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<DIV align=justify>
<HR>
</DIV>
<DIV align=center><STRONG><FONT size=4><U>boletín solidario de
información</U><BR><FONT color=#800000 size=5>Correspondencia de Prensa</FONT>
<BR><U>8 de abril 2010</U><BR><FONT color=#800000 size=5>Colectivo Militante -
Agenda Radical</FONT><BR>Gaboto 1305 - Montevideo - Uruguay<BR>redacción y
suscripciones: </FONT></STRONG><A
href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><FONT
size=4>germain5@chasque.net</FONT></STRONG></A></DIV>
<DIV>
<HR>
</DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>Anticapitalismo</FONT></STRONG></DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3></FONT></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>Entrevista con Mike Davis
*<BR><BR>Temores de la ciudad</FONT></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG>Joseph Confavreux, Mathieu Potte-Bonneville y Rémy
Toulouse </STRONG></DIV>
<DIV align=justify><STRONG>Revista Vacarme, Francia</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><A
href="http://www.vacarme.org/"><STRONG>http://www.vacarme.org/</STRONG></A></DIV>
<DIV align=justify><STRONG>Traducción para SinPermiso de Pablo
Carbajosa</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><STRONG>Revisado por La Haine</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><A
href="http://lahaine.org/"><STRONG></STRONG></A> </DIV><STRONG></STRONG>
<DIV align=justify><BR>En 1990, el historiador Mike Davis pudo valerse de la
película Blade Runner para desvelar el esbozo de las transformaciones bien
reales que afectaban al tejido urbano de Los Ángeles, la línea de pesadilla en
la que se tramaba entonces la dinámica de la ciudad. Inventaba así una manera de
dar a la metáfora del «guión», del que se alimenta lo habitual de la previsión
periodística, una aplicación literal y penetrante, movilizando los recursos de
la ficción para ordenar los procesos económicos, los enfrentamientos sociales,
los dispositivos de seguridad de un universo capitalista que extrae su violencia
de correr tras su propia fantasmagoría.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Casi veinte años después de la aparición de City of
Quartz, obra que encontró aun mayor eco en la medida en que los disturbios de
1992 vinieron a confirmar su diagnóstico, Evil Paradises: Dreamworlds of
Neoliberalism multiplica este gesto estudiando, una tras otra, «las ciudades
alucinadas del neocapitalismo»: mientras tanto, la utopía de espacios
consagrados al consumo, a la propiedad y al control se ha fragmentado en todas
esas esquirlas de cuarzo, en todas esas «iteraciones de Los Ángeles (...) en el
desierto de Irán, las colinas de Kabul o en las afueras cercadas y provistas de
seguridad del Cairo, de Johannesburgo y de Pekín».</DIV>
<DIV align=justify><BR>Interpretación de los sueños: así podríamos denominar el
extraño método, recurriendo a la erudición sociológica, geográfica e histórica,
lo mismo que a los desvíos estéticos, que Mike Davis intenta aplicar a esas
versiones mundializadas del American dream [sueño norteamericano]. Método en el
que se trata, en primer lugar, de despertar a sus lectores del dormir de cuyos
sueños son guardianes, haciendo que aparezcan bajo «el monacato de gama alta,
las ciudades-Estado flotantes, el turismo espacial, las islas privadas y las
monarquías restauradas», los ciclos de miseria, las segregaciones implacables y
el desastre ecológico que constituyen a la vez su envés y su condición.</DIV>
<DIV align=justify><BR>De ahí que no se coja un libro de Mike Davis sin temblar
un poco: pero el sentimiento de pavor que se puede experimentar al abrir Late
Victorian Holocausts: El Niño, Famines and the Making of the Third World [Los
holocaustos en la era victoriana tardía], Planet of Slums [Planeta de barriadas
marginales] o Buda's Wagon: A Brief History of the Car Bomb [El carruaje de
Buda: breve historia del coche bomba] ...no desemboca en realidad ni en un
sentimiento de impotencia ni en una contemplación compasiva de la peligrosa
marcha de la humanidad. Los textos de Mike Davis, si bien no eluden jamás las
violencias del mundo, intentan localizar la fuente de las energías que los
producen, para desmontar sus mecanismos, incluso para disuadir o dar la vuelta
al poder: «sin duda hay sitio para una verdadera cultura de oposición en Los
Ángeles», escribía ya 1990, justo en medio de una obra que describía la ciudad
nítidamente. Su forma de ir a excavar al futuro y levantar a todos los niveles
una arqueología del porvenir dibuja un Apocalipsis únicamente en el sentido en
que su forma de desvelamiento nos deja sin descanso, pero no sin
esperanza.</DIV>
<DIV align=justify><BR>De modo que, bien despiertos y más bien intimidados,
hemos ido al encuentro de este buscador cuya trayectoria misma parece
entretejida en otro tipo de imaginario, como un precipitado de contradicciones
que sugiere, visto desde aquí, la idea misma de una «izquierda norteamericana»:
hijo de un obrero de los mataderos convertido en teórico de una nueva forma de
geopolítica, antiguo camionero cuyo compendio de historia política y social de
la clase obrera sienta cátedra, observador de las ciudades instalado en ese
tejido urbano que discurre de San Diego hasta su gemela mexicana, megalópolis
atravesada por la frontera del Imperio.</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>- Para los lectores franceses, acostumbrados
desde el colegio a distinguir la geografía de la historia, su planteamiento liga
de manera penetrante las preocupaciones de orden espacial (de las mutaciones de
la ciudad al cambio climático o a la multiplicación de las fronteras), y de las
categorías tomadas de esta tradición de la crítica social construida, con Marx,
sobre una historia de los modos de producción. ¿De dónde procede, en su caso,
esta doble preocupación de la historia y del espacio?</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>- Cuando yo era un adolescente que vivía en la frontera
mexicana, mi salvación personal consistía en irme a Tijuana con mi novia, pues
era aficionado a los toros, pero también debido a que en esta ciudad había un
mercadillo de libros creado por republicanos españoles, que me ofrecía un
universo paralelo y desconocido. ¡Iba a Tijuana y me encontraba con los escritos
de Lukács sobre estética en cuatro volúmenes! Así descubrí a Althusser al fondo
de una estación de autobuses. Y aunque esta ciudad era para los adolescentes de
mi edad sinónimo de borracheras y prostitutas, a mi me sirvió de puerta de
entrada al mundo de las ideas.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Es difícil que se pueda comprender la liberación que
sentía cada vez que atravesaba la frontera. Estábamos todavía en la época de la
Guerra Fría. Mi padre trabajaba en los mataderos, donde había fundado el
sindicato local. Era demócrata y adepto del New Deal, pero tenía dos amigos
croatas, que estaban fichados como comunistas, dado que varios miembros de su
familia habían formado parte de los partisanos de Tito, y que su padre, que
había emigrado a Arizona, pertenecía los Industrial Workers of the World (IWW).
[1] A comienzo de los años cincuenta, se había establecido una comisión de
«actividades antiamericanas», ante la cual testificaban públicamente los
comunistas corrientes y a los que se les arruinaba la vida en directo. Se
expulsaba a sus familias y amigos de los terrenos en que tenían las
autocaravanas, los vecinos les tiraban piedras...Estos dos amigos de mi padre
eran para mí como unos tíos. Pero después de desfilar ante la comisión, todo el
mundo los evitaba, nadie quería darles trabajo...</DIV>
<DIV align=justify><BR>Estas dos personas fueron mis primeros maestros, sobre
todo uno de ellos, Lean Gregovitch. Sufrió un ostracismo tal que acabó de
cocinero en una pequeña ciudad de montaña — al estilo del Lejano Oeste — perdida
en medio de la nada. En aquella época yo trabajaba de repartidor de carne, y
cuando iba a su casa, me invitaba a sentarme, me llenaba un vasito de vino y me
decía: «Mike, ¡tienes que leer a Marx!». Y yo le respondía: «Pero, ¿qué es lo
que tiene Marx, Lean?», y decía él entonces: «No lo sé, nunca he podido leerlo,
pero tú eres un chico inteligente, debes leer a Marx». Pocas cosas me han
afectado tanto como la partición de Yugoslavia, porque los amigos de mi padre y
los vínculos que mantenían con los partisanos yugoslavos me habían dado un
sentido muy agudo de los sacrificios que habían hecho falta para levantar ese
país. Por eso resultó para mí mucho más difícil que el derrumbe de la Unión
Soviética.</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>- Viviendo por tanto en la frontera mexicana,
¿cómo contempla la situación de los latinos en los Estados Unidos, que sacaron a
la luz las grandes manifestaciones de 2006?</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>- La primera gran manifestación contemporánea de los
latinos data de 1993, con la sorprendente campaña de protesta contra la
«proposición 187», que endurecía el estatus de los sin papeles en California, y
habría vuelto a excluirles de la ayuda médica y a expulsar a sus hijos de las
escuelas. Pero en el año 2006 nadie se esperaba una movilización de estas
dimensiones. Fue una de las experiencias más intensas de mi vida. Durante
décadas me había dado cabezazos contra la pared, tratando de organizar
movimientos en Los Ángeles, y hete aquí que, de pronto, teníamos una
manifestación cientos de veces mayor que las que se habían podido ver en el caso
de los movimientos contra la guerra.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Al desfilar desde los barrios del Este de Los Ángeles y
atravesar el río camino del Ayuntamiento, se pasa al lado de un enorme centro
penitenciario, cerca de una pequeña colina. ¡Desde allí podía uno darse cuenta
de toda la gente que había! Era algo increíble, ¡por todas partes! Tenías la
impresión de haberte convertido de pronto en una mariposa después de no haber
sido más que una oruga. Y todo alrededor otras orugas estaban a punto de hacer
eclosión. Era la primera vez en que podía medirse el inmenso potencial político
de los latinos, y darse uno cuenta de hasta qué punto esta población formaba en
realidad una mayoría.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Se habría podido pensar que esta población, habiendo
tomado conciencia de su poder, no podía más que seguir después hacia adelante.
Pero había todavía muy pocas organizaciones capaces de estructurar ese
movimiento, y esto no ha cambiado desde entonces. El potencial político que tuvo
su expresión en ello no se ha materializado por tanto. Y los latinos siguen
siendo blanco privilegiado de los ataques más desleales. Mi mujer no tiene
papeles y nuestra vida cotidiana está totalmente organizada para evitar toda
circunstancia que entrañe riesgo para ella. A ella le encanta hacer dedo e ir a
la montaña, pero no podemos, porque la policía de fronteras está por todas
partes. Igual que en Europa, no nos enfrentamos a una sola frontera. Las
fronteras se repiten aquí y allá y por donde quiera que vayas hay zonas de
control.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Es la cantinela de toda la historia norteamericana. Todas
las generaciones de inmigrantes han conocido esas experiencias. Pero lo que
resulta nuevo es que esta experiencia se asume ahora dentro de un continuum
geopolítico. Ya no se habla de inmigración sino de seguridad. Y una de las cosas
que ha cambiado entonces es la manera de atravesar la frontera. Antes se iba
primero a buscar a algún hombrecillo del lugar que llevara estos asuntos, algún
emprendedor que supiera cómo cruzar. Le pagabas y él te pasaba, los había a
cientos. Pero la militarización de la frontera ha dejado vía libre a los cartels
de la droga, organizados en multinacionales. Si eres muy pobre, ya no te puedes
permitir cruzar. Antes, cuando conseguías cruzar, era un poco como los trabajos
al servicio de la comunidad, vendías naranjas en Los Ángeles durante tres meses
para devolver el dinero. Ahora a la gente se le pide que transporte droga.</DIV>
<DIV align=justify><BR>La guerra contra el terrorismo, la guerra contra la droga
o el arsenal de seguridad forman parte de una mecánica enmarañada, que se ha
vuelto increíblemente lucrativa. Son las grandes empresas las que construyen
prisiones privadas para los clandestinos o las que desarrollan tecnologías para
vigilar la frontera. En San Diego, donde vivo, he visto desarrollarse las
tecnologías de vigilancia utilizadas simultáneamente en Irak, en la frontera y
en nuestras ciudades. La universidad de San Diego — la de Marcuse, la de Angela
Davis — es uno de los lugares donde se han sembrado los gérmenes de una sociedad
literalmente orwelliana. Y son los inmigrantes los que han sufrido el regreso
del garrote más violento del mundo tras el 11 de septiembre.<BR>La barriada
marginal global</DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>La ciudad miseria
global</FONT></STRONG></DIV>
<DIV align=justify><STRONG></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG>- En su trabajo, las transformaciones urbanas
aparecen a la vez como un precipitado de las contradicciones sociales
contemporáneas, y como una apuesta muy real en torno a la cual se enfrentan las
técnicas de mantenimiento del orden y las formas de resistencia desesperada: la
ciudad-espejo y la ciudad-campo de maniobras. Así se ve sobre todo en Planet of
Slums [Planeta de barriadas marginales], [2] donde se trata de leer la política
mundial a través de la expansión de las barriadas marginales, y de mostrar cómo
los barrios de chabolas desestabilizan el orden político, obligándole a inventar
nuevos modelos. ¿Cómo se articulan esas dimensiones en su
reflexión?</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>- Comienzo siempre disculpándome cuando hablo de Planet
of Slums: no he vivido en Dháká (Bangladesh) ni en las Colonias Populares de
México. He trabajado principalmente en la Universidad de Berkeley, que dispone
de uno de los mejores fondos documentales en lo que respecta al desarrollo
urbano. Soy una especie de buscador a todos los niveles, un kamikaze de
biblioteca: voy allí, me llevo libros, los fotocopio, y me fabrico un corpus de
un millar de libros y artículos en inglés, y en menor medida en francés.</DIV>
<DIV align=justify><BR>No he buscado, por cierto, sólo tesis provocadoras;
quería ver qué puntos comunes se desprendían de todos los estudios sobre
ciudades en expansión, y me he centrado en dos temas especialmente preocupantes
desde hace unos veinte años.</DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify>En primer lugar, hay cada vez menos alojamientos disponibles
para los pobres en los centros metropolitanos; para encontrar donde vivir, hace
falta alejarse cada vez más del centro, en los lugares más peligrosos. Y hasta
los alojamientos más informales son objeto de mercadeo. Los pobres deben comprar
su terreno, o — sobre dónde esté, se cierran los ojos — alquilarlo a quienes son
tan pobres como ellos. Esta privatización del espacio ha destruido la válvula de
seguridad que constituía, hasta los años 70 y 80, la relativa libertad de
instalarse.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Luego, las posibilidades ofrecidas por la economía
informal — traperos, vendedores callejeros, trabajadores a jornal, etc. — se han
reducido considerablemente: hay muy poco trabajo, hemos entrado en el tiempo
darwiniano en el que la competición por sobrevivir es cada vez más dura. En
Planet of Slums empecé a explorar la relación entre esta intensa competencia en
la economía informal y las violencias interétnicas en las comunidades pobres. La
consecuencia mecánica de un mercado de trabajo completamente saturado es su
control por parte de las comunidades, hasta para los empleos peor pagados, de
acuerdo con criterios de pertenencia étnica, de lengua, de lealtad a un clan,
etc.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Ese era, desde luego, ya el caso en el siglo XIX: los
inmigrantes irlandeses — ¡mis antepasados! — sabían muy bien cómo controlar el
mercado de trabajo con el fin de reservarse empleos. Se puede por tanto
preguntar en qué medida el aumento de las tensiones interétnicas no se desprende
de la estructura misma de las economías informales, incluyendo las sociedades o
las ciudades en las que existe una fuerte tradición de solidaridad obrera. Es lo
que se observa, por ejemplo, en África del Sur con los progromos contra los
inmigrantes de Zimbabwe. Aún resulta más impresionante en Bombay: en la época de
esplendor de la industria textil, los representantes sindicales de los
trabajadores hindúes, musulmanes, tamiles, etc., pertenecían a una misma cultura
obrera; cuando han cerrado las fábricas, se ha visto el ascenso al poder, en los
barrios populares, de partidos estrictamente confesionales.</DIV>
<DIV align=justify><BR>El partido dominante hoy es allí el Partido Nacionalista
Hindú. La desindustrialización, el desmoronamiento o declive del movimiento
obrero, y el ascenso de partidos confesionales que controlan el mercado de
trabajo, el alojamiento y, en cierta medida, el acceso al microcrédito están
pues íntimamente ligados.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Los piqueteros sudamericanos son la excepción a la regla:
los trabajadores de los mataderos en Argentina, los mineros en Bolivia, los
estibadores en Venezuela, han importado con éxito las técnicas del movimiento
obrero a las barriadas marginales; en el momento en que perdían los medios para
desarticular la economía bloqueando las fábricas, han descubierto los medios
para bloquear las ciudades y controlar los accesos, como sucedió en El Alto, en
Bolivia, donde el bloqueo del aeropuerto ha desarticulado la economía.</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>- ¿Ve usted por tanto en estos movimientos no la
supervivencia de antiguas formas de lucha antiguas sino un posible
contramodelo?</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>- Hay una apuesta fundamental en un mundo destinado a
volverse cada vez más urbano, y en el que el 90% de las ciudades estarán
situadas en los países en desarrollo: la búsqueda de nuevas formas de actuar
para millones y millones de personas que, aunque estén marginadas, pueden sin
embargo tener un peso en la economía-mundo, gracias a su capacidad de bloquear
las ciudades.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Esta excepción latinoamericana es a mi entender una
alternativa a un mundo en el que los atentados con coche bomba y las represalias
con grandes contingentes de helicópteros se convertirían en la norma. El control
de las megalópolis es, desde hace 20 años, una apuesta de primer orden. La
ocupación de Ciudad Sadr, probablemente la barriada marginal más grande del
mundo, en Bagdad, ha inaugurado un modelo, con la militarización del
mantenimiento del orden. Pensemos igualmente en las intervenciones militares en
Puerto Príncipe, en Haití. Los norteamericanos y los brasileños, con ese
matrimonio curioso entre Bush y Lula, han inaugurado un modo de acción
concertado de mantenimiento de la paz como forma de retomar el poder
eficazmente. Esa es la solución por la que se interesa el ejército
norteamericano desde el inicio de los años 90, y debido a la bofetada que supuso
para los norteamericanos, pese a pérdidas relativamente leves — 19 o 20 muertos
—, la matanza de rangers en Mogadiscio. En ese momento es cuando han comprendido
que la barriada marginal era un nuevo escenario de luchas de poder.</DIV>
<DIV align=justify><BR>En los países del Tercer Mundo, allí donde se han
debilitado las capacidades de inversión del Estado, se desarrolla una hemorragia
de poderes: la gente se vuelve hacia modos alternativos de gobierno. Más allá de
todo el mal que causan, veamos qué papel desempeñan las redes de traficantes de
droga o las bandas de todos los géneros en el mantenimiento del orden, y de modo
más general, en la estructuración de lo cotidiano en las favelas de Río de
Janeiro, allí donde la policía de todos modos no interviene. La tendencia no ha
hecho más que acelerarse en los últimos veinte años, lo que obliga a los
gobiernos a plantearse la cuestión: « ¿Cómo retomar el control?»</DIV>
<DIV align=justify><BR>- Yo creo que la guerra urbana y las guerras entre bandas
van a convertirse en un problema de importancia geopolítica. Los antiguos
modelos para mantener el orden son ineficaces en las barriadas marginales:
imposible desestabilizar una red anárquica e invertebrada de barriadas
marginales, en las que no hay centrales eléctricas ni infraestructuras, tal como
se reprimía una revuelta en una vieja capital como Belgrado. Intente además
cargar y sus tropas se verán diezmadas. Se ha hecho un esfuerzo colosal para
comprender este nuevo terreno de guerra en el que está a punto de convertirse la
barriada marginal.<BR></DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3></FONT></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>Ciudades
vulnerables</FONT></STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>- Frente al análisis de las nuevas estrategias
desplegadas por las grandes potencias para el control de estos espacios urbanos,
su historia del coche bomba aparecía como una vertiente a la vez «low tech» e
imparable de luchas. Los «car bombs» son para usted a la vez el modelo de lo
incontrolable al que no consiguen oponerse los esfuerzos exponenciales de
control, y el producto de una situación mundial en la que poblaciones enteras,
por el hecho de estar excluidas del campo económico, andan buscando formas de
expresar su cólera. ¿Cómo se le ocurrió este proyecto?</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>- Viví durante varios años en Belfast, primero en
1974-1975, y después en 1981, durante la huelga de hambre de Bobby Sands y otros
militantes del IRA. Esto influyó profundamente en mi vida. Cuando en 1993 el
World Trade Center fue objeto de un atentado con un camión bomba, yo trabajaba
en L.A. Weekly y escribí que debíamos comprender la cólera y sus razones porque,
cuando vivía en Belfast, no podías caminar sin acabar en medio de una refriega.
Es un misterio que no me pegaran nunca un tiro, pero he visto explotar un coche
bomba, algo increíblemente potente y aterrador. Que un atentado de este género
llegara a América mostraba que hemos rebasado un límite.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Luego quise remontarme a la genealogía de los atentados
con coche bomba. Y cuanto más los estudiaba, más veía el punto de vista de los
revolucionarios, aun cuando se trate de un arma a la que habrá siempre que
oponerse. Es el equivalente de los bombardeos aéreos, y hay casi siempre mueren
víctimas inocentes, pero se trata de un arma imparable. Puedes construir
enclaves de seguridad como la «Zona Verde» de Bagdad, donde se encuentra la
embajada norteamericana: una ciudadela cuasi medieval defendida por carros
Abrams y helicópteros de combate. Puedes intentar proteger el corazón del
gobierno o la alta burguesía... Pero la cosa más eficaz que llegó a realizar el
IRA fue detonar un camión cargado de explosivos en la City de Londres. Murió una
persona accidentalmente, pero lo que se buscaba eran los daños económicos, ¡y
fueron demoledores! Se produjeron daños materiales por valor de mil millones de
libras. A dos minutos andando del edificio de Lloyds, esta explosión demuestra
la vulnerabilidad de los centros urbanos en una economía mundializada.</DIV>
<DIV align=justify><BR>En los Estados Unidos, hubo toda una histeria en torno a
la forma en que se podrían localizar y tomar como blancos los principales
servidores de la red informática para paralizar Internet. Hollywood le ha sacado
partido realizando esta película con Bruce Willis, Die Hard 4, en la que los
terroristas atacan las infraestructuras del país y cortan todas las
comunicaciones del territorio.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Decidí trabajar sobre los coches bomba porque las minas
antipersonas son muy eficaces, pero no lo son más que a condición de disponer de
una tecnología militar, de antiguos soldados... Cuando el arma se disimula en la
circulación, cuando el «ingenio explosivo» es un simple automóvil, cuando
cualquiera puede — en América, cuando menos — ir al supermercado, comprar abono
químico con nitratos, mezclarlo con gasóleo, y obtener una bomba lo bastante
potente como para destruir un edificio moderno de acero. Cuando dispones de un
arma que, mientras no se invente una máquina capaz de detectar algunas moléculas
de nitrato en un embotellamiento de 5.000 coches, es imparable. Este tipo de
acción la utilizan movimientos que tienen una base social fuerte, como Hizbolá
en el Líbano, e individuos aislados. Sólo hicieron falta dos hombres para
pulverizar un edificio de Oklahoma City en 1995, Timothy McVeigh y Alfred
Murrah. Es también un arma que se presta particularmente bien a las operaciones
de desestabilización llevadas a cabo por los servicios secretos: así de fácil
resulta maquillar la responsabilidad.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Tenía intención de escribir — y todas mis investigaciones
se han orientado en este sentido — una historia del terrorismo revolucionario
haciendo una distinción entre el terrorismo revolucionario de antes de la
Primera Guerra Mundial y el de antes de los años 60, a fin de mostrar que el
terrorismo revolucionario clásico nada tiene que ver moralmente con los
atentados tal como se realizan hoy en día. Los grupos de acción directa de los
socialistas rusos habrían preferido matarse antes que hacer explotar un
dispositivo que pudiera matar a civiles. Hay muy pocos ejemplos de violencia
ciega. Creo, pues, que el terrorismo es un concepto completamente inútil, porque
es un cajón de sastre. Lo que se precisa es una tipología. [3]</DIV>
<DIV align=justify><BR>De hecho, tanto el libro sobre el coche bomba como el
libro que he escrito sobre la gripe aviar se «cayeron» de Planet of Slums, como
se dice en el cine. El primero muestra la vulnerabilidad de las ciudades
atacadas en pleno corazón, en el cruce de las redes de comunicación. El segundo,
la vulnerabilidad de las ciudades a las nuevas enfermedades, sobre todo después
de que se industrializase el proceso de cría de ganado. Por un lado, la
industria agroalimentaria crea las condiciones de aparición y propagación de
nuevas enfermedades, sobre todo víricas; por otro, es responsable de crisis
alimentarias de unas dimensiones asombrosas, que parecen devolvernos a la época
de Dickens.</DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>Infiltración</FONT></STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>- Su trayectoria, al igual que su escritura,
parecen ambas hechas de entrecruzamientos: su biografía mezcla sindicalismo y
trabajo académico, y su estilo adopta a la vez el rigor de los escritos teóricos
y la rapidez del nuevo periodismo. ¿Se considera usted antes un universitario o
un activista?</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>- Si soy profesor universitario es porque se trata del
medio más sencillo y agradable que he encontrado de ganarme la vida. A finales
de los años 80, estaba tan descorazonado por el mundo intelectual que volví a
trabajar de camionero, lo cual me hizo perder dinero más que otra cosa: en mi
juventud era un oficio rentable, pero después de la desregulación de los
transportes en época de Reagan, hemos vuelto al nivel de los años 30. Como tenía
críos que alimentar, he escogido lo más fácil.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Puede parecer idiota, pero hasta que tuve 42 o 43 años no
me había considerado nunca otra cosa que un revolucionario profesional, digamos:
¡un revolucionario profesional en paro! Crecí en una barriada obrera de las
afueras, fui un adolescente rebelde e infeliz hasta un día de 1963 en que mis
primos afroamericanos (una parte de mi familia es negra) me llevaron a una
manifestación. No hacía nada que había dejado el instituto. Era como Pablo en el
camino de Damasco y este episodio fue mi zarza ardiente. Luego milité en un
sindicato estudiantil demócrata en Nueva York; acababan de echarme de la
facultad, en la que no había pasado más que unas semanas, era un estudiante
desescolarizado. He seguido la trayectoria activista norteamericana clásica, la
que va del movimiento de los derechos civiles al movimiento contra la guerra;
después me hice sindicalista: no tenía elección, había vuelto a trabajar.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Hoy me pagan de más por llevar una existencia demasiado
fácil. Tengo la sensación de veras de ser un usurpador. Mis libros los han
dictado las necesidades de la izquierda norteamericana. Escribí mi primer libro
para toda una generación de estudiantes y de obreros [4] que trataban en la
época de reorganizar el movimiento obrero y que planteaban en el partido
Demócrata el problema del trabajo. Después viví seis años en Londres, donde
trabajé para New Left Review y la editorial Verso. ¿Qué más? Todavía soy
oficialmente simpatizante — y hasta miembro — de un grupo de izquierda
socialista, la International Socialist Organization, políticamente muy próxima
al Socialist Workers Party británico (aun cuando no dejen de hacerse la guerra),
o de la LCR en Francia. Pero tengo que poner en duda que haya sido alguna vez un
militante muy bueno de algún grupo o partido: tengo un pensamiento demasiado
individualista y demasiado errático para eso, aunque creo que es necesario que
haya cuadros. Me defino como trotskista, por más que siempre me haya negado a
unirme a tal o cual grupo trotskista, porque no me parecía que hicieran gran
cosa aparte de organizar a la gente. No he sido nunca maoísta, y desde un
principio me di cuenta del mal que suponía el estalinismo. Estuve enamorado de
Cuba y todavía apoyo a la revolución venezolana, pero espero que Chávez no sea
un nuevo Fidel...</DIV>
<DIV align=justify><BR>Soy un hombre mayor. Pero eso no tiene ninguna
importancia cuando se sigue luchando. Sobre todo para alguien de mi generación
que ha conocido las batallas por los derechos civiles, los movimientos contra la
guerra, las revueltas sociales. Me resulta sencillamente imposible no tener
confianza en la idea de que la gente corriente puede cambiar el mundo. Debo ser
que sigo siendo un fanático. No tolero a la gente que dice que la tarea es
demasiado difícil o resulta irrealizable en su escala. Pero, por otro lado,
siento una gran culpabilidad por el hecho de que mi generación haya cambiado tan
poco el mundo.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Mi recuerdo más amargo data de 1970, después de la
invasión de Camboya y de aquellas inmensas manifestaciones en todos los campus y
ciudades de Norteamérica. En cuanto la administración Nixon decidió traer las
tropas de vuelta a casa y «vietnamizar» la guerra, como se decía, aunque
manteniendo una de las mayores campañas de bombardeos de la historia, el
movimiento antibelicista desapareció casi por completo, porque la clase media
norteamericana ya no vivía bajo la amenaza de recibir la orden de incorporarse a
filas.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Cuando me despierto por las mañanas, mi vida me hacer
reír, ¡tan cómoda se ha vuelto! Para alguien que en el pasado temía tan a menudo
no llegar a fin de mes ni ser capaz de cubrir las necesidades de su familia,
resulta muy tranquilizador. ¡Al mismo tiempo, tengo la impresión de ser un
impostor cuando estoy en la Universidad! Me siento mucho más a gusto echando un
trago con mi vecino de enfrente, un mecánico que trabaja — como tanta gente en
San Diego — en los Predator, esos aviones no tripulados que se utilizan para
sobrevolar Irán, y discutiendo con él sobre la moto que ha construido con un
motor de ocho cilindros.</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>- ¿Cómo ha influido esta posición, no de
intelectual comprometido sino casi de militante infiltrado en el universo
académico, en la recepción de sus libros?</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>- Algunos de mis libros han tenido éxito por razones
completamente opuestas a aquellas por las que los había escrito. Tras la
publicación de City of Quartz, me invitaron algunos de los hombres más ricos de
Los Ángeles; tuve que debatirme para no olvidarme de que se trataba de gente
perfectamente simpática, estando políticamente en las antípodas. Un día, Los
Angeles Times, inclinado a la derecha, me invitó a una conferencia. En ese caso,
ya era pasarse de la raya: dije que los hermanos McNamara — los sindicalistas
irlandeses que colocaron una bomba en los locales de Los Angeles Times en 1910 —
eran mis héroes.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Cuando escribí Magical Urbanization, no tenía ninguna
intención de que se me considerase un representante de los estudios
latinoamericanos, muy al contrario. Me dediqué a ese libro porque estaba
horrorizado por la ignorancia que la universidad mostraba por los trabajos de
investigación chicanos o portorriqueños, por las tesis de esos fabulosos
investigadores militantes que escriben sobre sus ciudades, sobre su crecimiento
demográfico, y, yendo más allá, sobre la urbanización de los modos de vida del
continente americano. Por tanto, quería balizar ese campo pasando revista a las
ideas y debates que lo atraviesan, a fin de que los lectores pudieran después
acudir a la lectura de los textos originales.</DIV>
<DIV align=justify><BR>En cierta medida, Planet of Slums es también un libro de
segunda mano: yo quería llamar la atención sobre un informe de la ONU que rompía
con la producción habitual de las Naciones Unidas, así como sobre trabajos
individuales de los que me serví explícitamente para la redacción del
libro.</DIV>
<DIV align=justify><BR>En cambio, debo mis dos libros sobre Los Ángeles — City
of Quartz y Ecology of Fear — a la época en la que viví allí y al tiempo que
pasé en sus calles. Uno de los inconvenientes de la vida a cuerpo de rey de
profesor de facultad está en que uno se encuentra aislado de la vida de los
barrios. La universidad mantiene una relación completamente desfasada con las
ciudades que se han transformado profundamente por las formas de vida de los
inmigrantes: hay gente que puede poner el acento en un saber que hace veinte
años que es viejo — en el mejor de los casos — respecto a barrios de Los Ángeles
como Inglewood, mientras que no pueden ni siquiera imaginar lo que puede pasar
allí hoy en día.</DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>Ciudad de cristal</FONT></STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>A veces se dice que yo vi venir los disturbios de Los
Ángeles de 1992. Puede que sea cierto, pero hasta el último chaval de doce años
habría podido verlo igual de bien. Dos años antes, yo había participado en una
manifestación sindical legal en el curso de la cual la policía cargó con una
brutalidad increíble: una mujer embarazada tuvo un aborto y aporrearon a la
gente en la cabeza. A mi me detuvieron por desacato: lo cierto es que me limité
a gritar «¡Plaza de Tiananmen!, ¡Plaza de Tiananmen!». Evidentemente, no era la
primera vez que me detenían, y no estaba por eso especialmente inquieto. Pero,
mira por dónde, acabo en la trasera de un furgón, con dos polis novatos de los
barrios blancos de West Side a punto de ser trasladados a South Central [5]. ¡Y
eran alucinantes! Cualquiera hubiera dicho que acababan de salir de la fabulosa
descripción de Armagedón en el libro del Apocalipsis: pronto serían ellos contra
las bandas, ¡en plena calle!</DIV>
<DIV align=justify><BR>Puede que yo haya profetizado los disturbios, pero para
ello me habría bastado hablar con los polis y con los chicos. La verdad es que
hacía falta ser un jefazo de la prensa o un pez gordo para no ver qué
consecuencias tendrían las redadas masivas de chavales — las «operaciones
Hammer», tristemente célebres— en 1987 y 1988, durante las cuales miles de
jóvenes tuvieron que sufrir enérgicos controles de identidad en los que los
ficharon tomándoles las huellas digitales. Todo el mundo sabía que la ciudad
estaba de los nervios.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Ahora bien, mi vida actual me ha separado de ese
sabiduría elemental que se adquiere discutiendo con los sin techo o con los
chicos de la calle. Por eso mismo, odio contestar cuando ahora me preguntan
sobre Los Ángeles.</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>- ¿Cómo contempla retrospectivamente los
disturbios que la publicación de City of Quartz parecía en efecto anticipar de
manera tan impresionante?</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>- Los disturbios de abril-mayo de 1992 en Los Ángeles no
fueron un acontecimiento aislado. El pillaje que lo acompañó tenía muchísimo que
ver con las revueltas del hambre o con los disturbios contra el FMI en América
Latina. Es gente que no dispone de ninguna red de seguridad. En eso, todo el
mundo se ha equivocado en Los Ángeles. En Los Angeles Times se podía leer que
los disturbios habían destruido tal cantidad de supermercados que cuando los
camiones de la ciudad descargaban alimentos los tomaron al asalto. ¡Eso era
confundir las causas de los disturbios con sus efectos! He llegado a decir que
la imagen más importante de los disturbios se tomó varios meses antes de su
detonante: la foto de miles de personas — en su mayor parte, mujeres latinas con
sus hijos — haciendo cola para la sopa popular en la Nochebuena de 1991. Los
disturbios no surgieron de la nada, aun cuando no tengan una explicación
unívoca.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Antes incluso de que comenzase la revuelta, se produjo
esta extraordinaria tregua de las bandas de Los Ángeles. Fue un poco como si en
plena disolución de Yugoslavia, ¡los serbios de Bosnia hubieran decidido deponer
las armas! La tregua la había acordado una asamblea de jefes de bandas de la
generación precedente y de activistas políticos: ¡un verdadero milagro social!
Esta tregua habría podido abrir perspectivas inmensas si los políticos y, sobre
todo, los políticos negros hubieran estado a la altura. Los jefes habían dicho:
«podemos dejar de luchar, pero no podemos decretar el final de una organización
política que descansa sobre la economía de la droga: hacen falta medios,
trabajo, escuelas, etc.». Y de hecho, después de los disturbios de Watts [barrio
negro de Los Ángeles] de 1965, la administración Johnson — por lo menos durante
algún tiempo — aportó medios y creó empleo. Pero después de 1992, nada.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Y la tregua de las bandas que habían acordado tipos que
hoy están en la cuarentena se rompió. Los chicos siguen matándose entre ellos y
hay más violencia étnica que nunca entre latinos y negros. Hay movilizaciones
puntuales, pero no perduran, porque cuando eres pobre dedicas la mayor parte de
tu tiempo a intentar sobrevivir. Esas luchas — de las más reformistas y
moderadas a las más violentas y revolucionarias— se esfuerzan por desembocar en
otra cosa que no sea una vaga mejora de lo cotidiano, a falta de interlocutores
que pongan sobre la mesa los medios consiguientes; por tanto, se agotan rápido y
vuelven a una economía de subsistencia, en la que la gente utiliza su único
recurso disponible: el control de su territorio. Cuando se les priva de todo, la
capacidad de excluir a alguien de su territorio es la única forma de
poder.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Hay que reconocer honestamente que hoy en Los Ángeles hay
más pobreza y tantas necesidades por lo menos como en 1992. Lo que ha cambiado
es que se han destinado miles de millones de dólares de los fondos públicos, con
el asentimiento de casi todo el mundo, para la rehabilitación de los barrios del
centro. Esta gentrificación [6] del centro ciudad se ha saldado con el rechazo
de los barrios de las afueras que constituyen la base misma de la economía: un
millón y medio de personas que trabajan por sueldos de miseria, y cuyos hijos
tienen perspectivas de futuro muy restringidas. Hay gente en Los Ángeles que
imagina que han dejado atrás lo peor; están totalmente equivocados.</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>- ¿Se le ocurre cómo señalar formas de resistir a
las tendencias apocalípticas que se dibujan en sus libros? ¿El pesimismo que se
desprende de ello no produce una cierta impotencia?</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>- En Los Ángeles siempre me enfrento con gente que busca
un equilibrio entre pesimismo y optimismo. Pero no son para mí categorías
pertinentes. Yo crecí en un barrio "de cuello azul" de las afueras y, al
contrario que mucha gente de mi generación, nunca pensé que pudiéramos
verdaderamente conseguir la victoria. Siempre he pensado que había que luchar y
resistir hasta el final, y levantar proyectos sin parar, hacer vivir las ideas.
Por desgracia, escribo lo que creo y lo que veo. No se trata de una estrategia
para que los libros causen sensación o vendan más. Yo escribo sobre lo que me
obsesiona.</DIV>
<DIV align=justify><BR>En los años 90 quise escribir un libro sobre los
disturbios de Los Ángeles. Conocía a muchas personas implicadas, y creía
disponer de un observatorio privilegiado, porque estábamos verdaderamente frente
a un archipiélago de historias de vecindario, todas diferentes, que hacía falta
conocer de cerca para poder comprender. Pero, a fin de cuentas, si no he podido
escribirlo es porque me tocaba demasiado de cerca, era demasiado triste, no
podía implicarme hasta ese punto en la vida de la gente y escribir así sobre
ellos.</DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>Nuevas fronteras</FONT></STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>- En 1990 puso usted como subtítulo de City of
Quartz "excavating". Dieciocho años más tarde se ha publicado en Francia una
obra bajo su dirección titulada Paradis infernaux. Les villes hallucinées du
néo-capitalisme (Evil Paradises: Dreamworlds of Neliberalism), en la que firma
usted un texto Dubai: ¿a partir de ahora ya no es la Costa Oeste sino Oriente
Medio lo que hay que examinar para desentrañar el futuro?</STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><BR>- Si Dubai prefigura el futuro, no es el futuro como
progreso sino el futuro como callejón sin salida. Es un enclave en el que se
encuentran las familias autóctonas más adineradas de Dubai pero también las
estrellas de rock británicas, los gángsteres rusos, etc. Ahora bien, ese modelo
tiene futuro. En muchos países ahora le llega el turno a las clases medias de
tomar el avión para llegar a guetos dorados, a enclaves protegidos: se trata en
lo esencial de construir, para ellos solos, un planeta alternativo, un modo de
vida alternativo, al margen de la crisis que vive el resto de la humanidad. Ya
no resultaba demasiado difícil escribir sobre las gated communities [barrios
cerrados con seguridad privada] en la época en que se circunscribían a las
fronteras norteamericanas. Pero hoy en día hay pequeñas Californias
hiperprotegidas en la periferia de Pekín y las residencias dignas de
Disneylandia se multiplican en las afueras de Yakarta.</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>- ¿En qué está trabajando
actualmente?</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>- ¡Sin duda en demasiadas cosas a la vez! Uno de mis
proyectos intenta mostrar que el coste actual de la adaptación al cambio
climático — o su disminución — es bastante más elevado de lo que se dice, sobre
todo porque la eficiencia energética no progresa y no ha progresado demasiado
hasta ahora. La mayor parte de las hipótesis imaginan que el 60% de la
disminución de los gases de invernadero vendrá espontáneamente del ahorro
energético en la industria. Ahora bien, yo no veo ningún caso concreto en que en
el que el consumo de energía caiga de verdad. La idea sería pues escribir un
libro una de cuyas mitades explicaría por qué el capitalismo no puede hacer otra
cosa que proporcionar botes de salvamento en algunos países ricos, sobre todo
debido al impacto geográfico desigual del cambio climático que va a agravar y
reforzar las desigualdades mundiales. La segunda mitad trataría de las ciudades
y del hecho de que si la urbanización en el mundo es una de las causas
principales del cambio climático, entonces es en las ciudades donde reside la
solución. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Precisamente es el carácter antiurbano de las ciudades,
sobre todo la separación entre ricos y pobres, entre los que trabajan y los que
consumen, lo que tiene efectos destructivos. Ciertas cualidades urbanas
«clásicas» representan también las soluciones ecológicas más eficaces y las
únicas que ofrecen esperanzas, sobre todo mediante la redistribución de la
riqueza, de responder a la inmensidad de las necesidades humanas no satisfechas
con recursos renovables limitados. Encuentro fuente de inspiración y reflexión
en los escritos del arquitecto socialista británico William Morris, en los años
en torno a 1880, o en los debates sobre el Karl Marx Hof, ese conjunto de
viviendas sociales compuesto de 1382 apartamentos, situado en el barrio de
Heiligenstadt de en Viena. Durante la guerra civil de 1934, sirvió de cuartel
general a los militantes que luchaban contra el ascenso del nazismo, y fue
bombardeado tanto para vencer al enemigo comunista como para destruir el símbolo
que representaba.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Los trabajos de los vhutemas, en Rusia, son también
apasionantes. Estos talleres superiores de arte y técnica fueron creados por
Lenin en 1920. Querían llenar las ciudades rusas traumatizadas por la guerra
civil de edificios comunitarios, de equipamientos públicos, de teatros, de
centros sociales, de bibliotecas, de lugares de encuentro para favorecer el uso
democrático del espacio público y mejorar el nivel de vida. Hace falta echar un
vistazo a los viejos debates del urbanismo y discutir su pertinencia para el
destino de las ciudades en crisis demográfica y ecológicamente.</DIV>
<DIV align=justify><BR>He escrito un texto sobre uno de mis carteles favoritos
de los años 60, que procede del SDS alemán — el sindicato de estudiantes
socialistas alemanes — en el que podían verse los perfiles de Marx, Engels y
Lenin sobre fondo rojo, y escrito debajo: «algunas personas se interesan por el
tiempo que hace: ellos no». Comienzo ese ensayo explicando que sí debían haberse
interesado. Mi idea consiste, así pues, en intentar explicar a qué podría
asemejarse una especie de historia medioambiental marxista. Esta es la idea,
pero quién sabe si no habrá para entonces un nuevo temblor de tierra en Los
Ángeles, tal vez hasta platillos volantes.</DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG>* </STRONG>Mike Davis, historiador, sociólogo,
urbanista marxista, nacido en la ciudad de Fontana (California, Estados Unidos).
Trabajó como obrero en los mataderos y fue chofer de camión. Es profesor en la
Universidad de California en Irvine y miembro del consejo editorial de la New
Left Review (Gran Bretaña). <FONT face=Arial>Autor de numerosas obras, algunas
han sido traducidas al castellano: El monstruo llama a nuestra puerta (Ediciones
El Viejo Topo, Barcelona, 2006); Ciudades muertas (Editorial Traficantes
de sueños, Madrid, 2007); Los holocaustos de la era victoriana tardía (Ed.
Universitat de València, Valencia, 2007). En portugués la editorial Boitempo ha
publicado: Cidade de Quartzo y Planeta Favela. Sus últimos libros
publicados en inglés son: In Praise of Barbarians: Buda's Wagon: A Brief
History of the Car Bomb (Verso, 2007); In Praise of Barbarians: Essays against
Empire (Haymarket Books, 2008) </FONT><BR></DIV>
<DIV align=justify><STRONG><U>Notas de la Traducción</U></STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>[1] Industrial Workers of the World fue el sindicato
norteamericano más radical e innovador de la primera mitad del siglo XX. Sus
miembros, de orientación socialista y libertaria, eran conocidos como wobblies.
En los últimos años ha experimentado un fecundo e interesante
renacimiento.<BR>[2] Planeta de ciudades miseria, Foca, Madrid, 2008. El término
en inglés es slum o shantytown; en francés, bidonville; en Brasil, favela; en
España, se denomina barrio de chabolas; en Argentina, villa miseria; en México,
ciudad perdida; en Uruguay, cantegril; en Venezuela, ranchitos.<BR>[3] En su
historia mundial del terrorismo revolucionario entre 1872 a 1932, Mike Davis
distingue cuatro tipos de terrorismo: ético-simbólico (Ravachol), recuperador
(del tipo de la banda de Bonnot), defensivo, y terrorismo socialista
revolucionario ruso (Les Héros de l'enfer, Textuel, 2007).<BR>[4] Prisoners of
the American Dream. Politics and Economy in the US Working Class, Verso,
Londres, 1986.<BR>[5] «South Central» designa el sur y sudeste de Los Ángeles,
sinónimo en la época de decadencia urbana y criminalidad violenta.<BR>[6] El
término original en inglés de gentifrication define el fenómeno de substitución
de las clases modestas que viven en el centro de las ciudades por profesionales
y gente de altos ingresos, los únicos que pueden permitirse pagar los precios
inmobiliarios de dichos barrios tras su renovación.
<HR>
</FONT></DIV></BODY></HTML>