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<DIV align=center><STRONG><FONT size=4><FONT color=#800000><EM><U><FONT
size=5>correspondencia de prensa - boletín solidario</FONT></U></EM>
<BR><FONT color=#ff0000 size=6>Agenda Radical</FONT><BR>Edición internacional
del Colectivo Militante<BR><U>23 de febrero 2009</U><BR>Redacción y
suscripciones:</FONT> </FONT></STRONG><A
href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><FONT
size=4>germain5@chasque.net</FONT></STRONG></A><BR></DIV>
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<HR>
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<DIV align=justify><STRONG><FONT
size=3>Palestina/Reportaje</FONT></STRONG></FONT></DIV><FONT face=Arial size=2>
<DIV align=justify><BR><STRONG><FONT size=3>Gaza. Después de la
masacre</FONT></STRONG></DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3></FONT></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>Durante 23 días, Israel convirtió Gaza
en una trampa mortal para un millón y medio de palestinos. El Ejército israelí
sometió a la población a un duro castigo colectivo. Murieron casi 1.400
personas. Pocos días después de terminar el asedio, vetado para los periodistas,
dos reporteros captaron la destrucción, el dolor y también el orgullo de un
pueblo.</FONT></STRONG><BR></DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG>Juan Miguel Muñoz</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><STRONG>El País, Madrid, 22-2-09 </STRONG></DIV>
<DIV align=justify><A
href="http://www.elpais.com/"><STRONG>http://www.elpais.com/</STRONG></A></DIV>
<DIV align=justify><BR><BR>Taviado con salacot y uniforme, la antigua fotografía
en blanco y negro muestra a un guardia que posa sonriente delante del cartel de
Imperial Airways. Aterrizaba en aquellos tiempos del mandato británico el
aeroplano Hanno en el aeropuerto de Gaza y las vías del ferrocarril cruzaban la
plácida franja mediterránea. Trenes procedentes de Arabia atravesaban el
territorio palestino y enlazaban, vía Damasco, con el Orient Express rumbo a
Estambul y París. Corría 1935 en este pedazo de tierra codiciado durante
milenios por faraones, reyes nabateos, monarcas fenicios, asirios, militares
griegos, emperadores romanos y bizantinos, visires persas, cruzados, emperadores
franceses, sultanes otomanos, reyes británicos, primeros ministros israelíes,
presidentes egipcios… Ahora es un lugar desolador, salpicado de parajes lunares,
de enormes cráteres cavados por las bombas, de cientos de edificios públicos
derruidos. Y de gente deprimida –casi todos pobres, pocos ricos– que, sin
embargo, se proclama dispuesta a resistir. Son orgullosos. No agacharán la
cabeza, a pesar de que el territorio palestino es una ruina sometida por Israel
a un asedio económico, militar y político que perdura ya tres años. Gaza regresa
tras la guerra de 23 días, la más devastadora sufrida en décadas, al pasado.
Pero no para que vuelvan a despegar aviones, ni zarpen barcos, ni los
ferrocarriles emprendan la marcha hacia Occidente. Los adultos saben que eso
difícilmente lo verán.</DIV>
<DIV align=justify><BR>En Gaza se respira destrucción y se reciben lecciones de
una historia reciente moteada de acontecimientos apenas conocidos fuera de sus
367 kilómetros cuadrados. Para los dirigentes israelíes, esta guerra –desatada
el 27 de diciembre con un bombardeo de cuarteles en cuyas paredes aún está
incrustada la carne carbonizada de los agentes, y que causó casi 1.400 muertos,
la gran mayoría civiles– tuvo su origen en el lanzamiento del primer cohete
Kassam en 2001. Y siguió con la evacuación de los colonos judíos y militares de
Gaza, en septiembre de 2005. No existe la historia. Los gazauis, sin embargo,
rememoran otro relato que arranca en 1948, año de la fundación del Estado
sionista. Cuentan, porque lo vivieron, matanzas en Gaza y Cisjordania en 1953,
en 1955, en 1956, en 1967, en 1982, en 2002, en 2008… La narración que se repite
machacona.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Sí se acordará Mohamed Sultana, de 57 años, quien yacía a
finales de enero en el hospital Shifa minutos antes de ser enviado a su casa de
Beit Lahia por falta de camas en la saturada planta del centro médico. Se
escuchan gemidos de pacientes. Extraño era entrar en el Shifa y no oír el grito
de un niño quemado. La pierna izquierda de Mohamed termina en un muñón
cicatrizado. Perdió la extremidad durante la primera Intifada, hace más de dos
décadas. “Acudí durante esta guerra al hospital Al Quds y lo bombardearon. Tras
la explosión me encontré en la calle. Se me infectó una herida en la pierna
derecha y me amputaron a la altura de la rodilla”. Fue cojo a que le trataran.
Salió sin piernas.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Estos días en Gaza se ve más gente con muletas, más
mutilados de lo habitual. “Verá usted”, tercia el familiar de un paciente,
“cuando no existía la OLP nos mataban; después de su fundación, también; tras
los acuerdos de Oslo en 1993, lo mismo. Ahora gobierna Hamás, y siguen
matándonos. Y podría desaparecer Hamás, e Israel seguiría matándonos”.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Sobre los escombros en Yabalia de una de las 4.000
viviendas demolidas por la aviación y la artillería israelíes, el propietario
sesentón, Anuar Abdalá, refugiado desde 1948, afirma: “Volvemos a las tiendas de
campaña. No vivíamos en ellas desde 1953, cuando la Agencia de Naciones para los
Refugiados (UNRWA) empezó a construir casas. Hay ahora 10 campos como éste en
Gaza. Yo he vivido 30 años en Arabia Saudí, y regresé. Vamos a reconstruir todo
lo que ve. Somos como la vegetación. Creceremos de nuevo. La época de la
emigración se acabó. Aprendimos bien la lección”. Testimonios como el de Ahmed
Jader se prodigan en cualquier rincón de la zona oriental limítrofe con Israel.
“A mí me han tirado dos veces la casa. Y en esta guerra han derribado la de mis
12 hermanos y sobrinos. Alguno de ellos ha muerto. Pero pienso seguir aquí,
aunque la destruyan diez veces más”, asegura, haciendo honor a la testarudez que
distingue a los vecinos de Gaza. Juran, junto a las tiendas que florecen ahora
en su tierra, que no claudicarán.</DIV>
<DIV align=justify><BR>El jefe de UNRWA en Gaza, el irlandés John Ging, advertía
a comienzos de febrero que decenas de miles de personas del millón y medio de
habitantes de la franja han quedado a la intemperie. En varias zonas del noreste
de Gaza, desde las que casi se podría saludar a los granjeros de los kibutzim
israelíes, apenas quedan edificios en pie. Sobre los montículos de cemento y
hierro pasan las jornadas los lugareños. Tratan de recuperar la antena
parabólica, ropas, enseres o documentos en medio de una polvareda insalubre… La
destrucción fue sistemática. Deliberada. “Haremos que retrocedan veinte años”,
amenazaron algunos ministros del Gobierno de Ehud Olmert. Cumplieron.</DIV>
<DIV align=justify><BR>La virulencia de los ataques masivos ha expandido la
destrucción hasta límites desconocidos en Gaza. Treinta y cinco escuelas, 16
ministerios, hospitales, cientos de cuarteles y puestos policiales, 4.000 casas
o edificios de viviendas, un millar de fábricas, la Facultad de Ingeniería de la
Universidad Islámica… El Parlamento es, sin duda, el más transparente del mundo.
Sólo queda el esqueleto del edificio, que habrá que derribar. Un montón de
mezquitas han sido arrasadas. “Mira, mira”, señala un mocoso a un alminar
desmochado en el campo de refugiados de Yabalia. Es uno de los pasatiempos de
los niños cuando se topan con un extranjero. Una señal para el futuro: con sus
amiguitos, bien pequeños, se van deprisa para no perderse el rezo del mediodía.
¿Y por qué esa destrucción si los combatientes palestinos esperaron a los
soldados enemigos en el interior de las ciudades? Eyad Abu Hujeir, director de
una ONG que promueve los derechos humanos, alberga pocas dudas: “El mensaje es
muy claro. Quieren que la zona entre la frontera y las primeras viviendas de
palestinos sea lo más extensa posible”. El Gobierno israelí exige para la tregua
con Hamás un espacio libre en las inmediaciones de la frontera. No será
sencillo.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Rohme Rohme es un fornido campesino que sabe leer y
escribir. Poco más. “Ésta es una zona abierta donde no lucharon los milicianos.
Es sencillo: Israel no quiere que vivamos aquí. Por eso querían aniquilarnos o
expulsarnos hacia el oeste. De mi casa y la de mis seis hermanos, nada queda. En
febrero del año pasado ya fue derribada una parte, pero ahora la han tirado
abajo por completo. Los tanques también han arrasado mi campo de olivos y
naranjos. Mire las huellas. Mi familia no es de Al Fatah ni de Hamás. Pero eso
da igual. No nos iremos. ¿Adónde? Nos costará 60.000 euros levantar otra casa,
es probable que la destrocen de nuevo, y la volveremos a reconstruir”, explica
Rohme, que apunta con el dedo cada edificio aplanado a su alrededor: una fábrica
de hormigón y de ladrillos, la de mármol, naves industriales, un almacén de
chatarra –donde aún reposa el puente de mando del Chindallae, el pequeño barco
que utilizaba Yasir Arafat, también bombardeado hace años–, la mezquita… En el
hospital Al Wafa, también geriátrico, hubo suerte: sólo tiene un boquete de dos
metros y docenas de impactos de proyectiles de menor calibre.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Al sur de Gaza, en Juzaa, al este de Jan Yunis, también a
pocos cientos de metros de la frontera israelí, montones de viviendas fueron
arrasadas. Los plásticos de los invernaderos, desplomados, y sobre la tierra no
se deja de pisar tomates aún verdes. Las tuberías subterráneas para el riego
emergen y se funden con las torretas eléctricas derribadas. En la vecina Beni
Suahila, la clínica de fisioterapia es un amasijo de hierros y cemento. El
recuento de destrozos llenaría páginas. A evaluar los daños se dedican los
cientos de cooperantes que conducen sus vehículos hacia los barrios del este de
la ciudad de Gaza (Zeitun y Sheyaieh), hacia Atrata (al norte de la franja), a
Juzaa, a Mughraga (en el centro)… En la sureña Rafah, los túneles que conectan
Gaza con Egipto, cordón umbilical para el contrabando de alimentos, ordenadores,
vacas, queso, armamento y todo lo imaginable, fueron martilleados sin pausa. Los
hombres que trabajan en los túneles enseñan los restos de misiles, algunos sin
explotar. Ni uno disiente: “Pueden bombardearlos una y otra vez, y los
volveremos a excavar. Es nuestro único medio de vida”, dice Abu Antar, que busca
la boca de uno de los túneles en un enorme socavón. El jefe de la aviación
israelí, Ido Nehustan, coincidió con el pronóstico: “Podemos bombardear hoy y
los reconstruirán mañana”.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Reconstruir es ahora la palabra clave. Una tarea cifrada
en 1.600 millones de euros que no está exenta de turbios manejos políticos. La
aversión a la Autoridad Palestina y a su presidente, Mahmud Abbas, se torna
desprecio en Gaza. Nidal es el nombre ficticio de un acaudalado empresario.
“Nunca seré de Hamás. Es más, pertenecía a Al Fatah, pero abandoné”, explica
como presentación. “No van a permitir a Hamás que lleve a cabo la
reconstrucción. Eso está pactado entre Israel, Abbas y Egipto”. Emad al Baz,
director del Registro de Empresas del Ministerio de Economía, esboza el
panorama. “Hay 3.000 empresas en Gaza, y todas se paralizaron durante la
guerra”, comenta en su despacho. “Tenemos unas 1.200 fábricas, la gran mayoría
cerca de la frontera. El 80% han sido destruidas. Israel quería acabar con
nuestra economía, y de paso que la gente se rebelara para derrocar al Gobierno.
Nos amenazan con más bombardeos, pero nada peor nos pueden hacer ya. Aquí no hay
temor a la muerte, y eso también tiene su valor”, dice el alto
funcionario.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Si el odio a Israel se palpa, la indignación respecto a
los países occidentales y varios de sus aliados árabes –Egipto y Jordania se
llevan la palma– brota sin preguntar. Tres semanas después del alto el fuego
–aunque los ataques aéreos a Gaza continuaron y el lanzamiento de algunos
cohetes, también–, ni siquiera la ayuda humanitaria llegaba en la cantidad
necesaria para aliviar el desastre. UNRWA, cuyos almacenes en su sede central de
Gaza fueron totalmente calcinados, asegura que sólo recibe la mitad de lo
necesario; el enviado de la Unión Europea, Marc Otte, apremia a Israel para que
permita un flujo cuantioso a un territorio que calificó como “el infierno”. Los
palestinos están hastiados de escuchar esta cantinela que tildan de hipócrita.
“Necesitaremos al menos dos o tres años para reconstruir lo devastado, y eso
suponiendo que las fronteras permanezcan abiertas. Todo son promesas de países
extranjeros. Pero sabemos por experiencia que luego se incumplen. Los fondos que
sí llegan son los que recaudamos de empresarios y asociaciones del mundo árabe y
musulmán”, explica Al Baz, que se ufana de la resistencia ofrecida por las
milicias y de que el Gobierno siga en pie.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Podrá Hamás negociar, practicar concesiones, pero no
renunciará a la victoria que le otorgaron las urnas en 2006 y que le aupó al
Gobierno tras una participación electoral a la que Israel dio el visto bueno.
Pocos aventuraron el triunfo islamista, que propició el bloqueo que nunca dejó
de agravarse. Durante la guerra, el Ejecutivo israelí prohibió incluso la
entrada de periodistas extranjeros y diplomáticos en Gaza. Egipto se sumó a la
censura. Sólo una vez concluida, pudo cruzarse por el paso egipcio de Rafah. Ya
en el lado palestino, el pasaporte es estampado, por primera vez en varios años,
con el sello palestino. Tramitaron el documento funcionarios del Gobierno
islamista. No harán dejación de funciones. Nunca en los tres últimos años se han
visto tantas banderas verdes ondeando. “Vamos a salir de la profundidad del
bloqueo”, reza una pancarta firmada por Hamás colocada en una de las principales
avenidas de la capital. Las enseñas del movimiento islamista cuelgan de miles de
farolas. Porque para eso sirven las farolas, siempre apagadas. Hamás dice así a
los ciudadanos de Gaza, partidarios y detractores: “Aquí estamos”. En las
carreteras próximas a la frontera, ahora sin asfalto, también penden de los
postes: un mensaje para Israel.</DIV>
<DIV align=justify><BR>La desesperación se mezcla con un orgullo y una dignidad
nunca ajenos a las arraigadas creencias religiosas. No se verán en medio de
semejante miseria manos extendidas pidiendo limosna, un fenómeno impropio de
Gaza, donde las redes eléctricas, de desagües y los sistemas de suministro de
agua no son dignos de tal nombre. A lo sumo, los chavales, con frecuencia
descalzos, casi siempre sucios, venden paquetes de chicles por un par de shekels
(40 céntimos de euro). Una estampa habitual: hombres sentados en sillas de
plástico a las puertas de sus casas o talleres. Carece de sentido contabilizar a
los desempleados. Sería más sencillo contar las personas que trabajan. Hay
gazauis que emigrarían, aunque sólo fuera hasta que capeara un temporal que
amenaza siempre con nuevas réplicas. Aunque también, en plena contienda, cientos
de personas cruzaron el paso de Rafah, entre Gaza y Egipto, para vivir la
tragedia con sus familiares.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Hajed Abu Awad, de 24 años, vive en Bait Lahia, en una
casa muy amplia y luminosa. “Iba a estudiar un máster en sanidad pública en la
Universidad de Estocolmo. Tenía una beca para comenzar a mediados del año pasado
y me dieron un visado para hacer una entrevista. Pero el Gobierno israelí me
prohibió la salida”. Todo joven es sospechoso. “Podría haber cruzado por los
túneles de Rafah, pero me habrían detenido en el aeropuerto de El Cairo. ¿Sabe?
En los túneles no estampan los pasaportes”, sonríe. El visado expiró y el
semestre de estudios ha terminado. Trabaja por unos 400 euros al mes en un
hospital. “Estoy deprimido”, asegura Hajed. “La gente ha perdido la ambición por
conseguir la paz y no piensa en el mañana. No hay esperanza en el futuro, no se
puede ser optimista porque la situación no va a mejorar pronto. Vivimos al día.
Pero nunca abandonaría Gaza. Sólo marcharía para estudiar, porque aquí, sin
guerras, se podría vivir muy bien”.</DIV>
<DIV align=justify><BR>En Gaza a menudo se adivina la filiación política de los
hombres –entre las mujeres, de atuendo uniforme, es imposible– nada más ver su
vestimenta, su peinado, su presencia, sus modos o su barba. Hajed no se amolda
al patrón del fiel seguidor de Hamás. No lo es. “Creo”, asegura, “que si Hamás
hubiera podido romper el bloqueo sin cohetes, lo habría intentado. Pero no se lo
permitieron. El asedio comenzó inmediatamente después de vencer en las
elecciones. ¿Qué podían hacer? Nos cercan, nos matan y nos exigen que nos
quedemos quietos. No tenían alternativa”.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Ni había escapatoria de la ratonera durante una guerra de
la que los civiles no pudieron huir. Los pobres, naturalmente, se llevaron el
palo más duro. Pero nadie ha estado libre del cerco que ha convertido a Gaza en
un gueto donde las colas para comprar gas o recibir alimentos de UNRWA son a
menudo muy largas. Rashad Abed Rabbo es una de las víctimas del castigo
colectivo israelí. A la luz de las velas tras el consabido apagón, o, mejor
dicho, tras disfrutar de un par de horas de corriente, explica los avatares de
un empresario próspero –sus dos hijos estudian en un colegio privado que cuesta
2.000 euros al año, una fortuna en la franja– que observa impotente el
hundimiento irremisible de su negocio. “Me iba muy bien. Importaba productos
desde Rusia y Turquía y los vendía también en Israel. Desde que Hamás ganó las
elecciones no puedo importar casi nada. Tenemos prohibido comprar 270 artículos:
herramientas de construcción, productos de limpieza, coches, recambios de
automóviles, hierro, aluminio, cables, componentes eléctricos… Hasta vasos.
Tengo contenedores de vasos en el puerto israelí de Ashdod bloqueados desde hace
tres años. Los consideran artículos de lujo. Es ridículo. Ahora compro a
empresas israelíes que antes eran mis clientes”.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Rashad disponía de cinco furgonetas y 21 empleados. Hoy,
cinco trabajadores y un vehículo. Sus ventas se han desplomado el 80%. Puede
adquirir (a empresas israelíes, claro está) 22 productos que no pueden ir
empaquetados. Sólo un par de veces al mes y un máximo de 30 toneladas, como el
resto de los 400 comerciantes registrados. “El material debe verse a simple
vista para su inspección: latas de conserva, papel higiénico, azúcar, leche,
harina…”. No es este comerciante uno de esos milicianos imbuidos en el deber de
una misión sagrada y prestos a afrontar la muerte. Nada de convertirse en un
shahid (mártir). Admite ser un privilegiado en su entorno calamitoso. Y echa
pestes de Israel, de la Autoridad Palestina y de Hamás. “Es un triángulo
perverso. Israel, Hamás y la Autoridad Palestina manejan tres raquetas. Y
nosotros, la gente, somos la pelota. En Gaza hay gran capacidad para soportar
estas situaciones, y sabemos que habrá otro partido de tenis. No sé cuándo, pero
lo jugarán”.</DIV>
<DIV align=justify><BR>La guerra dejará una profunda marca en los gazauis. El
psicólogo Fadel Abu Hein explica unas estadísticas reveladoras: el 62% de la
población estuvo expuesta a las bombas de la aviación israelí y el 74% aguardaba
la muerte en cualquier momento. Dormir era una odisea; los niños pequeños, que
se negaban a acostarse separados de sus padres, se orinaban en la cama; la
carencia de alimentos, agua y medicinas afectó a porcentajes enormes de los
gazauis; la ansiedad se disparó; el 90% de los niños la padece… Pero lo más
grave son los efectos venideros. “Las heridas físicas”, explica Abu Hein,
“pueden curarse, pero los daños psicológicos duran para siempre. Muchos niños
vieron cómo sus casas eran demolidas con sus familiares dentro”.</DIV>
<DIV align=justify><BR>“En la primera Intifada, en 1987, el ministro de Defensa,
Isaac Rabin, dijo que había que romper los brazos y piernas de los jóvenes
manifestantes. Esa generación es la que ahora lanza cohetes y la que se
convirtió en suicidas. Esta guerra ha forjado un ejército que tratará de
destruir a Israel. No habrá espacio para la paz en sus mentes. Verá, los judíos
sufrieron enormemente durante el Holocausto, y por ello todavía se sienten
inseguros y son así de agresivos. Lo mismo sucederá con nuestros niños. Han
visto cómo sacaban a sus padres de los escombros. ¿Qué futuro van a
tener?”.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Almaza Samuni es una niña de 13 años con un porvenir más
que sombrío. Es superviviente de una familia diezmada. Veintinueve muertos. En
el barrio de Zeitun, en el este de la ciudad de Gaza, Almaza se sentaba al sol
de finales de enero con su padre, Ibrahim, y alguno de sus hermanos heridos
leves. Gallinas y pollos despanzurrados se mezclan entre los escombros, los
parapetos de arena, y en los surcos dibujados por los tanques y blindados.
Ibrahim –45 años, aunque aparenta muchos más– vio fallecer a su esposa y a
cuatro de sus 10 hijos. Almaza dice: “He visto morir a mis hermanos. Uno salió a
recoger leña y lo mataron. Nadie hace nada por nosotros. Así es nuestra vida”.
Los cultivos de verduras de Ibrahim son un revoltijo. “No somos de Hamás. Aquí
no había combatientes. No encontraron a nadie y mataron por venganza”.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Sólo en 2008, antes de la guerra, murieron 455 personas
en Cisjordania y Gaza. Y recuerdan a los 10.000 encarcelados en Israel. Hablan
del Guantánamo israelí. Porque el Ejército mantenía recluidas a finales del año
pasado a 548 personas sin cargos. Lo llaman detención administrativa. Algunos
han permanecido más de cuatro años entre rejas. Sin juicio. Dos adolescentes de
Belén llevan ya varios meses presas. La expansión de las colonias judías, el
expolio de tierras de propiedad privada y las detenciones de jóvenes en
Cisjordania son parte de la vida cotidiana. “Para un occidental que no ha
padecido la ocupación”, lamenta Hajed, el aspirante a becario en una Suecia que
no le acogerá, “es muy difícil entender todo esto”.</DIV>
<DIV align=justify>
<HR>
</DIV>
<DIV align=center><STRONG><FONT color=#800000 size=3>Correspondencia de Prensa -
Agenda Radical - Boletín Solidario<BR>Ernesto Herrera (editor):
</FONT></STRONG><A href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><FONT
size=3>germain5@chasque.net</FONT></STRONG></A><BR><STRONG><FONT size=3><FONT
color=#800000>Edición internacional del Colectivo Militante - Por la Unidad de
los Revolucionarios<BR>Gaboto 1305 - Teléfono (5982) 4003298 - Montevideo -
Uruguay</FONT><BR></FONT></STRONG><A
href="mailto:Agendaradical@egrupos.net"><STRONG><FONT
size=3>Agendaradical@egrupos.net</FONT></STRONG></A></DIV>
<DIV align=justify>
<HR>
</DIV></FONT></BODY></HTML>