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<HR>
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<DIV align=center><STRONG><FONT size=4><FONT color=#800000><EM><U><FONT
size=5>correspondencia de prensa - boletín solidario</FONT></U></EM>
<BR><FONT color=#ff0000 size=6>Agenda Radical</FONT><BR>Edición internacional
del Colectivo Militante<BR><U>17 de febrero 2009</U><BR>Redacción y
suscripciones:</FONT> </FONT></STRONG><A
href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><FONT
size=4>germain5@chasque.net</FONT></STRONG></A><BR></DIV>
<DIV align=justify>
<HR>
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<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>Estados
Unidos</FONT></STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG></STRONG></FONT> </DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG>Por qué está condenado al fracaso el
paquete de estímulos económicos <BR></STRONG></DIV></FONT>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG></STRONG></FONT> </DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2><STRONG><FONT size=3>David
Harvey *</FONT></STRONG><BR> <BR></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2><STRONG></STRONG></FONT> </DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2><STRONG>Sin
Permiso</STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2><SPAN
style="FONT-SIZE: 10pt; FONT-FAMILY: Arial"><A
href="http://www.sinpermiso.info"><STRONG>www.sinpermiso.info</STRONG></A></SPAN></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2><SPAN
style="FONT-SIZE: 10pt; FONT-FAMILY: Arial"><STRONG>Traducción de Minima
Estrella</STRONG> </SPAN></DIV>
<DIV align=justify><BR> <BR>No tiene pocas ventajas ver la crisis de
nuestros días como una erupción superficial generada por derivas tectónicas
profundas en el dispositivo espacio-temporal del desarrollo capitalista. Las
placas tectónicas están ahora acelerando su desplazamiento, y casi con toda
seguridad se incrementará la probabilidad de que las crisis del tipo de las que
han venido ocurriendo más o menos desde 1980 se hagan más frecuentes y más
violentas. El modo, la forma, la espacialidad y el momento de esas disrupciones
superficiales resultan prácticamente imposibles de predecir, pero se puede
afirmar casi con certeza que se repetirán con frecuencia y profundidad
crecientes. De manera, pues, que los acontecimiento de 2008 hay que
situarlos en el contexto de unas pautas de mayor calado. Que esas
tensiones sean internas a la dinámica capitalista (sin excluir acontecimientos
dañinos aparentemente externos, como una pandemia catastrófica), es el mejor
argumento, según dejó dicho Marx, “para que el capitalismo desaparezca y se abra
camino algún modo de producir alternativo y más racional”. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Comienzo por esta conclusión porque me sigue pareciendo
vital, si no poner énfasis dramático en, sí al menos destacar, según he venido
haciendo durante años en mis escritos, que la incapacidad para entender la
dinámica geográfica del capitalismo –o aun la consideración de la dimensión
geográfica como algo en cierto sentido contingente o epifenoménico— monta tanto
como perder el hilo conductor que permite comprender el desarrollo geográfico
desigual del capitalismo y perder de vista posibilidades de construcción de
alternativas radicales. Pero eso plantea una aguda dificultad añadida al
análisis, porque nos enfrenta constantemente a la tarea de intentar inferir
principios universales respecto del papel de la producción de espacios,
emplazamientos y contextos medioambientales en la dinámica del capitalismo a
partir de un océano de particularidades geográficas, a menudo volátiles. Así
pues, ¿cómo integrar la inteligencia de los datos geográficos en nuestras
teorías del cambio evolutivo? Observemos más detenidamente las derivas
tectónicas. </DIV>
<DIV align=justify><BR>En noviembre de 2008, poco después de la elección de un
nuevo presidente, el Consejo de Inteligencia Nacional de los EEUU (NCIS, por sus
siglas en inglés) hizo públicas sus estimaciones délficas sobre cómo sería el
mundo en 2025. Acaso por vez primera, un organismo norteamericano casi oficial
predecía que en 2025 los EEUU, aun manteniendo su papel de actor poderoso, si no
el más poderoso, de la política mundial, ya no sería la potencia dominante. El
mundo sería multipolar y menos monocéntrico, y crecería el poder de los actores
no estatales. El informe admitía que la hegemonía de EEUU había tenido en
tiempos pasados sus más y sus menos, pero que ahora lo que estaba
desvaneciéndose de modo sistemático era su predominio económico, político y
hasta militar. Sobre todo (y vale la pena notar que el informe estaba ya listo
antes de la implosión de los sistemas financieros norteamericano y británico),
“la deriva sin precedentes que, en lo tocante a riqueza y poder económico
relativos, observamos ahora en dirección Oeste-Este seguirá su curso.” </DIV>
<DIV align=justify><BR>Esa “deriva sin precedentes” ha invertido el drenaje de
riqueza que inveteradamente fluía del este, el sureste y el sur de Asia hacia
Europa y el norte de América: un drenaje que comenzó en el siglo XVIII –y del
que llegó a percatarse, lamentándolo, el propio Adam Smith en la Riqueza de las
naciones—, pero que se aceleró implacablemente durante el siglo XIX. El auge del
Japón en la década de los 60 del siglo XX, seguido del de Corea del Sur, Taiwán,
Singapur y Hong Kong en los 70, y luego el rápido crecimiento de China después
de 1980 (acompañado, acto seguido, por brotes de industrialización en Indonesia,
India, Vietnam, Tailandia y Malaysia), han alterado el centro de gravedad del
desarrollo capitalista, aunque no sin incidentes (la crisis financiera del este
y el sureste asiáticos en 1997-98 vio, breve pero abundantemente, fluir otra vez
la riqueza hacia Wall Street y los bancos europeos y japoneses). La hegemonía
económica parece estar desplazándose hacia alguna constelación de potencias en
el este asiático, y si las crisis, según he argüido, son momentos de radical
reconfiguración del desarrollo capitalista, entonces el hecho de que los EEUU
esté en vías de financiar con enormes déficits la salida de sus dificultades
financieras y el hecho de que los déficits estén siendo en gran medida cubiertos
por los países con excedentes ahorrados –Japón, China, Corea del Sur, Taiwán y
los Estados del Golfo— sugieren que estamos en puertas de la consolidación de
una deriva de este tipo. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Derivas así se han dado ya antes en la larga historia del
capitalismo. En el concienzudo repaso que de la misma hace Giovanni Arrighi en
su libro El largo siglo XX podemos ver cómo la hegemonía se desplaza desde las
ciudades-estado de Génova y Venecia en el siglo XVI a Amsterdam y los Países
Bajos en el XVII, para concentrarse en la Gran Bretaña a partir del siglo XVIII,
antes de que los EEUU tomaran el control después de 1945. Arrighi destaca unos
cuantos rasgos comunes a todas esas transiciones que son pertinentes para
nuestro análisis. Cada deriva, observa Arrighi, se dio en la estela de una
rotunda fase de financiarización (cita aquí con aprobación la máxima del
historiador Braudel, según la cual la financiarización anuncia el otoño de
alguna configuración hegemónica). Pero cada deriva trajo también consigo un
cambio radical de escala, desde las pequeñas ciudades-estado iniciales hasta la
economía de proporciones continentales de los EEUU en la segunda mitad del siglo
XX. Ese cambio de escala cobra sentido, habida cuenta de la regla directriz
capitalista de la acumulación sin tregua y del crecimiento compuesto de al menos
un sempiterno 3%. Pero las derivas hegemónicas, sostiene Arrighi, no están
determinadas de partida. Dependen de la aparición de alguna potencia
económicamente capaz y política y militarmente dispuesta a desempeñar el papel
de hegemón global (con las ventajas y desventajas que eso trae consigo). La
renuencia de los EEUU a asumir ese papel antes de la II Guerra Mundial significó
un interregno de tensiones multipolares que propició la deriva bélica (Gran
Bretaña no estaba ya en disposición de afirmar su anterior papel hegemónico).
Mucho depende también de cómo se comporte el antiguo hegemón enfrentado a la
disminución de su papel tradicional. Puede pasar a la historia o pacífica o
beligerantemente. Visto así, el que los EEUU sigan manteniendo un poder militar
avasallador (particularmente, en el espacio exterior) en un contexto de declive
de su poder económico y financiero y de creciente mengua de su autoridad moral y
cultural crea escenarios inquietantes para cualquier transición venidera.
Además, no es obvio que el principal candidato a desplazar a los EEUU, China,
tenga la capacidad para o la voluntad de afianzarse en algún papel de potencia
hegemónica, pues aunque su población es desde luego lo bastante grande como para
subvenir a los requisitos de un cambio de escala, ni su economía ni su autoridad
política (ni siquiera su voluntad política) apuntan a una ascensión fácil al
papel de hegemón global. Dadas las divisiones nacionalistas existentes, la idea
de que alguna asociación entre las potencias del este asiático podría cumplir la
tarea resulta harto improbable. Y lo mismo ocurre en el caso de una Unión
Europea fragmentada y fracturada o en el de las llamadas potencias BRIC (Brasil,
Rusia, India y China). Razón por la cual resulta plausible la predicción de que
estamos aproados a un nuevo interregno multipolar de intereses encontrados y en
conflicto. </DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>Derivas tectónicas</STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><BR>Pero la deriva tectónica que está dejando atrás el
predominio y la hegemonía estadounidenses de los últimos tiempos es cada vez más
visible. La tesis de una excesiva financiarización añadida a la tesis de la
“deuda como predictor principal de la hegemonía de una potencia mundial” ha
encontrado un eco popular en los escritos de Kevin Phillips. Los intentos ahora
en curso de reconstruir el predominio de los EEUU mediante reformas en la
arquitectura del vínculo entre las finanzas nacionales y globales parece que no
están funcionando. Al propio tiempo, las exclusiones impuestas a las tentativas
del grueso del resto del mundo por reconfigurar esa arquitectura provocarán con
casi total seguridad fuertes tensiones, cuando no abiertos conflictos
económicos. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Pero las derivas tectónicas de este tipo no se producen
por arte de magia. Aunque la geografía histórica de una deriva de hegemonía,
según la describe Arrighi, manifiesta una clara pauta, y aunque del registro
histórico resulta también claro que esas derivas vienen siempre precedidas de
períodos de financiarización, Arrighi no ofrece un análisis en profundidad de
los procesos generadores de tales derivas. Es verdad que menciona la
“acumulación sin tregua”, y por consiguiente, el síndrome del crecimiento (la
regla del 3% de crecimiento compuesto) como elementos críticos explicativos de
la deriva. Eso implica que la hegemonía se desplaza con el curso del tiempo de
entidades políticas pequeña (id est, Venecia) a otras más grandes (por ejemplo,
los EEUU). También arguye que la hegemonía tiene que radicar en aquella entidad
política que produce el grueso del excedente (o a la que fluye el grueso del
excedente en forma de tributos o exacciones imperialistas). De un producto
global total cercano a los 45 billones de dólares en 2005, los EEUU participan
con 15 billones, lo que le convierte, por así decirlo, en el accionista
principal que domina y controla el capitalismo global, con capacidad para dictar
(como suele hacer en su papel de accionista en jefe en las instituciones
internacionales como el Banco Mundial y el FMI) las políticas globales. El
informe del NCIS basa en parte su predicción en la pérdida de predominio
paralela al mantenimiento de una robusta posición en la menguante participación
en el producto global de los EEUU en relación con el resto del mundo en general
y con China en particular. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Pero como el propio Arrighi señala, el cauce político de
esa deriva dista por mucho de estar claro. La apuesta de los EEUU por la
hegemonía global bajo Woodrow Wilson durante e inmediatamente después de la I
Guerra Mundial se vio obstaculizada por las preferencias aislacionistas
prevalentes en la tradición política nacional norteamericana (de ahí el colapso
de la Liga de las Naciones), y sólo después de la II Guerra Mundial (en la que
la población norteamericana no quería entrar, hasta que ocurrió Peral Harbour)
se libraron los EEUU a su papel de hegemón global mediante un política exterior
bipartidista anclada en los Acuerdos de Bretton Woods, que establecieron la
forma de organizar el orden internacional postbélico (frente a la Guerra Fría y
a la amenaza que para el capitalismo representaba un comunismo internacional en
plena onda de propagación). Que los EEUU habían venido inveteradamente
desarrollándose como un Estado capaz en principio de cumplir un papel de hegemón
global, resulta evidente desde los primeros días de su andadura como nación.
Estaban pertrechados con las oportunas doctrinas, como la del “Destino
manifiesto” (expansión geográfica a escala continental, eventualmente hasta el
Pacífico y el Caribe, antes de hacerse global sin necesidad de conquistas
territoriales) o la Doctrina Monroe, que exigía a las potencias europeas dejar
en paz a las Américas (la doctrina fue en realidad formulada por el secretario
británico de Exteriores, Canning, en la década de lo 20 del siglo XIX, y hecha
suya casi inmediatamente por los EEUU). Los EEUU poseían el dinamismo necesario
para aspirar a una creciente participación en el producto global, y estuvieron
quintaesencialmente comprometidos con alguna que otra versión de lo que puede
calificarse de la manera más feliz como “mercado arrinconado” o capitalismo
“monopólico”, aupado por una ideología apologética del individualismo más
descarnado. De modo, pues, que hay un sentido en el que puede decirse que los
EEUU habían venido preparándose, durante la mayor parte de su historia, para el
papel de hegemón global. Lo único sorprendente es que tomara tanto tiempo el
llegar cumplirlo, y que fuera la II Guerra y no la primera la ocasión que les
llevó finalmente a jugar ese papel, permitiendo que los años de entre-guerras
fueran tiempos de multipolaridad y caótica competición entra ambiciones
imperiales como las que ahora teme vislumbrar el informe del NCIS para 2025.
</DIV>
<DIV align=justify><BR>Las derivas tectónicas ahora en curso están, sin embargo,
hondamente influidas por la radical desigualdad geográfica en las posibilidades
económicas y políticas de responder a la presente crisis. Se me permitirá
ilustrar el modo en que opera ahora esa desigualdad por la vía de un ejemplo muy
plástico. A medida que ha ido profundizándose la crisis comenzada en 2007,
muchos han tomado el partido de una solución plenamente keynesiana como la única
capaz de sacar al capitalismo global del desastre en que se halla sumido. Con
este fin, se propuso una variedad de paquetes de estímulos y medidas de
estabilización bancaria. Muchas de esas propuestas fueron hasta cierto punto
puestas por obra en distintos países y de diferentes maneras en la esperanza de
hacer frente a las crecientes dificultades. El espectro de soluciones ofrecidas
variaba inmensamente según las circunstancias económicas y los perfiles
imperantes en la opinión pública (colocando, por ejemplo, a Alemania frente a
Francia y a Gran Bretaña en la Unión Europea). Pero pensemos, por ejemplo, en
las distintas posibilidades económico-políticas abiertas a los EEUU y a China y
en las potenciales consecuencias tanto para la deriva de hegemonía como para el
posible modo de resolver la crisis. <BR></DIV>
<DIV align=justify><STRONG></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG>China, los EEUU y las soluciones keynesianas</STRONG>
</DIV>
<DIV align=justify><BR>En los EEUU, cualquier tentativa de hallar una adecuada
solución keynesiana ha sido condenada de partida, levantándole unas barreras
económicas y políticas prácticamente imposibles de franquear. Para funcionar,
una solución keynesiana precisaría de una financiación masiva y duradera con
déficit. Se dicho con razón que el intento de Roosevelt de regresar a un
presupuesto equilibrado en 1937-38 es lo que volvió a hundir a los EEUU en la
depresión y que fue la II Guerra Mundial lo que salvó la situación, y no el
timorato proyecto rooseveltiano de financiación con déficit que fue el New Deal.
Así pues, aun si las reformas institucionales y unas políticas más igualitarias
pusieron los fundamentos de la recuperación posterior a la II Guerra Mundial, el
New Deal como tal fracasó en punto a resolver la crisis en los EEUU.
</DIV>
<DIV align=justify><BR>El problema para los EEUU en 2008-09 es que parte de una
posición de endeudamiento crónico con el resto del mundo (ha estado tomando
préstamos a un ritmo de más de 2 mil millones de dólares diarios en los últimos
diez o más años), y eso significa una limitación económica para las dimensiones
del déficit extra que puede permitirse ahora. (Lo que no fue un problema
serio para Roosevelt, quien empezó con un presupuesto equilibrado.) Hay también
una limitación geopolítica, puesto que la financiación de cualquier déficit
extra depende de la disposición de otras potencias (principalmente del este
asiático y de los Estados del Golfo) a prestar. Habida cuenta de ambas
limitaciones, hay que dar por prácticamente seguro que el estímulo económico
factible en los EEUU no será ni lo bastante amplio ni lo bastante duradero como
para subvenir a la tarea de reflotar la economía. Este problema se ve exacerbado
por la reluctancia ideológica de ambos partidos a aceptar los enormes montos de
de gasto deficitario requeridos para salir de la crisis. Irónicamente, y al
menos en parte, porque la anterior administración republicana trabajó conforme
al principio de Dick Cheney, según el cual. “Reagan nos enseñó que los déficits
no importan”. Como ha dicho Paul Krugman, el primer abogado público de una
solución keynesiana, los 800 mil millones de dólares votados a regañadientes por
el Congreso en 2009, aunque son mejor que nada, distan mucho de ser suficientes.
Se necesitaría una cifra del orden de los 2 billones de dólares, una cantidad
excesiva dado el nivel actual de partida del déficit estadounidense. La única
opción económica posible sería cambiar el débil keynesianismo de los excesivos
gastos militares por un keynesianismo mucho más fuerte abocado a programas
sociales. Recortar a la mitad el presupuesto norteamericano de defensa
(acercándolo a los niveles europeos en porcentaje de PIB) podría resultar
técnicamente útil. Huelga decirlo: quienquiera proponga semejante cosa cometerá
suicidio político, dada la posición política mantenida por el Partido
Republicano y por tantos Demócratas. </DIV>
<DIV align=justify><BR>La segunda barrera es más puramente política. Para
funcionar, el estímulo ha de administrarse de forma tal, que se asegure su gasto
en bienes y servicios para que la economía recupere alegría. Eso significa que
hay que dirigir todas las ayudas a quienes harán efectivamente uso de ellas y se
gastarán los dineros, es decir, a las clases sociales más humildes, porque las
clases medias, puestas a gastar algo, lo más probable es que lo hagan pujando al
alza por valores de activos (comprando casas hipotecariamente ejecutadas en
subasta, por ejemplo), y no comprando más bienes y servicios. En cualquier caso,
en los malos tiempos mucha gente tiende a usar los ingresos extraordinarios
inopinadamente recibidos para cancelar deudas o para ahorrar (como ocurrió en
muy buena medida con el reembolso de 600 dólares propiciado por la
administración Bush a comienzos del verano de 2008). </DIV>
<DIV align=justify><BR>Lo que parece prudente y racional desde el punto de vista
del presupuesto doméstico resulta dañino para el conjunto de la economía.
(Análogamente: los bancos han procedido racionalmente al servirse del dinero
público recibido para atesorarlo o para comprar activos, antes que para
prestarlo.) La hostilidad, preponderante en los EEUU, a “diseminar la riqueza” y
a gestionar cualquier ayuda pública que no sean los recortes fiscales a los
individuos, viene del núcleo duro de la doctrina ideológica neoliberal
(focalizada, pero en modo alguno confinada en el Partido Republicano), según la
cual “los hogares saben más”. Esas doctrinas han llegado a gozar en los EEUU de
amplia aceptación, como si de un evangelio se tratara, tras treinta años de
adoctrinamiento político neoliberal. Según he argüido en otra ocasión, “todos
somos neoliberales ahora”, las más veces sin saberlo. Hay una aceptación tácita,
por ejemplo, de que la “represión salarial” –un componente clave del problema
presente— es un “estado normal” de las cosas en los EEUU. Una de las tres patas
de una solución keynesiana –mayor capacidad de negociación de los trabajadores,
salarios al alza y redistribución favorable a las clases bajas— es hoy por hoy
políticamente imposible en los EEUU. La sola sugerencia de que un programa así
equivale al “socialismo” hace temblar al establishment político. Los
trabajadores organizados no son lo suficientemente fuertes (tras treinta años de
ser machacados por las fuerzas políticas), y no se ve ningún otro movimiento
social lo bastante amplio como para presionar por una redistribución a favor de
las clases trabajadoras. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Otro modo de lograr objetivos keynesianos es el
suministro de bienes colectivos. Eso, tradicionalmente, ha implicado inversiones
en infraestructuras físicas y sociales (los programas WPA [Works Progress
Administration] de los años 30 del siglo pasado fueron un precedente). De aquí
que la tentativa de insertar en los paquetes de estímulo programas para
reconstruir y ampliar infraestructuras públicas de transporte y comunicaciones,
energía y otras obras públicas en paralelo a un incremento del gasto en atención
sanitaria, educación, servicios municipales, etc. Esos bienes colectivos tienen
el potencial para generar multiplicadores tanto en el empleo como en la demanda
efectiva de más bienes y servicios. Pero lo que se presume es que esos bienes
colectivos entrarán, en cierto momento, en la categoría de “gastos públicos
productivos” (es decir, que estimulan un ulterior crecimiento), no que se
convertirán en una serie de “elefantes blancos” públicos que, según observó
Keynes en su día, carecen de otra utilidad que la que tendría poner a la gente a
cavar fosas para volver a llenarlas luego. En otras palabras, una estrategia de
inversión en infraestructuras ha de orientarse a la sistemática recuperación del
crecimiento del 3% a través, pongamos por caso, del metódico rediseño de
nuestras infraestructuras y nuestros modos de vida urbanos. Eso no puede
funcionar sin una refinada planificación estatal añadida a una base productiva
ya existente que pueda aprovecharse de las nuevas infraestructuras. También
aquí, el dilatado proceso de desindustrialización experimentado por los EEUU en
las últimas décadas, así como la intensa oposición ideológica a la planificación
estatal (elementos, éstos últimos, incorporados por Roosevelt al New Deal, y que
persistieron hasta los 60, para ser abandonados tras el asalto neoliberal de los
80 a este particular ejercicio del poder del Estado) y la obvia preferencia por
los recortes fiscales frente a las transformaciones públicas de las
infraestructuras, torna imposible en los EEUU la puesta por obra de una solución
plenamente. </DIV>
<DIV align=justify><BR>En China, por otro lado, se dan realmente tanto las
condiciones políticas como las económicas para una solución plenamente
keynesiana, y hay allí rebosantes signos de que esa será probablemente la vía a
seguir. Para empezar, China posee una gran reserva de excedente extranjero en
efectivo y resulta más fácil financiar la deuda partiendo de esa base que de
unos gastos de deuda ya acumulada como en el caso de los EEUU. Vale la pena
notar también que desde mediados de los 90 los “activos tóxicos” (los préstamos
que no funcionan) de los bancos chinos –algunas estimaciones los sitúan en el
40% de todos los préstamos en 2000) han desaparecido de la contabilidad bancaria
merced a ocasionales inyecciones de excedente en efectivo procedente de las
reservas del comercio exterior. Los chinos han tenido en funcionamiento durante
mucho tiempo el equivalente a un programa TARP [el programa estadounidense de
rescate bancario puesto en práctica en los últimos meses de 2008], y
evidentemente saben cómo manejarlo (aun si muchas de las transacciones llevan la
impronta de la corrupción). Los chinos tienen capacidad económica bastante como
para embarcarse en un programa masivo de financiación con déficit y disponen de
una arquitectura financiera estatal centralizada apta, si se lo proponen, para
administrar ese programa con eficacia. Los bancos, durante mucho tiempo de
propiedad estatal, puede que fueran nominalmente privatizados para satisfacer
las exigencias de la OMC (Organización Mundial de Comercio) y atraer capital y
pericia foráneos, pero todavía pueden ser fácilmente sometidos a la voluntad del
Estado central, mientras que en los EEUU aun el más vagaroso signo de directriz
estatal, por no hablar de nacionalización, da pie a todo tipo de furores
políticos. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Análogamente, no hay allí la menor barrera ideológica
para una generosa redistribución de recursos a favor de los sectores más
necesitados de la sociedad, aunque puede haber necesidad de vencer lo acorazados
intereses de los miembros más ricos del partido y de una incipiente clase
capitalista. La imputación, según la cual eso sería tanto como el “socialismo”,
o todavía peor, el “comunismo”, apenas si despertaría en China sonrisas
divertidas. Pero la reaparición en China del desempleo masivo (de acuerdo con
los últimos informes, la ralentización de los últimos meses habría provocado ya
20 millones de desempleados), así como los indicios de un extendido malestar
social aceleradamente creciente, forzarán seguramente al Partido Comunista chino
a emprender masivas redistribuciones, estén o no ideológicamente convencidos de
la justicia de las mismas. A comienzos de 2009, esa política redistributiva
parece encaminada en primera a revitalizar las atrasadas regiones rurales a las
que regresan los trabajadores emigrantes que han perdido sus empleos, frustrados
con la constatación de la escasez de puestos de trabajo en las zonas
manufactureras. En esas regiones, en las que faltan infraestructuras sociales y
físicas, una robusta inyección de recursos por parte del gobierno central
contribuirá a aumentar los ingresos, a expandir la demanda efectiva y a dar el
tiro de salida para el largo proceso de consolidación del mercado interno chino.
</DIV>
<DIV align=justify><BR>En segundo lugar, hay un fuerte deseo de proceder a
inversiones masivas en infraestructuras que todavía faltan en China. –En cambio,
los recortes fiscales apenas tienen allí atractivo político— Y aunque es posible
que algunas de esas inversiones terminen siendo “elefantes blancos”, la
probabilidad de que así sea es allí harto más baja, dada la inmensa cantidad de
trabajo que todavía se necesita para integrar el espacio nacional chino y, así,
enfrentarse al problema del desarrollo geográfico desigual entre las regiones
costeras de alto desarrollo y las empobrecidas provincias del interior. La
existencia de una ancha –aun si problemática— base industrial y manufacturera
necesitada de racionalización espacial hace más probable que el esfuerzo chino
entre en la categoría del gasto público productivo. En el caso chino, buena
parte del excedente puede ser canalizado hacia la ulterior producción de
espacio, y eso aun admitiendo que la especulación en los mercados de propiedad
urbana en ciudades como Shanghái, lo mismo que en los EEUU, es parte del
problema y no puede, por consiguiente, convertirse en parte de la solución. Los
gastos en infraestructuras, siempre que se hagan a una escala lo suficientemente
grande, son de largo aliento y sirven tanto para canalizar el trabajo excedente
como para reducir las posibilidades disturbios sociales, contribuyendo ellos
también, además, a impulsar el mercado interior. <BR>Implicaciones
internacionales </DIV>
<DIV align=justify><BR>Esas posibilidades completamente distintas que tienen los
EEUU y China de propiciar una solución plenamente keynesiana tienen hondas
implicaciones internacionales. Si China emplea más recursos procedentes de sus
reservas financieras para impulsar su mercado interior, como con casi total
seguridad se verá forzada a hacer por razones políticas, dejará menos recursos
para posibles préstamos a los EEUU. El descenso de compras de bonos del Tesoro
estadounidense terminará por forzar unos tipos de interés más altos, lo que
incidirá negativamente en la demanda interna norteamericana, lo cual, a su vez,
y a menos que se haga una gestión meticulosa, podría disparar lo que todo el
mundo teme y que hasta ahora ha conseguido evitarse: un desplome del dólar. Una
paulatina desvinculación de los mercados norteamericanos y la progresiva
substitución de los mismos por el propio mercado interno como fuente de la
demanda efectiva de la industria china alterarían significativamente los
equilibrios de poder (un proceso que, dicho sea de paso, estaría cargado de
tensiones, tanto para China como para los EEUU). La divisa china se robustecerá
necesariamente frente al dólar (una situación tan largamente pretendida por las
autoridades estadounidenses, como secretamente temida), lo que obligará a los
chinos a basarse todavía más en su mercado interior para la demanda agregada. El
dinamismo que de ellos resultará en el interior de China (contrastable con las
condiciones de recesión duradera que prevalecerán en los EEUU) atraerá a más y
más productores de materias primas a la órbita comercial china y erosionará la
importancia relativa de los EEUU en el comercio internacional. El efecto global
de todo lo cual será la aceleración del desplazamiento de la riqueza de Oeste a
Este en la economía mundial y la rápida alteración de los equilibrios de poder
económico hegemónico. El movimiento tectónico que operará en el equilibrio del
poder capitalista global intensificará todo tipo de ramificaciones económicas y
políticas impredictibles en un mundo en el que los EEUU dejarán de estar en una
posición dominante aun cuando sigan manteniendo un poder importante. La suprema
ironía, huelga decirlo, es que las barreras políticas e ideológicas puestas en
los EEUU a cualquier programa plenamente keynesiano contribuirán
seguramente a acelerar el derrumbe del predominio norteamericano en los asuntos
globales, a pesar de que las elites de todo el mundo (incluidas las chinas)
preferirían preservar ese predominio el mayor tiempo posible. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Que un genuino keynesianismo baste o no para que China
(junto a otros Estados en posición similar) logre compensar el inevitable
fracaso del reticente keynesianismo occidental, es cuestión de todo punto
abierta. Pero esas diferencias, sumadas al eclipse de la hegemonía
norteamericana, bien podrían ser el preludio de una fragmentación de la economía
global en estructuras hegemónicas regionales que podrían terminar pugnando
ferozmente entre sí con tanta facilidad como colaborando en la miserable
cuestión de dirimir quién tiene que cargar con los estropicios de una depresión
duradera. No es ésta una idea precisamente alentadora, pero tener en mente la
posibilidad de una perspectiva de este tipo podría acaso contribuir a despertar
a buena parte del mundo occidental y a percatarse de la urgencia de la tarea que
tiene enfrente; a que sus dirigentes políticos dejen de predicar banalidades
sobre restaurar la confianza y se pongan a hacer lo que hay que hacer para
rescatar al capitalismo de los capitalistas y de su falsaria ideología
neoliberal. Y si eso significa socialismo, nacionalizaciones, robustas
directrices estatales, forja de colaboraciones internacionales y una nueva y
harto más inclusiva (“democrática”, si puedo avilantarme a decirlo así)
arquitectura financiera internacional, pues que así sea. <BR></DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify>* David Harvey es un geógrafo, sociólogo urbano e historiador
social marxista de reputación académica internacional. Entre sus libros
traducidos al castellano: Espacios de esperanza (Akal, Madrid, 2000) y El nuevo
imperialismo (Akal, Madrid, 2004). Actualmente, es Distinguished Professor en el
CUNY Graduate Center de Nueva York. Su último libro es A Brief History of
Neoliberalism [traducción castellana: Breve historia del neoliberalismo ,
Madrid, Akal, 2007]. Mantiene un más que recomendable blog: Reading Marx's
Capital blog. </DIV>
<DIV align=justify>
<HR>
</DIV>
<DIV align=center><STRONG><FONT color=#800000 size=3>Correspondencia de Prensa -
Agenda Radical - Boletín Solidario<BR>Ernesto Herrera (editor):
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size=3>germain5@chasque.net</FONT></STRONG></A><BR><STRONG><FONT size=3><FONT
color=#800000>Edición internacional del Colectivo Militante - Por la Unidad de
los Revolucionarios<BR>Gaboto 1305 - Teléfono (5982) 4003298 - Montevideo -
Uruguay</FONT><BR></FONT></STRONG><A
href="mailto:Agendaradical@egrupos.net"><STRONG><FONT
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