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<HR>
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<DIV align=center><STRONG><FONT size=4><U>boletín solidario de
información</U><BR><FONT color=#800000 size=5>Correspondencia de
Prensa</FONT><BR><U>7 de setiembre 2012</U><BR><FONT color=#800000
size=5>Colectivo Militante - Agenda Radical</FONT><BR>Montevideo -
Uruguay<BR>redacción y suscripciones: <A
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href="mailto:germain5@chasque.net">germain5@chasque.net</A></FONT></STRONG><A
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<HR>
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<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify><STRONG><FONT size=3>Honduras<BR> <BR>La revolución de
las palmeras *</FONT></STRONG></FONT></DIV>
<DIV><FONT size=2 face=Arial></FONT> </DIV>
<DIV align=justify><FONT size=2 face=Arial><STRONG>En el Valle del Aguán, en
Honduras, campesinos organizados y armados se enfrentan con los guardias
organizados y armados de los terratenientes en unas batallas por el control de
las plantaciones de palma africana, un laberinto de palmeras que se extiende por
todo lo ancho de la costa caribeña. Tres años y más de 60 muertos después, el
conflicto se asemeja mucho a una guerra, y el Estado es apenas un observador
silencioso en esta batalla entre dos frentes. </STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR> <BR></DIV></FONT>
<DIV align=justify><FONT size=2 face=Arial><STRONG>Daniel Valencia Caravantes
<BR>Brecha, Montevideo, 7-9-2012</STRONG></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT size=2 face=Arial><A
title="http://www.brecha.com.uy/ CTRL + clic para seguir el vínculo"
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title="http://www.brecha.com.uy/ CTRL + clic para seguir el vínculo">http://www.brecha.com.uy/</STRONG></A></FONT></DIV>
<DIV align=justify><FONT size=2 face=Arial><FONT size=3
face=Calibri></FONT><BR> <BR></FONT><FONT size=2 face=Arial></FONT><FONT
size=2 face=Arial>El Valle del Aguán es una inmensa alfombra verde que atraviesa
los municipios de Tocoa y Trujillo, en el Caribe hondureño. Es un paraíso
agrícola en el que confluyen trasnacionales como la Standard Fruit Company, con
sus furgones planchando día y noche la carretera Panamericana; poderosos
terratenientes como Miguel Facussé, propietario de más de 16 mil hectáreas; un
ejército de guardias privados para custodiar la carretera y las fincas; y más de
3 mil campesinos pobres y sin tierras. Hace tres años, en mayo de 2009, se
expresaron aquí las profundas diferencias entre esos hombres y mujeres pobres y
los terratenientes millonarios. En una revuelta pacífica y sorpresiva, un millar
de campesinos ocuparon la planta El Chile, una de las procesadoras del aceite de
palma africana de la Corporación Dinant, la empresa insignia de Miguel Facussé,
uno de los hombres más ricos de Honduras.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Esa toma generó pérdidas millonarias a Dinant, porque en
un mundo con una creciente crisis energética los derivados del aceite de palma
africana generan cada día millones de dólares en ganancias. El aceite de palma
es el cuarto producto de mayor exportación en Honduras, y en los últimos diez
años ha colocado al país en la lista de los diez principales productores del
mundo. Pero más allá de lo económico, se impone el valor simbólico de lo que
ocurrió hace tres años: por segunda ocasión en una década, los campesinos de
esta zona del país entonaban un mismo cántico revolucionario. Exigían más
tierras para los pobres a costa de quitar tierras a los ricos.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Doris Pérez y el resto de los [campesinos] que
participaron en aquella primera toma de 2009 [de la estancia La Aurora,
propiedad de Facussé] y en las que la han seguido desde entonces, están
inspirados por otros que en el año 2000 tomaron por primera vez tierras en el
Aguán. En aquel entonces, la región intentaba recuperarse de la devastación
provocada por el huracán Mitch de 1998, que dejó inundaciones, ríos desbordados,
puentes destruidos, derrumbes y muerte. Más de un millón de damnificados, 5 mil
fallecidos y 8 mil desaparecidos. Honduras, el país más afectado por el huracán,
tenía hambre y frío. Entonces de todos los rincones del país una masa de
campesinos caminó hasta el Valle del Aguán, aquel que en otros tiempos había
sido un edén de productividad agrícola, de empleo, de estabilidad, pero que para
el nuevo siglo se había convertido en un intrincado sistema de compraventas, de
cooperativas campesinas quebradas, estafadas, sobornadas. Todo eso lo sabían los
campesinos, pero aun así las familias marcharon cargando machetes, una muda de
ropa, animales de granja y niños. Decían que si la tierra alguna vez fue de los
campesinos debía volver a manos de los campesinos. Decían que el Estado no los
podía dejar morir de hambre. Se instalaron en las tierras del otrora Centro
Regional de Entrenamiento Militar, el campamento en el que Estados Unidos
entrenó en tácticas contrainsurgentes a los ejércitos de Centroamérica, hace más
de 30 años, en los ochenta. Se instalaron y ya nunca se fueron. Luego de meses
de negociaciones, los campesinos aceptaron asentarse en una porción de tierra lo
suficientemente grande como para que ahora quepan ahí los cultivos, las
edificaciones, y hasta la tercera generación de esos primeros
colonizadores.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Los campesinos de 2009, agrupados en el Movimiento
Unificado Campesino del Aguán (MUCA), emularon aquellas tomas pero les agregaron
un nuevo matiz: se armaron. El entonces presidente de Honduras, Manuel Zelaya,
intentó reaccionar y diluir el movimiento aceptando sus motivos, negociando
entregas parciales de tierras y prometiendo soluciones futuras, pero el golpe de
Estado que lo derrocó en junio de 2009 truncó cualquier posible acuerdo.</DIV>
<DIV align=justify><BR>El movimiento creció y se organizó. Para el primer
semestre de 2010 eran 23 las plantaciones tomadas, en una operación que paralizó
la producción en más de 20 mil hectáreas, el equivalente al área urbana de la
capital del país, Tegucigalpa, o a casi cuatro veces la isla de Manhattan, en
Nueva York. El 10 de diciembre 200 campesinos tomaron 950 hectáreas de la finca
La Confianza; el 22 de diciembre cayó la finca San Isidro; en la madrugada del
26, Doris y sus compañeros tomaron La Aurora; el 5 de enero de 2010 cayó la
finca Concepción...</DIV>
<DIV align=justify><BR>El gobierno de Porfirio Lobo, electo a finales de 2009 e
instalado el 27 de enero siguiente, se encontró con un fenómeno desbocado y ya
no pudo hacer mucho. Las tomas siguieron. El nuevo presidente apenas alcanzó a
colocarse como intermediario entre los campesinos y los terratenientes,
encabezados por Miguel Facussé, dueño de 12 de las 23 fincas tomadas. La
intermediación sólo consiguió que los campesinos entregaran la mayoría de las
tierras a sus actuales dueños y se instalaran en poco más de 4 mil hectáreas, a
cambio de una promesa de compraventa, de remediciones y acciones jurídicas que
definieran si era legal que un pequeño grupo de terratenientes tuviera tanta
tierra en su poder. Así se desarrolló el conflicto: con el gobierno negociando
con cada grupo por separado, y con los bandos enfrentados entendiéndose con las
armas. Lo dicen los hechos. Lo dice el odio que ha crecido en estos tres años
entre los dos bandos armados. Lo dicen los muertos que comenzó a cobrarse y que
se sigue cobrando el conflicto del Bajo Aguán.</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>Zona de guerra</STRONG></DIV>
<DIV align=justify> </DIV>
<DIV align=justify>Han pasado tres años desde las primeras tomas en el Bajo
Aguán y el gobierno no ha resuelto nada. Aquí todavía suenan las balas y caen
los cuerpos. La lista de asesinados supera, repito, los 60. La mayoría de las
bajas son del lado campesino. Las autoridades no han hecho, repito, ni una sola
detención. El terrateniente dijo hace dos semanas que los campesinos tienen que
desocupar las 4 mil hectáreas en las que se replegaron mientras esperan que el
gobierno haga algo que convenza a todos, que deje satisfechos a todos. Pero en
estos días nadie entiende, ni siquiera el gobierno, por qué el terrateniente
tiene tanta prisa. Los campesinos han respondido que de esta tierra sólo los
sacan muertos.</DIV>
<DIV align=justify><FONT size=3 face=Calibri></FONT><BR>Por fin atravesamos La
Confianza, el asentamiento campesino más organizado del Bajo Aguán, y nos
topamos con la cerca que separa la finca San Isidro de las tierras a las que las
gentes del MUCA llaman con mística revolucionaria "territorio liberado". A
la derecha está el sector de Sinaloa, con las instalaciones del Instituto
Nacional Agrario y el camino hacia la finca La Aurora, ambas en manos de los
campesinos. Enfrente, 50 metros detrás de la cerca que protege la finca San
Isidro, sobresale una barricada.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Es un muro de sacos de arena levantado debajo de las
palmeras. Parece que no hay nadie, pero igual nos sentimos observados. Tomamos
fotos. Esta es "zona caliente", tierra de sospechas, de paranoias. Enfrente
tenemos el territorio que ocupan los hombres de Facussé.</DIV>
<DIV align=justify><FONT size=3 face=Calibri></FONT><BR>Vitalino nos invita a un
café en un chalé ubicado en medio de los dos territorios enemigos. Bromeamos con
que este lugar fue la Casablanca del Bajo Aguán, como en la película. Aquí, hace
sólo un año, guardias y campesinos coincidían a la hora del almuerzo. Hoy se han
acumulado demasiados odios como para que eso se repita. Aquí, en este Rick's
centroamericano, mientras su dueña prepara huevos fritos, calienta el café y
hornea las tortillas, Vitalino nos cuenta de una campesina aguerrida, una líder
del movimiento. Nos habla de Doris Pérez.</DIV>
<DIV align=justify><BR><STRONG>* * *</STRONG><BR></DIV>
<DIV align=justify>A las 6 de la mañana del 5 de junio de 2011 Doris Pérez
preparó cinco pollos que comerían su familia y sus amigos más tarde, en el
almuerzo. Primero les torció el pescuezo. Luego los desplumó. Por último, les
</DIV>
<DIV align=justify>sacó las entrañas.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Terminando estaba con el último animal cuando unos
jóvenes le advirtieron que los guardias de la finca San Isidro hacían "una gran
disparazón". "Ahí que se maten ellos, nosotros no les estamos haciendo nada",
respondió ella. Los jóvenes le dijeron que por atenida le podía ir mal, y se
marcharon.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Media hora más tarde, cinco mujeres pasaron junto a Doris
corriendo, espantadas. Cuando, intrigada, fue a ver qué pasaba al otro lado de
la casa, que alguna vez funcionó como oficina gubernamental, a Doris se le
aguadaron las piernas. Un grupo de guardias armados cruzaba la calle de tierra y
estaba a punto de entrar al sector ocupado por los campesinos en el que desde un
año antes vivía Doris. A gatas se metió a la casa y encontró a tres de sus
cuatro hijos escondidos debajo de una cama. La mayor, de 11 años, que ya no cupo
en el hueco, le dijo: "¡Hoy nos matan, mamita!". Ambas se tiraron al suelo
cuando la casa fue barrida por los disparos.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Pasaron unos minutos hasta que el silencio que suele
seguir a las balas logró convencer a Doris de que era hora de escapar. Uno de
los pasillos internos de la casa conducía al patio, donde quedaron unos pollos
sin plumas encima de una pila. Ahí reunió a los niños, que temblaban, y les
dijo: "Primero Dios no nos pasa nada, pero tenemos que correr con todas nuestras
fuerzas". Les ordenó desfilar uno detrás del otro, lo más recto posible. Doris
imaginaba que si corrían en grupo serían un blanco fácil. No habían avanzado ni
diez metros cuando le dieron la razón los zumbidos de los disparos que caían a
los lados de la fila, que zigzagueaba entre los arbustos.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Cerca de la salida de la propiedad encontraron
apretujadas, asustadas, congeladas, a las mismas que huyeron cuando se inició el
ataque. "¡Levántense, que ahí vienen los guardias!".</DIV>
<DIV align=justify><BR>Y entonces Doris sintió el balazo.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Todavía siguió corriendo junto a sus hijos por unos
minutos, hasta que uno de sus compas, que acudía en auxilio de quienes huían en
desbandada, se le echó encima y la aventó al suelo. "¡Cuidado, muchacha!", le
dijo, antes de que ambos rodaran en la tierra, antes de que una bala zumbara
justo donde ella estaba parada. Ese hombre, cree ella, le terminó de salvar la
vida. El compa se levantó, tomó su fusil y se fue a repeler a los guardias.
Antes de irse le dijo a otro que auxiliara a Doris, gravemente herida. Sólo
entonces Doris se tocó el vientre y se manchó con su propia sangre; sólo
entonces se dio permiso para ser débil. Sintió algo ácido en el estómago y
vomitó.</DIV>
<DIV align=justify><BR>La bala había atravesado el celular que cargaba en la
cintura, sostenido por unos apretados vaqueros, y se le había alojado en las
entrañas. Ella cree que esa costumbre de cargar ahí los celulares le permitió
sobrevivir. Ahí carga ahora su nuevo celular, cubriendo la cicatriz del
disparo.</DIV>
<DIV align=justify><FONT size=3 face=Calibri></FONT><BR><STRONG>* *
*</STRONG></DIV>
<DIV align=justify><BR>Los guardias de los terratenientes tienen bien ganada
mala fama entre los campesinos y entre las ong que velan por los derechos
humanos en Honduras. En la semana del ultimátum de Miguel Facussé un grupo de
estas ONG instauró en Tocoa un juicio simbólico en el que se recogieron más
de 15 testimonios que hablan de asesinatos, maltratos, desapariciones,
persecuciones a manos de esos guardias. Asistieron cientos de habitantes de las
comunidades de la zona y de los asentamientos del MUCA. En la mesa de honor
lograron sentar a un representante de la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos de la OEA.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Cuando se inició el conflicto, los principales periódicos
de Honduras, el gobierno y buena parte de la sociedad, cuando hablaban de la
guerra en el Bajo Aguán se referían únicamente al terror que provocaban los
"campesinos guerrilleros". La violencia ejercida por el ejército de guardias
armados que custodian las fincas de los terratenientes no encontraba espacio en
ninguna portada ni en ningún discurso gubernamental. Si se les pregunta a las
autoridades, casi siempre dicen que los guardias actuaron en legítima defensa.
Tuvieron que pasar tres años y más de 60 muertos, la mayoría campesinos, para
que éstos dejaran de ser víctimas de "la violencia" -así, en abstracto- de un
país devorado por la delincuencia y con la medalla de tener la tasa de
homicidios más alta del mundo. Ahora los periódicos comenzaron a preguntarse
quién asesina a los campesinos del Aguán y a pedir reacciones a la Corporación
Dinant, a la que los campesinos acusan de ordenar la mayoría de los asesinatos.
Dinant se lava las manos. Le reclama al gobierno porque no logra poner orden en
la zona. Hoy que le toca responder, cuando un campesino cae muerto o desaparece,
la empresa de Facussé responde que no se dedica a la eliminación sistemática de
personas.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Los familiares de estos campesinos no le creen a la
Dinant.</DIV>
<DIV align=justify><BR>Si no hubiera tanto en juego, las muertes en el Bajo
Aguán quizá hubieran significado poca cosa en Honduras, el país más violento del
mundo. Su tasa de homicidios en 2011 fue de 82 cada 100 mil habitantes, y
diluidos en esas cifras los asesinatos por este conflicto bien podrían pasar
inadvertidos. Pero lo que ocurre aquí importa. Están en juego millones de
dólares representados por miles de hectáreas agrícolas cultivadas con palma
africana. Y está en juego un proyecto político.</DIV>
<DIV align=justify><BR>En 2009 se expresaron aquí las profundas diferencias
entre Manuel Zelaya, un presidente que se salió del molde de las elites
hondureñas, y la poderosa clase empresarial del país. Es curioso que para
entender el conflicto del Bajo Aguán haya que revisar el papel de un antiguo
terrateniente convertido en político y derrocado con un golpe de Estado.</DIV>
<DIV align=justify><BR>En junio de 2009 Zelaya, un finquero hijo de finqueros de
la región ganadera de Olancho, había dado la espalda al ala tradicional del
Partido Liberal, que lo llevó a la presidencia, y se había convertido en aliado
del presidente venezolano Hugo Chávez. También se había revelado como un
defensor populista de las causas campesinas en Honduras. El 17 de junio de 2009,
en una reunión con un millar de campesinos del Bajo Aguán, realizada en la
ciudad de Tocoa, Zelaya lanzó una bomba para el sector político empresarial del
país: prometió remedir las tierras de los terratenientes y entregar los
excedentes que estuvieran fuera de la ley, junto a otras tierras ociosas, a unos
100 mil campesinos que reclamaban suelo cultivable. Los líderes del MUCA
que participaron en la firma de ese acuerdo no pudieron ser más felices. Zelaya
movió hilos en el Congreso y aprobó el decreto que haría realidad sus promesas.
El conflicto del Bajo Aguán parecía solucionado. Pero la alegría campesina
duraría muy poco. Once días después de esa promesa, el domingo 28 de junio de
ese mismo año, el ejército, tras conspirar con la elite económica del país y con
la mayoría del Congreso, sacó a Zelaya de su casa en plena madrugada y lo subió
a un avión con destino a Costa Rica. Allá llegó exiliado el presidente
derrocado. Allá se bajó de un avión, vestido en pijamas.</DIV>
<DIV align=justify><FONT size=3 face=Calibri></FONT><BR>"Eso nos hizo entender
que había que actuar por la fuerza, dado que el sistema estaba colapsado. No
había otra salida", dice hoy Jhony Rivas, uno de los líderes políticos del muca
y el negociador en la mesa del gobierno de Porfirio Lobo, que tres años después
todavía intenta solucionar el conflicto.</DIV>
<DIV align=justify><BR>¿Qué pasó en el Bajo Aguán tras el golpe? Hasta agosto de
2009, dos meses después del golpe, los campesinos no hicieron nada. Se sumaron
al Frente Nacional de Resistencia Popular (FNRP), un movimiento que abrazaba a
un sinnúmero de gremios, ong y asociaciones que iban desde defensores de
derechos humanos, maestros, sindicalistas, estudiantes, obreros, políticos y
campesinos opuestos al golpe de Estado. El fnrp era una nueva izquierda visible,
y quería el regreso de Zelaya. Para agosto de 2009 ya era evidente que no lo
lograría. Entonces los campesinos se decidieron a actuar.</DIV>
<DIV align=justify><BR>"Si algo estalla, va a estallar en el Bajo Aguán. Allá
hay comunidades entrenadas, comunidades con armas", nos dijo aquel agosto un
activista beligerante del FNRP en Tegucigalpa. Este activista, en esa
época, era uno de los encargados del sistema de comunicaciones, tenía contactos
con la mayoría de los líderes de esa resistencia. Tres años después, en el Bajo
Aguán hay una guerra entre dos frentes: los campesinos y los guardias de los
terratenientes, y el Estado es apenas un testigo silencioso de lo que aquí está
ocurriendo.<BR> <BR>* Nota publicada en la revista digital elfaro.com.
Brecha reproduce fragmentos, por convenio.
<HR>
</FONT></DIV></BODY></HTML>