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<DIV align=center><STRONG><FONT size=4><U>boletín solidario de
información</U><BR><FONT color=#800000 size=5>Correspondencia de Prensa
<BR></FONT><U>21 de enero 2010</U><BR><FONT color=#800000 size=5>Colectivo
Militante - Agenda Radical</FONT><BR>Gaboto 1305 - Montevideo -
Uruguay<BR>redacción y suscripciones: </FONT></STRONG><A
href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><FONT
size=4>germain5@chasque.net</FONT></STRONG></A></DIV>
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<DIV><STRONG><FONT size=3>Los Nuestros</FONT></STRONG></FONT></DIV>
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<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2><STRONG><FONT size=3>Daniel Bensaïd,
comunista herético <BR><BR>Michael Lowy</FONT></STRONG> </FONT></DIV>
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<DIV><FONT face=Arial size=2><STRONG>Viento Sur</STRONG></FONT></DIV>
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href="http://www.vientosur.info/"><STRONG>http://www.vientosur.info/</STRONG></A></FONT></DIV>
<DIV><FONT face=Arial size=2><STRONG>Traducción de Andrés Lund
Medina</STRONG></FONT></DIV>
<DIV><FONT face=Arial size=2> </DIV>
<DIV align=justify><BR>Daniel Bensaïd nos ha dejado. Es una pérdida irreparable,
no solamente para nosotros, sus amigos, sus camaradas de lucha, sino para la
cultura revolucionaria. Con su irreverencia, su humor, su generosidad, su
imaginación, había sido un raro ejemplo de intelectual militante, en el sentido
fuerte de la expresión. Recuerdo nuestras largas conversaciones, a veces
discusiones, alrededor de una mesa, sobre todo a la hora entre el postre y el
café, en “Le Charbon”, su restaurante preferido. No estábamos siempre de
acuerdo, lejos de ello, pero ¿cómo no amar y no admirar su extraordinaria
creatividad y, sobre todo, su espíritu, anti y contra todo, de resistencia a la
infamia del orden establecido? <BR><BR>“Auguste Blanqui, comunista herético” fue
el título de un artículo que Daniel Bensaïd y yo redactamos juntos en 2006 (para
un libro sobre los socialistas del siglo XIX en Francia, organizado por nuestros
amigos Philippe Corcuff y Alain Maillard). [1] Este concepto, “herético”, se
aplica perfectamente a su propio pensamiento, obstinadamente fiel a la causa de
los oprimidos, pero alérgico a toda ortodoxia. <BR><BR>Si los libros de Daniel
se leen con tanto gusto, es porque se escribieron con la pluma acerada de un
verdadero escritor, que tenía el don de la fórmula: una fórmula que podía ser
asesina, irónica, furiosa o poética, pero que siempre iba derecho a su objetivo.
Este estilo literario, propio de su autor e inimitable, no era gratuito pues
estaba al servicio de una idea, de un mensaje, de un llamado: a no doblarse, a
no renunciar, a no reconciliarse con los vencedores. La fuerza de la indignación
cruza, como un soplo inspirado, todos estos escritos. <BR><BR>En ellos hay,
también, fidelidad al fantasma del comunismo, del cual él mismo proporcionó una
bella definición: es la sonrisa de los explotados que a lo lejos escuchan los
disparos de fusil de los insurrectos en junio de 1848 -episodio contado por
Tocqueville y reinterpretado por Toni Negri. [2] Su espíritu sobrevivirá al
triunfo actual de la mundialización capitalista, de la misma forma que el
espíritu del judaísmo lo hará a la destrucción del Templo y a la expulsión de
España (me gusta esta comparación insólita y un poco a provocativa). El
comunismo del siglo XXI era, para Daniel Bensaïd, el heredero de las luchas del
pasado, de la Comuna de París, de la Revolución de Octubre, de las ideas de Marx
y Lenin, y de los grandes vencidos que fueron Trotsky, Rosa Luxemburgo, el Che
Guevara. Pero el comunismo también era algo nuevo, a la altura de lo que está en
juego en el presente: un ecocomunismo (término que él inventó), integrando
centralmente el combate ecológico contra el capital. <BR><BR>Para Daniel, el
espíritu del comunismo era irreductible a sus falsificaciones burocráticas. Si
rechazaba con la última de sus energías la tentativa de la Contra-Reforma
liberal de disolver el comunismo en el estalinismo, no menos reconocía la
necesidad de hacer un balance crítico de los errores que desarmaron a los
revolucionarios de Octubre ante las pruebas de la historia, favoreciendo la
contrarrevolución termidoriana: la confusión entre pueblo, partido y Estado; la
ceguera respecto al peligro burocrático. Era necesario sacar algunas
conclusiones históricas, ya resumidas por Rosa Luxemburgo en 1918: la
importancia de la democracia socialista, del pluralismo político, de la
separación de los poderes, de la autonomía de los movimientos sociales con
relación al Estado. <BR><BR>Entre todas las contribuciones de Daniel Bensaïd
para la renovación del marxismo, la más importante, a mis ojos, es su ruptura
radical con el cientificismo, el positivismo y el determinismo que impregnó
profundamente al marxismo “ortodoxo”, en particular, en Francia. Auguste Blanqui
es una referencia importante en este planteamiento crítico. En el artículo
mencionado más arriba, se recuerda la polémica de Blanqui contra el positivismo,
ese pensamiento del progreso y del buen orden, del progreso sin revolución, esa
“execrable doctrina del fatalismo histórico” erigida en religión. Para Blanqui
“el engranaje de las cosas humanas no es fatal del mismo modo que el universo,
es modificable en cada minuto”. Daniel Bensaïd comparaba esta fórmula con la de
Walter Benjamin: cada segundo es la estrecha puerta por dónde puede colarse el
Mesías, es decir, la revolución, esta irrupción efectiva de lo posible en lo
real. <BR><BR>Su relectura de Marx [3], a la luz de Blanqui, de Walter Benjamin
y de Charles Péguy, lo lleva a concebir la historia como una suerte de
laberintos y bifurcaciones, un campo de posibles cuya salida es imprevisible. La
lucha de clases ocupa el lugar central, pero su resultado es incierto, e implica
una parte de contingencia. En La apuesta melancólica (Haya, 1997), quizá su más
bello libro, retoma una fórmula de Pascal para afirmar que la acción
emancipadora es “un trabajo para lo incierto”, implicando una apuesta sobre el
futuro. Redescubriendo la interpretación marxista de Pascal hecha por Lucien
Goldmann [4], Bensaïd define el compromiso político como una apuesta razonada
sobre el devenir histórico, “con el riesgo de perderlo todo y de perderse”.
<BR><BR>La revolución deja así de ser el producto necesario de las leyes de la
historia, o de las contradicciones económicas del Capital, para volverse una
hipótesis estratégica, un horizonte ético, “sin el cual la voluntad renuncia, el
espíritu de resistencia capitula, la fidelidad desfallece, la tradición se
pierde”. Por lo tanto, como lo explica en Fragmentos descreídos (Lignes, 2005),
el revolucionario es un hombre de duda opuesto al hombre de fe, un individuo que
apuesta desde las incertidumbres del siglo, y que pone una energía absoluta al
servicio de certezas relativas. En resumen, alguien que intenta,
incansablemente, practicar ese imperativo exigido por Walter Benjamin en su
último escrito, las Tesis “sobre el concepto de historia” (1940): cepillar la
historia a contra-pelo. <BR><BR><STRONG><U>Notas</U></STRONG><BR><BR>[1] Ver en
ESSF: Auguste Blanqui, communiste hérétique. <BR>[2] Daniel Bensaïd, La sonrisa
del fantasma. <BR>[3] Daniel Bensaïd, Marx intempestivo. <BR>[4] Lucien
Goldmann, El hombre y lo absoluto.
<HR>
<BR><BR></FONT></DIV></BODY></HTML>