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<HR>
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<DIV align=center><STRONG><FONT size=4><EM>boletín solidario de información -
edición internacional</EM><BR><FONT color=#800000 size=5><U>Correspondencia de
Prensa</U><BR>Agenda Radical - Colectivo Militante</FONT><BR><U>21 de julio
2009</U><BR>suscripciones y redacción: </FONT></STRONG><A
href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><FONT
size=4>germain5@chasque.net</FONT></STRONG></A><BR></DIV>
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<HR>
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<DIV align=justify><STRONG></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>Debates<BR></FONT></DIV></STRONG>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3></FONT></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>Entrevista con Sygmunt
Bauman</FONT></STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG><FONT size=3>Un mundo nuevo y
cruel</FONT></STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>El sociólogo que sacudió a las ciencias sociales
con su concepto de "modernidad líquida" advierte, en una entrevista exclusiva,
que hay un temible divorcio entre poder y política, socios hasta hoy
inseparables en el estado-nación. En todo el mundo, dice, la población se divide
en barrios cerrados, villas miseria y quienes luchan por ingresar o no caer en
uno de esos guetos. Aún no llegamos al punto de no retorno, dice con un toque de
optimismo.</STRONG> </DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>Héctor Pavón<BR>Revista Ñ, Buenos Aires,
18-7-2009<BR></STRONG><A
href="http://www.revistaenie.clarin.com/"><STRONG>http://www.revistaenie.clarin.com/</STRONG></A></DIV>
<DIV align=justify><STRONG>Traduccion de Joaquin Ibarburu</STRONG>
<BR><BR><BR>How to spend it.... Cómo gastarlo. Ese es el nombre de un suplemento
del diario británico Financial Times. Ricos y poderosos lo leen para saber qué
hacer con el dinero que les sobra. Constituyen una pequeña parte de un mundo
distanciado por una frontera infranqueable. En ese suplemento alguien escribió
que en un mundo en el que "cualquiera" se puede permitir un auto de lujo,
aquellos que apuntan realmente alto "no tienen otra opción que ir a por uno
mejor..." Esta cosmovisión le sirvió a Zygmunt Bauman para teorizar sobre
cuestiones imprescindibles y así intentar comprender esta era. La idea de
felicidad, el mundo que está resurgiendo después de la crisis, seguridad versus
libertad, son algunas de sus preocupaciones actuales y que explica en sus
recientes libros: Múltiples culturas, una sola humanidad (Katz editores) y El
arte de la vida (Paidós). "No es posible ser realmente libre si no se tiene
seguridad, y la verdadera seguridad implica a su vez la libertad", sostiene
desde Inglaterra por escrito. <BR><BR>Bauman nació en Polonia pero se fue
expulsado por el antisemitismo en los 50 y recaló en los 60 en Gran Bretaña. Hoy
es profesor emérito de la Universidad de Leeds. Estudió las estratificaciones
sociales y las relacionó con el desarrollo del movimiento obrero. Después
analizó y criticó la modernidad y dio un diagnóstico pesimista de la sociedad.
Ya en los 90 teorizó acerca de un modo diferente de enfocar el debate
cuestionador sobre la modernidad. Ya no se trata de modernidad versus
posmodernidad sino del pasaje de una modernidad "sólida" hacia otra "líquida".
Al mismo tiempo y hasta el presente se ocupó de la convivencia de los
"diferentes", los "residuos humanos" de la globalización: emigrantes,
refugiados, parias, pobres todos. Sobre este mundo cruel y desigual versó este
diálogo con Bauman. <BR><BR><STRONG>Uno de sus nuevos libros se llama Múltiples
culturas, una sola humanidad . ¿Hay en este concepto una visión "optimista" del
mundo de hoy? </STRONG><BR><BR>Ni optimista ni pesimista... Es sólo una
evaluación sobria del desafío que enfrentamos en el umbral del siglo XXI. Ahora
todos estamos interconectados y somos interdependientes. Lo que pasa en un lugar
del globo tiene impacto en todos los demás, pero esa condición que compartimos
se traduce y se reprocesa en miles de lenguas, de estilos culturales, de
depósitos de memoria. No es probable que nuestra interdependencia redunde en una
uniformidad cultural. Es por eso que el desafío que enfrentamos es que estamos
todos, por así decirlo, en el mismo barco; tenemos un destino común y nuestra
supervivencia depende de si cooperamos o luchamos entre nosotros. De todos
modos, a veces diferimos mucho en algunos aspectos vitales. Tenemos que
desarrollar, aprender y practicar el arte de vivir con diferencias, el arte de
cooperar sin que los cooperadores pierdan su identidad, a beneficiarnos unos de
otros no a pesar de, sino gracias a nuestras diferencias. <BR><BR><STRONG>Es
paradójico, pero mientras se exalta el libre tránsito de mercancías, se
fortalecen y construyen fronteras y muros. ¿Cómo se sobrevive a esta
tensión?</STRONG> <BR><BR>Eso sólo parece ser una paradoja. En realidad, esa
contradicción era algo esperable en un planeta donde las potencias que
determinan nuestra vida, condiciones y perspectivas son globales, pueden ignorar
las fronteras y las leyes del estado, mientras que la mayor parte de los
instrumentos políticos sigue siendo local y de una completa inadecuación para
las enormes tareas a abordar. Fortificar las viejas fronteras y trazar otras
nuevas, tratar de separarnos a "nosotros" de "ellos", son reacciones naturales,
si bien desesperadas, a esa discrepancia. Si esas reacciones son tan eficaces
como vehementes es otra cuestión. Las soberanías locales territoriales van a
seguir desgastándose en este mundo en rápida globalización. <BR><BR><STRONG>Hay
escenas comunes en Ciudad de México, San Pablo, Buenos Aires: de un lado villas
miseria; del otro, barrios cerrados. Pobres de un lado, ricos del otro. ¿Quiénes
quedan en el medio?</STRONG> <BR><BR>¿Por qué se limita a las ciudades
latinoamericanas? La misma tendencia prevalece en todos los continentes. Se
trata de otro intento desesperado de separarse de la vida incierta, desigual,
difícil y caótica de "afuera". Pero las vallas tienen dos lados. Dividen el
espacio en un "adentro" y un "afuera", pero el "adentro" para la gente que vive
de un lado del cerco es el "afuera" para los que están del otro lado. Cercarse
en una "comunidad cerrada" no puede sino significar también excluir a todos los
demás de los lugares dignos, agradables y seguros, y encerrarlos en sus barrios
pobres. En las grandes ciudades, el espacio se divide en "comunidades cerradas"
(guetos voluntarios) y "barrios miserables" (guetos involuntarios). El resto de
la población lleva una incómoda existencia entre esos dos extremos, soñando con
acceder a los guetos voluntarios y temiendo caer en los involuntarios.
<BR><BR><STRONG>¿Por qué se cree que el mundo de hoy padece una inseguridad sin
precedentes? ¿En otras eras se vivía con mayor seguridad?</STRONG> <BR><BR>Cada
época y cada tipo de sociedad tiene sus propios problemas específicos y sus
pesadillas, y crea sus propias estratagemas para manejar sus propios miedos y
angustias. En nuestra época, la angustia aterradora y paralizante tiene sus
raíces en la fluidez, la fragilidad y la inevitable incertidumbre de la posición
y las perspectivas sociales. Por un lado, se proclama el libre acceso a todas
las opciones imaginables (de ahí las depresiones y la autocondena: debo tener
algún problema si no consigo lo que otros lograron ); por otro lado, todo lo que
ya se ganó y se obtuvo es nuestro "hasta nuevo aviso" y podría retirársenos y
negársenos en cualquier momento. La angustia resultante permanecería con
nosotros mientras la "liquidez" siga siendo la característica de la sociedad.
Nuestros abuelos lucharon con valentía por la libertad. Nosotros parecemos cada
vez más preocupados por nuestra seguridad personal... Todo indica que estamos
dispuestos a entregar parte de la libertad que tanto costó a cambio de mayor
seguridad. <BR><BR><STRONG>Esto nos llevaría a otra paradoja. ¿Cómo maneja la
sociedad moderna la falta de seguridad que ella misma produce?
</STRONG><BR><BR>Por medio de todo tipo de estratagemas, en su mayor parte a
través de sustitutos. Uno de los más habituales es el desplazamiento/trasplante
del terror a la globalización inaccesible, caótica, descontrolada e impredecible
a sus productos: inmigrantes, refugiados, personas que piden asilo. Otro
instrumento es el que proporcionan las llamadas "comunidades cerradas"
fortificadas contra extraños, merodeadores y mendigos, si bien son incapaces de
detener o desviar las fuerzas que son responsables del debilitamiento de nuestra
autoestima y actitud social, que amenazan con destruir. En líneas más generales:
las estratagemas más extendidas se reducen a la sustitución de preocupaciones
sobre la seguridad del cuerpo y la propiedad por preocupaciones sobre la
seguridad individual y colectiva sustentada o negada en términos sociales.
<BR><BR><STRONG>¿Hay futuro? ¿Se puede pensarlo? ¿Existe en el imaginario de los
jóvenes? </STRONG><BR><BR>El filósofo británico John Gray destacó que "los
gobiernos de los estados soberanos no saben de antemano cómo van a reaccionar
los mercados (...) Los gobiernos nacionales en la década de 1990 vuelan a
ciegas." Gray no estima que el futuro suponga una situación muy diferente. Al
igual que en el pasado, podemos esperar "una sucesión de contingencias,
catástrofes y pasos ocasionales por la paz y la civilización", todos ellos,
permítame agregar, inesperados, imprevisibles y por lo general con víctimas y
beneficiarios sin conciencia ni preparación. Hay muchos indicios de que, a
diferencia de sus padres y abuelos, los jóvenes tienden a abandonar la
concepción "cíclica" y "lineal" del tiempo y a volver a un modelo "puntillista":
el tiempo se pulveriza en una serie desordenada de "momentos", cada uno de los
cuales se vive solo, tiene un valor que puede desvanecerse con la llegada del
momento siguiente y tiene poca relación con el pasado y con el futuro. Como la
fluidez endémica de las condiciones tiene la mala costumbre de cambiar sin
previo aviso, la atención tiende a concentrarse en aprovechar al máximo el
momento actual en lugar de preocuparse por sus posibles consecuencias a largo
plazo. Cada punto del tiempo, por más efímero que sea, puede resultar otro "big
bang", pero no hay forma de saber qué punto con anticipación, de modo que, por
las dudas, hay que explorar cada uno a fondo. <BR><BR><STRONG>Es una época en la
que los miedos tienen un papel destacado. ¿Cuáles son los principales temores
que trae este presente?</STRONG> <BR><BR>Creo que las características más
destacadas de los miedos contemporáneos son su naturaleza diseminada, la
subdefinición y la subdeterminación, características que tienden a aparecer en
los períodos de lo que puede llamarse un "interregno". Antonio Gramsci escribió
en Cuadernos de la cárcel lo siguiente: "La crisis consiste precisamente en el
hecho de que lo viejo está muriendo y lo nuevo no puede nacer: en este
interregno aparece una gran variedad de síntomas mórbidos". Gramsci dio al
término "interregno" un significado que abarcó un espectro más amplio del orden
social, político y legal, al tiempo que profundizaba en la situación
sociocultural; o más bien, tomando la memorable definición de Lenin de la
"situación revolucionaria" como la situación en la que los gobernantes ya no
pueden gobernar mientras que los gobernados ya no quieren ser gobernados, separó
la idea de "interregno" de su habitual asociación con el interludio de la
trasmisión (acostumbrada) del poder hereditario o elegido, y lo asoció a las
situaciones extraordinarias en las que el marco legal existente del orden social
pierde fuerza y ya no puede mantenerse, mientras que un marco nuevo, a la medida
de las nuevas condiciones que hicieron inútil el marco anterior, está aún en una
etapa de creación, no se lo terminó de estructurar o no tiene la fuerza
suficiente para que se lo instale. Propongo reconocer la situación planetaria
actual como un caso de interregno. De hecho, tal como postuló Gramsci, "lo viejo
está muriendo". El viejo orden que hasta hace poco se basaba en un principio
igualmente "trinitario" de territorio, estado y nación como clave de la
distribución planetaria de soberanía, y en un poder que parecía vinculado para
siempre a la política del estado-nación territorial como su único agente
operativo, ahora está muriendo. La soberanía ya no está ligada a los elementos
de las entidades y el principio trinitario; como máximo está vinculada a los
mismos pero de forma laxa y en proporciones mucho más reducidas en dimensiones y
contenidos. La presunta unión indisoluble de poder y política, por otro lado,
está terminando con perspectivas de divorcio. La soberanía está sin ancla y en
flotación libre. Los estados-nación se encuentran en situación de compartir la
compañía conflictiva de aspirantes a, o presuntos sujetos soberanos siempre en
pugna y competencia, con entidades que evaden con éxito la aplicación del hasta
entonces principio trinitario obligatorio de asignación, y con demasiada
frecuencia ignorando de manera explícita o socavando de forma furtiva sus
objetos designados. Un número cada vez mayor de competidores por la soberanía ya
excede, si no de forma individual sin duda de forma colectiva, el poder de un
estado-nación medio (las compañías comerciales, industriales y financieras
multinacionales ya constituyen, según Gray, "alrededor de la tercera parte de la
producción mundial y los dos tercios del comercio mundial"). <BR><BR><STRONG>La
"modernidad líquida", como un tiempo donde las relaciones sociales, económicas,
discurren como un fluido que no puede conservar la forma adquirida en cada
momento, ¿tiene fin?</STRONG> <BR><BR>Es difícil contestar esa pregunta, no sólo
porque el futuro es impredecible, sino debido al "interregno" que mencioné
antes, un lapso en el que virtualmente todo puede pasar pero nada puede hacerse
con plena seguridad y certeza de éxito. En nuestros tiempos, la gran pregunta no
es "¿qué hace falta hacer?", sino "¿quién puede hacerlo?" En la actualidad hay
una creciente separación, que se acerca de forma alarmante al divorcio, entre
poder y política, los dos socios aparentemente inseparables que durante los dos
últimos siglos residieron –o creyeron y exigieron residir– en el estado nación
territorial. Esa separación ya derivó en el desajuste entre las instituciones
del poder y las de la política. El poder desapareció del nivel del estado nación
y se instaló en el "espacio de flujos" libre de política, dejando a la política
oculta como antes en la morada que se compartía y que ahora descendió al
"espacio de lugares". El creciente volumen de poder que importa ya se hizo
global. La política, sin embargo, siguió siendo tan local como antes. Por lo
tanto, los poderes más relevantes permanecen fuera del alcance de las
instituciones políticas existentes, mientras que el marco de maniobra de la
política interna sigue reduciéndose. La situación planetaria enfrenta ahora el
desafío de asambleas ad hoc de poderes discordantes que el control político no
limita debido a que las instituciones políticas existentes tienen cada vez menos
poder. Estas se ven, por lo tanto, obligadas a limitar de forma drástica sus
ambiciones y a "transferir" o "tercerizar" la creciente cantidad de funciones
que tradicionalmente se confiaba a los gobiernos nacionales a organizaciones no
políticas. La reducción de la esfera política se autoalimenta, así como la
pérdida de relevancia de los sucesivos segmentos de la política nacional redunda
en el desgaste del interés de los ciudadanos por la política institucionalizada
y en la extendida tendencia a reemplazarla con una política de "flotación
libre", notable por su carácter expeditivo, pero también por su cortoplacismo,
reducción a un único tema, fragilidad y resistencia a la institucionalización.
<BR><BR><STRONG>¿Cree que esta crisis global que estamos padeciendo puede
generar un nuevo mundo, o al menos un poco diferente? </STRONG><BR><BR>Hasta
ahora, la reacción a la "crisis del crédito", si bien impresionante y hasta
revolucionaria, es "más de lo mismo", con la vana esperanza de que las
posibilidades vigorizadoras de ganancia y consumo de esa etapa no estén aún del
todo agotadas: un esfuerzo por recapitalizar a quienes prestan dinero y por
hacer que sus deudores vuelvan a ser confiables para el crédito, de modo tal que
el negocio de prestar y de tomar crédito, de seguir endeudándose, puedan volver
a lo "habitual". El estado benefactor para los ricos volvió a los salones de
exposición, para lo cual se lo sacó de las dependencias de servicio a las que se
había relegado temporalmente sus oficinas para evitar comparaciones envidiosas.
<BR><BR><STRONG>Pero hay individuos que padecen las consecuencias de esta crisis
de los que poco se habla. Los protagonistas visibles son los bancos, las
empresas...</STRONG> <BR><BR>Lo que se olvida alegremente (y de forma estúpida)
en esa ocasión es que la naturaleza del sufrimiento humano está determinada por
la forma en que las personas viven. El dolor que en la actualidad se lamenta, al
igual que todo mal social, tiene profundas raíces en la forma de vida que
aprendimos, en nuestro hábito de buscar crédito para el consumo. Vivir del
crédito es algo adictivo, más que casi o todas las drogas, y sin duda más
adictivo que otros tranquilizantes que se ofrecen, y décadas de generoso
suministro de una droga no pueden sino derivar en shock y conmoción cuando la
provisión se detiene o disminuye. Ahora nos proponen la salida aparentemente
fácil del shock que padecen tanto los drogadictos como los vendedores de drogas:
la reanudación del suministro de drogas. Hasta ahora no hay muchos indicios de
que nos estemos acercando a las raíces del problema. En el momento en que se lo
detuvo ya al borde del precipicio mediante la inyección de "dinero de los
contribuyentes", el banco TSB Lloyds empezó a presionar al Tesoro para que
destinara parte del paquete de ahorro a los dividendos de los accionistas. A
pesar de la indignación oficial, el banco procedió impasible a pagar
bonificaciones cuyo monto obsceno llevó al desastre a los bancos y sus clientes.
Por más impresionantes que sean las medidas que los gobiernos ya tomaron,
planificaron o anunciaron, todas apuntan a "recapitalizar" los bancos y
permitirles volver a la "actividad normal": en otras palabras, a la actividad
que fue la principal responsable de la crisis actual. Si los deudores no
pudieron pagar los intereses de la orgía de consumo que el banco inspiró y
alentó, tal vez se los pueda inducir/obligar a hacerlo por medio de impuestos
pagados al estado. Todavía no empezamos a pensar con seriedad en la
sustentabilidad de nuestra sociedad de consumo y crédito. La "vuelta a la
normalidad" anuncia una vuelta a las vías malas y siempre peligrosas. De todo
modos todavía no llegamos al punto en que no hay vuelta atrás; aún hay tiempo
(poco) de reflexionar y cambiar de camino; todavía podemos convertir el shock y
la conmoción en algo beneficioso para nosotros y para nuestros hijos. </DIV>
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Uruguay<BR></FONT></STRONG></DIV>
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