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<HR>
</DIV>
<DIV align=center><STRONG><FONT size=4><FONT color=#800000><FONT
size=5><EM><U>correspondencia de prensa - boletín solidario
</U></EM></FONT><BR><FONT color=#ff0000 size=6>Agenda Radical</FONT><BR>Edición
internacional del Colectivo Militante<BR><U>11 de mayo 2008</U><BR>Redacción y
suscripciones:</FONT> </FONT></STRONG><A
href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><FONT
size=4>germain5@chasque.net</FONT></STRONG></A></DIV>
<DIV align=justify>
<HR>
</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG><FONT
size=3>Argentina</FONT></STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG></STRONG></FONT> </DIV><FONT
face=Arial>
<DIV align=justify><STRONG>Investigación </STRONG></FONT></DIV><FONT face=Arial
size=2>
<DIV align=justify><BR><STRONG><FONT size=3>Talleres clandestinos: el negocio de
la explotación</FONT></STRONG></DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3></FONT></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>El lado oscuro del negocio
textil</FONT></STRONG></DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3></FONT></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>Subastas humanas a plena luz del
día</FONT></STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG><FONT size=3><FONT
size=2></FONT></FONT></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3><FONT size=2>Pagos miserables,
hacinamiento y reducción a la servidumbre quedaron al descubierto tras el
incendio del taller de costura de Caballito, en 2006, en el que murieron seis
personas, entre ellas, cuatro chicos. Sin embargo, pese a las denuncias, todo
indica que la tragedia podría repetirse. El trabajo esclavo que alimenta al
millonario circuito clandestino de la industria textil sigue vigente. Así lo
atestiguan los crudos testimonios de esta nota y las cifras que confirman la
existencia de alrededor de 4000 talleres clandestinos entre la Capital y el
Conurbano</FONT> </FONT></STRONG></DIV>
<DIV align=justify><STRONG><BR><FONT size=3></FONT></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG>Gustavo B. Arrieta <BR>La Nación, Buenos Aires,
11-5-08</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><A
href="http://www.lanacion.com.ar/"><STRONG>http://www.lanacion.com.ar/</STRONG></A></DIV>
<DIV align=justify><BR> <BR>El brillo filoso de los dientes enmarcados en
oro de Óscar, un ex tallerista, se deja ver cuando, al fragor de la ronda de
vino tinto, olvida taparse la boca y estalla en carcajadas al contar sus
aventuras como patrón del taller clandestino que regenteaba cerca del Puente
Uriburu. <BR><BR>Óscar habla a rienda suelta en rueda de talleristas. Entre
trago y trago, mientras llega la noche a unas cuadras de la villa 1-11-14, del
Bajo Flores, habla de su pasado explotador de sus coterráneos bolivianos, a los
que iba a reclutar a la esquina de Cobo y Curapaligüe, el vértice que funciona
hace décadas como un mercado humano, a la vista de cualquiera. Todos saben.
<BR><BR>Óscar es paceño, petiso, 31 años. Cuenta que llegó al país hace 12 y que
en La Paz era gomero. Aquí aprendió a coser en la máquina recta, a decir "bolú"
y "papi" para empezar o terminar sus frases con tonada altiplanezca, como para
dejar claro que no es ningún recién llegado. También aprendió otras mañas de las
que saca pecho, como exprimir los espinazos ajenos en las máquinas, despedir a
todos y volver a empezar. <BR><BR>"Ya a los 23 años tenía mi taller. La mejor
forma es ir a buscarlos a Bolivia para que te trabajen, si no, no rinde. No
cierran los números, papi. Yo iba a buscar gente a Cobo y Curapaligüe, caminaba
entre los paisanos, los coreanos y argentinos y así -chasquea los dedos- dos
costureras y listo, ¡taxi!, las tenía por un tiempo y después les decía que no
tenía trabajo y pues, a empezar de nuevo, pues ¿no? Si ya los explotaste, ya le
chupaste la sangre como las vinchucas... ¡uhhhh! ¡Si allá en Bolivia hay un
hambre...! Les decís 100 dólares y te besan la mano", dice Óscar, vaso en mano
con el tinto aguachento. <BR><BR>Antes del primer salud, Óscar tiró un poco de
su bebida al suelo. "Hay que challarle a la Pachamama", explica serio, e invita
a imitarlo y a beber "seco". Después el alcohol le hará soltar la lengua y,
además de sus consejos, contará anécdotas sexuales como caporal explotador del
taller, en el que -dice- una vez dos costureras peruanas lo "enfiestaron" y él
inventaba su cumpleaños, cada tanto, para emborrachar a las empleadas y pedir su
"regalito", ahí, entre las máquinas, donde dormían. <BR><BR>Eran buenos tiempos
para Óscar, él era uno de los miles de bocas iniciales de producción de la
industria clandestina de ropa que mueve más de 700 millones de dólares al año
sólo en Capital y el Conurbano, según cifras de la Cámara Industrial Argentina
de Indumentaria. Todo iba bien para él hasta que el 30 de marzo de 2006 ardió el
taller de Luis Viale 1269, en Caballito, con cuatro menores y dos adultos de
nacionalidad boliviana que no lograron escapar del humo y las llamas. Ellos
integraban un plantel de 64 esclavos textiles -la mayoría indocumentados- que
estaban bajo el régimen de "cama caliente". La fábrica figuraba habilitada para
cinco personas desde 2001 a nombre de dos empresarios, Jaime Geiler y Daniel
Fischberg, y estaba subalquilada a Juan Manuel Correa, argentino, y Luis
Sillerico, boliviano. La causa penal está en manos del juez de Instrucción
Alberto Baños. <BR><BR>Hasta hoy nadie sabe con certeza cuántos de estos
siniestros están latentes en la Ciudad. Una bomba de tiempo. Las muertes de
Caballito sólo sirvieron para "descubrir" un mundo paralelo que pareció
sorprender a propios y extraños y obligó a que se admitiera en forma oficial la
situación de miles de personas que son explotadas en talleres textiles, uno de
los eslabones de la trata de personas con fines de explotación laboral. Hay
pagos miserables, hacinamiento, reducción a la servidumbre, y hasta casos de
tuberculosis, anemia y violaciones de mujeres y menores, según apuntó el Cónsul
General de Bolivia, José Alberto González, quien también cree que, si hasta el
momento no ocurrió otra tragedia, es porque "Dios es argentino y también
boliviano". El diplomático es de los que piensan que esta problemática es una
cuestión de mercado: "La gente, por plata, mata. Y se deja matar". <BR><BR>En
tanto, jaqueados por sus necesidades, según pudo saber LA NACION, la gran
mayoría de los sobrevivientes del incendio volvió a reclutarse en otros
talleres. <BR><BR>Después del incendio de Caballito, los controles que se habían
lanzado en los talleres hicieron que Óscar, el ex patrón explotador, cerrara por
precaución. "Hay que tener mucho cuidado con el paisano hoy por hoy, es un
cuchillo de doble filo. Te puede clavar un puñal por atrás si te delata. Si te
quieres poner en blanco te sale 300 pesos cada costurero, más el sueldo. Por eso
tuve que cerrar el taller, estaban jodiendo mucho", se lamenta Óscar, que no
pierde las esperanzas de reabrir y volver a ser patrón. Ahora él se deja
explotar en un taller de La Paternal y está ahorrando para ir a Bolivia a
reclutar costureros, hacerlos trabajar 18 o 20 horas, que es lo que más rinde.
Si hasta dice que planea hacerlos masticar coca, como él mastica cuando sus
patrones necesitan producción y el "lomo tiene que aguantar".
<BR><BR><STRONG>Desagradecidos</STRONG> <BR><BR>Una idea similar del negocio
tenía "la señora" que contrató a Daisy. Paceña de El Alto, 30 años, Daisy hace
un parate en el taller de la Fundación Alameda contra el Trabajo Esclavo -en
donde trabaja como costurera desde que se escapó del taller clandestino donde la
explotaban- para contar cómo llegó a la servidumbre, a las 18 horas de trabajo,
la espalda encorvada y crujiente por las jornadas de hasta 18 horas, el polvillo
que se impregna en los pulmones y los gritos de la señora mezclados con el
run-run interminable de las máquinas. <BR><BR>Daisy sabía por los anuncios de
las radios de su pueblo de los ofrecimientos para trabajar en la Argentina.
Fueron las palabras de la señora las que hicieron cosquillas en los oídos de
Daisy y su marido, Pascual, y los convencieron de que vinieran a Buenos Aires:
"Bien bonito me habló. Hasta nos ha retado: ´¿Cómo es que tienes tres hijos y
todavía no tienes tu casa? Allá puedes trabajar y tener lo que quieras , nos
decía". Daisy y Pascual se animaron: juntos podrían tener un sueldo de 300
dólares por mes, calculaba Daisy. Mucha, muchísima plata en el país más pobre de
América del Sur. <BR><BR>La señora pagó los pasajes para que pasaran la
frontera, 100 dólares por cada uno y 50 por su hija de 3 años que traían en
brazos; devolverían la plata con trabajo, acordaron con la tallerista sonriente.
A Daisy la hicieron cruzar por un cementerio para esquivar los controles
fronterizos. Para disculparse con los que ya no están no dejó de persignarse al
atravesar el camposanto. A su marido lo trajeron por el monte, para después
reunirlos a todos en Tartagal y de ahí en un micro hasta la tierra prometida.
<BR><BR>Llegaron un domingo y al día siguiente ya estaban cosiendo en las
máquinas. <BR><BR>Después de los meses de maltratos y de las jornadas
agotadoras, hacinados en un cuartucho con otros tres matrimonios, Daisy y
Pascual resistían pensando en los dos hijos que habían dejado con sus
familiares. "Aguantaremos un poco más", se susurraban en la oscuridad para darse
ánimos. Una de esas noches, mientras los otros seis explotados roncaban
extenuados, ambos acordaron la fuga. Sería el día en que los patrones llevaban a
los hombres al parque Avellaneda a jugar al fútbol (costumbre que los
talleristas también despuntan en el Parque Indoamericano), pero se perdieron, y
cuando los encontraron la patrona se enojó muchísimo. <BR><BR>"Desagradecidos",
les gritó, y sus rabietas empeoraron. Así aguantaron las amenazas, las salidas
acompañadas hasta para ir a hacer las compras, siempre el temor inculcado al ver
a la policía y los nervios de la señora. Les daban 700 pesos por el trabajo de
los dos y había meses que no les pagaban. Pero Daysi ya no aguantó los gritos
que le daban a su hija porque entorpecía la producción. "Yo le decía, ´dormite
mamita, dormite , pero se aburría y venía a buscarme a la máquina", recuerda
Daisy mirando el suelo, sin dejar de fregarse las manos. Con el tiempo la señora
dejó de pagarles, decía que no tenía plata, pero había comprado tres máquinas
nuevas y una cortadora. "Si encima hasta le challamos las máquinas con
cervecita, ¿no ve? pues, para su suerte, para que le vaya bien. Pero ella nos ha
hecho un mal y eso vuelve. A veces me la cruzo y me dan ganas de decirle ¿por
qué señora nos ha hecho así? Pero no, nos miramos y ya", dice Daisy, resignada,
encogiendo sus hombros. "Todos venimos por la plata, porque queremos salir de la
pobreza", agrega Daisy, que planeaba enviar 100 dólares todos los meses para
ayudar al resto de su familia, un plan muy frecuente entre sus compatriotas, que
el año pasado enviaron desde la Argentina más de 160 millones de dólares en
concepto de remesas, lo que representa más de la mitad de la inversión
extranjera neta en ese país, según cifras oficiales del Banco Central de
Bolivia. <BR><BR>Una investigación de la Fundación El Otro ("Quién es quién en
la cadena de valor en la Indumentaria Textil") estima en 130 mil a los
explotados laboralmente en la Argentina (también hay argentinos en esta
situación, según la Defensoría del Pueblo). En febrero último, dos popes de la
industria textil, Ignacio de Mendiguren (Cámara de la Indumentaria) y Víctor
Benyacar (Cámara Argentina de Indumentaria de Bebes y Niños), reconocieron que
el 78% de la industria textil está en negro. Honestidad brutal a la que
agrupaciones de costureros contestaron con escraches, por "negreros".
<BR><BR>Algunos testimonios en las causas hablan de perversidades por parte de
los patrones, tales como servirles la comida en el mismo plato de una mascota,
como escarmiento; encerrar a los niños y forzar la producción hasta horas antes
de que una parturienta diera a luz. Una reciente publicación del diario Renacer
, de la colectividad boliviana, consignó que la policía logró allanar "de
casualidad" un taller ilegal en Florencio Varela, porque un chico de 13 años
había logrado escapar, dar aviso a las autoridades y de esta forma liberar a
menores de edad que trabajaban encerrados. <BR><BR>"Desde 2006, nos pusieron a
todos en la misma bolsa y yo me fui con mis boletas pagas a demostrar que no
todos somos así. Fue muy doloroso lo que pasó en Caballito, pero los bolivianos
no somos unidos ni organizados, siempre hay diferencias, igualito lo que pasa en
Bolivia", explica Hugo Ticona - 54 años, boliviano, cortador, 10 nietos
argentinos-, líder de la Cámara Única de Talleristas de Indumentaria, que agrupa
a 200 talleristas que quieren tener sus habilitaciones en regla y luchan porque
no se derogue la Ley 12.713, que regula el trabajo a domicilio, permite tener
hasta cinco máquinas y vincula solidariamente al taller con el fabricante.
<BR><BR>"Queremos que nos permitan tener hasta 10 máquinas. Y que a los que no
se regularicen, les caiga todo el peso de las leyes argentinas, como tiene que
ser", sostiene Ticona, con várices en las piernas después de 22 años de trabajo
en talleres textiles. "Siempre existió la explotación, se aprovechan. Los que
vienen a trabajar son de pueblitos rurales, no saben, son inocentes, sin
conocimiento. Yo cuando llegué no conocía la plata, también me engañaron, en
talleres coreanos, argentinos, bolivianos... En la ribera de La Salada también
hay talleristas peruanos y paraguayos. No se puede competir con esos precios".
(La feria de La Salada moviliza unos 400 millones de pesos por año y emplea a
más de 6000 personas; hasta Santiago Montoya, presidente de la Agencia de
Recaudación Buenos Aires, admitió que "es imposible sacarla"). <BR><BR>Para
Jorge Vargas, boliviano, investigador adjunto de la Universidad de La Matanza,
el hecho de que ocurran estas atrocidades en los talleres no tiene nada que ver
con una cuestión cultural: "La explotación, el abuso, no son patrimonio de una
cultura o sector social. Para un boliviano que viene de Achacachi o Tarata
(pueblitos de Bolivia), sobre todo en Buenos Aires, siempre hay más
oportunidades laborales. Aceptar por un tiempo esa situación es un "sacrificio"
que se hace por la familia. Pero una cosa es la voluntad del paisano de
sacrificarse, de esforzarse, y otra la de los que lucran con esa voluntad y
necesidad. Es un sistema, el hecho de que los vayan a buscar allá es parte del
mecanismo. Hay otros que cruzan la frontera con o sin papeles en regla y en la
búsqueda laboral los terminan explotando hijos de puta de orígenes nacionales
varios: bolivianos, coreanos, argentinos, peruanos. Si existen estas formas
extremas de explotación laboral es porque hay un mercado capitalista que lo
requiere. Que esto pase acá, que ocurra en San Pablo o en cualquier ciudad
asiática señala que no es un hecho cultural, sino de mercado". <BR><BR>Un
mercado que parece indicar que si la explotación del hombre por el hombre es
necesaria para bajar costos y aumentar ganancias, siempre habrá una mano que
tomará el látigo y muchos ojos que mirarán para otro lado con tal de seguir
haciendo negocios. Y tomará el látigo un empresario o un simple tallerista como
Óscar, el petiso explotador que, agazapado, se deja explotar en un taller hasta
que le llegue el turno de explotar. No le importará pisotear otros sueños. El
desea tener una combi enorme en donde llevar y traer a sus costureros; quiere
volver a inventar su cumpleaños y tener regalos sexuales. Ya en la noche
profunda, continúa la ronda de tragos, cierra los ojos de nuevo, y repite su
forma de entender las reglas de la oferta y la demanda: "Les decís 100 dólares y
te besan la mano". <BR><BR>Óscar repite el ritual a la Pachamama y toma seco, el
oro de sus dientes vuelve a brillar. </DIV>
<DIV align=justify>
<HR>
</DIV>
<DIV align=justify><BR><FONT size=3><STRONG>Ilegalidad y desamparo
</STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG><FONT size=3>El lado oscuro del negocio
textil</FONT></STRONG></DIV><STRONG><FONT size=3></FONT>
<DIV align=justify><BR> </DIV>
<DIV align=justify>Aunque las estrategias oficiales para la erradicación de una
maquinaria productiva plagada de abusos e irregularidades fracasaron o no
tuvieron todavía la efectividad necesaria, hoy se conoce con mayor claridad cómo
funcionan algunos de sus engranajes fundamentales y la manera desigual en que se
distribuyen sus costos y ganancias</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><FONT size=3><STRONG></STRONG></FONT> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG>Lorena Oliva</STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><BR> </DIV>
<DIV align=justify>Cuando el 29 de marzo de 2006 seis ciudadanos bolivianos (una
mujer, un adolescente y cuatro niños) murieron en el incendio de un taller de
costura clandestino ubicado en el barrio de Caballito, comenzaron a
multiplicarse las historias de explotación que involucraban en forma escandalosa
a reconocidas marcas de la industria textil. <BR><BR>La tragedia de la calle
Luis Viale dejó en evidencia que los casos de violación a los derechos humanos
que hasta ese momento nos llegaban desde Asia sucedían también aquí, en miles de
talleres que funcionaban en pleno corazón de la ciudad de Buenos Aires,
camuflados en casas y galpones. <BR><BR>Dos años después del siniestro, poco
parece haber cambiado. Pero aunque las estrategias gubernamentales para
erradicar esta perversa maquinaria de producción textil no logran todavía la
efectividad necesaria, hoy se conoce con mayor claridad el funcionamiento de
algunos de sus engranajes fundamentales. <BR><BR>Hoy se sabe, por ejemplo, que,
contra lo que se creía inicialmente, los dueños de estos talleres no producen en
forma exclusiva para falsificadores de marcas o ferias clandestinas, sino que
reconocidas empresas textiles se cuentan entre sus clientes. En los últimos tres
años, la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires denunció ante la
Justicia a unas ochenta marcas, entre ellas algunas ampliamente reconocidas en
los rubros infantil y juvenil. <BR><BR>También, que lejos de reconvertirse o
regularizarse, numerosos talleristas simplemente barajaron y dieron de nuevo. El
gobierno de la Ciudad calcula que todavía unos 25.000 trabajadores continúan
ligados a alrededor de 2000 talleres informales, aunque en la Unión de
Trabajadores Costureros de Buenos Aires (Utcba) creen que de los 5000 que
funcionaban antes del incendio aún sobreviven algo más de 4000. <BR><BR>"Entre
700 y 900 fueron clausurados; otros mil se mudaron a la provincia de Buenos
Aires, y de los 3000 que quedan en la Ciudad, la mitad se trasladó a las villas
miseria donde, obviamente, quedan al margen de cualquier tipo de inspección",
contabiliza Gustavo Vera, vocero de la organización (ver recuadro). <BR><BR>Lo
concreto es que nadie puede asegurar que la tragedia de Luis Viale no volverá a
repetirse. <BR><BR>En los próximos días, el gobierno porteño lanzará un programa
de regularización que abarca, entre otros puntos, cuestiones vinculadas con la
seguridad de las instalaciones, aunque la potencial eficacia suele ser puesta en
duda. <BR><BR>"Para el tallerista es inviable la regularización que pretende el
gobierno de la Ciudad mientras no se modifique la cadena de valor que distribuye
los costos y ganancias por la confección de una prenda en forma muy desigual",
explica Alicia Pierini, defensora del pueblo de la ciudad de Buenos Aires y una
de las principales batalladoras desde el Estado para la erradicación de estos
talleres. <BR><BR><STRONG>Todos contra la cadena</STRONG> <BR><BR>De acuerdo con
estimaciones de la Utcba, por una prenda que sale a la venta a cien pesos, el
tallerista recibe 3,25, el costurero, 1,87 y la marca 38 pesos o más. Con tal
distribución de costos, es comprensible que sean medidas las expectativas del
subsecretario de Desarrollo Económico de la Ciudad, Jorge Luis Ginzo, acerca de
los alcances o la efectividad del plan de regularización que se propone lanzar
en los próximos días. <BR><BR>Orientado hacia los talleres informales que tengan
hasta veinte obreros, el plan ofrece algunas facilidades para su habilitación y
regularización y promete acuerdos con las cámaras de indumentaria y calzado para
que las empresas afiliadas contraten en forma exclusiva a los que formen parte
de esta iniciativa. <BR><BR>"De todas maneras, sabemos que las exiguas tarifas
que reciben los talleristas son insuficientes para que puedan trabajar con apego
a la normativa, pero ahí carecemos de facultades para intervenir porque eso
depende del Ministerio de Trabajo", se excusa el funcionario. <BR><BR>Desde que
comenzó esta gestión, el gobierno porteño ha realizado unas mil inspecciones, de
acuerdo con las estadísticas de la Dirección General de Protección del Trabajo.
Ginzo espera que el plan de regularización contribuya para hacer visible lo que
hasta ahora es invisible. "Estas unidades de producción están ubicadas, en su
gran mayoría, en domicilios particulares. A menos que llegue una denuncia de
algún vecino, pasan inadvertidas ante los ojos de los inspectores. Por eso
esperamos que esta estrategia sirva también para su identificación." <BR><BR>Por
tratarse de una actividad que funciona al resguardo de la ilegalidad, nadie sabe
a ciencia cierta cuántos de estos talleres son informales y cuántos,
clandestinos. Un detalle nada menor si se piensa que esta distinción semántica
puede marcar notables diferencias. <BR><BR>Mientras que los talleres informales
se caracterizan por su falta de habilitación o por su modalidad de contratar
trabajadores en negro, en los talleres considerados como "clandestinos" es usual
la utilización de mano de obra indocumentada, en su mayoría procedente de países
limítrofes (sobre todo bolivianos), que es retenida y explotada mediante la
amenaza de la denuncia a las autoridades. <BR><BR>"Lamentablemente, vemos a
diario que las condiciones laborales en las que trabaja buena parte de nuestra
colectividad lindan con la violación de los derechos elementales de las
personas. Pero me parece que las medidas que se implementan siguen haciendo
énfasis en la parte más débil de la cadena productiva textil, es decir, en los
propietarios de los talleres, en su mayoría de tipo familiar, y, por efecto
rebote, en los costureros", denuncia José Alberto Gonzales, cónsul general de
Bolivia en Buenos Aires. <BR><BR><STRONG>Claroscuros</STRONG> <BR><BR>En el
momento de analizar los avances registrados en estos dos años, la mayor parte de
las fuentes consultadas menciona a la actual política migratoria nacional,
vigente desde principios de 2004, que allanó el proceso que los ciudadanos
nacidos en países del Mercosur y en naciones asociadas deben cumplimentar para
radicarse en la Argentina. <BR><BR>Después de la tragedia de Caballito, mediante
el programa llamado Patria Grande, la nueva ley comenzó a regir también en forma
retroactiva, es decir, para quienes ya vivían en nuestro país con anterioridad
al cambio de ley. Esto permitió que más de 450.000 ciudadanos extranjeros
pudieran regularizar su situación. <BR><BR>Al ser consultado sobre las políticas
del organismo para evitar que continúen las maniobras que facilitan los ingresos
ilegales, el responsable del área de Admisión a Extranjeros de la Dirección
Nacional de Migraciones, Fernando Manzanares, responde con realismo: "Nuestra
frontera es porosa por naturaleza. No se pueden tener fuerzas de seguridad cada
cien metros. Con los recursos que tenemos hacemos las cosas lo mejor que
podemos. Pero hoy es claro que el control de la migración no se hace mediante
controles fronterizos; de lo contrario, Europa o los Estados Unidos no tendrían
inmigrantes indocumentados." <BR><BR>Algunas evidencias también destacan que, en
los últimos años, algunas empresas textiles comenzaron a regularizar la
situación de su personal. "El sindicato que nuclea a los trabajadores, el Soiva,
pasó de recaudar en 2006 unos cinco millones de pesos en concepto de aportes a
nueve millones en 2007. Por otra parte, la diferencia de sueldo entre un
costurero en blanco y otro en negro no es tan significativa, y en lugar de
tercerizar en La Matanza, pagar coimas y arriesgarse a que les roben, algunas
empresas comenzaron a optar por el blanqueo", ejemplifica Gustavo Vera.
<BR><BR>Pero la situación no es tan simple en los eslabones más endebles de la
cadena. "Que el gobierno porteño ponga voluntad en tratar de legalizar talleres
no es suficiente mientras persista la actual cadena de valor. Para el tallerista
se torna más difícil sostener los costos de esa legalización que trasladarse a
la provincia si le clausuran el taller", enfatiza Pierini. <BR><BR>"Aquí, el
problema es esta lógica de producción, que no sólo funciona en consonancia con
el capitalismo globalizado sino que además se adecua a una conveniencia
gubernamental, interesada en mantener bajos los precios de la ropa por
cuestiones inflacionarias", agrega la funcionaria. <BR><BR>Con ella concuerda el
cónsul Gonzales, quien se muestra plenamente convencido de que es otro el camino
que debe seguirse para salir del actual laberinto: "Está demostrado que no es
clausurando talleres y persiguiendo talleristas bolivianos como se solucionará
este problema. ¿Y si probáramos poniendo en una misma mesa de negociación a
autoridades, a talleristas, a costureros y a fabricantes o dueños de grandes
marcas?", propone. <BR><BR>Mientras tanto, a poco más de dos años de la tragedia
de Caballito, el hilo todavía se corta por lo más fino. Y el flagelo de la
clandestinidad, con sus potenciales peligros, continúa siendo una pieza clave
dentro de la industria textil. <BR><BR><STRONG>De maestro a
denunciante</STRONG> <BR><BR>Los ojos celestes de Gustavo Vera se agrandan al
contar cómo se adentró en los problemas de las personas explotadas en talleres
clandestinos: "De casualidad. En las ollas populares de 2001, aquí la mayoría
eran costureros bolivianos. Son muy cerrados, pero después de compartir
navidades, fines de año y fiestas de la colectividad, recién a fines de 2003
empezaron a contar lo que vivían en los talleres. No denunciaban por miedo a ser
despedidos o deportados". <BR><BR>Titular de la flamante Fundación Alameda
contra el Trabajo Esclavo, este maestro de escuela es también vocero de la Unión
de Trabajadores Costureros, que representa a 200 trabajadores de talleres
clandestinos y a 400 de talleres registrados. Entre ambas organizaciones ya
lleva realizadas más de 200 denuncias. <BR><BR>Cuando tuvo lugar la tragedia de
Caballito, Vera ya era considerado un referente ineludible en la lucha contra el
trabajo esclavo. Después del incendio, más de 3000 talleristas se manifestaron
contra el cierre de sus negocios. Muchos costureros integraban esas filas,
temerosos por sus fuentes de trabajo. "Me quisieron linchar", recuerda. </DIV>
<DIV align=justify>
<HR>
</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG><FONT size=3>Subastas humanas a plena luz del
día</FONT></STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG>Talleristas coreanos, bolivianos, peruanos y
argentinos se acercan a los puntos tácitos de encuentro en los que se reúne la
mano de obra barata, en su mayoría indocumentados. Rectistas, overloquistas y
ayudantes escuchan ofertas</STRONG><BR></DIV>
<DIV align=justify><STRONG>Gustavo B. Arrieta </STRONG><BR><BR></DIV>
<DIV align=justify>Cerca de 300 personas acuden a un encuentro tácito para
conseguir trabajo en algún taller textil, en las subastas humanas del Bajo
Flores. Reclutarse, para muchos de los que esperan, es la diferencia entre comer
o no. Juan tiene 24 años y vino de Potosí. Ya van dos mañanas a la intemperie
buscando trabajo de rectista. Talleristas coreanos, bolivianos, peruanos y
argentinos se acercan, miran y preguntan si hay rectistas, overloquistas,
ayudantes, alguna cocinera de comidas bolivianas para tener contentos a sus
costureros. <BR><BR>"¿Recta?", arremete un señor de ojos achinados. "¿Cuánto?",
responde Juan. "700", le contesta el hombre, y enseguida es rodeado por otros
costureros. "Muy poco, yo valgo más", responde Juan, que tiene los dientes
blanquísimos y vive ahí cerca, en la villa 1-11-14, con su novia. Vino hace tres
años a Buenos Aires y, como la mayoría, piensa él, cuando llegó pasó por un
taller explotador en donde aprendió el oficio. Juan se interna en los talleres
para ahorrar el gasto en comida; entre risas cómplices, mientras come a mano un
"charquicante" (mezcla de charqui con picante, con papas y maíz hervidos),
confiesa que también en ellos busca a Jovanna, una cochabambina de 16 años que
conoció en un taller de Mataderos. Ahí dormían 10 personas en una habitación,
seis mujeres y cuatro varones. Comían mondongo hervido. Fue difícil, cuenta
Juan, pero añade que una de esas noches, Jovanna le entregó su primera vez.
Nunca más la volvió a ver. <BR><BR>En la otra esquina se apostan peruanos,
paraguayos y bolivianos, con sus herramientas, en busca de alguna changa en la
construcción. Como todos los días, el policía de consigna en la esquina, a las
9.30, cuando abre la farmacia, expulsa a todos. Los vecinos están hartos,
algunos pasan y se quejan entre dientes. Lo mismo pasa en Liniers, en la esquina
de José León Suárez y Ramón Falcón, punto de reunión de muchos de los costureros
y costureras que salen de los talleres por el fin de semana. En los restaurantes
de comidas típicas y en bailes como "Mágico Boliviano" puede verse cómo los
patrones llegan con sus costureros a recompensar la dura semana de trabajo.
Algunos vienen desde la provincia de Buenos Aires, a donde después de la
tragedia de Caballito se mudaron muchos de los talleres que funcionaban en
Capital. Hasta dicen que funciona una nueva esquina al estilo Cobo y
Curapaligüe, en el cruce de 9 de Julio y Olimpo, en Lomas de Zamora. <BR><BR>Hoy
es lunes. Es el día en el que hay mayor movimiento de gente. Ya a las 7 de la
mañana hay por lo menos 200 personas apostadas, los conocidos conversan en
círculos improvisados; la mayoría espera en silencio encontrar trabajo para el
día o la semana. Los talleristas también llegan necesitados por mano de obra
barata, la producción no puede parar. Hasta una gitana regordeta y de busto
prominente llegó a buscar rectistas, que en general son hombres. "No, busco
mujer rectista, mujer. Hombres no ¿Qué hago con un hombre en medio de nueve
mujeres? Todas se van a distraer", dice. Los rectistas se ofrecen a propósito,
para reírse un rato. "Léeme la suerte y te trabajo", le dicen por detrás; ella
se acomoda el corpiño y sigue en la búsqueda. <BR><BR>Más tarde, una mujer y un
hombre se acercan. "Necesito un ayudante, fuerte", dice el tipo, de anillo
cuadrado en el meñique izquierdo. Observa y parece medir la espalda de un
postulante. "500 pesos por mes, en Lanús; hay comida, si quieres te puedes
quedar a dormir", responde cuando se le pregunta por la paga y la estadía. "¿Y
dónde duermo?", repregunta, inocente. "Duermes ahí nomás, pues, hermano, te
damos un colchón con las máquinas". <BR><BR>En tanto, otros talleristas llegan
con la prenda a confeccionar en una bolsa, que muestran cuando los costureros
preguntan cuál es el trabajo. Algunas marcas famosas pueden leerse en las
etiquetas. Se escuchan variedades de precios por prenda, desde 50 centavos hasta
2 pesos por las de confección más complicada. De nuevo son las 9.30 y el policía
cumple la rutina de sacar a todos hacia la otra esquina, como arreando ganado.
De tanto en tanto se forman grupos de gente que rodean a un tallerista que
ofrece unos centavos más. En uno de ellos la tensión crece y todos se acercan a
oír mejor. Una tallerista coreana le habla a una chica que está parada junto a
otra que escucha atenta. La coreana ofrece casa, comida, enseñar a coser. La
chica no responde, mira al suelo y de reojo a su compañera, que resulta ser su
hermana y le aconseja: "Dile que no". Pero la joven se queda callada y la
coreana le levanta la pera con las manos y le sonríe con sus ojos que parecen
rayitas. "No, no irá. Si no vamos las dos juntas, no", le dice la hermana a la
coreana, en tono serio. "Con usté no habla yo, ¿por qué meter? ¡Con usté no
habla yo!", le grita la coreana y pronuncia palabras inentendibles. Ambas cruzan
miradas que generan un arco voltaico invisible. "No la voy a dejar ir sola ¿no?,
es recién llegada ella, no conoce nada", le dice la chica al círculo de
curiosos, como si debiera dar explicaciones. Luego todos se dispersan. De a
poco, los talleristas se llevan a los costureros a sus talleres. </DIV>
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<DIV align=justify>Se van en autos, taxis, remises y camionetas 4x4. Cerca del
mediodía, las dos chicas que tuvieron el entredicho con la coreana conversan con
una señora que llegó en una combi blanca. En el espejo retrovisor de la cabina
se mueve de un lado a otro una imagen de la virgen de Urkupiña. Suben juntas y
se pierden por la avenida Cobo. Una de ellas está a punto de golpear las puertas
del infierno. </DIV>
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<HR>
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<DIV align=center><STRONG><FONT size=3><FONT color=#800000><FONT
size=4>Correspondencia de Prensa - Agenda Radical - Boletín
Solidario</FONT><BR>Ernesto Herrera (editor): </FONT></FONT></STRONG><A
href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><FONT
size=3>germain5@chasque.net</FONT></STRONG></A><BR><STRONG><FONT size=3><FONT
color=#800000>Edición internacional del Colectivo Militante - Por la Unidad de
los Revolucionarios<BR>Gaboto 1305 - Teléfono (5982) 4003298 - Montevideo -
Uruguay</FONT><BR></FONT></STRONG><A
href="mailto:Agendaradical@egrupos.net"><STRONG><FONT
size=3>Agendaradical@egrupos.net</FONT></STRONG></A></DIV>
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</DIV></FONT></BODY></HTML>