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<DIV align=center><STRONG><FONT size=4><U>boletín solidario de
información<BR></U><FONT color=#800000 size=5>Correspondencia de Prensa</FONT>
<BR><U>8 de agosto 2010</U><BR><FONT color=#800000 size=5>Colectivo Militante -
Agenda Radical</FONT><BR>Gaboto 1305 - Montevideo - Uruguay<BR>redacción y
suscripciones: </FONT></STRONG><A
href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><FONT
size=4>germain5@chasque.net</FONT></STRONG></A></DIV>
<DIV>
<HR>
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<DIV align=justify><BR><STRONG><FONT
size=3>Colombia</FONT></STRONG></FONT></DIV>
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<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2><STRONG><FONT size=3>Los abusos de la
guerra</FONT><BR><BR></STRONG></DIV></FONT>
<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2><STRONG>Por venganza, escarmiento o
simple crueldad, muchas mujeres han sido violadas en medio del conflicto. La
mayoría guarda silencio. Quienes denuncian, reciben poco apoyo. Semana y el
Comité Internacional de la Cruz Roja se unieron para mostrar los rostros
invisibles de la guerra. <BR></STRONG></DIV></FONT><FONT face=Arial
size=2></FONT>
<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2><STRONG></STRONG></FONT> </DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2><STRONG></STRONG></FONT> </DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2><STRONG>Revista Semana, Bogotá,
7-8-10</STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2><A
href="http://www.semana.com/"><STRONG>http://www.semana.com/</STRONG></A></FONT></DIV><FONT
face=Arial size=2>
<DIV align=justify><BR><BR>Al final, cuando ya todos la habían abusado como les
dio la gana, vino uno y la marcó con las iniciales AUC (Autodefensas Unidas de
Colombia) los brazos, la espalda, debajo de cada seno. “Para que le mostrés
a tu novio, hijueputa” fue la agresión final y todos se echaron a reír mientras
se acomodaban la bragueta. <BR><BR>Después de tomar muestras de semen y saliva,
los médicos de Medicina Legal que atendieron a la mujer fotografiaron las
cortadas, y ahora el expediente está en manos de una corte internacional. Pero
ese es un caso de hace años, de cuando los paramilitares comenzaron a
disputarles a las guerrillas el control de los barrios periféricos de
Medellín.</FONT></DIV><FONT face=Arial size=2>
<DIV align=justify><BR>En esos días entraban a las casas a buscar a sus enemigos
y cuando no los encontraban se ensañaban con sus mujeres, feroces, barbáricos.
Pasaba lo mismo en otras ciudades y también en otros pueblos donde el pene era
una extensión del fusil asesino.<BR> <BR>Con la desmovilización de los
grupos paramilitares, y con ello el descenso en los niveles de confrontación,
los investigadores sociales pensaron que los abusos sexuales derivados de la
guerra podrían superarse. Pero no llegó a ocurrir. Los nuevos grupos mafiosos
que coparon los fortines paramilitares continuaron las violaciones como arma de
intimidación y sometimiento. No solo ellos. Guerrilleros y soldados del Ejército
Nacional se sumaron a las agresiones. Los siguientes casos de víctimas
auxiliadas por el Comité Internacional de la Cruz Roja fueron cometidos entre
2007 y 2009, después de las promesas de que toda la barbarie era cosa del
pasado. <BR></DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify>¿Por qué una crueldad semejante?</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>Madre e hija</STRONG> <BR><BR>S. es la mamá de
V., que es una adolescente de ojos cafés muy grandes y pestañas largas. En 2008
la mujer tenía 38 años, su hija 15. Las violaron tres hombres de las Águilas
Negras en un pueblo de Antioquia. Fue el mismo día, en la madrugada, a eso de la
una. S. había ido dos veces a la Fiscalía local a decir que los nuevos
paramilitares acosaban a su hija y que le mandaban mensajes amenazantes al
celular: “Estás muy rica, mi amor. Cuídate mucho”. “Así las buscamos, seriecitas
y caseras. No nos gustan las putas”. “No salgas por ahí solita que te pueden
robar”. <BR><BR>El fiscal vio los mensajes y se rio. Dijo que esas eran cosas de
muchachos, que no había que prestarles atención. Las Águilas Negras, lo mismo
que sus antecesores, iban y venían por el pueblo a ojos de todos, sabiéndose
dueños y señores. V. era una alumna ejemplar de su colegio. Sabía tanto de
matemáticas que les daba clases a sus compañeros. No tenía novio. Madre e hija
vivían solas. <BR><BR>“Uno violó a mi mamá y dos a mí. Estaba oscuro y llovía
duro, con truenos y rayos. Se fueron a la media hora”, dice V. en algún barrio
de Medellín, donde permanece escondida. Ella enfermó, de pronto, semanas
después. Le subían fiebres y andaba débil, con mareos y vómito. Ya no pudo
volver al colegio, pero ambas mujeres convinieron en no contar lo sucedido. “Si
abren la boca se las cerramos”, prometieron las Águilas Negras, que de vez en
cuando pasaban por el frente de la casa en sus carros con música de fiesta a
todo volumen, reguetón, rancheras, vallenatos, canciones de
despecho.<BR> <BR>Un día, desesperada por la repentina enfermedad de su
hija, la madre habló con el conductor de un camión donde transportaban cerdos
para que las sacara del pueblo a escondidas. En la ciudad V. siguió
debilitándose. El diagnóstico fue un embarazo molar, un feto sin formas ni
rostro ni piernas ni brazos, una masa dura que amenazaba con seguir creciendo.
El procedimiento de extracción fue doloroso, y no supuso el fin de la pesadilla
sino el comienzo de otra. V. desarrolló un cáncer en el útero que pronto hizo
metástasis y amenazó sus pulmones y espalda. ¿Podía ser todo más cruel? Sí, un
poco más. <BR><BR>Enterados de cada paso que daban la madre y su hija, las
Águilas Negras las llamaban a recordarles que no abrieran la boca y después les
nombraban, uno por uno, los familiares que aún tenían en el pueblo, tíos,
sobrinos, primos. Hasta ahora, salvo el Comité Internacional de la Cruz Roja que
las asiste con ayuda humanitaria, nadie más, ni siquiera los médicos que la
atienden, saben el origen del embarazo molar de V. Ella, contra todo pronóstico,
se ha ido recuperando. Después de la quimioterapia le ha vuelto a crecer el pelo
y su rostro se ve tranquilo. Si las rapaces Águilas Negras no se lo impiden, se
graduará de bachillerato en diciembre, y ya sabe qué quiere seguir estudiando:
Medicina, después Oncología. Su madre la ve y sonríe. <BR><BR><STRONG>Otra
María</STRONG> <BR><BR>A María de Jesús la violó un guerrillero porque ella
tenía un hijo en el Ejército. Ese hijo se llama Javier Alonso y es un
contrainsurgente en El Caguán, en el sur del país, la antigua zona de distensión
durante las malogradas conversaciones de paz entre el gobierno de Andrés
Pastrana y el Secretariado de las Farc. El violador era alto, robusto, “de ojos
de diablo”, dice la abuela, que pronto cumplirá 59 años. Su esposo, Jesús
Emilio, permanece a su lado. Él tiene 63 años, y esa mañana estaba cortando caña
para llevar a un trapiche de panela donde trabajaba por días. Ella había entrado
una ropa del patio porque parecía que iba a llover. Ahí estaba el poncho del
marido, limpio y doblado. “Él lo cogió y me lo amarró en la cabeza, después
comenzó a quitarme la ropa”, recuerda María, y baja la mirada. Jesús le presta
las manos, como ayudándola a pasar por un barranco. <BR><BR>Mientras la violaba,
el guerrillero le gritaba insultos, y después la amenazaba. Cuando todo terminó
ella se fue al patio y buscó el limonero, a un lado del baño. “Corté unos
limones, los partí y me los pasé por todo el cuerpo, las piernas, el pecho, los
brazos, la boca”, dice María, y debe contenerse para no llorar. Ella tampoco ha
tenido derecho a que se haga justicia y además, como si la agresión ya no fuera
suficiente, ella y su esposo debieron abandonar la casa en el campo, los
animales, la huerta florecida. Ahora el Estado ni siquiera los reconoce como
desplazados. <BR><BR>Cuando su hija la llevó a Medicina Legal para formalizar la
denuncia, lo único que encontraron los peritos fueron quemaduras por el ácido
cítrico del limón. Ocurre todo el tiempo. En su afán por limpiarse la
inmundicia, las mujeres abusadas terminan retirando las pruebas que ningún
violador podría refutar: los rastros de saliva y semen. Es como si el asco que
producen en sus víctimas terminara asegurándoles impunidad. Pero a nadie parece
importarle demasiado, solo a las organizaciones defensoras de los derechos
humanos, casi siempre bajo sospecha por culpa de su insistencia en señalar la
verdad dolorosa en un país que ya se cree a salvo de sus tragedias. <BR><BR>Un
detalle basta para advertir lo indefensas?que están las mujeres abusadas en
medio del conflicto armado: si una de ellas decide suspender un embarazo
producto de una violación, incluso a pesar de que la ley le reconoce ese
derecho, corre el riesgo de irse al mismísimo infierno según les advierte su
propia doctrina religiosa. La pregunta quizás sea: ¿a qué otro infierno?
<BR><BR><STRONG>María</STRONG> <BR><BR>María es una abuela de 87 años, pelo
largo recogido en una cola, menudita, ojos cafés, dedos pequeños, de uñas recién
cortadas. Lleva vestido y enaguas. La tela es de flores y pájaros. Sus zapatos
son negros de amarrar, de suela de caucho. La violaron el viernes 9 de noviembre
de 2007, día consagrado a una virgen italiana de la Edad Media. Desde entonces,
la expresión de María es casi siempre lejana, dura, rabiosa. Fue un soldado
encapuchado. Usaba pasamontañas y le puso el fusil en el pecho. “Vieja, no
grités que te mato”, le dijo el militar adscrito a un batallón con nombre de
héroe de la Independencia. <BR><BR>Uno se imagina a María gritando, así tan
delgadita, y sabe que de todas formas nadie la hubiera escuchado, de pronto su
gato o las cinco gallinas con las que vivía sola, desde que la guerrilla amarró
a su hijo Jesús como si fuera un novillo y lo fusiló ahí; muy cerca. Su casa
queda al borde de la carretera entre Medellín y Bogotá, a un kilómetro de un río
caudaloso que divide la montaña en dos. El soldado la empujó sobre la cama y
mientras la violaba con rudeza, la mordió en el cuello, los brazos, los senos.
La anciana se lleva las manos a la cara: “Mi enemigo se quedó un rato y después
se fue cansado de hacerme mal”, dice. María lavó las sábanas y las cobijas
sucias de sangre y se bañó el cuerpo con jabón de ropa. No le dijo nada a nadie
porque los soldados rondaban por ahí y ella ya no les creía que fueran buenos.
Tres días después, preocupada de no verla salir con sus gallinas por el patio,
una vecina fue a buscarla y la encontró sentada en la cama, con la mirada
perdida. Fue cuando la historia se supo y llamaron a su otro hijo en Medellín,
un conductor de bus de una ruta que parece imaginaria: lleva a París, el barrio.
De eso hace tres años y las autoridades todavía no dicen nada de los
responsables. Repiten que hay 20 soldados sospechosos. Eso y ya.
<HR>
</FONT></DIV></BODY></HTML>