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<DIV align=center><STRONG><FONT size=4><U>boletín solidario de
información</U><BR><FONT color=#800000 size=5>Correspondencia de Prensa</FONT>
<BR><U>11 de marzo 2010</U><BR><FONT color=#800000 size=5>Colectivo Militante -
Agenda Radical</FONT><BR>Gaboto 1305 - Montevideo - Uruguay<BR>redacción y
suscripciones: </FONT></STRONG><A
href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><FONT
size=4>germain5@chasque.net</FONT></STRONG></A></DIV>
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<HR>
</DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>Feminismo<BR><BR>De las diferencias con
los hombres a las diferencias entre las mujeres<BR><BR>Desplazamientos del
sujeto</FONT></STRONG><BR><BR><BR><STRONG>Justa Montero *<BR>ECOS CIP
Ecosocial<BR></STRONG><A
href="http://www.fuhem.es/cip-ecosocial/boletin-ecos/"><STRONG>http://www.fuhem.es/cip-ecosocial/boletin-ecos/</STRONG></A></DIV>
<DIV align=justify><BR><BR>La identidad de las mujeres, la respuesta a la
pregunta que en su día formuló Simone de Beauvoir ¿Qué es ser mujer? sigue
suscitando una viva polémica en el feminismo. Y no es para menos pues la forma
en que se elaboran y expresan las representaciones de las mujeres da lugar a
distintas teorías, estrategias y políticas feministas. La pregunta apunta al
núcleo mismo del feminismo: a esa identidad colectiva que sustenta a las mujeres
como sujetos políticos. Porque, en definitiva, de la existencia o no de ese
sujeto y de la forma en que tome cuerpo dependerá la posibilidad de protagonizar
el discurso y la acción política de denuncia, resistencia y propuesta, ante un
conflicto que viene determinado por el hecho de nacer mujer o varón. La pregunta
por tanto no es ociosa, ni se trata de un debate ontológico, apunta a la propia
pertinencia y existencia del feminismo como teoría crítica y como movimiento
social y político.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Si nos detenemos en el discurrir del pensamiento
feminista en un periodo relativamente corto de tiempo (en el caso del Estado
español lamentablemente no hay dudas de lo reducido de ese periodo)
comprobaremos cómo se transita permanentemente entre la crítica y la
reivindicación de ese sujeto. Se pasa de la defensa de un sujeto fuerte y
unificado, que protagoniza las políticas de identidad con un sonoro “nosotras” y
las campañas de la década de los setenta y ochenta, a su fragmentación y
descentramiento, vapuleado desde distintas experiencias y teorías, a finales de
los ochenta, para desembocar en la actualidad con nuevas y fructíferas teorías y
prácticas políticas.</DIV>
<DIV align=justify><BR>El pensamiento feminista ha fundamentado el rechazo a los
estereotipos que normativizan la vida de mujeres y hombres, señalado el carácter
cultural y social de las diferencias entre unas y otros, deslegitimado el
determinismo biologicista. Y desde ahí ha rastreado el androcentrismo presente
en las distintas disciplinas del conocimiento y en la teoría política; ha
incorporado nuevos categorías analíticas como “género”, nuevos conceptos que,
como sexismo y patriarcado, ayudan a visibilizar sistemas y procesos de
dominación; ha puesto nombre o resignificado aspectos de la realidad que su
acción política destapa. Pero como pensamiento crítico está obligado a
reformular sus postulados y revisar la utilidad y alcance de sus discursos y
propuestas a la luz de los cambios que el propio feminismo va generando.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Ante la imposibilidad de recorrer la amplia y muy
matizada producción teórica, me referiré solamente a aspectos característicos de
algunas corrientes que han elaborado teorías cerradas del sujeto. Es tan fuerte
la esencialización en la que se encierra a las mujeres desde esas propuestas
emancipatorias que ha provocado la reacción de quienes se sienten excluidas del
pensamiento, discurso y agenda del feminismo dominante, que han pasado a
problematizar sus categorías y discursos.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Desde posiciones que derivan del “feminismo cultural”1 se
defiende que mujeres y hombres constituyen dos colectivos cerrados con
identidades homogéneas y estables, con intereses clara y naturalmente opuestos.
Esta identidad se basa en la existencia de una naturaleza femenina definida,
bien por la condición biológica de las mujeres y su proximidad a la naturaleza
al ser generadoras de vida, bien por su sexualidad, o por diferencias culturales
tan fuertemente interiorizadas. En cualquier caso, la pertenencia de grupo de
las mujeres por su adscripción de género, es lo realmente determinante en su
vida.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Siguiendo con esta lógica, esa distinta naturaleza
establece características consideradas comunes a todas las mujeres
(independientemente del origen innato o adquirido que se les atribuya) y
presuponen la uniformidad de sus experiencias, aspiraciones y necesidades, y la
generalización de una forma de ser. Naturaleza a la que se asocian valores
“femeninos” como la ternura, entrega, paciencia y espíritu de sacrificio propios
de su función maternal, de su sexualidad diferenciada o de su capacidad
relacional, que se reivindican como propios y enfrentados a los masculinos,
estableciendo así dos mundos separados e impermeables uno al otro. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Esto es lo que lleva a establecer una unidad natural
entre las mujeres y a hacer del feminismo una política de mujeres hacia mujeres
y tiene como corolario que la política feminista debe desarrollar esa unidad
“natural”, establecer una agenda que “naturalmente” sería común para todas las
mujeres, al igual que se partiría de la similitud de los procesos que las
mujeres tienen que realizar en la lucha por conseguir la igualdad, su libertad y
autonomía, independientemente del contexto social, económico y cultural en el
que vivan. No es que nieguen las diferencias sino que las consideran
irrelevantes para la propuesta feminista al debilitar esa unidad que el género
establece.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Este feminismo, que podríamos denominar del antagonismo
sexual tratará siempre a las mujeres en su condición de víctimas del poder
masculino, y a los hombres les definirá a partir de su naturaleza opresora. Se
refleja muy claramente en el tratamiento a la sexualidad: la de todos los
hombres, al ser agresiva, representará una amenaza para todas las mujeres, por
lo que el feminismo sólo se centrará en “los peligros” de la sexualidad, dejando
para mejor ocasión el tratamiento de las distintas expresiones del deseo y el
placer sexual. Ejemplos de ello se encuentra en algunos enfoques de la violencia
sexual, la pornografía o la prostitución. Se establece pues una dicotomía:
mujer-víctima, hombre-opresor que imposibilita el análisis de las diferencias
entre las propias mujeres (igual que entre los hombres) y encierra el
pensamiento y la propuesta feminista en una lógica
excluyente.<BR><BR><STRONG>Las complejas y plurales identidades de las
mujeres</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>Durante muchos años la atención del feminismo se centró
en las diferencias de las mujeres con los hombres, “el enemigo principal” como
lo definían algunas autoras (Cristine Delphy, 1970)2, y en las teorías sobre las
relaciones entre el capitalismo y el patriarcado como sistemas duales, separados
o interrelacionados.</DIV>
<DIV align=justify><BR>A finales de los años ochenta se produce un
desplazamiento de la atención que se centrará en las diferencias entre las
mujeres, en la diversidad de experiencias, subjetividades, identidades y
relaciones sociales, siguiendo la clasificación que plantea Avtar Brah. Buena
parte del feminismo empezará a considerar las identidades complejas y cambiantes
de las mujeres, atendiendo a la pluralidad de contextos sociales en los que
están inmersas. Vivir en una sociedad donde la opresión patriarcal es sistémica
no significa que todas las mujeres vivan las mismas manifestaciones sexistas, ni
perciban o sientan los límites a su autonomía de la misma forma, ni que sean
similares los procesos que levantan para enfrentarse a las exclusiones y
discriminaciones.</DIV>
<DIV align=justify><BR>El contexto también cambió, y tras las movilizaciones y
conquistas de años anteriores protagonizadas por un “nosotras” fuertemente
afirmativo, el feminismo encuentra dificultades para conectar con nuevos
procesos y opta por centrarse en identificar las especificidades de las
opresiones de grupos concretos de mujeres. Las políticas de identidades
culturales adquieren nueva relevancia, al tiempo que pierde centralidad las
políticas de redistribución.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Mucho se ha escrito sobre las implicaciones que ha
tenido, me gustaría rescatar su contradictorio efecto en el terreno político.
Por un lado favorece la entrada en escena de nuevos grupos de mujeres, el
surgimiento de nuevas subjetividades y sujetos, lo que propicia la extensión
social del feminismo. Por otro lado, deriva en una práctica y discurso muy
fragmentado que dificulta su trascendencia política, su capacidad para actuar
como sujetos colectivos de transformación social.</DIV>
<DIV align=justify><BR>La crítica que en esos momentos hace el posmodernismo a
los metarrelatos igualitaristas, a las políticas de identidad y al yo racional
por un lado, y la incisiva propuesta que desde el postestruralismo se lanza para
dar una mayor centralidad a la compleja construcción y tratamiento de la
subjetividad por otro, entran de algún modo a formar parte del debate.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Desde esos postulados se propone restar relevancia a lo
que el establecimiento del sistema de géneros representa, minimizar su
significado y relativizar por tanto las categorías mujer y hombre al considerar
que cualquier categoría identitaria es normativa y excluyente por definición. Se
reconocen las diferencias que la asignación de géneros establece entre mujeres y
hombres, pero se considera que el objetivo del feminismo es restarles valor
político y partir de las experiencias singulares de cada mujer. El efecto puede
ser demoledor: la imposibilidad de atribuir un significado y representación a
las mujeres dificulta cualquier generalización, ahoga los procesos de
construcción identitaria y empuja a la práctica disolución de cualquier
sujeto.</DIV>
<DIV align=justify><BR>La misma crítica a las nociones de identidad, género y
diferencia sexual la realizan las teóricas y activistas de la heterogénea
corriente “queer” (Butler, 1990). Coinciden en considerar que mujer y hombre son
construcciones que sitúan a las minorías sexuales en posiciones subordinadas,
por lo que cuestionan el binarismo que clasifica a unas y otros como mujeres y
hombres excluyendo las identidades fronterizas de quienes se reconocen como
“trans”: transgénero, transexuales.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Analizar las repercusiones que todo ello tiene excede el
objetivo de este texto, que sólo busca ofrecer una panorámica general, pero
habría que apuntar al menos algunos de sus efectos contradictorios. Tienen un
evidente efecto positivo al hacer una fuerte crítica a cualquier veleidad
esencialista y normativizadora que trate de definir un modo de ser universal y
prefigure identidades abstractas de las mujeres. La aproximación a la
subjetividad, a la centralidad de la experiencia permite identificar nuevas
especificidades de los procesos de subordinación y la constitución de nuevos
sujetos parlantes y demandantes que, entre otras cosas, rompen con los perversos
procesos de victimización permanente que les otorga el discurso oficial.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Pero también tienen un efecto negativo, puesto que la
crítica al esencialismo y a cualquier categorización se hace a costa de un
relativismo y una visión acrítica de las ideas y procesos que subyacen en las
prácticas sociales de subordinación y opresión. Al considerar que la
especificidad de la experiencia de cada mujer garantiza por sí misma su
autenticidad y sustraerla de los procesos sociales en los que se inscriben, de
los mecanismos sistémicos de sujeción, se convierte en imposible cualquier
tentativa de generalización y acaba resultando una propuesta paralizante para un
movimiento social como el feminista.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Esto reabre la polémica sobre el tratamiento de las
experiencias. Partir del valor de las experiencias de cada mujer es
imprescindible para entender sus itinerarios vitales y desde luego, como
señalaba, es fundamental como antídoto a cualquier tentación de esencializar “lo
femenino”. La cuestión es cómo no presentar como universales experiencias
parciales, ni dar valor político concluyente a cualquier experiencia. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Obviamente toda experiencia tiene un valor para la mujer
que la protagoniza, pero cualquier experiencia no es igualmente relevante para
una propuesta feminista de cambio y transformación. Hay prácticas que
fundamentan relaciones de poder entre las propias mujeres, de poder de clase, de
“raza”3, de estatus, de práctica sexual. En las prácticas de algunas mujeres
subyacen ideas, intereses y procesos sociales que no es que sean diferentes,
sino que son contrapuestos a los objetivos de libertad y autonomía,
fundamentando relaciones jerárquicas de desigualdad. Por tanto, tal como en su
momento planteó Nancy Frasser4, las experiencias de las mujeres hay que
someterlas a crítica, ponerlas en relación con las estructuras sociales de
dominación y con las relaciones sociales de desigualdad. Ponerlas en relación
con los sistemas de poder que el género, la clase, la “raza”, la sexualidad
establecen, con la forma en que se interseccionan y actúan. Esto, además, abre
la posibilidad de establecer algunas generalizaciones y posibles elementos de
identificación colectiva de las mujeres, y da la oportunidad de que emerjan
sujetos contingentes, cambiantes, pero necesarios para un feminismo
transformador.<BR><BR><STRONG>El significado de las categorías sociales para un
feminismo incluyente</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>La irrupción de los llamados feminismos periféricos ha
dado un nuevo giro al debate, a la tensión permanente en la que se mueve el
feminismo: entre el universalismo y el nominalismo. Para ello ha sido
determinante la crítica, entre otras, de las mujeres negras, latinoamericanas,
de la disidencia sexual, inmigrantes, precarizadas, al feminismo hegemónico por
no escuchar sus voces, no tener en cuenta las dimensiones que otras
adscripciones sociales establecen, y no integrarlas en sus análisis y
propuestas.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Me refiero a las feministas lesbianas, al movimiento
transexual y transgénero, las llamadas “minorías sexuales” que, con la crítica
radical que realizan a la heternormatividad como eje regulador de la sociedad,
cuestionan los feminismos dominantes por heterosexistas. Es decir, por hacer de
la mujer heterosexual el sujeto de la contestación feminista y excluir a quienes
defienden y viven sexualidades no normativas, y no establecer ninguna
articulación con sus perspectivas y reivindicaciones.</DIV>
<DIV align=justify><BR>A esta crítica hay que sumar la que realizan las
feministas postcoloniales, los feminismos disidentes protagonizados por mujeres
negras, chicanas, de países del Sur que contestan el universalismo establecido
por el feminismo blanco y occidental al haber presentado la experiencia de las
mujeres blancas y de clase media como la situación universal de la opresión de
todas las mujeres. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Gloria Anzaldúa5 ha acuñado el término de “identidades
fronterizas” para denominar la situación en la que se encuentran muchas mujeres
que viven en el cruce de fronteras culturales y sociales. Pero más allá de lo
sugerente del término, tiene una extraordinaria importancia por sus
implicaciones teóricas y políticas al advertir sobre la inviabilidad de un
feminismo que prescinda del sexismo, el racismo, el heterosexismo, o las
diferencias de clase, puesto que todo ello interactúa en la realidad concreta de
mujeres concretas. Y añadiría que ello obliga a un feminismo contextualizado
tanto en los procesos locales como en los procesos globales derivados de las
crisis sistémicas: económica, de cuidados, ecológica y ética.</DIV>
<DIV align=justify><BR>El llamamiento de estos feminismos a “descolonizar” el
occidental y hegemónico, a deshacerse del lastre etnocéntrico por el que se
representa a las mujeres en sus discursos y prácticas como “otras mujeres”. Un
sujeto diferente sí, pero monolítico y victimizado al que se obliga a hablar
desde las categorías por ese feminismo establecidas. Y, como señala Liliana
Suárez6, en esas condiciones, el diálogo dificilmente fructifica.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Recuperar las categorías de “raza”, clase, sexualidad
para el análisis y práctica política resulta clave para un feminismo incluyente.
Y requiere resituar, después de tanto cuestionamiento, cómo actúa la adscripción
de las mujeres al género femenino que la sociedad realiza.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Partir de que la pertenencia al género femenino es lo
único realmente significativo para las mujeres, es decir, dar por buena la
exclusiva identificación de las mujeres como miembros de un grupo social
definido por su pertenencia de género, lleva al tratamiento abstracto de las
mujeres con los efectos ya señalados. Pero una cosa es afirmar que el género no
es el único eje de diferenciación para las mujeres y otra que no sea un elemento
de identidad individual y colectiva, ni un elemento sistémico de organización
social que, por lo tanto, obliga a actuar sobre los distintos mecanismos por los
que la sociedad jerarquiza la diferencia sexual y establece relaciones de poder
patriarcal.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Todo ello hace más complejo el pensamiento feminista,
obliga (Frasser, 1995) a teorizar el género desde la perspectiva de las otras
diferencias, y a teorizar la clase, la “raza” y la sexualidad desde el género.
Si se acepta la multiplicidad de sistemas de opresión y sus interrelaciones,
esto no es sólo un desafío para el pensamiento y política feminista, sino que se
hace extensivo a otras teorías y movimientos de resistencia.<BR>Y también
resulta más compleja la práctica, una política basada en la búsqueda de alianzas
entre las distintas expresiones feministas, no apelando a una unidad entre las
mujeres, inexistente a priori, sino a la imprescindible articulación de luchas
de resistencia sobre necesidades y propuestas concretas que haga frente a las
prácticas patriarcales, heterosexistas, racistas y clasistas. Todo un desafío
para un feminismo incluyente7.<BR><BR><STRONG><U>Notas</U></STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>1. Corriente que surge en EEUU en la década de los
ochenta, de las que Katheleen Barry y Adrianne Rich son algunas de sus
representantes.<BR>2. Una aproximación a la influencia que estas posiciones
tuvieron en el Estado español requeriría situarlo en el contexto de un feminismo
que necesita y busca legitimidad frente a una izquierda, en transición, que
afirmaba la centralidad de la clase obrera masculina como sujeto universal,
negaba la existencia de cualquier contradicción que no fuera la de clase, y se
resistía a su reconocimiento.<BR>3. Aunque desde la antropología social se ha
optado por hablar de etnicidad en lugar de raza, a lo largo del texto utilizaré
esta categoría de forma entrecomillada, recogiendo la reivindicación que de ella
hacen muchas activistas feministas negras.<BR>4. N. Fraser, “Multiculturalidad y
equidad entre los géneros: un nuevo examen de los debates en torno a la
diferencia en EEUU”, Revista de Occidente, nº 173, 1995.<BR>5. G. Anzaldúa.
“Movimientos de rebeldía y las culturas que traicionan”, Otras inapropiadas,
Traficantes de Sueños, Madrid, 2004.<BR>6. L. Suárez (coord.) y R. Aída
Hernández (aut.), Descolonizando el feminismo. Teorías y prácticas desde los
márgenes, Ediciones Cátedra, Madrid, 2008. <BR>7. J. Montero, “Sexo, clase,
“raza” y sexualidad: desafíos para un feminismo incluyente”, ponencia presentada
en las Jornadas de la Coordinadora Estatal de Organizaciones Feministas,
Granada, diciembre 2009. Disponible en: <A
href="http://www.nodo50.org/feministas">www.nodo50.org/feministas</A></DIV>
<DIV align=justify><BR>* Justa Montero es experta en género y miembro de la
Coordinadora Estatal de Organizaciones Feministas. </DIV>
<DIV align=justify>
<HR>
</DIV></FONT></BODY></HTML>