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<HR>
</DIV>
<DIV align=center><STRONG><FONT size=4><FONT
color=#800000><EM><U>correspondencia de prensa - boletín
solidario</U></EM> <BR><FONT color=#ff0000>Agenda
Radical</FONT><BR>Edición internacional del Colectivo Militante<BR><U>1º de
diciembre 2008</U><BR>Redacción y suscripciones:</FONT> </FONT></STRONG><A
href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><FONT
size=4>germain5@chasque.net</FONT></STRONG></A></DIV>
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<HR>
</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG><FONT size=3>Socialismo<BR><BR>Entrevista a Oscar
Fernández Mel, médico y compañero del Che en la Sierra Maestra y el
Congo<BR><BR>“Aprendí a ser revolucionario Che”<BR><BR>Apenas recibido de médico
se incorporó a la lucha contra Batista, enrolado en la columna del Che. También
lo acompañó durante los primeros años de la revolución en Cuba y finalmente en
el Congo.</FONT></STRONG><BR><BR><BR><STRONG>Gustavo Veiga<BR>Página/12, Buenos
Aires, 1-12-08</STRONG><BR><A
href="http://www.pagina12.com.ar/"><STRONG>http://www.pagina12.com.ar/</STRONG></A></DIV>
<DIV align=justify><BR><BR><STRONG>–Usted es médico como lo era el Che y
compartió con él las experiencias guerrilleras en la Sierra Maestra y el Congo,
¿de qué modo explica cómo se sobreponía a su enemigo íntimo, el asma, en esos
ambientes hostiles?</STRONG><BR><BR>–El Che tenía un diapasón de comportamiento
y para tolerar el dolor y el sufrimiento era admirable. El soportaba los ataques
de asma con estoicismo. Imagínese que en aquella época lo que él usaba era la
adrenalina. No había los remedios que hay ahora. Y por supuesto, le aceleraba el
corazón y de tanto darle alguna vez se intoxicaba. También tenía dolores de
abdomen. Después que triunfó la revolución yo le ponía su suero con cortisona,
cuando él ya no podía más, y eso lo mejoraba, le hacia eliminar la adrenalina.
Sus ataques eran los más profundos que yo he visto en mi
vida.<BR><BR><STRONG>–¿Llegó a peligrar su vida por la
enfermedad?</STRONG><BR><BR>–Cuando él, en otras etapas, tenía problemas con el
aparatico, ahí sí perdía un poco la calma. Sabía lo que le podía pasar en
cualquier momento. Hay algunas anécdotas, como por ejemplo un momento después
del desembarco del “Granma”. Un hombre que se llamaba Luis Crespo, del que el
Che hablaba con verdadera fruición, lo había ayudado en los primeros días cuando
le daban los ataques de asma y no había nada. Luis le decía: tómate de ese fusil
y él le respondía, no, déjame aquí. Su asma era muy profundo, demasiado y le
venía desde muy pequeño. Usted sabe que había una discusión entre el padre y la
madre; se echaban la culpa del problema. Lo cual no tiene sentido porque el asma
es una enfermedad alérgica y no creo que ninguno de ellos la haya provocado, y
menos la madre, a la cual él adoraba: Celia Serna, una mujer
admirable.<BR><BR><STRONG>–¿Guevara tomaba en cuenta las sugerencias sobre su
salud?<BR></STRONG><BR>–No, si yo le decía algo, no aceptaba nada. Cuando
triunfa la revolución, pues, teníamos al doctor Adolfo Rodríguez de la Vega, que
era un profesor famoso y perteneció también a nuestra columna y lo llevábamos
como hacíamos con médicos importantes del hospital Calixto García para que lo
trataran. Yo había pasado a un plano distinto, porque mis especialidades son la
traumatología y ortopedia. Y si le ponía los sueros con cortisona, era porque se
los imponía. No crea que a él le caía muy bien estar acostado con un
suero.<BR><BR><STRONG>–¿Desconfió alguna vez de que el Che pudiera sobreponerse
en la selva a esos ataques de asma?</STRONG><BR><BR>–El tenía mucha disciplina.
Cuando nosotros veníamos desde la Sierra Maestra al Escambray, en el centro de
la selva, marchábamos metidos en los pantanos con el agua hasta la cintura. Agua
sucia. Pero era tal la confianza que tenía la columna en el Che, que si
estábamos perdidos dando vueltas en el mismo lugar, todo el mundo sabía que él
nos iba a sacar hacia adelante con una brujulita y un mapita de propaganda de la
isla de Cuba.<BR><BR><STRONG>–¿Qué experiencias compartieron en la campaña de la
Sierra Maestra?</STRONG><BR><BR>–Hubo una parte en la que estuvimos muy
alejados. El se encontraba mucho más al oeste y yo más al este. Nos volvimos a
encontrar cuando se lanzó la ofensiva del ejército de verano, porque como yo era
un médico joven, de veintitantos años, me mandaban para todos los frentes, de un
lado para el otro... Y volví a caer con él en el combate de Las Vegas de Jibacoa
y sobre todo, en el de las Mercedes, que fueron los últimos para que el ejército
de Batista saliera derrotado de la Sierra Maestra. Inmediatamente se formaron
las columnas para venir hacia el centro de la isla y aprovechar la ofensiva
hacia occidente para partir la isla en dos, y ya me quedé con él y vine en su
columna. Ahí sí tuvimos mucho trato, conversábamos mucho, yo no era un hombre de
la política y me fui haciendo con él.<BR><BR><STRONG>–¿Cómo que no era un hombre
de la política?</STRONG><BR><BR>–La gente quería tumbar a Batista y entre ellos
estaba yo. Fue con el Che que aprendí a ser revolucionario, si es que llegué a
serlo, tanto desde el punto de vista teórico como desde el práctico. Digo
teórico, porque como yo llegué a tener tanta admiración por él, hicimos una
amistad muy estrecha. Y eso influía mucho. Yo pensaba: si este hombre es
comunista, es porque esto es bueno. Después yo realicé mis estudios aparte, pero
si me hice revolucionario fue por él. Y cuando le pedía explicación sobre
algunas cosas, él las daba. Porque hay otra cosa del Che de la que tampoco se
habla mucho: le encantaba enseñarles a escribir y a leer a los soldados, que
muchos de ellos eran totalmente analfabetos. En el Congo enseñó a hablar
francés. O sea, eso siempre estaba presente.<BR><BR><STRONG>–Después de que
triunfara la revolución, ¿de qué modo continuó la relación entre los
dos?</STRONG><BR><BR>–Ah, hombre, yo seguí con él. Viví en todas sus casas. En
la única oportunidad en que no lo acompañé, fue cuando se retiró a la playa
porque estaba enfermo de neumonía. Pero después estuvimos en cuatro o cinco
casas. En la de Miramar, en la calle 18; después, donde ahora está la última
casa en que él vivió, y cuando llegamos a Columbia, que era el cuartel principal
de Batista, ahí también. O sea, seguí con él hasta que me casé. Y no era que yo
me impusiera: voy a vivir en la casa del Che porque es un gran dirigente, ¡no!
El decía: cuál es el cuarto de Oscarito, porque Oscarito me decían a mí. Había
satisfacción en él de que yo participara. Disfruté mucho de su amistad y no lo
traicioné nunca. Conmigo estaba seguro.<BR><BR><STRONG>–¿El Che fue su padrino
de bodas?</STRONG><BR><BR>–Sí, por supuesto. Para mí fue una gran satisfacción,
porque él no era un hombre de actos protocolares. La boda del Che también fue
una boda muy sencilla. Un día se reunieron con Aleida en la casa de uno de los
escoltas de él. Y allí, en una mesita, se casaron. El ya estaba un tanto enfermo
de neumonía. No se cuidaba la salud. La impresión que yo tengo es que sabía que
iba a morir. Imagínese usted un hombre con ese asma y fumaba tabacos hasta que
se quemaba los dedos. Cogió el vicio de fumar para combatir un poco los
mosquitos en los primeros tiempos de la Sierra Maestra, en la parte más baja. Y
lo disfrutaba como usted no es capaz de imaginar. Después del triunfo, en el
llano, le recomendaron dejar de fumar. Y él no tenía interés alguno en
hacerlo.<BR><BR><STRONG>–¿Es cierto que usted le presentó a Aleida March, su
segunda esposa?</STRONG><BR><BR>–(Se ríe.) Bueno, cuando nosotros estábamos en
el Escambray, tenía siempre armado mi hospital, que era un bohío, con una mesa
donde hacía lo que podía. Y entonces llegó Aleida que ya estaba en el movimiento
26 de Julio y venía un poco quemada de la ciudad. Subió con dinero, y el Che me
la mandó a mí primero para que le quitara los esparadrapos y que fuera a vivir
al bohío donde se supone que estaba el hospital. Un ambiente un poco más lindo
para ella, mejor que el de un campamento. No es que yo se la había presentado;
sí la conocía un poco más. Era atrevida, agresiva, y empezó a ir con él a los
combates. Así se fueron uniendo sin saber que serían marido y mujer, que iban a
constituir un matrimonio. Por eso, Aleida guarda un grato recuerdo hacia mí y yo
también hacia ella.<BR><BR><STRONG>–¿También conocía a los pequeños hijos de la
pareja?</STRONG><BR><BR>–Cuando ellos se enfermaban, el Che me decía:
“Inyéctalos tú, porque figúrate, me ven muy poco y cuando me ven, si me ven con
una jeringuilla van a odiarme”. Cosas cotidianas como éstas se producían. Y ésa
fue la amistad que tuvimos y que cultivamos. Yo me imagino que para él también
debió ser una satisfacción similar a la que yo siento. Pero claro, él siempre en
el papel de jefe, aunque no lo quisiera.<BR><BR><STRONG>–¿Se frecuentaban en
reuniones familiares o resultaba imposible por las múltiples actividades del
Che?</STRONG><BR><BR>–Pudo haberse dado, aunque no lo recuerdo. Sí en una
oportunidad fuimos a Colón, mi pueblo natal, y él conoció a mi padre, mi
hermano, mi familia... No me acuerdo de más encuentros semejantes, aunque por
supuesto, tampoco las evitábamos. El Che trabajaba extraordinariamente y los
fines de semana tenía las sesiones de trabajo voluntario. No era un hombre que
descansara. Y no disfrutaba de muchos días libres. Yo, a pesar de estar
trabajando en otras cosas, salía con él a distintos lados. Fuimos en su avioneta
a Cayo Largo, porque se construía un motel ahí, donde estaba la columna 8. Pero
no recuerdo relaciones de familia a familia, muy amplias.<BR><BR><STRONG>–Usted
compartió con Guevara la experiencia guerrillera del ex Congo Belga que concluyó
en un fracaso, ¿cómo nació esa idea?<BR></STRONG><BR>–Yo me lo pregunto también.
Usted sabe que él tiene un libro que se llama La guerra de guerrillas. Era un
hombre que conocía teoría y práctica de la lucha. Pero, ¿cómo fue que se metió
allí? Intervinieron algunos factores: la información inadecuada que le llevaron
fue uno de ellos. Hubo gente que estuvo viendo el frente guerrillero del Congo
Belga y entonces le informó que había miles de efectivos armados, que estaba
todo muy bien organizado. Pero el Che, antes de irse para el Congo, hizo dos
viajes por todo el continente africano y ahí surgió esa idea. Hay algunas cosas
que avalan esto.<BR><BR><STRONG>–¿Cuáles?</STRONG><BR><BR>–En primer lugar, que
se creó un ambiente en las visitas que él realizó. Hizo mucha amistad con Ben
Bella, de Argelia, que era en aquel momento el centro progresista del continente
africano. Entonces se reunió con Kwame Nkrumah, con Sékou Touré, con Leopold
Sengor, con Julius Nyerere... y en un momento determinado se habló de crear un
ejército de los distintos países. Había una efervescencia progresista y
revolucionaria en el continente africano, extraordinaria. Esa es la verdad. Y él
se encontró en Tanzania con todos estos dirigentes, inclusive con Kabila, que
era el jefe del frente congolés. Pues él creía que podía hacer algo, encaminar
aquello. También pensaba que a través de la guerra, los soldados africanos
podrían alcanzar un mayor nivel cultural, un mayor nivel ideológico, a través de
la lucha, siempre y cuando se prestaran a luchar. Pero aquello no resultó
así.<BR><BR><STRONG>–¿Qué conclusiones sacó de aquel foco guerrillero en el
corazón del Africa?</STRONG><BR><BR>–Yo siempre he dicho que es la etapa más
plana del Che, donde no pudo aportar nada desde el punto de vista militar e
intelectual. Por supuesto que él era un maestro de la lucha guerrillera y sus
aliados se aparecían con la propuesta de atacar a las ciudades y él les
respondía: esto no se puede. Primero hay que hacerse fuertes, tener tropas,
arreglar el frente antes de lanzarse, y no le hacían caso. En lo personal, creo
que nos equivocamos de continente, de país y de dirigentes. Porque ya vimos qué
fue lo que pasó con Kabila. El otro era Soumialot, que para mí era un tipo
totalmente anodino. Me tocó tratarlo. El se la pasaba viviendo de la revolución
(sonríe). También estaba Mulele por el noreste... El que podía hacer algo era
Kabila, porque nosotros éramos blancos y eso pesa mucho en el continente
africano.<BR><BR><STRONG>–¿Cuántos cubanos acompañaban al
Che?</STRONG><BR><BR>–Unos cien, en determinado momento un poquito más, en otro
un poco menos.<BR><BR><STRONG>–¿A quiénes recuerda entre los más
conocidos?</STRONG><BR><BR>–Bueno, estaban Emilio Aragonés, Margolles, Pombo,
Víctor Dreke, que era el segundo del Che, un hombre negro. Había una cantidad de
negros cubanos bien grande. Blancos éramos los menos.<BR><BR><STRONG>–¿Fue al
Congo más como médico o militar?</STRONG><BR><BR>–Había que hacer de todo. En
realidad, yo era como un jefe de estado mayor, por llamarle de alguna manera
desde el punto de vista militar, pero también debía actuar como médico, porque
era un factor político importante. Había una aldea y usted iba a allí a
conseguir dos cosas: tratar de curar un poco y hacer política. El médico cubano,
el médico de la guerrilla, era importante. Pero también ahí uno se dio cuenta de
que el problema de Africa es mucho más complejo.<BR><BR><STRONG>–¿Por
qué?</STRONG><BR><BR>–Porque usted llegaba y veía a un joven lleno de parásitos.
Si tenía la pastilla algunas veces se la daba, pero él seguía tomando agua en el
mismo charco. O sea, era relativamente poco lo que podíamos hacer. Por ejemplo,
en Kigoma, Tanzania, había prostíbulos y los soldados de vez en cuando iban para
allá. Unas veces se escapaban y otras había que darles el pase. Ellos tenían un
concepto de la guerrilla que había que darles el pase y entonces venían llenos
de gonorrea. La guerrilla en Cuba no tenía pase. Yo nunca había visto una cosa
tan exagerada, porque las denopatías eran del tamaño de un puño. Sin embargo,
les poníamos una penicilina rapilenta y al otro día no tenían nada. Porque
estaban vírgenes de antibióticos. O sea, que debíamos hacer de
médicos.<BR><BR><STRONG>–¿Cuánto tiempo permanecieron en esa
región?</STRONG><BR><BR>–Fuimos en abril del ’65 y salimos en diciembre del
mismo año.<BR><BR><STRONG>–¿Cómo quedó el Che después de esa
experiencia?</STRONG><BR><BR>–El se fue por su lado hacia Tanzania. Allí, en un
cuarto, es donde escribe el famoso diario. Una de las veces que viajé a Dar es
Salaam me lo enseñó y me dijo: “Oye, estamos duros”. Se lo veía muy resentido
por la ida. El tema es que él, pese al fracaso, planteaba dos o tres salidas.
Una era que un grupo pequeño de los que estábamos ahí iría a ver a Mulele. Pero
éste se encontraba en el noroeste. Había que atravesar todo el Congo hasta que
el Che se dio cuenta de que era imposible. La otra consistía en sacar a todos
los que estuvieran enfermos porque Africa es un continente extraño. Había
compañeros que no tenían nada, pero a las siete de la noche les entraban unos
escalofríos y se la pasaban sudando, dando vueltas. Y aunque al otro día por la
mañana se les quitaba, eso nos iba debilitando mucho. Entonces la idea era que
se dejara enfriar la situación en esa zona para después volver a empezar a
levantar el frente guerrillero. Pero parece que primó la idea de ir por otros
lados, a América latina, y entonces aceptó con el dolor de su alma salir del
Congo. En el diario se nota ese resentimiento que tenía por haber fracasado en
el intento. El mismo se echaba la culpa de que no fue lo suficientemente
inteligente para estudiar swahili, el dialecto local.<BR><BR><STRONG>–Se retiran
del Congo y desde diciembre del ’65 a la muerte del Che en Bolivia faltan casi
dos años. ¿Qué pasó durante ese período?</STRONG><BR><BR>–Bueno, yo vuelvo a
principios de marzo. Traigo todos los documentos, incluyendo el diario. Y a
partir de ahí, ya perdí el contacto con él. Me imagino que estaría preparando
toda la cuestión de América latina que, en definitiva, era su objetivo final.
Que además lo había planteado desde México: él le pidió a Fidel que le
permitieran irse a otro país cuando triunfara la revolución cubana. Tenía alma
de conspirador de verdad, pero para las buenas causas.<BR><BR><STRONG>–¿Usted
tuvo una estrecha relación con el periodista Jorge Masetti, que murió mientras
intentaba crear un foco guerrillero en Salta?<BR></STRONG><BR>–Yo lo conocí, fue
el fundador de Prensa Latina. Una vez producido el triunfo de la revolución, el
Che estaba un poco detrás de él, de esa idea, y Masetti con esa tenacidad, con
esa profundidad de trabajo que él tenía, consiguió los mejores corresponsales.
García Márquez era el que estaba en Colombia y Rodolfo Walsh en la Argentina. No
creo que Cuba le haya entregado mucho dinero para fundarla y, si se lo dio,
habrá sido el Che. Fue un trabajo muy fuerte y que es obra exclusiva de Jorge
Masetti. Yo tengo mi pedacito también, pero porque el Che me lo pidió.
Inclusive, el edificio donde funcionaba se lo di cuando era presidente del
colegio médico y les cedí un piso completo para la agencia. Y aún sigue ahí. O
sea, que aunque no me lo reconozcan, me siento un poco fundador de Prensa
Latina. Pero Masetti fue el corazón, el alma, hasta que murió aquí, en el norte,
en Salta.<BR><BR><STRONG>–Dijo que después de la aventura en el Congo perdió
todo contacto con el Che. ¿O sea que no intervino en los preparativos para la
incursión en Bolivia?</STRONG><BR><BR>–Yo llegué hasta el Congo. En la parte de
Bolivia no participé en nada. El se precipitó en ir, parece que la zona no era
la mejor y no había muchos campesinos tampoco. Luego vino la famosa discusión
con Mario Monje, el secretario general del PC boliviano, que no asumió la
responsabilidad para la que se había comprometido con Cuba. Pienso que ahí
influyó lo que pasó en Africa con Kabila. Y el Che tal vez pensó: no voy a
subordinarme de nuevo. Pero la operación podría haberse hecho de otra manera
porque Kabila no era secretario general de ningún partido comunista ni mucho
menos, y Monje sí.<BR><BR><STRONG>–¿Qué queda de Guevara hoy? ¿Su ideario? ¿Su
mito? ¿Su imagen glorificada?</STRONG><BR><BR>–No creo que haya previsto que se
lo recordara a nivel universal como ahora. Pero él afirmaba: yo tengo que hacer
algo para que la gente me recuerde. Eso me lo dijo a mí. En Europa, donde estuve
con unos periodistas franceses, me comentaron que hay una locura con el mito. No
me gusta la palabra mito porque el Che es una realidad objetiva, sus consignas
andan por ahí. Yo lo llamaría icono.<BR><BR><STRONG>–¿Un icono de
qué?</STRONG><BR><BR>–Un icono de la libertad, de las fuerzas más pobres, del
progreso de la humanidad... Tenía muchas virtudes y también defectos. No era un
hombre perfecto ni mucho menos, pero estaba bastante cerca. El era consecuente
entre lo que hacia en su vida pública y en su vida privada. No aspiraba a
grandes lujos a pesar de que los conocía. Sabía de un buen vino o un buen bife,
pero era capaz de comer lo que se come en la guerrilla, que es un
desastre.<BR><BR><STRONG>–¿Y la gente qué le transmite?, ¿sus valores o un
producto de marketing?</STRONG><BR><BR>–Yo fui embajador en Londres y los
ingleses tenían locura con el Che. Había hasta una cerveza. Y una tienda de
chucherías. Era un tipo muy admirado. Hay una explosión con él, quizá porque no
existen otros dirigentes u otra personalidad de su nivel. Pero a la gente se le
olvida que el Che fue comunista. El nunca hubiera estado de acuerdo, quería que
se lo recordara de otra forma, con más contenido
político.<BR><BR><STRONG>–¿Queda algún rastro del hombre nuevo por el que
Guevara luchaba?</STRONG><BR><BR>–El decía que el socialismo económico no le
interesaba, que no tenía futuro, que debía ir acompañado con un cambio de
conciencia de las masas. Y hablaba mucho de eso. Hacía hincapié en los estímulos
morales y decía que así se llegaba a la gente. Tampoco era de los que metían la
ideología a martillazos.<BR><BR><STRONG>–¿Qué le pareció la última película
sobre el Che donde lo protagoniza Benicio Del Toro?</STRONG><BR><BR>–Acá en la
Argentina me he encontrado con gente que la vio y que le gustó. Todas las
películas que se habían hecho antes eran muy malas. La actuación de Benicio ha
sido estupenda. También me gustaron las declaraciones que ha hecho. En España le
preguntaron si Fidel se había convertido en un dictador. El respondió: no
olvidemos que hace cincuenta años hay un bloqueo sobre ese país chiquito. O sea,
no se lanzó a una defensa a ultranza de la revolución, pero a mí me pareció que
la respuesta fue formidable.</DIV>
<DIV align=justify>
<HR>
</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG><FONT size=3>Una vida
revolucionaria</FONT></STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>La trayectoria revolucionaria, militar y diplomática de
Oscar Fernández Mel es demasiado prolífica. Nacido en Colón, Cuba, el 24 de
marzo de 1931, es médico y está divorciado de la actriz Odalys Fuentes con la
que tuvo tres hijos. Combatió con el Che Guevara, a quien lo unía una gran
amistad, en la Sierra Maestra y en el ex Congo Belga. El cargo que más lo
enorgullece de todos los que ocupó fue el de comandante del ejército
rebelde.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Pero luego de que triunfó la revolución de los barbudos
(él era uno de ellos, como lo atestiguan las fotografías de la época), fue uno
de los doce primeros generales de Fidel Castro, jefe de Estado Mayor del
Ejército de Occidente, jefe de los Servicios Médicos de las FAR, viceministro de
las FAR, alcalde de La Habana entre 1976 y 1986, jefe del ejército juvenil del
trabajo, director de un hospital y embajador en Inglaterra (de donde lo
expulsaron por un affaire que provocó la CIA) y Finlandia.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Viajó por primera vez a la Argentina en noviembre de este
año para asistir a la presentación del libro Cuba, los gallegos y el Che, de
Lois Pérez Leira, un periodista tan gallego como sus padres. A los 77 años
aclara que no se ha retirado y que conserva el cargo de embajador. Su pasaporte
diplomático lo confirma, aunque para ingresar a la Argentina tuvo que sacar
visa.</DIV>
<DIV align=justify>
<HR>
</DIV>
<DIV align=center><STRONG><FONT color=#800000 size=3>Correspondencia de Prensa -
Agenda Radical - Boletín Solidario<BR>Ernesto Herrera (editor):
</FONT></STRONG><A href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><FONT
size=3>germain5@chasque.net</FONT></STRONG></A></DIV>
<DIV align=center><STRONG><FONT size=3><FONT color=#800000>Edición internacional
del Colectivo Militante - Por la Unidad de los Revolucionarios<BR>Gaboto 1305 -
Teléfono (5982) 4003298 - Montevideo - Uruguay</FONT><BR></FONT></STRONG><A
href="mailto:Agendaradical@egrupos.net"><STRONG><FONT
size=3>Agendaradical@egrupos.net</FONT></STRONG></A></DIV>
<DIV align=justify>
<HR>
</DIV>
<DIV align=justify></FONT> </DIV></BODY></HTML>