<!DOCTYPE HTML PUBLIC "-//W3C//DTD HTML 4.0 Transitional//EN">
<HTML><HEAD>
<META http-equiv=Content-Type content="text/html; charset=iso-8859-1">
<META content="MSHTML 6.00.2900.2523" name=GENERATOR>
<STYLE></STYLE>
</HEAD>
<BODY bgColor=#ffffff background=""><FONT face=Arial size=2>
<DIV align=justify>
<HR>
</DIV>
<DIV align=center><STRONG><FONT size=4><FONT color=#800000><EM><U><FONT
size=5>correspondencia de prensa - boletín solidario</FONT></U></EM>
<BR><FONT color=#ff0000 size=6>Agenda Radical</FONT><BR>Edición internacional
del Colectivo Militante<BR><U>29 de agosto 2008</U><BR>Redacción y
suscripciones:</FONT> </FONT></STRONG><A
href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><FONT
size=4>germain5@chasque.net</FONT></STRONG></A><BR></DIV>
<DIV align=justify>
<HR>
</DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>Colombia</FONT></STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR></FONT><FONT face=Arial><STRONG>Nacida para parir
</STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG><BR></STRONG></FONT><FONT
face=Arial><STRONG>Samuel Andrés Arias *</STRONG></FONT></DIV><FONT face=Arial
size=2>
<DIV align=justify><BR> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG>En las zonas selváticas más aisladas de Colombia
todavía hay mujeres que se casan con hombres que no han elegido. En las regiones
rurales, 22 de cada cien mujeres menores de veinte son madres o han estado
embarazadas. Ésta es la historia de Mariana, relatada por Samuel Andrés Arias,
el médico-periodista colombiano que la visitó.</STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><BR> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG>Centro de Investigación e Información Periodística
(CIPER) - Chile</STRONG><BR><A
href="http://ciperchile.cl/"><STRONG>http://ciperchile.cl/</STRONG></A></DIV>
<DIV align=justify><BR><BR>Nunca imaginé que el sonido que salía de la casa, ese
gruñido suave y bajo correspondiera al ruido de un pequeño cerdo disputando un
pedazo de yuca con un bebé desnudo de máximo un año de edad. <BR><BR>Minutos
antes habíamos llegado al lugar tras una cabalgata de seis horas, monte adentro,
buscando la casa de Miguel y Mariana. <BR><BR>El ladrar de los perros avisó de
nuestra llegada, pero nadie se asomó. Nos bajamos de los caballos, estiramos las
piernas cansadas mientras preguntábamos a gritos si había alguien. <BR><BR>El
rancho era nuevo, aún olía a madera recién cortada. Tenía dos plantas: en la
primera había un pequeño establo y en la segunda la vivienda. Golpeamos la
puerta varias veces y nadie respondió. Escuchamos en el interior el extraño
ruido. Entramos. El sonido se percibía más intenso, más cercano, pero no lo
identificábamos. Lo seguimos, hasta que encontramos en un rincón a los dos
cachorros de mamíferos distintos luchando por un trozo de yuca cocida.
<BR><BR>El niño lloró cuando lo recogí del suelo. Mientras el cerdito, despojado
de su rival, disfrutaba de su manjar. Matías me miraba sin hacer ningún
comentario. Leía en mi rostro mi enojo. Salimos de la casa y nos sentamos debajo
de un naranjo a esperar que alguien llegara. <BR></DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify>-Es el colmo, Samuel. <BR></DIV>
<DIV align=justify>-Es el colmo, Matías -le respondí y no hablamos más.
<BR><BR>Llegué a La Macarena por avión desde Villavicencio en una calurosa
mañana del mes de enero de 1998. En ese entonces trabajaba como médico en
Existir, una pequeña empresa de salud que prestaba sus servicios a los
campesinos e indígenas de la zona rural de los departamentos de Meta, Guaviare y
Vaupés. La Macarena fue la zona que me asignaron ese mes. El equipo éramos sólo
Matías, un motorista, nativo del pueblo, y yo. <BR><BR>El municipio de La
Macarena es uno de los seis municipios que integran el Parque Natural Sierra de
la Macarena, que está ubicado en el sur del departamento del Meta como una isla
independiente al margen de las tres grandes cordilleras de Colombia. En este
punto geográfico confluyen el bosque andino, los llanos de la Orinoquía y la
selva amazónica, haciendo que esta zona contenga una biodiversidad enorme, una
de las mayores del mundo. Su aislamiento geográfico ha evitado que el devastador
proceso de deforestación para sembrados ilegales sea menos acentuado que en
otras regiones selváticas del país. Muchos de sus colonos, como la familia de
Mariana y Miguel, llevan varias generaciones asentados allí. <BR><BR>Llevábamos
una hora jugando con el bebé cuando apareció una mula con dos niños.
<BR><BR>-Buenas tardes, yo soy Matías y él es Samuel, el médico de Existir.
Nosotros les mandamos avisar con la Junta de Acción Comunal que veníamos -les
dijo Matías, mientras los ayudaba a bajar del animal. <BR><BR>Los dos me
extendieron la mano y se presentaron: Carmen y José, de 6 y 4 años
respectivamente. <BR></DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify>-¿Y sus papás? </DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify>-Mi papá y mis hermanos están trabajando. Y mi mamá fue a
ayudarles y a llevarles el almuerzo a la chagra. Nosotros estábamos trayendo
unas cosas que nos hacían falta de la otra casa -nos dijo José, el pequeño
gigante. <BR><BR>Mi indignación renacía. No podía entender como unos padres
podían dejar a un niño de menos de un año bajo el cuidado de otros dos pequeños
cuya edad sumaba entre ambos los diez años. Guardé silencio. <BR><BR>José nos
invitó a seguirlo. Matías cargó a la pequeña Carmen en los hombros y entramos a
la casa. En el suelo permanecían sobras de comida. Las moscas danzaban
aleatoriamente alrededor de varios trozos de carne seca que colgaban sobre el
fogón de leña. Me acerqué y con la luz de la linterna pude ver los pequeños
huevos blancos de las moscas sembrados en la carne. <BR><BR>El amable José nos
ofreció guarapo. Tuve temor de tomármelo al ver las condiciones de aseo de la
casa, pero tenía mucha sed, no me quedaba nada en la cantimplora y no teníamos
tiempo para salir a buscar algún pozo. Me lo tomé pasando tragos enteros y
tratando de no pensar en la migración de parásitos y bichos a la panza.
<BR><BR>Con los últimos destellos del día ladraron los perros anunciando el
regreso de Miguel y Mariana, los padres de los niños. Venían con tres jóvenes
que también eran sus hijos. <BR><BR>Miguel llegó con la camisa sucia y abierta.
Mariana traía varias ollas pequeñas y una canasta. Nos presentamos, nos dieron
la bienvenida y nos ofrecieron su hogar para descansar. Igual, no teníamos
alternativa, la casa más cercana quedaba a dos horas a caballo. Sentí un poco de
vergüenza, su hospitalidad desarmó el malgenio que tenía. Luego, ya más
tranquilo le dije: </DIV>
<DIV align=justify><BR>-Mariana, ¿cómo es posible que deje a estos dos niños tan
pequeños cuidando a este otro que es casi un recién nacido? ¿No le da miedo de
que les pase algo? <BR></DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify>Ella sonrió, me sobó el hombro derecho y me respondió: </DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify>-Tranquilo doctor, por los niños no se preocupe, así he
levantado once y a ninguno le ha pasado nada. Usted no tiene hijos, ¿cierto?
<BR><BR>No supe qué decir. Sabía que la excusa no era válida para el estado de
abandono en que se encontraban los niños y la casa, pero sentí vergüenza de
hacer más reclamos. Se supone que parte de mi trabajo era educar para la salud…
¿pero como enfrentar las costumbres y la experiencia de Mariana? Al fin y al
cabo era cierto, ella crió once hijos y yo no había criado ninguno…
<BR><BR>También sentí algo de enojo de que ella utilizara el viejo argumento con
que muchas madres nos desarman en la consulta de pediatría. Decidí abortar el
tono “pedagógico” y dedicarme a charlar desprevenidamente con Mariana.
<BR><BR>Mariana nació y ha vivido siempre en la zona rural de La Macarena. El
año anterior, a los 32 años, fue la primera vez que salió al pueblo. Aunque se
lo habían descrito, nunca lo había logrado imaginar como era. Para ella fue una
sorpresa ver automóviles, escuchar música salida de equipos electrónicos y ver
tanta gente reunida en un solo lugar como el mercado o la iglesia. Todo le
parecía mágico. No concebía como funcionaban todos esos aparatos, desde el frío
de una nevera hasta las imágenes del televisor. <BR><BR>Mariana recordó que
cuando tenía 11 años, un vecino, José, un señor mucho mayor, llegó a su rancho,
habló con su mamá unas cuantas palabras y se la llevó. Durante el camino el
hombre no le habló. Al llegar a su casa, le explicó que hacía unos meses su
esposa había muerto, tenía dos hijos y no sabía cómo criarlos ni tampoco tenía
tiempo para hacerlo. Eran dos niños menores de 5 años, los dos estaban
desnutridos. La tarea de Mariana era criarlos. <BR><BR>Pasaron tres años en los
que José salía a trabajar muy temprano a la chagra, Mariana organizaba la casa,
le daba de comer a las gallinas y los marranos, cuidaba de los niños y preparaba
la comida, se la llevaba a él a la chagra, esperaba en silencio mientras comía y
regresaba a la casa a seguir con los oficios domésticos. Hasta entonces las
palabras que se cruzaban eran escasas. Mariana dormía con los otros niños y José
en una habitación aparte. Con la pubertad las formas de Mariana fueron
cambiando. José la miraba cada vez más, pero no le hablaba, sólo la miraba.
<BR><BR>Una mañana temprano, José la subió en una bestia y regresaron a la casa
materna. Se sentaron los tres. José le dijo a la mamá de Mariana que hacía unos
días había notado, aunque ella lo intentó ocultar con vergüenza, la llegada de
la menstruación de la niña, lo que ahora la hacía una mujer. Sí la señora le
daba autorización, Mariana sería ahora su esposa. La madre asintió. Mariana
nunca habló, estaba presente pero nadie le pidió su opinión ni tampoco protestó.
En menos de un año Mariana sería mamá, y desde allí aproximadamente cada uno o
dos años tendría un nuevo hijo hasta que murió José. <BR><BR>Para Mariana la
vida se contaba en número de hijos, no en meses ni en años. Al morir José,
Mariana tenía cuatro hijos propios, más los dos que crió desde antes. La vida
era difícil, sabía que sola no podía, necesitaba conseguir un hombre que
trabajara para poder seguir ella criando sus hijos, sabía también que su vientre
era el mejor estímulo para atraer un hombre. Así fue. Cuando conoció a Miguel le
gustó, cosa que nunca sucedió con el viejo José. Miguel era un peón de una finca
vecina que le coqueteaba desde hacía varios años. Cuando murió José no esperó
mucho tiempo para acercarse a Mariana. <BR><BR>-Yo quería una mujer que tuviera
un vientre agradecido que me diera muchos hijos… ¡Además, Mariana era la dueña
de toda la tierra que dejó el viejo José! -nos contó entre risas, Miguel.
<BR><BR>Desde que se juntó con Miguel, Mariana tuvo siete hijos más y cuando la
visitamos deseaba “tener cuantos los señores ‘Jehová y Miguel’ -dijo riéndose-,
quieran y me permitan”. <BR><BR>En medio de la charla, le describí a Mariana los
métodos de planificación familiar. Me miró sorprendida. <BR></DIV>
<DIV align=justify>-No entiendo. ¿Es que acaso existen mujeres que su destino
sea distinto al tener y criar los hijos que Dios nos da? -me preguntó.
<BR></DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify>-Sí, Mariana. Hay mujeres y parejas que eligen tener menos
hijos o no tenerlos para dedicar su vida a otras cosas. <BR></DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify>-¡Qué cosa tan horrible! Si para eso nos puso Dios en el
mundo, para parir -replicaba cogiéndose la cabeza con las manos. <BR></DIV>
<DIV align=justify>-Además, agregué, si la gente planifica puede hacer rendir
más lo que tiene entre los hijos. Entre más poquitos, más rinde… <BR></DIV>
<DIV align=justify>-¡Como así!, si la tierra alcanza para todos. Por cada hijo
que nazca tumba uno un pedazo de monte para trabajar, se le deja un marrano para
criar y de ahí sale con que mantenerlo. <BR></DIV>
<DIV align=justify>-Eso es aquí en La Macarena, en el campo. Pero todo el mundo
no tiene esa oportunidad. La gente que vive en las ciudades no tiene tierras.
<BR></DIV>
<DIV align=justify>-¿Entonces de que viven? <BR></DIV>
<DIV align=justify>-De trabajar en muchas otras cosas. <BR></DIV>
<DIV align=justify>-No entiendo -dice Mariana mientras la tenue luz de las velas
deja ver su rostro de preocupación. <BR><BR>Y no lo entendió. Ella no podía
concebir que millones de personas vivieran en un territorio donde no había
espacio para cultivar ni animales para criar. Un lugar pensado para que miles de
automóviles circulen y donde los hombres no tengamos idea de cómo se utiliza un
machete o una motosierra. <BR></DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify>-¿No me está mintiendo? ¿De verdad no sabe como se roza un
rastrojo? <BR></DIV>
<DIV align=justify>-No, Mariana. Yo me dediqué a estudiar para ser médico.
<BR></DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify>-Pero eso no le quita que aprenda a trabajar. ¿Cuánto tiempo
estudió? <BR></DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify>-A ver, completo, desde niño… casi veinte años. <BR></DIV>
<DIV align=justify>-¡No! ¡Qué perdedera de tiempo! Yo nunca fui a la escuela,
mis hijos mayores tampoco y ahí están: trabajando y con familia, y los chiquitos
van a la escuela para que aprendan a leer y escribir, pero tienen que aprender
algo útil en la vida, tienen que aprender a trabajar en el monte… ¡Qué tal uno
sin saber manejar un machete! <BR></DIV>
<DIV align=justify>-Hay trabajos distintos, Mariana. Hay formas distintas y,
hasta de pronto, mejores de vivir, y para eso sirve estudiar, ir a la escuela y
luego a la universidad. <BR><BR>Me miró incrédula. Se quedó un rato callada y me
preguntó: <BR></DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify>-A ver, usted, doctor, ¿cuántos hijos tiene? <BR></DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify>-Todavía ninguno, Mariana. <BR><BR>Se quedó callada un
momento y luego me dijo: <BR></DIV>
<DIV align=justify>-Pero ya va siendo como hora… A su edad los hombres ya tienen
que tener cría. <BR></DIV>
<DIV align=justify>-Por ahora no me interesa. Si los tuviera, tal vez no estaría
aquí, en La Macarena, tan lejos. <BR></DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify>-Pues se los deja a su mujer, ¿acaso usted los va a criar?
<BR></DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify>-Sí, eso quisiera… con mi pareja. <BR></DIV>
<DIV align=justify>-¡Uy no! Usted trabaje para que los mantenga, pero no se meta
a criarlos. Déjenos ese trabajo a nosotras que para eso mi Dios nos hizo.
<BR><BR>La noche nos quedó corta, el sueño se coló a la fuerza y las velas se
agotaron. Con Mariana recordé que yo no era el poseedor de ninguna verdad. Ambos
aprendimos una lección: ella me enseñó que la vida se aprende viviendo y no con
sermones de expertos, y creo que Mariana entendió que algunos pequeños cambios
en su cotidianidad, que no implicaban sacrificios mayores, le podían mejorar en
algo su vida y que, más allá de La Macarena, existen formas de vivir distintas
de las que también algo se puede aprender. Eso mismo aprendí yo, desde mi mirada
de citadino. <BR><BR>La reflexión que me suscitó el encuentro con Mariana sigue
siendo vigente. En el año 2005 Profamilia publicó la última versión de la
Encuesta Nacional de Demografía y Salud. En ella se describe el estado actual de
la salud sexual y reproductiva en Colombia. La historia de Mariana no es la
excepción, de alguna forma es la regla. Al igual que ella, en Colombia muchas
mujeres inician su vida sexual cada vez más temprano. Para el año 2000 el 8 por
ciento de las mujeres del país entre 25 y 49 años habían tenido su primera
relación sexual antes de los 15 años; en el 2005 era el 11 por ciento con
grandes diferencias entre las de la ciudad (aproximadamente 9 por ciento) y las
del campo (17 por ciento). <BR><BR>Si este inicio temprano respondiera a una
decisión autónoma de disfrute de la sexualidad, la magnitud de embarazos en
adolescentes iría en descenso, pero por el contrario, va en aumento. En
Colombia, de cada cien mujeres menores de veinte años de la zona urbana, 15 ya
son madres o han estado embarazadas; y en la zona rural, 22 de cien.
<BR><BR>Dicho de otra forma una de cada cinco colombianas adolescentes ya ha
estado embarazada. Como se ve, el deterioro progresivo de la salud sexual y
reproductiva en Colombia es más severo en las zonas rurales que en las zonas
urbanas. Afortunadamente la percepción que tiene Mariana de su propia vida es
buena; sin embargo, refleja, al igual que los indicadores de salud, la inequidad
en la falta de oportunidades que tienen las mujeres campesinas en el país.
Mariana no decidió ser criadora de hijos ajenos y propios, ni una paridora
incansable, fue la opción que la vida tomó por ella. <BR><BR><BR>* Samuel
Andrés Arias es médico epidemiólogo y periodista. Hasta las cuatro de la tarde
ejerce como coordinador del área de investigaciones del Instituto Nacional de
Cancerología de Colombia, luego escribe relatos, crónicas y ensayos que publica
en revistas como El Malpensante, Etiqueta Negra, Odradek, Revista Universidad de
Antioquia y en otros medios escritos de Latinoamérica. </DIV>
<DIV align=justify>
<HR>
</DIV>
<DIV align=center><STRONG><FONT color=#800000 size=3>Correspondencia de Prensa -
Agenda Radical - Boletín Solidario<BR>Ernesto Herrera (editor):
</FONT></STRONG><A href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><FONT
size=3>germain5@chasque.net</FONT></STRONG></A><BR><STRONG><FONT size=3><FONT
color=#800000>Edición internacional del Colectivo Militante - Por la Unidad de
los Revolucionarios<BR>Gaboto 1305 - Teléfono (5982) 4003298 - Montevideo -
Uruguay</FONT><BR></FONT></STRONG><A
href="mailto:Agendaradical@egrupos.net"><STRONG><FONT
size=3>Agendaradical@egrupos.net</FONT></STRONG></A></DIV>
<DIV align=justify>
<HR>
</DIV></FONT></BODY></HTML>