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<DIV align=center><STRONG><FONT size=4><U>boletín solidario de
información<BR></U><FONT color=#800000 size=5>Correspondencia de
Prensa<BR></FONT><U>23 de febrero 2012<BR></U><FONT color=#800000
size=5>Colectivo Militante - Agenda Radical<BR></FONT>Montevideo -
Uruguay<BR>Redacción y suscripciones: </FONT></STRONG><A
href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><FONT
size=4>germain5@chasque.net</FONT></STRONG></A></DIV>
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<HR>
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<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>Brasil <BR> <BR>La “ingeniería de
cooptación” y los sindicatos<BR></FONT></STRONG> <BR></DIV>
<DIV align=justify><STRONG>Ricardo Antunes *<BR>Correio da Cidadania,
17-2-2012<BR><A
href="http://www.correiocidadania.com.br">http://www.correiocidadania.com.br</A></STRONG></DIV>
<DIV align=justify><STRONG>Traducción de Ernesto Herrera – Correspondencia de
Prensa <BR></STRONG> <BR></DIV>
<DIV align=justify><STRONG></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG>La década de oro<BR></STRONG> <BR>El objetivo de
este artículo es comprender ¿por qué viene ocurriendo una relativa
desmovilización de la sociedad brasilera y, en particular, de las
organizaciones de representación de la clase trabajadora?. Las respuestas
son complejas y nos remiten a los ciclos de luchas trabadas en las últimas
décadas en Brasil. <BR> <BR>Podríamos comenzar recordando que, a lo largo
de los años 1890, Brasil estuvo al frente de las luchas sociales y sindicales,
incluso comparado con otros países avanzados. La creación del PT (Partido de los
Trabajadores) en 1980, de la CUT (Central Única de los Trabajadores) en 1983,
del MST (Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra) en 1984, la lucha
por las elecciones directas en 1985, la eclosión de cuatro huelgas generales, la
campaña de la Asamblea Constituyente, la promulgación de la Constitución en 1988
y, finalmente, las elecciones de 1989, son ejemplos vivos de la fuerza de las
luchas de aquella década. Hubo avances significativos en la lucha por la
autonomía y la libertad de los sindicatos en relación al Estado, a través del
combate al Impuesto Sindical, la estructura confederativa, cupular, jerarquizada
y burocrática, instrumentos que se constituían en mecanismos utilizados por el
Estado para controlar los sindicatos. Aquella década conformó también un cuadro
nítidamente favorable para el llamado “nuevo sindicalismo”, que caminaba en
dirección contraria a la crisis sindical presente en varios países avanzados.
<BR> <BR>En tanto, al final de aquella década, ya comenzaban a despuntar
las tendencias económicas, políticas e ideológicas que fueron responsables por
la inserción del sindicalismo brasilero en la onda regresiva, resultado de la
restructuración productiva del capital en curso a escala global así como de la
emergencia pragmática neoliberal que pasaron a exigir cambios
significativos. <BR> <BR>A partir de 1990, con la llegada de Collor y
después de FHC (Fernando Henrique Cardoso), el recetario neoliberal se desplegó.
Nuestro parque productivo fue enormemente alterado por la política
privatizadora, afectando directamente la siderurgia, telecomunicaciones, energía
eléctrica, sector bancario, entre otros, lo que alteró el trípode que sustentaba
la economía brasilera (capital nacional, extranjero y estatal), rediseñando e
internacionalizando todavía más el capitalismo en Brasil. El sector productivo
estatal era fagocitado por el capital monopolista extranjero. <BR> <BR>Con
un proceso tan intenso, la simbiosis nefasta entre neoliberalismo y
restructuración productiva tuvo repercusiones mucho más profundas en la clase
trabajadora y en particular en el movimiento sindical. Flexibilización,
desregulación, tercerización, nuevas formas de gestión de la fuerza de trabajo,
etc., se tornaron plagas permanentes en todas partes. En el apogeo de la era de
la financiarización, del avance técnico-científico-informacional, del mundo
digital donde tiempo y espacio se convulsionan, Brasil vivió mutaciones
fuertes en el mundo del trabajo, alterando la morfología, donde la informalidad,
la precarización y el desempleo se ampliaron intensamente. <BR> <BR>Esta
nueva realidad atropelló al “nuevo sindicalismo” que se encontraba, de un lado,
ante la aparición de un sindicalismo neoliberal que sintonizaba con la onda
mundial conservadora: la creación de Fuerza Sindical es el mejor ejemplo. Y, del
otro lado, ante la inflexión que venía ocurriendo al interior de la CUT, que
cada vez más se aproximaba al sindicalismo socialdemócrata. La política de
“convenios”, “apoyos financieros”, “asociaciones” con el sindicalismo
socialdemócrata, especialmente europeo -que venía desde décadas-, acabó
contaminando al sindicalismo de clase en Brasil, en un momento donde la
socialdemocracia se subordinaba al neoliberalismo.
<BR> <BR><STRONG>El éxito del social-liberalismo y el advenimiento del
sindicalismo negociador de Estado <BR></STRONG> <BR>Fue en este contexto
que Lula resultó victorioso en las elecciones presidenciales de 2002, después de
un período de enorme desertificación social, política y económica de Brasil;
victoria que ocurrió en un contexto internacional y nacional bastante diferente
de los años 1980. La victoria de la “izquierda” en Brasil ocurría cuando ella
estaba más frágil, menos respaldada en los polos centrales que le daban
sustentabilidad, como la clase obrera industrial, los asalariados medios, y los
trabajadores rurales. <BR> <BR>Si quisiéramos recordar a Gramsci, diríamos
que el “transformismo” ya había convertido al PT en un “Partido del Orden”.
Cuando Lula ganó las elecciones, en 2002, al contrario de la potencia creadora
de las luchas sociales de los años 1980, el escenario era de completa mutación.
Por eso, se trató de una victoria política tardía. Ni el PT, ni el país eran los
mismos. Como ya dije antes, Brasil estaba desertificado y el PT
desvertebrado. <BR> <BR>¿Cuáles son las explicaciones para ese
“transformismo”? Aquí podemos tan sólo indicarlas: 1) la proliferación del
neoliberalismo en América Latina; 2) el desmoronamiento del “socialismo real”;
3) la socialdemocratización de una parcela sustancial de la izquierda y su
aproximación a la agenda social-liberal, eufemismo usado para tapar su real cara
neoliberal. <BR> <BR>El PT, partido que se originó en el seno de las
luchas sociales y sindicales, aumentaba su sujeción a los calendarios
electorales, actuando cada vez más como partido electoral y parlamentario, hasta
tornarse en un partido policlasista. Lula pasó a contar con la confianza de las
principales fracciones de las clases dominantes, incluyendo a la burguesía
financiera, el sector industrial y el agro-negocio. Un ejemplo es bastante
esclarecedor: cuando al final del segundo gobierno de FHC, en 2002, hubo un
acuerdo de “intenciones” con el FMI (Fondo Monetario Internacional), esta
institución exigió que los candidatos a la presidencia manifestasen su apoyo a
los términos del acuerdo. El PT de Lula publico entonces, un documento
denominado “Carta a los Brasileros”, donde evidenciaba su política de
subordinación al FMI y a los sectores financieros internacionales y nacionales.
<BR> <BR>El resultado de su gobierno es conocido: su política económica
amplió la hegemonía de los capitales financieros; preservó la estructura
latifundista concentrada; incentivó a los fondos privados de pensión; determinó
el cobro de impuestos a los trabajadores y jubilados, especialmente públicos,
que pasaron a hacer una fuerte oposición al gobierno Lula.<BR> <BR>Y su
alteración más significativa, en el segundo mandato, fue una respuesta a la
crisis abierta con el “mensalão” (gigantesco mecanismo de corrupción), en 2005.
Era necesario que el nuevo gobierno ampliara su base social de sustentación,
desgastada junto a amplios sectores de la clase trabajadora organizada. Fue
entonces que ocurrió un cambio político importante: el gobierno extendió el
programa Bolsa Familia, una política social de claro perfil asistencialista, de
gran amplitud, que alcanza a más de 12 millones de familias pobres con ingreso
salarial bajo y que por eso recibían un complemento salarial. Fue esta política
social -presentada como modelo por el Banco Mundial- que se amplió
significativamente la base social de apoyo de Lula, en su segundo mandato. Esa
política social alcanzaba a los sectores más pauperizados y desorganizados de la
población brasilera, que normalmente dependen de las políticas del Estado para
sobrevivir. <BR> <BR>Comparado al gobierno de FHC, la política de aumento
del salario mínimo -aunque todavía responsable por un salario vergonzoso e
inconcebible para una economía del porte de la brasilera-, significó ganancias
reales en relación al gobierno tucano. Y, de ese modo, el gobierno Lula
“equilibró” las dos puntas de la tragedia en Brasil: remuneró ejemplarmente al
gran capital financiero, industrial y del agro-negocio y, en el otro lado de la
pirámide social, implementó la Bolsa Familia asistencialista, concediendo una
pequeña valorización del salario mínimo, sin confrontar, es imperioso decirlo,
con ninguno de los pilares estructurales de la tragedia brasilera.
<BR> <BR>Cuando la crisis mundial golpeó duramente a los países
capitalistas del Norte, en 2007-2008, el gobierno tomó medidas claras en el
sentido de incentivar la retomada del crecimiento económico, reduciendo los
impuestos (patronales) del sector automovilístico, electrodoméstico y de la
construcción civil, todos empleadores de fuerza de trabajo, expandiendo
fuertemente el mercado interno brasilero y compensando, de ese modo, la
retracción del mercado interno en sus compras de “commodities”. El mito redivivo
del nuevo “padre de los pobres” ganaba fuerza.<BR> <BR>Pero había, todavía,
otro elemento central en la ingeniería de la cooptación del gobierno Lula/Dilma:
el control de sectores importantes de la cúpula sindical que pasaban a recibir
directamente dineros estatales, garantizando de esa forma el apoyo de las
principales centrales sindicales al gobierno (1). Poco antes de terminar su
gobierno, Lula tomo una decisión que amplió todavía más el control estatal de
los sindicatos, al permitir que las centrales sindicales también pasaran a gozar
de las ventajas del nefasto Impuesto Sindical (2), creado durante la dictadura
de Getulio Vargas, al final de los años 1930. Además del referido impuesto, las
centrales sindicales pasaron a recibir otros subsidios públicos, eliminando de
hecho, la cotización autónoma de sus afiliados. Otro paso crucial que sellaba la
cooptación. <BR> <BR>Como si esto no bastara, centenas de ex sindicalistas
pasaron a participar, designados por el gobierno, de los directorios de las
empresas estatales y de ex estatales, con sueldos fenomenales. Por tanto, para
comprender la cooptación de una parcela significativa del movimiento sindical
brasilero reciente, es preciso comprender este cuadro del cual describimos aquí
las principales tendencias. <BR> <BR>Los que nos lleva a concluir que, para
retomar un sindicalismo de clase y de izquierda, hay un buen camino a recurrir.
Tal vez, su principal desafío sea crear un polo sindical, social y político de
base, que no tenga miedo de ofrecer al país un programa de cambios profundos,
capaces de iniciar el desmontaje de las causas estructurales de la miseria
brasilera y de sus mecanismos de preservación de la dominación. Es un paso
imprescindible en este proceso y, desde luego, para romper la política de
servidumbre voluntaria que empujó a los sindicatos en dirección al Estado.
<BR></DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify>* Ricardo Antunes es profesor titular de Sociología del
Trabajo en el IFCH/UNICAMP. Autor de numerosos libros sobre el “mundo del
trabajo”. Colabora regularmente en revistas brasileras y extranjeras. El
artículo fue publicado originalmente en el Jornal dos Economistas de Rio de
Janeiro, Nº 268, noviembre de
2011.<BR> <BR><STRONG><U>Notas<BR></U></STRONG> <BR>1) El campo
sindical del gobierno es amplio: en el centro-izquierda, además de la CUT,
tenemos a la CTB (Central de los Trabajadores y las Trabajadoras de Brasil),
formada por la Corriente Sindical Clasista que se desafilió de la CUT en 2007
para crear su propia central. En el centro-derecha tenemos a Fuerza Sindical, ya
mencionada, que combinaba elementos de neoliberalismo con el viejo sindicalismo
que se “modernizó”; además de varias pequeñas centrales como la CGTB (Central
General de los Trabajadores de Brasil), UGT (Unión General de los Trabajadores),
y NCST (Nueva Central Sindical de Trabajadores), todas dotadas de un pequeño
nivel de representación sindical y de algún modo herederas del viejo
sindicalismo dependiente del Estado. <BR>En el campo de la izquierda sindical
anticapitalista, en clara oposición a los gobiernos Lula/Dilma, son importantes
la Conlutas-Central Sindical y Popular, y la Intersindical. La primera se
propone la organización no solo de los sindicatos sino también de otros
movimientos populares y estudiantiles. La segunda (aunque hoy se encuentre
dividida), es también oriundo de los sectores de izquierda que rompieron con la
CUT, teniendo un perfil más acentuadamente sindical, y volcado a la
reorganización del sindicalismo de base, en oposición a la creación de un nueva
Central. <BR> <BR>2) En 2010 fueron R$ 84,3 millones para las centrales:
según el Ministerio de Trabajo, las dos mayores centrales, la CUT y Fuerza
Sindical, recibieron R$ 27,3 millones y R$ 23,6 millones, respectivamente
-valores que representan 80% del presupuesto de Fuerza Sindical y el 60% de la
CUT. En seguida, los mayores beneficiarios fueron la UGT con R$ 14 millones; la
NCST que embolsó R$ 9,9 millones; la CTB recibió R$ 5,3 millones; y la
CGTB con R$ 3,9 millones.
<HR>
<BR> <BR> <BR> <BR> <BR> <BR> </FONT></DIV></BODY></HTML>