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<BODY bgColor=#ffffff background=""><FONT face=Arial size=2>
<DIV align=justify>
<HR>
</DIV>
<DIV align=center><STRONG><FONT size=4><EM>boletín solidario de información -
edición internacional</EM><BR><FONT color=#800000 size=5><U>Correspondencia de
Prensa</U><BR>Agenda Radical - Colectivo Militante</FONT><BR><U>7 de mayo
2009</U><BR>suscripciones y redacción: </FONT></STRONG><A
href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><FONT
size=4>germain5@chasque.net</FONT></STRONG></A><BR></DIV>
<DIV align=justify>
<HR>
</DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>Estados Unidos</FONT></STRONG></DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3></FONT></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>¿Nación de inmigrantes o Nación
deportadora?</FONT></STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG></STRONG></FONT> </DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG>Deportaciones En Estados Unidos:
Voluntad de excluir, licencia para marginar</STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><STRONG></STRONG> </DIV><FONT face=Arial size=2>
<DIV align=justify><STRONG>Deportar significa mucho más que ejercer el derecho
de controlar fronteras. Deportar es la licencia que se otorga el poder
mayoritario de una sociedad para discriminar, rechazar y denigrar a quienes son
minorías. Estados Unidos tiene una larga historia que demuestra su inveterada
vocación de excluir. Tiene impresentables antecedentes en su trayectoria como
nación. ¿Será transformada algún día la voluntad de excluir en voluntad de
acoger y compartir?</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG>José Luis Rocha *</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><STRONG>Revista Envío Nº 325, Managua, abril
2009</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><STRONG><A
href="http://www.envio.org.ni/articulo">http://www.envio.org.ni/articulo</A></STRONG></DIV>
<DIV align=justify><STRONG></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><BR>Cuando llegaron los primeros colonos europeos a lo que
ahora es Estados Unidos, Ellis Island no era más que un pequeño islote de apenas
3.3 acres (13,355 metros cuadrados) en la boca del río Hudson. A base de relleno
de tierra -al principio procedente de las excavaciones de los túneles para el
metro de Nueva York- la isla creció hasta alcanzar los 27.5 acres que hoy tiene,
aproximadamente 111,289 metros cuadrados. <BR><BR>Ni siquiera después de su
expansión, la isla supera el tamaño de las pequeñas finquitas de Carazo en
Nicaragua, de San Vicente en El Salvador o de Copán en Honduras. Pero sus
dimensiones históricas -y sobre todo sus dimensiones míticas- han hecho de Ellis
Island un mojón en la trayectoria nacional y el símbolo más visible -y rentable-
de una autoproclamada nación de inmigrantes. <BR><BR>Los indios mohegan que
vivieron en Ellis Island la bautizaron Kioshk (Isla Gaviota). Para los
holandeses fue la Isla de las Ostras y para los británicos volvió a ser la Gull
Island, la Isla Gaviota, hasta que en 1770 la compró Samuel Ellis, quien le dio
su nombre actual. Más pletórico de significado fue el nombre que le dieron, en
decenas de lenguas, los migrantes que por ella pasaron cuando en 1892 fue
convertida en el principal puerto de entrada a Estados Unidos: la isla de las
lágrimas.<BR><BR><BR><STRONG>ELLIS ISLAND: “LA ISLA DE LAS LÁGRIMAS”, MUSEO DE
LA MIGRACIÓN</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>Ellis Island fue el umbral del sueño americano durante 32
años -hasta 1924-, durante los cuales recibió -o expulsó- a unos 12 millones de
pasajeros, a razón de cinco a diez mil por día, inspeccionados allí legal y
médicamente para saber si eran o no portadores de enfermedades o de ideologías
altamente infecciosas. Con tiza, sobre los hombros de los sospechosos, los
médicos escribían la inicial de su posible padecimiento. Muchos salieron sanos
de sus países natales y adquirieron tracoma en el hacinamiento e insalubres
condiciones del viaje en barco. <BR><BR>Los individuos marcados eran objeto de
minuciosos exámenes. Los sanos eran sometidos a un interrogatorio de 29
preguntas no muy distintas de las que actualmente nos espetan los formularios y
funcionarios migratorios, individuos tan rígidos, estereotipados y carentes de
imaginación como los mismos formularios: “¿Cómo se llama? ¿De dónde viene? ¿Por
qué viene a Estados Unidos? ¿Qué edad tiene? ¿Cuánto dinero tiene? Muéstremelo.
¿Quién pago su viaje? ¿Firmó un contrato en Europa para trabajar aquí? ¿Tiene
amigos aquí? ¿Tiene familia aquí? ¿Alguien puede ser su garante? ¿Cuál es su
oficio? ¿Es usted anarquista?...”<BR><BR>El poema Ellis Island, escrito por el
francés de origen judío-polaco Georges Perec, expresa la desolación, la calidad
de no-lugar de la isla, “donde funcionarios fatigados bautizaban americanos a
granel”. Mientras funcionó, Ellis Island recibió al 70% de los emigrantes
procedentes de Europa. Se convirtió en una fábrica de estadounidenses, dice
Perec, “tan rápida y eficaz como una fiambrería de Chicago: en un extremo de la
cadena ponemos a un irlandés, a un judío de Ucrania o a un italiano, y en el
otro extremo -después de la inspección de los ojos y de los bolsillos,
vacunación y desinfección- sale un Americano”. <BR><BR>Ellis Island era la
puerta, la fábrica, el proceso para alcanzar la tierra prometida, “donde una
vida nueva iba a poder comenzar / pero no era todavía América: / sólo una
prolongación del barco, / un despojo de la vieja Europa / donde nada estaba aún
adquirido, / donde aquellos que habían partido/ no habían llegado todavía, / o
aquellos que habían dejado todo / todavía no habían obtenido nada”. Cuando el
gobierno restringió la migración aplicando un sistema de cuotas, los barcos se
lanzaban a la carrera para llegar antes de que la cantidad de europeos
admisibles fuese colmada.<BR><BR>Ahora la isla es un enorme museo de la
migración. La propaganda machaca que 100 millones de estadounidenses pueden
rastrear antepasados entre los inmigrantes que ingresaron por Ellis Island.
Inmigrantes de renombre dan lustre a la isla: el gangster Lucky Luciano, el
novelista y divulgador Isaac Asimov y el cosmetólogo Max Factor pasaron por ahí.
Muy quedito se habla de los 250 mil rechazados. Con sordina se menciona a los 3
mil que al ser rechazados se suicidaron en “la isla de las lágrimas”. Esta
actitud ambi¬valente da idea de la fuerza del mito.<BR><BR><STRONG>ELLIS ISLAND:
UN MITO, UN MODELO, UN FILTRO</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>Karen Armstrong, en A short history of myth sostiene que
la mitología y la ciencia extienden el alcance de los seres humanos. Como la
ciencia y la tecnología, la mitología no versa sobre huir de este mundo, sino
que trata de cómo vivir más intensamente en él. El mito no es una historia
contada por deleite de sí misma. Es una historia que muestra cómo debemos
comportarnos. Ayuda a la gente a encontrar su lugar en el mundo y su verdadera
orientación. Toda mitología habla de otro plano que existe a lo largo de nuestro
mundo, y que en cierto sentido lo soporta. De acuerdo a una filosofía perenne,
todo lo que ocurre en este mundo, todo lo que podemos escuchar y ver aquí abajo,
tiene su contraparte en el reino divino, que es más rico, más fuerte y más
duradero que el nuestro. Ellis Island es un mito secular: el orden superior es
la historia y la constitución de esa gran nación, Estados Unidos, mitificada
como la democracia perfecta y la superpotencia mundial. <BR><BR>Los mitos buscan
difundir una posición respecto a la realidad y, por medio de ella, quieren
moldear la conducta. Ellis Island propone un modelo a seguir: la selección
rigurosa de quienes pueden ser admitidos. Es el mito que refuerza el ideal
estadounidense de ser una nación que no quiere nada con los loosers porque es la
nación de las best practices emprendidas por the best people. Los que ahí viven
son descendientes de quienes salieron bien parados de un proceso de selección
artificial que imita y acelera la selección natural. Sólo los más aptos física,
intelectual y moralmente ingresaron.<BR><BR>Armstrong también arguye que “todos
queremos saber de dónde venimos, porque debido a que nuestros más tempranos
comienzos están perdidos en los confines de la prehistoria, hemos creado mitos
sobre nuestros ancestros que no son históricos pero ayudan a explicar actitudes
actuales sobre nuestro ambiente, vecinos y costumbres”. Un ejemplo paradigmático
de este anhelo es Ellis Island. ¿Qué significó? Un filtro: una garantía de que
entraron los mejores tras un rápido pero minucioso proceso de selección física y
mental… que ahora los indocumentados están evadiendo. Ellis Island ayuda a
explicar el por qué de la selección, de los rechazos y de los procesos de
deportación.<BR><BR><BR><STRONG>UNOS ENTRAN POR LA PUERTA DEL MITO Y OTROS POR
LA PUERTA TRASERA</STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><BR>La Ellis Island construida por la propaganda no narra la
vera historia. En realidad, como señala Perec en la introducción a su poema, “no
todos los emigrantes estaban obligados a pasar por Ellis Island. Aquellos que
disponían de suficiente dinero para viajar en primera o en segunda clase eran
inspeccionados rápidamente a bordo por un médico y un oficial y desembarcaban
sin problemas. El gobierno federal estimaba que esos emigrantes tendrían con qué
satisfacer sus necesidades y no estarían a cargo del Estado. Los emigrantes que
debían pasar por Ellis Island eran aquellos que viajaban en tercera clase: en
los entrepuentes, en la bodega, debajo de la línea de flotación, en los grandes
dormitorios no sólo sin ventanas sino prácticamente sin ventilación ni luz,
donde dos mil pasajeros se amontonaban sobre literas superpuestas”.<BR><BR>Este
mito en construcción de Ellis Island tiene un sitio web (www.ellisisland.org),
donde están colgadas las historias más inocuas para el ideal de Estados Unidos
como “nación de inmigrantes”. Hay historias de noruegos, ingleses, escoceses,
suecos, italianos, rusos, alemanes, yugoslavos, lituanos, húngaros, finlandeses,
irlandeses, polacos, daneses, pakistaníes, coreanos, franceses, checos,
españoles, turcos, dominicanos, cubanos, mexicanos, belgas, griegos… Sólo hay
dos historias de centroamericanas: las salvadoreñas Yemine González y Evelyn
Beltrán. Yemine describe de manera muy escueta el arribo de su madre: “Mi mamá
tuvo que venir a Estados Unidos para ayudar a su familia tras 12 años de guerra.
Mi mamá vino de El Salvador”. <BR><BR>Evelyn escribió sobre la llegada en 1981
de su padre y su madre: “Mis padres vinieron de El Salvador en un avión
directamente a California. Entonces se trasladaron a Nueva Jersey y se situaron
ahí. Más tarde también trajeron a sus hijos a Estados Unidos para darles una
mejor vida. Todos sus hijos fueron a la universidad y obtuvieron un título”.
<BR><BR>La historia de Evelyn no es en modo alguno representativa de lo que ha
ocurrido con la mayoría de salvadoreños, que ingresaron mojados, por tierra, sin
documentos y terminaron empacando pollos, cosechando fresas o sirviendo
hamburguesas. La selección de las historias es quizás una autoselección, pero no
por ello es menos funcional al mito: los inmigrantes que entraron mojados y
terminaron empacando pollos saben que ése no es el sitio donde contar su
historia, y dejan la cancha libre a los que llegan por avión y van a la
universidad.<BR><BR>Los que entran a la “nación de inmigrantes” por la puerta
trasera, por las ventanas, las rendijas y el ático siguen siendo muy numerosos.
En 2008 el Department of Homeland Security registró 11.6 millones de inmigrantes
no autorizados residiendo en Estados Unidos. Entre 2000 y 2008 la población
inmigrante no autorizada aumentó en un 37%. Evadieron la selección y el país les
pasa la cuenta negándoles derechos. ¿O no es así? <BR><BR>El sitio web de Ellis
Island tiene una serie de tests para que los usuarios puedan calibrar si tienen
los conocimientos que requiere la residencia legal en Estados Unidos. Un test
pregunta “¿A quienes garantiza derechos la Constitución (1787) y la Declaración
de Derechos?” La respuesta correcta es “a los ciudadanos y a los no ciudadanos”.
Es revelador el hecho de que apenas el 24% de los aplicantes respondan
correctamente. La mayoría responde “a los ciudadanos”. ¿La experiencia guía su
respuesta? El test no desglosa esos “no ciudadanos” en sus múltiples
segmentaciones: residentes y no residentes, adinerados y pobres, documentados e
indocumentados, europeos y latinoamericanos, blancos y trigueños, angloparlantes
e hispanoparlantes, entre otras categorías, que a su vez pueden ser bifurcadas,
trifurcadas… ad infinitum.<BR><BR><BR><STRONG>ESTADOS UNIDOS: ¿NACIÓN DE
INMIGRANTES O NACIÓN DEPORTADORA?</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>La historia de los Estados Unidos ha recibido los
bandazos de olas migratorias cuya diversidad étnica, confesional y económica
siempre generó tensiones que pusieron a prueba el ideal de nación plasmado en la
Declaración de Independencia: Todos los hombres fueron creados iguales y fueron
dotados por el Creador de ciertos derechos inalienables, entre los que están la
vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. <BR><BR>Una versión importante
de la historia de los Estados Unidos es la historia de cómo esos derechos han
sido conculcados redefiniendo quién es y quién no es ciudadano, y adjudicando o
negando derechos de acuerdo a distintos niveles de ciudadanía. El rechazo y la
deportación de ciertos individuos o grupos han sido las medidas extremas del
secuestro de los derechos inalienables porque al rechazar o deportar se ha
enviado a una muerte segura a personas perseguidas en sus países -si es que no
murieron en el intento de entrar debido a los peligros radicados en los
controles migratorios-, se les ha privado de la libertad de elegir dónde quieren
vivir y se ha truncado una búsqueda de la felicidad que identificó ésta con el
sueño americano. <BR><BR>La deportación es el total despojo de esos y otros
derechos. Hay raíces doctrinales e históricas de la potestad del poder estatal
estadounidense para definir como no deseables, capturar y expulsar a ciertas
personas o categorías de individuos. Muestran que, bajo la presunta nación de
inmigrantes, existe una nación deportadora. Tan antigua es una como la
otra.<BR><BR>La deportación ha sido la sempiterna compañía de la nación de
inmigrantes. Así lo afirma Daniel Kanstroom -Director del Programa de Derechos
Humanos Internacionales de la Escuela de Leyes del Boston College- en su libro
Deportation Nation, escrito para demoler el mito de Estados Unidos como la
nación de inmigrantes. Kanstroom sostiene que la política de deportación actual
está doctrinalmente basada en los conceptos de soberanía acuñados en el siglo
XIX y es el legado vivo de episodios históricos marcados por las ideas sobre
raza, imperialismo y poder gubernamental. La deportación implica mucho más que
el control fronterizo y es también el punto sobre el cual se apoya el poder
mayoritario para emprenderla contra los segmentos marginados de la
sociedad.<BR><BR><STRONG>RAÍCES: CONTROL POBLACIONAL, DE POBRES, DE DISIDENTES,
DE CRIMINALES</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>¿De dónde arranca esta voluntad de expulsar? ¿De qué
manantial vitriólico se nutre? Las raíces doctrinales del actual sistema de
deportación pueden ser rastreadas en los diversos mecanismos, políticas y
argumentos de la exclusión, confiscación y deportación aplicados a diversos
grupos étnicos en Estados Unidos. Las deportaciones -en la forma de controles,
remociones y desplazamientos- arrancan con la expulsión de los indígenas
amerindios o incluso antes, en las políticas británicas. Arrancan con
distinciones que repartían derechos con desigual generosidad. En la Colonia,
únicamente los ingleses eran ciudadanos con pleno derecho. El estatus de los
inmigrantes no ingleses era complicado. Para ellos se creó el concepto legal de
denizens, un estado intermedio entre un extranjero y un nativo. Toma rasgos de
uno y otro. Ellos eran la más probable “carne de deportación”.<BR><BR>Las
primeras ideas de deportación en América se basaron en los antecedentes
británicos de desplazamientos forzosos para enfrentar la sobrepoblación,
movimientos forzosos de pobres y trabajadores, control de disidentes políticos y
castigo de criminales. Sir Walter Raleigh escribió sobre la necesidad de
descargar a Inglaterra y pasar el peso de los pobres a otros. Siguiendo esa
política, 200 niños pobres fueron removidos de las calles de Londres en 1618 y
trasladados a las colonias como aprendices. <BR><BR>En el Nuevo Mundo es donde
encontramos una aplicación más cruda de la voluntad de ejercer ese control
poblacional y de selección que están en la base de la noción de deportación. En
1637, la Corte General de Massachussetts ordenó que ninguna persona o pueblo
debiera recibir a extraños que intentaran residir en su jurisdicción sin haber
obtenido antes un permiso oficial. En los primeros pueblos de Nueva Inglaterra
ningún extranjero era aceptado como habitante sin el voto del pueblo, cuyo
consentimiento era imprescindible para vender o alquilar tierras y proporcionar
casa a extranjeros. New Plymouth en 1658, Massachussetts y Rhode Island en 1700,
New Hampshire en 1718, New York en 1721 y New Jersey en 1730 emitieron
ordenanzas para contener el ingreso de diversos tipos de “indeseables” que
pudieran ser una carga para las colonias. New Jersey bloqueó la entrada a los
viejos, infantes, mutilados, lunáticos y vagabundos. Estas normativas sentaron
las bases del control y la exclusión más allá de las
fronteras.<BR><BR><STRONG>ACEPTABLES: SEGÚN RELIGIÓN, RIQUEZA, SALUD Y
MORALIDAD</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>Aún entonces no se aplicaron las deportaciones como
mecanismo rutinario de “limpieza social”. La insaciable necesidad de mano de
obra, la abundancia de tierras, el elevado costo de atravesar el Atlántico y el
temor a las revueltas de esclavos y los ataques de los indios contuvo la
posibilidad de organizar deportaciones de colonos europeos. Sin embargo hubo
casos y leyes de deportación que gradualmente fueron sentando las bases de la
legitimidad y aceptación social de la exclusión y la repatriación forzosa.
Algunas tuvieron como motivo el credo político y religioso. En 1643 una ley en
Virginia ordenó la deportación de los sacerdotes católicos cinco días después de
su arribo. En 1717, el Consejo de Pennsylvania, preocupado por el grueso flujo
de inmigrantes alemanes “ajenos a nuestro lenguaje y constituciones”, ordenó que
los inmigrantes ofrecieran juramentos de lealtad a su arribo. En 1743, en
Connecticut fue aprobada una ley “dedicada” a los inmigrantes moravos: la ley
para proveer alivio contra los designios peligrosos y malignos de los
extranjeros y personas sospechosas. Esos delitos se penalizaban con la
deportación. <BR><BR>El conjunto de estas leyes sumaron el abanico de rasgos de
la aceptabilidad: religión, riqueza, salud y moralidad. A veces bastaba un rasgo
para ser objeto de deportación, aunque otro rasgo hiciera aceptable a la persona
o grupo. Por ejemplo, a fines del siglo XVII, en la ponderación de los hugonotes
pesó más su condición de franceses que su protestantismo. Se les envió de
regreso.<BR><BR><STRONG>LOS “EXTRANJEROS ENEMIGOS”</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>En 1787, Benjamín Franklin, en el contexto del bloqueo
comercial de Inglaterra, lanzó una propuesta de deportaciones graduales: “Todos
podemos recordar el tiempo en que nuestra madre patria, como muestra de su
maternal ternura, vació sus cárceles en nuestras habitaciones ‘para el mejor
poblamiento’, según expresó, ‘de las colonias’. Ninguna devolución ha sido hecha
hasta ahora por tan valiosa encomienda. Los delincuentes que plantó entre
nosotros han producido tan despampanante incremento que ahora estamos en
condiciones de ampliar la remesa en la misma mercancía. Y ya que nuestros buques
están ociosos debido a sus restricciones a nuestro comercio, ¿por qué no
emplearlos transportando delincuentes a Inglaterra?” <BR><BR>Franklin propuso
seriamente un sistema de deportación que obligaría a cada barco mercantil inglés
a llevarse al menos un delincuente por cada 50 toneladas de su carga. Sin
embargo, ninguna política nacional de deportación fue aplicada sino hasta once
años más tarde: la ley contra la sedición y los enemigos extranjeros de 1798,
que tuvo como blanco a los extranjeros franceses y estableció que “todos los
nativos, ciudadanos, residentes o súbditos de una nación hostil quedaban
expuestos a ser aprehendidos, restringidos, asegurados y removidos como
extranjeros enemigos”. Esta ley sigue formando parte del cuerpo legal
estadounidense.<BR><BR>Los senadores Federalistas no se conformaron con esta ley
timorata. Algunos llegaron a pedir poder ilimitado y discrecional para que el
Presidente pudiera deportar a cualquier extranjero por cualquier razón. Su
opinión prevaleció y dio lugar a la ley concerniente a los extranjeros, mejor
conocida como “Ley de los extranjeros amigos”, que otorgó al Presidente la
potestad de deportar a cualquier extranjero a quien juzgara demasiado peligroso
para la paz y seguridad de los Estados Unidos. A la postre, esa ley dotó al
Presidente de la facultad de expulsar del país a aquellos de quienes se tuviera
sospecha sobre bases razonables de que estaban involucrados en secretas
maquinaciones contra el gobierno. <BR><BR>Esta ley también dejó sus remanentes:
la conculcación de derechos a los extranjeros -se les privó de juicio con
jurado-, la creación de un sistema centralizado de registro de todos los
extranjeros, la imposibilidad de permanecer en el país sin obtener un permiso
especial y la aplicación de cargos criminales a todos aquellos que regresaran
una vez que fueron deportados. Muchos Federalistas no negaron la aspereza de la
ley. Simplemente sostuvieron que los extranjeros no eran parte del “Nosotros, el
pueblo” (We the people) y por eso carecían de garantías constitucionales para
permanecer.<BR><BR><STRONG>LA “REMOCIÓN” Y LA ELIMINACIÓN DE
INDIOS</STRONG><BR></DIV>
<DIV align=justify>El historiador estadounidense Howard Zinn observó que “si las
mujeres, entre todos los grupos subordinados de una sociedad dominada por los
blancos ricos, eran las que más cerca estaban de casa (de hecho, estaban en la
misma casa) -las más ’interiores’- los indios serían los más extraños, los más
‘exteriores’”. A estos exteriores se les envió cada vez más al exterior -hacia
el oeste, a la tierra aún no colonizada- y se les terminó confinando en
reservas, cuando ya no quedó nada por colonizar. El desprecio a los indios quedó
plasmado en la Declaración de Independencia: “(El Rey) ha provocado
insurrecciones domésticas entre nosotros, y ha pretendido echarnos encima los
habitantes de nuestras fronteras, los indios salvajes inmisericordes, cuyo
dominio del arte de la guerra consiste en la destrucción indiscriminada de toda
persona, no importando su edad, sexo o condición”. <BR><BR>Esa visión y
propaganda despectiva y difamatoria empezó antes de la independencia. La
ausencia de matrimonios mixtos tras un siglo de colonización refleja la actitud
de los conquistadores británicos hacia las etnias y culturas sometidas. Este
escaso acercamiento erótico fue complementado con un acercamiento hostil. Zinn
nos recuerda que veinte años antes de la independencia, una proclamación del
parlamento de Massachussetts del 3 de noviembre de 1755, ofreció una recompensa
de 40 libras por cada cabellera de indio macho y 20 por cada cabellera de mujer
india o indio menor de 12 años. El año siguiente el Consejo y el subgobernador
Robert H. Morris de Pennsylvania declararon abiertamente la guerra y ofrecieron
130 dólares por el cuero cabelludo de cada varón indio de más de 12 años y 50
por el de mujer.<BR><BR>Del desprecio y la codicia nació la deportación. La
llamada “mudanza” de los indios -tómese nota de que en inglés removal quiere
decir tanto mudanza como eliminación- despejó el territorio entre los montes
Apalaches y el Mississippi para usufructo de los blancos. Se despejó para
sembrar algodón en el sur y grano en el norte, y para expandir el dominio blanco
anglosajón de costa a costa. <BR><BR>La mayoría de los indios lucharon del lado
de los británicos en la guerra de independencia. Sabían lo que se avecinaba.
Jefferson llegó a la presidencia en 1800 y en seguida promovió la remoción de
los indios creeks y cherokees de Georgia, cosa muy conveniente porque en ese
estado no tardaría en encontrarse oro. Cuando la compra de Luisiana a los
franceses duplicó el tamaño de los Estados Unidos, Jefferson propuso al Congreso
que se animara a los indios a establecerse en territorios más reducidos y a
dedicarse a la agricultura. Jefferson decía promover la agricultura, la
industria y la civilización. Actuaba como una pieza en la expansión del
capitalismo y allanaba el terreno a gusto y deleite de los terratenientes. Las
tierras de los indios “removidos” fueron adquiridas por ricos especuladores,
entre los que se incluía George Washington.<BR><BR><STRONG>PRESIDENTE JACKSON:
EXTERMINADOR DE INDIOS Y HOY MAL LLAMADO DEMÓCRATA</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>Según Zinn, “John Donelson, un cartógrafo de Carolina del
Norte, se hizo con 20 mil acres de tierra cerca de donde hoy se encuentra
Chattanooga. Su yerno hizo veintidós viajes desde Nashville en el año 1795 para
comprar tierras. Se llamaba Andrew Jackson. Jackson era un especulador
inmobiliario, comerciante, negrero y el más agresivo enemigo de los indios de la
primitiva historia americana”. <BR><BR>Jackson se convirtió en héroe nacional
cuando en la batalla de Horseshoe Bend masacró a 800 creeks y despojó a la
nación creek de la mitad de su territorio. Posteriormente Jackson jugó un papel
clave en los tratados entre indios y blancos del sur que entre 1814 y 1824 a
base de sobornos y engaños permitieron que los blancos se apoderaran de las tres
cuartas partes de Alabama y Florida, la tercera parte de Tennessee, la quinta
parte de Georgia y Mississippi, y grandes porciones de Kentucky y Carolina del
Norte. El reino del algodón y las fincas negreras fueron instaladas en los
territorios expoliados a los indios.<BR><BR>En 1818 Jackson promovió la guerra
contra los seminoles, que culminó con la adquisición de Florida y con la
entronización de Jackson como gobernador del nuevo estado. Zinn lamenta que en
los textos escolares de historia estadounidense Jackson aparezca caracterizado
como soldado fronterizo, demócrata y hombre del pueblo, y que jamás se hable del
Jackson negrero, especulador inmobiliario, ejecutor de soldados disidentes y
exterminador de indios. Una vez elegido como Presidente en 1828, Jackson pudo
desplegar su geofagia y su frenesí “removedor” de indios a gran escala. En 1830
la ley de remoción de indios fue firmada por el Presidente Andrew Jackson,
convencido de que separar a los indios permitiría que éstos buscaran la
felicidad por su propia vía y siguiendo sus propias rudas instituciones.
<BR><BR>Su cinismo no tuvo pudor cuando declaró a los indios: “Decid a los jefes
y a los guerreros que soy su amigo, pero deben confiar en mí y marchar de los
límites de los estados de Mississippi y Alabama y establecerse en las tierras
que les ofrezco allí, más allá de los límites de ningún estado (o sea, fuera de
Estados Unidos), en posesión de tierra suya, que poseerán mientras crezca la
hierba y corra el agua. Seré su amigo y su padre y les protegeré”. En 1840, más
de 70 mil indios fueron forzados a pasar al oeste del Mississippi. Esta marcha
forzada es conocida como “la caminata de las lágrimas”. Había 645 carros y gente
marchando a su lado. Muchos murieron hambrientos, enfermos y exhaustos. Durante
su confinamiento en una empalizada y en el éxodo murieron cuatro mil cherokees.
El norte no fue más benigno. Ser de¬portados en su propia tierra significó que
en 1972 solamente quedaban en manos indias 78 mil acres de los 18 millones que
los iroqueses poseyeron en el Estado de Nueva York.<BR><BR>En 1835 Tocqueville
anticipó su apoyo doctrinal a esta política: “La Providencia, que los situó (a
los indios) en medio de las riquezas del Nuevo Mundo, parece no haberles
concedido más que un corto usufructo; ellos estaban allí, en cierto modo, como
esperando”. Antes de la llegada del hombre blanco, el inagotable valle del
Mississippi y el continente entero le parecieron a Tocqueville “la cuna, vacía
aún, de una gran nación”. Más de un siglo después, el escritor francés André
Maurois remachó la misma tesis: “¿Por qué esos europeos desventurados veían en
los Estados Unidos una Tierra Prometida? En parte porque esta tierra no
pertenecía a nadie”. El expolio ejercido por los recién llegados se justifica
por su predestinación y la carencia de derechos de los “salvajes”
nativos.<BR><BR><STRONG>LOS NUEVOS AMENAZANTES AFROAMERICANOS: EL ESTATUTO DE
1803</STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><BR>Los indios no habían sido enteramente controlados cuando
esos “otros amenazantes” que eran los afrodescendientes empezaron a despertar
inquietud y medidas de control. Como reacción a la entrada masiva de
afroamericanos procedentes de Guadalupe, se aprobó el estatuto de 1803, primera
legislación federal inmigratoria posterior a la Ley de extranjeros y sedición,
orientada a bloquear el ingreso de negros y mulatos extranjeros o de cualquier
otra “persona de color, que no sea un nativo, un ciudadano o un marinero
registrado en los Estados Unidos” en estados que habían aprobado leyes
prohibiendo la entrada de afrodescendientes. <BR><BR>En Carolina del Norte se
conminó a todos los afroame¬ri¬canos libres de las ciudades a registrarse y
portar una escarapela en el hombro con la palabra libre. La semejanza entre este
tratamiento y el que los nazis dieron a los judíos no es casual. En ambos casos
se trataba de un mecanismo de control de las máculas nacionales que podían
tornarse peligrosas. En ambos casos se redujo o se mantuvo a un sector de la
población a la condición de ciudadanos de segunda clase con una dosis de
obligaciones y derechos distinta de los ciudadanos plenos. En ambos casos se
trataba de un temor a “los pequeños números”.<BR><BR><STRONG>LA LEY DEL ESCLAVO
FUGITIVO DE 1850: LOS TIEMPOS DEL TÍO TOM</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>Esta tónica continuó con una consistencia y penetración
inamovibles. En 1850 fue aprobada la “Ley federal del esclavo fugitivo” para
forzar el desplazamiento de personas sobre la base de su estatus legal y su
raza. Encontramos en ella raíces de las concepciones que subyacen a la
legislación migratoria actual. La ley confería poder para remover a los esclavos
fugitivos del servicio y labor que estuvieran ejerciendo en “estados libres”
para reubicarlos en el estado o territorio del cual habían escapado. Ahora se
devuelve a colombianos, ecuatorianos, mexicanos y centroamericanos a los
territorios de donde escaparon para evitar una muerte violenta o salarios
miserables. <BR><BR>Los alguaciles que no tomaban todas las medidas necesarias
para actuar diligentemente en la severa aplicación de esta ley eran penalizados
con una multa de mil dólares. Si el esclavo conseguía escapar estando bajo la
custodia de un alguacil, éste podía ser procesado, en beneficio del demandante,
hasta por el total del valor que el servicio o labor del esclavo tuviera en el
territorio de donde escapó. Cualquier persona que proporcionara ayuda o refugio
a un esclavo fugitivo era castigada con seis meses de prisión y mil dólares de
multa.<BR><BR>Bastaba el testimonio de alguien que asegurara ser el propietario
de un afroamericano para que éste tuviera que ser forzosamente aprehendido por
un alguacil. El presunto esclavo no tenía derecho a juicio ni a testificar en su
propia representación. Puesto que cualquier afroamericano bajo sospecha de ser
esclavo carecía de derechos y no era aceptado como testigo en un juicio,
quedaban anuladas muchas posibles defensas y se multiplicó la cantidad de
afroame¬ricanos libres que fueron conscriptos en la esclavitud por carecer de
derechos en un tribunal y no poder defenderse a sí mismos contra las
acusaciones. La ley se aplicaba a seres humanos estimados como propiedad de
estados donde poseer personas era un derecho legitimado y reconocía las mínimas
garantías constitucionales a los indiciados porque se aplicaba a individuos
considerados como carentes de derechos ciudadanos. Hoy, a los inmigrantes
indocumentados frecuentemente no se les reconocen ni siquiera los derechos
mínimos.<BR><BR>Ayer como hoy, hubo reacciones contra esta ley y sus inhumanas
aplicaciones. La literatura hizo su aporte. La cabaña del tío Tom de Harriet
Beecher Stowe está ambientada en el contexto de la ley de esclavos fugitivos y
se le atribuye haber contribuido a la abolición de la esclavitud. Las iglesias
cristianas también la fustigaron. El reverendo Luther Lee, pastor de la Iglesia
Metodista Wesleyana en Siracusa, Nueva York, escribió en 1855 sobre esa ley:
“Nunca la obedeceré. He asistido a treinta esclavos en su huida hacia Canadá el
mes pasado. Si las autoridades quieren algo de mí, mi residencia está en el
número 39 de la calle Onondaga. Admitiré los cargos y podrán aprehenderme y
encerrarme en la penitenciaría que está sobre la colina; pero si cometen
semejante tontería, tengo suficientes amigos en el condado de Onondaga para
arrasarla antes del amanecer”.<BR><BR><STRONG>LAS BASES DE LAS ACTUALES LEYES DE
DEPORTACIÓN</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>“La ley del esclavo fugitivo” no fue la primera en su
género. Sentó las bases de las futuras leyes de deportación porque logró que el
sistema legal estadounidense aceptara, por primera vez en su historia, y en
larga escala, un sistema federal relativamente eficiente para la reubicación
forzosa de personas sobre la base de pruebas más bien nimias, con mínima o nula
supervisión judicial y con apenas la más elemental protección judicial.
<BR><BR>Los periódicos conservadores de la época se animaron a proponer que se
limpiara el país de la presencia de afroamericanos. También muchos senadores y
periodistas han perdido hoy el pudor y no vacilan en respaldar abiertamente las
deportaciones. Los inmigrantes, como nuevos esclavos fugitivos, son confinados
al territorio donde nacieron. Son forzados a retornar a lugares donde no hay
empleo, seguro social y donde quizás son perseguidos. Los esclavos capturados,
aunque tuvieran familias, trabajos y diversos tipos de raíces en las nuevas
comunidades donde se insertaron, enfrentaron una remoción forzosa hacia lugares
donde recibían el tratamiento más inhumano. Los inmigrantes padecen la
desintegración de sus familias debido a las deportaciones. Cuando reclaman que
tienen familias, empleos y vínculos socioculturales en los países de destino son
desoídos por las autoridades.<BR><BR>La legislación sobre los esclavos fugitivos
afectó a todos los afrodescendientes, libres o esclavos. Incluso esclavos libres
temían ser secuestrados y vendidos como presuntos esclavos fugitivos. Entre 4 y
5 mil afroamericanos huyeron de Estados Unidos pocos meses después de aprobada
la ley de 1850. Durante la guerra civil, la situación se agravó incluso al
interior de los estados libres de esclavitud, donde la afluencia de
afroamericanos alarmó a ciertos sectores. <BR><BR>Un editorial del National
Intelligencer llegó al extremo de afirmar que “el africano es un hermano, pero
Carolina del Sur, no Massachussets, fue designado como el guardián de ese
hermano”. Otros abogaron por reexportarlos. Fue muy difundida la convicción de
que los esclavistas sureños se opondrían menos a la abolición de la esclavitud
ante la perspectiva de que los afroamericanos serían trasladados a otras
regiones porque su gran temor se refería a cómo gobernar afroamericanos
libres.<BR><BR><STRONG>ABRAHAM LINCOLN: ENVIAR LOS NEGROS A
CENTROAMÉRICA</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>En el siglo XVIII circularon muchos planes de remoción:
confinarlos a unas zonas en Estados Unidos, sacarlos del país, aplicarles leyes
tan duras que ellos mismos quisieran salir voluntariamente del país… En 1816 fue
establecida la American Colonization Society (ACS) para promover, con fondos de
los gobiernos estatales, la deportación de afroamericanos hacia África. Miembros
prominentes de la ACS fueron Thomas Jefferson, James Madison, Andrew Jackson y
Abraham Lincoln. <BR><BR>La ley contra el comercio de esclavos de 1819
proporcionó 100 mil dólares para trasladar afroamericanos a África. El
Presidente James Monroe, temiendo que los afroamericanos retornados fueran
nuevamente esclavizados por los traficantes de esclavos, adquirió en la costa
oeste africana la parcela de tierra que en 1848 se convertiría en Liberia. Haití
también figuró como destino. Lincoln propuso Centroamérica y envió un emisario a
explorar las condiciones en Chiriquí, Panamá. <BR><BR>Maryland llegó al extremo
de crear el “Equipo de gestores para la remoción de la gente de color” (Board of
Managers for the Removal of Colored People), una agencia de deportación estatal.
Otros estados lo imitaron. Virginia dedicó 30 mil dólares anuales a la
deportación, una suma que en buena medida fue amasada aplicando impuestos a los
afroamericanos libres. El dictamen Dred Scout de 1857, confirmando la carencia
de ciudadanía de los afroamericanos reforzó la ola de deportaciones. En 1860 el
estado de Arkansas conminó a todos los afroamericanos libres a abandonar el
estado o a ser vendidos como esclavos.<BR><BR>El argumento más revelador fue
expuesto en 1862 por el reverendo James Mitchell en una carta a Lincoln: los
negros deben ser deportados porque “el sistema republicano fue establecido para
gente homogénea”. Y añadió que si los negros continuaban viviendo con los
blancos, constituirían una amenaza a la vida nacional: la vida familiar también
colapsaría y el incremento de bastardos de castas mezcladas podría impugnar
algún día la supremacía del hombre blanco. Lo más dramático del caso fue que
Lincoln, tan pronto como terminó de leer este comunicado, colocó a Mitchell en
el recién creado puesto de Comisionado de Emigración.<BR><BR>Al ser visitado por
un grupo de afroamericanos libres en 1862, Lincoln insistió en que ellos y él
pertenecían a razas distintas, cuya separación era de beneficio mutuo.
Concediendo que muchos deportados a Liberia habían muerto, Lincoln propuso
Centroamérica como vertedero de esos desechos humanos: la similitud con el clima
de su tierra nativa se acoplaba más a sus condiciones físicas.
<BR><BR><STRONG>PÁNICO CENTROAMERICANO A UN “ESPANTOSO DILUVIO DE
EMIGRACIÓN NEGRA”</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>Mitchell se puso manos a la obra y envió un memorandum a
los pastores afroamericanos para que usaran su influencia para estimular la
emigración. “Esta es una nación de trabajadores blancos iguales -afirmó
Mitchell-, y puesto que ustedes no pueden ser aceptados en tales términos, aquí
no hay sitio para ustedes. Ustedes no pueden ir al norte o al oeste sin levantar
crecientes sentimientos de hostilidad. El sur de los Estados Unidos debe tener
una población homogénea, y cualquier intento de conceder a los libertos un
estatus igualitario en el sur traerá el desastre para ambas razas”. Al parecer,
Lincoln y Mitchell estaban convencidos de que en Centroamérica los
afroamericanos vivirían entre iguales y no despertarían hostilidad.<BR><BR>Pero
los gobernantes del istmo no eran del mismo parecer. Los cónsules de Nicaragua y
Honduras reportaron un pánico nacional ante la inminencia de un “espantoso
diluvio de emigración negra”. El proyecto fue abortado finalmente porque algunos
senadores, probablemente respaldados por poderosos grupos económicos, aseguraron
que los afroamericanos eran piezas importantes de la economía nacional y su
ausencia tendría graves consecuencias sobre la prosperidad del país. Por otro
lado, los gobiernos de Nicaragua, Honduras y Costa Rica -que por esa época
estaban rediseñando sus políticas migratorias para atraer europeos- emitieron
una protesta oficial. No faltaba más: a los gringos se les podían tolerar
invasiones, afirmaciones desdeñosas y muchas otras vejaciones, pero de ninguna
manera se les aguantaría que nos negrearan para blanquearse. Y menos aún que nos
consideraran una población con la que los negros podían sentir
homogeneidad.<BR><BR>Un año después Lincoln empezó a diseñar un plan para enviar
al estado de Texas a toda la “raza de color” de los estados esclavistas. Luego
pensó en Florida y finalmente propuso enviar 5 mil afrodescendientes a Ile ä
Vache, una isla en Haití donde finalmente fueron enviados 450 deportados, 100 de
los cuales no tardaron en perecer, enfermos y famélicos. Los sobrevivientes
retornaron a Estados Unidos y el aparatoso fracaso de esta aventura dio al
traste con las estrategias de deportación de Lincoln.<BR><BR><STRONG>LOS CHINOS,
“ENEMIGOS INDISPENSABLES”: LA RUTA DE UNA CRECIENTE HOSTILIDAD</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>Estos planes y políticas sólo fueron los cimientos
ideológicos y operativos de una política federal de deportaciones, un adefesio
jurídico articulado una vez que se dieron tres pasos: la federalización del
control migratorio, la legitimación de las leyes federales de deportación y,
finalmente, la extensión de las leyes de control fronterizo hacia una
legislación de control social mediante deportaciones aplicadas a quienes ya
habían ingresado. La analogía entre el control de las fronteras y el control
post-ingreso es una pieza clave en el armatoste de las
deportaciones.<BR><BR>Durante las décadas de los 60 y 70 del siglo XIX se
incentivó la inmigración. La guerra civil y la emancipación crearon una
creciente demanda laboral. El gran capital también necesitaba esquiroles y
abundancia de mano de obra para neutralizar a los sindicatos. Los chinos
empezaron a llegar a California poco antes: durante la fiebre del oro. Entre
1849 y 1852 aumentaron de 325 a más de 20 mil. Mark Twain calculó que poco más
de una década más tarde había quizás hasta 100 mil chinos en la costa del
Pacífico. Otras fuentes calculan un incremento de 7 mil 500 a 105 mil entre 1850
y 1880. El 25% de la fuerza laboral de California en 1870 procedía de China,
según un informe titulado “Enemigo indispensable”. Al principio fueron
bienvenidos. Pero su acelerado incremento suscitó hostilidad.<BR><BR>Twain
denunció la venta de esclavas chinas de entre 14 y 20 años a 150-400 dólares.
Las muchachas eran raptadas y vendidas en los prostíbulos de San Francisco,
mientras los legisladores aprobaban leyes contra la prostitución, atribuyendo a
las mujeres chinas una propensión a ese oficio. El representante Higby anunció
con gran empaque que, entre las mujeres chinas, “la virtud es una excepción a la
regla general” y que los chinos vendían a sus mujeres como ganado: “Ése es su
carácter. No puedes hacer ciudadanos de ellos”. En 1874, la ley migratoria
californiana impuso un bono de 500 dólares a cierto tipo de indeseables,
incluyendo a mujeres lascivas y corruptas. Esta campaña tuvo éxito: de los 39
mil 579 chinos que llegaron a Estados Unidos entre 1876 y 1882, solamente 136
eran mujeres. Debido a la casi inexistencia de matrimonios inter-raciales, esta
política funcionó como un control poblacional racial. Pero eso no fue suficiente
para los grupos anti-chinos. Presionaron hasta conseguir que la Convención
Constitucional de California de 1878 prohibiera que los chinos, idiotas, locos y
personas acusadas de crímenes infames jamás participaran como electores en
comicio alguno. La Convención también prohibió el empleo público para los chinos
y mongoles, excepto si se trataba de la penalización de algún delito.<BR><BR>Los
chinos se convirtieron en enemigos indispensables que permitieron a los
inmigrantes irlandeses desprenderse de la hostilidad xenófoba y reorientarla
hacia un grupo “no blanco”. Cualidades raciales previamente atribuidas a los
negros pronto se convirtieron en características de los chinos. De ahí la
defensa de Twain, que destaca el talante industrioso de los chinos: cultivan
sorprendentes vegetales en pilas de arena; no desperdician nada: lo que es
basura para un cristiano, un chino lo preserva y de alguna manera le encuentra
utilidad; junta muchas latas de sardinas y ostras que otros desechan para armar
un artefacto de hojalata que luego venden; junta viejos huesos y los transforma
en abono. Twain destaca que todos los chinos sabían leer y escribir con gran
facilidad, cosa que no se podía decir de la mayoría de los votantes. La mayoría
trabajaba ganándose la vida lavando ropa a razón de 2.50 dólares la docena de
piezas.<BR><BR><STRONG>¿LA “TIERRA DE LOS LIBRES”? DEPENDE DE QUIÉN
TESTIFIQUE...</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>Los chinos fueron objeto de impuestos discriminatorios y
se les restringió su posesión de negocios, elección de escuelas y su derecho a
testificar en la corte. Podían ser acusados por blancos en cualquier tribunal.
Pero ningún chino podía testificar contra un blanco en tribunal alguno. Twain
extrajo una conclusión: “La nuestra es ‘la tierra de los libres’. Nadie lo
niega, nadie lo impugna. Quizás porque no permitimos que otra gente testifique”.
<BR><BR>El Presidente de la Corte Suprema de Justicia, Hugh Murria, absolvió al
asesino de un hombre chino al desestimar el testimonio de otros chinos. Murray
basó su veredicto en el hecho de que la china es una raza “cuya mendacidad es
proverbial, a la que la naturaleza marcó como inferior y que es incapaz de
progreso o desarrollo más allá de cierto punto”. El oeste estaba plagado de
estas actitudes. El juez Hasting, ciudadano de San Francisco, sostuvo que “los
chinos son casi otra especie del género homo”: varían tanto respecto de la raza
aria o europea que los vástagos de un chino con un americano serían infértiles,
imperfectamente fértiles, si no mulas.<BR><BR>Con la firma del tratado
Burlingame en 1868 pareció que soplarían otros vientos. Ese convenio, suscrito
por los gobiernos de China y Estados Unidos, reformó el tratado de Tientsin y
estableció relaciones amistosas formales entre los dos países. Estados Unidos le
concedió a China un trato preferencial y le dio el derecho a instalar, en
puertos estadounidenses, consulados que gozarían de los mismos privilegios e
inmunidades que los de Gran Bretaña y Rusia. También estimuló la migración de
chinos hacia Estados Unidos y concedió libertad de culto y conciencia para los
ciudadanos chinos en Estados Unidos y para los estadounidenses en China. Los dos
países concedieron privilegios de naturalización a los ciudadanos del otro
país.<BR><BR><STRONG>MARK TWAIN: “HE VISTO CHINOS MALTRATADOS MEZQUINA Y
COBARDEMENTE”</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>Mark Twain celebró la firma del tratado. En el New York
Tribune describió el trato despiadado que muchos estadounidenses prodigaban a
los chinos: “Ya no podrán pegar ni apalear ni echar perros a los chinos.
Pasatiempos como éstos se han ido para siempre. En San Francisco, una gran
mayoría de las noticias locales que aparecen en los diarios consisten en
calurosas felicitaciones al ‘capaz y eficiente’ oficial Tal o Cual por arrestar
a Ah Foo, a Ching Wang o a Song Hi por robar un pollo; pero cuando algún bruto
blanco rompe de un ladrillazo la cabeza de algún chino inocente, el periódico no
felicita a ningún oficial por arrestar al verdugo, dada la sencilla razón de que
el oficial no realiza un arresto así. El derramamiento de sangre china sólo
logra hacerlo reír; lo considera una diversión muy entretenida”. <BR><BR>“He
visto perros casi desgarrar a chinos desgraciados, a plena luz, en San
Francisco, y he viso a peones de albañil que ayudan a hacer presidentes quedarse
quietos a mirar y gozar del deporte. He visto tropeles de chiquillos apedrear a
un chino cuando, sin meterse con nadie, iba él a sus asuntos, y hacerlo volver a
casa de nuevo, sangrante y desollado. He visto chinos insultados y maltratados
de todas las maneras mezquinas y cobardes de posible invención por una
naturaleza degradada, pero nunca he visto que en un tribunal se hiciera justicia
a un chino por los entuertos cometidos contra él. Las leyes de California no
permiten que un chino testifique contra un blanco”.<BR><BR>Hasta mediados del
siglo XIX, cada estado tenía su propio sistema legal y policial de exclusión que
protegía a su población de inmigrantes indeseados: pobres, criminales, enfermos
y varios tipos de gente “inmoral”. La aplicación de esas leyes tenía un sesgo
étnico que luego fue transmitido a la legislación federal. Una ley federal de
1878 limitó a 15 el número de pasajeros mongoles que un buque podía transportar
a Estados Unidos. <BR><BR>Explicando la motivación de esta ley, el juez de la
Corte Suprema Stephen J. Field declaró ante un periodista: “Estamos alarmados en
esta costa por la incursión de chinos. Para nosotros esto es una cuestión de
propiedad, civilización y existencia”. La Corte tuvo un rol protagónico en la
federalización de las políticas migratorias. Al calor de ciertas controversias,
la corte falló que sólo al Congreso, y no a los Estados de la Unión, le
correspondía normar quién podía y quién no podía ingresar al país. La Corte
sostuvo que dejar esa decisión a los estados podría acarrear desastrosas
pendencias con otras naciones.<BR><BR><STRONG>EL ODIO RACIAL CONTRA LOS CHINOS
INSPIRÓ LA ACTUAL LEGISLACIÓN DEPORTADORA</STRONG><BR><BR>Para evitar más
fricciones se aprobó la primera ley federal inmigratoria comprehensiva de 1882.
Esa ley ordenaba la exclusión y retorno “a las naciones a las que pertenecen y
de donde vienen” una variedad de personas no deseables: convictos, idiotas,
lunáticos y personas incapaces de valerse por sí mismas. Esta ley era aplicada
por funcionarios estatales que operaban bajo la autoridad federal y eran pagados
con un impuesto federal. Los estadounidenses tuvieron que pagar 50 centavos de
dólar por cabeza para sostener a la nueva burocracia encargada de las
deportaciones. Considerando que en 1880 la población de Estados Unidos ascendía
a 50 millones 189 mil 209 habitantes, ese impuesto debió generar un nada
despreciable fondo de 25 millones 94 mil 605 dólares anuales. Tremenda fortuna
para librarse de los indeseables.<BR><BR>El odio racial hacia los chinos cuajó
finalmente en la moderna legislación sobre inmigración y deportación. En 1882 el
Congreso abrogó el tratado Burlingame y aprobó una ley que prohibió el ingreso
de trabajadores chinos en un lapso de diez años. Seis años después propuso a
China un tratado para extender la prohibición a los siguientes veinte años. Ante
la renuencia del gobierno chino a ratificar el tratado, aprobó la ley Scott, que
prohibió la entrada a todos los trabajadores chinos, congeló la emisión de
certificados de retorno para quienes quisieran visitar a sus familiares en China
y canceló los certificados vigentes. <BR><BR>Más de 20 mil chinos fueron
afectados de manera directa porque no se les permitió retornar. Más de 600
portadores de certificados estaban en alta mar al momento de aprobación de la
ley. Chae Chan Ping fue uno de ellos y decidió defender a toda costa su causa.
Su caso -Chae Chan Ping vs. Estados Unidos, también cono¬cido como el caso de la
exclusión de chinos- fue presentado en 1889 ante la Corte Suprema.<BR><BR>Chae
Chan Ping vivió y trabajó en San Francisco durante doce años. Salió para visitar
a sus familiares. Para tal efecto obtuvo un certificado de retorno que la ley
Scott declaró inválido. La corte no cedió ante los alegatos de la defensa: la
existencia de un contrato, derechos concedidos, protección constitucional y
límites de poder gubernamental. La corte definió el principio de soberanía como
un irrestricto poder plenario. A partir de entonces, el poder de regular la
inmigración fue instituido como extracons¬titucional, pleno e inherente a la
soberanía. Esto supuso que, a diferencia de otras acciones gubernamentales, que
deben justificarse haciendo referencia a la autoridad constitucional y deben
cumplir con los estándares constitucionales, la legislación inmigratoria
recibiría mínima o ninguna revisión judicial. <BR><BR><STRONG>“UNA AMENAZA
CONTRA NUESTRA CIVILIZACIÓN”</STRONG><BR><BR>Los partidarios de este giro legal
justificaban la exclusión arguyendo que ésta ponía a raya a “un grupo que
constituye una amenaza para nuestra civilización”. La nueva legislación
estableció que el poder de excluir extranjeros era un asunto de soberanía
nacional que los Estados Unidos puede ejercer en cualquier momento en que, a
juicio del gobierno, el interés del país lo requiera, y que el departamento
político del gobierno era competente por sí mismo para actuar sobre esta
materia. Esta pieza jurídica se convirtió en el sustrato doctrinal de la actual
jurisprudencia sobre deportación.<BR><BR>Posteriormente se arremetió contra los
chinos ya residentes en Estados Unidos. En 1892, la ley Geary les exigió
demostrar su condición de residentes legales mediante el testimonio de al menos
un testigo blanco creíble. No era fácil encontrar blancos “creíbles” dispuestos
a declarar a favor de un chino. En consecuencia, dado que decenas de miles de
trabajadores chinos debían ser deportados y embarcados a costillas del gobierno
estadounidense, el Secretario del Tesoro, que entonces tenía apenas un
presupuesto de 25 mil dólares, debió enfrentar una tarea cuyo costo superaba los
7 millones. <BR><BR>Fue imposible aplicar la ley Geary, pero su discusión en el
senado estableció un vínculo doctrinal importante: el poder de expulsar se
infería del poder plenipotenciario de excluir. La Corte también determinó que la
orden de deportación no es el castigo por un delito, sino un método para forzar
el retorno a su país de origen de aquellos extranjeros que no hubieran cumplido
con las condiciones para seguir residiendo en los Estados
Unidos.<BR><BR><STRONG>LA “CIUDADANÍA ESTADOUNIDENSE”: EL CASO EMMA
GOLDMAN</STRONG><BR><BR>¿Qué encontramos rascando bajo estos planteamientos? El
moderno régimen de deportación decimonónico se basó en lo que ha sido llamado
“ciudadanía como membresía”: todos los ciudadanos son miembros plenos de la
comunidad constitucional estadounidense, mientras los no ciudadanos están en
otra categoría. La moderna doctrina de la deportación es esencialmente
contractual: quien ingresa a Estados Unidos acepta ciertas condiciones; si el
contrato es violado, el gobierno y el individuo deben retornar al status quo
ante. <BR><BR>El problema es que este sistema, aplicado a no ciudadanos,
proporciona un modelo para aplicar a ciudadanos, como ocurrió en el caso de la
célebre Emma Goldman, ciudadana estadounidense desprovista de su ciudadanía para
poder ser deportada. <BR><BR>Goldman (1869-1940) fue una famosa anarquista de
origen lituano, pionera en la lucha por la emancipación de la mujer. Emigró a
Estados Unidos a los 16 años y trabajó como obrera textil. Fue arrestada
innumerables veces por sus actividades anarquistas. Cada conferencia le costaba
un arresto. Por eso iba siempre pertrechada con un buen libro para leerlo en
prisión. <BR><BR>En 1916 fue encarcelada por distribuir un manifiesto a favor de
la contracepción, en 1917 por oponerse al servicio militar y en 1919 para ser
despojada de su ciudadanía y deportada a Rusia. John Edgar Hoover, fundador y
director del FBI durante 48 años (1924-1972), la etiquetó como una de las
mujeres más peligrosas de América. <BR><BR>Después del 11 de septiembre, el
gobierno estadounidense aplicó a muchos sospechosos la misma secuencia que a
Goldman: cancelación de la ciudadanía y deportación. Una vez despojados de su
ciudadanía, los inmigrantes y sus hijos se convirtieron en seres enteramente
vulnerables ante la legislación y las autoridades
estadounidenses.<BR><BR><STRONG>LIMPIAR, PURIFICAR: EL SINIESTRO
KU-KLUX-KLAN</STRONG><BR><BR>La deportación -como otros procesos de purificación
estudiados por la antropóloga británica Mary Douglas en su Purity and Danger-
sirve para limpiar a la sociedad estadounidense de gente con ciertas cualidades
y mitigar la ansiedad que su presencia produce. La deportación ha sido sólo uno
de los métodos de limpieza que ha empapado la historia estadounidense.
<BR><BR>André Maurois nos recuerda el “a la vez siniestro y bufonesco”
Ku-Klux-Klan, “el intento más espectacular de administrar justicia privadamente…
e injustamente. Fundado en Georgia por cierto coronel Simmons, había atraído a
los espíritus débiles por su aparato infantil. En las expediciones punitivas,
sus miembros vestían largas túnicas blancas y cogullas. En nombre del
americanismo, el Klan combatía a los negros, los judíos, los católicos, así como
a los liberales que protegían a estas minorías. Sus dignatarios recibían el
nombre de Kleagles, Goblins. Simmons fue el Imperial Wizard (el Hechicero
Imperial). El Klan creció rápidamente hasta contar cuatro millones y medio de
miembros y ejerció un poder político real en el Sur, en el Middle-West y en la
costa del Pacífico. Teóricamente, el Klan debería unir a los representantes del
‘puro americanismo’. De hecho, y en el Sur sobre todo, su finalidad fue
aterrorizar a los negros”.<BR><BR>La preservación del “puro americanismo”
-racial o ideológico- sigue justificando la exclusión y deportación de los
impuros. El Ku-Klux-Klan sirvió de inspiración a otros purificadores del
americanismo. Según André Maurois: “Ciertas organizaciones patrióticas (como la
National Security League) se erigían en custodios del americanismo. Exigíase a
los educadores un juramento de lealtad; censurábanse los libros de historia;
tratábase como sospechosos a los desdichados que llevaban nombre extranjero. No
eran éstos los crímenes del Ku-Klux-Klan, pero sí su espíritu. La Corte Suprema,
cuya misión consistía en asegurar a todos las garantías constitucionales, se
mostraba débil apenas se hablaba de ‘sedición’ o de ‘sindicalismo criminal’”.
<BR><BR>La actitud generalizada entre los funcionarios estatales era ominosa
para los inmigrantes. Terence Powderly, que ejerció durante cinco años el Cargo
de Comisionado General de Inmigración (1897-1902), había dicho apenas cinco años
antes que los chinos “no se asimilan con nuestra gente, no usan nuestra ropa, no
adoptan nuestras costumbres, lenguaje, religión o sentimientos… Las
civilizaciones china y estadounidense son antagónicas; no pueden vivir,
prosperar y sobrevivir en el mismo suelo. Una o la otra deben perecer”.
<BR><BR><STRONG>EL CIERRE DE ELLIS ISLAND NO PUSO FIN A ESTA
ARROGANCIA</STRONG><BR><BR>Pretender que la estadounidense es una civilización
comparable a la china fue más que una temeridad rayana en la ignorancia más
cruda y sin paliativos, sintomática de la soberbia imperial.<BR><BR>Ese espíritu
alentó muchas polémicas. Los involucrados en ellas -senadores, representantes y
jueces- hicieron distinciones que luego moldearon con la legislación.
Distinguieron entre el poder de excluir y el poder de expulsar. Distinguieron
entre ciudadanos (citizens), residentes (denizens, residentes legales por largo
tiempo), recién llegados y visitantes. Otros distinguieron entre habitantes
extranjeros y habitantes perpetuos, y otros más entre habitantes y transeúntes,
definiendo a éstos como habitantes no legales. <BR><BR>Los del bando contrario
sostuvieron que ninguna nación tenía derecho a expulsar a un ciudadano de otra
nación sin una causa especial. Pero su posición no prevaleció en las políticas.
Las corrientes proclives a la exclusión cosecharon un éxito tras otro. En 1917,
contra un veto del Presidente Wilson, fue aprobada la Literacy Act, la Ley de
Alfabetización, que exigía saber leer y escribir en su lengua de origen y
someterse a diversos tests de inteligencia a todos los aspirantes al ingreso en
Estados Unidos.<BR><BR>Siete años después, Ellis Island fue clausurada como
puerto de entrada y convertida en base de entrenamiento para guardacostas y
centro de detención para enemigos extranjeros -comunistas y fascistas-, tras la
aprobación de la Ley de Inmigración de 1924, también conocida como Ley
Johnson-Reed, una ley que limitó el número de inmigrantes admisibles a 150 mil y
asignó cuotas por nacionalidades del 2% del número de personas de cada país que
ya estaban residiendo en Estados Unidos en 1890. Por si el privilegio de los
anglosajones, nórdicos y alemanes -los que tenían más tiempo de estar migrando a
Estados Unidos y más inmi¬grantes establecidos- no fuera suficiente, el sistema
excluía de las cuotas a todos los asiáticos. Los latinos todavía no
representaban un problema migratorio. <BR><BR>La ley fue aprobada con sólo seis
votos en contra. Sus propulsores fueron inspirados por The Passing of the Great
Race, que Madison Grant publicó en 1916 para difundir sus teorías sobre la
eugenesia y la higiene racial. Grant insistió en la superioridad de las razas
del norte de Europa que fundaron Estados Unidos. El líder sindical Samuel
Gompers, de origen judío, dio su respaldo a la ley, haciendo caso omiso del
clamor de muchos judíos, quienes sostuvieron que el sistema de cuotas estaba
basado en el antisemitismo.<BR><BR>La aparición de esta ley y el ocaso de Ellis
Island no pusieron punto final a esta historia. Como señaló Perec, “la
emigración hacia Estados Unidos había comenzado mucho antes de Ellis Island y no
se terminó con su cierre”. Tampoco las deportaciones. <BR><BR><STRONG>INTENTAR
COMPRENDER A TANTOS MILLONES DE PERSONAS</STRONG><BR><BR>Sobre la evolución de
las políticas de deportación desde el siglo XX hasta nuestros días hablaremos en
la próxima. La pregunta ante esta trágica historia es si esta voluntad de
excluir y expulsar será transformada algún día en voluntad de acoger y
compartir. <BR><BR>Quizás esa voluntad expulsora experimente un declive cuando
muchos estadounidenses hagan lo que Perec sugiere: intentar representarse las
vidas individuales de los millones que pasaron por Ellis Island, “historias
idénticas y diferentes de esos hombres, de esas mujeres y de esos niños
expulsados de su tierra natal por el hambre o la miseria, la opresión política,
racial o religiosa, que dejando todo, su pueblo, su familia, sus amigos,
demorando meses y años para reunir el dinero necesario para el viaje, y
encontrarse aquí, en una sala amplia, tan amplia que nunca hubieran osado
imaginar que pudiera existir un sitio tan grande, agrupados en filas de cuatro,
esperando su turno, habían renunciado a su pasado y a su historia, habían
abandonado todo para intentar venir a vivir aquí una vida que no les habían dado
el de¬recho a vivir en su país natal y se encontraron frente a lo ine¬xorable”.
<BR><BR>Tanto ha cambiado el mundo desde que estos millones de hombres, mujeres
y niños llenaron aquella sala que hoy un afroamericano es Presidente de Estados
Unidos y China va en camino de ser una superpotencia mundial. ¿Tanto hemos
cambiado quienes habitamos el mundo? Quizás el inicio del cambio, en versión
subjetiva y actual, radica en comprender que Ellis Island “pertenece a todos
aquellos a quienes la intolerancia y la miseria echaron y echan aún de la tierra
en la que crecieron”.<BR><BR>* Investigador del Servicio Jesuita para Migrantes
de Centroamérica (SJM). Miembro del Consejo Editorial de Envío.</DIV>
<DIV align=justify>
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