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<DIV align=center><STRONG><FONT size=4><U>boletín solidario de
información</U><BR><FONT color=#800000 size=5>Correspondencia de Prensa</FONT>
<BR><U>18 de marzo 2010</U><BR><FONT color=#800000 size=5>Colectivo Militante -
Agenda Radical</FONT><BR>Gaboto 1305 - Montevideo - Uruguay<BR>redacción y
suscripciones: </FONT></STRONG><A
href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><FONT
size=4>germain5@chasque.net</FONT></STRONG></A></DIV>
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<DIV><STRONG><FONT size=3>Imperialismo</FONT></STRONG></FONT></DIV>
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<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG>"En tierra hostil", ganadora del
Oscar 2010 a mejor pelicula</STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG></STRONG></FONT> </DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2><STRONG><FONT size=3>Un elemento más
de una tendencia lamentable</FONT></STRONG> </FONT></DIV>
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<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2><FONT size=3><FONT
face="Times New Roman"><STRONG><FONT face=Arial size=2>Joanne
Laurier</FONT><SPAN
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<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2><FONT size=3><FONT
face="Times New Roman"><SPAN class=small></SPAN></FONT></FONT><STRONG>World
Socialist Web Site </STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><A href="http://www.wsws.org"><FONT face=Arial
size=2><STRONG>www.wsws.org</STRONG></FONT></A></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2><STRONG>Traducido para Rebelión por
Ricardo García Pérez</STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><BR><FONT face=Arial size=2></FONT> </DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2>En tierra hostil arranca con una cita
del antiguo corresponsal de guerra Christopher Hedges: «el fragor de la batalla
es una adicción poderosa y a menudo letal, pues la guerra es una
droga».<BR><BR>Así se presenta uno de los motivos centrales de la nueva película
de Kathryn Bigelow, directora de obras tan turbias y cargadas de violencia como
Acero azul (Blue Steel, 1989), Le llaman Bodhi (Point Break, 1991) o Días
extraños (Strange Days, 1995). Con En tierra hostil insiste en su convicción de
que «si se maneja de un determinado modo, en el contexto cinematográfico la
violencia puede ser muy seductora».<BR><BR>La película, ambientada en Iraq en el
año 2004, se ordena en torno a los 38 días de servicio que le quedan a una
brigada de desactivación de explosivos del Ejército de Estados Unidos. Tras la
muerte en una explosión del anterior jefe del comando (Guy Pearce), llega para
sustituirle en Camp Victory, antes conocido como Camp Liberty, el sargento
segundo William James (Jeremy Renner). (Nos asalta a duda de si el personaje, un
soldado hecho a medida para la campaña de guerra estadounidense, se llama así
por uno de los fundadores del pragmatismo estadounidense.)<BR><BR>De ese mismo
equipo forman parte también el sargento J. T. Sanborn (Anthony Mackie), un
superviviente lúcido, y el irritable especialista Owen Eldridge (Brian
Geraghty), que no quiere más que marcharse de Iraq («Si estás en Iraq, estás
bastante muerto»).<BR><BR>La vida cotidiana del trío consiste en detectar y
desactivar artefactos explosivos caseros. James es un personaje temerario que
suele llevar a cabo el trabajo poniendo en peligro a todos los demás. Sanborn,
que se toma muy en serio la seguridad de sus hombres, califica a James desde el
principio de «montón de basura sureña blanca reaccionaria». Eldridge tiene que
someterse a tratamiento psicológico para afrontar el miedo a que le maten. Los
dos últimos cuentan los días que les faltan para que los desmovilicen. Por otra
parte, aunque James tiene esposa y un hijo, vive para el chute de adrenalina que
le suministra la guerra.<BR><BR>La población iraquí ejerce de mero paisaje
humano de la situación de tensión en que actúan los artificieros. Es el enemigo,
ese «Otro» barbudo para unos soldados estadounidenses bien afeitados. En la
película se presenta a la población local como si no tuviera rostro, como
simples terroristas vestidos de negro o mediante arquetipos fáciles de
identificar, como el comerciante del barrio... que además es
terrorista.<BR><BR>Tal como están, los personajes iraquíes actúan principalmente
como elementos de atrezo. La presencia de unos insurgentes da pie a los
cineastas a analizar en una secuencia larga y desagradable la psicología de los
soldados cuando están a punto de matar a alguien. A esto se le hace pasar por
«realismo».<BR><BR>La línea argumental es bastante precaria. La película se
dedica a exhibir unos cuantos días repletos de acción en la vida de un
especialista en desactivación de explosivos. James es la máquina de combate
perfecta. Contrasta con los personajes de Sanborn y Eldridge, cuyas vacilaciones
se presentan como un defecto comprensible. Sin embargo, para la tarea que se
avecina, a Bigelow le parece razonable apuntar que no están suficientemente
entregados a «ser todo lo que pueden ser».<BR><BR>Entre medias, las escenas
tensas y, en ocasiones, violentas del equipo patrullando en las calles y
edificios devastados de Iraq son el interludio convencional para mostrar cómo se
establecen los lazos emocionales masculinos en los barracones a través de juegos
violentos, ebrios y machistas.<BR><BR>Escasean los momentos con cierta
sensibilidad, y están apuntados con torpeza. En una secuencia artificiosa, el
psiquiatra del campamento, el coronel John Cambridge (Christian Camargo) aprende
por las malas que las palabras valen poco cuando se trata de
combatir.<BR><BR>Cuando James regresa por fin a casa con su familia, los
realizadores acumulan de forma rudimentaria los obstáculos para su adaptación a
la vida doméstica. Las implicaciones del desenlace, de las que seguramente no es
plenamente consciente Bigelow, son muy desagradables. Parece estar homenajeando
a una casta militar intrépida y entregada a su trabajo, de guardia
permanentemente. ¿Ha pensado en las consecuencias de las actividades de estas
tropas en el siglo XX?<BR><BR>El guión de En tierra hostil es de Mark Boal, un
periodista destinado en Iraq en 2004 por la revista Playboy. Según Bigelow, él
fue la principal fuerza impulsora de la producción de la película. En las
entrevistas también atribuye la fuente de inspiración de la película al libro de
Hedges War is a Force That Gives Us Meaning. Quizá los realizadores escogieran a
Hedges por una fama antibelicista que procedía de ciertas disputas con las
clases dominantes.<BR><BR>En mayo de 2003, dos semanas después del infame
discurso de «misión cumplida» del presidente Bush, Hedges pronunció un discurso
en una ceremonia de graduación de Rockford College, en Illinois, en el que dijo:
«Si la historia sirve de orientación, nos estamos embarcando en una ocupación
que será tan perjudicial para nuestras almas como para nuestro prestigio, poder
y seguridad». Algunos estudiantes lo abuchearon y tuvo que ser escoltado para
salir del campus por motivos de seguridad. The Wall Street Journal le denunció y
The New York Times, el periódico para el que trabajaba, le impuso dejar de
hablar de la guerra de Iraq. En consecuencia, abandonó el periódico para acabar
nombrado periodista veterano o Senior Fellow de The Nation Institute, una
institución periodística no lucrativa de izquierda liberal.<BR><BR>Como En
tierra hostil empieza con unos comentarios de Hedges, vale la pena citar por
extenso el fragmento del libro donde aparece: «El persistente atractivo de la
guerra reside en lo siguiente: Aun con la destrucción y la matanza que siembra,
nos proporciona lo que todos anhelamos en la vida. Nos da un propósito, un
sentido, una razón para vivir. Solo cuando estamos en medio del conflicto queda
de manifiesto que nuestra vida es superficial e insulsa. Nuestras conversaciones
y, cada vez más, nuestros informativos, están presididos por trivialidades. Y la
guerra es un elixir apetecible...<BR><BR>»El fragor de la batalla es una adición
poderosa y, a menudo, letal, pues la guerra es una droga; una droga que he
consumido muchos años. Nos la suministran los forjadores de mitos, los
historiadores, los corresponsales de guerra, los directores de cine, los
novelistas y el Estado, todos los cuales la dotan de cualidades que a menudo
posee: emoción, exotismo, poder, oportunidades de elevarnos sobre nuestras
pequeños ciclos vitales, y un universo singular y fantástico que presenta una
belleza grotesca y sombría.»<BR><BR>Nos vemos obligados a replicar «¡Habla por
ti!». Pero, al parecer, Hedges también habla por los realizadores, y sus ideas
han contribuido a crear el personaje de James como combatiente perfecto. No lo
aquejan las dudas, los miedos ni los vínculos personales; tal como lo presenta
Bigelow, es «el soldado del siglo XXI». Si la guerra, «el escenario definitivo»
(o, para ser más preciso, la agresión global del imperialismo estadounidense),
va a ser un rasgo permanente de la existencia, entonces debe haber un código
genético para afrontar las nuevas exigencias. Por desgracia, los realizadores de
la película quieren aportar su grano de arena a la causa. En las notas de
producción de la película, Bigelow afirma que «el miedo tiene mala fama, pero
creo que no la merece. El miedo es clarificador. Te obliga a anteponer las cosas
importantes y desechar las banalidades».<BR><BR>La directora aseguraría con
certeza que, como James es un técnico en desactivación de explosivos, salva
vidas; incluso vidas iraquíes. Para subrayar este aspecto le hace trabar amistad
con un niño iraquí por quien está dispuesto a caminar entre las balas y
arriesgar la vida por un terrorista suicida arrepentido. Casi todos estos
intentos de mostrar la cara «positiva» de un soldado estadounidense en un país
ocupado resultan poco convincentes.<BR><BR>La mayor falacia de la película es
que sus realizadores parecen creer que se puede esbozar un retrato fiel de la
situación psicológica y moral de las tropas estadounidenses sin abordar la
naturaleza de la empresa iraquí en su conjunto, como si esta última no afectara
la forma de pensar y actuar de los soldados.<BR><BR>En tierra hostil adolece de
problemas artísticos graves. ¿Cómo podría ser de otro modo? La premisa en que se
basa la película es profundamente falsa y, para ser francos, estúpida; sin ir
más lejos, que se puede tratar el conflicto iraquí con «neutralidad», sin
pronunciarse sobre sus razones o sinrazones, como un ejemplo de guerra «en
abstracto».<BR><BR>Resulta tedioso contemplar el heroísmo de los
estadounidenses. Es bastante más que tedioso escuchar las cavilaciones de unos
soldados que se muestran esencialmente ajenos a los iraquíes y no reaccionan de
ningún modo ante el pueblo que masacran y cuyo territorio ocupan. (La película
se rodó en Jordania, y es una triste ironía que los iraquíes de la película
fueran iraquíes realmente desplazados por la guerra. Bigelow afirma que «la
familia real [jordana] apoyó mucho la producción».)<BR><BR>La invasión y
ocupación de Iraq es uno de los grandes delitos de nuestros tiempos. La
operación encabezada por Estados Unidos, emprendida sobre los cimientos de
mentiras lanzadas contra un país casi indefenso, fue y es una guerra de
agresión, ilegal desde la óptica de la legislación internacional. De hecho,
durante los juicios celebrados después de la Segunda Guerra Mundial contra los
dirigentes nazis, la guerra de agresión se definió como «el delito internacional
supremo, que se diferencia de los demás crímenes de guerra en que contiene en su
seno el mal acumulado por el conjunto».<BR><BR>Las estimaciones cifran los
muertos iraquíes en más de un millón; varios millones más han sido desplazados;
ciudades enteras han quedado arrasadas; el país se ha dividido en facciones
enfrentadas... todo lo cual podría desembocar en algún momento una nueva guerra
civil fratricida. Para la inmensa mayoría de la población mundial, y sin duda
para los sectores musulmanes y originarios de Oriente Próximo, la ocupación
estadounidense de Iraq está asociada a Abu Ghraib, Haditha, Faluya... torturas y
abusos, atrocidades, destrucción masiva. Nada de esto parece preocupar a Bigelow
ni a Boal, ni a la intelligentsia de la complaciente clase media estadounidense
en general. Es escandaloso que no se escandalicen.<BR><BR>Muchos militares
estadounidenses han regresado de Iraq con la vida hecha pedazos. En primer
lugar, a la mayoría no les espera una existencia tranquila y económicamente
estable, como le sucede a James. Además, las atrocidades que están cometiendo
las tropas de combate estadounidenses en Iraq y Afganistán, resultado inevitable
de una guerra neocolonialista, están transformando a una parte de los veteranos
en un estrato social gravemente afectado e incluso psicópata.<BR><BR>Un artículo
reciente publicado en este mismo World Socialist Web Site aludía a unos
reportajes sobre una compañía del Ejército de Estados Unidos con sede en Fort
Carson, cerca de Colorado Springs, en Colorado. (Véase What imperialist war
produces: Iraq veterans charged with murder and other crimes). Los miembros de
la compañía, que presenciaron combates intensos y prolongados en Iraq, han
cometido al regresar a su país docenas de delitos, incluídos asesinatos,
tentativas de asesinato, violaciones y robos. Algunos de ellos están en prisión
cumpliendo condenas muy largas por unos hechos brutales.<BR><BR>En entrevistas
concedidas a periódicos locales, varios soldados daban detalles del tipo de
atrocidades en las que habían participado o de las que fueron testigos en Iraq:
matanza de civiles, tortura a detenidos, descuartizamiento de cuerpos. Un
periódico de Colorado señalaba: «Más de la mitad de los soldados acusados o
condenados afirmaron haber visto durante sus misiones crímenes de guerra, entre
los que había asesinatos de civiles».<BR><BR>¿Es a esto a lo que se refiere
Hedges cuando habla de «el persistente atractivo de la guerra»? Debería
explicárnoslo.<BR><BR>Una serie de críticos afirman que En tierra hostil se
inscribe en la tradición de películas antibelicistas como Platoon (Platoon,
1986), de Oliver Stone o La chaqueta metálica (Full-Metal Jacket, 1987), de
Stanley Kubrik. Es absurdo. Por muchos puntos débiles o extravagancias que
contengan, ambas películas mostraban hostilidad sin ambages hacia la Guerra de
Vietnam y el impacto deshumanizador del ejército sobre los jóvenes. Las
comparaciones de En tierra hostil con la demoledora Apocalypse Now (Apocalypse
Now, 1979), de Francis Ford Coppola, son aún más rocambolescas.<BR><BR>El trato
favorable casi universal que ha recibido la película de Bigelow por parte de la
crítica es un fenómeno en sí mismo. Muchos de los analistas, tras declarar que
En tierra hostil y las interpretaciones que contiene son «material para un
Oscar», comentan que la principal ventaja de la película con respecto a otras
anteriores sobre Iraq es la perspectiva «apolítica» que ofrece. ¿A quién se
quiere engañar?<BR><BR>Hay un proceso social en curso. Toda una capa de la clase
media liberal se está adaptando cómodamente al neocolonialismo estadounidense, y
justifica su actitud aludiendo a la nueva administración «progresista» de
Washington, que está llevando a cabo un tipo de intervención distinta, con
objetivos diferentes. Nadie puede explicar muy bien en qué se diferencia. Los
cadáveres continúan amontonándose.<BR><BR>Bajo el discurso de que se trata de
una película que elude «la retórica partidista y la adopción de poses» y «aparta
de la guerra a la política» subyace un punto de vista político firme. Quizá lo
que mejor lo describa (en la revista The New Yorker) sean las palabras del
periodista George Packer, uno de los primeros defensores de la guerra contra
Iraq: «Sobre todo, [En tierra hostil] es una película de Iraq con un programa
modesto y sin opiniones políticas obvias. Ahí, más que en ningún otro sitio,
reside el manantial de su fuerza [...] Tal vez, con la marcha de la
administración Bush, la retirada de las unidades de combate estadounidenses de
las ciudades iraquíes y la atención que el nuevo presidente ha pasado a prestar
a Afganistán, Pakistán e Irán, la de Iraq pueda empezar a convertirse en una
guerra real, no en un símbolo de un mal devorador; en objeto de películas que
intentan ser buenas películas, y no hacer grandes declaraciones».<BR><BR>¡Larga
vida al poderío estadounidense en Iraq! ¡Larga vida a Obama! Todo va bien en el
mundo.
<HR>
<BR><BR></FONT></DIV></BODY></HTML>