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<DIV align=center><STRONG><FONT size=4><U>boletín solidario de
información</U><BR><FONT color=#800000 size=5>Correspondencia de
Prensa</FONT><BR><U>25 de noviembre 2011<BR></U><FONT color=#800000
size=5>Colectivo Militante - Agenda Radical</FONT><BR>Montevideo -
Uruguay<BR>redacción y suscripciones: <A
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href="mailto:germain5@chasque.net">germain5@chasque.net</A></FONT></STRONG><A
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<DIV align=justify><BR><STRONG><FONT size=3>Debates<BR><BR>La crisis de la
socialdemocracia europea de
posguerra</FONT></STRONG><BR> <BR><BR><STRONG>Àngel Ferrero *<BR>Sin
Permiso<BR><A
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href="http://www.sinpermiso.info/">http://www.sinpermiso.info/</A></STRONG><A
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title="http://www.sinpermiso.info/ CTRL + clic para seguir el vínculo"></STRONG></A></DIV>
<DIV align=justify><FONT size=3 face=Calibri></FONT><BR> <BR><BR>El
resultado de las últimas elecciones generales en España ha sido anticipado y
pormenorizadamente analizado en estas y otras páginas por muchos autores.
Ninguna sorpresa: Alfredo Rubalcaba cosechó el peor resultado de la historia de
su formación, no muy lejos de su correligionario alemán en el 2009. Y
francamente, ¿de veras le ha sorprendido a alguien? A más de 1.800 kilómetros de
Madrid, la noticia pasó sin pena ni gloria: era catástrofe anunciada. Zapatero
«deja tras de sí un partido, que aunque aún lleva en su nombre la palabra
"socialista", no tiene ningún perfil político propio», escribía Thorsten Mense
para konkret en su número de octubre. [1] El Tagesspiegel habló de «debacle», el
mismo adjetivo que emplea el Frankfurter Rundschau, el Süddeutsche Zeitung
calificó el resultado de los socialistas españoles de «catastrófico» y el
Spiegel especula incluso con una escisión del PSOE por la izquierda.
[2]<BR><BR>El desplome electoral del PSOE -28'73% de los votos, 110 escaños- es
la última muestra de una tendencia de crisis prolongada en la socialdemocracia
europea de posguerra. La leve mejora en las encuestas de algunos partidos
socialdemócratas europeos, recibida por los medios de comunicación con un
entusiasmo digno de mejor causa, puede inducir a engaño. El caso de Dinamarca es
significativo. Pese a entrar en el gobierno, los socialdemócratas obtuvieron en
las últimas elecciones uno de los peores resultados de su historia: la formación
de Helle Thorning-Schmidt perdió votantes y se quedó en un 25%, muy lejos de su
media histórica -en torno al 30%- y mucho más lejos aún del éxito de 1935,
cuando cosechó el 46% de los votos. En Francia, la victoria de François Hollande
sobre Martine Aubry en las primarias del Parti Socialiste supone el
estancamiento del partido en el centro político, con miras a recoger tanto como
pueda el descontento hacia Nicolas Sarkozy y, por descontado, no supone ningún
retorno al programa del Congreso de Épinay (1971). En Alemania, el SPD no sólo
sigue sin desdecirse oficialmente de la política antisocial del gobierno de
Schröder, sino que su probable candidato a las elecciones de 2013 será el
schröderiano Peer Steinbrück, ministro de Finanzas durante la Gran Coalición
(2005-2009) bendecido por el ex canciller Helmut Schmidt y los medios de
comunicación como contrapeso al ala izquierda del partido de Andrea Nahles y
compañía. De hecho, no se descarta una nueva coalición entre socialdemócratas y
conservadores para 2013, con la coalición roji-negra en Berlín -la opción menos
esperada y la que finalmente triunfó- como precedente. En Holanda, Suecia y
Finlandia de la debilidad de los socialdemócratas se aprovecharon partidos
ultras -el Partido de la Libertad de Geert Wilders, los Demócratas Suecos de
Jimmie Åkesson, los Verdaderos Finlandeses de Timo Soini- que entraron en el
parlamento. Las joven promesa del laborismo británico, Ed Miliband, se quedó
después de su elección como presidente del partido septiembre de 2010, en eso:
simple promesa. En Italia, el Partito Socialista Italiano desapareció con la
implosión del sistema de partidos tras el escándalo de corrupción de
Tangentópoli, mientras su presidente, Bettino Craxi -quien, entre otros méritos,
aupó políticamente a Silvio Berlusconi- buscaba refugio en el Túnez del
autócrata Ben Ali en su huida de la judicatura y del fisco italianos. Su
sucesor, el Partito Democratico no termina de despegar.<BR><BR><STRONG>1973:
crisis del petróleo y crisis de la socialdemocracia</STRONG><BR><BR>Cómo se ha
llegado a este punto, ni los socialdemócratas mismos lo saben. La
Friedrich-Ebert-Stiftung -el think tank del SPD que, dicho sea de paso, estuvo
detrás de la reinvención de la socialdemocracia española y de su cesura del PSOE
histórico durante la Transición- lleva años invirtiendo considerables sumas de
dinero en ello sin llegar a ningún resultado concluyente. Quizá no es que no lo
sepan, quizá es que no quieren saberlo. Con más modestia y menos presupuesto,
Franz Walter, profesor de Ciencias políticas de la Universidad de Göttingen y
buen conocedor de la socialdemocracia alemana, sobre la que escribe regularmente
para los semanarios Die Zeit, Spiegel y Freitag, se planteó mejor las preguntas
en uno de sus últimos libros: Vorwärts oder abwärts? Zur Transformation der
Sozialdemokratie (Berlín, Suhrkamp, 2010). (El título, ¿Adelante o para abajo?
Sobre la transformación de la socialdemocracia', es un juego de palabras con el
título del histórico periódico orgánico del SPD, Vorwärts!.)<BR><BR>A pesar de
la mucha tinta vertida sobre la crisis de la socialdemocracia inmediatamente
antes y después de la Primera Guerra Mundial debido al apoyo de los
socialdemócratas franceses y alemanes a los créditos de guerra, lo cierto es que
la bolchevización del movimiento obrero europeo -el insurreccionalismo y el
"centralismo democrático" diseñado para combatir la autocracia rusa difícilmente
podía ajustarse a la democracia de las organizaciones europeas- y los partidos
socialdemócratas siguieron contando con el respaldo mayoritario de los
trabajadores, no sólo a pesar de la formación de partidos comunistas
(crecientemente tutelados por Moscú), sino de interesantes partidos
socialdemócratas independientes y socialistas de izquierdas escindidos del
tronco común socialdemócrata. En su libro, Franz Walter fecha el comienzo de la
crisis de la socialdemocracia europea de posguerra en el año 1973. El autor toma
como base para su afirmación la del historiador británico Eric Hobsbawm de que
«la historia del siglo XX fue, desde 1973, la historia de un mundo que ha
perdido su orientación.» Nada más cierto. De 1967 a 1973, la socialdemocracia
europea vivió «los seis años de oro» de su historia tras la Segunda Guerra
Mundial. Pero la crisis del petróleo y la ofensiva neoliberal (en tres frentes:
el político, el económico y el ideológico) marcaron el comienzo del declive de
los socialdemócratas en Europa. ¿Por qué?<BR><BR>Walter apunta las siguientes
causas para la crisis de la socialdemocracia: (1) haber considerado como
incuestionable el modelo de crecimiento económico basado en los combustibles
fósiles, perjudicial para el medioambiente, que produjo su base electoral
histórica; (2) las transformaciones de la clase obrera de posguerra en Europa
tras los procesos de terciarización de la economía en Europa occidental (1973
fue el primer año en que el sector terciario superó al secundario en Alemania),
y; (3) relacionada con la anterior, su incapacidad para salir del marco nacional
y pensar internacionalmente, con una Internacional Socialista completamente
decorativa -de hecho, ¿quién se acordaría hoy de que aún existe si no fuera por
la vergonzosa inclusión del Partido Nacional Democrático de Mubarak hasta 2011?-
a medida que se deslocalizaban industrias y los partidos socialdemócratas
perdían su tradicional base electoral.<BR><BR>La terciarización de la economía
en Europa, primero, y la deslocalización de empresas, después, dividió a la
clase obrera europea. Las grandes unidades de producción, en la que los obreros
trabajan juntos bajo un mismo techo y con un mismo horario de trabajo y
adquirían así su conciencia de clase de manera bastante clara, se vieron en
pocos años afectadas por la reestructuración debido a la introducción de las
nuevas tecnologías informáticas y el paro, cuando no el traslado a la periferia
del continente. Los mejor cualificados pudieron encontrar nuevos empleos en el
creciente sector servicios, y con ellos, posibilidades de promoción social, no
siendo la menor de ellas el traslado a una nueva residencia. Para el resto
quedaron los trabajos peor remunerados y el paro. Su residencia era -no podía
ser más que- los viejos barrios obreros, en los que el porcentaje de parados
creció y los trabajadores inmigrantes pasaban a ocupar las viviendas abandonadas
por el primer grupo, visto con resentimiento por quienes se veían a sí mismo
como orillados. Este resentimiento formaría, andando el tiempo, el núcleo de
votantes de la derecha populista racista, al concentrarse su agresividad
negativamente contra toda suerte de enemigos ficticios internos o externos, así
como individuos que caen fuera del marco de la "normalidad" (izquierdistas,
homosexuales, ciertas subculturas urbanas). La clase obrera, pues, no
desapareció, pero dejó de tener conciencia de serlo. No desapareció como clase
en sí, sólo como clase para sí. Este cambio afectó lógicamente a las
organizaciones del partido, que, compuestas por "los ganadores" de 1973, fueron,
acorde a su adquirida posición en la estructura social y sus anhelos de clase
media, cada vez menos democráticas. La crítica de Lenin a una aristocracia
obrera -un término procedente de la Inglaterra de la segunda mitad del XIX y que
Lenin se limitó a proyectar sobre Europa- cobró de súbito vigencia. En la
sociología de la época popularizó el término "ascensor" -un ascensor que iba,
por supuesto, en dos direcciones, dependiendo de quien lo tomara-. En este
fenómeno tuvieron bastante que ver las organizaciones
socialdemócratas.<BR><BR>En contra de lo pregonado por el marxismo vulgar,
algunas concepciones del mundo influyen sobre el curso de la realidad social. En
el caso alemán, por ejemplo, el abandono del marxismo en el Congreso de Bad
Godesberg (1959) tuvo consecuencias prácticas: el SPD dejó de ser un partido de
trabajadores (Arbeiterpartei) para convertirse en un partido de masas que
aglutinase a otras clases sociales (Volkspartei). Si en un primer momento esta
medida aumentó su base electoral y llegó con el tiempo a bloquear las
posibilidades electorales al catolicismo social existente en la CDU, a largo
plazo dejó desprovistas a las organizaciones socialdemócratas, afectadas por la
desaparición de las grandes unidades de producción, de su verdadera razón de ser
-escuelas de socialismo, lugares de solidaridad y de creación de una sub y
contracultura propias- y muy pronto se convirtieron en el vehículo ideal para la
promoción social de la nueva clase media surgida de la posguerra, con la mira
puesta en no pocas ocasiones en la estabilidad de la carrera como funcionario
del estado. En el seno de las viejas organizaciones socialdemócratas se formó
una nueva clase dirigente sin experiencia, pero tampoco interés, en cuestiones
sociales y con un conocimiento superficial de la historia del movimiento obrero
y el análisis político y económico. En el proceso los grandes dirigentes
históricos de la socialdemocracia -Wilhelm Liebknecht, August Bebel, Aristide
Briand, Jean Jaurès, Otto Bauer, Rudolf Hilferding, Clement Attlee o Willy
Brandt- se arrojaron sin más al basurero de la historia.<BR><BR><STRONG>De la
socialdemocracia al social-liberalismo<BR></STRONG><BR>Estos nuevos dirigentes
creyeron erróneamente que la incapacidad de la socialdemocracia para resolver
los problemas derivados de la crisis de 1973 se encontraba precisamente en el
viejo instrumental para superarla: análisis racional de datos empíricos e
intervención del estado. Los nuevos dirigentes socialdemócratas mordieron el
cebo del neoliberalismo, adoptaron su credo -desregulación y mercados libres
contra un Estado social visto como un ineficaz Leviatán burocrático- y creyeron
que su futuro electorado sería la clase media -que, como hoy sabemos, era en
buena medida una ficción alimentada por el crédito-, abandonando a la clase
obrera al populismo racista -«el socialismo de los tontos», en inmejorable
expresión de August Bebel- y a una apatía existencial que en los jóvenes quedaba
mitigada por el consumo, la cultura de masas alienada y el uso embrutecedor de
las drogas. El resultado de este maridaje imposible entre la tradición
socialdemócrata y el neoliberalismo de cuño anglosajón recibió, como es notorio,
el nombre de Tercera Vía, un término que como Franz Walter se encarga de
recordar, se presta a la confusión histórica: una "tercera vía" entre
bolchevismo y socialdemocracia parlamentaria la buscaban los socialistas de
izquierda de los años treinta, y más tarde los socialistas yugoslavos y los
comunistas reformistas checos; otra "tercera vía", muy diferente, entre
comunismo soviético y capitalismo occidental, la reclamaban para sí los
nacional-bolcheviques, los fascistas italianos y aún el catolicismo político en
la década de los treinta. La diferencia estriba, como señala Walter, en que los
austromarxistas pensaban en una tercera vía «en el socialismo, entre la
autocracia comunista y la pusilanimidad reformista [mientras que la] Tercera Vía
de Anthony Giddens o Bodo Hombach de finales del siglo XX, por el contrario,
había de seguir una senda concreta en el seno de las sociedades de mercado, no
contra ellas, ni para ir más allá de ellas.»<BR><BR>Bodo Hombach -descrito como
el "chico prodigio del Ruhr" por The Economist- y Peter Mandelson -el spin
doctor favorito de Tony Blair y autor de la frase «We are utterly relaxed about
some people getting filthy rich»- fueron los principales ideólogos de la Tercera
Vía con la publicación, en 1999, de su manifiesto:The way ahead for Europe's
Social Democrats. En este texto -que leído hoy suena según Walter «tremendamente
superficial»- se rechazaba la intervención estatal al mismo tiempo que se
aceptaba la función dirigente de los mercados financieros (por su «creatividad e
innovación»), las rebajas de impuestos y ventajas fiscales para las grandes
empresas y, en definitiva, todo lo que nos ha conducido a la situación actual.
Anthony Giddens -un enemigo declarado de la socialdemocracia tradicional y de
todo lo asociado a ella- hizo lo que acostumbran a hacer solícitamente los
profesores de universidad bien establecidos: legitimar académicamente el
manifiesto de Hombach-Mandelson y darle una pátina de prestigio intelectual. Los
discursos se llenaron a partir de entonces de términos como "gobernanza",
"sociedad del conocimiento", "sinergias" y "eficiencia", una jerga tecnocrática
que pronto derivó en bullshit. En la primavera de la Tercera Vía no sólo
florecieron cien escuelas de pensamiento, todas más o menos igual de mediocres:
los socialdemócratas no se avergonzaban de exhibir estilos de vida muy alejados
de los de sus votantes ni de fotografiarse junto a destacados multimillonarios
en sonadas fiestas. La asimilación acrítica del lenguaje y costumbres
neoliberales fue tal que en Berlín un sorprendido Guido Westerwelle, el
presidente de los Liberales, criticó a los socialdemócratas por copiar el
programa de su partido.<BR><BR>Pese a todo lo anterior, no fue la clase obrera
-fraccionada como pudiera estar- quien abandonó a la socialdemocracia, sino la
socialdemocracia quien abandonó a la clase obrera. Mientras duró el boom
económico, los socialdemócratas llegaron a tener el gobierno de 11 de los 15
países de la Unión Europea, incluidos los de las tres mayores economías:
Alemania, Francia y el Reino Unido. Pero como dijo Abraham Lincoln en una
ocasión, no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo, así que fue
cuestión de tiempo que la clase obrera terminase por abandonar a la
socialdemocracia: si en 1998 Schröder tenía un apoyo del 49% entre los
trabajadores, en el 2009, su sucesor Frank-Walter Steinmeier -a quien los
sindicatos habían retirado su histórico apoyo- sólo conseguía el 24% (menos que
la CDU) y perdía más de 10 millones de votos. El Partido del trabajo holandés
(PvdA) obtuvo el peor resultado de su historia en el 2002; los socialdemócratas
suecos (SAP) en el 2006; el Partido socialdemócrata austríaco (SPÖ) en el 2008;
el Partido socialdemócrata alemán (SPD) en el 2009; el Partido laborista obtuvo
su peor resultado desde 1931 en las elecciones generales de 2010 (un año antes
había quedado por detrás del euroescéptico UKIP en las elecciones europeas); y
así hasta el 2011, cuando el PSOE ha obtenido el peor resultado de su historia.
En las municipales los partidos socialdemócratas se vieron superados en sus
feudos históricos por conservadores, liberales, verdes y, en el caso de
Estocolmo, incluso por detrás del Partido Pirata, quedando en ocasiones en
tercera y cuarta posición. La derecha populista se benefició del descalabro en
Austria y en Francia, donde Jean-Marie Le Pen disputó famosamente a Jacques
Chirac la segunda vuelta de las presidenciales tras desbancar al candidato
socialista Lionel Jospin. La pérdida de militantes entre la socialdemocracia
europea se cuenta asimismo por miles. El Partido Laborista de Tony Blair tenía
400.000 militantes en 1997, el de Gordon Brown 160.000; 123.000 militantes ha
perdido la socialdemocracia noruega entre 1985 y 2003; 160.000 en Suecia entre
1991 y 2008; 150.000 en Dinamarca entre 1960 y 2007; 44.000 en Holanda entre
1990 y 2010. El perfil de su militante actual es hombre, trabajador cualificado
en el sector público y rozando los 60 años, lejos del pluralismo integrador que
se le supone a formaciones socialistas. <BR><BR>La desorientación política no es
menos espectacular: mientras los socialistas españoles alzan el puño en
Rodiezmo, sus parlamentarios aprobaban duras medidas de austeridad; mientras la
secretaria general del SPD Andrea Nahles se esfuerza con denuedo en mantener el
perfil izquierdista de la socialdemocracia alemana, el antiguo senador de Berlín
Thilo Sarrazin proclama la superioridad genética de los alemanes allí donde le
inviten a tomar la palabra. Y así por todas partes. Rémi Lefebvre, profesor de
Ciencias políticas en Reims, se ha expresado categóricamente: «nadie sabe ya a
favor de qué está el PS, a quién defiende y de quiénes son enemigos.» El ex
ministro socialista de Cultura francés Jack Lang es aún más pesimista y define
directamente al PS como «un árbol seco.» En efecto, la Agenda 2010 de Schröder
-cuya aprobación quedó expedita tras obligar a Oskar Lafontaine, víctima de una
campaña de desprestigio, a dimitir como ministro de Finanzas y Presidente del
SPD- fue el punto de no retorno, no sólo en lo político: que la mayor campaña de
desmantelamiento del Estado del bienestar fuese planeada y ejecutada por
socialdemócratas y verdes conmocionó al electorado alemán, de manera bastante
similar a que recientemente se ha visto conmocionado el griego o el español. En
los años de Schröder el índice de pobreza aumentó del 12 al 18%, la tasa de
trabajadores pobres (working poor) se duplicó, el trabajo precario floreció
tanto como lo hicieron los hedge funds. Las ayudas sociales del Hartz-IV no sólo
no consiguieron poner fin a nada de esto, sino que crearon un ejército de
funcionarios-centinela. El ejército alemán volvió a participar en una guerra en
Yugoslavia y en Afganistán con los socialdemócratas y verdes en el gobierno. El
PSOE y el PASOK aprueban medidas que prometieron que no aprobarían, ofreciendo a
su electorado una imagen de pusilanimidad ante las injerencias externas y
creando una crisis de legitimidad de sus respectivos sistemas democráticos.
Efectivamente, nadie sabe a favor de qué están los socialdemócratas, a quiénes
defienden y de quiénes son enemigos.<BR><BR><STRONG>¿Hay futuro para la
socialdemocracia?</STRONG><BR><BR>«La improvisación se convirtió en el estilo
político de los cancilleres socialdemócratas desde Helmut Schmidt hasta Gerhard
Schröder. Ninguno de ellos tuvo nunca un plan ni un proyecto sólido», escribe
Franz Walter. «No es ninguna sorpresa que los ciudadanos se sientan
decepcionados. El cinismo, el descontento y la frustración se extienden por todo
el país.» Esto lo dijo alguien próximo al canciller Helmut Schmidt en 1976, pero
podría decirse -como con la primera frase de Walter- exactamente lo mismo
de la socialdemocracia de hoy. [2] Señales de cambio, no se las ve por ninguna
parte. En el 2009, la única respuesta de Steinmeier al peor resultado de la
historia del SPD fue («en apodíctico staccato», como escribe Franz Walter) la
siguiente: «El grupo parlamentario va bien, el partido también. Glück auf!». En
un informe de la Friedrich-Ebert-Stiftung publicado el año pasado titulado "El
debate sobre la 'buena sociedad'. ¿Hacia dónde va la socialdemocracia en Europa?
Claves para el análisis", el rumano Christian Ghinea se descolgaba con las
siguientes afirmaciones:<BR> <BR>«el dumping social es lo mejor que pudo
pasarles a los trabajadores rumanos en los últimos años, dado que se trasladaron
a Rumanía puestos de trabajo de empresas de Europa occidental. Naturalmente, nos
gustaría ganar tanto como la gente de Occidente, pero en realidad sólo tenemos
dos opciones, o bien nuestros actuales puestos de trabajo o ningún trabajo. (A
pesar de que los ingresos pueden parecer ridículos para los europeos
occidentales, el ingreso nominal aumento un 75% entre 2005 y 2008 en virtud de
los sueldos y salarios de las empresas que trasladaron sus fábricas a Rumanía).
¿Qué se supone que tiene que hacer un rumano que quiera construir una buena
sociedad? ¿Impedir el dumping social a fin de no poner en peligro puestos de
trabajo en Occidente? No es el caso"» [3]<BR><BR>La crisis financiera de 2008 ha
supuesto para algunos el lento despertar social de la socialdemocracia europea.
No puede continuar como partido de masas enfocado a una menguante clase media,
pero tampoco regresar a sus postulados tradicionales, pues mientras tanto nuevos
partidos socialistas a la izquierda de la socialdemocracia -allí donde la
izquierda ha sabido superar su patológica tendencia al sectarismo, como en
Holanda o Alemania- han ocupado su lugar de antaño. La socialdemocracia «ha sido
finalmente desposeída semántica e ideológicamente», escribe Walter. «Carece
incluso -continúa-de algo aproximado a un concepto contrario, de un paradigma
alternativo a la profundamente desacreditada ideología del campo contrario.» ¿La
razón? La ideología del campo contrario ha pasado a ser su propia ideología. Al
contrario que en el cuento de Augusto Monterroso, puede que cuando finalmente
despierte, la socialdemocracia europea descubra que ya no está allí.
<BR> <BR>* Àngel Ferrero, crítico cultural radicado en
Berlín.<BR><BR><BR><STRONG><U>Notas</U></STRONG><BR> <BR>[1] Thorsten
Mense, "Alles auf Abriß", konkret, p. 18. <BR>[2] "Machtwechsel: Spaniens
Konservative feiern Sieg über Zapatero", Tagesspiegel, 20 de noviembre.
"Rechtsruck in Spanien: Konservative erringen absolute Mehrheit", Frankfurter
Rundschau, 20 de noviembre. "Parlamentswahlen - Spaniens Konservative erringen
absolute Mehrheit", Süddeutsche Zeitung, 20 de noviembre. "Regierungswechsel in
Spanien: Wahlsieger mit Giftliste", Spiegel, 20 de noviembre. <BR>[3] Franz
Walter, "Mythos Schmidt", Freitag, 3 de noviembre de 2011. [4] Henning Meyer y
Karl-Heinz Spiegel, "El debate sobre la 'buena sociedad'. ¿Hacia dónde va la
socialdemocracia en Europa? Claves para el análisis", p. 11.
<HR>
</FONT></DIV></BODY></HTML>