embargo, precisamente entonces, al adueñarse la oscuridad de la
ciudad sin ley, es cuando muchas mujeres salen en silencio de su choza y se
esconden en la selva: saben que si se quedan en casa, muy probablemente serán
violadas.<BR><BR>Así de dura es la vida de las mujeres en Rutshuru y en todo el
este de la RDC, la zona con más violencia sexual del país con más violaciones de
todo el planeta. "La violencia sexual en Congo es la peor del mundo", proclama
John Holmes, subsecretario general para Asuntos Humanitarios de Naciones Unidas.
Médicos Sin Fronteras (MSF), con proyectos en 75 países, incluidos los que viven
las peores tragedias del momento, objetiva esta realidad escalofriante, presente
en cada esquina y en cada rincón del devastado este congoleño: el 75% de los
casos de violencia sexual que MSF atiende en todo el mundo proceden de este
país-continente en el corazón de África, en el que se suceden las guerras y la
muerte violenta se ha convertido en norma.</DIV>
<DIV align=justify><BR>"Las mujeres creen que están más seguras en la selva que
en casa, porque cada noche algún grupo guerrillero -cuando no es uno, es otro-
llama a la puerta. Pero lamentablemente, la mayoría de las que se esconden en el
bosque acaban siendo violadas igual", explica Jachy, la coordinadora del
programa de violencia sexual del único hospital de Rutshuru digno de este
nombre, gestionado por MSF. Por el despacho de esta mujer vital y grandota, que
ha nacido en el pueblo y que pese a todo no se plantea irse, pasan a diario
mujeres con el mismo desgarro. "Si las atacan en la selva, las violan. Pero para
ellas suele ser peor la agresión en casa: el marido y los hijos son entonces
obligados a contemplar la violación en serie. El objetivo suele ser hacer el
mayor daño posible", añade.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Kavira Tassy tiene 29 años, aunque el último no lo ha
vivido; sólo lo ha sufrido. Hace ya siete meses de esa noche aciaga, pero tiene
aún todo el cuerpo magullado. Un collar ortopédico le sostiene el cuello y su
voz es apenas un hilillo casi inaudible: "La guerra se acercaba y escapé porque
tenía miedo. Al volver, mi parcela estaba ocupada por un hombre que no conocía y
no me dejó entrar, ni a mí ni a mi marido. Protestamos, y entonces este hombre
avisó a cuatro soldados", explica con voz clueca y la mirada perdida en el
horizonte. Y añade: "Entonces fue todo muy rápido: los soldados me detuvieron,
me encerraron en una habitación, me violaron y me dieron una paliza tremenda.
Aún necesito ayuda para andar".</DIV>
<DIV align=justify><BR>En los Kivus, la convulsa región oriental congoleña tan
rica en minas -oro, diamantes, coltán, cobre...- y tan pródiga en sangre y
miseria, la historia de Tassy no tiene nada de excepcional. Hay tantas armas y
tantos grupos violentos campando a sus anchas -cada uno con su correspondiente
amigo suministrador detrás, ávido de conquistar una nueva mina-, que lo raro es
más bien vivir sin conocer de cerca la violencia sexual. En algunas poblaciones
-como Shabunda, al sur, pero hay muchas otras- más del 70% de las mujeres han
sido violadas. Y la cifra sólo incluye los casos denunciados, siempre menor que
la real.</DIV>
<DIV align=justify><BR>La lacra está tan extendida que lo difícil es reconocer a
los agresores. Suelen portar armas y uniforme, pero cuesta distinguir si son
rebeldes tutsis alzados contra el Gobierno, guerrilleros hutus atrincherados
desde que en 1994 huyeron de Ruanda tras perpetrar el genocidio, milicianos
Mai-Mai con ínfulas de somatén, estrafalarios rastas que escandalizan incluso a
sus rivales por la violencia extrema que emplean... O quizá son los propios
soldados del Ejército, hambrientos, beodos, desmoralizados y con meses sin
cobrar. Los informes de las organizaciones de derechos humanos les señalan a
todos, sin excepción. Se pelean entre sí, pero las que pagan son siempre las
mujeres.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Tras la paliza, Tassy logró huir de Lubero, su región, y
encontró cobijo en Goma, la destartalada capital de Kivu Norte, que rivaliza con
Bukavu, la capital de Kivu Sur, al otro extremo del bellísimo lago Kivu, como
centro de la infamia. Gesom, un pequeño hospital financiado por el Fondo de
Naciones Unidas para la Población, la ha aceptado en su programa para las
víctimas de violencia sexual.</DIV>
<DIV align=justify><BR>El centro está desbordado: "Hay tantas mujeres afectadas,
que ocupaban todas las camas y no había sitio para el resto de enfermos. Al
final hemos tenido que crear un recinto para ellas solas", explica el médico
Elysé Rugagi mientras muestra orgulloso cómo han convertido una casucha en un
digno centro médico. El recinto específico para la violencia sexual es en
realidad una especie de tienda de campaña que alberga 10 camas para atender a 20
víctimas. Un grupo de mujeres pasa el tiempo cosiendo en el patio y bisbiseando
sin levantar nunca la mirada del suelo. Algunos niños -más de uno nacido tras
una violación- juegan, ajenos al sufrimiento.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Tres mujeres de vitalidad arrolladora -Rose, Adidja y
Amiha- están al frente de esta frágil isla de seguridad para las mujeres.
"Tratamos de ayudar como podemos, insuflando toda la energía y el amor posibles,
pero la gente llega muy traumatizada y lo que nos cuenta nos afecta mucho", dice
Rose. Sus historias dejan paralizado al más bravo: mujeres violadas en serie por
20 hombres, jóvenes secuestradas durante un mes como esclavas sexuales de un
batallón de energúmenos, abusos a bebés de 10 meses, violaciones de abuelas de
70 años... "La situación es cada vez peor y el Gobierno no hace nada. ¡Sólo nos
ayudan las organizaciones humanitarias!", brama Adidja.</DIV>
<DIV align=justify><BR>En realidad, el Gobierno sí ha hecho algo, al menos sobre
el papel: ha impulsado una ley, ya aprobada, para combatir la violencia sexual y
castigar a los agresores. El problema es que en este país la ley raramente se
cumple y el Estado ni siquiera tiene la autoridad suficiente para hacerla
cumplir. Es una mera ficción sobre el papel. En los Kivus es evidente que el
Estado pinta poco: en esta región de exuberante belleza tropical, comparada en
ocasiones con Suiza, la única ley que rige es la que promulgan las incontables
bandas armadas.</DIV>
<DIV align=justify><BR>El origen de la pesadilla se remonta al menos a 1994. La
vecina Ruanda ardía por los cuatro costados y más de un millón de personas
cruzaron la frontera hacia la RDC (entonces Zaire). Entre los refugiados había
decenas de miles de interahamwes (los que matan juntos), los que habían
perpetrado el terrible genocidio a machetazos.<BR>La macabra dinámica ruandesa
-de un odio tan exacerbado y enquistado que provoca estupefacción, incluso en
los tremendos estándares africanos- se trasladó entonces al este del Congo. Los
interahamwes, armados hasta los dientes y bien escondidos en la selva, siguen
persiguiendo a tutsis y conspirando para reconquistar por la fuerza el poder en
Ruanda. A su vez, los tutsis -poco importa si congoleños o ruandeses: siempre
apoyados por Kigali- buscan a los hutus genocidaires hasta el último rincón para
vengarse y establecer algo así como un cordón sanitario que proteja al régimen
ruandés, hoy bajo control tutsi.</DIV>
<DIV align=justify><BR>La espiral infernal entre hutus y tutsis es ya explosiva
de por sí, pero la descomposición del Zaire de Mobutu a partir de 1996 no hizo
sino agravar la situación: guerra civil en el Congo, entrada al país de hasta
nueve ejércitos extranjeros -se conoció como guerra mundial africana (1998-2003)
y causó cuatro millones de muertos- y lucha a muerte por el control de las minas
de la zona. En teoría, en el país hay paz desde 2003, pero los Kivus no la han
llegado a conocer: hay demasiadas armas repartidas, demasiadas riquezas por
explotar y demasiados grupos insurgentes -con veleidades políticas o meros
delincuentes- apoyados por demasiados amigos extranjeros.</DIV>
<DIV align=justify><BR>"Es obvio que la violencia sexual se está utilizado aquí
como arma de guerra", sostiene en Goma el sociólogo Jules Barhalengeltwa. Este
hombre se ha pateado decenas de pueblos en los Kivus y dice que no tiene ninguna
duda de que las cotas de violencia sexual son aquí las peores del mundo. "Es
cierto que en Bosnia y otros lugares también se utilizaron las violaciones como
arma de guerra, pero aquí hay más grupos y, por tanto, es aún peor porque las
mujeres son atacadas por todos", sostiene.</DIV>
<DIV align=justify><BR>"Las violaciones masivas buscan destruir al grupo
contrario, extender entre sus miembros el virus del sida, destrozar familias,
forzarlas a exiliarse, humillarlas...", explica Barhalengeltwa. Y concluye: "Es
un arma muy potente que utilizan todos sin excepción, pero sobre todo los
interahamwes. El objetivo es destruir al contrario, no sólo violar".</DIV>
<DIV align=justify><BR>"Las mujeres somos las víctimas principales de las
guerras. Lo sé de primera mano". Nathalie Furaha, de 28 años, cuenta cosas
terribles sin dejar de jugar embelesada con su niño en brazos: "Un grupo de
milicianos tutsis vinieron a casa a buscar a mi marido, se lo llevaron y lo
mataron. Aquella misma tarde volvieron y ellos mismos me contaron lo que habían
hecho. Luego me obligaron a seguirles, me metieron en una casa junto a otra
mujer y los mismos militares que habían asesinado a mi marido nos fueron
violando una y otra vez".</DIV>
<DIV align=justify><BR>Nathalie habla despacio; parece esforzarse para evitar
que un torrente desatado de ira no ahogue el relato. No va a perdonarles,
recalca, pero está al menos en camino de recuperarse del trauma. Participa en un
programa de Women For Women, una organización no gubernamental con sede en
Washington que impulsa en los Kivus talleres específicos para las víctimas de
violencia sexual. El objetivo es ayudarlas a recuperar la dignidad que han
querido arrebatarles primero el agresor y luego la sociedad con el manto del
estigma. Para ello les enseñan un oficio y les otorgan financiación para que
puedan llevarlo a la práctica y dependan sólo de ellas mismas.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Aunque parezca mentira, el rechazo social entre los suyos
suele ser el segundo gran golpe que debe afrontar la mujer. Muchas veces, el
marido la repudia tras el ataque. En ocasiones, incluso la propia familia. Todo
un muro de prejuicios y supersticiones se levanta para hacer todavía más difícil
su recuperación. "Las mujeres suelen venir a la consulta a escondidas porque
temen que el marido las abandone si se entera y que la gente las señale en la
calle", apunta Jachy, la psicóloga que trabaja con MSF en Rutshuru. "Hay veces
en que el agresor les da a elegir, regodeándose así en el sufrimiento: o mata al
marido o viola a la mujer. El marido implora que viole a la mujer para salvar él
la vida y, aun así, luego la rechaza", explica Jachy.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Cuando no se la acusa de coquetear con el violador, se la
repudia por temor a que sea portadora del virus del sida. En este caso, según el
cliché dominante nacido de las entrañas de la incultura, o va a contagiar la
enfermedad o el tratamiento médico costará demasiado dinero y llevará a toda la
familia a la ruina. El abandono es, pues, la respuesta más habitual. Los rasgos
culturales congoleños no ayudan a mejorar la situación de las afectadas: "Aquí
se ve a la mujer como una criatura sagrada, y si ha sido violada, se convierte
en todo lo contrario: en impura, en portadora de todos los males", lamenta el
sociólogo Barhalengeltwa.</DIV>
<DIV align=justify><BR>La pinza del hombre es por tanto doble: primero, unos
violan; y después, otros repudian. "Es imprescindible implicar al hombre en esta
lucha contra la violencia sexual. De lo contrario, nuestros esfuerzos serán
estériles", sostiene Marie Noël Cikuru, coordinadora del programa de Women for
Women en Kivu Norte. Su ONG ha empezado a impartir talleres para líderes
comunitarios con el objetivo de ir socavando los prejuicios e implicarles en
este combate. "La respuesta está siendo buena; tenemos esperanza",
remacha.</DIV>
<DIV align=justify><BR>En una de las colinas de Bukavu, la bulliciosa capital de
Kivu Sur desparramada junto a un lago de ensueño, se erige el hospital Panzi, la
joya médica de los Kivus levantado con ayuda de la cooperación occidental. Hay
más de 300 camas, medios decentes e inmascesible ilusión. Pero el puntero
programa de violencia sexual está absolutamente sobrepasado. Sólo en Kivu Sur,
la ONU contabiliza 25.000 casos anuales desde hace años, y va en ascenso. Otras
estimaciones más pesimistas de ONG que trabajan en la zona elevan la cifra en
ocasiones incluso hasta los 100.000.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Unas 40 mujeres aguardan su turno en una hilera muy
ordenada junto al jardín, el remanso de paz del hospital. Quieren ver a la
doctora Cécile Mulolo. Esta mujer enérgica y de ideas claras es su contacto con
el mundo tras salir del infierno y representa el punto de enganche más sólido
con la ilusión de normalidad. Ella guarda bajo llave los secretos de sus
pacientes, envía si es necesario un coche a recoger sigilosamente a una afectada
en un andurrial perdido en la selva y las trata exhaustivamente: píldora del día
después, test del virus del sida, tratamiento preventivo con antirretrovirales,
examen de otras enfermedades de transmisión sexual, vacuna de hepatitis B, del
tétanos... Y, sobre todo, apoyo psicológico continuado.</DIV>
<DIV align=justify><BR>"Es agotador. Veo de media a 420 mujeres al mes; todas
con historias terribles", explica Cécile en su humilde despacho. "Lo peor es que
la situación no mejora, sino todo lo contrario: cada vez es peor. Y la impunidad
es total. Hay muchos casos de mujeres violadas que vienen a tratarse, vuelven a
su aldea y las vuelven a violar los mismos. Hay tanta corrupción que no se
atreven ni a denunciar a los agresores. Aquí, si tienes dinero, nunca entrarás a
la cárcel. Las que denuncian se arriesgan a que vuelvan a atacarlas con más
ensañamiento si cabe", explica sin pausa.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Lo que más teme Domitila Mbebanaumie, de 48 años, es
precisamente regresar a casa y encontrarse de nuevo con sus agresores: "Quiero
verlos en la cárcel, pero sé que si vuelvo a mi pueblo, lo más probable es que
sigan allí tan tranquilos, como si nada. No lo soportaría", afirma.</DIV>
<DIV align=justify><BR>A Domitila la violaron en 2004 y, cuando creía que había
logrado al fin superarlo, se encontró de nuevo con el terror: una nueva
violación. Hace ya tres meses de ello, pero lo revive aún hecha un manojo de
nervios y con los ojos enrojecidos. "Llegaron al amanecer. Eran tres soldados
que no conocía y dos hombres del pueblo. A uno de éstos sí que lo conocía bien
porque quiso salir conmigo y yo le había rechazado. Ésta fue su forma de
vengarse. Los soldados me violaron, uno tras otro, y los civiles miraban y se
reían. Luego se fueron. Seguro que siguen libres, pese a que mi hijo les
denunció".</DIV>
<DIV align=justify><BR>La española Teresa Sancristóval, de 36 años, es la jefa
de misión de MSF en la República Democrática de Congo. Encadena trabajos
humanitarios en conflictos armados de todo el mundo desde 1995 y no encuentra
parangón con lo que se encuentra a diario en Bukavu, donde ha instalado su base.
Ni siquiera le sirve la explicación de que la violencia sexual está tan
extendida porque se emplea como arma de guerra. A su juicio, la epidemia se
encuentra ya en otro nivel. Más desbocada. Más difícil de definir, de explicar
y, por supuesto, de contener.</DIV>
<DIV align=justify><BR>"El problema es que cuando desencadenas la violencia es
muy complicado volver atrás. Y aquí llevan ya tantísimos años en guerra que el
descontrol es muy grande", explica Sancristóval, un torbellino, siempre arriba y
abajo dispuesta a traer la ayuda hasta el rincón más recóndito de este país
olvidado. "Seguro que hay quien emplea la violencia sexual como arma de guerra,
pero la mayoría sigue otra lógica: están acostumbrados a matar y, una vez que
has matado, todo tiene menos sentido; la violación es sólo un componente más de
esta dinámica tremenda", opina. De su experiencia extrae que la mayor parte de
las violaciones las cometen soldados en retirada, tras perder una batalla.
"Tienen rabia, un arma y necesitan sentirse aún poderosos: violan",
concluye.</DIV>
<DIV align=justify><BR>No hay lugar seguro en la región de los Kivus en estos
terribles años de furia. Wimana Mariqueritte, de 43 años y mirada extraviada, lo
aprendió brutalmente. "Mi hijo enfermó y fui al hospital para que lo examinaran.
Había grupos de soldados pululando por allí. No sé ni quiénes eran ni qué
defendían, pero me quitaron el niño, me encerraron en un cuarto y me violaron",
rememora con rabia y con la voz entrecortada. "No puedo quitármelo de la cabeza;
día y noche me atormenta el recuerdo. Todo el día tengo miedo", añade
Wimana.</DIV>
<DIV align=justify><BR>En Goma, en Bukavu y en Rutshuru el cielo es diáfano,
pero el aire está siempre emponzoñado. Nadie sabe cómo poner fin a esta espiral
diabólica de hombres muertos en combates incomprensibles y de mujeres violadas y
torturadas. Una mujer exhausta y combativa, que prefiere ocultar su identidad
para no hacer todavía más difícil su trabajo con las víctimas, apunta que la
solución está a miles de kilómetros de distancia, al norte. "Necesitamos ayuda
internacional, pero no sólo con financiación, médicos y voluntarios que nos
compadezcan", implora esta activista pro derechos humanos, quien añade: "El
compromiso debe ser también en algo más profundo: ¿quién vende las armas a estas
bandas? ¿Quién compra el oro, el coltán y los diamantes que se extraen aquí sin
control?". "¡Ésta es la raíz del problema que debe atajarse!", exclama. Por
ahora, las armas entran y los minerales salen: las mujeres seguirán huyendo a la
selva cuando cae la noche.</DIV>
<DIV align=justify>
<HR>
</DIV>
<DIV align=center><STRONG><FONT color=#800000 size=3><FONT
size=4>Correspondencia de Prensa - Agenda Radical - Boletín
Solidario</FONT><BR>Ernesto Herrera (editor): </FONT></STRONG><A
href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><FONT
size=3>germain5@chasque.net</FONT></STRONG></A><BR><STRONG><FONT size=3><FONT
color=#800000>Edición internacional del Colectivo Militante - Por la Unidad de
los Revolucionarios<BR>Gaboto 1305 - Teléfono (5982) 4003298 - Montevideo -
Uruguay</FONT><BR></FONT></STRONG><A
href="mailto:Agendaradical@egrupos.net"><STRONG><FONT
size=3>Agendaradical@egrupos.net</FONT></STRONG></A></DIV>
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<HR>
</DIV></FONT></BODY></HTML>