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<DIV align=center><STRONG><FONT size=4><U>boletín solidario de
información<BR></U><FONT color=#800000 size=5>Correspondencia de
Prensa<BR></FONT><U>13 de marzo 2012<BR></U><FONT color=#800000 size=5>Colectivo
Militante - Agenda Radical<BR></FONT>Montevideo - Uruguay<BR>Redacción y
suscripciones: </FONT></STRONG><A
href="mailto:germain5@chasque.net"><STRONG><FONT
size=4>germain5@chasque.net</FONT></STRONG></A></DIV>
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<HR>
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<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>Siria<BR></FONT></STRONG></DIV></FONT>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG></STRONG></FONT> </DIV>
<DIV align=justify><FONT face=Arial><STRONG>Un paseo a través del valle de la
muerte</STRONG></FONT></DIV>
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face=Arial><STRONG></STRONG></FONT> </DIV>
<DIV align=justify><FONT size=2 face=Arial><STRONG>Mónica G. Prieto desde
Trípoli, Líbano </STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT size=2 face=Arial><STRONG>Periodismo
Humano</STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><A href="http://periodismohumano.com/"><FONT size=2
face=Arial><STRONG>http://periodismohumano.com/</STRONG></FONT></A></DIV>
<DIV align=justify><BR><BR><FONT size=2 face=Arial>Era una noche gélida y
tenebrosa, igual que lo habían sido las 27 jornadas previas a aquel 28 de
febrero. La artillería del régimen sirio había callado como cada noche y los
vecinos, civiles y milicianos, se aprestaban a salir de lo más recóndito de sus
viviendas, allá donde se sentían más resguardados. Solo que, esta vez, el
objetivo no era rescatar heridos, enterrar cadáveres o aventurarse entre las
ruinas en busca de pan duro o un puñado de arroz. Esta vez, los residentes de
Baba Amr recogieron sus mínimas pertenencias para intentar romper el cerco
militar y salir del barrio fantasma.<BR><BR>El Ejército Libre de Siria, la
facción armada desertora que defendía el lugar de la incursión oficialista,
había dado la orden de retirada y todos sabían que era un suicidio quedar a
merced de las huestes de la IV División de Infantería Mecanizada, famosa por su
crueldad, a cargo de la incursión terrestre y con la misión, según la dictadura,
de “limpiar” el suburbio más orgulloso de Homs. Para aquellos que habían logrado
resistir lo indecible, era el momento de abandonar Baba Amr.<BR><BR>Wael, con el
brazo derecho destrozado durante el ataque contra el centro de información –era
el traductor de los dos periodistas del Sunday Times, la fallecida Marie Colvin
y el reportero herido Paul Conroy- se sumó a un grupo formado por unas 400
personas, muchos de ellos desertores, y 60 heridos en el arrabal de Sultaniya,
donde ya se concentraba una parte de la población civil de Baba Amr pero
igualmente asediado y bajo las bombas. “Se trazaron dos planes de huida, uno
para los heridos y otro para el FSA”, explica el joven. El primero consistía en
romper las líneas sirias por la fuerza, abriendo una brecha que permitiese salir
a los heridos. “Lo intentamos, y estalló una enorme batalla. Las bengalas
sobrevolaban nuestras cabezas iluminando el cielo como si fuera de día. Había
nieve, y la gente caía desplomada a mi alrededor”, recuerda Wael como si
repasase una película. “Caían morteros, llovían las balas… Yo intentaba rescatar
gente, hubo muchos heridos. Tres de mis familiares murieron, al menos 13
personas quedaron perdidas. Desconocemos si murieron o si fueron detenidos por
los militares”.<BR><BR>Entre la 1 y las 5 de la mañana, Wael tiritó de miedo y
frío bajo las balas en el descampado nevado por donde se había decidido intentar
la huída. “Era una zona abierta, no había donde refugiarse”, recuerda mientras
se palpa la herida, recién operada, de forma distraida. Milagrosamente,
sobrevivió. No era la primera vez que desafiaba a la muerte ni sería la última.
Tampoco era el primero en intentar escapar del cerco medieval impuesto por las
autoridades sirias: como él, ante la perspectiva de la invasión terrestre, miles
de civiles llevaban días abandonando los barrios más atacados de Homs
aprovechando las pausas de los combates, corrompiendo a los soldados de los
puestos de control, arrastrándose por cañerías y deslizándose entre las
posiciones militares hasta abandonar los distritos de Baba Amr, Sultaniya y
Jobar, tomados por el Ejército sirio, para ampararse en la relativa seguridad de
la campiña, controlada por el Ejército Libre de Siria.<BR><BR>Wael había
intentado salir de Baba Amr la noche anterior, junto al grupo de 50 civiles y
guerrilleros –en el que se incluían cuatro periodistas extranjeros- que trataron
de evadir el asedio mediante el túnel de tres kilómetros que aliviaba el cerco
militar permitiendo la entrada de suministros básicos a la castigada población.
Pero el ataque contra el mismo hizo que el joven de 31 años, hoy postrado en un
hospital de Trípoli, al norte del Líbano, tuviese que recular al barrio en un
trayecto surrealista. “Ha sido un paseo por el valle de la muerte”,
asegura.</FONT></DIV><FONT size=2 face=Arial>
<DIV align=justify><BR>Cuando su primer intento de fuga quedó abortado por una
lluvia de munición, se replegaron al hospital de campaña de Sultaniya, donde
Wael terminó prestando auxilio a otros en peor situación que él. “Ya no quedaban
doctores ni enfermeras, el personal médico había evacuado”. Mientras, el FSA
emprendía su segundo intento de fuga: “Se trataba de salir por una canalización
de agua, llevando consigo sus armas y municiones. La carga era muy pesada”. La
vía estaba vacía porque, en su política de castigo colectivo contra la
población, el régimen mantenía cortado el suministro. Hasta que supo de la
aventura de los desertores. “Accionaron el agua, que comenzó a inundar la
cañería. Los soldados tuvieron que replegarse, porque el agua les llegaba a la
nariz. Al menos tres fallecieron ahogados”, explica ante el asentimiento de Omar
Shakir, uno de los activistas del centro de información de Baba Amr, que también
escapó del cerco.<BR><BR>Shakir salió por el túnel que servía para infiltrar
suministros, como lo hicieron otros muchos residentes de Baba Amr que hoy
convalecen en los hospitales del norte del Líbano. Fueron afortunados: el
régimen descubrió la argucia y bombardeó en repetidas ocasiones la antigua
canalización, dejando cadáveres atrapados en su interior y obligando a los
últimos residentes a emprender una odisea incierta.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Cuentan los supervivientes que, de los escombros a los
que había quedado reducido el barrio, se desprendía el inconfudible olor de la
muerte, producto de las incontables víctimas que fallecieron aplastadas por sus
viviendas en los bombardeos y cuyos cadáveres no pudieron ser rescatados. El
frío era atroz: los copos de nieve se posaban sobre las ruinas. Entre los
últimos residentes en abandonar se encontraba Ahmed Abu Berri, obrero convertido
en paramédico del hospital de campaña del barrio que, a medida que aumentó la
crudeza de la ofensiva, decidió tomar las armas y se terminó convirtiendo en “el
líder militar de la zona Este”, confiesa hoy tumbado en una cama de hospital,
con el pie derecho destrozado por tres balas explosivas.<BR><BR>“Tenía 34
desertores y 41 civiles a mi cargo”, explica mientras se acomoda su
característica kefiya negra y amarilla en la frente. “Sólo cinco metros nos
separaban del Ejército de Assad, pero mientras defendimos la calle Brasil [línea
de frente] no pudieron avanzar”, dice con orgullo.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Durante 26 días de bombardeos, Abu Berri había
compaginado el hospital de campaña –a esas alturas el segundo, ya que se había
abierto otro a cargo del doctor Mohamed al Mohamed, un teniente médico desertor-
con los combates, que se desarrollaban a pocos metros de la clínica clandestina.
“La bombardearon tres veces”, explica. Pero el día 28 de febrero, la herida que
hoy le postra le obligó a cambiar de planes. “Un francotirador disparó a una
mujer en el vientre, delante mía. Me escondí para matarle, y cuando lo hice fui
hacia la mujer para rescatarla. Escuché el sonido de una ametralladora y sentí
como una descarga eléctrica en el pie”, dice señalándose a la extremidad hoy
fijada mediante hierros. La foto que muestra en su móvil revela tres
considerables agujeros en el mismo pie que hoy le mantiene tumbado en una
cama.<BR><BR>Abu Berri asegura que fue el último en salir por el túnel. “Me
llevé a cinco heridos, los últimos pacientes de mi hospital, conmigo. El día
anterior habían atacado el túnel con explosivos y había trayectos
impracticables”. Pese a sus heridas lograron llegar al final del mismo: a 200
metros estaba situada una posición militar. “Tratábamos de no movernos para que
no nos detectaran. Dios nos iluminó para salir. No hay otra explicación”, dice
con convicción. Mientras, en el vecino barrio de Sultaniya, Wael se decidió a
tratar de huir junto a otros ocho heridos a pie. “Algunos se pusieron abayas
para ser confundidos por mujeres si nos encontraban”, rememora. “Al principio
caminábamos por los acequias, muy cerca de las posiciones militares, tratando de
no hacer ruido. Llegamos a cruzar siete puestos de control. Para evitar toparnos
con los militares andamos 10 kilómetros, tomando caminos inhóspitos, en lugar de
la vía más recta, que sólo mide dos kilómetros: tardamos dos días en alejarnos
del barrio”. En una de sus últimas paradas, Wael recuerda haber dormido a 20
metros de un puesto militar. “Si me hubiera asomado por la ventana, les podría
haber saludado con la mano”, dice entre risas.<BR><BR>Abu Berri puntualiza que
la estampida general se produjo el día 27, cuando “el Ejército de Assad exigió
por megafonía que salieran todas las familias de Sultaniya. Ya tenían medio
controlado el túnel y las granjas, y la gente sólo tenía una vía para salir: la
que había dejado el Ejército. Se trata del checkpoint de Naqira”. Aquella misma
tarde, centenares de personas se dirigieron hacia la posición. Uno de los
primeros grupos fue parado por el Ejército: según los activistas todos los
varones de más de 13 años fueron ejecutados, mientras que las mujeres y los
niños fueron obligados a abordar autobuses con destino incierto. La voz se
extendió rápidamente, empujando a los civiles a buscar otras vías de
escape.<BR><BR>Si, semanas antes, la población de Baba Amr había decidido no
abandonar, ya fuera por proteger o sentirse protegida por el FSA o por ausencia
de un sitio a dónde ir, tras 27 días de bombardeos la certeza de que se
aproximaba la incursión terrestre vació el barrio de gente.</DIV>
<DIV align=justify><BR>“Devastación, destrucción, es algo inimaginable.
Abandonamos Baba Amr a las 05.00 de la madrugada, hacía muchísimo frío. Estos
niños son de los vecinos, esperemos que podamos encontrar a sus padres. Nos
temblaban las rodillas. Salimos con un hombre de 90 años cuando los soldados
estaban saqueando las casas. Solo vimos dos cadáveres en las calles, pero estaba
demasiado oscuro y estábamos demasiado asustados para mirar”, explica esta
residente de Baba Amr. “Hay muchísimas familias atrapadas bajo los escombros
tras los bombardeos. Desconozco donde están algunos miembros de mi propia
familia”.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Lo mismo le ocurre a Abu Mohamed, un paciente al que tres
proyectiles de una batería antiaérea alcanzaron en el muslo derecho. “Estaba
distribuyendo suministros en casas cuando ví que una persona resultaba herida.
Intenté rescatarle y me alcanzaron”. El herido “quedó acribillado” y él fue
evacuado a un hospital donde permaneció una semana. A medida que avanzaba la
ofensiva, decidió salir junto a otros tres heridos, una travesía de “barrio en
barrio y de pueblo en pueblo” que terminó en la frontera del
Líbano.<BR><BR>Muchos han criticado que el FSA aceptara replegarse, sabiendo que
eso condenaría a los residentes a las represalias del régimen. “Había mucho
bombardeo, faltaban municiones y se prefirió dejar lo poco que quedaba para
proteger la huída”, explica Abu Omar, un desertor convaleciente. “La verdadera
razón es que el FSA perdió muchos hombres”, confía Abu Berri. “27 días de
bombardeos les desmoralizaron. Veíamos cosas terribles todos los días. Yo no
sólo combatía y atendía a heridos, también recogía restos humanos. Ojos,
vísceras, cosas que no podía ni identificar… Lo peor que vi fueron mujeres
partidas en dos. Nadie más tenía entereza para encargarse de ese tipo de
labor”.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Los últimos días, la ofensiva militar fue desquiciada. El
objetivo era permitir una entrada terrestre sin combates ni bajas, y para ello
“si antes usaban munición que tiraba una planta de un edificio, al final
utilizaban proyectiles que tiraban tres plantas”, explica sheikh Raed, un
clérigo local que terminó sumándose a los desertores del FSA. Sheikh Raed sólo
se marchó cuando resultó herido, un día después de la orden de retirada de Baba
Amr. “Nos fuimos un grupo de 50 personas. Fue un trayecto de siete kilómetros a
pie por caminos intransitables, con muchas paradas para no ser detectados:
tardamos más de cuatro horas. Teníamos que atravesar las líneas del Ejército y
aprovechábamos la noche para hacerlo, cuando los soldados dormían. Pero en una
ocasión nos vieron y empezaron a dispararnos. Me alcanzaron y me tuvieron que
evacuar”, detalla Sheikh Raed.<BR><BR>“Entre el 28 de febrero y el 1 de marzo
salimos todos los que quedábamos en Baba Amr, excepto 200 familias que no
pudieron marcharse porque tenían a su cargo a gente impedida. Decían que ellos
no tenían nada que temer porque no estaban vínculados al FSA, y ahora están
siendo masacrados. El Ejército llegó a ejecutar a los heridos que encontraon en
el hospital de campaña”. Otros activistas elevan la cifra de residentes que
permanecen en el barrio a 2.000 personas -antes tenía una población de 28.000- y
coinciden en que el Ejército de Assad, hoy a cargo del sector más rebelde de
Homs, está cometiendo matanzas, lo que explicaría que no se permita el acceso a
la Cruz Roja Internacional.</DIV>
<DIV align=justify><BR>En otra habitación yace Mohamed Sabouh, con un brazo
partido por un bombardeo. El 23 de febrero, este desertor decidió salir de Baba
Amr para recibir asistencia médica en el Líbano, dejando a su familia paterna
atrás. Lo que no sabría es que el día 1 de marzo los perdería a todos. “No
sabemos exactamente qué ocurrió”, aduce. “Los vecinos nos contaron que el
Ejército llegó y se llevó los vehículos para que no pudieran huir; dos días
después volvieron y los mataron a todos”. El se enteró por televisión: un
reportaje de Addunia TV, uno de los canales del régimen, emitido el pasado día 5
se hacía eco de la última matanza de los terroristas: en las imágenes se veían
los cadáveres de los 19 familiares de Mohamed, entre ellos su padre, abuelo,
cuatro tíos y sus respectivas familias acribillados. Ocho de los 19 eran menores
de 18 años; el más pequeño era un bebé de 12 meses. “Habían dejado una pintada
donde la Brigada Farouk [del FSA] se responsabilizaba de la matanza. Y eso es
mentira”, aduce. El FSA terminó de retirarse de esa zona, recuerda, antes de que
la masacre tuviese lugar.<BR><BR>Era la segunda vez que la familia Sabouh sufría
la violencia del régimen: días antes, otros seis miembros de la familia habían
sido ejecutados en su casa, también en las granjas. Omar Shakir detalla otros
crímenes, ejecuciones públicas y violaciones de mujeres en Baba Amr -los
activistas denuncian que todas las féminas que habitaban en el refugio de la
calle Al Holani fueron agredidas sexualmente- a manos de tropas gubernamentales.
“Se están produciendo verdaderas matanzas, y nos cuentan los vecinos que el
Ejército se lleva los cadáveres en camiones”, dice. Cada día se revela el
apellido de otra familia asesinada por no entregar a algún varón buscado por las
fuerzas de seguridad, como Jansiz, Biriny, Tahhan, Swian, Zoubi o los Rifei, con
20 miembros caídos de una vez tras la caída de Baba Amr. Se teme que los
cadáveres estén en fosas comunes que costarán ser localizadas. “Volveremos, y
entonces encontraremos las pruebas de lo ocurrido”, promete Omar Shakir.
“Tendrán que pagar por ello”.
<HR>
<BR><BR></FONT></DIV></BODY></HTML>