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</DIV>
<DIV align=center><STRONG><FONT size=4><U>boletín solidario de
información<BR></U><FONT color=#800000 size=5>Correspondencia de Prensa
<BR></FONT><U>marzo 2011<BR></U><FONT color=#800000 size=5>Colectivo Militante -
Agenda Radical<BR></FONT>Gaboto 1305 - Montevideo - Uruguay<BR>redacción y
suscripciones: </FONT></STRONG><A
href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><FONT
size=4>germain5@chasque.net</FONT></STRONG></A></DIV>
<DIV>
<HR>
</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG><FONT
size=3>Argentina</FONT></STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG></STRONG></FONT> </DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2><STRONG><FONT size=3>La clase
trabajadora a diez años de la rebelión
popular<BR></FONT></STRONG> <BR></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2><STRONG></STRONG></FONT> </DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2><STRONG>Aldo Casas
*</STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2><STRONG>Revista Herramienta Nº
46</STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT face=Arial size=2>Marzo 2011, Buenos
Aires</FONT></STRONG></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2><A
href="http://www.herramienta.com.ar/"><STRONG>http://www.herramienta.com.ar/</STRONG></A></FONT></DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT face=Arial size=2></FONT></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2></FONT> </DIV><FONT face=Arial
size=2>
<DIV align=justify>En el curso del presente año y con pocos meses de diferencia,
habrá una nueva elección presidencial (la tercera desde 2003) y se conmemorarán
diez años de la rebelión popular que puso fin a la presidencia de Fernando de la
Rúa. Acontecimientos tan distintos están sin embargo relacionados. Aquella
irrupción popular “destituyente” conmovió hasta las raíces del régimen y tuvo
como respuesta, tras algunas semanas de total incertidumbre, el transitorio
mandato de Eduardo Duhalde y, algunos meses después, la salida electoral que
puso a Néstor Kirchner en la Casa Rosada, iniciando una gestión que se prolonga
en la de Cristina Fernández de Kirchner.</DIV>
<DIV align=justify><BR>El levantamiento no revolucionó la estructura
socioeconómica del país, pero transformó sustancialmente el panorama y las
reglas del juego político, los equilibrios internos del establishment y el
comportamiento de las clases subalternas. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Al asumir, Néstor Kirchner anunció un “proyecto nacional
y popular” que, según dicen hoy algunos “progresistas” y gran parte de los
dirigentes sindicales, viene haciendo realidad las aspiraciones de los
trabajadores. La oposición patronal, en el otro extremo, denuncia que el
populismo y la permisividad gubernamental alientan una escalada sindical contra
la rentabilidad empresaria y la propiedad privada. más allá de la retórica de
unos y otros, importa examinar el conflicto social en sus rupturas y
continuidades. ¿Qué cosas han cambiado desde el punto de vista del trabajo?
¿Cuál es el protagonismo de los asalariados? ¿Qué pasa en/con los
sindicatos?</DIV>
<DIV align=justify><BR>Me aproximaré a estas cuestiones escogiendo tres núcleos
problemáticos: lo ocurrido en el momento de la rebelión popular y lo más álgido
de la crisis; el panorama que resulta de los sucesivos gobiernos kirchneristas
(y el revitalizado rol de los jerarcas sindicales); y la crisis del “modelo
sindical argentino” como el contexto de tradiciones en disputa. Son sintéticas
anotaciones referidas a una lucha de incierto desenlace. Proponen una
interpretación, que es indisociable de un compromiso práctico y una apuesta
política. Esto es deliberado: considero que el análisis contemplativo resulta,
especialmente en éste terreno, inadecuado: “Quien no pueda tomar partido, debe
callar” (Benjamin, 1987: 45).<BR><BR><STRONG>I. Diciembre de 2001 - junio de
2002... El “Movimiento Obrero Organizado” faltó a la cita<BR></STRONG><BR>La
rebelión popular de diciembre de 2001, como generalmente ocurre con este tipo de
acontecimientos, no obedeció la convocatoria de tal o cual dirigente. Fue
detonada por una aguda crisis económico-social y desatinadas medidas
gubernamentales. Contra la insultante miseria que empujaba a saqueos
multiplicados en las imágenes televisivas, contra “el corralito”, contra el
estado de sitio dictado por la soberbia del poder, inesperadamente, una multitud
salió a “cacerolear”, ganó las calles de varias ciudades y en Buenos Aires se
auto-convocó a Plaza de Mayo para instalar, en el más simbólico espacio público,
aquella exigencia que fue una pesadilla para los de arriba: “Que se vayan
todos”. El frontal repudio a toda una clase política inoperante y corrompida y
la súbita irrupción de masas con vocación protagónica puso en evidencia que no
se estaba ante una crisis económica más, sino en el torbellino de una profunda
crisis orgánica en la cual los mecanismos que expresan y realizan la hegemonía
de la clase dominante estaban radicalmente cuestionados.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Lo espontáneo suele incluir una larga y trabajosa
preparación. En este caso, a lo largo de todo el año 2001 se habían sucedido,
potenciándose mutuamente, ominosas expresiones de la crisis económica y
protestas sociales cada vez más extendidas. A los reclamos de las organizaciones
“piqueteras” que venían gestándose desde los noventa, se sumó una escalada de
huelgas, especialmente de trabajadores públicos nacionales y provinciales. La
tensión creció a punto tal que la Huelga General Nacional convocada por las
direcciones sindicales el 13 de diciembre fue convertida por los activistas de
base en un “paro activo” con acciones de lucha callejera y los acontecimientos
se hicieron vertiginosos... Pero cuando decenas de miles pugnaban por ocupar la
Plaza de Mayo y era preciso poner el cuerpo a la criminal represión policial, la
Confederación General del Trabajo (CGT), el Movimiento de Trabajadores
Argentinos (MTA) y la Central de Trabajadores de Argentina (CTA) sacaron a sus
militantes de la calle y los mandaron a la casa. La firmeza o inteligencia
política con que las cúpulas sindicales habían acompañado la lucha popular es
muy discutible, pero lo que no admite discusión es que, en el momento decisivo
de la rebelión, cuando la represión tronchó una treintena de vidas, el
“Movimiento Obrero Organizado” faltó a la cita. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Durante los tumultuosos meses que siguieron, la CGT, el
MTA e incluso la CTA aplicaron aquel consejo que Perón había dado al vandorismo
tras el golpe militar de Onganía: desensillar hasta que aclare. Las
organizaciones piqueteras y el movimiento asambleario nacido en las jornadas de
diciembre, a despecho de contradicciones y debilidades, lucharon por sus
reivindicaciones y trataron de plantear alguna salida popular. Las burocracias
sindicales, en cambio, activamente o por omisión, acompañaron las disputas
palaciegas que pusieron y sacaron presidentes de la Casa Rosada hasta imponer a
Eduardo Duhalde. Con el argumento de respetar “el marco de las instituciones y
la Constitución”, se impuso a un presidente que nadie había votado. Lo que
importaba era desmovilizar a la gente y arreglar las cosas por arriba.
</DIV>
<DIV align=justify><BR>La parálisis de la dirigencia sindical cuando el régimen
se hundía en el descrédito y la clase dominante en una total confusión, ilustra
la impotencia y decadencia política a que había llegado la conducción del
movimiento obrero. Pero lo que termina de descalificarla es que aceptaron
mansamente el brutal “ajuste” antiobrero con que Duhalde salió de la
“convertibilidad” vía devaluación, lo que “significó la redistribución del
ingreso desde el conjunto del pueblo trabajador hacia los grandes capitales: en
la presente década, los asalariados se apropian cerca del 38 % de los ingresos
totales. La contracara: tasas de ganancia para el gran capital superiores 50 % a
los noventa” (Féliz/López, 2010: 133).</DIV>
<DIV align=justify><BR>Insisto y subrayo: la CGT –conducida entonces por Daher–,
el MTA liderado por Moyano y en menor grado la CTA, ayudaron a mantener en la
pasividad al movimiento obrero organizado en el momento mismo en que Duhalde
buscaba aterrorizar y disciplinar a la población. Sabemos que solo lo consiguió
parcialmente, porque la reacción popular tras la “Masacre del Puente Pueyrredón”
del 26 de junio llenó nuevamente de manifestantes la Plaza de Mayo, cortó
masivamente calles y puentes y acorraló a Duhalde obligándolo a anticipar el fin
de su gestión y convocar a elecciones. Pero también en aquellas jornadas de
junio y julio de 2002 los burócratas y aparatos sindicales estuvieron
ausentes.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Concluyendo: las cúpulas sindicales “se borraron” en
momentos decisivos de la lucha de clases. Minimizaron el posible aporte del
movimiento obrero organizado a la rebelión popular y, al hacerlo, no solo
debilitaron la movilización en general, sino que en particular facilitaron el
brutal agravamiento de la explotación a los trabajadores mismos. Privilegiaron
resguardar sus intereses “corporativos” o más precisamente de “cuerpo social”
crecientemente autonomizado de la clase y los interesas generales del sistema y
el Estado al que procuran integrarse. Rechazo la postura de quienes minimizan la
responsabilidad de Moyano y compañía con la afirmación cínica y arbitraria de
que “los trabajadores argentinos tienen los dirigentes que quieren y se
merecen”. No se me escapa que el colaboracionismo de la conducción burocrática
puede y debe ser discutido, también, en el cuadro más vasto de la crisis general
del sindicalismo y, si se quiere, de la clase obrera misma. Pero esa será, en
todo caso, otra discusión. <BR><BR><STRONG>II.
Moyano, los trabajadores y el kirchnerismo: entre el agradecimiento y la
lucha<BR></STRONG><BR>Hugo Moyano no se cansa de repetir que nadie hizo tanto
como Néstor Kirchner por los trabajadores y que, en agradecimiento por todo lo
conseguido, la CGT de la cual es secretario general, rinde homenaje al
desaparecido presidente, respalda a Cristina Fernández de Kirchner y apuesta a
la continuidad del “proyecto”. Significativamente, el dirigente camionero asumió
el cargo que Kirchner dejó vacante en la conducción del Partido Justicialista de
la Provincia de Buenos Aires.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Cualquier interpretación crítica de este posicionamiento
debe comenzar por recordar que hasta hace muy poco Moyano no era kirchnerista.
En las elecciones presidenciales de 2003, el líder del MTA enfrentó a Néstor
Kirchner y al Frente para la Victoria apoyando públicamente la candidatura de
Adolfo Rodríguez Saá, y puso a hombres de su confianza[1] en las boletas del
político puntano. Durante los primeros tiempos del gobierno de Kirchner, las
relaciones se mantuvieron relativamente tensas, al menos hasta que Moyano logró
desplazar a sus competidores y afirmarse en la cúpula de la CGT con el visto
bueno oficial. En la misma jugada, el nuevo “hombre fuerte” de la CGT logró que
el gobierno “olvidara” el semi compromiso de reconocer a la CTA y que la plana
mayor del kirchnerismo pasara a reivindicar la “legitimidad”, la “prudencia” y
la “capacidad” de los dirigentes sindicales (en general) y de Moyano (en
particular).</DIV>
<DIV align=justify><BR>La reivindicación que de la burocracia hizo Kirchner
tiene importancia simbólica y política, porque la restituyó en el destacado
sitial que, dentro del peronismo, hacía tiempo había perdido. Tiene también una
dimensión institucional: la ratificación del “modelo sindical” con el blindaje
del Estado. Y por último, pero no en importancia, está el costado material: el
perfil de “sindicalismo empresarial” adoptado por la burocracia recibió un
formidable impulso cuando se aseguró ya no solo el discrecional manejo de los
fondos sindicales y de las Obras Sociales con millonarios subsidios, sino
también la posibilidad de meter mano en los fondos del ANSES y del PAMI, obtener
partidas extraordinarias, contactos y “facilidades” para que los aparatos
sindicales y sus popes acumularan recursos y “diversificaran” las fuentes de
financiamiento, con sesgos mafiosos.[2] Quid pro quo: la burocracia devolvió los
favores al gobierno, negociando “con responsabilidad y moderación” ante las
patronales y convirtiéndose en su principal pilar: contra la oposición burguesa
en el momento en que hizo falta, pero también y sobre todo como factor orgánico
de contención de la clase, haciendo aceptar los “techos salariales”
impuestos por el gobierno y bloqueando la confluencia de las reivindicaciones y
luchas de los asalariados.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Puede decir Moyano le fue muy bien con los Kirchner. Pero
a los trabajadores no les fue tan bien. Es indudable que la situación de los
asalariados tuvo un vuelco positivo a partir de 2004: mayor nivel de empleo,
recuperación salarial, restablecimiento de paritarias y convenios colectivos e
incluso cambios en la legislación y jurisprudencia laboral que morigeran la
contrarreforma conservadora de las últimas décadas. La mejora relativa no se
derivó mecánicamente de la acelerada recuperación de la economía nacional
después del colapso sufrido, pues la gran burguesía de nuestro país,
acostumbrada como está a amasar rápidas y extraordinarias ganancias sobre la
base de la superexplotación del trabajo (y de los bienes comunes), nunca regala
nada. Si algo cedieron, fue porque los trabajadores, pasado lo peor del 2003 y
aprovechando un contexto todavía marcado por cortes de calles, manifestaciones y
otras acciones directas, comenzaron plantear sus reclamos con petitorios,
asambleas, suspensión de actividades e incluso paros. Fueron acciones y luchas
parciales e inconexas, pero muy extendidas. Mastodontes sindicales que hacía
décadas no salían a la calle (por ejemplo, la Unión Obrera Metalúrgica) debieron
sacudirse la modorra y combinar la negociación “por arriba” con alguna huelga y
manifestaciones sectoriales, en una gimnasia que, aun siendo controlada,
posibilita alguna expresión de base. No puede ignorarse, por otra parte, la
influencia de los conflictos “duros” (“huelgas salvajes” según los medios) que
más o menos cíclicamente desbordaron el control burocrático, logrando a veces
conquistas significativas y, en todos los casos, ejemplificando una
potencialidad de lucha que las patronales, el gobierno y los burócratas temen y
combaten, pero no pueden erradicar.</DIV>
<DIV align=justify><BR>El balance del período es complejo y contradictorio. Un
problema es que la dinámica de las mejoras en el nivel de empleo y los salarios
parece haberse estancado desde el 2008.[3] Pero lo esencial es que la misma
mejoría que un sector de la clase sintió, estuvo acompañada por el incremento
invisibilizado de la precarización, el trabajo en negro (que alcanza a casi un
40 % de la fuerza laboral), los tercerizados y el trabajo esclavo, que no está
circunscrito como pretenden hacerlo creer el Ministerio de Trabajo y la AFIP a
unas pocas actividades rurales. Las diferencias se han incrementado: los
trabajadores “no registrados” cobran, en promedio, la mitad de lo que perciben
los que están en blanco. Hay categorías (petroleros, mineros, aceiteros,
camioneros...) que conquistan salarios comparativamente muy altos, pero los
ingresos de una gran franja de la clase se estancan o retroceden. Un 20 % de los
salarios son recortados “por arriba” pues debe tributar impuesto a las ganancias
(!) y en la otra punta se encuentran los nuevos “pobres por ingreso”–quienes
trabajan en blanco por un salario que no cubre el valor de la canasta familiar–.
Y la inflación golpea duramente a los sectores más desprotegidos. Esta
fragmentación objetiva, consentida y alentada por el actual modelo sindical,
tiene consecuencias subjetivas: la conciencia e identidad de clase siguen
desarticuladas, la solidaridad y la defensa de intereses comunes es
desacreditada y reemplazada promoviendo mezquinas prebendas corporativas.
Expresión extrema de esto es la asociación de los burócratas de la Unión
Ferroviaria en la superexplotación de los ferroviarios tercerizados, que llegó
al deliberado asesinato de Mariano Ferreyra por parte de la patota de Pedraza.
Y, como si eso fuera poco, las ignominiosas “medidas de fuerza” dispuestas tanto
por la UF como por La Fraternidad contra el ingreso a planta de los
precarizados. En definitiva, junto con la bonanza económica y los altos índices
de crecimiento, han crecido la desigualdad y la miseria social. Un puñado de
empresas transnacionales y amigas del gobierno está ganado como nunca, mientras
gran parte de la población sigue en la indigencia o la pobreza, el problema
habitacional en las grandes ciudades ha devenido explosivo y las carencias en
materia de salud y educación son terribles. Que Moyano diga lo que quiera. Yo
pienso que no es momento de agradecimientos, sino de lucha.<BR><BR><STRONG>III.
El “modelo sindical” en crisis. Tradiciones en disputa<BR><BR></STRONG>La CGT y
su actual Secretario General se muestran ostensiblemente como un factor de poder
que, encolumnado hoy tras Cristina Kirchner, disputa espacios en el Partido
Justicialista, en las futuras boletas del Frente para la Victoria, e incluso
adelanta que algún futuro presidente debería provenir del movimiento sindical.
Tienen recursos. Han exhibido una capacidad de movilización y encuadramiento que
ningún partido tiene. Presionan y negocian con las organizaciones empresarias
como hacía tiempo no se veía. Prometen por un lado combatir a “la zurda loca” y
por el otro reclaman “participación en las ganancias” provocando reacciones
paranoicas en la gran burguesía.</DIV>
<DIV align=justify><BR>¿La Patria Sindical recargada? No lo creo. El poder
concentrado de Moyano no basta para convertir a la CGT en lo que dice ser: una
gran organización de masas, con el reconocimiento y adhesión de la totalidad de
los trabajadores. Ni mucho menos. La cúpula de la CGT lo sabe y precisamente por
ello insiste en que el Estado le conceda el monopolio de la representatividad de
la clase trabajadora, argumentando que ese es “el modelo sindical argentino”.
Veamos esto más de cerca.</DIV>
<DIV align=justify><BR>La CGT exige lo que se denomina “unicidad sindical”: el
Estado debe reconocer una central nacional, un sindicato por industria o rama de
actividad y una representación del personal cada lugar de trabajo. El monopolio
de la representatividad sindical está acompañado por la centralización de la
negociación colectiva y la concentración de la autoridad y los recursos en
la cúpula nacional de cada sindicato: es la dictadura de los cuerpos orgánicos.
Pero estas prescripciones se chocan con la realidad y hacen agua por todos los
costados. La misma CGT parece atada con alambres, bajo una conducción
unipersonal impuesta en base al poderío (y procedimientos que rondan con lo
mafioso) del sindicato de camioneros. Es una CGT en la que no funciona el
Congreso, no se reúne el Comité Central Confederal y el mismo Consejo Directivo
evita cualquier deliberación: todo se cocina por arriba y en secreto. Más allá
de la común defensa de sus privilegios y chanchullos de casta, los campeones de
la unicidad están divididos. Los sindicatos manejados por los llamados “Gordos”
se mantienen con un pie adentro y otro afuera, esperando una oportunidad para
desplazar a Moyano. Otros, siguiendo al Gastronómico Barrionuevo y al ahora
doblemente famoso “Momo” Venegas (aliados políticos de Duhalde) hicieron rancho
aparte constituyendo la “CGT Azul y Blanca”. Todos ellos dependen del favor del
Estado.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Asimismo, a despecho de los pretextos dilatorios del
Gobierno y el Ministerio de Trabajo, desde 1992 existe otra entidad sindical
nacional, la Central de los Trabajadores Argentinos (CTA). Más allá de sus
méritos y falencias, es indiscutible que se trata de una organización con
existencia real, con afiliados en todo el país y reconocida como una
organización hermana por la mayor parte de las centrales obreras de nuestra
América. Desde hace años, la Organización Internacional del Trabajo exige el
inmediato otorgamiento de la personería gremial a la CTA.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Pero la principal expresión de la crisis del modelo
sindical no son las divisiones de la CGT ni la competencia de otra entidad. La
crisis consiste en que más de la mitad de los trabajadores no tiene filiación
sindical y, lo que tal vez sea peor, en que en la abrumadora mayoría de los
lugares de trabajo no existen delegados ni forma alguna de organización gremial.
Se llegó a esta situación por múltiples factores: los efectos a largo plazo del
terrorismo de Estado que se ensañó con el activismo obrero, las derrotas
sufridas cuando la ofensiva neoliberal y los subsiguientes cambios en la
organización del trabajo, las persecuciones y prácticas antisindicales de las
patronales, el impacto subjetivo de la fragmentación conducente al
individualismo y la pérdida de confianza en la acción colectiva. Pero la
burocracia carga también con su propia e inmensa responsabilidad en todo esto:
porque algunos fueron colaboracionistas e incluso delatores de la dictadura
militar sin que al resto de los “compañeros” dirigentes se le moviera un pelo,
porque se adaptaron al neoliberalismo asumiendo el perfil del “sindicalismo
empresarial” y convirtiéndose ellos mismos en empresarios, porque se ponen de
acuerdo con las patronales para detectar y hacer despedir a los compañeros
insumisos, porque la estrechez corporativa de cada sindicato promueve
activamente la división e incluso el enfrentamiento entre los trabajadores. Por
todo esto, la realidad es que hoy la gran mayoría de los trabajadores siente un
profundo rechazo ante estos dirigentes millonarios y el aparato con rasgos
mafiosos en que se apoyan. Son considerados, con sobrados motivos, un cuerpo
extraño, motorizado por sus propios intereses y potencialmente peligroso.</DIV>
<DIV align=justify><BR>No será sencillo sacarse de encima la loza burocrática
peronista y recuperar la otra tradición de nuestro movimiento obrero, la que
justificaba hablar de “la anomalía argentina” aludiendo al grado de combatividad
y politización que desafiaba desde abajo, desde los cuerpos de delegados, las
comisiones internas, las agrupaciones combativas y clasistas, tanto a las
dictaduras militares como a la dictadura de los cuerpos orgánicos. Todo lo que
pueda contribuir o facilitar ese titánico empeño será bienvenido. Se sabe que
existiendo muchos pedidos de inscripción gremial que el Ministerio de Trabajo
cajonea, crecen las demandas judiciales: para lograr la inscripción y
reconocimiento de nuevas organizaciones, para revertir o condenar casos de
discriminación antisindical, para frenar los burdos mecanismos antidemocráticos
a los que recurren los jerarcas sindicales para bloquear cualquier atisbo de
oposición. Algún fallo dispuso el reconocimientos de delegados que habían sido
electos pese a no ser afiliados al sindicato con personería; otro dictaminó que
los fueros gremiales también protegían al directivo de un sindicato sin
personería... Son brechas legales y jurídicas que en determinados casos pueden
ayudar a organizarse. Pero no cabe alentar falsas esperanzas: los únicos cambios
efectivos y duraderos son los que se construyen desde abajo y se sostienen con
la lucha. La unicidad es mala, pero sobran ejemplos de que la “libertad
sindical” puede no ser mejor. Se requieren cambios de fondo y no parches. Una
batalla de conjunto: por libertad sindical, por democracia obrera, por el
clasismo, esto es, organizarse para enfrentar el poder del capital dentro de las
empresas y fuera de ellas, impulsando la autoactividad de los trabajadores (en
toda su diversidad: de género, etaria, de registración, etcétera). Mucho de esto
late en las experiencias de lucha y organización que rompen la loza burocrática
protagonizando lo que ha dado en llamarse sindicalismo de base. Conforman una
corriente muy heterogénea, incipiente y minoritaria, pero con raíces profundas.
La toma de fábricas y el intento de mantener en funcionamiento a las empresas
recuperadas por los trabajadores ya es parte del repertorio de la lucha de
clases, pesa en ello la emblemática victoria lograda por los trabajadores
ceramistas de la ex Zanón. En varias ocasiones las huelgas docentes (en Santa
Cruz, en Neuquén...) fueron ejemplares, por sus métodos asamblearios,
combatividad en la calle e independencia del gobierno. Los reclamos de libertad
y democracia obrera han estado presentes en conflictos de notable envergadura y
repercusión. En la multinacional Kraft, una larga lucha articuló las demandas
mínimas con la defensa de los delegados por sector y una comisión interna
antiburocrática. Se destaca la gesta de los trabajadores de los subterráneos de
la Capital Federal, que desde abajo han organizado e impuesto el nuevo sindicato
del subte, quebrando el triple veto de la Unión Tranviarios de Argentina (UTA),
la CGT y el Ministerio de Trabajo de la Nación. Silenciadas en general por la
prensa, en numerosas luchas han surgido organizaciones ad hoc o autoconvocadas a
través de las cuales las bases desbordan en determinados momentos el boicot de
los aparatos sindicales. Todo esto constituye una plétora de experiencias y
luchas diversas, que plantea el desafío de reconocer esa diversidad para, con
ella y desde ella, construir una común voluntad emancipatoria.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Para asumir este desafío debemos también atrevernos a
oponer, a la tradición que esgrime y cultiva la burocracia, la memoria de las
luchas y de los combatientes que la historia oficial enterró, pero nosotros
podemos y debemos rescatar o redimir. Repasando la historia a contrapelo,
podremos saltar sobre un abismo de sangre y olvido para reencontrarnos con los
vencidos de ayer que, a pesar de la derrota, o precisamente porque fueron
derrotados, siguen denunciando a los traidores, advirtiéndonos sobre el peligro
que nos acecha, recordándonos en definitiva que la única lucha que se pierde es
la que se abandona. Aquellas constelaciones o relámpagos subversivosde la
resistencia peronista, del Cordobazo, de las coordinadoras interfabriles, y
mucho más cerca aún, de Darío Santillán en la estación que bautizó con su gesto
solidario y con su sangre, nos orientan, nos iluminan, nos dan fuerza: “La
relación entre el hoy y el ayer no es unilateral: en un proceso eminentemente
dialéctico, el presente aclara el pasado y el pasado iluminado se convierte en
una fuerza en el presente” (Lowy, 2005: 71).</DIV>
<DIV align=justify><BR>Nuestro combate es aquí y ahora, por el pasado y por el
futuro. <BR><BR></DIV>
<DIV align=justify>* Antropólogo, Universidad de Buenos Aires. Miembro del
consejo de redacción de la revista Herramienta y de la Asociación Antonio
Gramsci de la Argentina. Colaborador de revistas extranjeras como Carré rouge,
A’lèncontre, Margem Esquerdo y Venezuela Socialista. Integrante del Frente
Popular Darío Santillán. Entre sus trabajos publicados se encuentra la
preparación de la 2ª edición de Un siglo de luchas. Historia del movimiento
obrero argentino, Buenos Aires, Antídoto, 1988; Después del estalinismo. Los
Estados burocráticos y la revolución socialista, Buenos Aires, Antídoto, 1995;
“Drogadicción”, salud y política, en Cuadernos de Herramienta 2, Buenos Aires,
2002. Compiló y revisó la traducción del francés de Marx intempestivo. Grandezas
y miserias de una aventura crítica, de Daniel Bensaïd, Ediciones Herramienta ,
2003. En los diferentes números de Herramienta, se pueden encontrar varios de
sus trabajos. Correo electrónico: <A
href="mailto:aldo@herramienta.com.ar">aldo@herramienta.com.ar</A> </DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG><U>Bibliografía<BR></U></STRONG><BR>Benjamin,
Walter, Dirección única. Alfaguara: Madrid, 1987.<BR>Féliz, Mariano / López,
Emiliano: “Políticas sociales y laborales en la Argentina”. En: Féliz, Mariano
et al. (eds.), Pensamiento crítico, organización y cambio social: de la crítica
de la economía política a la economía política de los trabajadores y las
trabajadoras. CECSO, Editorial El Colectivo: Buenos Aires, 2010.<BR>Löwy,
Michael, Walter Benjamin, Aviso de Incendio, Fondo de Cultura Económica: Buenos
Aires, 2005.<BR></DIV>
<DIV align=justify><U><STRONG>Notas<BR></STRONG></U><BR>[1] Entre otros, Hector
Recalde y Julio Piumato.<BR>[2] Lo de sindicalismo empresarial tiene múltiples
connotaciones: en lugar de organizar la lucha, “ofrecer servicios al afiliado”;
gerenciar el sindicato y la obra social con criterios de rentabilidad, hacer
inversiones, al límite devenir accionistas de empresas capitalistas, etcétera.
En el caso argentino, ha significado también la acelerada conversión personal de
los burócratas y sus familiares en empresarios
multimillonarios. <BR>[3] Se advierten tanto
una disminución en el ritmo de creación de nuevos empleos como el incremento de
la inflación, a punto tal que en los dos últimos años los salarios de los
empleados públicos y los trabajadores no registrados han perdido poder
adquisitivo. Artículo del economista Gustavo Ludmer en Página 12, 7/2/2011.
<HR>
</FONT></DIV></BODY></HTML>