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<DIV align=justify>
<HR>
</DIV>
<DIV align=center><STRONG><FONT size=4><U>boletín solidario de
información<BR></U><FONT color=#800000 size=5>Correspondencia de Prensa
<BR></FONT><U>8 de abril 2011<BR></U><FONT color=#800000 size=5>Colectivo
Militante - Agenda Radical<BR></FONT>Gaboto 1305 - Montevideo -
Uruguay<BR>redacción y suscripciones: </FONT></STRONG><A
href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><FONT
size=4>germain5@chasque.net</FONT></STRONG></A></DIV>
<DIV>
<HR>
</DIV>
<DIV> </DIV>
<DIV><STRONG><FONT size=3>Debates</FONT></STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG></STRONG></FONT> </DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG>Está en crisis una relación
históricamente dada entre la humanidad y el
medioambiente<BR></STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG></STRONG></FONT> </DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG>Fundamentos de una estrategia
ecosocialista *<BR></DIV></STRONG></FONT>
<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2><STRONG></STRONG></FONT> </DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial size=2><STRONG>Daniel
Tanuro</STRONG></FONT></DIV>
<DIV><FONT face=Arial size=2><STRONG>Viento Sur</STRONG></FONT></DIV>
<DIV><FONT face=Arial size=2><STRONG>Traducción de Josu
Egireun</STRONG></FONT></DIV>
<DIV><FONT face=Arial size=2><A
href="http://www.vientosur.info/"><STRONG>http://www.vientosur.info/</STRONG></A></DIV>
<DIV align=justify><BR><BR>Contrariamente a lo que sugiere la falsa pero muy
popular metáfora de la Isla de Pascua propuesta por Jared Diamond [1], las
degradaciones medioambientales actuales no son comparable a las que se
produjeron en otros períodos históricos. Las diferencias no son sólo
cuantitativas (la gravedad y la globalización de los problemas ecológicos) sino,
sobre todo, cualitativas: mientras que todas las crisis medioambientales del
pasado se derivaban de tendencias sociales a la sub producción crónica, del
temor a la penuria, los problemas actuales tienen su origen en la tendencia
inversa: a la superproducción y al sobre consumo, propios de un sistema basado
en la producción generalizada de mercancías. Por ello, hay que concluir que el
término crisis ecológica es erróneo. No es que la naturaleza esté en crisis,
sino que lo que está en crisis es una relación históricamente dada entre la
humanidad y el medioambiente. Esta crisis no se debe a la naturaleza de la
especie humana sino al modo de producción que se impuso hace ahora
aproximadamente dos siglos: el capitalismo, y al modo de consumo y movilidad que
derivan de él. Los graves daños que sufre el ecosistema (cambio climático,
contaminación química, declive acelerado de la biodiversidad, degradación de los
suelos, destrucción de los bosques tropicales, etc.) forman parte de la crisis
sistémica global. Todas ellas, en su conjunto, expresan la incompatibilidad
entre el capitalismo y el respeto a los límites
naturales.<BR><BR><STRONG>Productivismo sin límites</STRONG></FONT></DIV><FONT
face=Arial size=2>
<DIV align=justify><BR>La razón fundamental de esta incompatibilidad es simple:
bajo el acicate de la competencia, todo propietario de capital busca, sin
descanso, reemplazar trabajo vivo por trabajo muerto o, lo que es lo mismo,
reemplazar mano de obra por máquinas más productivas y, de ese modo, obtener un
beneficio superior al beneficio medio. Operación cuyo objetivo no es otro que
eliminar la competencia inundando el mercado con mercancías a un precio más
bajo. En este modo de producción la innovación no tiene por objeto aligerar la
carga del trabajo sino la acumulación incesante de capital. La búsqueda
permanente de nuevos campos de valorización del capital lleva al sistema a
incrementar sin límites la producción de mercancías innecesarias y dañinas que
para lograr venderlas, y realizar así la plusvalía, exigen crear necesidades y
mercados cada vez más artificiales. El productivismo -producir por producir-
implica necesariamente consumir por consumir y forma parte, al igual que el
fetichismo de la mercancía, del código genético del modo de producción
capitalista. “El capitalismo no sólo no es nunca estacionario sino que jamás
podrá llegar a serlo”, decía Schumpeter (2). Efectivamente, para que el
capitalismo pueda ser estacionario debería abolirse la competencia entre los
numerosos capitales que componen el Capital; algo totalmente absurdo.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Aún así, habrá quien objete que si la eficiencia en la
utilización de los recursos aumentara más rápido que la masa de mercancías
producidas, la reproducción ampliada del capital no significaría una utilización
creciente de recursos naturales. Y si fuera así, el capitalismo sería
ecológicamente sostenible. Estamos ante la tesis de la disociación entre el
crecimiento del PIB y la huella ecológica ilustrada por la curva ambiental de
Kuznets, según la cual el impacto ambiental de una determinada sociedad
aumentaría hasta un punto y luego disminuiría en función de su riqueza, del
desarrollo de sus fuerzas productivas. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Es cierto que de todos los modos de producción que han
existido en la historia, el capitalismo es el que ha aumentado de formas más
espectacular la productividad del trabajo y la eficiencia en la utilización de
recursos. Lo es porque la búsqueda del sobre-beneficio que impulsa la
mecanización favorece al mismo tiempo una economía creciente en la utilización
de las riquezas naturales. Sin embargo, esta constatación no desmiente la
naturaleza ecocida del sistema y la curva de Kuznets resulta falsa. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Por una parte, el aumento de la eficiencia no es
necesariamente lineal en relación al incremento del capital fijo, que, de lo
contrario nos llevaría a la conclusión de que el movimiento perpetuo es posible
dado que un trabajo podría ser realizado sin pérdida de energía (grosero error
cometido por los expertos que evaluaron que el consumo europeo de electricidad
podría ser cubierto por el proyecto Desertec que explota los rayos solares en el
Sahara) (3). Por otra, está empíricamente constatado que el aumento del volumen
de producción va más allá de la compensación por el incremento de la eficiencia,
que sólo es relativa. El caso del automóvil es ilustrativo: los motores son más
sobrios, pero las necesidades globales en hidrocarburos y las emisiones de gas
de efecto invernadero se incrementan de forma considerable debido al aumento
incesante del parque de vehículos. El crecimiento capitalista es bulímico:
implica, inevitablemente, un consumo creciente de recursos que es
irreconciliable con la renovación de los mismos y con los límites de la
naturaleza.</DIV>
<DIV align=justify><BR>El incremento angustioso de problemas ecológicos graves
nos lleva a plantearnos algunas preguntas: ¿cuáles son los límites teóricos del
crecimiento capitalista y, por lo tanto, de la degradación medioambiental del
capitalismo? Para responder bien a esta cuestión hay que tener en cuenta que el
capitalismo es, ante todo, una relación social de explotación cuyo desarrollo
fue históricamente posible por la apropiación previa que, en nombre del
beneficio, realizaron las clases dominantes de los recursos naturales (tierra,
agua, bosques…). Tras ella vino la apropiación de la fuerza de trabajo,
transformada en mercancía asalariada. El pillaje de recursos y la explotación
del trabajo -cuando se considera éste desde un punto de vista social-
constituyen, por tanto, las dos caras de la misma moneda. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Ahora bien, si dejamos de lado su función social (la
cooperación y sus formas), la fuerza de trabajo humano también puede ser
considerada, bajo el ángulo termodinámico, como un recurso natural entre otros
(el cuerpo humano es transformador de energía). En ese caso, el pillaje y la
explotación ya no constituyen un único proceso de destrucción y el sobre trabajo
puede ser descrito como una cantidad de energía acaparada por la patronal. Dicho
esto, podemos responder a la cuestión sobre los límites teóricos del capital. De
una parte, la expropiación de las y los productores directos, su alienación en
relación a la tierra, ha creado una clase social cuyo único medio de
subsistencia es la venta de su fuerza de trabajo a cambio de un salario. Por
otra, el empleador pone a disposición del trabajador o trabajadora asalariada
todos los elementos necesarios para desempeñar su actividad productiva
-herramientas, fábricas y energía- que han sido extraídos de la naturaleza o
transformados a partir de ella por el trabajo. En este contexto y teniendo en
cuenta que el aumento de la eficiencia solo es relativa, es obvio que la
búsqueda incesante de sobre-beneficio por el productivismo capitalista pesa
tanto sobre la fracción variable como la constante del capital, de manera que
éste se ve inevitablemente obligado siempre a consumir una cantidad absoluta mas
grande de fuerza de trabajo y de recursos naturales, a pesar de que favorece su
economía relativa. La fórmula enigmática de Marx diciendo que el capital no
tiene otro límite que el propio capital quiere decir sencillamente que este modo
de producción no se detendrá mas que cuando haya agotado sus dos únicas fuentes
de “riqueza; la tierra y el trabajador” .(4)</DIV>
<DIV align=justify><BR>Esta conclusión deja poco lugar al optimismo de quienes
se empeñan en creer, de forma obstinada, que un mecanismo endógeno aún no
identificado podría bloquear el sistema antes de que sobrepase este límite
teórico. Sin embargo, es necesario constatar que ese mecanismo no existe ni
puede existir. Una vez más, la razón es simple y nos remite a las leyes
fundamentales del capitalismo: este sistema, basado exclusivamente en la ley del
valor-trabajo tiene por único fin la producción de valores de cambio y no la
producción de valores de uso. De manera que, estando determinado su valor por el
tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción, el capital no
dispone de ningún mecanismo que le permita tomar en consideración,
espontáneamente, el estado real de las riquezas que la naturaleza pone a
disposición de la humanidad gratuitamente. Símbolo y esencia del valor, el
dinero, tanto por su abstracción como por la inversión completa de perspectiva
que engendra (parece que el dinero otorga valor a las mercancías cuando son
éstas quienes le confieren el valor a él) crea la ilusión de que sería posible
una acumulación ilimitada. Conviene precisar que el capital, que contabiliza y
mide todo, es incapaz de tomar en cuenta cualitativa y cuantitativamente las
riquezas naturales, tal y como lo muestra la despreocupación total con la que
destruye de forma irreversible los stocks de numerosos recursos naturales a
pesar de las advertencias de todo tipo. Esta locura incluso encuentra teóricos
entre los neoliberales que defienden, contra toda evidencia, la absurda tesis de
la posibilidad de substitución integral de los recursos naturales por productos
generados por la actividad humanan…<BR><BR><STRONG>¿Respuesta
política?</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>Es cierto que algunos capitales se invierten masivamente
en el sector verde de la economía ya que, gracias a los subsidios públicos, los
beneficios en ese sector son atractivos. Pero el capitalismo verde como tal es
una contradicción en los términos. La única cuestión que merece la pena ver es
en qué medida la ceguera ecológica del modo de producción mercantil podría estar
compensada por medidas políticas exógenas a la esfera propiamente económica. A
la vista de lo que hemos comentado más arriba, la respuesta es evidente: la
eficacia de las políticas ecológicas depende totalmente de la determinación con
que quienes las adoptan osan hacer frente a la libertad del capital; es decir,
construyen una relación de fuerzas social necesaria para imponerlas (lo que, por
otra parte, significa vincular la solución de la cuestión ecológica a la lucha
de las y los explotados: la lucha contra el paro, la miseria, la desigualdad
social, las discriminaciones y la degradación de las condiciones de trabajo). Y
es ahí donde está el problema.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Probablemente Tim Jackson es uno de los autores no
marxistas que mejor ha comprendido que la causa fundamental de la degradación
medioambiental está en la lógica productivista del capitalismo. En Prosperidad
sin crecimiento, se aleja de las explicaciones superficiales y escribe de forma
pertinente que ”esta sociedad que echa todo a la basura no es tanto fruto de la
glotonería de las y los consumidores como la condición de supervivencia del
sistema”, un sistema que tiene necesidad de “vender cada vez más e innovar
permanentemente.” (5) Pero Jackson evita llegar a la conclusión de este
análisis: en lugar de poner en cuestión este modo de producción fija la atención
en cuestionar “el deseo de novedad y de consumo que derivan de la naturaleza
humana”. De ese modo, la montaña pare un ratón:</DIV>
<DIV align=justify><BR>• En lo que respecta al medio ambiente, Prosperidad sin
crecimiento aboga porque el poder político fije severos límites en a la
utilización de los recursos en función, exclusivamente, de los límites
medioambientales. Exactamente, es lo que convendría hacer…, sólo que no podemos
fingir ignorar, como Jackson, que el mundo de los negocios se opone con éxito a
cualquier regulación medioambiental drástica, incluso en aquellos casos en los
que su necesidad no es puesta en cuestión;</DIV>
<DIV align=justify><BR>• En el plano social, Jackson tiene el mérito de abogar
por la reducción del tiempo de trabajo, sólo que subordinando esta medida a la
conservación de la competitividad de las empresas, sin que pueda, por ello,
cuantificarla. De hecho, para él, la reducción del tiempo de trabajo es una
forma de flexibilidad, no una respuesta colectiva e inmediata al paro, ni un
instrumento, mediante la no reducción del salario, para la redistribución de la
riqueza. Por otra parte, no la contempla sino como el último recurso en caso de
que la conversión de los economistas a un nuevo modelo macroeconómico no fuera
suficiente para “desplazar el punto neurálgico de la actividad económica del
sector productivo de valor hacia los servicios desmaterializados” . (6)</DIV>
<DIV align=justify><BR>En general, todas las propuestas orientadas a corregir
políticamente la naturaleza ecocida del capital tropiezan con los mismos
obstáculos: la lógica del beneficio y la naturaleza de clase de las
instituciones. (7)<BR><BR><STRONG>El milagro de la
internalización</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>Einstein dijo una vez que “No se puede resolver un
problema con la forma de pensar que ha conducido al mismo”. Este teorema es
perfectamente aplicable a la idea de que el capitalismo podría implicarse en la
senda de la sostenibilidad si las instancias políticas cuantificarían el precio
de los recursos naturales. Dado que la crisis ecológica es una consecuencia de
la producción generalizada de mercancías, no va a ser a través de la
“mercantilización” del agua, del aire, del carbono, de los genes o cualquier
otra riqueza natural, que llegaremos a detener la destrucción medioambiental.
Esta internalización de externalidades no sólo no nos acerca a una solución sino
que, por el contrario, nos aleja de ella. La transformación de las riquezas
naturales en mercancías implica su apropiación por el capital. A partir de ahí
el asunto está claro, ya que sometiéndolas a la ley del valor-trabajo quedan
excluidas de otro criterio de gestión que no sea la de obtener un beneficio.
</DIV>
<DIV align=justify><BR>En cualquier caso, y más allá de estas consideraciones,
la cuestión fundamental es que el propósito de adjudicar un precio a las
riquezas naturales se enfrente a una dificultad teórico insuperable: ¿cómo
evaluar en términos monetarios los bienes cuya producción no es medible en horas
de trabajo, que, por consiguiente, no tienen valor y cuya destrucción se da,
además, diferida en el tiempo? La única respuesta que otorgan los economistas
liberales a este rompecabezas es pelearse en torno a un impuesto de
actualización; y se plantean la cuestión de la disponibilidad de los
consumidores a pagar por el medio ambiente o… a aceptar su degradación. Por esa
vía, los precios de las riquezas naturales varíaan según si las personas
interrogadas son ricas o pobres… Llevado al límite, este método es claramente
absurdo: ¿qué valor mercantil podríamos otorgar a un rayo solar sabiendo que la
vida de la tierra dependa de él?</DIV>
<DIV align=justify><BR>La puerta sin salida del cálculo mercantil aparece más
clara en la propuesta de un impuesto-carbono para encarecer las energías fósiles
frente a las renovables y, por lo tanto, reducir las emisiones de gas carbónico.
Como se sabe, para tener alguna opción de no superar los 2ºC de incremento de la
temperatura en relación al periodo pre-industrial es necesario que las emisiones
de carbono disminuyan de aquí al año 2050 entre el 80 y el 95% en los países
capitalistas desarrollados y de 50 al 85% a nivel mundial, situándose, a mucho
tardar, el punto de inflexión en el año 2015 (8). </DIV>
<DIV align=justify><BR>Esta horquilla de cifras, de las que lo más prudente
sería tomar en consideración las más altas, implica abandonar las energías
fósiles, que actualmente cubren el 80% de nuestras necesidades energéticas
(siendo el oro negro la primera materia en la industria química) a lo largo de
las dos próximas generaciones. En realidad, la amplitud de las reducciones que
hay que realizar de manera urgente y la importancia de la diferencia de coste
entre las energías fósiles y las renovables son tales que incluso un impuesto de
600 dólares por tonelada no sería suficiente (según la Agencia Internacional de
Energía, sólo permitiría reducir las emisiones globales a la mitad de aquí al
2050). (9) Si tenemos en cuenta que la combustión de mil litros de gasóleo
produce 2,7 toneladas de CO2 se puede comprender que, en la práctica, semejante
medida sería socialmente inaplicable: los empresarios no la aceptarían más que
si fuese integramente transferida a los consumidores finales, al mismo tiempo
que la mayoría de la población, exhausta ya por la austeridad que padece desde
hace treinta años, no podría aceptar un deterioro semejante de sus condiciones
de existencia. </DIV>
<DIV align=justify><BR>De ahí que, en la práctica, y a pesar de todas las
sofisticadas teorías de los ecological economics, las propuestas políticas de
internalización de los costos de la contaminación son a la vez ecológicamente
insuficientes y socialmente insoportables. Partiendo de la premisa de que los
obstáculos teóricos y prácticos pudieran ser superados, la eficacia de la
internalización no dejaría de ser aleatoria, porque el precio no es más que un
indicador cuantitativo, incapaz de distinguir entre las diferencias cualitativas
entre una tonelada de CO2 evitada a través de medios tan diferentes como el
aislamiento de una vivienda, la instalación de paneles fotovoltaicos, plantación
de árboles o la supresión de un Gran Premio de Fórmula 1. En efecto,
cuantitativamente no hay nada que distinga una tonelada de CO2 de otra. Ahora
bien, las diferencias cuantitativas son decisivas a la hora de elaborar
estrategias ecológicas adecuadas cuyas medidas estén en coherencia con el fin
que se propone: la transición, sin generar un trauma social, a un sistema
energético eficiente y descentralizado, basado únicamente en energías
renovables. <BR><BR><STRONG>Gestión racional del metabolismo y lucha de
clases</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>El carácter ecocida del capital tomó cuerpo desde los
orígenes del modo de producción capitalista. En el siglo XIX, el fundador de la
química del suelo, Liebig, hizo sonar la alarma sobre este tema: fruto de la
urbanización capitalista, los excrementos humanos dejarían de ser vertidos en el
campo y esta ruptura del ciclo de nutrientes amenazaba con causar un grave
empobrecimiento de los suelos. A resultas de estos trabajos, Marx eleva esta
problemática a un terreno conceptual, planteando la necesidad general de una
regulación racional de los intercambios de las materias (o metabolismo) entre la
humanidad y la naturaleza (10). Más tarde, de forma anticipada y guiado por este
concepto ecológico, vuelve sobre la cuestión de los suelos para adelantar una
perspectiva programática radical: la abolición de la separación entre la ciudad
y el campo que, desde su punto de vista, resultaba completamente indispensable
junto a la desaparición progresiva de la separación entre trabajo manual e
intelectual. Conviene insistir en una cosa: la expresión gestión racional no
debe prestarse a la confusión. Para Marx, la naturaleza “es el cuerpo inorgánico
del hombre”. El buen metabolismo de conjunto no se dará en base a una burocracia
de tecnócratas verdes, sino a la supresión de las clases sociales, dado que la
división de la sociedad en clases hace imposible una gestión consciente y
organizada del intercambio de materias con el medioambiente. </DIV>
<DIV align=justify><BR>No sólo porque la búsqueda del beneficio empuje a las
empresas al pillaje de los recursos naturales sino porque su apropiación
capitalista hace que los recursos naturales aparezcan, en relación a los
explotados y explotadas, como fuerzas hostiles ante las que se encuentran
alineados. A esto se le añade que la competencia entre las y los asalariados y
el miedo al paro llevan a los trabajadores y trabajadoras, individualmente, a
desear la buena marcha de su empresa y a colaborar de esa forma,
involuntariamente, con el productivismo; y, finalmente, que a partir de un
determinado nivel de desarrollo del capital, el consumo de mercancías procura a
los trabajadores y trabajadoras ciertas compensaciones miserable. Todos estos
mecanismos solo pueden ser contrarrestados con la más amplia solidaridad de
clase. Es por ello que para Marx la gestión racional del metabolismo
humanidad-naturaleza no podía ser realizado mas que por los productores
asociados. Y a él le corresponde el haber precisado que ahí es donde reside la
única libertad posible.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Aunque en determinadas tomas de posición políticas
relativas a la cuestión agraria (11), se pueden encontrar en Lenin algunas
referencias sobre esta cuestión de la gestión racional y que Bujarin realizara
una presentación inteligente de la misma en su compendio sobre el materialismo
histórico (12), este concepto marxista cayó pronto en el olvido. Ningún pensador
marxista le ha otorgado la importancia que le corresponde y, sobre todo, ninguno
ha visto el interés a referirse a él cuando a partir de los años 60 del siglo
pasado la cuestión ecológica se plantea como una cuestión social de primer
orden. </DIV>
<DIV align=justify><BR>No es este el lugar para plantearse las razones de esta
solución de continuidad en el marxismo revolucionario (13). Basta con poner en
guardia al lector o la lectora contra interpretaciones simplistas: a pesar de
que el estalinismo, también en este terreno, supuso una terrible regresión
histórica, no es su única causa. (14). Así que, pondremos el acento sobre el
hecho de que la ecología de Marx merece ocupar, con urgencia, un lugar central
en el pensamiento teórico y en la elaboración programática de los
marxistas.<BR><BR>El problema del recalentamiento climático ilustra esta
necesidad. La saturación de la atmósfera por el CO2, principalmente debido a la
combustión de combustibles fósiles -es decir, a un cortocircuito en el ciclo
largo del carbono- constituye un caso flagrante de gestión irracional de los
intercambios de materias; y esta irracionalidad sitúa a la humanidad ante un
terrible dilema:</DIV>
<DIV align=justify><BR>• De un lado, tres mil millones de personas viven en
condiciones indignas. Sólo se pueden satisfacer sus legítimas necesidades
aumentando la producción material. Es decir, transformando los recursos
medioambientales. O sea, consumiendo una energía que hoy en día es de origen
fósil en un 80% y genera el gas de efecto invernadero;</DIV>
<DIV align=justify><BR>• Por otro lado, el sistema climático está al borde del
infarto. Evitar catástrofes irreversibles (cuyas víctimas se contarán sobre todo
entre esos tres mil millones de personas que aspiran a una vida digna) impone
reducir radicalmente las emisiones de gas de efecto invernadero. Es decir,
reducir el consumo de las energías fósiles necesarias para la transformación de
recursos medioambientales.</DIV>
<DIV align=justify><BR>En el corto espacio de 40 años que, según el GIEC,
tenemos para ello y a menos que se de una revolución científica extraordinaria
en el dominio energético, esta ecuación no puede encontrar una solución
aceptable en el marco del capitalismo. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Efectivamente, un sistema basado en la obtención del
beneficio a partir de la competencia es totalmente incapaz de satisfacer
masivamente las necesidades humanas económicamente no solventes mediante la
reducción durable tanto del consumo energético como de la producción material.
Si ya alcanzar estos objetivos de forma separada, uno por uno, resulta
incompatible con la lógica del capital, ¿cómo van a ser alcanzados al mismo
tiempo? La imposibilidad del reto queda evidente si examinamos los escenarios
climáticos propuestos por los gobiernos e instituciones internacionales.
<BR><BR>El escenario Blue Map de la Agencia Internacional de Energía, por
ejemplo, se plantea reducir las emisiones globales de aquí al 2050 en un 50%
(15). Objetivo a todas luces insuficiente y que sólo se podría alcanzar
recurriendo masivamente a la energía nuclear, a los agrocarburantes o
autodenominado “carbón limpio” (CCS), dejando de lado el gas de esquisto y de
las arenas bituminosas. Este panorama (el Blue Map) implicaría la construcción
anual de 32 centrales nucleares de 1000 MW a lo largo de más de 40 años, así
como 45 nuevas centrales térmicas de carbón de 500 MW equipados de CCS. Sobran
las palabras: la terrible catástrofe de Fukushima en Japón ha demostrado
sobradamente la aberración de estos proyectos.<BR><BR>Por consiguiente, sólo nos
quedan dos opciones estratégicas:</DIV>
<DIV align=justify><BR>• salir del capitalismo restringiendo radicalmente la
esfera y el volumen de la producción capitalista de forma que sea posible
limitar al máximo los daños del recalentamiento y garantizando un desarrollo
humano digno basado exclusivamente en energías renovables y en la perspectiva de
una sociedad que gravite sobre otra economía del tiempo; o</DIV>
<DIV align=justify><BR>• continuar en la lógica de la acumulación capitalista,
de la desregulación climática, restringiendo el derecho a la existencia de
centenas de millones de seres humanos y en el que las generaciones futuras
estarán condenadas a pagar los platos rotos de una huida hacia delante basada en
tecnologías peligrosas.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Obviamente, elegiremos la primera. Pero es necesario
insistir que la transición al socialismo está sujeta a compromisos
medioambientales estrictos. No hay que subestimar la amplitud del desafío. En la
Unión Europea, por ejemplo, reducir las emisiones en un 60% (¡cuando habría que
reducirlas en un 95%!) sin recurrir a la energía nuclear, precisaría reducir la
demanda energética final en un 40% (16). No resulta fácil medir lo que ello
supone para la producción material y el transporte, pero parece evidente que el
objetivo no podrá ser alcanzado simplemente con la eliminación de las
producciones inútiles y dañinas (armamento, publicidad, yates de lujo y aviones
privados, etc.), luchando contra la obsolescencia programada de los productos o
suprimiendo el consumo ostentoso de las capas más ricas de la clase dominante…
Serán necesarias medidas más radicales; medidas que, al menos en los países
desarrollados, repercutirán sobre el conjunto de la población. Dicho de otro
modo, la transición al socialismo se deberá hacer en condiciones muy distintas a
las del siglo XX. </DIV>
<DIV align=justify><BR>La estimación realizada de la participación de la
agroindustria en la emisión total de gas de efecto invernadero nos proporciona
algunos elementos. Según la campaña “No te comas el planeta”, del 44 al 57% de
las emisiones de gas de efecto invernadero se deben al actual modelo de
producción, distribución y consumo de productos agrícolas y forestales. Esta
cifra se obtiene añadiendo a las emisiones derivadas de las actividades
estrictamente agrícolas (11 al 15%), las de la deforestación (15 al 18%), las de
la manutención, transportes y almacenamiento de los alimentos (15 al 20%) y la
de los residuos orgánicos (3 al 4%) (17). <BR>Por consiguiente, la lucha para
estabilizar el clima al mejor nivel posible no debería limitarse a la
expropiación de los expropiadores-contaminadores-despilfarradores: el cambio de
las relaciones de propiedad no constituye más que la condición necesaria -pero
no suficiente- para un cambio social profundo que implique la modificación
sustancial de los modos sociales de consumo y movilidad. Estas cambios
-desplazarse de otra manera, comer menos carne y consumir verduras de temporada,
por ejemplo- hay que situarlos en el horizonte desde ahora mismo; es urgente y
necesario y porque tiene implicaciones inmediatas. Y son posibles porque ponen
en práctica mecanismos culturales e ideológicos que tienen cierta autonomía en
relación a la base productiva de la sociedad. Aún cuando en sí mismo no
provoquen ningún cambio estructural, hay que considerarlas como parte integrante
de la alternativa anticapitalista. En la medida en que se traduzcan en prácticas
colectivas, pueden favorecer tomas de conciencia y compromisos militantes.
<BR><BR><STRONG>Nuevos tiempos</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>El Programa de Transición escrito por León Trotsky en
1938 comienza afirmando que “desde hace mucho tiempo, la premisa económica de la
revolución proletaria ha llegado al punto más elevado que puede alcanzar bajo el
capitalismo” y concluía que “las premisas objetivas (…) no sólo están maduras,
sino que han comenzado a pudrirse. Sin revolución socialista en el próximo
período, la civilización humana está bajo la amenaza de ser arrasada por una
catástrofe.” El fundador del Ejército Rojo se refiere en primer lugar al
contexto histórico: victoria del fascismo y del nacismo, aplastamiento de la
revolución española y la inminente guerra mundial. Sin embargo, su opinión sobre
el pudrimiento de las condiciones objetivas parece tener una proyección
histórica más amplia. Este tema vuelve a aparecer en los escritos de Ernest
Mandel: “De hecho (a partir de cierto nivel) el crecimiento de las fuerzas
productiva y el incremento de las relaciones mercantil-monetarias puede alejar a
la sociedad, en lugar de acercarla, de su objetivo socialista.” (18) </DIV>
<DIV align=justify><BR>Cita remarcable cuyas implicaciones estratégicas merecen
ser exploradas. Porque, de hecho, estamos enfrentándonos a una situación sin
precedente: a nivel de los países desarrollados, el capitalismo ha ido demasiado
lejos en lo que respecta al crecimiento de las fuerzas productivas materiales,
de tal modo que una alternativa socialista digna no puede significar continuar
por esa vía sino, más bien, retroceder. (evidentemente, hablamos de las fuerzas
materiales. No se cuestiona el desarrollo del conocimiento y la cooperación
entre las y los productores). Esta nueva coyuntura histórica nos lleva a la
necesidad imperiosa de producir y transportar menos con el fin de consumir
radicalmente menos energía y suprimir totalmente las emisiones de CO2 fósil de
aquí al final del siglo.<BR><BR>El hecho que el desarrollo de las fuerzas
productiva materiales nos haya alejado objetivamente de una alternativa
socialista constituye la clave de bóveda que fundamenta y justifica el nuevo
concepto de ecosocialismo. Lejos de tratarse de una nueva etiqueta al uso, este
concepto introduce al menos cinco novedades que he esbozado en mi libro El
imposible capitalismo verde y a las que haré mención de forma breve:</DIV>
<DIV align=justify><BR>1. Es necesario abandonar la noción del “control humano
sobre la naturaleza”. La complejidad, las incógnitas y el carácter evolutivo de
la biosfera implican un grado de incertitud irreductible. La imbricación de lo
social y lo medioambiental debe pensarse como un proceso en constante
movimiento, como un producto de la naturaleza.</DIV>
<DIV align=justify><BR>2. Es necesario enriquecer la noción clásica del
socialismo. En adelante, el único socialismo posible es aquel que satisfaga las
necesidades humanas reales (despojadas de la alienación mercantil)
democráticamente determinadas por las y los interesado, a partir de los recursos
limitados que disponemos y cuestionándose seriamente sobre el impacto de las
mismas y de la forma en que deben ser satisfechas. </DIV>
<DIV align=justify><BR>3. Hay que ir más allá de una visión compartimentada,
utilitarista y lineal de la naturaleza como especio físico en el que actúa la
humanidad. A imagen de un centro comercial en el que se apropia de los recursos
necesarios para la producción de su existencia y de un vertedero en el que
deposita sus residuos. La naturaleza es todo a la vez: el centro comercial, el
vertedero y el conjunto de procesos vivos que, gracias al aporte de la energía
solar, distribuye la materia entre los distintos polos en constante
reorganización. Los residuos y su almacenamiento deben ser compatibles, tanto
cuantitativa como cualitativamente, con las capacidades y ritmos de reciclaje de
los ecosistemas. Es decir, el buen funcionamiento del conjunto depende de la
biodiversidad, que debe ser protegida.</DIV>
<DIV align=justify><BR>4. Las fuentes de energía y los métodos de conversión no
son socialmente neutros. Por consiguiente, el socialismo no puede definirse tal
y como lo hizo Lenin: “los soviets más la electricidad”. El sistema energético
capitalista es centralizado, anárquico, derrochador, ineficiente e intensivo en
trabajo muerto; basado exclusivamente en fuentes no renovables y orientado hacia
la acumulación capitalista. Una transformación socialista digna de ese nombre,
tiene necesariamente que reemplazarlo de forma progresiva por un sistema
descentralizado, planificado, ahorrador, eficiente e intensivo en trabajo vio,
basado exclusivamente en fuentes renovables y orientado a la producción de
valores de uso durables, reciclables y reutilizables. Criterios que han de
aplicarse a la producción energética en sentido estricto y al conjunto del
aparato industrial, a la agricultura, al transporte, al ocio y la ordenación del
territorio. Una transformación profunda como sólo puede realizarse a nivel
mundial.</DIV>
<DIV align=justify><BR>5. La superación del umbral a partir del cual el
crecimiento de las fuerzas productivas materiales complican la transición al
socialismo implica una actitud crítica hacia el incremento de la productividad
del trabajo. En determinados dominios, la puesta en pie de una alternativa
anticapitalista respetuosa con el medio ambiente exige reemplazar el trabajo
muerto por el trabajo vivo. Es, manifiestamente, el caso de la agricultura,
donde el sistema agroindustrial ultra mecanizado, gran consumidor de inputs y de
energía fósil deberá ceder el lugar a otro modo de explotación más intensivo en
trabajo humano. Lo mismo cabe decir en relación al sector de la energía. La
producción descentralizada basada en energías renovables exigirá mucha mano de
obra, sobre todo de mantenimiento. En general, la cantidad de trabajo vio deberá
aumentar radicalmente en todos los dominios vinculados directamente al medio
ambiente. Lo mismo en lo que respecta al cuidado de las personas, la enseñanza y
otros sectores en los que la izquierda considere necesario desarrollar el empleo
público: la inteligencia y las emociones humanas, junto a una cultura de
“cuidados” son, efectivamente, cuestiones que plantean la interacción con la
biosfera. <BR><BR>Los espíritus dogmáticos pensarán que estas reflexiones abren
la puerta a una revisión del marxismo revolucionario bajo la forma de
concesiones a la ofensiva de austeridad contra la clase obrera en los países
desarrollados. Nada de eso. </DIV>
<DIV align=justify><BR>No tiene sentido ceder lo más mínimo a los discursos
culpabilizadores que utilizan la crisis ecológica para tratar de desarmar a la
clase obrera y a sus representantes. Una línea de demarcación clara entre el
ecosocialismo de una parte, la ecología política y el decrecimiento de otra, es
la actitud frente a la lucha de clases. Seguimos firmemente convencidos que las
y los explotados aprenden en la lucha colectiva, comenzando por la defensa de
los salarios, el empleo y las condiciones de trabajo. Toda lucha de los
trabajadores y trabajadoras, incluso la más inmediata, tiene que ser apoyada y
considerada como una oportunidad para aumentar el nivel de conciencia y
orientarla hacia una perspectiva socialista. Desde esta perspectiva estratégica,
la constatación de que, hacia delante, la transición socialista debe operarse en
los límites que impone el medio ambiente no implica un debilitamiento de las
posiciones anticapitalistas; al contrario, las refuerza. <BR><BR>Pero la verdad
es revolucionaria y no se puede ocultar el hecho de que la transformación
socialista implicará renunciar, y probablemente en gran medida, a ciertos
bienes, servicios y hábitos que impregnan profundamente la vida cotidiana de
amplias capas de la populación, al menos en los países capitalistas
desarrollados. Por ello, hay que poner en primer lugar los objetivos capaces que
compensen esta pérdida mediante un progreso sustancial en la calidad de vida.
Creemos que es necesario que privilegiar dos pistas: </DIV>
<DIV align=justify><BR>1. La gratuidad de los bienes básicos (agua, energía,
movilidad) hasta un nivel social medio, lo que implica la extensión del sector
público.</DIV>
<DIV align=justify><BR>2. La reducción radical (59%) del tiempo de trabajo sin
pérdida de salario, con contratos proporcionales y reducción de cadencias.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Marx decía que “Toda la economía se reducía, en última
instancia, a una economía del tiempo”. Afirmar la necesidad de producir y de
consumir menos es reivindicar tiempo para vivir y vivir mejor. Esto supone abrir
un debate fundamental sobre el control del tiempo social, sobre lo que es
necesario a cada cual, por qué y en qué cantidad. Supone despertar el deseo
colectivo de un mundo sin guerras donde se trabaje menos y se trabaje de otra
manera; un mundo en el que se contamine menos y en el que se desarrollen las
relaciones sociales y se mejore sustancialmente el bienestar, la sanidad
públicas, la educación y la participación democrática. Un mundo que no será
menos rico como afirma la derecha, ni tan rico para la mayoría de la población,
como dice cierta izquierda. Pero que será menos vacío, menos estresante, menos
exprimido; en una palabra: más rico.</DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify>* Este artículo se publicará en Nouveaux Cahiers du
Socialisme, septembre 2011<BR><BR></DIV>
<DIV align=justify><STRONG><U>Notas</U></STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>[1] Jared Diamond, Collapse. How Societies Choose to Fail
or Survive, London, Penguin Books, 2005. Des critiques de la thèse de Diamond
sont proposées notamment par Benny Peiser, « From ecocide to genocide : the rape
of Rapa Nui », Energy and Environment, vol. 16, n° 3-4, 2005 ; par Terry L.
Hunt, « Rethinking Easter Island’s ecological catastrophe », Journal of
Archaeological Science, 2007, n° 34, p. 485-502 ; et par Daniel Tanuro, «
Catastrophes écologiques d’hier et d’aujourd’hui : la fausse métaphore de l’île
de Pâques », Critique Communiste, n° 185, décembre 2007.<BR>[2] Joseph
Schumpeter, Capitalisme, socialisme et démocratie, Paris, Petite Bibliothèque
Payot, 1942.<BR>[3] L. Possoz et H. Jeanmart, Comments on the electricity demand
scenario in two studies from the DLR : MED-CSP & TRANS-CSP, ORMEE &
MITEC engineering consultancy, Belgium,
http://www.dlr.de/tt/Portaldata/41/....<BR>[4] Karl Marx, Le Capital, Paris,
Éditions sociales, Livre premier, Tome II, 1973 [1867], p. 181-182. Souligné par
Marx.<BR>[5] Tim Jackson, Prospérité sans croissance, Bruxelles, Etopia,
2010.<BR>[6] Daniel Tanuro : « Prospérité sans croissance » : un ouvrage sous
tension<BR>[7] Esto es particularmente cierto en lo que respecta a los
indicadores alternativos o complementarios al PIB. Que el PIB no mide la calidad
del medioambiente es una evidencia, porque su objetivo no es ése, como tampoco
lo es el del capitalismo. El PIB mide la acumulación de capital… Por lo tanto,
está perfectamente adaptado al capitalismo. Hacer créer que bastaría con
modificar el intrumento de medida para que el sistema cambie de lógica muesta o
ingenuidad o mala fe intelectual. <BR>[8] GIEC, Contribution du Groupe de
travail III au rapport 2007, page 776.<BR>[9] AIE, Perspectives des technologies
de l’énergie. Au service du plan d’action du G8. Scénarios et stratégies à
l’horizon 2050, 2008.<BR>[10] Karl Marx, Le Capital, Moscou, Éditions du
Progrès, 1984 [1867], p. 855.<BR>[11] Vladimir I. Lénine, La question agraire et
les critiques de Marx, Moscou, Éditions du Progrès, 1973, chapitre IV.<BR>[12]
Nicholas Boukharine, La théorie du matérialisme historique. Manuel de sociologie
marxiste, Paris, Anthropos, 1967.<BR>[13] Daniel Tanuro, « Marxism, energy, and
ecology : The moment of truth », Capitalism Nature Socialism, deécembre 2010, p.
89-101.<BR>[14] Daniel Tanuro, Écologie : le lourd héritage de Léon
Trotsky.<BR>[15] AIE, op. cit.<BR>[16] Wolfram Krevitt, Uwe Klann, Stefan
Kronshage, Energy Revolution. A Sustainable Pathway to a Clean Energy Future for
Europe, Stuttgart, Institute of Technical Thermodynamics & Greenpeace,
septembre 2005.<BR>[17] Rapporté par Esther Vivas, «  Ne mange pas le monde  » :
Une autre agriculture pour un autre climat, traduction française d’un article
dans le quotidien catalan Publico.<BR>[18] Ernest Mandel, Ten Theses on the
Social and Economic Laws Governing the Society Transitional Between Capitalism
and Socialism.<BR>[19] Daniel Tanuro, L’impossible capitalisme vert, Paris, La
Découverte, 2010.
<HR>
<BR><BR><BR></FONT></DIV></BODY></HTML>