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<DIV align=center><STRONG><FONT size=4><U>boletín solidario de
información<BR></U><FONT color=#800000 size=5>Correspondencia de Prensa
<BR></FONT><U>26 de marzo 2011<BR></U><FONT color=#800000 size=5>Colectivo
Militante - Agenda Radical<BR></FONT>Gaboto 1305 - Montevideo -
Uruguay<BR>redacción y suscripciones: </FONT></STRONG><A
href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><FONT
size=4>germain5@chasque.net</FONT></STRONG></A></DIV>
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<HR>
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<DIV><STRONG><FONT size=3>Libia</FONT></STRONG></FONT></DIV>
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<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG>Un debate legítimo y necesario desde
una perspectiva antiimperialista<BR></STRONG></FONT></DIV>
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<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2><STRONG></STRONG></FONT> </DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2><STRONG>Gilbert Achcar
*<BR>Traducción de Viento Sur</STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2><A
href="http://www.vientosur.info/"><STRONG>http://www.vientosur.info/</STRONG></A></FONT></DIV><FONT
face=Arial size=2>
<DIV align=justify><BR><BR><EM>"El Tratado de Brest-Litovsk fue, en efecto, un
compromiso con los imperialistas, pero fue un compromiso que, dadas las
circunstancias, era inevitable. ... Rechazar cualquier compromiso 'por
principio', rechazar la admisibilidad de los compromisos en general, cualquiera
que sea su naturaleza, es infantilismo, algo que hasta resulta difícil
plantearse seriamente... Hay que saber analizar la situación y las condiciones
concretas de cada compromiso, o de cada tipo de compromiso. Hay que aprender a
distinguir entre un hombre que ha entregado su dinero y sus armas a los bandidos
para mitigar el daño que puedan hacer y facilitar su captura y ejecución, y un
hombre que da su dinero y sus armas a los bandidos para llevarse parte del
botín."</EM> (Vladimir I. Lenin)<BR><BR>La entrevista que me hizo mi buen amigo
Steve Shalom el día después de que el Consejo de Seguridad de las Naciones
Unidas adoptara la resolución nº 1973 y que se publicó en ZNet el 18 de marzo
[en castellano en nuestra web <A
href="http://www.vientosur.info/articulosweb/noticia/?x=3729">http://www.vientosur.info/articulosweb/noticia/?x=3729</A>]
ha provocado un vendaval de discusiones y declaraciones de toda clase
—amistosas, menos amistosas, muy favorables, ligeramente favorables,
educadamente críticas o abiertamente hostiles— mucho más fuerte de lo que yo
esperaba, máxime cuando ha sido traducida y divulgada en varias lenguas. Si esto
es indicio de algo, es que cunde la sensación de que lo que se plantea es un
problema real. Así que discutamos.<BR><BR>El debate sobre el caso libio es
legítimo y necesario para quienes comparten una postura antiimperialista, a
menos que uno crea que defender un principio nos exime de analizar concretamente
cada situación específica y de determinar nuestra postura a la luz de cómo
evaluamos los datos de la realidad. Toda regla general admite excepciones. Esto
incluye la regla general de que las intervenciones militares de las potencias
imperialistas, autorizadas por las Naciones Unidas, son puramente reaccionarias
y nunca pueden alcanzar un objetivo humanitario o positivo. Para que se me
entienda: si pudiéramos dar marcha atrás a la rueda de la historia y volver al
periodo inmediatamente anterior al genocidio de Ruanda, ¿nos opondríamos a una
intervención militar dirigida por Occidente y autorizada por la ONU para
prevenirlo? Por supuesto, muchos dirían que la intervención de las fuerzas
imperialistas/extranjeras amenazaba con provocar numerosas víctimas. Pero ¿puede
alguien en su sano juicio creer que las potencias occidentales iban a masacrar
en cien días a un total de medio a un millón de seres humanos?<BR><BR>No digo
que Libia sea Ruanda, y enseguida explicaré por qué las potencias occidentales
no movieron un dedo por Ruanda o no mueven un dedo por las muertes —en
proporciones equivalentes a un genocidio— que se producen en la República
Democrática de Congo, pero sí intervienen en Libia. La alusión al caso ruandés
sirve en este contexto exclusivamente para mostrar que hay margen para la
discusión sobre casos concretos, aunque uno se adhiera firmemente a los
principios antiimperialistas. El argumento de que la intervención occidental en
Libia causará inevitablemente víctimas civiles (desde una perspectiva
humanitaria, yo incluso me preocuparía por los soldados de Gadafi) no es
decisivo. Lo decisivo es la comparación entre el coste humano de esta
intervención y el coste que se habría producido en ausencia de tal
intervención.<BR><BR>Mencionaré otra analogía extrema para ilustrar el pleno
alcance del debate: ¿era posible derrotar al nazismo con medios no violentos?
¿No fueron crueles los medios utilizados por las propias fuerzas aliadas? ¿Acaso
no bombardearon salvajemente Dresde, Tokio, Hiroshima y Nagasaki, matando a
centenares de miles de civiles? Visto retrospectivamente, ¿diríamos ahora que el
movimiento antiimperialista de Gran Bretaña y los Estados Unidos debería haberse
movilizado en contra de la participación de sus países en la guerra mundial? ¿O
seguimos pensando que el movimiento antiimperialista hizo bien en no oponerse a
la guerra contra el Eje (del mismo modo que hizo bien en oponerse a la primera
guerra mundial, la de 1914-1918), pero que debería haberse movilizado contra
cualquier daño masivo infligido adrede a las poblaciones civiles en contra de
toda lógica evidente para derrotar al enemigo?<BR><BR>Hasta aquí las analogías.
Siempre dan pie a discusiones interminables, aunque resultan útiles para
demostrar que puede haber situaciones en que hay margen para el debate,
situaciones en que uno ha de entregarse a los bandidos, o llamar a la policía,
etc. Demuestran que la creencia de que cualquiera de estas actitudes debiera ser
rechazada automáticamente por ser «contraria a los principios», sin tomarse la
molestia de analizar las circunstancias concretas, es insostenible. De lo
contrario, el movimiento antiimperialista en los países occidentales daría a
entender que únicamente se preocupa de oponerse a su propio gobierno sin
importarle un comino el destino de otras poblaciones. Esto ya no es
antiimperialismo, sino aislacionismo de derechas: es la actitud de "que se vayan
todos al diablo y nos dejen en paz" al estilo de un Patrick Buchanan. Así que
sentémonos y analicemos en calma la situación concreta que estamos afrontando
estos días.<BR><BR>Empezaremos hablando de la naturaleza del régimen de Gadafi.
Los hechos en este terreno apenas admiten margen para el desacuerdo legítimo. Lo
planteo únicamente en atención a quienes creen, de buena fe y por pura
ignorancia, que Gadafi es progresista y antiimperialista. Es cierto que Gadafi
fue al principio un dictador populista antiimperialista relativamente
progresista que dirigió un golpe militar contra la monarquía libia en 1969,
emulando el golpe egipcio que derribó la monarquía en 1952 en ese país. Su
primer héroe fue Gamal Abdel Nasser, aunque al principio su régimen se situó
ideológicamente más a la derecha, con mayor insistencia en la religión (más
tarde, Gadafi pretendió formular una nueva interpretación del islam). Comenzó
muy pronto a reclutar a mercenarios de los países más pobres para sus fuerzas
armadas, en primer lugar para la Legión Islámica que creó.<BR><BR>A comienzos de
los años setenta proclamó la sustitución de las leyes vigentes por la sharía,
justo antes de embarcarse en una imitación de la "revolución cultural" china,
con su propia versión islámica del "Pequeño Libro Rojo" de Mao: el "Libro
Verde". Asimismo imitó el amago de "revolución cultural" consistente en
instaurar la "democracia directa" mediante la creación de un sistema de "comités
populares" que supuestamente convertían a Libia en un "Estado de las masas",
pero que de hecho batía el récord mundial de la proporción de personas incluidas
en la nómina de los servicios secretos. Más del 10 % de la población libia eran
"informantes" que cobraban por vigilar al resto de la sociedad. Gadafi encarceló
o ejecutó a todos los que se oponían a su régimen, incluidos algunos de los
oficiales que habían participado con él en el derrocamiento de la monarquía. A
finales de los años setenta decidió convertir la economía libia en una
combinación de capitalismo de Estado en las grandes empresas y capitalismo
privado con "participación" de los trabajadores en las más pequeñas, aboliendo
los arrendamientos y el comercio minorista (incluso los peluqueros fueron
nacionalizados). Por otro lado, dedicó una parte de los ingresos estatales del
petróleo a mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos libios, una versión
"revolucionaria" de la manera en que algunas de las monarquías del Golfo con
elevada renta per cápita, gracias al petróleo satisfacen las necesidades de sus
propios ciudadanos a fin de dotarse de una base social, mientras que al mismo
tiempo, como en Libia, maltratan a los trabajadores inmigrantes que representan
una parte importante de su mano de obra y su población.<BR><BR>En la década
siguiente, ante los resultados desastrosos de su política errática y la crisis
de la URSS, de la que dependía para sus compras de armas, Gadafi trató de imitar
la perestroika de Gorbachov, liberalizando la economía libia, pero no así la
vida política. Su siguiente viraje político importante se produjo en 2003. En
diciembre de aquel año acudió al rescate político de Bush y Blair, anunciando
que había decidido renunciar a sus programas de desarrollo de armas de
destrucción masiva, un gesto muy necesario para mejorar la credibilidad de la
invasión de Irak pretendidamente encaminada a detener la proliferación de las
armas de destrucción masiva. Gadafi se convirtió de pronto en un líder
respetable y recibió cálidas felicitaciones, hasta el punto de que Condoleezza
Rice lo puso como modelo. Uno después de otro, los líderes occidentales se
dejaron caer en Trípoli para visitarle en su jaima y firmar jugosos contratos.
Quien estableció la relación más estrecha con él fue el primer ministro
italiano, el derechista y racista Silvio Berlusconi: su amistad con Gadafi no
sólo resultó ser muy provechosa desde el punto de vista económico. En 2008,
ambos concluyeron uno de los pactos más sucios de los últimos tiempos, acordando
que los pobres migrantes del continente africano interceptados en el mar por las
fuerzas navales italianas cuando trataban de alcanzar la costa europea fueran
trasladados directamente a Libia y no a territorio italiano, donde tendrían
derecho a solicitar asilo. Este pacto resultó ser tan efectivo que redujo el
número de solicitantes de asilo en Italia de 36.000 en 2008 a 4.300 en 2010. El
Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los refugiados lo condenó, pero fue
en vano.<BR><BR>La idea de que las potencias occidentales intervienen en Libia
porque desean derribar un régimen hostil a sus intereses es absurda. Igualmente
absurda es la idea de que lo que pretenden es echar mano del petróleo libio. En
realidad, en Libia ya están presentes todas las compañías petroleras y gasistas
occidentales: la ENI italiana, la Wintershall alemana, la BP británica, la Total
y la GDF Suez francesas, las ConocoPhillips, Hess y Occidental de EE UU, la
Shell angloholandesa, la Repsol española, la Suncor canadiense, la Statoil
noruega, etc. ¿Por qué intervienen ahora las potencias occidentales en Libia y
no lo hicieron ayer en Ruanda, ni ayer ni hoy en el Congo? Si en su momento
afirmamos que la invasión de Irak tenía que ver sobre todo con el petróleo
frente a quienes trataron de burlarse de nosotros tachándonos de
"reduccionistas", ahora no voy a ser yo quien trate de demostrar que la
intervención en Libia no tiene nada que ver con el petróleo. Claro que tiene que
ver, pero ¿en qué sentido?<BR><BR>Mi enfoque de la cuestión es la siguiente.
Después de observar durante unas semanas cómo Gadafi trataba de suprimir de
forma brutal y sanguinaria la revuelta que estalló a mediados de febrero —se
calcula que el número de muertos a comienzos de marzo oscila entre 1.000 y
10.000; esta segunda cifra la da la Corte Penal Internacional, mientras que la
oposición libia habla de 6.000 a 8.000—, los gobiernos occidentales, al igual
que todo el mundo en esta cuestión, se convencieron de que el avance de la
ofensiva contrarrevolucionaria de Gadafi, que ya se acercaba a los alrededores
de Bengasi (con más de 600.000 habitantes), anunciaba una inminente masacre
masiva. Para hacerse una idea de lo que pueden perpetrar unos gobiernos tan
represivos, pensemos simplemente en el hecho de que la represión lanzada por el
régimen sirio en 1982 contra la revuelta de la ciudad de Hama, con menos de un
tercio de habitantes que Bengasi, se saldó con más de 25.000 muertos. Si se
hubiera producido una matanza similar, seguida de la consolidación del poder de
Gadafi, los gobiernos occidentales no habrían tenido otra opción que imponer
sanciones y declarar el embargo sobre el petróleo libio.<BR><BR>En los años
noventa, el mercado del petróleo se caracterizaba por un una depresión de los
precios, en una época en que EE UU estaba viviendo su periodo de expansión
económica más largo de su historia: el auge sostenido por todo tipo de burbujas
durante la presidencia de Clinton. En esos años les resultaba muy cómodo a
Washington y a sus aliados mantener el embargo sobre Irak (con un coste humano
próximo al genocidio). Únicamente al final de esa década empezó el mercado del
petróleo a salir de la fase depresiva, experimentando un paulatino aumento de
los precios que según todos los indicios era de naturaleza estructural, es
decir, fruto de una tendencia alcista a largo plazo. No es por casualidad que
George W. Bush y sus compinches se pusieran entonces a reclamar un "cambio de
régimen" en Irak: era la condición para que Washington aceptara el levantamiento
del embargo sobre un país cuyos principales concesiones petroleras estaban en
manos de empresas de Francia, Rusia y China (precisamente los tres principales
países que se opusieron a la invasión en el Consejo de Seguridad — ¡sorpresa,
sorpresa!).<BR><BR>En el momento actual, en el mercado mundial del petróleo
imperan unas condiciones en que los precios, después de descender durante un
tiempo por efecto de la crisis mundial, vuelven a mostrar una tendencia alcista
desde varios meses antes de la ola revolucionaria del norte de África y Oriente
Próximo. A esto se añade que la crisis económica mundial sigue sin superarse y
la supuesta recuperación se muestra extremadamente frágil. En estas condiciones,
un embargo sobre el petróleo libio no es una opción. Por tanto, había que
impedir la masacre de Bengasi. La mejor hipótesis para las potencias
occidentales era ahora la caída del régimen, evitándoles así el problema de
tener que arreglárselas con él. Una posibilidad menos mala para ellas sería el
empate prolongado y la división de hecho del país entre la parte oriental y
occidental, reanudándose las exportaciones de petróleo desde ambas provincias, o
bien exclusivamente desde los principales yacimientos situados en el este, bajo
control rebelde.<BR><BR>A todo esto habría que añadir lo siguiente: es un
disparate y un ejemplo de "materialismo" muy burdo despreciar por irrelevante el
peso de la opinión pública en las decisiones de los gobiernos occidentales,
especialmente en este caso en las de los cercanos gobiernos europeos. En un
momento en que los insurgentes libios estaban urgiendo al mundo con cada vez
mayor insistencia que estableciera una zona de exclusión aérea a fin de
neutralizar la principal ventaja de las fuerzas de Gadafi, y con el público
occidental siguiendo los acontecimientos por televisión —lo que habría impedido
que una matanza en Bengasi hubiera pasado inadvertida, como ha sucedido tantas
veces en otros lugares (como la ciudad ya mencionada de Hama, por ejemplo, o la
República Democrática del Congo)—, los gobiernos occidentales no sólo habrían
provocado la ira de sus ciudadanos, sino que también habrían hipotecado
completamente su capacidad para invocar pretextos humanitarios para otras
guerras imperialistas como las de los Balcanes o la de Irak. No solo estaban en
juego sus intereses económicos, sino también la credibilidad de su ideología. Y
la presión de la opinión pública árabe influyó, sin duda, en el hecho de que la
Liga Árabe también llamara a establecer una zona de exclusión aérea en Libia,
aunque no cabe ninguna duda de que la mayoría de gobiernos árabes estaban
deseando que Gadafi lograra aplastar la revuelta y por tanto parar la ola
revolucionaria que barre toda la región y hace que se tambaleen sus propios
regímenes desde comienzos de año.<BR><BR>Entonces, ¿qué hacer con todo esto? Una
revuelta de masas enfrentada a una amenaza muy real de sufrir una masacre
reclamaba el establecimiento de una zona de exclusión aérea para ayudarle a
resistir la ofensiva criminal del régimen. A diferencia de las fuerzas que se
oponían a Milosevic en Kosovo, los insurgentes libios no pedían la ocupación de
su país por tropas extranjeras. Al contrario, tenían buenas razones para
desconfiar de cualquier despliegue de este tipo: son conscientes, a la luz de
Irak, Palestina, etc., de que las potencias mundiales tienen planes
imperialistas, además de contar con su propia experiencia de cómo esas mismas
potencias adulaban a los tiranos que les oprimían. Rechazaron explícitamente
cualquier intervención sobre el terreno, pidiendo únicamente cobertura aérea. Y
la resolución del Consejo de Seguridad descarta explícitamente, a petición suya,
cualquier fuerza de ocupación extranjera en cualquier parte del territorio
libio.<BR><BR>No abordaré los argumentos inaceptables de quienes arrojan dudas
sobre la naturaleza de la dirección insurgente. A menudo son los mismos que
consideran que Gadafi es progresista. La dirección de la revuelta está formada
por una mezcla de políticos e intelectuales demócratas disidentes y defensores
de los derechos humanos, algunos de los cuales han estado largos años encerrados
en las cárceles de Gadafi, hombres que han roto con el régimen para unirse a la
rebelión y representantes de la diversidad regional y tribal de la población
libia. El programa que les une es un programa de cambio democrático —libertades
políticas, derechos humanos y elecciones libres—, exactamente igual que el de
todos los demás levantamientos de la región. Y si no está claro qué será de
Libia después de Gadafi, dos cosas son indudables: no podrá ser peor que el
régimen de Gadafi y tampoco podrá ser peor que el escenario bastante más
probable de un sistema en que desempeñará un papel crucial la Hermandad
Musulmana fundamentalista en el Egipto de después de Mubarak, lo que algunos
utilizaron como argumento para apoyar al dictador egipcio.<BR><BR>¿Puede alguien
que se reclama de la izquierda hacer caso omiso de una solicitud de protección
de un movimiento popular, aunque sea por mediación de bandidos-policías
imperialistas, si el tipo de protección que se pide no les permitirá a estos
imponer su control sobre el país? Desde luego que no, tal como entiendo yo lo
que es ser de izquierda. Ningún progresista real puede hacer oídos sordos sin
más a la solicitud de protección de los insurgentes, a menos, como ocurre tan a
menudo en la izquierda occidental, que cierren los ojos ante las circunstancias
y la amenaza inminente de una matanza masiva, que solo presten atención al
conjunto de la situación una vez que su propio gobierno se ha implicado,
despertando de este modo su reflejo (normalmente sano, por cierto) de oponerse a
tal implicación. En las situaciones en que los antiimperialistas se han opuesto
a intervenciones militares encabezadas por las potencias occidentales so
pretexto de evitar una masacre, siempre han señalado alternativas que
demostraban que la opción de los gobiernos occidentales por el uso de la fuerza
obedecía exclusivamente a sus designios imperialistas.<BR><BR>Había una salida
no violenta de la crisis de Kosovo: en primer lugar, la oferta del gobierno ruso
presidido por Yeltsin en agosto de 1998 de poner en pie una fuerza internacional
que aplicara un arreglo político impuesto conjuntamente por Moscú y Washington.
Esta propuesta fue ofrecida al entonces embajador estadounidense ante la OTAN,
Alexander Vershbow, pero Washington hizo caso omiso. Eso mismo ocurrió en
febrero de 1999: las posiciones de Serbia y de la OTAN eran diferentes, pero
negociables, como se demostró al cabo de 78 días de bombardeos, cuando la
resolución de las Naciones Unidas sancionó un compromiso entre ambas posiciones.
<BR><BR>Existía una manera no violenta de lograr que Sadam Husein retirara sus
tropas de Kuwait en 1990: además del hecho de que no podría haber resistido las
severas sanciones impuestas sobre su régimen para forzarle a salir, él mismo
ofreció negociar su retirada. Washington prefirió destruir la infraestructura
del país y "devolverlo a la edad de piedra", como describió el relator del
Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas la situación del país tras la guerra
de 1991.<BR><BR>¿Cuál era entonces la alternativa a la zona de exclusión aérea
en el caso de Libia? No había ninguna convincente. El día en que el Consejo de
Seguridad votó su resolución, las fuerzas de Gadafi ya se hallaban en los
aledaños de Bengasi, y su aviación estaba bombardeando la ciudad. Cada vez que
formulo esta pregunta recibo respuestas nada convincentes. Se podría haber
hallado una solución política si Gadafi hubiera aceptado la celebración de
elecciones libres, pero no estaba dispuesto a ello. Él y su hijo Saif no dieron
a la revuelta otra opción que la rendición (incluida la promesa de una amnistía
en que nadie podía confiar) o la "guerra civil". Pasaré por alto la idea de
quienes dicen que la población de Bengasi podría haber huido a Egipto para
refugiarse allí, pues no merece ningún comentario. <BR><BR>También pasaré por
alto la idea de quienes dicen que deberían haber intervenido exclusivamente
ejércitos árabes, como si una intervención de fuerzas como las del ejército
egipcio o saudí hubiera causado menos muertes y comportara una menor influencia
imperialista sobre el proceso en Libia. La respuesta que parece más convincente
es la que preconiza el suministro de armas a los insurgentes, pero no era una
alternativa plausible.<BR><BR>No era posible en 24 horas organizar la entrega de
armas y asegurar su disponibilidad efectiva, sobre todo si estamos hablando de
sofisticados misiles antiaéreos. Esta no podría haber sido una alternativa a una
masacre anunciada. En estas condiciones y a falta de cualquier otra solución
plausible, era moral y políticamente un error, por parte de la izquierda,
oponerse a la zona de exclusión aérea; o dicho de otro modo, oponerse a la
petición de los insurrectos de establecer la zona de exclusión aérea. Y sigue
siendo moral y políticamente un error exigir ahora el levantamiento de la zona
de exclusión aérea, a menos que Gadafi pierda la capacidad para hacer uso de su
fuerza aérea. De lo contrario, el levantamiento de la zona de exclusión aérea
supondría una victoria para Gadafi, que volvería entonces a emplear su aviación
para aplastar la insurrección de una manera todavía más feroz que lo que estaba
dispuesto a hacer previamente. <BR><BR>Por otro lado, deberíamos exigir el fin
de los bombardeos una vez neutralizada la fuerza aérea de Gadafi. Deberíamos
exigir que se aclare que potencial aéreo le queda al régimen y, si todavía
dispone de aviones, qué hace falta para neutralizarlo. Y deberíamos oponernos a
la plena participación de la OTAN en la guerra sobre el terreno más allá de los
primeros golpes contra las unidades de blindados de Gadafi, necesarios para
detener la ofensiva de sus tropas contra las ciudades rebeldes de la provincia
occidental, por mucho que los insurgentes reclamaran o aplaudieran esta
participación de la OTAN.<BR><BR>¿Significa esto que debíamos y debemos apoyar
la resolución nº 1973 del Consejo de Seguridad? En absoluto. Es una resolución
muy mala y peligrosa, justamente porque no define suficientes salvaguardias
contra la transgresión del mandato de proteger a los civiles libios. La
resolución es demasiado ambigua y puede ser utilizada para impulsar un plan
imperialista que vaya más allá de la protección para meter baza en el futuro
político de Libia. No era posible apoyarla, sino que ha de ser criticada por sus
ambigüedades. Pero tampoco era posible oponerse a ella, en el sentido de
oponerse a la zona de exclusión aérea y de dar la impresión de que no nos
preocupa la suerte de los civiles y de la revuelta. Lo único que nos quedaba era
expresar nuestras firmes reservas. Una vez iniciada la intervención, el papel de
las fuerzas antiimperialistas debía consistir en examinarla con lupa y en
condenar todas las acciones que causen la muerte de civiles en las que no se
hayan adoptado medidas para evitar tales muertes, así como todas las acciones de
la coalición que no tengan que ver con las necesidades de defender a la
población civil. De todos modos, hay que oponerse a uno de los artículos de la
resolución del Consejo de Seguridad: el que confirma el embargo de armas sobre
Libia, si esto se aplica al conjunto del país y no únicamente al régimen de
Gadafi. Por el contrario, deberíamos reclamar el suministro de armas a los
insurgentes, de un modo abierto y masivo, de manera que dejen lo antes posible
de necesitar apoyo militar extranjero directo.<BR><BR>Un último comentario:
durante muchos años hemos venido denunciando la hipocresía y el doble rasero de
las potencias imperialistas, señalando el hecho de que no impidieron el
genocidio real en Ruanda mientras intervinieron para detener el "genocidio"
ficticio en Kosovo. Esto implicaba que en nuestra opinión tendrían que haber
intervenido en Ruanda para impedir el genocidio. La izquierda debería abstenerse
de proclamar "principios" tan absolutos como de que "estamos en contra de toda
intervención militar de las potencias occidentales en cualquier circunstancia."
Esta no es una posición política, sino un tabú religioso. Podemos estar casi
seguros de que la intervención actual en Libia resultará ser sumamente
embarazosa para las potencias imperialistas en el futuro. Como han advertido con
razón los miembros del establishment de EE UU que se oponen a la intervención,
la próxima vez que la fuerza aérea israelí bombardee a uno de sus vecinos, ya
sea en Gaza o en el Líbano, la gente reclamará una zona de exclusión aérea. Yo,
desde luego, lo haré. Habría que organizar piquetes ante la sede de la ONU en
Nueva York para exigirlo. Todos deberíamos estar dispuestos a hacerlo, ahora con
un argumento poderoso.<BR><BR>La izquierda debería aprender a denunciar la
hipocresía imperialista utilizando contra ella las mismas armas morales que ella
explota cínicamente, en vez de contribuir a que dicha hipocresía resulte más
efectiva dando la impresión de que no nos preocupan las cuestiones morales. Son
ellos los que aplican el doble rasero, no nosotros.<BR><BR>* Gilbert Achcar se
crió en el Líbano y actualmente es profesor de la School of Oriental and African
Studies (SOAS) de la Universidad de Londres. Ha publicado, entre otros, los
libros El choque de barbaries, traducido a 13 lenguas; Estados peligrosos, en
colaboración con Noam Chomsky; y más recientemente, The Arabs and the Holocaust:
The Arab-Israeli War of Narratives.
<HR>
</FONT></DIV></BODY></HTML>