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<DIV align=center><STRONG><FONT size=4><U>boletín solidario de
información</U><BR><FONT color=#800000 size=5>Correspondencia de
Prensa<BR></FONT><U>24 de agosto 2012</U><BR><FONT color=#800000
size=5>Colectivo Militante - Agenda Radical</FONT><BR>Montevideo -
Uruguay<BR>redacción y suscripciones: <A
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href="mailto:germain5@chasque.net">germain5@chasque.net</A></FONT></STRONG><A
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<DIV><STRONG><FONT size=3></FONT></STRONG> </DIV>
<DIV><STRONG><FONT size=3>Debates</DIV>
<DIV align=justify><BR>¿Heredarás el golpe?</FONT></STRONG> <BR><BR></DIV>
<DIV align=justify><STRONG></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG>Eliana Gilet/Salvador Neves <BR>Brecha, Montevideo,
24-8-2012</STRONG> </DIV>
<DIV align=justify><A
title="http://www.brecha.com.uy/ CTRL + clic para seguir el vínculo"
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title="http://www.brecha.com.uy/ CTRL + clic para seguir el vínculo">http://www.brecha.com.uy/</STRONG></A></DIV>
<DIV align=justify><FONT size=3 face=Calibri></FONT><FONT size=3
face=Calibri></FONT><BR> <BR><BR>Los casos son extremos, aterradores,
sórdidos. Las maestras suelen ser las primeras en saber, pero cuentan con pocas
herramientas para abordar los problemas. En estas historias concretas de
víctimas y victimarios, ¿en qué medida la violencia fue impulsada por cosas que
sucedieron antes, cuando el agresor era un niño agredido, o todavía más atrás,
en las oquedades de las trompas de Falopio donde espermatozoide y óvulo
combinaron su adn? La fruta no cae lejos del árbol, susurra el diablo que sabe
por viejo. Por suerte quienes han estudiado el tema al menos relativizan los
legados lineales. </FONT></DIV><FONT size=2 face=Arial>
<DIV align=justify><BR> "Todos estos estudios indican una importante
influencia de la herencia en las conductas violentas", concluyeron hace unos
años los chilenos Marcela Jara y Sergio Ferrer, del Servicio de Neurología del
Hospital de Santiago, después de repasar más de cuarenta investigaciones sobre
las bases genéticas de la violencia producida desde los años ochenta. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Los trabajos más importantes para sostener aquello habían
sido realizados en Dinamarca y Suecia y se basaban en la observación de los
trayectos de gemelos criados en ambientes diversos. Los chilenos pasaban también
revista a las disposiciones agresivas que entrañaría alguna psicopatología
congénita, pero terminaban admitiendo que los riesgos podían ser mayores con
algunas de las adquiridas. Repasaron también las pesquisas que buscaban "culpar"
de la agresividad a una variedad del gen que codifica la enzima catecol-o-metil
transferasa. Pero mientras un investigador del neoyorquino Albert Einstiein
College of Medicine afirmaba tener probada que la mayor actividad de este gen
concordaba con la ocurrencia de conductas violentas, otro de la University of
Wales mostraba resultados perfectamente contradictorios.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Al final, y a pesar de aquella frase contundente del
abstract, terminaban aceptando las advertencias que el psicólogo británico
Adrian Raine enumeró en The psicopathology of crime: que los genes codifican
proteínas y enzimas, no conductas complejas; que en ningún caso la influencia
genética determinaba conductas sino que éstas se desarrollaban en interacción
con el ambiente; que no era legítimo acusar al legado genético ni aducirlo como
atenuante en los juzgados.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Más breve y probablemente más fértil a corto plazo es el
camino entre la violencia y otras interacciones humanas. El año pasado la
Universitat de Valencia y el Centro Reina Sofía publicaron el informe "Situación
del menor en la Comunitat Valenciana", donde intentan establecerse vínculos
estadísticos entre la presencia de actitudes violentas de adolescentes de aquel
lugar con los malos tratos de que fueron objeto o presenciaron en el pasado. Su
conclusión es que el número de víctimas que se transforman en agresores ronda el
20 por ciento del total.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Pero una advertencia inmediata se agrega a esta
constatación: "Esta es una cifra que no debe hacernos perder de vista el hecho
de que la gran mayoría de víctimas de maltrato infantil (ocho de cada diez) no
se convierten en verdugos, como sustenta la conjetura de la trasmisión
intergeneracional del maltrato".</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>Herencias relativas</STRONG></DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify>Otros estudios buscan responder una pregunta más específica:
¿en qué medida las víctimas de violencia doméstica agreden luego a sus familias?
En setiembre de 2005 la revista de la Universidad de los Andes Desarrollo y
Sociedad presentó un trabajo de la magíster en economía Luz Salas, basado en una
encuesta a 2.295 mujeres de tres ciudades colombianas: Bogotá, Barranquilla y
Barrancabermeja. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Su conclusión fundamental fue que "el 34 por ciento de
las mujeres que crecieron en familias violentas son maltratadas físicamente por
sus compañeros, y el 43 por ciento maltrata físicamente a sus hijos; mientras
que dentro del grupo de mujeres que nunca observaron violencia entre sus padres,
el 25 por ciento es víctima de maltrato físico por parte de su compañero y el 30
por ciento maltrata físicamente a sus hijos".<BR><BR>La antigua idea de que la
pareja buscada reproduce los rasgos del progenitor era relativizada por los
guarismos de Salas. Es cierto que en su muestra el 37 por ciento de las mujeres
formadas en hogares violentos se habían unido a compañeros que lo eran, mientras
que sólo el 27 de las que se habían criado en hogares pacíficos se habían
emparejado con hombres así. Pero también es verdad que la mayoría de las mujeres
de ambos grupos habían preferido esquivarlos y que, entre las que no habían
conseguido hacerlo, cuatro de cada diez se habían divorciado para no soportarlos
más. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Los números a la vez sugerían que la libertad también
existe del otro lado de la cama: 45 por ciento de los varones provenientes de
hogares violentos habían logrado construir familias pacíficas y -en cambio- el
mismo porcentaje de los que se habían criado sin violencia estaban destruyendo a
la suya con sus agresiones. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Salas había tomado una precaución esencial respecto a su
muestra, que no estuvo presente en los otros estudios mencionados: que fuese
representativa de las comunidades estudiadas. En los casos anteriores los
investigadores asumieron que los violentos eran los así definidos por la
justicia, lo que puede distar mucho de la realidad, particularmente cuando están
en juego los valores patriarcales.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Una sentencia dictada por un tribunal uruguayo en 2004
puede ilustrarlo. Trata de un procesado por haber ofrecido dinero a cambio de
sexo a una niña que ya había estado con otros hombres. El hecho estaba probado,
pero "a juicio de este tribunal, el supuesto fáctico ya referido, (...) no
encuadra típicamente en ninguna de las figuras penales que prevé el sistema
uruguayo" porque "no sólo la conducta descripta no se adecua al delito de
atentado violento al pudor, sino que tampoco se puede incriminar corrupción
(...) pues, como lo destaca un sector de la doctrina, no se puede corromper lo
que ya está corrupto". </DIV>
<DIV align=justify><BR>Eva Gómez y Joaquín de Paúl, investigadores de las
universidades de Cantabria y el País Vasco, advirtieron que también los
registros de los sistemas de protección a la infancia, que han funcionado como
base de otras investigaciones, podrían conducir a conclusiones erradas, porque
la población inscripta en ellos suele ser vulnerable a la violencia por tantas
razones que se hace difícil distinguir hasta qué punto actúa en eso la mera
herencia.</DIV>
<DIV align=justify><BR>El estudio realizado por estos psicólogos parece
confirmar ampliamente la advertencia. Ellos indagaron el recuerdo de malos
tratos físicos en 574 estudiantes de nivel terciario y 311 de sus padres, y
evaluaron la verosimilitud de sus declaraciones mediante la aplicación de un
conjunto de tests. Por cierto que el panorama de la trasmisión intergeneracional
de la violencia es mucho más optimista para esta clase media vasca: menos de uno
de cada diez muchachos recordaba golpes en su infancia y sólo el 14 por ciento
de los padres que aceptaban haber sido objeto de violencia cuando chicos estaban
replicando lo heredado.</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>Mirar de cerca</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><STRONG></STRONG> </DIV>
<DIV align=justify>Para quien mira el asunto de lejos, es sencillo y estimulante
recibir las noticias sobre la plasticidad de la conducta humana que muestran
estas últimas indagaciones. El psicólogo Andrés Jiménez trabaja en El Faro, un
programa del Foro Juvenil que desde hace más de 14 años asiste a niños y
adolescentes que fueron víctimas de violencia doméstica, y cuenta que para el
golpeador esa libertad es un tanto increíble. "Capaz que a veces soy muy
estricto, ¿pero cómo enseñar lo que no se aprendió?", inquirió un padre de este
tipo en uno de los encuentros con ellos que el programa organiza.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Según Jiménez estos hombres suelen relatar su infancia y
adolescencia como etapas cargadas de obligaciones, y se ponen ansiosos cada vez
que el técnico menta la existencia de derechos. Manifiestan una preocupación
excesiva por el mantenimiento de lo que conciben como orden, y dan por obvio que
su cualidad de varones los convierte en responsables últimos de su conservación.
Creen normal que los adolescentes hagan lo que ellos manden, y dividen el
espacio entre el territorio que controlan, reservorio de todos los valores, y un
mundo exterior que siempre se desmorona. "En esto es vital el papel de los
medios masivos de comunicación, estimulando la paranoia y reafirmando los
procesos de aniquilación del otro en tanto que diferente y amenazante", escribe
Jiménez.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Para estos varones, niños y mujeres son potencias
"apocalípticas" contra las cuales eventualmente "no hay quien pueda", y esa
descripción justifica los desbordes paternales; los responsabilizan por esas
prácticas, cuyos efectos dañinos -por otra parte- niegan con insistencia.
<BR><BR>"La aniquilación del otro como sujeto no es lo que se procura sino lo
que se 'obtiene'", afirma Jiménez, quien atestigua además sobre lo "doloroso y
angustiante" que resultó desmantelar esta construcción para aquellos hombres que
le tocó acompañar. Para el psicólogo ellos consideraban que los métodos de
"disciplinamiento y castigo" eran "el único modo, muy probablemente porque son
los que han aprendido como válidos". Ellos se habían "hecho varones 'a fuerza de
hacerse fuertes'".</DIV>
<DIV align=justify><BR>Peter Fonagy es un psicoanalista húngaro algo calvo y
barbado (no barbudo) que enseña desde la Freud Memorial Chair del University
College of London. Es un entusiasta del diálogo del psicoanálisis con la
psicología experimental, las neurociencias y la genética. Le interesa que las
ratas alejadas de sus madres al comienzo de sus vidas desarrollen una propensión
innata al estrés, que sin embargo cede cuando se las reúne con sus progenitoras,
tanto como el descubrimiento de que existe una posibilidad del genoma humano que
se activa ante el padecimiento de maltratos, incrementando el riesgo de
procederes feroces.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Fonagy ha insistido en que, al menos tratándose de seres
humanos, lo importante no es "el entorno real sino el entorno que se
experimenta". Entre el genoma heredado y las provocaciones de la vida, nuestra
especie habría introducido un "mecanismo interpretativo" responsable de encender
las señales emocionales que -traducidas al lenguaje bioquímico de los
neurotrasmisores- se convierten en estímulos de la actividad genética.</DIV>
<DIV align=justify><BR>El húngaro aporta un ejemplo de cómo las respuestas de la
bioquímica pueden venir mediadas por la cultura y la personalidad: "Pensemos en
un infante cuya incitación erótica por el contacto físico induce en la madre
angustia y enojo defensivo debido a sus conflictos en relación con la
sexualidad". En un caso así "la madre puede proyectar su hostilidad defensiva
sobre el infante", y el bebé, que aún no diferencia su ser de aquel que lo
cuida, "llegará a percibir su excitación como hostilidad". </DIV>
<DIV align=justify><BR>Tal vez Mandinga nos enrede una vez más y la
inexorabilidad de los atavismos dependa menos de enlaces químicos o de rituales
tribales que de nuestra capacidad de privarlos de fundamento.<BR></DIV>
<DIV align=justify><STRONG>El primer cumpleaños feliz</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>Tenía un nene en segundo año que lloraba en clase
diciendo que su madre no lo quería. Suelo hacer talleres y actividades abiertas
con los padres como forma de vincularlos a la escuela. La madre de este nene
nunca había participado, ni siquiera mandaba excusas por su ausencia. Ella era
ex alumna de la escuela y consulté con otras maestras más viejas que la
conocían: "Siempre fue así, nunca le importó la escuela", me dijeron.</DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify>Finalmente apareció la mamá, el día de la entrega de los
carnés. "Sabés que me preocupa tu hijo. Llora en clase, sufre porque tú no venís
a la escuela, dice que no lo querés. No me quiero meter, pero a lo mejor él no
te lo dice, y trabajás mucho y él piensa que lo dejás de lado", le dije. "Es que
no lo quiero -contestó ella-. No lo quiero ni ver. No lo tendría que haber
tenido." Quedé muda. "No sé qué te lleva a decir eso, pero a lo mejor..." Le
comenté que también yo en ese momento estaba viviendo una situación complicada,
porque me estaba divorciando: "Yo tengo una hija, pero aunque estemos
separándonos, aunque me haya hecho sentir mal, no voy a volcar en nuestra hija
la rabia que él me provoca", le dije, suponiendo una situación similar. "Usted
no me entiende, yo no me divorcié de nadie, ni me casé con nadie. Él es hijo de
mi padre." Me contó que había sido violada por su padre, que estaba preso: "Yo
no lo quería tener, me obligaron, y cada vez que lo miro me acuerdo de lo que me
hacía". Conversamos un rato, ella estaba muy angustiada. Finalmente pasamos al
niño a una escuela especial porque tenía problemas de aprendizaje. Años más
tarde, volvió de visita a la escuela. Estaba contento porque le habían festejado
por primera vez su cumpleaños. Yo había dejado de verlo con 7 años. Creo que
finalmente su madre recurrió a una terapia. Le llevó 12 años querer celebrar
algo de su hijo.</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>Las nanas de la cadena</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>Era callado, no jugaba casi con nadie, si te le acercabas
se acurrucaba, no podías acariciarle la cabeza ni hacerle un mimo, nada. Lo
comenté con la directora. Alguien tenía que verlo, a ese nene le pasaba algo.
Era mi segundo año de efectividad en la escuela, hace más de veinte años. Tenía
primero y había armado un juego. De un grupo de cosas que ponía en medio del
salón, los niños tenían que sacar lo que servía para distintas actividades, así
iban discriminando objetos dentro de un conjunto. Entre los objetos puse como
distractores la cadena y el candado que usábamos para cerrar la puerta de la
clase. Cuando les pedí que agarraran lo que usaban para dormir, ese nene fue
directo a estas cosas. Mi primera respuesta fue pensar: "Pobrecito, no razona, a
tal punto que no sabe discriminar nada". Repetí el juego y él insistía con esas
cosas, a pesar de que habíamos conversado en clase, visto cómo se escribían los
nombres de los objetos y para qué servían. Algo no me cerraba y lo empecé a
observar. Un día, tras repetir el ejercicio y luego de que el resto de los
compañeritos se fueran al patio, le pedí que se quedara a conversar conmigo.
</DIV>
<DIV align=justify><BR>"¿Por qué agarrás el candado y la cadena cuando hablamos
de dormir? Explicame cómo dormís con un candado y una cadena." Tengo su
respuesta grabada en la memoria. Enrolló la cadena en su mano y se encadenó a
una parte de la silla. "Yo duermo así", dijo. Me quedé petrificada. "No, cómo
vas a dormir así, ¿quién te pone a dormir así?" El niño empezó a dar detalles.
Hablé entonces con la directora, le comenté lo sucedido y me mantuve firme ante
las dudas sobre la veracidad de lo que el niño había contado. Después de dos o
tres meses se procesó con prisión a su padre. Se comprobó que el niño pasaba
días encerrado, que lo encadenaban para dormir, y que también vivía con ellos
una abuela discapacitada a la que le hacían lo mismo.</DIV>
<DIV align=justify><FONT size=3 face=Calibri></FONT><BR><STRONG>Asunto
privado</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>Tatiana se sentía mal a diario. Estaba en quinto de
escuela. Entre marzo y junio era otra niña, no en su aprendizaje -que siempre
había sido dificultoso-, sino en su comportamiento. En el patio se quedaba
acurrucada en un rincón. Vivía pidiéndome para ir al baño, a veces incluso se
quedaba dormida en clase. Empecé a verla más gorda. Le pregunté si tal vez no
estaría comiendo demasiado y por eso se sentía mal. "No, no, maestra, no es
eso." Un día empezó a vomitar en la clase. "Voy a tener que llamar a tu casa,
porque tenés algún problema de salud. No puede ser que día por medio estás
atacándote del estómago y sintiéndote mal." "No, por favor, no llame", rogó.
Ella vivía con su madre, su tío y sus abuelos. "No, no llame que mi madre se
preocupa", insistió, y rompió en llanto. "¿Qué te pasa? Contame." Estuve un rato
conversando con ella. Finalmente me dijo: "Creo que estoy embarazada." "¿Por qué
pensás eso? Aclaremos la situación, si es que tuviste relaciones sexuales." "Si,
sé cómo es", dijo ella. "Hay que hablar con tu mamá, explicarle. Ubicar al papá
del niño. Confirmar que estés realmente embarazada, hacerte un análisis." Me
dijo que estaba segura porque menstruaba desde los 10 años, y nunca le había
faltado el período, pero que hacía tres meses que no le venía. "¿Le dijiste a tu
mamá?" "No, no quiero decirle." Ella lloraba e insistía en que no. "¿Cómo puedo
ayudarte, entonces?", le pregunté. "Me quiero ir de mi casa", dijo Tatiana.
Recurrí al director, no sabía cómo manejar eso sola. Finalmente hablamos con su
madre, que se puso malísima. "La voy a matar", dijo, y después le largó un
montón de insultos a la niña. Tatiana dejó de venir a la escuela. Los de la
Comisión de Fomento fueron a buscarla a la casa y no lograron hablar con nadie.
Fui yo también, que en ese momento vivía en el barrio. Finalmente encontré a la
madre una noche, pero no me quiso recibir: "Usted no se meta, esto es un tema de
la familia", me dijo. </DIV>
<DIV align=justify><BR>Como había dejado la escuela hicimos los avisos, y eso
pasó a una denuncia policial y a una asistente social. Finalmente supimos que
había sido un caso de abuso. La había embarazado su tío, el hermano de su madre.
<HR>
<BR></DIV></FONT></BODY></HTML>