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<DIV align=center><STRONG><FONT size=4><U>boletín solidario de
información<BR></U><FONT color=#800000 size=5>Correspondencia de Prensa
<BR></FONT><U>22 de febrero 2011<BR></U><FONT color=#800000 size=5>Colectivo
Militante - Agenda Radical<BR></FONT>Gaboto 1305 - Montevideo -
Uruguay<BR>redacción y suscripciones: </FONT></STRONG><A
href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><FONT
size=4>germain5@chasque.net</FONT></STRONG></A><BR></DIV>
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<HR>
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<DIV align=justify><BR><STRONG><FONT size=3>Libia </FONT></STRONG></DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3></FONT></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>El presidente libio, ¿hacia el
precipio?<BR></FONT></STRONG><BR><BR><STRONG>Robert Fisk<BR>The Independent,
Gran Bretaña<BR></STRONG><A
href="http://www.independent.co.uk/"><STRONG>http://www.independent.co.uk/</STRONG></A></DIV>
<DIV align=justify><STRONG>La Jornada, México, 22-2-11<BR></STRONG><A
href="http://www.jornada.unam.mx/"><STRONG>http://www.jornada.unam.mx/</STRONG></A></DIV>
<DIV align=justify><STRONG>Traducción de Jorge
Anaya <BR></STRONG><BR> <BR>Conque también el anciano, paranoico y
lunático zorro de Libia –el pálido, infantil dictador de colgantes carrillos,
nacido en Sirte, dueño de su propia guardia pretoriana femenil y autor del
ridículo Libro Verde, quien una vez anunció que llegaría en su blanco corcel a
una cumbre de los No Alineados en Belgrado– va a rodar por tierra. O ya rodó. La
noche del lunes, el hombre al que vi por primera vez hace más de tres décadas,
saludando con solemnidad a una falange de hombres ranas uniformados de negro que
marchaban azotando con las aletas el ardiente pavimento de la plaza Verde en una
noche tórrida de Trípoli, durante un desfile militar de siete horas, parecía
estar de huida al fin, perseguido –como los dictadores de Túnez y El Cairo– por
su propio pueblo enfurecido.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Las imágenes en YouTube y Facebook relatan la historia
con un realismo granoso y opaco, la fantasía trocada en incendios y cuarteles de
policía en llamas en Bengasi y Trípoli, en cadáveres y fieros hombres armados,
en una mujer que se inclina pistola en mano desde la portezuela de un auto, en
una multitud de estudiantes –¿serían lectores de la literatura del tirano?–
haciendo pedazos una réplica en hormigón de su espantoso libro. Balas, llamas y
gritos por celular, vaya epitafio para un régimen al que todos apoyamos de
cuando en cuando.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Y aquí, sólo para enfocar nuestra mente en el cerebro del
deseo en verdad excéntrico, va una historia verdadera. Hace apenas unos días,
mientras el coronel Muammar Kadafi enfrentaba la ira de su pueblo, se reunió con
un viejo conocido árabe y pasó 20 minutos de cuatro horas preguntándole si
conocía un buen cirujano plástico que le levantara las mejillas. Es –¿tengo que
decirlo, tratándose de este hombre?– una historia cierta. El anciano tenía mal
aspecto, con la cara colgante e hinchada, sencillamente la de un magnoon (loco),
un actor de comedia que entró en la tragedia en sus últimos días, desesperado
por la última maquillista, la llamada final a la puerta del teatro.</DIV>
<DIV align=justify><BR>En esa hora, Saif al-Islam al-Kadafi, fiel recreador de
su padre, tuvo que subir por él al escenario mientras Bengasi y Trípoli ardían,
y amenazar con el “caos y guerra civil” si los libios no volvían al redil.
“Olvídense del petróleo, olvídense del gas”, anunció este bobalicón acaudalado.
“Habrá guerra civil.”</DIV>
<DIV align=justify><BR>Arriba de la cabeza del amado hijo en la televisión
estatal, un verde Mediterráneo parecía manar de su cerebro. Todo un obituario,
si se piensa en ello, para casi 42 años de gobierno de Kadafi.</DIV>
<DIV align=justify><BR>No exactamente como el rey Lear cuando amenaza con hacer
“tales cosas, las que sean, no lo sé, pero que serán el terror de la tierra”,
sino más bien como otro dictador en un búnker diferente, convocando ejércitos
inexistentes que lo salvaran en su capital y echando al final la culpa de su
calamidad a su pueblo. Pero olvídense de Hitler: Kadafi estaba en una clase por
sí solo: Mickey Mouse y profeta, Batman y Clark Gable, y Anthony Quinn en el
papel de Omar Mukhtar en El león del desierto; Nerón y Mussolini (versión 1920),
y al fin, inevitablemente, el más grande actor de todos: Muammar Kadafi.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Escribió un libro titulado Escape al infierno y otros
cuentos –muy apropiado bajo las infortunadas circunstancias actuales–, y exigió
una solución de un solo Estado al conflicto palestino-israelí, el cual sería
llamado “Israeltina”.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Poco después echó a la mitad de los residentes palestinos
de Libia y les dijo que marcharan a pie hacia su tierra perdida. Abandonó
ruidosamente la Liga Árabe por considerarla irrelevante –un breve momento de
cordura, hay que admitirlo– y llegó a una cumbre en El Cairo confundiendo
deliberadamente la puerta de un baño con la del salón de conferencias hasta que
el califa Mubarak lo condujo con una sonrisa que delataba sufrimiento.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Y si lo que atestiguamos es una verdadera revolución en
Libia, pronto podremos –si los empleados de las embajadas occidentales no llegan
antes a cometer un poco de pillaje serio y desesperado– escarbar en los archivos
de Trípoli y leer la versión libia de lo ocurrido en Lockerbie y del bombazo en
el vuelo 722 de UTA, y de las bombas en la disco de Berlín, por las cuales un
montón de civiles árabes y la propia hija adoptiva de Kadafi perecieron en los
ataques de venganza de Estados Unidos, en 1986; de sus suministros de armas al
ERI y los asesinatos de opositores dentro y fuera del país, y del homicidio de
una policía británica, de su invasión a Chad y sus tratos con magnates
petroleros británicos, y (caiga la desgracia sobre todos nosotros en este punto)
la verdad acerca de la grotesca deportación de Al Megrahi, el supuesto autor del
bombazo en Lockerbie, demasiado enfermo para morir, quien tal vez todavía hoy
podría revelar algunos secretos que el Zorro de Libia –junto con Gordon Brown y
el procurador general de Escocia, porque todos son iguales en el escenario
mundial de Kadafi– preferiría que no supiéramos.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Y quién sabe qué nos dirán los archivos del Libro Verde
–y por favor, oh insurgentes de Libia, que su justa ira no los lleve a quemar
estos invaluables documentos– acerca de la supina visita de lord Blair a este
anciano repulsivo, una figura de mente trastornada cuyo gesto de “estadista”
(palabras del viejo farsante marxista Jack Straw cuando el autor de Escape al
infierno prometió entregar los materiales nucleares con los que sus científicos
habían fracasado estrepitosamente en fabricar una bomba) permitió a nuestro
fervoroso líder asegurar que, si no hubiéramos golpeado a los saddamitas con
nuestra justificada ira por sus propias inexistentes armas de destrucción
masiva, también Libia se hubiera unido al eje del mal.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Lástima, lord Blair no prestó atención al factor
“sorpresa” de Kadafi, esa singular cualidad de pasar por hombre cuerdo mientras
en secreto se cree –como el recordado Omar Suleiman en El Cairo– ser un foco
eléctrico. Apenas unos días después del apretón de manos de Blair, los sauditas
acusaron a Kadafi de conspirar –los detalles, por cierto, eran horriblemente
convincentes– para asesinar al rey Abdulá de Arabia Saudita, aliado de Gran
Bretaña. Pero, ¿por qué sorprenderse cuando el hombre más temido y hoy más
escarnecido y odiado por su propio pueblo vengativo escribió, en su ya citado
Escape al infierno, que la crucifixión de Cristo fue una falsedad histórica y
que –aquí digo una vez más que cierto fantasmal asomo de verdad se adhiere de
cuando en cuando a los delirios de Kadafi– un “cuarto reich” alemán se asentaba
sobre Gran Bretaña y Estados Unidos? Al reflexionar sobre la muerte en esa obra
trágica, se pregunta si es masculina o femenina. El líder de las Grandes Masas
Populares del Pueblo Árabe Libio, sobra decirlo, se inclinaba por lo
segundo.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Como en todas las historias del mundo árabe, una
narrativa histórica precede a la dramática procesión de la caída de Kadafi.
Durante décadas sus opositores intentaron darle muerte; se sublevaron como
nacionalistas, como prisioneros en sus cámaras de tortura, como islamitas en las
calles de –¡sí!– Bengasi. Y él los aplastó a todos. De hecho, esa venerable
ciudad ya había alcanzado el estatus de mártir en 1979, cuando Kadafi ahorcó en
público a estudiantes disidentes en la plaza principal. Ni siquiera menciono la
desaparición, en 1993, del defensor de los derechos humanos Mansour al-Kikhiya
cuando asistía a una conferencia en El Cairo, en la que se quejó de la ejecución
de presos políticos por Kadafi. Y es importante recordar que, hace 42 años, la
propia oficina británica del exterior dio su beneplácito al golpe de Kadafi
contra el afeminado y corrupto rey Idriss porque, según nuestros mandarines
coloniales, era mejor tener a un flamante coronel que a una reliquia del
imperialismo a cargo de un Estado petrolero. De hecho, muchos mostraron casi el
mismo entusiasmo por este déspota decadente cuando lord Blair llegó a Trípoli
décadas después para el apretón de manos.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Y, como nos dijo un grupo libio de oposición hace años
–en ese tiempo, claro, no nos interesaba esa gente–: “Kadafi nos quiere hacer
creer que está a la vanguardia de cualquier avance de la humanidad que haya
surgido durante su vida”.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Todo es cierto, aunque ahora se vea reducido a una farsa
indigna de Shakespeare. Mi reino por un levantamiento facial. En esa reunión de
los No Alineados en Belgrado, Kadafi llevó incluso un avión lleno de camellos
para que lo abastecieran de leche fresca. Pero no se le permitió llegar en su
blanco corcel. Tito se encargó de eso. Ése sí que era un dictador.
<HR>
</FONT></DIV></BODY></HTML>