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<DIV align=center><STRONG><FONT size=4><U>boletín solidario de
información</U><BR><FONT color=#800000 size=5>Correspondencia de
Prensa<BR></FONT><U>2 de octubre 2011</U><BR><FONT color=#800000
size=5>Colectivo Militante - Agenda Radical</FONT><BR>Montevideo -
Uruguay<BR>redacción y suscripciones: <A
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href="mailto:germain5@chasque.net">germain5@chasque.net</A></FONT></STRONG><A
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<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>Sudán del
Sur<BR><BR>Imágenes</FONT></STRONG></FONT></DIV>
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<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>Reportaje: en el corredor de la muerte
<BR><BR>A la horca con 14 años</FONT><BR></DIV></STRONG>
<DIV align=justify><STRONG></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>Se llama Alphonse Kenyi. Aguarda en una
prisión de Sudán del Sur a que un tribunal anule la condena a muerte dictada
contra él cuando tenía 14 años. El País le entrevistó entre los muros de
una cárcel putrefacta</FONT> <BR><BR></STRONG></DIV>
<DIV align=justify><STRONG></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG>José Miguel Calatayud<BR>El País, Madrid,
2-10-2011</STRONG> </DIV>
<DIV align=justify>
<DIV><A title="http://www.elpais.com/ CTRL + clic para seguir el vínculo"
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title="http://www.elpais.com/ CTRL + clic para seguir el vínculo">http://www.elpais.com/</STRONG></A></DIV>
<DIV><FONT face=Calibri></FONT> </DIV><BR><FONT size=3
face=Calibri>"</FONT>Yo nunca dije ante el juez que hubiera matado a nadie".
Alphonse Kenyi, que ya ha cumplido 15 años, está en la última ala de la prisión
de Juba, reservada para los condenados a muerte. Lleva entre rejas desde octubre
de 2009. Fue condenado por asesinato múltiple cuando tan solo tenía 14 años. Le
señalaron como miembro de un grupo que iba por la ciudad matando gente, los
llamados niggers. Está en el corredor de la muerte desde octubre de 2010. Sobre
él pende la sombra de la horca.<BR><BR>Su historia es el reverso oscuro de un
proceso ilusionante. El pasado 9 de julio, Sudán del Sur se convirtió en un país
independiente, y la ciudad de Juba, en la capital más joven del mundo. Tras una
guerra de 22 años contra el norte, Juba es hoy una ciudad optimista que mira al
futuro. La nueva corriente de esperanza llega hasta la prisión Central e incluso
hasta el corredor de la muerte, donde los condenados sueñan con que el nuevo
Estado los perdone.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Alphonse es el más joven de ellos. El sexto de siete
hermanos y el único que pudo ir al colegio, aunque solo durante dos años. Sus
padres, que estaban desempleados y con trabajos ocasionales, no podían
permitirse pagar la educación de sus hijos. Vivían en Kalitok, un poblado a unos
85 kilómetros de Juba. En 2008 se trasladaron a la capital para que el padre,
enfermo, pudiera recibir atención médica. La madre consiguió un trabajo en el
Servicio de la Vida Salvaje, y Alphonse, como muchos otros niños en Juba, se
dedicaba a recolectar botellas de plástico por la calle para venderlas como
recipientes o para su reciclaje. Pero la libertad de moverse por las calles de
Juba le duró a Alphonse solo un año: en octubre de 2009 fue arrestado por
asesinato múltiple.</DIV>
<DIV align=justify><BR>"Había habido disparos y asesinatos en Nyakuron [un
suburbio de Juba], así que la policía empezó a buscar a cualquier persona con
uniformes y pistolas. Me encontraron en mi casa y vieron el uniforme de mi
madre. La policía me arrestó y me llevó a la comisaría", explica Alphonse.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Juba, la capital de Sudán del Sur, es una ciudad en
ebullición. Destruida casi totalmente durante la guerra que acabó en 2005, hoy
abundan los sitios en obras. Torres acristaladas albergan hoteles y bancos junto
a edificios medio en ruinas. Todoterrenos con los cristales tintados conducen a
gobernantes y dignatarios internacionales que se cruzan con vacas de largos
cuernos y cabras que buscan comida entre la basura en las calles.</DIV>
<DIV align=justify><BR>La prisión está situada en el mismo centro de la ciudad.
Es uno de los pocos edificios que apenas han cambiado en los últimos 60 años.
Numerosos guardas y policías armados con rifles gastados pasean alrededor de la
puerta principal, que se abre en los enormes muros de piedra coronados con
alambre. Otros se sientan en sillas de plástico o en el suelo intentando buscar
algo de sombra para huir del calor aplastante.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Dentro de los muros, en un patio de tierra, hay varios
sillones destartalados, raídos y quemados por el sol. También aquí hay docenas
de guardas y policías que parecen no tener mucho que hacer. Pasean lentamente
secándose el sudor de la cara, se sientan en los sillones o en el suelo, algunos
lucen con desgana sus viejos rifles AK-47. Huele a meado, e incontables moscas
se posan en la piel, en la ropa, en los rifles, en el tapizado roto y ajado de
los sillones.</DIV>
<DIV align=justify><BR>El oficial encargado de los menores en la prisión es
Fabian Serit. Fabian es un hombre no muy alto y de sonrisa fácil. Tiene una cara
simpática y, a pesar del calor, viene al trabajo cada día con pantalones de
traje y una camisa de manga larga. Fabian suda constantemente y lleva un pañuelo
en el bolsillo que se pasa por la cara cada pocos minutos. Le gusta hablar y ríe
constantemente. Cuando está contando algo importante o que él considera una
confidencia, te coge del brazo y te mira fijamente con sus ojos enrojecidos
mientras baja la voz.</DIV>
<DIV align=justify><BR>"Un grupo llamado niggers iba por la ciudad matando a la
gente. Fueron arrestados y torturados y la policía les obligó a que señalaran a
sus secuaces por la calle, y fue entonces cuando denunciaron a Alphonse", dice
Fabian en voz baja. Y luego se exalta: "¡Pero él es inocente y además es un
niño! Así que lo llevamos al médico. El doctor dijo que tenía 14 años y ahora
estamos intentando cambiar oficialmente su edad para quitarle la condena a
muerte". En enero de 2010, Sudán cambió sus leyes y aumentó de 15 a 18 años la
edad mínima para que un criminal pueda ser sentenciado a la pena capital.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Fabian y otros funcionarios de la prisión trabajan en una
oficina muy pequeña y de paredes desnudas, en la que tres mesas y unas pocas
sillas apenas dejan sitio para nada más. Todos los informes y documentos están
en papel y manuscritos en una mezcla de inglés y árabe. Dos de los funcionarios
intentan sin mucho éxito usar el programa Microsoft Word en el único y viejo
ordenador que acaba de ser donado por la ONU. Las moscas y el calor se cuelan en
la oficina aunque aquí se puede al menos escapar del sol punzante.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Unas enormes y pesadas puertas de metal conducen al patio
interior de la cárcel y a las celdas. El patio es un espacio amplio, con el
suelo de tierra, dividido en dos partes por una verja. De nuevo el calor, la
luz, el polvo, las moscas. A la derecha de la verja hay unos pocos árboles y un
tejadillo de metal que dan algo de sombra. Los presos se concentran allí,
sentados en el suelo, intentando huir del sol y de la luz cegadora de la mañana.
Otros se sientan junto al muro que separa el patio de las celdas a la izquierda,
donde también hay una estrecha franja de sombra. Apenas hay movimiento, casi
nadie camina y las conversaciones son en voz baja.</DIV>
<DIV align=justify><BR>El método de ejecución empleado en la cárcel es la horca.
Fabian explica que hay una fórmula para colgar a los condenados. "Te miden y te
pesan para regular la horca. Si no está bien regulada, te puede cortar la
cabeza. Si esto ocurre, los encargados de regularla son encarcelados".</DIV>
<DIV align=justify><BR>Incluyendo a Alphonse, en el corredor de la muerte hay
ahora 50 condenados, todos por asesinato. En 2011, hasta la independencia en
julio, dos reclusos han sido ejecutados. El año pasado fueron ocho en total,
según cuenta Fabian. Y además de Alphonse, en esta cárcel hay otros 46 niños que
conviven con unos 1.000 reos adultos. Hay también cinco niñas, alojadas en un
edificio contiguo con las mujeres.</DIV>
<DIV align=justify><BR>La mayoría de los presos adultos, al igual que casi todos
los policías y guardias, son exguerrilleros que lucharon en la guerra civil que
enfrentó al norte y al sur de Sudán entre 1983 y 2005. Entre los presos adultos,
los delitos más comunes son el robo, el adulterio, la violación y el asesinato.
Entre los niños, los pequeños robos menores y algunos asesinatos.</DIV>
<DIV align=justify><BR>El caso de los condenados por asesinato es particular.
"La pena depende de la decisión de los familiares de la víctima", explica James
Warnyang, otro funcionario al cargo de los menores. Los familiares le piden al
asesino una cantidad de dinero como compensación. Es lo que aquí en árabe llaman
dia y en inglés blood money (dinero de sangre). La ley establece que los
familiares pueden pedir como máximo 30.000 libras (unos 8.250 euros) y esta es
la cantidad solicitada en casi todos los casos. "Aunque depende de las tribus",
interviene Fabian; "por ejemplo, los dinka pueden pedir 30 vacas en lugar de
30.000 libras". Cuando se fija la cantidad, el juez impone una nueva sentencia
de cárcel, de hasta cinco años si es un menor y de hasta 10 si es un
adulto.</DIV>
<DIV align=justify><BR>"Pero si los familiares de la víctima dicen que quieren
al asesino muerto, entonces ya está: son los familiares los que deciden y no hay
nada que hacer, aunque si el condenado es un menor, entonces la ley dice que no
puede ser ejecutado", concluye James. En la prisión Central de Juba, además de
Alphonse, hay nueve menores que cumplen penas de cárcel por asesinato.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Hay varias alas: una para los presos comunes, otra para
los enfermos mentales, otra para los presos políticos, que es la que
curiosamente ocupan los menores. Una puerta en el muro da acceso al ala para los
presos políticos. Los menores esperan bajo un toldo metálico, de pie y en filas.
Llevan ropas sucias y rotas, están muy delgados y aguardan con expectación. De
repente empiezan a cantar mientras dan palmas y se mueven rítmicamente.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Cuando la canción acaba, todos se sientan en el suelo en
filas y miran con ojos enormes, con intensidad, algunos con la boca abierta,
otros con sonrisas de emoción. La escena recuerda más a una escuela que a una
cárcel.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Muchos niños quieren hablar y sus historias podrían
llenar un libro de reportajes. Está Mangar Abuc Malnal, de 16 años, que parece
uno de los jefes del grupo. Los demás corean su nombre mientras Mangar, lleno de
energía y confianza, se levanta y cuenta con naturalidad cómo asesinó a otro
niño en una pelea, mientras Fabian y varios de los menores ríen. Se entregó él
mismo a la policía en julio de 2009 y lleva desde entonces en la cárcel.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Pero su juicio no se celebró hasta diciembre de 2010,
cuando fue condenado a pagar 30.000 libras como dinero de sangre a la familia de
la víctima y a tres años de prisión, que empezaron a contar en el momento de la
condena. Mangar dice que cuando pueden jugar al fútbol y cuando tienen clase, la
vida en prisión no está mal, aunque la comida no es buena. "Pero el balón se ha
pinchado y ahora no tenemos nada que hacer, así que nos pasamos el día sin hacer
nada y pensando".</DIV>
<DIV align=justify><BR>El caso de Diu Ajak también es llamativo. Alto, muy
delgado y con un rostro infantil y triste, tiene 13 años, aunque aparenta 9 o
10. "Tenía hambre, por eso entré en la casa, cogí 120 libras [32 euros] y una
cámara de fotos pequeña", cuenta Diu hablando en voz muy baja. "El dueño del
dinero me pilló y me pegó con un palo. Era un oficial del Ejército. Me llevó a
la comisaría y allí los policías me pegaron, me dieron muchos latigazos".
Entonces Diu calla, se alza la camiseta y muestra la espalda. Está llena de
cicatrices, pese a que esto le ocurrió cinco meses atrás.</DIV>
<DIV align=justify><BR>"Me metieron en un coche y me llevaron para que señalara
a alguien. Yo señalé a unos chicos porque los policías me habían pegado. Los que
señalé son amigos míos, pero no estaban conmigo cuando fui y robé en la casa",
continúa el chico.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Los cinco niños fueron arrestados y llevados a una
comisaría. Dos de ellos, Angok Mum y Chol Achek, ambos de 14 años, se levantan
indignados y cuentan su versión de la historia, que coincide con la de Diu
aunque ellos niegan que fueran amigos y aseguran que no lo conocían. Angok y
Chol dicen que los policías también les pegaron a ellos en la comisaría para que
confesaran haber robado, pero que ellos nunca lo admitieron.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Más adelante, Fabian contará por teléfono que Diu y los
cinco menores arrestados junto a él han sido liberados tras haberse pasado más
de siete meses en la cárcel sin sin haberse celebrado juicio alguno. Y en el
caso de los cinco señalados por Diu, sin pruebas en su contra.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Mientras hablan Diu, Angok y Chol, un funcionario ha
traído a Alphonse, que se ha dejado caer en una silla de plástico. Alto,
delgado, cabizbajo, de rostro amplio y grandes ojos, no deja de tocarse los pies
y los grilletes que le atenazan los tobillos. Los demás niños lo miran con
respeto y desde la distancia. Alphonse simplemente los ignora. Uno de los
funcionarios dice a los chicos que se pueden ir y la mayoría se levantan y se
van. Alphonse se sienta en el suelo y, con la vista baja, hace dibujos en la
arena. Unos pocos niños se quedan y se sientan o se tumban cerca de él, le miran
serios y en silencio.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Empieza a hablar y dice que su nombre completo es
Alphonse Kenyi Makwach y que nació el 19 de enero de 1996. Apenas alza la mirada
y habla monótona y lentamente, como si estuviera cansado o aburrido de repetir
las mismas palabras, mientras sigue trazando formas y letras con la arenilla del
suelo. "Me arrestaron en octubre de 2009. Mi madre trabaja para el Servicio de
Protección de la Vida Salvaje y su uniforme [similar al de los soldados] estaba
en casa".</DIV>
<DIV align=justify><BR>"Me humillaron, me pegaron muchas veces, querían que
admitiera haber hecho cosas que yo no había hecho. Me metieron en una celda con
más gente que estaba acusada de matar y de destrozar el pueblo y a mí me
acusaron de lo mismo. Me pegaban con ese bastón que tiene la policía. Si les
miraba, me pegaban. Me llevaron al tribunal. El juez preguntó: '¿Qué ha hecho
esta persona?'. El fiscal dijo: 'Estas personas han matado'. Y nos trajeron aquí
a la cárcel. El fiscal volvió a la comisaría y escribió que todos habíamos
confesado y por eso nos condenaron a muerte. Pero ante el juez yo nunca dije que
hubiera matado".</DIV>
<DIV align=justify><BR>Sigue su discurso lentamente, pero sin pausa; los demás
niños escuchan en silencio y siguen la escena con intensidad. "En la comisaría,
los policías usaron cuchillas de afeitar y agujas, me decían que confesara, pero
yo nunca admití nada. Me metían la aguja entre la carne y la uña, haciéndome
mucho daño, y luego rompían la uña con la cuchilla". Entonces Alphonse deja de
hablar. Alza la vista y enseña los dedos y las señales en sus uñas, como
pequeñas cicatrices por donde la uña se habría roto.</DIV>
<DIV align=justify><BR>"No conocía a las otras personas que había en la celda.
Todos eran mayores que yo. No me hablaron ni me dijeron nada. La policía también
les torturó a ellos, a todos nos hicieron lo mismo", agrega el joven. En total
eran ocho personas: Alphonse y tres hombres fueron sentenciados a muerte, otro
fue condenado a 14 años de cárcel, y dos mujeres y una menor fueron también
castigadas a 14 años.<BR>Alphonse calla y sigue haciendo dibujitos en el suelo.
El ambiente se relaja un poco, todos parecen volver a respirar, los niños
empiezan a hablar y a moverse. Algunos se acercan a Alphonse, le hablan con
cariño, intentan animarlo, hacen bromas, a veces consiguen arrancarle una leve
sonrisa.<BR></DIV>
<DIV align=justify>James Warnyang, otro funcionario ocupado de los menores,
musita en voz baja: "Él ya no cree que le vayan a liberar, cree que va a ser
ejecutado". Y entonces le cuenta lo que Fabian y él están haciendo para
demostrar que es un niño, que fue condenado con 14 años, y le aseguran que no va
a ser ahorcado. Pero Alphonse no reacciona, no alza los ojos para mirar a James
y simplemente sigue jugando con la arenilla y haciendo dibujitos y montañitas
con ella.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Tras conseguir el documento de la comisión médica que
certifica que Alphonse tiene 15 años, el funcionario Fabian elaboró un informe
completo sobre el caso, que primero tuvo que ser aprobado por el director de la
prisión, después por un tribunal en primera instancia y ahora está pendiente de
resolución en el Tribunal Supremo.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Si se acepta que Alphonse fue condenado a muerte cuando
tenía 14 años, entonces la sentencia sería invalidada y el tribunal tendría que
fijarle una pena de cárcel que, por tratarse de un menor de edad, podría ser de
hasta cinco años, además del pago del dinero de sangre a las familias de las
víctimas. "E inmediatamente tras la resolución lo sacaríamos del corredor de la
muerte y lo traeríamos aquí con los otros niños", recalca Fabian.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Alphonse lleva puesta una camiseta del Liverpool, pero no
responde sobre si le gustan el fútbol y el Liverpool. Los demás niños le
insisten, le hablan de fútbol, hacen pequeñas bromas, intentan hacerle reír y
entonces sí reacciona y habla un poco con los otros muchachos; la atmósfera
parece un poco más ligera durante algunos instantes.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Pasa las noches en el ala de los condenados a muerte,
pero los demás menores duermen en una estancia junto a este pequeño patio
cubierto por un tejadillo de metal. Se trata de una sola habitación de unos
cuatro metros de ancho por unos 15 de largo. Junto a las paredes se aprietan
unos 15 colchones de espuma. Son muy finos y están raídos y cubiertos por
sábanas viejas y sucias. En cada uno de ellos duermen tres niños. Algunas redes
mosquiteras penden del techo sobre los colchones, aunque no hay suficientes y
están llenas de agujeros.</DIV>
<DIV align=justify><BR>La visita a la prisión Central de Juba llega a su fin.
Alphonse sigue sentado en el suelo, de nuevo con la mirada baja y triste. Los
demás niños se levantan, empiezan a andar, se empujan unos a otros y se pelean
en broma, ríen y empiezan a jugar. De vuelta a la oficina, y tras interrogarlo
acerca de la tortura, Fabian cuenta: "En los cuarteles de policía te pegan,
utilizan fuego u otros objetos para que digas la verdad. De hecho, los
arrestados quieren que los traigan a la cárcel lo antes posible porque saben que
aquí no torturamos a nadie".</DIV>
<DIV align=justify><BR>Fuera, el sol sigue inundando el patio de tierra entre el
zumbido de las moscas y las conversaciones de los guardias. Los policías pasean
lentamente o se dejan caer junto a sus rifles en los sillones quemados por el
calor.
<HR>
</FONT></DIV></BODY></HTML>