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<DIV align=center><STRONG><FONT size=4><U>boletín solidario de
información</U><BR><FONT color=#800000 size=5>Correspondencia de Prensa</FONT>
<BR><U>28 de marzo 2010</U><BR><FONT color=#800000 size=5>Colectivo Militante -
Agenda Radical</FONT><BR>Gaboto 1305 - Montevideo - Uruguay<BR>redacción y
suscripciones: </FONT></STRONG><A
href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><FONT
size=4>germain5@chasque.net</FONT></STRONG></A></DIV>
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<HR>
</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG><FONT size=3>Escuela de
Fráncfort</FONT></STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG><FONT size=3>El último capítulo del marxismo
filosófico</FONT></STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>Adorno, Horkheimer, Benjamin, Marcuse, Habermas
son apellidos centrales del pensamiento del siglo XX ligados a la Teoría Crítica
y rescatados por "La Escuela de Fráncfort", una monumental biografía intelectual
colectiva, recién editada en castellano. Beatriz Sarlo analiza la obra de ese
grupo excepcional, que exploró la dialéctica, el marxismo y el
freudismo. <BR> <BR></STRONG></DIV>
<DIV align=justify><STRONG></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG>Beatriz Sarlo</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><STRONG>Revista Ñ, Buenos Aires, 27-3-10<BR></STRONG><A
href="http://www.revistaenie.clarin.com/"><STRONG>http://www.revistaenie.clarin.com/</STRONG></A></DIV>
<DIV align=justify><BR><BR>Inútil buscar una definición sintética de la Escuela
de Fráncfort. Existieron diferencias (no siempre las mismas ni en el mismo
momento) entre sus integrantes más ilustres como Theodor W. Adorno, Max
Horkheimer y Herbert Marcuse. Cada uno de ellos exploró a su manera y con
distintos acentos la dialéctica, el marxismo y el freudismo. Algunos hicieron
sus contribuciones más profundas en la estética y otros, en lo social.
Finalmente, un nombre icónico, como el de Walter Benjamin, no perteneció
realmente al Instituto que fue la base administrativa de la Escuela; y la teoría
de la acción comunicativa de Jürgen Habermas no es una consecuencia inevitable
del pensamiento de sus mentores de juventud.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Sin embargo, casi todos creemos saber de qué se habla
cuando se menciona a la Escuela de Fráncfort y la Teoría Crítica. Versiones
difundidas en el sentido común culto fusionan las posiciones de Adorno sobre
estética y su intervención decisiva en el campo de la música moderna, la mirada
detallista e innovadora de Benjamin sobre la cultura urbana y material, la gran
suma filosófico-histórica de Horkheimer y Adorno sobre la razón ilustrada, las
exploraciones de Marcuse sobre la subjetividad en el capitalismo. Ellos, los
francfortianos, discutieron largamente mientras mantenían una identidad que,
pese a los conflictos, es rara en otros grupos. Son un mosaico, pero los unía
una tarea común que hoy ya podemos definir (sin olvidar, por supuesto, el
proyecto de Sartre) como el último gran capítulo de la dialéctica, el último
capítulo posible del marxismo filosófico.</DIV>
<DIV align=justify><BR>La Escuela de Fráncfort, de Rolf Wiggershaus, publicado
en alemán en 1986 y ahora editado en castellano, es una historia de este grupo
excepcional.<BR><BR><STRONG>Los comienzos</STRONG></DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify>En 1940, murió, después de años de parálisis física e
inhabilidad mental, el primer director del Instituto para la Investigación
Social que se fundó en 1924 con dinero aportado por Felix Weil, hijo de un
exportador de cereales que se había enriquecido en la Argentina. Los tres años y
medio que lo dirigió Carl Grünberg son un comienzo. Las autoridades
universitarias alemanas miraban con desconfianza a ese Instituto financiado por
un joven mecenas marxista, que promovía un programa marxista de investigaciones
y repartía sus becas entre estudiantes también marxistas, muchos de ellos
militantes del Partido Comunista. <BR><BR>Providencialmente, la enfermedad de
Grünberg hizo posible un nuevo comienzo. Cuando, en 1930, dejó la dirección del
Instituto, el nombramiento de un casi desconocido Max Horkheimer fue una
decisión administrativa que contenía en su centro el futuro institucional de la
Teoría Crítica. Los anales del Instituto pasaron a llamarse Zeitschrift für
Sozialforschung, nombre que se volvió clásico. En su conferencia inaugural,
Horkheimer establecía un delicado equilibrio entre el programa francamente
marxista de su antecesor (suscripto por el mecenas Weil) y una fórmula que
pudiera sonar aceptable en el medio universitario alemán que, aunque
singularmente avanzado en Fráncfort, de todos modos no habría tolerado por mucho
tiempo un programa de investigación exclusivamente centrado sobre el marxismo.
<BR><BR>Así, Horkheimer se refiere a la filosofía clásica alemana, a la idea de
totalidad en Hegel y extrae de allí la fundación metodológica y teórica de un
proyecto que investigara las relaciones de economía, sociedad y
cultura.<BR><BR>Como queda ampliamente probado por Rolf Wiggershaus, la llegada
de Horkheimer fue inesperada, estratégicamente astuta y finalmente providencial.
Con todo detallismo, Wiggershaus cita las cartas, las instrucciones y las
observaciones ministeriales que armaron el tinglado en el cual pareció prudente
aprovechar la enfermedad de Grünberg para imprimir un giro.<BR><BR>En la extensa
lista de nombres que protagonizan o son figuras secundarias de este primer
capítulo, Wiggershaus ofrece pruebas de una recurrencia: son muchos los judíos
(conservadores o liberales, pero siempre ilustrados y de sentimientos
profundamente alemanes, es decir, judíos integrados), burgueses urbanos, grandes
comerciantes o industriales con inclinaciones a la acción pública prestigiosa y
el mecenazgo de las artes y las ciencias. <BR><BR>Aunque Wiggershaus no lo
subraya especialmente, es significativa esta tipología porque, frente a ella,
las persecuciones del nazismo, que sucederían muy pocos años después, no se
vuelven incomprensibles para quienes las desataron, pero sí, en gran medida,
para quienes las padecieron en esta franja que no estaba habituada ni a la
segregación ni al
desprecio.<BR><BR><STRONG>Personalidades</STRONG><BR><BR>Después del "relato de
comienzos", se pasa a las biografías tempranas de los principales integrantes
del grupo: desde las novelas escritas por Horkheimer en su juventud a la
formación judaica y psicoanalítica de Erich Fromm, que se plantea el cruce
teórico entre la teoría de los instintos y la teoría de clases, y termina
fijando en el Instituto la primera sede universitaria del psicoanálisis en
Alemania.<BR> <BR>Estas detalladas e interesantes "vidas francfortianas",
de todos modos, interrumpen el curso de una historia. Arman un friso biográfico,
donde no es posible detenerse en lo que quizás hubieran sido algunos paralelos
significativos (Horkheimer como una especie de Engels joven y judío, por
ejemplo, poniendo de manifiesto, por si hiciera falta una vez más, la
pertenencia de los judíos al suelo de la cultura alemana, y también las
insospechadas supervivencias de romanticismo social en sus obras juveniles).
Quizás, el intercalado de las vidas en curso de formación intelectual no haya
sido la mejor estrategia expositiva, aunque cada vida tomada en sí misma es
interesante como una miniatura. Otra estrategia de exposición habría partido de
los grandes teóricos leídos por casi todos, como Lukacs o Korsch o Weber, para
delinear un trayecto común a la época.<BR><BR>Sin embargo, aunque las biografías
juveniles interrumpan la historia de los primeros años del Instituto, abren una
perspectiva desde la que se comprueba que allí se reunieron tendencias que
estaban un poco por todas partes en la izquierda marxista alemana intelectual y
juvenil, que se consolidaron porque el Instituto les dio una adscripción
académica y el dinero que la universidad de Fráncfort no habría invertido.
<BR><BR>El capítulo donde transcurren estos primeros años lleva el nombre
significativo pero intrigante de "El ocaso" (Dämmerung, que la edición en inglés
traduce, menos herméticamente, por "Amanecer", tal como lo permite la palabra
alemana). El título es el de un libro de Horkheimer, publicado en 1934, donde
Wiggershaus encuentra la prueba de que tenía ya el programa de una filosofía
futura y de una "teoría científica de la sociedad". Ese programa atravesó más de
tres décadas, como convicción, como promesa, como horizonte discutido por la
propia Teoría Crítica. José Sazbón, gran especialista argentino desparecido hace
dos años, sintetizó el conflicto finalmente generado por la idea de totalidad
que los lineamientos de Horkheimer compartían con Lukacs. Sazbón concluye que el
hegelianismo totalizante del programa de Horkheimer se "dislocará" en las vías
recorridas por muchos francfortianos: el psicoanálisis, la antropología, la
crítica nietzscheana.<BR><BR>Las historias intelectuales que incluye Wiggershaus
en este primer capítulo son una demostración de que, desde el comienzo, la
teoría crítica era mucho más y mucho menos de lo que prometía. Lo muestra el
itinerario, en los años veinte, de Theodor Adorno, que hace un pasaje breve y
frustrante por el Instituto, se va a Berlín donde tiene una relación fundamental
con Benjamin y regresa para trabajar con Paul Tillich y establecerse en ese
marco institucional, aunque desconfiando o recusando la idea de una totalidad
inalcanzable en la filosofía contemporánea.<BR><BR>Pero un verdadero ocaso, no
simplemente el de la idea hegeliana de totalidad, amenazaba a los jóvenes de
Fráncfort. El mismo día en que Hitler fue nombrado canciller del Reich, las SA
(tropas de choque de camisas pardas) se apoderaron de la casa de Horkheimer.
Comenzó el exilio que llevó a los francfortianos a Estados Unidos. Adorno,
siempre siguiendo un camino diferido o diferente, intentó una carrera en Oxford,
donde se lo ubicó, para su humillación, en el lugar del estudiante de doctorado.
Wiggershaus cita largamente la correspondencia de 1934 entre Adorno y
Horkheimer: "Usted (le escribe Horkheimer) si no ha cambiado mucho, es una de
las pocas personas de las cuales el Instituto y la especial tarea teórica que
busca cumplir tienen algo que esperar en el plano intelectual". <BR><BR>Aunque
la afirmación fuera, en ese momento, injusta con Erich Fromm, todo acontece en
el relato de Wiggershaus como si Horkheimer conociera el borrador del futuro o
como si algunos rasgos personales de Adorno alcanzaran para explicarlo.
"Fijaciones" o celos, desconfianza hacia otros intelectuales como Kracauer,
disidencias pequeñas pero significativas que terminaron en separaciones, como
con Erich Fromm. Ambos, Adorno y Horkheimer, sentían en cambio una rara
atracción por Benjamin, precisamente el que no llegó nunca al exilio.
<BR><BR>Wiggershaus deja dos cosas en claro. La primera, más indiscutible por
menos teleológica, es que tanto Horkheimer como Adorno estaban fascinados con
Benjamin, y se lo comunicaban mutuamente en varias cartas de 1936, aunque quizá
nunca pensaron que pudiera integrarse del todo a la empresa común, por la
persistencia en Benjamin en "conceptos teológicos" insertados en una filosofía
donde tampoco terminaba de reconocerse la dialéctica. La segunda, que era casi
inevitable que Adorno y Horkheimer terminaran trabajando juntos en la Dialéctica
de la Ilustración, como si el nazismo, los desencuentros del año 34, en que uno
ya estaba en Nueva York y el otro todavía tentado en seguir una carrera como
crítico musical en Alemania, hubieran sido detalles de una historia empírica que
nunca llegaron a poner en peligro esa obra esencial. Sin embargo, Wiggershaus
también muestra que Horkheimer, siempre tajante en sus intervenciones como
organizador, vaciló entre una colaboración filosófica de gran alcance con Adorno
y el camino multidisciplinario inscripto en el programa fundador nunca
abandonado, incluso cuando el Instituto regresó a su primera sede alemana
después de la guerra. <BR><BR><STRONG>Diálogos en el
exilio</STRONG><BR><BR>Durante el período norteamericano, esa vía
multidisciplinaria hizo posible la alianza con Paul Lazarsfeld, trazando un
desvío más académico y empirista. Eran, sin embargo, hombres de texturas
intelectuales muy diferentes: Lazarsfeld, cuando en 1938 Adorno se sumó al
proyecto de investigación sobre la radio y sus efectos, le estampó el
estereotipo del "profesor alemán que, no obstante, dice una cantidad de cosas
interesantes". Por esta misma extrañeza de origen y formación, Horkheimer se ve
obligado a explicar varias veces por qué la Zeitschrift für Sozialforschung
siguió siendo publicada en alemán hasta 1939, evitando las traducciones siempre
peligrosas (por su tendencia a las "simplificaciones y popularizaciones"), y
también porque en ese momento era la única revista independiente publicada en
esa lengua. Precisamente en su último número en alemán, se publicó un artículo
de alto impacto de Horkheimer: "Los judíos y Europa".<BR><BR>Es característico
del relato de Wiggershaus recorrer cuántos caminos laterales aparezcan. El
proyecto inconcluso de Benjamin sobre París, capital del siglo XIX es abordado
en una pequeña monografía intercalada en uno de los capítulos dedicados al
Instituto en Estados Unidos. Con excelentes fuentes documentales sigue el
tortuoso itinerario del intercambio entre Adorno y Benjamin, y las objeciones de
Horkheimer, que son menos significativas. Sin duda, el intercambio entre Adorno
y Benjamin es un punto muy alto de debate y colaboración, de desacuerdo,
reconocimiento y también ceguera, pero surge el legítimo interrogante de si
también lo fue en la historia del Instituto, donde Benjamin no aparece nunca
como una figura central, sino como aquel intelectual magnético que atrae a
algunos de sus miembros. <BR><BR>Otro ejemplo de excelente análisis intercalado
es el de Filosofía de la nueva música; Wiggershaus rastrea las razones del
extraordinario impacto y la "felicidad intelectual" que el texto de Adorno le
produjo a Horkheimer. Esas páginas, como las dedicadas a Benjamin, son también
intermezzi felices dentro del tono predominante de análisis de relaciones
intelectuales e institucionales. La tercera inserción monográfica de estas
características es dedicada a la génesis y discusión de Dialéctica de la
Ilustración, esa obra magna que se convierte en una clave de bóveda del
proyecto, recoge líneas inconclusas del pensamiento benjaminiano y le da una
centralidad a Horkheimer y Adorno, desplazando hacia otros espacios, de manera
definitiva o por bastantes años, a Fromm, Pollock y Marcuse.<BR><BR>El libro de
Wiggershaus es una historia de la línea central y de múltiples caminos
laterales. Cada una de las ocasiones en que Adorno disiente con Horkheimer (por
ejemplo acerca del ensayo de Marcuse sobre el carácter afirmativo de la cultura,
para mencionar sólo un caso), prueba que el mismo término de Escuela es poco
apropiado. Parece mejor, referirse al Instituto, ya que esta denominación
administrativa y académica no establece los mismos compromisos de unidad que
estuvo siempre amenazada por las desavenencias filosóficas de un grupo que se
diferencia a medida que pasa el tiempo. <BR><BR>Pero las disensiones no fueron
solamente teóricas o metodológicas. Sobre todo en los Estados Unidos, en los
difíciles años de fines de los treinta y comienzos de los cuarenta, cuando
llegan definitivamente todos los emigrados, valen también los conflictos por la
escasez de fondos; los manejos financieros de Horkheimer que, secretamente, se
reserva una parte importante de los de la Fundación que había financiado al
Instituto en Alemania; su tenacidad para presentar proyectos que intersectaran
aquello que los financiadores académicos americanos y también del American
Jewish Committee podían aceptar y lo que la gente del Instituto podía y se
interesaba en hacer. Horkheimer, por otra parte, incitaba a los miembros con
quienes simpatizaba menos a buscar sus medios de vida en otras agencias,
especialmente en las del Estado norteamericano, como en los casos de Marcuse y
Pollock.<BR><BR>El proyecto sobre antisemitismo fue el último gran proyecto
diseñado en los Estados Unidos. En el comité consultivo de la investigación se
alinearon celebridades no sólo originadas en el Instituto sino también grandes
nombres como Margaret Mead o Robert Merton. Wiggershaus, al compilar esos
nombres, pone en evidencia que, originarios de Fráncfort, sólo quedaban Adorno y
Horkheimer, además de Leo Löwenthal. En las infinitas maniobras que exigió la
aceptación del proyecto queda de manifiesto no sólo la destreza administrativa
de Horkheimer sino también la inserción lograda en el exilio.<BR><BR><STRONG>El
regreso</STRONG><BR><BR>Llega, justo en ese momento, el fin de la guerra.
Quienes, como Marcuse, trabajaban en agencias de los Estados Unidos
especializadas en los problemas del conflicto, se quedaron sin trabajo y
Horkheimer les hizo saber que no les estaban esperando sus antiguos puestos,
aunque el futuro de la Zeitschrift ocupara a Marcuse tanto como a él y a Adorno.
En la nueva situación, la revista podía recuperar un espacio público europeo que
estuvo clausurado durante el nazismo. Europa, visitada en esos años de
posguerra, puede que "esté condenada por la historia", pero "el hecho de que
todavía existe pertenece también a la imagen histórica y abriga la débil
esperanza de que algo de lo humano sobreviva" (escribía Adorno a Horkheimer en
1949).<BR><BR>Muchos de los exiliados regresaron. En este punto del relato de
Wiggershaus podría hacerse un señalamiento. Su historia es increíblemente
detallada en lo que concierne a la génesis de obras y proyectos; los
desplazamientos internos del grupo por afinidades filosóficas y personales; y
las infinitas tácticas ensayadas frente a las instituciones norteamericanas en
los planos financiero y académico. Una dimensión se extraña en toda esta
prodigiosa reconstrucción: la del campo del exilio en su conjunto y la del
impacto en estos europeos pura cepa de la sociedad americana en la que se
insertaron. En este punto, el relato, que sigue todos los desvíos necesarios, no
se propone la reconstrucción de una escena más amplia. Digamos que no es
suficientemente materialista en lo que concierne al paisaje urbano, cultural y
social en el que los exiliados vivieron y que había provocado en ellos el famoso
reflejo del "espléndido aislamiento".<BR><BR>Esa ausencia de atmósfera no
ocurre, en cambio, en el comienzo del sexto capítulo, el del regreso definitivo
a Fráncfort. El choque es violento porque los hombres del Instituto habían
emigrado de una Alemania donde la cultura producida por judíos e influida por
ellos era esencial. La nación dividida a la que regresaban les presenta sólo el
vacío donde esa cultura había vivido enérgicamente. <BR><BR>Fráncfort los
recibió en triunfo. Sin embargo, para refundar el Instituto, era necesario
conseguir los fondos. Para convencer no a inexistentes mecenas judíos sino a la
burocracia estatal, Horkheimer argumenta casi con las mismas palabras de su
programa inicial: unir la tradición filosófica y social alemana con las
investigaciones empíricas, sólo que, en esta ocasión acaecida veinte años
después, sumando los aportes metodológicos de la sociología norteamericana (con
la que Adorno ya no tendrá más nada que ver). En 1951 se reabre el Instituto.
Pero sus miembros van y vienen. En 1952, Adorno vuelve a Estados Unidos, en un
viaje que le resulta más duro que el exilio. Marcuse, que desea regresar a
Fráncfort y estrechar una colaboración con Horkheimer, una vez más, fracasa.
Pero en 1955 él publica Eros y civilización, el libro que Wiggershaus llama con
justicia la Dialéctica de la Ilustración de Marcuse.<BR><BR>Fue la consagración
intelectual y pública de los fundadores. Pero también la aparición de nuevos
personajes, como Jürgen Habermas, nacido en 1929 cuando se estaba fundando el
Instituto, y que elegía escribir en los diarios sobre autores por los que Adorno
sentía lejanía y hostilidad. Habermas recuerda el impacto de su primera reunión
con Adorno: lo escuchó como si estuvieran hablándole Marx o Freud, los grandes
de la cultura alemana en el pasado. Prevaleció la continuidad y, en 1965,
Habermas obtuvo la cátedra que había sido de Horkheimer.<BR><BR>La doble imagen
que se le ocurre a Habermas (la de una envergadura pretérita aunque presente) es
también la que ilustra el final del libro de Wiggershaus. Los jóvenes de los
sesenta encontraron una referencia en Fráncfort y, sobre todo, en las fórmulas
que sintetizaban su proyecto marxista y dialéctico original. Pero quienes habían
escrito y hecho posible ese proyecto estaban cada vez más lejos de ese nuevo
mundo insurreccional y culturalmente revulsivo. Quizá la única excepción fuera
Marcuse, que miraba intensamente esa sociedad capitalista tardía mientras
Adorno, alejado, coronaba su obra filosófica y estética.<BR><BR>Wiggershaus
reconstruye, con testimonios muy próximos a los hechos, el año 1967, donde
Adorno va de un malentendido a otro en reuniones y conferencias con los
estudiantes radicalizados. El relato deja ver perfectamente la naturaleza
cultural, ideológica y generacional de una comunicación casi imposible: ni a
Adorno le interesa la reforma de la universidad (que fue la bandera con la que
comenzaron muchas de las revueltas juveniles de esos años), ni los estudiantes
están en condiciones de seguirlo en el proyecto más duro, más difícil, con que
el filósofo está terminando su vida. Malentendidos diferentes, pero igualmente
insalvables, separaron a los estudiantes de Marcuse, que fue recibido por ellos
como una voz de la revolución para escuchar que, en vez de darles un lugar de
primera fila en ese futuro, les dice que no son ellos, los estudiantes, los
principales protagonistas.<BR><BR>Este final, melancólico pero inevitable en
esta gran biografía intelectual colectiva, tiene una vibración personal y el
lector adivina en Rolf Wiggershaus (nacido en 1944) un testigo muy próximo de
los avatares con los que compone su historia de la génesis y realización de la
Teoría Crítica, de la revista y el Instituto. Toda ella provocaba a construir un
libro al que es difícil llamar simplemente extenso. Es, al mismo tiempo,
agotador e imprescindible. Wiggershaus ha sido implacable en la recopilación de
fuentes documentales inéditas y en la revisión de las ya conocidas; se mueve en
un terreno que le es familiar desde su doctorado con Habermas, pero no da nada
por descontado: revisa todo y no se permite una elipsis en el relato; no da
respiro, porque es un investigador que tampoco se lo permite. La escuela de
Fráncfort es un atlas, una guía exhaustiva, un repertorio bibliográfico completo
y una enciclopedia razonada.
<HR>
<BR> </FONT></DIV></BODY></HTML>