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<DIV align=center><STRONG><FONT size=4><U><EM>boletín solidario de
información</EM></U><BR><FONT color=#800000 size=5>Correspondencia de
Prensa</FONT> <BR><U>8 de noviembre 2009</U><BR><FONT size=5><FONT color=#800000
size=4>Edición Internacional de Agenda Radical</FONT><BR></FONT><U>Colectivo
Militante<BR></U>Gaboto 1305 - Teléfono 4003298 - Montevideo -
Uruguay<BR>redacción y suscripciones: </FONT></STRONG><A
href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><FONT
size=4>germain5@chasque.net</FONT></STRONG></A></FONT></DIV><FONT face=Arial
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<HR>
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<DIV align=justify><BR><STRONG><FONT size=3>México/Debate<BR><BR>¿Se puede tener
“absolutamente conciencia tranquila”?<BR><BR>Enrique Dussel
*</FONT></STRONG><BR><BR></DIV>
<DIV align=justify><STRONG></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG>La Jornada, México, 7-11-2009<BR></STRONG><A
href="http://www.jornada.unam.mx/"><STRONG>http://www.jornada.unam.mx/</STRONG></A></DIV>
<DIV align=justify><BR><BR>Desde el más alto nivel del Estado mexicano se ha
expresado que, ante la decisión política de dejar sin trabajo a 44 mil empleados
del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME), se tiene sin embargo
absolutamente conciencia tranquila” (La Jornada, 14.10.2009). Desearía
reflexionar sobre dicho enunciado desde un punto de vista preciso y
estrictamente ético, y muy especialmente porque el funcionario se presenta
públicamente como cristiano (y por ello nos viene a la memoria el siguiente
texto de un conocido pensador alemán, cuando escribe que “la crítica está en su
perfecto derecho cuando obliga al Estado” o al que “profesa la Biblia como su
doctrina en oponerle [a su decisión] las palabras de la Sagrada Escritura,
[porque] cae en una dolorosa contradicción […] cuando se enfrenta con aquellas
máximas del Evangelio que no sólo no acata, sino que no puede tampoco acatar”1).
Mi reflexión se dirige entonces a un amplio público, sean ciudadanos que adoptan
posiciones de derecha o de izquierda, aunque argumento principalmente para
aquellos que opinan que en política hay principios normativos.</DIV>
<DIV align=justify><BR>En primer lugar, el corto enunciado habla de
“absolutamente”, o “en absoluto”. Desde ya debemos indicar que ninguna decisión
práctica o política puede ser absoluta en el sentido de “cierta”. Es decir, la
finitud humana y la complejidad prácticamente infinita de toda decisión concreta
política impide como un imposible afirmar que sea absolutamente cierta (y ni
siquiera puede ser cierta, a la manera de una conclusión matemática, y no porque
sea insuficiente o errada sino, simplemente, por su imponderable complejidad).
Toda decisión práctica, ética, política por ello puede ser, en el mejor de los
casos, efectuada con “pretensión” de justicia. La palabra “pretensión” (claim,
en inglés; Anspruch, en alemán, y tal como lo ha expuesto K.O. Apel o J.
Habemas) indica exactamente que la verdad de los juicios o decisiones prácticas
pueden, cuando son honestas, cumplir con las exigencias o los principios
estipulados por la moral, pero que nunca pueden alcanzar el grado de “certeza”
de algunas explicaciones científicas (que de todas maneras son falsables), de
una verdad inapelable. Si alguien demuestra razonablemente lo contrario de lo
decidido con “pretensión de justicia”, el justo debe corregir el juicio ante el
mejor argumento, y permanece por ello en la “pretensión” de justicia (pero
sabiendo que a corto o largo plazo puede demostrarse nuevamente la injusticia de
la misma corrección)2. La Biblia, que el mandatario afirma como cristiano “como
su doctrina”, recuerda que “el justo peca siete veces por día”. Y es justo,
porque sabe de su finitud y reconoce con conciencia su pecado cuando se lo
reprochan justamente. El injusto, en cambio, no peca nunca, porque tiene ceguera
valorativa (diría Max Scheler) ante el efecto negativo de su acto injusto. Es
entonces desmesurado y falso que una conciencia pueda estar “absolutamente”
tranquila, o está indicando, simplemente, que no se tiene conciencia moral de lo
que se hace, y se dice.</DIV>
<DIV align=justify><BR>En segundo lugar, la “conciencia” de la que se habla no
es conciencia cognitiva (en alemán Bewusstsein), sino conciencia “moral”
(Gewissen). Los griegos la desconocieron; los egipcios desde hace 45 siglos la
describieron en el mito de Osiris, que era un dios que conocía todos los actos
humanos, aun los más secretos, y que en el día del “juicio final” –parte del
mito egipcio después recibido por judíos, cristianos y musulmanes–, recordaba a
cada uno las injusticias cometidas en su vida3. El actor egipcio de un acto se
veía visto por el dios (era ya la conciencia moral que juzga el acto, que lo
recrimina o aprueba). La conciencia moral para Tomás de Aquino era una facultad
de la razón práctica que aplicaba (applicatio, en latín) los principios
universales éticos al caso concreto que la decisión elige (una “elección
querida” y un “querer juzgado”, decía el Aquinate). Freud le denominó el
Super-yo (Ueber-Ich), que remuerde como culpabilidad (que cuando es patológica
hay que superarla, pero cuando es justa hay que tenerla en consideración; perder
toda culpabilidad puede ser efecto de una insensibilidad moral propia de los
cínicos, en su sentido cotidiano). De manera que la conciencia moral puede
considerar positiva o meritoriamente una decisión o un acto, o puede reprochar
culpablemente un acto injusto.</DIV>
<DIV align=justify><BR>En ambos casos, sin embargo, nunca se tiene “absoluta
tranquilidad”; es decir, nunca nadie puede estar seguro, tranquilo de la bondad
del acto realizado, de que sea ética y objetivamente verdadero (con verdad
práctica), ya que por naturaleza toda decisión moral o política es incierta (por
la finitud humana, y por la complejidad de las situaciones concretas,
complejas). Hasta un Francisco de Asís (tan ponderado por el pensador marxista
Antonio Negri, que termina su libro Imperio hablando de aquel ejemplar cristiano
medieval, amante de los pobres y siendo él mismo heroicamente pobre) en su lecho
de muerte estaba atormentado (nada “tranquilo” entonces) imaginando el juicio
final y temiendo por todas las faltas cometidas en su vida ante su conciencia
moral sensible y exigente que se había formado. Nadie puede ante una decisión en
la que 44 mil personas pierden su empleo, parte de su vida, no estar animado de
un profundo “temor y temblor”, como diría S. Kierkegaard, el gran pensador
danés. Alguien, como Agamenón, el rey que se lanza a la conquista de Troya, se
angustia ante el designio trágico griego de tener que inmolar a su hija
Ifigenia, que el destino tremendo le obligaba. Pero el mismo Agamenón no tenía
la “conciencia tranquila” al cumplir la voluntad de los dioses, sino que lloraba
y gemía por la responsabilidad que afrontaba irremediablemente por ser rey, más
allá de su deseo y de su amor paterno por su hija (¿No debería amar con amor de
padre a sus hijos el representante que sabe que ha sido elegido para cumplir con
la satisfacción de las necesidades de su pueblo, es decir, de los 44 mil
miembros del SME?). Aún en el caso que debiera hacerlo hubo de medir sus
palabras para que la frialdad de su conciencia no se manifestara en público con
la dureza del acero del victimario (y no del amor de Abraham, que no mató a su
hijo Isaac, aunque así no cumplía la ley de los semitas que le obligaba, como a
Agamenón, a inmolar a su primogénito). ¡Cuánta distancia entre el Abraham de la
Biblia que por amor a su hijo no cumplió la ley que le mandaba inmolarlo, al
Agamenón que por amor a la ley mató a su hija pero gimiendo y llorando, y a
nuestro presente ingrato cuando se deja sin trabajo a ciudadanos con “conciencia
tranquila”! Es la “futilidad del mal” de la que habla Hannah Arendt, en
referencia a la insensibilidad ante sus víctimas de aquel militar alemán que
asesinó tantos judíos mostrando indiferencia cuando fue juzgado en
Jerusalén.</DIV>
<DIV align=justify><BR>El que se presenta como cristiano y contradice la Biblia
escandaliza. Y dice el fundador del cristianismo (que al menos para el cristiano
debe tener sentido): “Y al que escandalice a uno de esos pequeños […] sería
mejor que le encajaran en el cuello una piedra de molino y lo echaran al mar”
(Marcos 9, 41). ¡Ciertamente, duras palabras!</DIV>
<DIV align=justify><BR>Escribo esto con el espíritu respetuoso tal como lo hacía
Bartolomé de Las Casas, que indicaba al Emperador Carlos V que corría peligro su
persona en el día del Juicio (que para el cristiano tiene sentido) por las
injusticias que había cometido con los indígenas americanos; porque “para que
una enajenación pueda ser legítima –escribía Bartolomé– se requiere el
consentimiento (consensus) de todos los interesados”4 (y esto no acontecía en
las encomiendas de los quechuas del Perú ni en el caso presente). Y lo escribo
porque creo que las decisiones políticas pueden enmendarse. Ya que, en efecto,
como los califas y sultanes musulmanes, los reyes del siglo XVI español
organizaban disputas filosóficas y teológicas (como la de 1550 en Valladolid,
entre Ginés de Sepúlveda y el nombrado Bartolomé sobre el derecho a la
conquista) para poder formarse personalmente un juicio ético-político,
normativo, ecuánime, justo, sobre una situación concreta compleja, que sin
embargo no libraba a esos reyes de los profundos remordimientos y reproches que
le lanzaba su conciencia que nunca estaba segura de no ser culpable.</DIV>
<DIV align=justify><BR> </DIV>
<DIV align=justify>* Filósofo. Militante del Cristianismo de Liberación. Su
sitio: <A
href="http://www.enriquedussel.org"><STRONG>http://www.enriquedussel.org</STRONG></A></DIV>
<DIV align=justify><BR><U><STRONG>Notas</STRONG></U></DIV>
<DIV align=justify><BR>1. La cuestión judía (MEW, 1, 359).<BR>2. Toda decisión
válida es sin embargo falible, y esto nada tiene que ver con el
relativismo.<BR>3. Véase mi obra Política de la Liberación, vol. 1, [7].<BR>4.
De regia potestae, II, xxiii, 1.</DIV>
<DIV align=justify>
<HR>
</DIV></FONT></BODY></HTML>