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<DIV align=center><STRONG><FONT size=4><U>boletín solidario de
información</U><BR><FONT color=#800000 size=5>Correspondencia de Prensa</FONT>
<BR><U>7 de marzo 2010</U><BR><FONT color=#800000 size=5>Colectivo Militante -
Agenda Radical</FONT><BR>Gaboto 1305 - Montevideo - Uruguay<BR>redacción y
suscripciones: </FONT></STRONG><A
href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><FONT
size=4>germain5@chasque.net</FONT></STRONG></A></DIV>
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<HR>
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<DIV><STRONG><FONT size=3>Economía</FONT></STRONG></FONT></DIV>
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<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG>Déficit presupuestario e
internacionalización del capital en la teoría marxista<BR></STRONG></DIV></FONT>
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<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG>Ernest Mandel </STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2><STRONG></STRONG></FONT> </DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2><STRONG></STRONG></FONT> </DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2><STRONG>Hemos traducido este texto
que Ernest Mandel, uno de los economistas marxistas más importante de la segunda
mitad del siglo XX, publicó en el periódico de la sección belga de la IV
Internacional, La Gauche, en su Nº 14 (12 de agosto de 1992), tres años antes de
su muerte. Un artículo que, pasados ya casi 20 años, mantiene una increíble
actualidad. Ernest Mandel (1923-1995), economista marxista belga, fue
autor de obras fundamentales como el Tratado de Economía Marxista (1962), El
Capitalismo Tardío (1972) y Las Ondas Largas del Desarrollo Capitalista (1978 y
1995). Como dirigente de la IV Internacional fue autor de numerosos libros de
análisis y crítica política.</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG>Sin Permiso<BR></STRONG><A
href="http://www.sinpermiso.info/">http://www.sinpermiso.info/</A></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2><STRONG>Traducción de G.
Buster</STRONG><BR> <BR><BR>Fue el economista británico John Maynard Keynes
quién puso en primer plano la utilización del déficit presupuestario como
instrumento para combatir la crisis económica y el paro. Una idea que ha sido
parcialmente recuperada por el movimiento obrero organizado en numerosos países
para relanzar la economía a través de un incremento significativo del gasto en
obras públicas. Ese fue el caso en los años treinta en Bélgica del Plan de
Trabajo del Partido Obrero belga.<BR> <BR>Desde el punto de vista teórico,
aumentar la demanda global (el poder de compra globalmente disponible) en un
país dado facilita la recuperación económica en tanto haya disponible capacidad
de producción no utilizada: trabajadores en paro, reservas de materias primas,
maquinaria que no se utiliza a tiempo completo, etc. Estos recursos no
utilizados son de alguna forma movilizados por el poder de compra suplementario
que resulta del déficit presupuestario. Mientras que esas reservas no se agoten,
el déficit presupuestario no tiene por qué desembocar inevitablemente en
inflación.<BR> <BR>Pero hay un pero. Para que el déficit presupuestario no
genere inflación antes de que se alcance el pleno empleo, es necesario que los
impuestos directos aumenten en la misma proporción que las rentas. Pero la
burguesía prefiere suscribir deuda pública a pagar impuestos: la deuda paga
dividendos, los impuestos no. El fraude fiscal es un fenómeno generalizado en la
sociedad burguesa del siglo XX. Por ello, el déficit presupuestario va
acompañado prácticamente siempre de un crecimiento de la deuda
pública.<BR> <BR>El servicio de dicha deuda supone un peso cada vez mayor
del gasto público. Tiende a hacer crecer el déficit presupuestario sin ningún
efecto positivo sobre el empleo. Por el contrario: como los asalariados y las
asalariadas pagan sus impuestos antes de recibir su paga, retenidos de la
nómina, el crecimiento de la deuda pública implica una redistribución de la
renta nacional a expensas de los asalariados y en beneficio de la
burguesía.<BR> <BR>Keynes lo admitía no sin cierto cinismo. En su opinión,
los asalariados y los sindicatos serían más sensibles a una reducción de los
salarios nominales y de las prestaciones de la seguridad social que a una
reducción efectiva de los salarios reales netos, acompañada de una subida de los
salarios nominales (una visión que ha sido puesta en cuestión en los últimos
decenios). Pero ¿el crecimiento de las rentas de los capitalistas no estimula
las inversiones y, por lo tanto, el empleo? Esta es la tesis de los defensores
de la recuperación a través de las "políticas de oferta", adversarios de Keynes
en los años treinta y que han tenido una gran influencia sobre Reagan y la Sra.
Thatcher.<BR> <BR><STRONG>De nuevo, no existen
"automatismos"</STRONG><BR> <BR>Los argumentos de Keynes a este respecto
son convincentes. Los capitalistas no están obligados a reinvertir sus
beneficios suplementarios en la producción. Pueden optar por atesorarlos o
utilizarlos con fines estrictamente especulativos. Pero cuando los invierten
puede ser como inversiones de racionalización que supriman empleos en vez de
crearlos.<BR> <BR>Los capitalistas no trabajan para el "interés general".
Lo que buscan es aumentar al máximo sus beneficios. Esa conducta es la que acaba
por provocar el crecimiento periódico del paro y las crisis económicas más o
menos largas. En el curso de estas crisis, el volumen y la tasa de ganancias
caen. La restauración de la tasa de ganancias es una prioridad absoluta para la
burguesía. El aumento de la tasa de explotación de los asalariados –en términos
marxistas, la tasa de plusvalía− es el medio que utiliza para ello. La política
de austeridad se convierte en su programa. La deflación "monetarista" y la
inflación keynesiana no son sino dos variantes de esta misma orientación
fundamental.<BR> <BR><STRONG>Un balance histórico
incontrovertible<BR></STRONG> <BR>El balance histórico de la política
keynesiana es bastante evidente. La experiencia más prometedora, el New Deal de
Roosevelt, se saldó en un fracaso vergonzante. A pesar del crecimiento del gasto
público, acabó desembocando en la crisis de 1938, con más de diez millones de
parados en Estados Unidos. Solo la economía de rearme acelerado consiguió acabar
con el paro masivo. Se confirmo así el diagnostico de Rosa Luxemburg, que
identificó que la economía de producción de armamentos es el "mercado
substitutivo" por excelencia de la época imperialista.<BR> <BR>Después de
1948 fue la amplitud de los gastos en armamento en Estados Unidos lo que se
convirtió en el motor de la expansión de la economía capitalista internacional
en su conjunto. Fueron ellos los que sostuvieron la "onda larga expansiva" de la
economía capitalista, a costa de un déficit presupuestario y de una inflación
permanentes. El otro estímulo principal de la expansión fue el crecimiento
enorme del crédito, es decir de la deuda, tanto de las grandes compañías como de
los hogares mas pobres. Como hemos explicado una y otra vez, la economía
capitalista se ha expandido flotando sobre un mar de deuda. Sólo la deuda en
dólares alcanza actualmente la cifra astronómica de 10 billones de dólares, que
incluye la famosa "deuda del tercer mundo" que afecta a más del 50% de los
habitantes del planeta, pero que no representa más que el 15% del total.
<BR> <BR>Esta explosión de la deuda representa igualmente un mercado de
substitución. Crea un poder de compra suplementario que permite amortiguar los
efectos de las contradicciones internas del capitalismo. Pero esta capacidad de
amortiguación es solo temporal. La hora de la verdad se retrasa, pero no
indefinidamente. El endeudamiento creciente alimenta inevitablemente la
inflación. A partir de un cierto umbral, en vez de estimular la expansión,
comienza a estrangularla. Ello precipita la conversión de la "onda larga
expansiva" en "onda larga depresiva", tal y como ocurrió a finales de los años
60 y comienzos de los 70.<BR> <BR>Hay además algo irreal en la oposición
desarrollada por los dogmáticos del neoliberalismo entre las llamadas políticas
de "oferta" y las políticas de "demanda" a través del déficit presupuestario. El
déficit presupuestario nunca ha sido tan grande como bajo la administración del
autoproclamado campeón del neoliberalismo, Ronald Reagan. Lo mismo se puede
afirmar en buena medida de la Sra. Thatcher. Ambos han sido campeones de un
neo-keynesianismo de choque, a pesar de sus profesiones de fe en sentido
contrario. El verdadero debate no es sobre el tamaño del déficit presupuestario,
sino en qué se utiliza. ¿Que clase social o fracciones de clase se benefician?,
¿con que resultados para el conjunto de la economía y de la
sociedad?<BR> <BR>En este sentido, los datos empíricos son
incontrovertibles. El neo-keynesianismo de Reagan y de la Sra. Thatcher,
asociado a los dogmas "monetaristas" (como la estabilidad monetaria a todo
precio) ha reforzado brutalmente en todos lados la ofensiva de austeridad del
gran capital. Se ha reducido el gasto social y las inversiones en
infraestructuras. Se han multiplicado los gastos de armamento en Estados Unidos,
Gran Bretaña y en menor medida en Japón y Alemania. Han aumentado los subsidios
a las empresas privadas. Ha crecido la desigualdad social. Se ha estimulado el
paro, que ha pasado de 10 a 50 millones de desempleados, si no más, en los
países imperialistas, y ha alcanzado, si no superado, los 500 millones de
personas en el "tercer mundo". Los efectos sociales globales han sido aún más
desastrosos. Los cursos de economía del desarrollo que se imparten en todas las
universidades del mundo afirman con toda la razón que las inversiones más
productivas a largo plazo son las que tienen lugar en los sectores de la
enseñanza, la sanidad pública y las infraestructuras. Pero los dogmáticos del
neoliberalismo hacen caso omiso de esta sabiduría elemental cuando abordan los
problemas de las finanzas públicas bajo el principio del "restablecimiento del
equilibrio" a cualquier precio. Cortan en primer lugar los presupuestos de
enseñanza, sanidad e infraestructuras, con efectos desastrosos a medio plazo,
incluidos los que se dan sobre la productividad.<BR> <BR>¿Quiere ello decir
que los socialistas y los humanistas deben preferir el keynesianismo
tradicional, que defiende las distintas variantes del "estado del bienestar", en
vez del cóctel envenenado de monetarismo y neo-keynesianismo que se nos quiere
servir hoy? La respuesta parece ser obvia, pero debemos matizarla. El
keynesianismo tradicional implica formas diversas de ejercicio y reparto del
poder en el marco de la sociedad burguesa. Ello conlleva siempre diversas formas
de "contrato social" y de consenso con el gran capital sobre la base de lo que
es aceptable para el gran capital, es decir, de un "consenso" unilateral
(socialismo de gestión). A ello oponemos la prioridad absoluta de la defensa de
los intereses inmediatos de los asalariados y de los objetivos válidos de los
"nuevos movimientos sociales" (ecologistas, feministas, pacifistas, de
solidaridad con el tercer mundo). Ello exige mantener o recuperar la
independencia política de la clase de los asalariados y asalariadas. Por otra
parte, el keynesianismo tradicional como mal menor en relación con las políticas
deflacionistas sólo tiene sentido si produce una reducción rápida y radical del
paro. Porque en las condiciones actuales, el neo-keynesianismo lleva a un
crecimiento del paro y de la marginación de sectores cada vez mayores de la
población. No supone ningún freno al objetivo de la burguesía de una "sociedad
dual", a la división institucional de la clase asalariada, a la degradación y
desmoralización creciente de sectores de las clases trabajadoras. Mediante la
despolitización y la desesperanza se crea así el caldo de cultivo para el
crecimiento de la extrema derecha neo-fascista.<BR> <BR><STRONG>El peso de
las multinacionales</STRONG><BR> <BR>El capitalismo tardío se caracteriza
por otra parte por una concentración y centralización internacional del capital
sin comparación con el pasado. Las compañías multinacionales se han convertido
en la principal forma de organización del gran capital. Menos de 700 empresas
dominan la mayor parte del mercado mundial. Ante las todo poderosas
multinacionales, los estados-nación tradicionales son cada vez más incapaces de
aplicar en los hechos una política económica coherente y eficaz. Es cierto que
las multinacionales no son la única forma que adoptan las grandes empresas. A su
lado subsisten grandes empresas sectoriales esencialmente "nacionales", además
de empresas públicas y mixtas de todo tipo y diferentes en cada país. El papel
económico del estado-nación no se ha reducido, por lo tanto, a cero. Pero hay
que reconocer que esta es la tendencia fundamental a largo plazo, es decir, un
declive gradual (ni inmediato, ni total) de la eficacia del intervencionismo
económico del estado nacional. La ofensiva ideológica del neoliberalismo es en
gran medida el producto y no la causa de esta evolución.<BR> <BR>Ante el
ascenso de las multinacionales, el estado-nación ha dejado de ser un instrumento
económico adecuado para la burguesía. Pero sigue necesitándolo para
auto-defenderse. Necesita al estado para defender sus intereses particulares
frente a los competidores extranjeros. Necesita el estado para amortiguar los
choques de las crisis económicas y sociales. Necesita el estado para reprimir en
caso de crisis socio-económicas explosivas. En la medida en que el estado nación
le es menos útil, tiende a sustituirlo por instituciones supranacionales. Pero
para que estas adquieran funciones comparables a las estatales, hay que superar
importantes obstáculos políticos, culturales, ideológicos. Y acaba siendo mucho
más complicado que lo previsto inicialmente.<BR> <BR>De la misma manera, la
unificación de la Europa capitalista sigue arrastrándose entre una vaga
confederación de estados soberanos (una zona de libre cambio), y una federación
europea de carácter realmente estatal, con una moneda común, un banco central
común, una política industrial y agrícola común, un ejercito y una policía
comunes, todos ellos representados por un auténtico gobierno común. Las
instituciones surgidas del acta única o de los Acuerdos de Maastricht reflejan
bien ese carácter híbrido. Se trata de instituciones pre-estatales,
semi-estatales, que no son realmente estatales. El auténtico poder sigue en
manos del consejo de ministros, es decir de los doce gobiernos asociados. Las
transferencias reales de soberanía son muy limitadas. La disparidad de las
realidades nacionales sigue pesando mucho.<BR> <BR><STRONG>Ni repliegue
proteccionista ni euforia europeísta</STRONG><BR> <BR>Los Acuerdos de
Maastricht imponen a los estados que participan de pleno derecho en la Europa
unida una reducción del déficit presupuestario del 3% del PIB para mantener la
estabilidad monetaria. Pocos estados alcanzarán este objetivo en 1996, en 1997 o
1998. ¿Se avanzará a una Europa a cinco (Alemania, Francia, Benelux)? Todo el
mecanismo parece gripado. Hay que añadir además una bomba retardada: los efectos
a medio plazo de la llamada "estabilización presupuestaria" sobre la coyuntura
económica y especialmente sobre el empleo. Según una nota confidencial de la
OCDE, dichos efectos serán muy negativos. Solo el hecho de que Maastricht
implique un reforzamiento de la política de austeridad es motivo más que
suficiente para que el movimiento obrero y la izquierda alternativa rechacen
dichos acuerdos. <BR> <BR>Pero no hay que engañarse. En realidad, con la
excusa del "rigor presupuestario", Maastricht no es más que una política dura de
austeridad con la que se han comprometido todos los gobiernos. Es a esa política
de austeridad a la que hay que enfrentarse, más allá de los acuerdos de
Maastricht. Es decir, la oposición a Maastricht no debe adoptar la forma de un
repliegue proteccionista y nacionalista.<BR> <BR>Una estrategia de ese tipo
sería una pérdida de tiempo, porque nos volvería a confrontar con las políticas
de austeridad. Incluso proporcionaría una "justificación" ideológica adicional:
la defensa de la soberanía nacional. ¿No ha sido así como la dirección del
Partido Socialista belga, los Martens o Dehaene han abrazado las políticas de
austeridad para defender la "competitividad nacional" o "nuestra"
industria?<BR> <BR>Ante la internacionalización creciente del capital y del
poder de las multinacionales no hay más que dos estrategias posibles para los
asalariados y los activistas de los nuevos movimientos sociales. La primera es
la de la colaboración de clases con su propia burguesía, contra los "alemanes",
los "británicos", los "españoles" o los "japoneses", en una alianza de patrones
y trabajadores. Esta estrategia no solo es reaccionaria ideológicamente, sino
que nutre el chovinismo, el egoísmo a corto plazo, la xenofobia o el racismo. Es
también una estrategia del avestruz. Como las multinacionales siempre
encontrarán un país en el que los salarios sean más bajos, las condiciones de
trabajo más duras, las libertades democráticas más limitadas, adoptar esa
estrategia es sumirse en una espiral de salarios, condiciones de trabajo o
libertades democráticas cada vez peores. Es luchar por una "igualación a la
baja".<BR> <BR>La segunda estrategia es la única eficaz, la de la unidad y
colaboración de los asalariados de todos los países y de sus aliados contra los
patronos de todos los países, con el objetivo de mantener todas las conquistas
sociales y de elevar progresivamente los salarios, la seguridad social, las
condiciones de trabajo de los asalariados de los países más desfavorecidos en
relación con los países con mayores conquistas. Es la lógica de la "igualación
por lo alto".<BR> <BR><STRONG>Coordinar la respuesta
internacional</STRONG><BR> <BR>Es verdad que en el seno de las
instituciones europeas, hay matices que enfrentan a las fuerzas del
"centro-izquierda" con las del "centro-derecha". Los debates en relación con la
"carta social europea" dan testimonio de estas diferencias. Por ello, no
defendemos la política de cuanto peor, mejor. Pero no tenemos más remedio que
constatar que ambos defienden la política de austeridad.<BR> <BR>No nos
oponemos por lo tanto a la Europa de Maastricht y las multinacionales en nombre
de una prioridad de acción política en el marco del estado-nación. Nuestro
objetivo a largo plazo son los Estados Unidos Socialistas de Europa, en la vía
de la Federación Socialista Mundial, único marco adecuado para resolver los
acuciantes problemas de la Humanidad. <BR> <BR>Apoyamos todas las
iniciativas que favorecen la toma de conciencia de la necesidad de una acción
común de los asalariados en el terreno político a escala europea. Por ello
estamos a favor de todo aquello que ayude a una protección común de los
asalariados a escala europea, sobre todo de los más
desfavorecidos.<BR> <BR>Sabemos que no se crearán a corto y medio plazo los
Estados Unidos Socialistas de Europa, dada la correlación de fuerzas existente.
Por ello damos la máxima prioridad a la defensa intransigente de los intereses
inmediatos, económicos y políticos de las masas, tanto a nivel europeo como
nacional.<BR> <BR>La prioridad es la acción de masas extra-parlamentaria.
Esta prioridad no supone rechazar ninguna iniciativa parlamentaria o legislativa
en los Parlamentos nacionales o en su sucedáneo europeo. Implica al mismo tiempo
una dimensión moral decisiva: la recuperación por parte del movimiento obrero,
de los asalariados y sus aliados, del principio de la solidaridad, que expresa
de forma tan admirable la consigna del sindicalismo americano: "un ataque a uno
es un ataque contra todos".
<HR>
<BR> <BR></FONT></DIV>
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